El
Papa al jubileo de América: ‘Llevemos el bálsamo del Señor a la cultura del
descarte’
El Santo Padre envía un Videomensaje
para la apertura del evento al que participan 15 cardenales, 120 obispos y
representantes católicos de toda América
27 agosto
2016
Roma).- El papa Francisco envió un videomensaje a los
participantes del Jubileo de la Continental Misericordia,
que se realiza en Bogotá y cuenta con la participación de 15 cardenales,
más de 120 obispos, y dirigentes de todos los niveles de instituciones
religiosas y laicas de inspiración católica de 22 países de América Latina,
además de Estados Unidos y Canadá. El video que marcó la apertura del evento
que durará hasta el martes 30, contó con la participación del presidente de
Colombia, Juan Manuel Santos, que también dirigió unas palabras.
El Papa celebra que hayan podido participar a este
evento todos los países de América, “ante los intentos de fragmentación y de
enfrentar a nuestros pueblos” dijo.
Y les recordó a los participantes, que nos encontramos
en medio a “una cultura fracturada, a una cultura que respira descarte”, que
está “viciada por la exclusión de todo lo que puede atentar contra los
intereses de unos pocos”, que va dejando por el camino “rostros de ancianos, de
niños, de minorías étnicas que son vistas como amenaza”.
Esa cultura al mismo tiempo, señala el Santo Padre
“promueve la comodidad de unos pocos en el aumento del sufrimiento de
muchos” y “no sabe acompañar a los jóvenes en sus sueños, narcotizándolos con
promesas de felicidades etéreas y esconde la memoria viva de sus mayores”.
“A esa sociedad, a esa cultura –exhorta el Papa en el
videomensaje– el Señor nos envía” para llevar “el bálsamo de su presencia”.
El Santo Padre citando la carta a Timoteo,
asegura que Pablo no anda con vueltas y dice que Jesucristo vino al mundo
para salvar a los pecadores y que “en medio de nuestras múltiples caídas,
Jesucristo nos vio, se acercó, nos dio su mano y nos trató con misericordia”.
¿A quién? , se pregunta Francisco, y responde: “A mí, a vos, a vos, a vos, a
todos”.
O sea que Pablo llama doctrina segura a esto: “fuimos
tratados con misericordia. Y ese es el centro de su carta a Timoteo”. Porque
para Pablo, su relación con Jesús está sellada por la forma en que lo trató.
“Lejos de ser una idea, un deseo, una teoría –e inclusive una ideología–,
la misericordia es una forma concreta de ‘tocar’ la fragilidad, de vincularnos
con los otros, de acercarnos entre nosotros”.
Señala que existe un alzheimer espiritual y nos
olvidamos de cómo el Señor nos ha tratado y comenzamos a juzgar y dividir la
sociedad, en buenos y manos, en santos y pecadores, con una lógica separatista.
Advierte entretanto que “al ver actuar a Dios así, nos
puede pasar lo mismo que al hijo mayor de la parábola del Padre Misericordioso:
escandalizarnos por el trato que tiene el padre al ver a su hijo menor que
vuelve”, porque lo trató con ternura, porque lo hizo vestirse con los mejores
vestidos estando tan sucio. “Escandalizarnos porque no lo castigó sino que lo
trató como lo que era: hijo”.
El pontífice propone por lo tanto “un trato renovado,
buscando que nuestra forma de vincularnos se inspire en la que Dios soñó”.
Aseguró que “en esto se juega nuestra catequesis, nuestros seminarios” y
también “nuestra organización parroquial y nuestra pastoral”.
“Somos en teoría ‘misioneros de la misericordia’ y
muchas veces sabemos más de ‘maltratos’ que de un buen trato. Por favor, se lo
pido: Pastores que sepan tratar y no maltratar”, dijo.
Invitó por ello a aprender a tratar “a la gente
que no se acerca a nuestras comunidades y que anda herida por los caminos de la
historia esperando recibir ese trato de misericordia” y “a dar la mano a aquel
que está caído sin miedo a los comentarios”.
El Papa concluye sus palabras recordando que el
Jubileo Continental de la Misericordia “no es un congreso, un meeting,
un seminario o una conferencia. Este encuentro de todos es una celebración:
fuimos invitados a celebrar el trato de Dios con cada uno de nosotros y con su
Pueblo”.
Por eso, creo que es un buen momento para que digamos
juntos: “Señor, me he dejado engañar, de mil maneras escapé de tu amor, pero
aquí estoy, estoy otra vez para renovar mi alianza contigo”.
Y concluye deseando “que este encuentro nos ayude a
salir fortalecidos en la convicción de transmitir la dulce y confortadora
alegría del Evangelio de la misericordia”.
Texto completo del videomensaje del papa Francisco al Jubileo Continental
de la Misericordia
Celebro la iniciativa del CELAM y la CAL, en contacto
con los episcopados de Estados Unidos y Canadá –me recuerda el Sínodo de
América esto– de tener esta oportunidad de celebrar como Continente el Jubileo
de la Misericordia. Me alegra saber que han podido participar todos los países
de América. Frente a tantos intentos de fragmentación, de división y de
enfrentar a nuestros pueblos, estas instancias nos ayudan a abrir horizontes y
estrecharnos una y otra vez las manos; un gran signo que nos anima en la
esperanza.
Para comenzar, me viene la palabra del apóstol Pablo a
su discípulo predilecto: «Doy gracias a nuestro Señor Jesucristo, porque me ha
fortalecido y me ha considerado digno de confianza, llamándome a su servicio a
pesar de mis blasfemias, persecuciones e insolencias anteriores. Pero fui
tratado con misericordia, porque cuando no tenía fe, actuaba así por
ignorancia. Y sobreabundó en mí la gracia de nuestro Señor, junto con la fe y
el amor de Cristo Jesús. Es doctrina cierta y digna de fe que Jesucristo vino
al mundo para salvar a los pecadores, y yo soy el peor de ellos. Si encontré
misericordia, fue para que Jesucristo demostrará en mi toda su paciencia» (1
Tm, 1,12-16a).
Esto se lo dice a Timoteo en su Primera Carta,
capítulo primero, versículos 12 al 16. Y al decírselo a él, lo quiere hacer con
cada uno de nosotros. Palabras que son una invitación, yo diría una
provocación. Palabras que quieren poner en movimiento a Timoteo y a todos los
que a lo largo de la historia las irán escuchando. Son palabras ante las cuales
no permanecemos indiferentes, por el contrario, ponen en marcha toda nuestra
dinámica personal.
Y Pablo no anda con vueltas: Jesucristo vino al mundo
para salvar a los pecadores, y él se cree el peor de ellos. Tiene una
conciencia clara de quién es, no oculta su pasado e inclusive su presente. Pero
esta descripción de sí mismo no la hace ni para victimizarse ni para
justificarse, ni tampoco para gloriarse de su condición. Es el comienzo de la
carta, ya en los versículos anteriores le ha avisado a Timoteo sobre «fabulas y
genealogías interminables», sobre «vanas palabrerías», y advirtiendo que todas
ellas terminan en «disputas», en peleas. El acento ‒ podríamos
pensar a primera vista ‒ es su ser pecador, pero para que Timoteo, y con él cada uno de nosotros
pueda ponerse en esa misma sintonía. Si usáramos términos futbolísticos podríamos
decir: levanta un centro para que otro cabecee. Nos «pasa la pelota» para que
podamos compartir su misma experiencia: a pesar de todos mis pecados «fui
tratado con misericordia».
Tenemos la oportunidad de estar aquí, porque con Pablo
podemos decir: fuimos tratados con misericordia. En medio de nuestros pecados,
nuestros límites, nuestras miserias; en medio de nuestras múltiples caídas,
Jesucristo nos vio, se acercó, nos dio su mano y nos trató con misericordia. ¿A
quién? A mí, a vos, a vos, a vos, a todos. Cada uno de nosotros podrá hacer
memoria, repasando todas las veces que el Señor lo vio, lo miró, se acercó y lo
trató con misericordia. Todas las veces que el Señor volvió a confiar, volvió a
apostar (cf. Ez 16). Y a mí me vuelve a la memoria el capítulo 16 de Ezequiel,
ese no cansarse de apostar por cada uno de nosotros que tiene el Señor.
Y eso es lo que Pablo llama doctrina segura ‒ ¡curioso! ‒, esto es
doctrina segura: fuimos tratados con misericordia. Y es ese el centro de su
carta a Timoteo. En este contexto jubilar, cuánto bien nos hace volver sobre
esta verdad, repasar cómo el Señor a lo largo de nuestra vida se acercó y nos
trató con misericordia, poner en el centro la memoria de nuestro pecado y no de
nuestros supuestos aciertos, crecer en una conciencia humilde y no culposa de
nuestra historia de distancias ‒ la nuestra, no la ajena, no la de aquel que está al
lado, menos la de nuestro pueblo ‒ y volver a maravillarnos de la
misericordia de Dios. Esa es palabra cierta, es doctrina segura y nunca
palabrerío.
Hay una particularidad en el texto que quisiera
compartir con ustedes. Pablo no dice «el Señor me habló o me dijo», «el Señor
me hizo ver o aprender». Él dice: «Me trató con». Para Pablo, su relación con
Jesús está sellada por la forma en que lo trató. Lejos de ser una idea, un
deseo, una teoría ‒ e inclusive una ideología ‒, la misericordia es una forma concreta de «tocar» la
fragilidad, de vincularnos con los otros, de acercarnos entre nosotros.
Es una forma concreta de encarar a las personas cuando
están en la «mala». Es una acción que nos lleva a poner lo mejor de cada uno
para que los demás se sientan tratados de tal forma que puedan sentir que en su
vida todavía no se dijo la última palabra. Tratados de tal manera que el que se
sentía aplastado por el peso de sus pecados, sienta el alivio de una nueva
posibilidad.
Lejos de ser una bella frase, es la acción concreta
con la que Dios quiere relacionarse con sus hijos. Pablo utiliza aquí la voz
pasiva –perdonen la pedantería de esta referencia un poco exquisita– y el
tiempo aoristo –discúlpenme la traducción un poco referencial– pero bien podría
decirse «fui misericordiado». La pasiva lo deja a Pablo en situación de
receptor de la acción de otro, él no hace nada más que dejarse misericordiar.
El aoristo del original nos recuerda que en él esa experiencia aconteció en un
momento puntual que recuerda, agradece, festeja.
El Dios de Pablo genera el movimiento que va del
corazón a las manos, el movimiento de quien no tiene miedo a acercarse, que no
tiene miedo a tocar, a acariciar; y esto sin escandalizarse ni condenar, sin
descartar a nadie. Una acción que se hace carne en la vida de las personas.
Comprender y aceptar lo que Dios hace por nosotros ‒ un Dios que
no piensa, ama ni actúa movido por el miedo sino porque confía y espera nuestra
transformación ‒ quizás deba ser nuestro criterio hermenéutico, nuestro modo de operar: «Ve
tú y actúa de la misma manera» (Lc 10,39). Nuestro modo de actuar con los demás
nunca será, entonces, una acción basada en el miedo sino en la esperanza que él
tiene en nuestra transformación.
Y pregunto: ¿Esperanza de transformación o miedo? Una
acción basada en el miedo lo único que consigue es separar, dividir, querer
distinguir con precisión quirúrgica un lado del otro, construir falsas
seguridades, por lo tanto, construir encierros. Una acción basada en la
esperanza de transformación, en la conversión, impulsa, estimula, apunta al
mañana, genera espacios de oportunidad, empuja. Una acción basada en el miedo,
es una acción que pone el acento en la culpa, en el castigo, en el «te
equivocaste».
Una acción basada en la esperanza de transformación
pone el acento en la confianza, en el aprender, en levantarse; en buscar
siempre generar nuevas oportunidades. ¿Cuántas veces? 70 veces 7. Por eso, el
trato de misericordia despierta siempre la creatividad. Pone el acento en el
rostro de la persona, en su vida, en su historia, en su cotidianidad. No se
casa con un modelo o con una receta, sino que posee la sana libertad de
espíritu de buscar lo mejor para el otro, en la manera que esta persona pueda
comprenderlo. Y esto pone en marcha todas nuestras capacidades, todos nuestros
ingenios, esto nos hace salir de nuestros encierros. Nunca es vana palabrería ‒ al decir de
Pablo ‒ que nos enreda en disputas interminables, la acción basada en la esperanza
de transformación es una inteligencia inquieta que hace palpitar el corazón y
le pone urgencia a nuestras manos. Palpitar el corazón y urgencia a nuestras
manos. El camino que va del corazón a las manos.
Al ver actuar a Dios así, nos puede pasar lo mismo que
al hijo mayor de la parábola del Padre Misericordioso: escandalizarnos por el
trato que tiene el padre al ver a su hijo menor que vuelve. Escandalizarnos
porque le abrió los brazos, porque lo trató con ternura, porque lo hizo
vestirse con los mejores vestidos estando tan sucio. Escandalizarnos porque al
verlo volver, lo besó e hizo fiesta. Escandalizarnos porque no lo castigó sino
que lo trató como lo que era: hijo.
Nos empezamos a escandalizar ‒ esto nos
pasa a todos, es como el proceso, ¿no? ‒ nos empezamos a escandalizar cuando
aparece el alzheimer espiritual; cuando nos olvidamos cómo el Señor nos ha
tratado, cuando comenzamos a juzgar y a dividir la sociedad. Nos invade una lógica
separatista que sin darnos cuenta nos lleva a fracturar más nuestra realidad
social y comunitaria. Fracturamos el presente construyendo «bandos».
Está el bando de los buenos y el de los malos, el de
los santos y el de los pecadores. Esta pérdida de memoria, nos va haciendo
olvidar la realidad más rica que tenemos y la doctrina más clara a ser
defendida. La realidad más rica y la doctrina más clara. Siendo nosotros
pecadores, el Señor no dejó de tratarnos con misericordia. Pablo nunca dejó de
recordar que él estuvo del otro lado, que fue elegido al último, como el fruto
de un aborto. La misericordia no es una «teoría que esgrimir»: «¡ah!, ahora
está de moda hablar de misericordia por este jubileo, y qué se yo, pues sigamos
la moda». No, no es una teoría que esgrimir para que aplaudan nuestra
condescendencia, sino que es una historia de pecado que recordar. ¿Cuál? La
nuestra, la mía y la tuya. Y un amor que alabar. ¿Cuál? El de Dios, que me
trató con misericordia.
Estamos insertos en una cultura fracturada, en una
cultura que respira descarte. Una cultura viciada por la exclusión de todo lo
que puede atentar contra los intereses de unos pocos. Una cultura que va
dejando por el camino rostros de ancianos, de niños, de minorías étnicas que
son vistas como amenaza. Una cultura que poco a poco promueve la comodidad de unos
pocos en aumento del sufrimiento de muchos. Una cultura que no sabe acompañar a
los jóvenes en sus sueños narcotizándolos con promesas de felicidades etéreas y
esconde la memoria viva de sus mayores. Una cultura que ha desperdiciado la
sabiduría de los pueblos indígenas y que no ha sabido cuidar la riqueza de sus
tierras.
Todos nos damos cuenta, lo sabemos que vivimos en una
sociedad herida, eso nadie lo duda. Vivimos en una sociedad que sangra y el
costo de sus heridas normalmente lo terminan pagando los más indefensos. Pero
es precisamente a esta sociedad, a esta cultura adonde el Señor nos envía. Nos
envía e impulsa a llevar el bálsamo de «su» presencia. Nos envía con un solo
programa: tratarnos con misericordia. Hacernos prójimos de esos miles de indefensos
que caminan en nuestra amada tierra americana proponiendo un trato diferente.
Un trato renovado, buscando que nuestra forma de vincularnos se inspire en la
que Dios soñó, en la que él hizo. Un trato basado en el recuerdo de que todos
provenimos de lugares errantes, como Abraham, y todos fuimos sacado de lugares
de esclavitud, como el pueblo de Israel.
Sigue resonando en nosotros toda la experiencia vivida
en Aparecida y en la invitación a renovar nuestro ser discípulos misioneros.
Mucho hemos hablado sobre el discipulado, mucho nos hemos preguntado sobre cómo
impulsar una catequesis del discipulado y misionera. Pablo nos da una clave
interesante: el trato de misericordia. Nos recuerda que lo que lo convirtió a
él en apóstol fue ese trato, esa forma cómo Dios se acercó a su vida: «Fui
tratado con misericordia». Lo que lo hizo discípulo fue la confianza que Dios
le dio a pesar de sus muchos pecados. Y eso nos recuerda que podemos tener los
mejores planes, los mejores proyectos y teorías pensando nuestra realidad, pero
si nos falta ese «trato de misericordia», nuestra pastoral quedará truncada a
medio camino.
En esto se juega nuestra catequesis, nuestros
seminarios ‒ ¿enseñamos a nuestros seminaristas este camino de tratar con misericordia?
‒, nuestra organización parroquial y nuestra pastoral. En esto se juega
nuestra acción misionera, nuestros planes pastorales. En esto se juegan
nuestras reuniones de presbiterios e inclusive nuestra forma de hacer teología:
en aprender a tener un trato de misericordia, una forma de vincularnos que día
a día tenemos que pedir ‒ porque es una gracia ‒, que día a día somos invitados a aprender. Un trato
de misericordia entre nosotros obispos, presbíteros, laicos.
Somos en teoría «misioneros de la misericordia» y
muchas veces sabemos más de «maltratos» que de un buen trato. Cuantas veces nos
hemos olvidado en nuestros seminarios de impulsar, acompañar, estimular, una
pedagogía de la misericordia, y que el corazón de la pastoral es el trato de
misericordia. Pastores que sepan tratar y no maltratar. Por favor, se lo pido:
Pastores que sepan tratar y no maltratar.
Hoy somos invitados especialmente a un trato de
misericordia con el santo Pueblo fiel de Dios ‒ que mucho sabe de ser
misericordioso porque es memorioso ‒, con las personas que se acercan a
nuestras comunidades, con sus heridas, dolores, llagas. A su vez, con la gente
que no se acerca a nuestras comunidades y que anda herida por los caminos de la
historia esperando recibir ese trato de misericordia.
La misericordia se aprende en base a la experiencia ‒ en nosotros
primero ‒, como en Pablo: él ha mostrado toda su misericordia, él ha mostrado toda
su misericordiosa paciencia. En base a sentir que Dios sigue confiando y nos
sigue invitando a ser sus misioneros, que nos sigue enviando para que tratemos
a nuestros hermanos de la misma forma con la que él nos trata, con la que él
nos trató, y cada uno de nosotros conoce su historia, puede ir allí y hacer
memoria. La misericordia se aprende, porque nuestro Padre nos sigue perdonando.
Existe ya mucho sufrimiento en la vida de nuestros
pueblos para que todavía le sumemos uno más o algunos más. Aprender a tratar
con misericordia es aprender del Maestro a hacernos prójimos, sin miedo de
aquellos que han sido descartados y que están «manchados» y marcados por el
pecado. Aprender a dar la mano a aquel que está caído sin miedo a los
comentarios. Todo trato que no sea misericordioso, por más justo que parezca,
termina por convertirse en maltrato. El ingenio estará en potenciar los caminos
de la esperanza, los que privilegian el buen trato y hacen brillar la
misericordia.
Queridos hermanos, este encuentro no es un congreso,
un meeting, un seminario o una conferencia. Este encuentro de todos es una
celebración: fuimos invitados a celebrar el trato de Dios con cada uno de
nosotros y con su Pueblo. Por eso, creo que es un buen momento para que digamos
juntos: «Señor, me he dejado engañar, de mil maneras escapé de tu amor, pero
aquí estoy, estoy otra vez para renovar mi alianza contigo. Te necesito.
Rescátame de nuevo, Señor, acéptame una vez más entre tus brazos, esos brazos
redentores» (Evangelii gaudium, 3).
Y agradezcamos, como Pablo a Timoteo, que Dios nos
confíe repetir con su pueblo, los enormes gestos de misericordia que ha tenido
y tiene con nosotros, y que este encuentro nos ayude a salir fortalecidos en la
convicción de transmitir la dulce y confortadora alegría del Evangelio de la
misericordia.