9 de juny 2019

PAPA ESTIU


Abrir el corazón al Espíritu para que él nos enseñe a escuchar con el corazón

Misa de Vigilia de Pentecostés con el Papa Francisco


(9 junio 2019).- “Abran sus ojos y oídos, pero especialmente su corazón”, para escuchar el “grito oculto de la gente” en las ciudades: este es el llamado del Papa Francisco en esta víspera de Pentecostés, 8 de junio de 2019. Como Dios, el cristiano está invitado a tener un corazón “atento y sensible a los sufrimientos y sueños de los hombres”.
Celebrando ayer la misa de vigilia de Pentecostés en la Plaza de San Pedro, el Papa deseó que la Iglesia fuera “una madre con un corazón abierto” para todos “: “¡Como me gustaría que los que viven en Roma reconozcan a la Iglesia … por este ‘plus’ de ¡Misericordia, por ese ‘plus’ de humanidad y ternura, que tanto necesitamos! No por otras cosas … Nos sentiríamos como en casa, el “hogar materno” donde siempre somos bienvenidos y a donde siempre podemos regresar”.
Homilía del Papa Francisco
También esta noche, la víspera del último día del tiempo de Pascua, la fiesta de Pentecostés, Jesús está en medio de nosotros  y proclama en voz alta: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba el que cree en mí. Como dice la Escritura, ríos de agua viva brotarán de tu vientre” (Jn 7, 37-38). Es el “río de agua viva” del Espíritu Santo que brota del vientre de Jesús, de su costado traspasado por la lanza (cf. Jn 19,36), y que lava y fecunda a la Iglesia, la Esposa Mística, representada por María, la nueva Eva, al pie de la cruz.
El Espíritu Santo brota del vientre de la misericordia de Jesús Resucitado, llenando nuestro seno de una “buena medida, suave, llena y desbordante” de misericordia (cf. Lc 6,38) y nos transforma en una Iglesia-madre de misericordia, es decir, en una “madre de un corazón abierto” para todos! Cuánto me gustaría que la gente que vive en Roma reconociera a la Iglesia, que nos reconociera por esto más por la Misericordia, no por otra cosa, por esto lo más de humanidad y ternura, de lo cual hay tanta necesidad! Uno se sentiría como en casa, en la “casa materna” donde siempre se es bienvenido y donde siempre se puede volver. Se sentiría siempre bien recibida, escuchada, bien interpretada, ayudada a dar un paso adelante en la dirección del reino de Dios… Como sabe hacer una madre, incluso con sus hijos que han crecido.
Este pensamiento sobre la maternidad de la Iglesia me recuerda que hace 75 años, el 11 de junio de 1944, el Papa Pío XII hizo un acto especial de acción de gracias y súplica a la Virgen María, para la protección de la ciudad de Roma. Lo hizo en la iglesia de San Ignacio, donde había sido traída la venerada imagen de Nuestra Señora del Divino Amor. El Amor Divino es el Espíritu Santo, que brota del Corazón de Cristo. Él es la “roca espiritual” que acompaña al pueblo de Dios en el desierto para que sacando de él agua viva sacie su sed a lo largo del camino (cf. 1 Co 10,4).
En la zarza que no se consume imagen de la Virgen María y Madre está el Cristo resucitado que nos habla, nos comunica el fuego del Espíritu Santo, nos invita a descender en medio de la gente para escuchar el grito, nos envía a abrir el sendero a caminos de libertad que conducen a las tierras prometidas por Dios.
Lo sabemos: también hoy, como en todos los tiempos, hay quienes intentan construir “una ciudad y una torre que lleguen hasta el cielo” (cf. Gn 11,4). Son proyectos humanos, también nuestros proyectos, al servicio de un yo cada vez mayor, hacia un cielo donde ya no hay lugar para Dios. Dios nos deja hacerlo por un tiempo, para que podamos experimentar hasta qué punto del mal y de la tristeza podemos llegar sin Él…. Pero el Espíritu de Cristo, Señor de la historia, no puede esperar para tirarlo todo por la borda, para que volvamos a empezar de nuevo. Siempre somos un poco cortos de vista y de corazón;
Abandonados a nosotros mismos, terminamos perdiendo el horizonte; llegamos a convencernos de que lo hemos entendido todo, y acabamos de tomar en consideración todas las variables, y nos preguntamos, qué cosa sucederá y cómo va a pasar….
Estas son todas construcciones nuestras que se engañan a sí mismos de tocar el cielo. En cambio, el Espíritu irrumpe en el mundo desde lo alto, desde el vientre de Dios, donde nació el Hijo, y hace nuevas todas las cosas.
¿Qué celebramos hoy, todos juntos, en nuestra ciudad de Roma? Celebramos la primacía del Espíritu, que nos hace estar callados ante lo imprevisible del designio de Dios, y luego nos estremece la alegría: “Entonces esto fue lo que Dios tuvo en su seno para nosotros”, este camino de la Iglesia, este pasaje, este Éxodo, esta llegada a la tierra prometida, la ciudad-Jerusalén con  puertas siempre abiertas a todos, donde las diversas lenguas del hombre se componen en la armonía del Espíritu, porque el Espíritu es la armonía. Y si tenemos en mente los dolores del parto, entendemos que nuestro gemido, el de la gente que vive en esta ciudad y el gemido de toda la creación 
no son más que el gemido del mismo Espíritu: es el nacimiento del nuevo mundo. Dios es el Padre y la madre, Dios es la partera, Dios es el gemido,
Dios es el Hijo engendrado en el mundo y nosotros, la Iglesia, estamos al servicio de este nacimiento, no al servicio de nosotros mismos, no al servicio de nuestras ambiciones, de tantos sueños de poder, no, al servicio de esto, de lo que hace Dios, de estas maravillas que hace Dios.
Si el orgullo y la presunta superioridad moral nos ofuscan nuestro oído, nos daremos cuenta que bajo el grito de tanta gente no hay nada más que un auténtico gemido del Espíritu Santo. Es el Espíritu que nos impulsa una vez más a no contentarnos, a tratar de volver a nuestro camino; es este Espíritu que nos salvará de toda “reorganización” diocesana (Discurso a la Convención Diocesana, 9 Mayo de 2019). El peligro es este, querer confundir la novedad del Espíritu con un método de organizar todo, no, esto no es el Espíritu de Dios, el Espíritu de Dios cambia todo, nos hace comenzar, no desde el inicio sino de un nuevo camino
Dejémonos llevar por la mano del Espíritu y llevemos en medio del corazón de la ciudad para escuchar su grito, su gemido. A Moisés Dios le dice que este clamor oculto del pueblo ha llegado hasta Él: Lo ha escuchado, ha visto la opresión y el sufrimiento…. Y ha decidido intervenir enviando a Moisés para levantar y alimentar el sueño de libertad de los israelitas y para revelarles que este sueño es su voluntad: hacer de Israel un pueblo libre, su pueblo, un pueblo unido a él por una alianza de amor, llamado a dar testimonio de la fidelidad del Señor ante todas las naciones.
Pero para que Moisés pueda llevar a cabo su misión, Dios quiere que él “descienda” con él en medio de los israelitas. El corazón de Moisés debe volverse como el de Dios, atento y sensible a los sufrimientos y sueños de los hombres, a lo que gritan en secreto cuando levantan la mano al Cielo, porque ya no tienen ningún asidero en la tierra. Es el gemido del Espíritu, y Moisés debe escuchar, no con el oído sino  con el corazón.
Hoy nos pide a nosotros cristianos a aprender a escuchar con el corazón. El Maestro de esta escucha es el Espíritu, abrir el corazón para que él nos enseñe a escuchar con el corazón, abrirlo.
Para escuchar el grito de la ciudad de Roma, necesitamos que el Señor nos lleve de la mano y nos haga “descender”  descender de nuestras posiciones, bajar en medio de los hermanos  que viven en nuestra ciudad  para escuchar su necesidad de salvación, el grito que llega hasta Él y que nosotros normalmente no escuchamos. No se trata de escuchar ni explicar cosas intelectuales ni ideológicas  Me hace llorar cuando veo a una Iglesia que cree que es fiel al Señor, para actualizarse cuando se buscan caminos puramente funcionalistas, caminos que no provienen del Espíritu de Dios. Esta Iglesia no sabe descender, no sabe bajar y si no descienden no es el Espíritu quien manda. Se trata de una cuestión de abrir los ojos y los oídos, pero sobre todo el corazón, escuchando con el corazón. Entonces nos pondremos en camino. Entonces sentiremos dentro de nosotros el fuego de Pentecostés, que nos impulsa a gritar a los hombres y mujeres de esta ciudad que su esclavitud ha terminado y que Cristo es el camino que conduce a la ciudad del cielo. Para esto necesitamos la  fe, hermanos y hermanas. Hoy pedimos el don de la fe para poder ir por este camino. Amén!
10.06.19


Los aeropuertos, “puertas” y “puentes” de encuentro con Dios

Francisco a los capellanes de aviación

(10 junio 2019).-  El Papa Francisco ha exhortado a los trabajadores de Aviación Civil a ejercer su ministerio observando los rostros de las numerosas personas con las que se encuentran: “Con esta mirada, los aeropuertos se convierten en ‘puertas’ y ‘puentes’ de encuentro con Dios y con los hermanos, hijos del único Padre”.
El Santo Padre ha recibido en audiencia hoy, 10 de junio de 2019, a los participantes en el XVII Seminario Mundial “Los Capellanes católicos y los trabajadores de pastoral de la Aviación Civil al servicio del desarrollo humano integral”, promovido por el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, que se celebra en Roma del 10 al 13 de junio.
Llevar la palabra de Dios
El Papa ha recordado a los presentes que en su lugar de trabajo, donde hay mucha prisa, tránsito de personas y anonimato, están “llamados a llevar la palabra y la presencia de Cristo, el Único que sabe lo que hay en el corazón de cada hombre, a llevar a todos, fieles y ‘gentiles’, el evangelio de la ternura, la esperanza y la paz”.
El ahora de Dios”
Para Francisco, este personal aeroportuario simboliza “la gratuidad del amor de Dios en un entorno donde todos se encuentran por trabajo o viajando por los intereses más diversos” y proporciona  “la posibilidad de cruzarse con ‘el ahora de Dios’… Vuestro testimonio y el mensaje que dais, ‘aquí y ahora’, pueden dejar un signo que dure toda la vida, precisamente con la fuerza de la gratuidad”.
Oración y sacramentos
Igualmente, el Papa resaltó que en los aeródromos no se debe desperdiciar la oportunidad de poder relacionarse con Dios a través de la oración y los sacramentos, de manera que se pueda conseguir el “sueño pastoral” de formar una “comunidad de creyentes” en este ambiente tan específico.     
Migrantes y refugiados
El Santo Padre también indicó a este grupo pastoral que forma parte de su labor asegurar que la dignidad humana y los derechos de los migrantes y refugiados que llegan a los aeropuertos son protegidos y garantizados, respetando las creencias de todos: “Las obras de caridad hacia ellos son un testimonio de la cercanía de Dios a todos sus hijos”, concluyó.
11.06.19




Santa Marta: “Ensanchar el corazón” para recibir las “gracias gratuitas” del Señor

La vida cristiana es para servir”

(11 junio 2019).- El Santo Padre ha pedido “que nuestra vida de santidad sea este ensanchar el corazón, para que la gratuidad de Dios, las gracias de Dios que están allí, gratuitas, que Él quiere dar, lleguen a nuestro corazón. Que así sea”.
En la mañana de hoy, 11 de junio, el Papa Francisco ha celebrado la habitual eucaristía en la capilla de la Casa de Santa Marta. Durante la homilía, según Vatican News, el Obispo de Roma se ha referido, entre otras, a la cuestión de la gratuidad en la relación con Dios y de cómo debemos cultivarla para poder extenderla a nuestras relaciones con el prójimo.
Misión de servicio
A través del Evangelio del día (Mt 10, 7-13), sobre la misión de los apóstoles, el Papa ha hablado acerca de la misión de los cristianos. Para él, el cristiano “no puede quedarse quieto”, la vida es “hacer camino, siempre” y su misión es “de servicio”.
En torno a ello, el Pontífice ha recalcado que “la vida cristiana es para servir” y que resulta muy triste la actitud de aquellos que, aunque al principio se muestran abiertos a dicha misión de servicio, acaban “sirviéndose del pueblo de Dios”. “Esto hace mucho mal, tanto mal al pueblo de Dios. La vocación es para ‘servir’, y no para ‘servirse de’”, añadió.
Vida de gratuidad
Igualmente, el Santo Padre ha resaltado que la existencia cristiana es “una vida de gratuidad” y, remitiendo al pasaje del evangelio de hoy, ha hecho alusión a la descripción del Señor en torno al núcleo de la salvación: dar gratuitamente lo que gratuitamente se ha recibido.
Francisco ha continuado explicando que “la salvación no se compra”, también es gratuita porque Dios “nos nos hace pagar”, “nos salva gratis”.
Asimismo, definió esta gratuidad de Dios como “una de las cosas más bellas” e instó a que debemos hacer con los demás lo mismo que el Señor hace con nosotros, darnos gratuitamente.
Abrir el corazón
Francisco manifestó que el Señor está “lleno de dones para darnos” y que solo pide una cosa, “que nuestro corazón se abra”: “Cuando decimos ‘Padre nuestro’ y rezamos, abrimos el corazón para que esta gratuidad venga. No hay relación con Dios fuera de la gratuidad”.
Asimismo, en este sentido, describió que, a veces, si necesitamos algo, ayunamos, hacemos penitencia o rezamos. Y esto “está bien, pero estén atentos: esto no es para 
pagar por la gracia’, para ‘comprar’ la gracia. Esto es para ensanchar tu corazón para que la gracia venga. La gracia es gratuita”.
Con Dios “no se trata”
El Obispo de Roma reiteró que todos los bienes de Dios son gratuitos y que el problema es la cerrazón de los corazones de las personas, que no somos capaces de recibir “tanto amor gratuito” y que no se debe regatear con Dios, pues con el Señor “no se trata”.
El Pontífice subrayó el mal que provoca el caso de aquellos pastores de la Iglesia que “hacen negocios con la gracia de Dios” y no la dan gratuitamente.
En nuestra vida espiritual siempre tenemos el peligro de resbalar sobre el pago, siempre, incluso hablando con el Señor, como si quisiéramos dar un soborno al Señor. ¡No! ¡La cosa no va por allí! No va por ese camino. ‘Señor, si tú me haces esto, te daré esto’. No. Yo hago esta promesa, pero esto me ensancha el corazón para recibir lo que está allí, gratis para nosotros”, recalcó.
Y es esta relación de gratuidad con Dios la que nos llevará a tenerla con los demás.
12.06.19




Redescubrir la belleza de dar testimonio del Resucitado” – Catequesis 

Ciclo sobre los Hechos de los Apóstoles

(12 junio 2019).- “También nosotros debemos redescubrir la belleza de dar testimonio del Resucitado, saliendo de actitudes autorreferenciales, renunciar a retener los dones de Dios y sin ceder a la mediocridad”.
Estas son las palabras empleadas por el Papa Francisco para llamarnos a seguir el ejemplo de los apóstoles y a “convertirnos en martyres, es decir, testigos luminosos de Dios vivo y operativos en la historia”.
Hoy, miércoles 12 junio 2019, en la audiencia general, el Santo Padre ha continuado la serie de catequesis en torno a los Hechos de los Apóstoles, que él define como el “viaje del Evangelio”.
En concreto, el pasaje bíblico que se ha leído es “Fue agregado a los once apóstoles” (Hechos de los Apóstoles 1, 21-22.26), que narra la elección de Matías como nuevo apóstol.
Según el Santo Padre, este libro comienza a partir la Resurrección de Cristo, “fuente de una nueva vida”. Conscientes de ello, los discípulos permanecen unidos en la oración junto a María y a la espera del Espíritu Santo.
Se trata de la primera comunidad de cristianos, constituida por los 120 hermanos y hermanas, entre los que se encontraban los 12 apóstoles, reducidos a 11 después de la traición de Judas durante la pasión.
Elegir la vida y la bendición”
El Santo Padre ha explicado cómo, a pesar de que Judas recibió la gracia de formar parte de los amigos íntimos de Jesús, escogió vender al Señor: “Dejó de pertenecer a Jesús con su corazón y se colocó fuera de la comunión con Él y con los suyos”.
El resto de los apóstoles, en contraposición, decidieron “elegir la vida y la bendición” y se hicieron responsables “de que fluyese en la historia, de generación en generación, del pueblo de Israel a la Iglesia”, expresó el Pontífice
Discernimiento comunitario
El Papa explicó que, ante el abandono de Judas, era necesario que alguien lo relevase en su misión y Pedro indicó que dicho puesto debía ser ocupado por un discípulo de Jesús desde el principio, el bautismo en el Jordán, hasta el final, la ascensión.
Así, los apóstoles inician “la praxis del discernimiento comunitario, que consiste en ver la realidad con los ojos de Dios, en la perspectiva de la unidad y la comunión”, relata el Papa.
Los once se dirigieron entonces al Padre para que les revelase quién entre los dos candidatos, Matías y José Barsabás, tenía que ocupar el lugar del desertor.
La comunión, primer testimonio de los apóstoles
Y, a través de las suertes, el Señor indica a Matías que se une con los once. Así se reconstituye el cuerpo de los doce, signo de la comunión, y la comunión supera  las divisiones, el aislamiento, la mentalidad que absolutiza el espacio privado, un signo de que la comunión es el primer testimonio que ofrecen los Apóstoles”, describió el Papa.
En los Hechos de los Apóstoles, los doce “manifiestan el estilo del Señor” y “a través de la gracia de la unidad, hacen que surja un Otro que ahora vive de una manera nueva entre su pueblo. ¿Y quién es este? Es el Señor Jesús”, concluyó Francisco.
13.06.19





La esperanza de los pobres nunca se frustrará” – Mensaje del Papa Francisco

Para la 3ª Jornada Mundial de los Pobres

(13 junio 2019).- «La esperanza de los pobres nunca se frustrará» (Sal 9,19). “Las palabras del salmo se presentan con una actualidad increíble”. Este es el tema elegido por el Papa Francisco para el Mensaje de la 3ª Jornada Mundial de los Pobres, que se celebrará el 17 de noviembre de 2019, XXXIII domingo del Tiempo Ordinario.
Este salmo se escribió en una época en la que la gente arrogante y sin ningún sentido de Dios perseguía a los pobres para apoderarse incluso de lo poco que tenían y reducirlos a la esclavitud. “Hoy no es muy diferente”, aclara el Papa en su mensaje.
Las palabras del salmo “no se refieren al pasado, sino a nuestro presente, expuesto al juicio de Dios”, señala el Pontífice. “También hoy debemos nombrar las numerosas formas de nuevas esclavitudes a las que están sometidos millones de hombres, mujeres, jóvenes y niños”.
Pobre, “hombre de la confianza”
El contexto que el salmo describe “se tiñe de tristeza por la injusticia, el sufrimiento y la amargura que afecta a los pobres”. A pesar de ello, –añade Francisco– se ofrece una “hermosa definición del pobre”: Él es aquel que «confía en el Señor» (cf. v. 11), porque tiene la certeza de que nunca será abandonado. “El pobre, en la Escritura, es el hombre de la confianza”, indica.
En este sentido, la Sagrada Escritura recoge una descripción de la acción de Dios en favor de los pobres: Él es aquel que “escucha”, “interviene”, “protege”, “defiende”, “redime”, “salva”… En definitiva, el pobre nunca encontrará a Dios indiferente o silencioso ante su oración. “Dios es aquel que hace justicia y no olvida”.
El Reino de Dios les pertenece
Así, Francisco cita la bienaventuranza: «Bienaventurados los pobres» (Lc 6,20) y explica que el sentido de este anuncio paradójico es que “el Reino de Dios pertenece precisamente a los pobres, porque están en condiciones de recibirlo”.
Él ha inaugurado, “pero nos ha confiado a nosotros, sus discípulos, la tarea de llevarlo adelante, asumiendo la responsabilidad de dar esperanza a los pobres”, explica Francisco. “Es necesario, sobre todo en una época como la nuestra, reavivar la esperanza y restaurar la confianza”.
Jean Vanier, “santo de la puerta de al lado”
Asimismo, en el mensaje, el Papa ha recordado a Jean Vanier, recientemente fallecido, quien “recibió de Dios el don de dedicar toda su vida a los hermanos y hermanas con discapacidades graves, a quienes la sociedad a menudo tiende a excluir”.
Este laico suizo “fue un ‘santo de la puerta de al lado’ de la nuestra; con su entusiasmo supo congregar en torno suyo a muchos jóvenes, hombres y mujeres, que con su compromiso cotidiano dieron amor y devolvieron la sonrisa a muchas personas débiles y frágiles, ofreciéndoles una verdadera ‘arca’ de salvación contra la marginación y la soledad”, escribe el Santo Padre.
A continuación, reproducimos el Mensaje del Santo Padre Francisco, publicado hoy por la Santa Sede.
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La esperanza de los pobres nunca se frustrará
1. «La esperanza de los pobres nunca se frustrará» (Sal 9,19). Las palabras del salmo se presentan con una actualidad increíble. Ellas expresan una verdad profunda que la fe logra imprimir sobre todo en el corazón de los más pobres: devolver la esperanza perdida a causa de la injusticia, el sufrimiento y la precariedad de la vida.
El salmista describe la condición del pobre y la arrogancia del que lo oprime (cf. vv. 22-31); invoca el juicio de Dios para que se restablezca la justicia y se supere la iniquidad (cf. vv. 35-36). Es como si en sus palabras volviese de nuevo la pregunta que se ha repetido a lo largo de los siglos hasta nuestros días: ¿cómo puede Dios tolerar esta disparidad? ¿Cómo puede permitir que el pobre sea humillado, sin intervenir para ayudarlo? ¿Por qué permite que quien oprime tenga una vida feliz mientras su comportamiento debería ser condenado precisamente ante el sufrimiento del pobre?
Este salmo se compuso en un momento de gran desarrollo económico que, como suele suceder, también produjo fuertes desequilibrios sociales. La inequidad generó un numeroso grupo de indigentes, cuya condición parecía aún más dramática cuando se comparaba con la riqueza alcanzada por unos pocos privilegiados. El autor sagrado, observando esta situación, dibuja un cuadro lleno de realismo y verdad.
Era una época en la que la gente arrogante y sin ningún sentido de Dios perseguía a los pobres para apoderarse incluso de lo poco que tenían y reducirlos a la esclavitud. Hoy no es muy diferente. La crisis económica no ha impedido a muchos grupos de personas un enriquecimiento que con frecuencia aparece aún más anómalo si vemos en las calles de nuestras ciudades el ingente número de pobres que carecen de lo necesario y que en ocasiones son además maltratados y explotados. Vuelven a la mente las palabras del Apocalipsis: «Tú dices: “soy rico, me he enriquecido; y no tengo necesidad de nada”; y no sabes que tú eres desgraciado, digno de lástima, ciego y desnudo» (Ap 3,17). Pasan los siglos, pero la condición de ricos y pobres se mantiene inalterada, como si la experiencia de la historia no nos hubiera enseñado nada. Las palabras del salmo, por lo tanto, no se refieren al pasado, sino a nuestro presente, expuesto al juicio de Dios.
2. También hoy debemos nombrar las numerosas formas de nuevas esclavitudes a las que están sometidos millones de hombres, mujeres, jóvenes y niños.
Todos los días nos encontramos con familias que se ven obligadas a abandonar su tierra para buscar formas de subsistencia en otros lugares; huérfanos que han perdido a sus padres o que han sido separados violentamente de ellos a causa de una brutal explotación; jóvenes en busca de una realización profesional a los que se les impide el acceso al trabajo a causa de políticas económicas miopes; víctimas de tantas formas de violencia, desde la prostitución hasta las drogas, y humilladas en lo más profundo de su ser. ¿Cómo olvidar, además, a los millones de inmigrantes víctimas de tantos intereses ocultos, tan a menudo instrumentalizados con fines políticos, a los que se les niega la solidaridad y la igualdad? ¿Y qué decir de las numerosas personas marginadas sin hogar que deambulan por las calles de nuestras ciudades?
Con frecuencia vemos a los pobres en los vertederos recogiendo el producto del descarte y de lo superfluo, para encontrar algo que comer o con qué vestirse. Convertidos ellos mismos en parte de un vertedero humano son tratados como desperdicios, sin que exista ningún sentimiento de culpa por parte de aquellos que son cómplices en este escándalo. Considerados generalmente como parásitos de la sociedad, a los pobres no se les perdona ni siquiera su pobreza. Se está siempre alerta para juzgarlos. No pueden permitirse ser tímidos o desanimarse; son vistos como una amenaza o gente incapaz, sólo porque son pobres.
Para aumentar el drama, no se les permite ver el final del túnel de la miseria. Se ha llegado hasta el punto de teorizar y realizar una arquitectura hostil para deshacerse de su presencia, incluso en las calles, últimos lugares de acogida. Deambulan de una parte a otra de la ciudad, esperando conseguir un trabajo, una casa, un poco de afecto… Cualquier posibilidad que se les ofrezca se convierte en un rayo de luz; sin embargo, incluso donde debería existir al menos la justicia, a menudo se comprueba el ensañamiento en su contra mediante la violencia de la arbitrariedad. Se ven obligados a trabajar horas interminables bajo el sol abrasador para cosechar los frutos de la estación, pero se les recompensa con una paga irrisoria; no tienen seguridad en el trabajo ni condiciones humanas que les permitan sentirse iguales a los demás. Para ellos no existe el subsidio de desempleo, indemnizaciones, ni siquiera la posibilidad de enfermarse.
El salmista describe con crudo realismo la actitud de los ricos que despojan a los pobres: «Están al acecho del pobre para robarle, arrastrándolo a sus redes» (cf. Sal 10,9). Es como si para ellos se tratara de una jornada de caza, en la que los pobres son acorralados, capturados y hechos esclavos. En una condición como esta, el corazón de muchos se cierra y se afianza el deseo de volverse invisibles. Así, vemos a menudo a una multitud de pobres tratados con retórica y soportados con fastidio. Ellos se vuelven como transparentes y sus voces ya no tienen fuerza ni consistencia en la sociedad. Hombres y mujeres cada vez más extraños entre nuestras casas y marginados en nuestros barrios.
3. El contexto que el salmo describe se tiñe de tristeza por la injusticia, el sufrimiento y la amargura que afecta a los pobres. A pesar de ello, se ofrece una hermosa definición del pobre. Él es aquel que «confía en el Señor» (cf. v. 11), porque tiene la certeza de que nunca será abandonado. El pobre, en la Escritura, es el hombre de la confianza. El autor sagrado brinda también el motivo de esta confianza: él “conoce a su Señor” (cf. ibíd.), y en el lenguaje bíblico este “conocer” indica una relación personal de afecto y amor.
Estamos ante una descripción realmente impresionante que nunca nos hubiéramos imaginado. Sin embargo, esto no hace sino manifestar la grandeza de Dios cuando se encuentra con un pobre. Su fuerza creadora supera toda expectativa humana y se hace realidad en el “recuerdo” que él tiene de esa persona concreta (cf. v. 13). Es precisamente esta confianza en el Señor, esta certeza de no ser abandonado, la que invita a la esperanza. El pobre sabe que Dios no puede abandonarlo; por eso vive siempre en la presencia de ese Dios que lo recuerda. Su ayuda va más allá de la condición actual de sufrimiento para trazar un camino de liberación que transforma el corazón, porque lo sostiene en lo más profundo.
4. La descripción de la acción de Dios en favor de los pobres es un estribillo permanente en la Sagrada Escritura. Él es aquel que “escucha”, “interviene”, “protege”, “defiende”, “redime”, “salva”… En definitiva, el pobre nunca encontrará a Dios indiferente o silencioso ante su oración. Dios es aquel que hace justicia y no olvida (cf. Sal 40,18; 70,6); de hecho, es para él un refugio y no deja de acudir en su ayuda (cf. Sal 10,14).
Se pueden alzar muchos muros y bloquear las puertas de entrada con la ilusión de sentirse seguros con las propias riquezas en detrimento de los que se quedan afuera. No será así para siempre. El “día del Señor”, tal como es descrito por los profetas (cf. Am 5,18; Is 2-5; Jl 1-3), destruirá las barreras construidas entre los países y sustituirá la arrogancia de unos pocos por la solidaridad de muchos. La condición de marginación en la que se ven inmersas millones de personas no podrá durar mucho tiempo. Su grito aumenta y alcanza a toda la tierra. Como escribió D. Primo Mazzolari: «El pobre es una protesta continua contra nuestras injusticias; el pobre es un polvorín. Si le das fuego, el mundo estallará».
5. No hay forma de eludir la llamada apremiante que la Sagrada Escritura confía a los pobres. Dondequiera que se mire, la Palabra de Dios indica que los pobres son aquellos que no disponen de lo necesario para vivir porque dependen de los demás. Ellos son el oprimido, el humilde, el que está postrado en tierra. Aun así, ante esta multitud innumerable de indigentes, Jesús no tuvo miedo de identificarse con cada uno de ellos: «Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25,40). Huir de esta identificación equivale a falsificar el Evangelio y atenuar la revelación. El Dios que Jesús quiso revelar es éste: un Padre generoso, misericordioso, inagotable en su bondad y gracia, que ofrece esperanza sobre todo a los que están desilusionados y privados de futuro.
¿Cómo no destacar que las bienaventuranzas, con las que Jesús inauguró la predicación del Reino de Dios, se abren con esta expresión: «Bienaventurados los pobres» (Lc 6,20)? El sentido de este anuncio paradójico es que el Reino de Dios pertenece precisamente a los pobres, porque están en condiciones de recibirlo. ¡Cuántas personas pobres encontramos cada día! A veces parece que el paso del tiempo y las conquistas de la civilización aumentan su número en vez de disminuirlo. Pasan los siglos, y la bienaventuranza evangélica parece cada vez más paradójica; los pobres son cada vez más pobres, y hoy día lo son aún más. Pero Jesús, que ha inaugurado su Reino poniendo en el centro a los pobres, quiere decirnos precisamente esto: Él ha inaugurado, pero nos ha confiado a nosotros, sus discípulos, la tarea de llevarlo adelante, asumiendo la responsabilidad de dar esperanza a los pobres. Es necesario, sobre todo en una época como la nuestra, reavivar la esperanza y restaurar la confianza. Es un programa que la comunidad cristiana no puede subestimar. De esto depende que sea creíble nuestro anuncio y el testimonio de los cristianos.
6. La Iglesia, estando cercana a los pobres, se reconoce como un pueblo extendido entre tantas naciones cuya vocación es la de no permitir que nadie se sienta extraño o excluido, porque implica a todos en un camino común de salvación. La condición de los pobres obliga a no distanciarse de ninguna manera del Cuerpo del Señor que sufre en ellos. Más bien, estamos llamados a tocar su carne para comprometernos en primera persona en un servicio que constituye auténtica evangelización. La promoción de los pobres, también en lo social, no es un compromiso externo al anuncio del Evangelio, por el contrario, pone de manifiesto el realismo de la fe cristiana y su validez histórica. El amor que da vida a la fe en Jesús no permite que sus discípulos se encierren en un individualismo asfixiante, soterrado en segmentos de intimidad espiritual, sin ninguna influencia en la vida social (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 183).
Hace poco hemos llorado la muerte de un gran apóstol de los pobres, Jean Vanier, quien con su dedicación logró abrir nuevos caminos a la labor de promoción de las personas marginadas. Jean Vanier recibió de Dios el don de dedicar toda su vida a los hermanos y hermanas con discapacidades graves, a quienes la sociedad a menudo tiende a excluir. Fue un “santo de la puerta de al lado” de la nuestra; con su entusiasmo supo congregar en torno suyo a muchos jóvenes, hombres y mujeres, que con su compromiso cotidiano dieron amor y devolvieron la sonrisa a muchas personas débiles y frágiles, ofreciéndoles una verdadera “arca” de salvación contra la marginación y la soledad. Este testimonio suyo ha cambiado la vida de muchas personas y ha ayudado al mundo a mirar con otros ojos a las personas más débiles y frágiles. El grito de los pobres ha sido escuchado y ha producido una esperanza inquebrantable, generando signos visibles y tangibles de un amor concreto que también hoy podemos reconocer.
7. «La opción por los últimos, por aquellos que la sociedad descarta y desecha» (ibíd., 195) es una opción prioritaria que los discípulos de Cristo están llamados a realizar para no traicionar la credibilidad de la Iglesia y dar esperanza efectiva a tantas personas indefensas. En ellas, la caridad cristiana encuentra su verificación, porque quien se compadece de sus sufrimientos con el amor de Cristo recibe fuerza y confiere vigor al anuncio del Evangelio.
El compromiso de los cristianos, con ocasión de esta Jornada Mundial y sobre todo en la vida ordinaria de cada día, no consiste sólo en iniciativas de asistencia que, si bien son encomiables y necesarias, deben tender a incrementar en cada uno la plena atención que le es debida a cada persona que se encuentra en dificultad. «Esta atención amante es el inicio de una verdadera preocupación» (ibíd., 199) por los pobres en la búsqueda de su verdadero bien. No es fácil ser testigos de la esperanza cristiana en el contexto de una cultura consumista y de descarte, orientada a acrecentar el bienestar superficial y efímero. Es necesario un cambio de mentalidad para redescubrir lo esencial y darle cuerpo y efectividad al anuncio del Reino de Dios.
La esperanza se comunica también a través de la consolación, que se realiza acompañando a los pobres no por un momento, cargado de entusiasmo, sino con un compromiso que se prolonga en el tiempo. Los pobres obtienen una esperanza verdadera no cuando nos ven complacidos por haberles dado un poco de nuestro tiempo, sino cuando reconocen en nuestro sacrificio un acto de amor gratuito que no busca recompensa.
8. A los numerosos voluntarios, que muchas veces tienen el mérito de ser los primeros en haber intuido la importancia de esta preocupación por los pobres, les pido que crezcan en su dedicación. Queridos hermanos y hermanas: Os exhorto a descubrir en cada pobre que encontráis lo que él realmente necesita; a no deteneros ante la primera necesidad material, sino a ir más allá para descubrir la bondad escondida en sus corazones, prestando atención a su cultura y a sus maneras de expresarse, y así poder entablar un verdadero diálogo fraterno. Dejemos de lado las divisiones que provienen de visiones ideológicas o políticas, fijemos la mirada en lo esencial, que no requiere muchas palabras sino una mirada de amor y una mano tendida. No olvidéis nunca que «la peor discriminación que sufren los pobres es la falta de atención espiritual» (ibíd., 200).
Antes que nada, los pobres tienen necesidad de Dios, de su amor hecho visible gracias a personas santas que viven junto a ellos, las que en la sencillez de su vida expresan y ponen de manifiesto la fuerza del amor cristiano. Dios se vale de muchos caminos y de instrumentos infinitos para llegar al corazón de las personas. Por supuesto, los pobres se acercan a nosotros también porque les distribuimos comida, pero lo que realmente necesitan va más allá del plato caliente o del bocadillo que les ofrecemos. Los pobres necesitan nuestras manos para reincorporarse, nuestros corazones para sentir de nuevo el calor del afecto, nuestra presencia para superar la soledad. Sencillamente, ellos necesitan amor.
9. A veces se requiere poco para devolver la esperanza: basta con detenerse, sonreír, escuchar. Por un día dejemos de lado las estadísticas; los pobres no son números a los que se pueda recurrir para alardear con obras y proyectos. Los pobres son personas a las que hay que ir a encontrar: son jóvenes y ancianos solos a los que se puede invitar a entrar en casa para compartir una comida; hombres, mujeres y niños que esperan una palabra amistosa. Los pobres nos salvan porque nos permiten encontrar el rostro de Jesucristo.
A los ojos del mundo, no parece razonable pensar que la pobreza y la indigencia puedan tener una fuerza salvífica; sin embargo, es lo que enseña el Apóstol cuando dice: «No hay en ella muchos sabios en lo humano, ni muchos poderosos, ni muchos aristócratas; sino que, lo necio del mundo lo ha escogido Dios para humillar a los sabios, y lo débil del mundo lo ha escogido Dios para humillar lo poderoso. Aún más, ha escogido la gente baja del mundo, lo despreciable, lo que no cuenta, para anular a lo que cuenta, de modo que nadie pueda gloriarse en presencia del Señor» (1 Co 1,26-29). Con los ojos humanos no se logra ver esta fuerza salvífica; con los ojos de la fe, en cambio, se la puede ver en acción y experimentarla en primera persona. En el corazón del Pueblo de Dios que camina late esta fuerza salvífica, que no excluye a nadie y a todos congrega en una verdadera peregrinación de conversión para reconocer y amar a los pobres.
10. El Señor no abandona al que lo busca y a cuantos lo invocan; «no olvida el grito de los pobres» (Sal 9,13), porque sus oídos están atentos a su voz. La esperanza del pobre desafía las diversas situaciones de muerte, porque él se sabe amado particularmente por Dios, y así logra vencer el sufrimiento y la exclusión. Su condición de pobreza no le quita la dignidad que ha recibido del Creador; vive con la certeza de que Dios mismo se la restituirá plenamente, pues él no es indiferente a la suerte de sus hijos más débiles, al contrario, se da cuenta de sus afanes y dolores y los toma en sus manos, y a ellos les concede fuerza y valor (cf. Sal 10,14). La esperanza del pobre se consolida con la certeza de ser acogido por el Señor, de encontrar en él la verdadera justicia, de ser fortalecido en su corazón para seguir amando (cf. Sal 10,17).
La condición que se pone a los discípulos del Señor Jesús, para ser evangelizadores coherentes, es sembrar signos tangibles de esperanza. A todas las comunidades cristianas y a cuantos sienten la necesidad de llevar esperanza y consuelo a los pobres, pido que se comprometan para que esta Jornada Mundial pueda reforzar en muchos la voluntad de colaborar activamente para que nadie se sienta privado de cercanía y solidaridad. Que nos acompañen las palabras del profeta que anuncia un futuro distinto: «A vosotros, los que teméis mi nombre, os iluminará un sol de usticia y hallaréis salud a su sombra» (Mal 3,20).
Vaticano, 13 de junio de 2018

Memoria litúrgica de San Antonio de Padua
FRANCISCO


Francisco insta a los líderes petroleros a emprender una “transición energética radical”

No podemos permitirnos el lujo de esperar”

(14 junio 2019).- “¡El tiempo apremia! Las reflexiones deben ir más allá de la mera exploración de lo que se puede hacer y enfocarse en lo que se necesita hacer, de hoy en adelante. No podemos permitirnos el lujo de esperar a que otros se adelanten, o dar prioridad a los beneficios económicos a corto plazo. La crisis climática requiere de nosotros una acción específica ahora mismo”
Esta es la advertencia que ha hecho el Papa Francisco a los jefes de las compañías petrolíferas, este viernes, 14 de junio de 2019, reunidos en la Casina Pío IV del Vaticano, en torno al curso La transición energética y la protección de la casa común, organizado organizado por el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral.
Transición energética radical
Hoy se necesita una transición energética radical para salvar nuestra casa común. Todavía hay esperanza y queda tiempo para evitar los peores impactos del cambio climático, siempre que haya una acción rápida y decidida”.
No es una exageración”
La crisis ecológica actual –ha continuado– especialmente el cambio climático, amenaza el futuro de la familia humana y esto no es una exageración. Durante demasiado tiempo hemos ignorado colectivamente los frutos de los análisis científico, y las predicciones catastróficas ya no pueden ser miradas con desprecio e ironía”.
Irresponsabilidad
Discurso del Papa Francisco
Eminencia,
Distinguidos gerentes, inversores y expertos,

Señoras y señores,
Extiendo una calurosa bienvenida a todos vosotros con motivo de este Diálogo sobre La transición energética y la defensa de la casa común. Encontraros en Roma, después del encuentro del año pasado, es una señal positiva de vuestro compromiso constante de trabajar juntos en un espíritu de solidaridad con el fin de dar pasos concretos para la protección de nuestro planeta. Os lo agradezco.
Este segundo Diálogo, tiene lugar en un momento crítico. La crisis ecológica actual, especialmente el cambio climático, amenaza el futuro de la familia humana y esto no es una exageración. Durante demasiado tiempo hemos ignorado colectivamente los frutos de los análisis científico, y “las predicciones catastróficas ya no pueden ser miradas con desprecio e ironía” (Enc. Laudato si ‘, 161). Por lo tanto, cualquier discusión sobre el cambio climático y la transición energética debe asumir los mejores frutos de la investigación científica actualmente disponible y dejarnos interpelar por ella en profundidad (ver ibid., 15).
Un avance significativo en el último año ha sido la publicación del Informe especial sobre el impacto del calentamiento global de 1.5ºC sobre los niveles preindustriales por parte del Grupo Intergubernamental sobre el Cambio Climático. Ese Informe advierte claramente de que las repercusiones sobre el clima serán catastróficas si superamos el umbral de 1.5ºC descrito en el objetivo del Acuerdo de París. El Informe también advierte de que falta solo poco más de una década para alcanzar esta barrera del calentamiento global. Ante tal emergencia climática, debemos tomar las medidas oportunas para no cometer una grave injusticia con los pobres y las generaciones futuras. Debemos actuar con responsabilidad y considerar muy bien el impacto de nuestras acciones a corto y largo plazo.
Efectivamente, son los pobres quienes sufren el peor impacto de la crisis climática. Como demuestra la situación actual, los pobres son los más vulnerables a los huracanes, las sequías, las inundaciones y otros fenómenos meteorológicos extremos. Por eso, ciertamente, hace falta valor para responder “a los gritos cada vez más angustiosos de la tierra y de sus pobres” (Discurso a los participantes en la Conferencia Internacional en el tercer aniversario de Laudato Si’, 6 de julio de 2018). Al mismo tiempo, las generaciones futuras están a punto de heredar un mundo en ruinas. Nuestros hijos y nietos no deberían tener que pagar el costo de la irresponsabilidad de nuestra generación. Me excuso pero quisiera subrayar esto: ellos, nuestros hijos, nuestros nietos no deberían pagar, no es justo que paguen el precio de nuestra irresponsabilidad. De hecho, como cada vez es más evidente, los jóvenes nos reclaman un cambio (ver Laudato si ‘, 13) “¡El futuro es nuestro”, gritan los jóvenes hoy y tienen razón!.
Vuestro encuentro se ha centrado en tres puntos interconectados: primero, una transición correcta, segundo, el precio del carbón y tercero, la transparencia en la notificación de riesgos climáticos. Son tres problemas enormemente complejos y os agradezco que los hayáis propuesto para la discusión y a vuestro nivel, que es un nivel serio, científico.
Una transición correcta, como sabéis, se menciona en el Preámbulo de los Acuerdos de París. Esta transición implica gestionar el impacto social y laboral del cambio a una sociedad de bajo consumo de carbono. Si se gestiona bien, esta transición puede generar nuevas oportunidades de empleo, reducir la desigualdad y aumentar la calidad de vida de las personas afectadas por el cambio climático.
Segundo, una política de los precios del carbón es esencial si la humanidad quiere usar los recursos de la creación de manera inteligente. La falta de gestión de las emisiones de carbono ha generado una enorme deuda que ahora tendrán  que pagar con intereses los que vienen después de nosotros. Nuestra utilización de los recursos ambientales comunes puede considerarse ética solo cuando los costes económicos y sociales que se derivan del uso de los recursos ambientales comunes se reconozcan de manera transparente y sean sufragados totalmente por aquellos que se benefician, y no por otros o por las futuras generaciones (ver ibid., 195).
El tercer tema, la transparencia en la notificación de  los riesgos climáticos, es esencial porque los recursos económicos deben ser explotados allí donde puedan aportar el bien mayor. Una comunicación abierta, transparente, fundamentada científicamente y regulada redunda en interés de todos, haciendo posible mover el capital financiero a aquellas áreas que ofrecen las más amplias posibilidades a la inteligencia humana para crear e innovar, a la vez que protege el ambiente y crea más fuentes de trabajo. “(ibid., 192).
Queridos amigos, ¡el tiempo apremia! Las reflexiones deben ir más allá de la mera exploración de lo que se puedehacer y enfocarse en lo que se necesita hacer, de hoy en adelante. No podemos permitirnos el lujo de esperar a que otros se adelanten, o dar prioridad a los beneficios económicos a corto plazo. La crisis climática requiere de nosotros una acción específica ahora mismo (ver ibid., 161) y la Iglesia está totalmente comprometida a hacer su parte.
En nuestro encuentro del año pasado, expresé mi preocupación porque “la civilización requiere energía, ¡pero el uso de la energía no debe destruir la civilización!”. Hoy se necesita una transición energética radical para salvar nuestra casa común. Todavía hay esperanza y queda tiempo para evitar los peores impactos del cambio climático, siempre que haya una acción rápida y decidida, porque sabemos que «los seres humanos, capaces de degradarse hasta el extremo también pueden sobreponerse, volver a optar por el bien y regenerarse “(Laudato si ‘, 205).
Os doy nuevamente las gracias por haber respondido generosamente una vez más a la invitación del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral. Os aseguro mis oraciones por vuestras decisiones; e invoco de todo corazón las bendiciones del Señor sobre vosotros y vuestras familias.
15.06.19


















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