24 de febr. 2020

PAPA - QUARESMA


Mensaje del Papa en Cuaresma: Llamados a “dejarnos reconciliar con Dios”

Conversión a “un diálogo abierto y sincero” con Dios


(24 febrero 2020).- “Invoco la intercesión de la Bienaventurada Virgen María sobre la próxima Cuaresma, para que escuchemos el llamado a dejarnos reconciliar con Dios, fijemos la mirada del corazón en el Misterio pascual y nos convirtamos a un diálogo abierto y sincero con el Señor. De este modo podremos ser lo que Cristo dice de sus discípulos: sal de la tierra y luz del mundo” expuso el Papa Francisco.
Hoy, 24 de febrero de 2020, la Oficina de Prensa de la Santa Sede ha presentado el mensaje del Santo Padre para Cuaresma, titulado “En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios” (2 Co 5,20).
Ante la llegada de la Cuaresma, el próximo miércoles 26 de febrero, el Santo Padre invita a volver continuamente, “con la mente y el corazón” al Misterio de la muerte y la resurrección de Jesús.
Fundamento de la conversión
En el primer apartado, “El misterio, fundamento de la conversión”, Francisco subraya que la alegría del cristiano “brota de la escucha y de la aceptación de la Buena Noticia de la muerte y resurrección de Jesús: el kerygma. En este se resume el Misterio de un amor ‘tan real, tan verdadero, tan concreto, que nos ofrece una relación llena de diálogo sincero y fecundo’ (Exhort. ap. Christus vivit, 117)”.
Después, el Papa remite a la Exhortación apostólica Christus vivit: “Mira los brazos abiertos de Cristo crucificado, déjate salvar una y otra vez. Y cuando te acerques a confesar tus pecados, cree firmemente en su misericordia que te libera de la culpa. Contempla su sangre derramada con tanto cariño y déjate purificar por ella. Así podrás renacer, una y otra vez (n. 123)”.
Urgencia de conversión
El Pontífice remarca la importancia de la oración en el tiempo cuaresmal, pues el contemplar “la experiencia de la misericordia”, solo es posible en dicha práctica, “en un ‘cara a cara’ con el Señor crucificado y resucitado ‘que me amó y se entregó por mí’ (Ga 2,20)”, en el “diálogo de corazón a corazón, de amigo a amigo”.
Orar, “más que un deber, nos muestra la necesidad de corresponder al amor de Dios, que siempre nos precede y nos sostiene”, apunta el Obispo de Roma. Lo que verdaderamente cuenta a los ojos de Dios al rezar “es que penetre dentro de nosotros, hasta llegar a tocar la dureza de nuestro corazón, para convertirlo cada vez más al Señor y a su voluntad”, explicó.
Diálogo de Dios con sus hijos
Para el Papa, esta nueva oportunidad de conversión debería suscitar “un sentido de reconocimiento y sacudir nuestra modorra” ya que, a pesar de la presencia del mal en nuestra realidad, “este espacio que se nos ofrece para un cambio de rumbo manifiesta la voluntad tenaz de Dios de no interrumpir el diálogo de salvación con nosotros”.
Y subraya que el diálogo que desea entablar con el hombre a través de Misterio Pascual, no se parece al que se atribuye a los atenienses, pues, se trata de una charlatanería que “caracteriza la mundanidad de todos los tiempos, y en nuestros días puede insinuarse también en un uso engañoso de los medios de comunicación”.
Riqueza para compartir
Finalmente, el Santo Padre afirma que poner el Misterio Pascual en el centro de la vida significa “sentir compasión por las llagas de Cristo crucificado”. Estas se encuentran presentes en las víctimas de las guerras; de los abusos contra la vida; de todas las formas de violencia; de los desastres medioambientales; de la distribución injusta de los bienes de la tierra; de la trata de personas; y de la idolatría de la “sed desenfrenada de ganancias”.
De este modo, recuerda el deber de las personas de compartir los bienes con los más necesitados a través de la limosna para construir “un mundo más justo”: “Compartir con caridad hace al hombre más humano, mientras que acumular conlleva el riesgo de que se embrutezca, ya que se cierra en su propio egoísmo. Podemos y debemos ir incluso más allá, considerando las dimensiones estructurales de la economía”, aclara.
Por todo ello, Francisco hace referencia a que en esta Cuaresma 2020, del 26 al 28 de marzo, ha convocado a los jóvenes empresarios Mensaje del Santo Padre«
En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios» (2 Co 5,20)

Queridos hermanos y hermanas:
El Señor nos vuelve a conceder este año un tiempo propicio para prepararnos a celebrar con el corazón renovado el gran Misterio de la muerte y resurrección de Jesús, fundamento de la vida cristiana personal y comunitaria. Debemos volver continuamente a este Misterio, con la mente y con el corazón. De hecho, este Misterio no deja de crecer en nosotros en la medida en que nos dejamos involucrar por su dinamismo espiritual y lo abrazamos, respondiendo de modo libre y generoso.
  1. El Misterio pascual, fundamento de la conversión
La alegría del cristiano brota de la escucha y de la aceptación de la Buena Noticia de la muerte y resurrección de Jesús: el kerygma. En este se resume el Misterio de un amor «tan real, tan verdadero, tan concreto, que nos ofrece una relación llena de diálogo sincero y fecundo» (Exhort. ap. Christus vivit, 117). Quien cree en este anuncio rechaza la mentira de pensar que somos nosotros quienes damos origen a nuestra vida, mientras que en realidad nace del amor de Dios Padre, de su voluntad de dar la vida en abundancia (cf. Jn 10,10). En cambio, si preferimos escuchar la voz persuasiva del «padre de la mentira» (cf. Jn 8,45) corremos el riesgo de hundirnos en el abismo del sinsentido, experimentando el infierno ya aquí en la tierra, como lamentablemente nos testimonian muchos hechos dramáticos de la experiencia humana personal y colectiva.
Por eso, en esta Cuaresma 2020 quisiera dirigir a todos y cada uno de los cristianos lo que ya escribí a los jóvenes en la Exhortación apostólica Christus vivit: «Mira los brazos abiertos de Cristo crucificado, déjate salvar una y otra vez. Y cuando te acerques a confesar tus pecados, cree firmemente en su misericordia que te libera de la culpa. Contempla su sangre derramada con tanto cariño y déjate purificar por ella. Así podrás renacer, una y otra vez» (n. 123). La Pascua de Jesús no es un acontecimiento del pasado: por el poder del Espíritu Santo es siempre actual y nos permite mirar y tocar con fe la carne de Cristo en tantas personas que sufren.
  1. Urgencia de conversión
Es saludable contemplar más a fondo el Misterio pascual, por el que hemos recibido la misericordia de Dios. La experiencia de la misericordia, efectivamente, es posible sólo en un «cara a cara» con el Señor crucificado y resucitado «que me amó y se entregó por mí» (Ga 2,20). Un diálogo de corazón a corazón, de amigo a amigo. Por eso la oración es tan importante en el tiempo cuaresmal. Más que un deber, nos muestra la necesidad de corresponder al amor de Dios, que siempre nos precede y nos sostiene. De hecho, el cristiano reza con la conciencia de ser amado sin merecerlo. La oración puede asumir formas distintas, pero lo que verdaderamente cuenta a los ojos de Dios es que penetre dentro de nosotros, hasta llegar a tocar la dureza de nuestro corazón, para convertirlo cada vez más al Señor y a su voluntad.
Así pues, en este tiempo favorable, dejémonos guiar como Israel en el desierto (cf. Os 2,16), a fin de poder escuchar finalmente la voz de nuestro Esposo, para que resuene en nosotros con mayor profundidad y disponibilidad. Cuanto más nos dejemos fascinar por su Palabra, más lograremos experimentar su misericordia gratuita hacia nosotros. No dejemos pasar en vano este tiempo de gracia, con la ilusión presuntuosa de que somos nosotros los que decidimos el tiempo y el modo de nuestra conversión a Él.
  1. La apasionada voluntad de Dios de dialogar con sus hijos
El hecho de que el Señor nos ofrezca una vez más un tiempo favorable para nuestra conversión nunca debemos darlo por supuesto. Esta nueva oportunidad debería suscitar en nosotros un sentido de reconocimiento y sacudir nuestra modorra. A pesar de la presencia —a veces dramática— del mal en nuestra vida, al igual que en la vida de la Iglesia y del mundo, este espacio que se nos ofrece para un cambio de rumbo manifiesta la voluntad tenaz de Dios de no interrumpir el diálogo de salvación con nosotros. En Jesús crucificado, a quien «Dios hizo pecado en favor nuestro» (2 Co 5,21), ha llegado esta voluntad hasta el punto de hacer recaer sobre su Hijo todos nuestros pecados, hasta “poner a Dios contra Dios”, como dijo el papa Benedicto XVI (cf. Enc. Deus caritas est, 12). En efecto, Dios ama también a sus enemigos (cf. Mt 5,43-48).
El diálogo que Dios quiere entablar con todo hombre, mediante el Misterio pascual de su Hijo, no es como el que se atribuye a los atenienses, los cuales «no se ocupaban en otra cosa que en decir o en oír la última novedad» (Hch 17,21). Este tipo de charlatanería, dictado por una curiosidad vacía y superficial, caracteriza la mundanidad de todos los tiempos, y en nuestros días puede insinuarse también en un uso engañoso de los medios de comunicación.
  1. Una riqueza para compartir, no para acumular sólo para sí mismo
Poner el Misterio pascual en el centro de la vida significa sentir compasión por las llagas de Cristo crucificado presentes en las numerosas víctimas inocentes de las guerras, de los abusos contra la vida tanto del no nacido como del anciano, de las múltiples formas de violencia, de los desastres medioambientales, de la distribución injusta de los bienes de la tierra, de la trata de personas en todas sus formas y de la sed desenfrenada de ganancias, que es una forma de idolatría.
Hoy sigue siendo importante recordar a los hombres y mujeres de buena voluntad que deben compartir sus bienes con los más necesitados mediante la limosna, como forma de participación personal en la construcción de un mundo más justo. Compartir con caridad hace al hombre más humano, mientras que acumular conlleva
el riesgo de que se embrutezca, ya que se cierra en su propio egoísmo. Podemos y debemos ir incluso más allá, considerando las dimensiones estructurales de la economía. Por este motivo, en la Cuaresma de 2020, del 26 al 28 de marzo, he convocado en Asís a los jóvenes economistas, empresarios y change-makers, con el objetivo de contribuir a diseñar una economía más justa e inclusiva que la actual. Como ha repetido muchas veces el magisterio de la Iglesia, la política es una forma eminente de caridad (cf. Pío XI, Discurso a la FUCI, 18 diciembre 1927). También lo será el ocuparse de la economía con este mismo espíritu evangélico, que es el espíritu de las Bienaventuranzas.
Invoco la intercesión de la Bienaventurada Virgen María sobre la próxima Cuaresma, para que escuchemos el llamado a dejarnos reconciliar con Dios, fijemos la mirada del corazón en el Misterio pascual y nos convirtamos a un diálogo abierto y sincero con el Señor. De este modo podremos ser lo que Cristo dice de sus discípulos: sal de la tierra y luz del mundo (cf. Mt 5,13-14).
FRANCISCO




Santa Marta: Un solo camino contra la mundanidad, “servir a los demás”

Reflexión del Papa en la Misa

(25 febrero 2020).- “Contra el espíritu del mundo hay solo un camino: la humildad. Servir a los demás, elegir el último lugar, no trepar”, dijo el Papa Francisco.
Hoy, 25 de febrero de 2020, en la homilía de la Misa en la Casa Santa Marta, el Santo Padre reflexionó en torno al pasaje del Evangelio de hoy (Mc 9,30-37). En él, Jesús expone a los doce apóstoles que quien quiera ser el primero está llamado a hacerse el último y el servidor de todos.
En este sentido, Francisco señaló que no se puede vivir el Evangelio haciendo compromisos, sino que hay que elegir el camino del servicio. De lo contrario, se termina en el espíritu del mundo, que apunta al dominio de los demás y es “enemigo de Dios”.
Jesús era consciente de que los discípulos habían discutido entre ellos sobre quién era el más grande “por ambición”, describió el Papa. Para él, esta disputa diciendo “yo debo ir adelante, yo debo subir”, constituye el espíritu del mundo, la mundanidad.
Ansiedad de mundanidad
Del mismo modo, remitió a la primera lectura de la liturgia de hoy (Stg 4, 1-10), en la que el apóstol Santiago recuerda que el amor por el mundo es el enemigo de Dios y que subraya esta cuestión.
Esta ansiedad de mundanidad, esta ansiedad de ser más importante que los demás y decir: ‘¡No! Yo merezco esto, no lo merece el otro’. Ésta es la mundanidad, éste es el espíritu del mundo y quien respira este espíritu, respira la enemistad de Dios”, explica el Pontífice.
Y recordó que “Jesús, en otro pasaje, dice a los discípulos: ‘O estáis conmigo o estáis contra mí’. No hay compromisos en el Evangelio. Y cuando uno quiere vivir el Evangelio haciendo compromisos, al final se encuentra con el espíritu mundano, que siempre trata de hacer compromisos para trepar más, para dominar, para ser más grande”.
Deseos mundanos
Remitiendo de nuevo a las palabras de Santiago, el Obispo de Roma remarcó que tantas guerras y tantas peleas tienen su origen precisamente de deseos mundanos, de pasiones. Y agregó que es cierto que “hoy en día el mundo entero está sembrado de guerras. ¿Pero las guerras que hay entre nosotros? Como aquella que había  entre los apóstoles: ¿quién es el más importante?”.
“’Mira la carrera que hice. ¡Ahora no puedo volver atrás!’ Ese es el espíritu del mundo y eso no es cristiano. ‘¡No! ¡Es mi turno! Tengo que ganar más para tener más dinero y más poder’. Éste es el espíritu del mundo”, expuso.
Después se refirió a “la maldad de los chismes: las habladurías. ¿De dónde viene? De la envidia. El gran envidioso es el diablo, lo sabemos, la Biblia lo dice. Por envidia. Por la envidia del diablo entra el mal en el mundo. La envidia es una termita que te lleva a destruir, a hablar mal, a aniquilar al otro”.
Ocupar el último lugar
Jesús reprende a los discípulos porque en su conversación estaban presentes todas estas pasiones. Así, los insta a convertirse en servidores de todos y a ocupar el último lugar: “¿Quién es el más importante de la Iglesia? El Papa, los obispos, los monseñores, los cardenales, los párrocos de las más bellas parroquias, los presidentes de asociaciones laicas… ¡No! El más grande de la Iglesia es el que se hace servidor de todos, aquel que sirve a todos, no el que tiene más títulos”,  indicó el Papa.
Y para hacer entender esto, tomó un niño, lo puso en medio de ellos y, abrazándolo con ternura -porque Jesús hablaba con ternura, tenía tanta – les dijo: ‘El que recibe a uno de estos pequeños, me recibe a mí’, es decir, el que acoge al más humilde, al más servidor. Éste es el camino”, describió.
Servidores de todos
En definitiva, Francisco indicó que no se debe “negociar con el espíritu del mundo”.
La mundanidad, de hecho, “es enemiga de Dios”. En contraposición, es preciso escuchar las sabias y confortadoras de Jesús en el Evangelio: “El que quiera ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos”.
26.02.20





El “desierto cuaresmal”, “camino de caridad” –  Catequesis completa

Miércoles de Ceniza

(26 de febrero 2020).- Para el Papa Francisco, el desierto cuaresmal “es el lugar de la soledad” que nos lleva a los solitarios y marginados, a los que, “acallados, piden silenciosamente nuestra ayuda. Tantas miradas silenciosas que piden nuestra ayuda. El camino en el desierto cuaresmal es un camino de caridad hacia los más débiles”.
Hoy, 26 de febrero de 2020, Miércoles de Ceniza, en la plaza de San Pedro, el Santo centró la reflexión de su catequesis en la Cuaresma. Concretamente, el pasaje del Evangelio según san Lucas (Lc 4,1) en el que  Jesús se adentra en el desierto.
Desierto espiritual
En primer lugar, Francisco resaltó que el camino de cuaresmal constituye “un camino de cuarenta días hacia la Pascua, hacia el corazón del año litúrgico y de la fe”, que sigue el retiro de Jesús al desierto para rezar y ayunar y en el que fue tentado por el diablo.
Después, quiso explicar el significado del desierto desde un punto de vista espiritual. Así, describió que el desierto es el lugar donde nos separamos del ruido que nos rodea, donde se hace el silencio y “se reencuentra la intimidad con Dios, el amor del Señor”.
De este modo, el Papa señaló que la Cuaresma es el tiempo propicio “para hacer sitio a la Palabra de Dios”, para “apagar el televisor y abrir la Biblia”, “de desconectarnos del móvil y conectarnos al Evangelio”. Y también de “dejar las palabras inútiles, la charlatanería, los rumores, los chismes, y hablar y habar de ‘tú’ al Señor”.
Distinguir lo esencial
El Pontífice también se refirió a que el ambiente actual “está contaminado por demasiada violencia verbal, por tantas palabras ofensivas y dañinas, que la red amplifica”. Estamos, continuó, “acostumbrados a escuchar de todo sobre todos y nos arriesgamos a caer en una mundanidad que nos atrofia el corazón” y “nos cuesta distinguir la voz del Señor que nos habla, la voz de la conciencia, la voz del bien. Jesús, llamándonos al desierto, nos invita a escuchar lo que importa, lo importante, lo esencial”.

El desierto es el lugar de lo esencial. Miremos nuestras vidas: ¡cuántas cosas inútiles nos rodean! Perseguimos mil cosas que parecen necesarias y en realidad no lo son. ¡Cuánto bien nos haría deshacernos de tantas realidades superfluas, redescubrir lo que importa, encontrar los rostros de los que están a nuestro lado!”. Por eso, ayunar es saber renunciar “a las cosas vanas, a lo superfluo, para ir a lo esencial”, “buscar la belleza de una vida más simple”, expuso el Obispo de Roma.
Finalmente, el Santo Padre apuntó que la oración, el ayuno y las obras de misericordia constituyen el “camino en el desierto cuaresmal” y animó a entrar en él con Jesús, “saboreando la Pascua, el poder del amor de Dios que renueva la vida”.
Catequesis del Santo Padre
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy, Miércoles de Ceniza, comenzamos el camino de cuaresmal, un camino de cuarenta días hacia la Pascua, hacia el corazón del año litúrgico y de la fe. Es un camino que sigue al de Jesús, que al principio de su ministerio se retiró durante cuarenta días para rezar y ayunar, tentado por el diablo, en el desierto. Es precisamente del significado espiritual del desierto lo que me gustaría hablarles hoy. Lo que el desierto significa espiritualmente para todos nosotros, incluso para los que vivimos en la ciudad, lo que el desierto significa.
Imaginemos que estamos en un desierto. La primera sensación sería encontrarnos rodeados de un gran silencio: ningún ruido, aparte del viento y nuestra respiración. Aquí, el desierto es el lugar de separación del ruido que nos rodea. Es la ausencia de palabras para dar espacio a otra Palabra, la Palabra de Dios, que como una suave brisa acaricia nuestros corazones (cf. 1 Reyes 19:12). El desierto es el lugar de la Palabra, con mayúscula. En la Biblia, de hecho, al Señor le encanta hablarnos en el desierto. En el desierto le da a Moisés las “diez palabras”, los diez mandamientos. Y cuando el pueblo se aleja de Él, convirtiéndose en una novia infiel, Dios dice: “He aquí que la conduciré al desierto y le hablaré al corazón”. Allí me responderá, como en los días de su juventud” (Os 2, 16-17). En el desierto se oye la Palabra de Dios, que es como un sonido ligero. El Libro de los Reyes dice que la Palabra de Dios es como un hilo de silencio sonoro. En el desierto se reencuentra la intimidad con Dios, el amor del Señor. A Jesús le gustaba retirarse todos los días a lugares desiertos para orar (cf. Lc 5:16). Nos enseñó a buscar al Padre, que nos habla en silencio. Y no es fácil estar en silencio en el corazón, porque siempre intentamos hablar un poco, estar con los demás.
La Cuaresma es el tiempo propicio para hacer sitio a la Palabra de Dios. Es el tiempo de apagar el televisor y abrir la Biblia. Es el momento de desconectarnos del móvil y conectarnos al Evangelio. Cuando era niño no había televisión, pero existía el hábito de no escuchar la radio. La Cuaresma es desierto, es hora de rendirse, de desconectarse del móvil y conectarse al Evangelio. Es el momento de dejar las palabras inútiles, la charlatanería, los rumores, los chismes, y hablar y habar de “tú” al Señor. Es el momento de dedicarnos a una sana ecología del corazón, hacer limpieza ahí. Vivimos en un ambiente contaminado por demasiada violencia verbal, por tantas palabras ofensivas y dañinas, que la red amplifica. Hoy se insulta como si se dijese “Buenos días”. Estamos inundados de palabras vacías, publicidad, mensajes falsos. Estamos acostumbrados a escuchar de todo sobre todos y nos arriesgamos a caer en una mundanidad que nos atrofia el corazón y no hay un bypass para curar esto, solo el silencio. Nos cuesta distinguir la voz del Señor que nos habla, la voz de la conciencia, la voz del bien. Jesús, llamándonos al desierto, nos invita a escuchar lo que importa, lo importante, lo esencial. Al diablo que lo tentaba le respondió: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4,4). Como el pan, más que el pan necesitamos la Palabra de Dios, necesitamos hablar con Dios: necesitamos rezar. Porque solo ante Dios salen a la luz las inclinaciones del corazón y caen las dobleces del alma. Aquí está el desierto, lugar de vida, no de muerte, porque dialogar en silencio con el Señor nos devuelve la vida.
Intentemos de nuevo pensar en un desierto. El desierto es el lugar de lo esencial. Miremos nuestras vidas: ¡cuántas cosas inútiles nos rodean! Perseguimos mil cosas que parecen necesarias y en realidad no lo son. ¡Cuánto bien nos haría deshacernos de tantas realidades superfluas, redescubrir lo que importa, encontrar los rostros de los que están a nuestro lado! Jesús también nos da un ejemplo de esto, ayunando. Ayunar es saber renunciar a las cosas vanas, a lo superfluo, para ir a lo esencial. El ayuno no es solo para perder peso, el ayuno es ir precisamente a lo esencial, es buscar la belleza de una vida más simple.
El desierto, finalmente, es el lugar de la soledad. Incluso hoy, cerca de nosotros, hay muchos desiertos. Son las personas solitarias y abandonadas. ¡Cuántos pobres y ancianos están a nuestro lado y viven en silencio, sin hacer escándalo, marginados y descartados! Hablar de ellos no da audiencia. Pero el desierto nos lleva a ellos, a aquellos que, silenciados, piden silenciosamente nuestra ayuda. Tantas miradas silenciosas que piden nuestra ayuda. El camino en el desierto cuaresmal es un camino de caridad hacia los más débiles.
Oración, ayuno, obras de misericordia: este es el camino en el desierto de Cuaresma.
Queridos hermanos y hermanas, con la voz del profeta Isaías, Dios ha hecho esta promesa: “He aquí que hago algo nuevo, abriré camino en el desierto” (Is 43,19). En el desierto se abre el camino que nos lleva de la muerte a la vida. Entramos en el desierto con Jesús, saldremos de él saboreando la Pascua, el poder del amor de Dios que renueva la vida. Nos pasará como a esos desiertos que florecen en primavera, haciendo germinar de repente, “de la nada”, los brotes y las plantas. Ánimo, entremos en este desierto de Cuaresma, sigamos a Jesús en el desierto: con Él nuestros desiertos florecerán.
26.02.20


Papa Francisco: “¿No crees que Dios puede transformar nuestro polvo en gloria?”

Homilía Miércoles de Ceniza


(26 feb. 2020).- “La ceniza nos recuerda así el trayecto de nuestra existencia: del polvo a la vida. Somos polvo, tierra, arcilla, pero si nos dejamos moldear por las manos de Dios, nos convertimos en una maravilla”, Francisco ha celebrado la Eucaristía esta tarde, Miércoles de Ceniza, en la iglesia de Santa Sabina, como es tradicional.
Este miércoles, 26 de febrero de 2020, la Iglesia conmemora un momento importante: El comienzo de la Cuaresma, 40 días de preparación para el Misterio Pascual, que comenzará el Jueves Santo.
Es un tiempo de gracia, para acoger la mirada amorosa de Dios sobre nosotros y, sintiéndonos mirados así, cambiar de vida”. El Papa alienta a vivir este tiempo con esperanza: “El Señor nos anima: lo poco que somos tiene un valor infinito a sus ojos. Ánimo, nacimos para ser amados, nacimos para ser hijos de Dios”.
Dos pasos
De este modo, en el camino hacia la Pascua, el Pontífice proponer dar dos pasos:
El primero, del polvo a la vida, “de nuestra frágil humanidad a la humanidad de Jesús, que nos sana”. Y ofrece algunos gestos como ponernos delante del Crucifijo, quedarnos allí, mirar y repetir: “Jesús, tú me amas, transfórmame… Jesús, tú me amas, transfórmame…”.
Después de haber acogido su amor, después de haber llorado ante este amor”, se da el segundo paso, invita Francisco, “para no volver a caer de la vida al polvo”. Entonces, “uno va a recibir el perdón de Dios, en la confesión, porque allí el fuego del amor de Dios consume las cenizas de nuestro pecado”.
Amor que damos
Los bienes terrenos –recuerda el Papa– que poseemos “no nos servirán, son polvo que se desvanece”, pero el amor que damos —en la familia, en el trabajo, en la Iglesia, en el mundo— “nos salvará, permanecerá para siempre”.
El Santo Padre llama a la reflexión interior: “Yo, ¿para qué vivo?”. “Si vivo para las cosas del mundo que pasan, vuelvo al polvo, niego lo que Dios ha hecho en mí. Si vivo sólo para traer algo de dinero a casa y divertirme, para buscar algo de prestigio, para hacer un poco de carrera, vivo del polvo. Si juzgo mal la vida sólo porque no me toman suficientemente en consideración o no recibo de los demás lo que creo merecer, sigo mirando el polvo”.
***
Homilía del Papa
Comenzamos la Cuaresma recibiendo las cenizas: “Recuerda que eres polvo y al polvo volverás” (cf. Gn3,19). El polvo en la cabeza nos devuelve a la tierra, nos recuerda que procedemos de la tierra y que volveremos a la tierra. Es decir, somos débiles, frágiles, mortales. Respecto al correr de los siglos y los milenios, estamos de paso; ante la inmensidad de las galaxias y del espacio, somos diminutos. Somos polvo en el universo. Pero somos el polvo amado por Dios. Al Señor le complació recoger nuestro polvo en sus manos e infundirle su aliento de vida (cf. Gn 2,7). Así que somos polvo precioso, destinado a vivir para siempre. Somos la tierra sobre la que Dios ha vertido su cielo, el polvo que contiene sus sueños. Somos la esperanza de Dios, su tesoro, su gloria.
La ceniza nos recuerda así el trayecto de nuestra existencia: del polvo a la vida. Somos polvo, tierra, arcilla, pero si nos dejamos moldear por las manos de Dios, nos convertimos en una maravilla. Y aún así, especialmente en las dificultades y la soledad, solamente vemos nuestro polvo. Pero el Señor nos anima: lo poco que somos tiene un valor infinito a sus ojos. Ánimo, nacimos para ser amados, nacimos para ser hijos de Dios.
Queridos hermanos y hermanas: Al comienzo de la Cuaresma, necesitamos caer en la cuenta de esto. Porque la Cuaresma no es el tiempo para cargar con moralismos innecesarios a las personas, sino para reconocer que nuestras pobres cenizas son amadas por Dios. Es un tiempo de gracia, para acoger la mirada amorosa de Dios sobre nosotros y, sintiéndonos mirados así, cambiar de vida. Estamos en el mundo para caminar de las cenizas a la vida. Entonces, no pulvericemos la esperanza, no incineremos el sueño que Dios tiene sobre nosotros. No caigamos en la resignación. Y te preguntas: “¿Cómo puedo confiar? El mundo va mal, el miedo se extiende, hay mucha crueldad y la sociedad se está descristianizando…”. Pero, ¿no crees que Dios puede transformar nuestro polvo en gloria?
La ceniza que nos imponen en nuestras cabezas sacude los pensamientos que tenemos en la mente. Nos recuerda que nosotros, hijos de Dios, no podemos vivir para ir tras el polvo que se desvanece. Una pregunta puede descender de nuestra cabeza al corazón: “Yo, ¿para qué vivo?”. Si vivo para las cosas del mundo que pasan, vuelvo al polvo, niego lo que Dios ha hecho en mí. Si vivo sólo para traer algo de dinero a casa y divertirme, para buscar algo de prestigio, para hacer un poco de carrera, vivo del polvo. Si juzgo mal la vida sólo porque no me toman suficientemente en consideración o no recibo de los demás lo que creo merecer, sigo mirando el polvo.
No estamos en el mundo para esto. Valemos mucho más, vivimos para mucho más: para realizar el sueño de Dios, para amar. La ceniza se posa sobre nuestras cabezas para que el fuego del amor se encienda en los corazones. Porque somos ciudadanos del cielo y el amor a Dios y al prójimo es el pasaporte al cielo, es nuestro pasaporte. Los bienes terrenos que poseemos no nos servirán, son polvo que se desvanece, pero el amor que damos —en la familia, en el trabajo, en la Iglesia, en el mundo— nos salvará, permanecerá para siempre.
La ceniza que recibimos nos recuerda un segundo camino, el opuesto, el que va de la vida al polvo. Miramos a nuestro alrededor y vemos polvo de muerte. Vidas reducidas a cenizas. Ruinas, destrucción, guerra. Vidas de niños inocentes no acogidos, vidas de pobres rechazados, vidas de ancianos descartados. Seguimos destruyéndonos, volviéndonos de nuevo al polvo. ¡Y cuánto polvo hay en nuestras relaciones! Miremos en nuestra casa, en nuestras familias: cuántos litigios, cuánta incapacidad para calmar los conflictos. ¡Qué difícil es disculparse, perdonar, comenzar de nuevo, mientras que tan fácilmente reclamamos nuestros espacios y nuestros derechos! Hay tanto polvo que ensucia el amor y destrozado la vida. Incluso en la Iglesia, la casa de Dios, hemos dejado que se deposite tanto polvo, el polvo de la mundanidad.
Y mirémonos dentro, en el corazón: ¡cuántas veces sofocamos el fuego de Dios con las cenizas de la hipocresía! La hipocresía es la inmundicia que hoy en el Evangelio Jesús nos pide que eliminemos. De hecho, el Señor no dice sólo hacer obras de caridad, orar y ayunar, sino cumplir todo esto sin simulación, sin doblez, sin hipocresía (cf. Mt 6,2.5.16). Sin embargo, cuántas veces hacemos algo sólo para ser estimados, para aparentar, para alimentar nuestro ego. Cuántas veces nos decimos cristianos y en nuestro corazón cedemos sin problemas a las pasiones que nos esclavizan. Cuántas veces predicamos una cosa y hacemos otra. Cuántas veces aparentamos ser buenos por fuera y guardamos rencores por dentro. Cuánta doblez tenemos en nuestro corazón… Es polvo que ensucia, ceniza que sofoca el fuego del amor.
Necesitamos limpiar el polvo que se deposita en el corazón. ¿Cómo hacerlo? Nos ayuda la sincera llamada de san Pablo en la segunda lectura: “¡Dejaos reconciliar con Dios!”. Pablo no lo sugiere, lo pide: «En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios» ( 2 Co 5,20). Nosotros habríamos dicho: “¡Reconciliaos con Dios!”. Pero no, usa el pasivo: Dejaos reconciliar. Porque la santidad no es asunto nuestro, sino es gracia. Porque nosotros solos no somos capaces de eliminar el polvo que ensucia nuestros corazones. Porque sólo Jesús, que conoce y ama nuestro corazón, puede sanarlo. La Cuaresma es tiempo de curación.
Entonces, ¿qué debemos hacer? En el camino hacia la Pascua podemos dar dos pasos: el primero, del polvo a la vida, de nuestra frágil humanidad a la humanidad de Jesús, que nos sana. Podemos ponernos delante del Crucifijo, quedarnos allí, mirar y repetir: “Jesús, tú me amas, transfórmame… Jesús, tú me amas, transfórmame …”. Y después de haber acogido su amor, después de haber llorado ante este amor, se da el segundo paso, para no volver a caer de la vida al polvo. Uno va a recibir el perdón de Dios, en la confesión, porque allí el fuego del amor de Dios consume las cenizas de nuestro pecado. El abrazo del Padre en la confesión nos renueva por dentro, limpia nuestro corazón. Dejémonos reconciliar para vivir como hijos amados, como pecadores perdonados, como enfermos sanados, como caminantes acompañados. Dejémonos amar para amar. Dejémonos levantar para caminar hacia la meta, la Pascua. Tendremos la alegría de descubrir que Dios nos resucita de nuestras cenizas.
27.02.20


Ligera indisposición” del Papa: se suspende el acto penitencial con el clero

En la Basílica de San Juan de Letrán


(27 feb. 2020).- Esta mañana, el Papa Francisco, debido a una “ligera indisposición”, no fue a la Basílica de San Juan de Letrán, catedral de Roma, para la liturgia penitencial con el clero romano, informó el director de la Oficina de Prensa, Matteo Bruni.
Así, el Obispo de Roma “prefirió permanecer en las cercanías de Santa Marta”, de todo que “los demás compromisos se llevan a cabo regularmente”, especificó el portavoz del Vaticano en un breve comunicado enviado a los periodistas, el jueves, 27 de febrero, a las 10:46 horas.
De hecho, Francisco celebró la Misa matutina en la capilla de la residencia Santa Marta y poco después recibió en audiencia a los miembros del «Movimiento Católico Global del Clima» (Global Catholic Climate Movement), un organismo que colabora con la Iglesia para una mayor tutela de la casa común, inspirado en los valores de la Laudato Si’.
Por su parte, el cardenal Angelo de Donatis, vicario de Roma, leyó el discurso a los sacerdotes que el Papa había preparado para el encuentro cuaresmal en la Basílica de San Juan de Letrán.
28.02.20



El Papa, indispuesto, suspende las audiencia oficiales para el día de hoy

Mantiene las privadas en Santa Marta

(28 feb. 2020).- El Papa ha vuelto a cancelar este viernes, 28 de febrero, la audiencia pública programada para esta mañana, como ya lo hizo ayer, jueves, 27 de febrero, por una “ligera indisposición”, según comunicó Matteo Bruni, director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede.
No obstante, indica el portavoz, el Pontífice ha celebrado la Santa Misa a primera hora de la mañana en la capilla de Santa Marta, como cada día, y ha saludado después a algunos asistentes. Además, Francisco mantiene para hoy las reuniones que figuran en el orden del día de la Casa Santa Marta.
El pasado jueves, 27 de febrero de 2020, el Santo Padre no asistió a la liturgia penitencial que tradicionalmente tiene con las sacerdotes de su diócesis, Roma, en la Basílica de San Juan de Letrán, de modo que el vicario para la diócesis, el cardenal Angelo De Donatis, leyó el discurso preparado por Francisco.
29.02.20




Ángelus: “Jesús no dialoga con el diablo”

Palabras antes del Ángelus


(1 marzo 2020).- A las 12 del mediodía de hoy, el Papa Francisco se asoma a la ventana del estudio del Palacio Apostólico Vaticano para recitar el Ángelus con los fieles y peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro.
Estas son las palabras del Papa al introducir la oración mariana:
***
Palabras del Papa antes del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En este primer domingo de Cuaresma, el Evangelio (cf. Mt 4,1-11) cuenta que Jesús, después, del bautismo en el río Jordán, “fue llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el diablo” (v. 1). Se prepara para comenzar su misión de anunciador del Reino de los Cielos y, como Moisés y Elías (cf. Ex 24:18; 1 Reyes 19:8), lo hace con un ayuno de cuarenta días. Entra en “Cuaresma”
Al final de este período de ayuno, el tentador, el diablo, irrumpe, intenta tres veces poner en dificultad a Jesús. La primera tentación se basa en el hecho de que Jesús tiene hambre, y le sugiere: “Si eres el Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan” (v. 3). Un desafío, pero la respuesta de Jesús es clara. Está escrito: “No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que salga de la boca de Dios”. (4,4). Se refiere a Moisés, cuando le recuerda al pueblo el largo camino realizado en el desierto, en el que aprendió que su vida depende de la Palabra de Dios (cf. Dt 8, 3).
En el segundo intento (vv. 5-6) el diablo se vuelve más astuto, citando también él la Sagrada Escritura. La estrategia es clara: si tu tienes tanta confianza en el poder de Dios, entonces experiméntala, ya que la propia Escritura afirma que será socorrido por los ángeles (v. 6). Pero incluso en este caso Jesús no que se deja confundir, porque el que cree sabe que a Dios no se le pone a prueba, sino que se confía en su bondad. Por lo tanto, a las palabras de la Biblia, interpretadas instrumentalmente por satanás, Jesús responde con otra cita: “También está escrito: ‘No tentarás al Señor tu Dios’”. (v. 7).
Finalmente, el tercer intento (vv. 8-9) revela el verdadero pensamiento del diablo: porque la venida del Reino de los Cielos  marca el comienzo de su derrota, el Maligno querría desviar a Jesús de llevar a cumplimiento su misión, ofreciéndole una perspectiva del mesianismo político. Pero Jesús rechaza la idolatría del poder y de la gloria humana y, al final, expulsa al tentador diciéndole: “¡Vete, Satanás! Porque está escrito: “Al Señor, tu Dios, adorarás: y sólo a Él rendirás culto” (v.10). Y en este punto, con Jesús, fiel al mandato del Padre, se acercaron los ángeles para servirlo (véase el v. 11).
Esto nos enseña una cosa: Jesús no dialoga con el diablo, Jesús responde al diablo  con la Palabra de Dios, no con su palabra y en la tentación, muchas veces nosotros comenzamos a dialogar con la tentación, a dialogar con el diablo: “sí, puedo hacer esto… pero luego me confieso, puedo hacer esto y lo otro”, pero no, dialogar con el diablo. Jesús hace dos cosas con el diablo: lo expulsa o como en este caso responde, con la Palabra de Dios. Estén atentos: jamás dialoguen con la tentación, jamás dialoguen con el diablo
También hoy Satanás irrumpe en la vida de las personas para tentarlas con sus propuestas tentadoras; mezcla la suya con las muchas voces que tratan de domar la conciencia. Desde muchas partes llegan mensajes que invitan a “dejarse tentar” para experimentar el placer de la transgresión. La experiencia de Jesús nos enseña que la tentación es el intento de ir por caminos alternativos a aquellos de Dios: “haz esto, haz lo otro, no te preocupes, luego Dios te perdona!, un día de alegría de gozo, tómalo…” – “¡Pero es un pecado!” – “No, no es nada”. Caminos alternativos que nos dan la sensación de autosuficiencia, del disfrute de la vida como un fin en sí mismo. Pero todo esto es ilusorio: pronto nos damos cuenta de que cuanto más nos alejamos de Dios, más nos sentimos indefensos e impotentes ante los grandes problemas de la existencia.
Que la Virgen María, la Madre de Aquel que aplastó la cabeza de la serpiente, nos ayude en este Tiempo de Cuaresma para estar alerta ante la tentación, a no someternos a ningún ídolo de este mundo, para seguir a Jesús en la lucha contra el mal; y así  nosotros también seremos victoriosos como Jesús.
02.03.20


Discurso del Papa al Clero romano: “Las amarguras en la vida del sacerdote”

Una reflexión ‘ad intra’”

(2 de marzo 2020).- “Las amarguras en la vida de un sacerdote”, es el tema del discurso del Papa Francisco en la tradicional Liturgia Penitencial de inicio de Cuaresma reservada al clero de la diócesis de Roma y celebrada el pasado jueves, 27 de febrero de 2020, en la basílica de San Juan de Letrán.
Dado que el Santo Padre no acudió a esta cita por encontrarse levemente indispuesto, el vicario para la diócesis de Roma, el cardenal Angelo De Donatis, leyó el discurso preparado por Francisco.
A continuación, sigue el discurso completo del Papa.
Discurso del Santo Padre
Una reflexión ad intra
No deseo reflexionar tanto sobre las tribulaciones que surgen de la misión del presbítero: son cosas muy conocidas y ya ampliamente diagnosticadas. Deseo hablaros, en esta ocasión, de un enemigo sutil que encuentra muchas maneras de disfrazarse y esconderse y como un parásito nos roba lentamente la alegría de la vocación a la que un día fuimos llamados. Quiero hablaros de esa amargura centrada en la relación con la fe, el obispo, los hermanos. Sabemos que pueden existir otras raíces y situaciones. Pero estas resumen tantos encuentros que he tenido con algunos de vosotros.
Señalo inmediatamente dos cosas: la primera, que estas líneas son fruto de la escucha de algunos seminaristas y sacerdotes de diferentes diócesis italianas y que no pueden o no deben referirse a ninguna situación específica. La segunda: que la mayor parte de los sacerdotes que conozco son felices con sus vidas y consideran estas amarguras como parte de la vida normal, sin drama. Preferí redundar en aquello que escuché más que expresar mi opinión sobre el tema.
Mirar a la cara de nuestra amargura y enfrentarla nos permite ponernos en contacto con nuestra humanidad, con nuestra bendita humanidad. Y así recordarnos que como sacerdotes no estamos llamados a ser omnipotentes, sino hombres pecadores perdonados y enviados. Como decía san Ireneo de Lyon: “lo que no se asume no se redime”. Dejemos también que estas “amarguras” nos indiquen el camino hacia una mayor adoración al Padre y nos ayuden a experimentar de nuevo el poder de su unción misericordiosa (cf. Lc 15,11-32). Como dice el salmista: “Has cambiado mi lamento en baile, me has quitado el saco, me has vestido de alegría, para que mi corazón te cante, sin callarse”. (Sal 30.12-13).
Primera causa de amargura: problemas con la fe
Creíamos que era Él”, se confiaron los discípulos de Emaús (cf. Lc 24,21). Una esperanza decepcionada está en la raíz de su amargura. Pero debemos reflexionar: ¿es el Señor quien nos ha decepcionado, o hemos confundido la esperanza con nuestras expectativas? La esperanza cristiana en realidad no decepciona y no falla. Esperar no es convencerse de que las cosas mejorarán, sino de que todo lo que sucede tiene sentido a la luz de la Pascua. Pero para esperar cristianamente es preciso – como  enseñaba san Agustín a Proba – vivir una vida de oración sustancial. Es allí donde se aprende a distinguir entre las expectativas y las esperanzas.
Ahora bien, la relación con Dios, más que las decepciones pastorales, puede ser una profunda causa de amargura. A veces parece que no se respetan las expectativas de una vida plena y abundante que teníamos el día de la ordenación. A veces una adolescencia nunca finalizada no ayuda a transitar de los sueños a la spes. Tal vez como sacerdotes somos demasiado “respetables” en nuestra relación con Dios y no nos atrevemos a protestar en la oración, como lo hace a menudo el salmista – no solo por nosotros, sino también por nuestra gente; porque el pastor también carga con la amargura de su pueblo – pero los salmos también han sido “censurados” y difícilmente hacemos nuestra la espiritualidad de la protesta. Así que caemos en el cinismo: infelices y un poco frustrados. La verdadera protesta – del adulto – no es contra Dios sino ante Él, porque nace precisamente de la confianza en Él: el orante recuerda al Padre quién es y qué es digno de su nombre. Debemos santificar su nombre, pero a veces depende de los discípulos despertar al Señor y decirle: “¿No te importa que estemos perdidos? (Mc 4:35-41)”. Así que el Señor quiere involucrarnos directamente en su reino. No como espectadores, sino participando activamente.
¿Cuál es la diferencia entre la expectativa y la esperanza? La expectativa nace cuando nos pasamos la vida salvando nuestras vidas: nos enfadamos buscando seguridad, recompensas, avances… Cuando recibimos lo que queremos casi sentimos que nunca moriremos, ¡que siempre será así! Porque el punto de referencia somos nosotros. La esperanza es algo que nace en el corazón cuando se decide no defenderse más. Cuando reconozco mis límites y que no todo comienza y termina conmigo, entonces reconozco la importancia de la confianza. El teatino Lorenzo Scupoli ya enseñaba esto en su Combate Espiritual: la clave de todo está en un doble y simultáneo movimiento: desconfiar de uno mismo, confiar en Dios. Espero no cuando no hay nada más que hacer, sino cuando dejo de hacer cosas por mí mismo. La esperanza descansa en un pacto: Dios me ha hablado y me ha prometido el día de mi ordenación que la mía será una vida plena, con la plenitud y el sabor de las Bienaventuranzas; ciertamente atribulada – como la de todos los hombres – pero hermosa. Mi vida es gustosa si hago Pascua, no si las cosas van como digo.
Y aquí se comprende algo más: no basta con escuchar solamente la historia para entender estos procesos. Debemos escuchar la historia y nuestra vida a la luz de la Palabra de Dios. Los discípulos de Emaús superaron su decepción cuando el Resucitado abrió sus mentes a la inteligencia de las Escrituras. Entonces: las cosas mejorarán no solo porque cambiaremos de superiores, o de misión, o de estrategias, sino porque nos consolará la Palabra. El profeta Jeremías confesó: “Tu Palabra fue la alegría y el gozo de mi corazón” (15:16).
La amargura, que no es una falta, debe ser aceptada. Puede ser una gran oportunidad. Tal vez también es saludable, porque hace sonar la campana de alarma interior: ten cuidado, has confundido la seguridad con el pacto, te estás volviendo “tonto y tardío de corazón”. Hay una tristeza que puede llevarnos a Dios. Acojámosla, no nos enfademos con nosotros mismos. Puede ser un buen momento. San Francisco de Asís también lo experimentó, nos lo recuerda en su Testamento (cf. Fonti Francescane, 110). La amargura se convertirá en una gran dulzura, y la dulzura fácil y mundana se convertirá en amargura.
Segunda causa de amargura: problemas con el obispo
No quiero caer en la retórica ni buscar el chivo expiatorio, ni tampoco quiero defenderme o defender a los de mi ámbito. El cliché que encuentra la culpa de todo en los superiores ya no se sostiene. Todos tenemos faltas en lo pequeño y en lo grande. Hoy en día parece que se respira una atmósfera general (no solo entre nosotros) de mediocridad generalizada, que no nos permite escalar sobre juicios fáciles. Pero permanece el hecho de que mucha amargura en la vida del sacerdote viene dada por las omisiones de los pastores.
Todos experimentamos nuestras limitaciones y defectos. Nos enfrentamos a situaciones en las que nos damos cuenta de que no estamos adecuadamente preparados… Pero a medida que ascendemos a los servicios y ministerios con mayor visibilidad, las deficiencias se hacen más evidentes y ruidosas; y también es una consecuencia lógica que se juega mucho en esta relación, para bien o para mal. ¿Qué omisiones? No estamos aludiendo aquí a las a menudo inevitables diferencias en torno a los problemas de gestión o los estilos de pastoreo. Esto es tolerable y parte de la vida en esta tierra. Hasta que Cristo no esté en todos, todos intentarán imponerse a todos. Es el Adán caído en nosotros que nos está haciendo estas bromas.
El verdadero problema que amarga no son las diferencias (y tal vez ni siquiera los errores: ¡incluso un obispo tiene derecho a cometer errores como todas las criaturas!), sino dos razones muy serias y desestabilizadoras para los sacerdotes.
En primer lugar una cierta deriva autoritaria soft: no aceptamos a los que entre nosotros piensan de forma diferente. Por una palabra se le transfiere a la categoría de los que reman en contra, por una “distinción” se le inscribe entre los descontentos. La parresia está enterrada por el frenesí de imponer proyectos. El culto de las iniciativas está reemplazando lo esencial: una fe, un Bautismo, un Dios Padre de todos. La adhesión a las iniciativas corre el riesgo de convertirse en la vara de medir de la comunión. Pero no siempre coincide con la unanimidad de opinión. Tampoco se puede esperar que la comunión sea exclusivamente unidireccional: los sacerdotes deben estar en comunión con el obispo… y los obispos en comunión con los sacerdotes: no es un problema de democracia, sino de paternidad.
San Benito, en la Regla – estamos en el famoso Capítulo III -, recomienda que el abad, cuando deba afrontar una cuestión importante, consulte a toda la comunidad, incluso a los más jóvenes. Luego reitera que la decisión final depende solo del abad, que todo debe ser dispuesto con prudencia y justicia. Para Benito no se cuestiona la autoridad, al contrario, es el abad quien responde ante Dios por la dirección del monasterio; pero se dice que al decidir debe ser “prudente y justo”. La primera palabra la conocemos bien: la prudencia y el discernimiento son parte del vocabulario común.
Menos habitual es la “equidad”: la equidad significa tener en cuenta la opinión de todos y salvaguardar la representatividad del rebaño, sin hacer preferencias. La gran tentación del pastor es rodearse de “los suyos”, de “los cercanos”; y así, desafortunadamente, la verdadera competencia es suplantada por una cierta lealtad presunta, sin distinguir ya entre los que se complacen y los que aconsejan de manera desinteresada. Esto hace sufrir mucho al rebaño que a menudo aceptan sin exteriorizar nada. El Código de Derecho Canónico recuerda que los fieles “tienen el derecho, y a veces el deber, de manifestar a los sagrados Pastores su pensamiento sobre lo que concierne al bien de la Iglesia” (can. 212 § 3). Ciertamente, en este tiempo de precariedad y fragilidad generalizadas, la solución parece autoritaria (en el ámbito político esto es evidente). Pero la verdadera cura – como aconseja San Benito – está en la equidad, no en la uniformidad.[1]
 Tercera causa de amargura: problemas entre nosotros
El presbítero ha sufrido en los últimos años los golpes de los escándalos, financieros y sexuales. La sospecha ha hecho drásticamente más frías y formales las relaciones; ya no se disfruta de los dones de los demás; por el contrario, parece ser una misión para destruir, minimizar, levantar sospechas. Frente a los escándalos el maligno nos tienta empujándonos a una visión “donatista” de la Iglesia: ¡dentro lo impecable, fuera quien se equivoca! Tenemos falsas concepciones de la Iglesia militante, en una especie de puritanismo eclesiológico. La esposa de Cristo es y sigue siendo el campo en el que el grano y la cizaña crecen hasta la parusía. Los que no han hecho suya esta visión evangélica de la realidad se exponen a una amargura indecible e inútil.
Sin embargo, los pecados públicos y publicitados del clero han hecho que todos se muestren más cautelosos y menos dispuestos a forjar vínculos significativos, sobre todo en lo que respecta a compartir la fe. Se multiplican las citas comunes – formación continua y otras – pero se participa con un corazón menos dispuesto. ¡Hay más ”omunidad”, pero menos comunión! La pregunta que nos hacemos cuando conocemos a un nuevo hermano surge silenciosamente: “¿A quién tengo realmente delante de mí? ¿Puedo confiar?”.
No se trata de la soledad: no es un problema sino un aspecto del misterio de la comunión. La soledad cristiana – la de quien entra en su habitación y reza al Padre en secreto – es una bendición, el verdadero origen de la amorosa acogida del otro. El verdadero problema radica en no encontrar tiempo para estar solo. Sin soledad no hay amor gratuito y los demás se convierten en un sustituto del vacío. En este sentido, como sacerdotes debemos siempre volver a aprender a estar solos “evangélicamente”, como Jesús en la noche con el Padre.[2]
Aquí el drama es el aislamiento, que es algo más que la soledad. Un aislamiento no solo y no tanto exterior – siempre estamos en medio de la gente – como inherente al alma del sacerdote. Comienzo con el aislamiento más profundo y luego toco su forma más visible.
Aislados con respecto a la gracia: ya no creemos ni nos sentimos rodeados por los amigos celestiales – el “gran número de testigos” (cf. Heb 12:1) – nos parece experimentar que nuestra experiencia, las aflicciones, no tocan a nadie. El mundo de la gracia se ha vuelto poco a poco extraño para nosotros, los santos nos parecen solo los “amigos imaginarios” de los niños. El Espíritu que habita en el corazón – esencialmente y no en la figura- es algo que quizás nunca hemos experimentado por disipación o negligencia. Lo sabemos, pero no “tocamos”. La distancia del poder de la gracia produce racionalismo o sentimentalismo. Nunca una carne redimida.
Aislarse de la historia: todo parece consumirse en el aquí y ahora, sin esperanza en los bienes prometidos y la recompensa futura. Todo se abre y se cierra con nosotros. Mi muerte no es el traspaso de poder, sino una interrupción injusta. Cuanto más te sientes especial, poderoso, rico en dones, más cierras tu corazón al sentido continuo de la historia del pueblo de Dios al que perteneces. Nuestra conciencia individualizada nos hace creer que no hubo nada antes y no habrá nada después. Por eso nos resulta tan difícil cuidar y conservar lo que nuestro predecesor comenzó tan bien: a menudo llegamos a la parroquia y nos sentimos obligados a hacer una tabla rasa, para distinguirnos y marcar la diferencia. ¡No somos capaces de seguir viviendo el bien que no hemos dado a luz nosotros! Empezamos de cero porque no sentimos el gusto de pertenecer a un viaje de salvación comunitario.
Aislados con respecto a los demás: el aislamiento con respecto a la gracia y la historia es una de las causas de nuestra incapacidad de establecer relaciones significativas de confianza y de comunión evangélica. Si estoy aislado, mis problemas parecen únicos e insuperables: nadie puede entenderme. Este es uno de los pensamientos favoritos del padre de las mentiras. Recordemos las palabras de Bernanos: “Solo después de mucho tiempo lo reconocemos, y la tristeza que lo anuncia, lo precede, ¡qué dulce es! Es el más sustancial de los elixires del diablo, su ambrosía” [3] Un pensamiento que poco a poco toma forma y nos cierra en nosotros mismos, nos aleja de los demás y nos pone en una posición de superioridad. Porque nadie estaría a la altura de las exigencias. Un pensamiento que a fuerza de repetirse termina anidando en nosotros. “El que oculta sus faltas no tendrá éxito, el que se confiesa y las abandona encontrará misericordia” (Pr 28:13).
El diablo no quiere que hables, que cuentes, que compartas. Así que buscas un buen padre espiritual, un viejo “astuto” que te acompañe. ¡Nunca aislarse, nunca! El profundo sentimiento de comunión solo se puede experimentar cuando, personalmente, me doy cuenta del “nosotros” que soy, he sido y seré. De lo contrario, los otros problemas llegan en avalancha: del aislamiento, de una comunidad sin comunión, nace la competencia y no la cooperación; surge el deseo de reconocimiento y no la alegría de la santidad compartida; se entra en una relación ya sea para compararse o para apoyarse.
Recordemos al pueblo de Israel cuando, caminando por el desierto durante tres días, llegaron a Mara, pero no pudieron beber el agua porque era amarga. Ante la protesta del pueblo, Moisés invocó al Señor y el agua se volvió dulce (cf. Ex 15:22-25). El santo pueblo fiel de Dios nos conoce mejor que nadie. Son muy respetuosos y saben cómo acompañar y cuidar a sus pastores. Conocen nuestra amargura y también rezan al Señor por nosotros. Añadimos a sus oraciones las nuestras y pedimos al Señor que convierta nuestra amargura en agua fresca para su pueblo. Pidamos al Señor que nos dé la capacidad de reconocer lo que nos amarga y así seamos personas reconciliadas que reconcilian, pacíficas que pacifican, llenas de esperanza que infunden esperanza. El pueblo de Dios espera de nosotros maestros de espíritu capaces de señalar los pozos de agua dulce en medio del desierto.
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[1] Un segundo motivo de amargura proviene de una “pérdida” en el ministerio de pastores: asfixiados por los problemas de gestión y las emergencias de personal, corremos el riesgo de descuidar el mundus docendi. El obispo es el maestro de la fe, de la ortodoxia y de la “ortopatía”, del derecho a creer y del derecho a sentir en el Espíritu Santo. En la ordenación episcopal se reza la epíclesis con Evangeliario abierto sobre la cabeza del candidato y la imposición de la mitra reafirma exteriormente el munus para transmitir no creencias personales sino sabiduría evangélica. ¿Quién es el catequista de ese discípulo permanente que es el sacerdote? ¡El obispo, por supuesto! ¿Pero quién lo recuerda? Se podría objetar que los sacerdotes no suelen querer ser instruidos por los obispos. Y es verdad. Pero eso – aún así – no es una buena razón para renunciar al munus. El pueblo santo de Dios tiene derecho a tener sacerdotes que enseñen a creer; y los diáconos y sacerdotes tienen derecho a tener un obispo que a su vez les enseñe a creer y esperar en el Único Maestro, Camino, Verdad y Vida, que inflama su fe. Como sacerdote no quiero que el obispo me complazca, sino que me ayude a creer. ¡Desearía poder encontrar en él mi esperanza teológica! A veces se reduce a seguir solo a los hermanos en crisis (y eso es bueno), pero también los “burros sanos” necesitarían una escucha más específica, serena y fuera de las emergencias. He aquí entonces una segunda omisión que puede causar amargura: la renuncia del munus docendi con respecto los sacerdotes (y no solo). ¿Pastores autoritarios que han perdido la autoridad para enseñar?
[2]  Se trata de una soledad a medias – digámoslo sinceramente – porque es la soledad del pastor que está lleno de nombres, rostros, situaciones, del pastor que llega por la noche cansado para hablar con su Señor de todas estas personas. La soledad del pastor es una soledad habitada por la risa y los llantos de las personas y de la comunidad; es una soledad con rostros para ofrecer al Señor.
[3] Diario de un cura rural, Milán 2017, 103.
03.03.20




El Papa está “resfriado” y “no presenta síntomas de otras enfermedades”

Declaraciones del Vaticano

(3 marzo 2020).- Ante la polémica levantada en torno a que el Papa pudiera haberse contagiado del Coronavirus, la Oficina de Prensa de la Santa Sede ha confirmado que además del “resfriado diagnosticado”, el Pontífice no presenta “síntomas atribuibles a otras enfermedades”.
Matteo Bruni, director de la Oficina Vaticana, ha comunicado este martes, 3 de marzo de 2020, pasadas las 19 horas en Roma, que “el resfriado diagnosticado al Santo Padre en los días pasados está haciendo su curso, sin síntomas atribuibles a otras enfermedades”.
Mientras tanto –ha añadido– el Santo Padre celebra diariamente la Santa Misa y “sigue los ejercicios espirituales” que se están desarrollando en la Casa Divino Maestro en Ariccia.
05.03.20




¡Joven, a ti te digo, levántate!”: Mensaje para la 35ª Jornada Mundial Juventud

El Domingo de Ramos se celebra a nivel diocesano


( 5 marzo 2020).- En una cultura “que quiere a los jóvenes aislados y replegados en mundos virtuales, hagamos circular esta palabra de Jesús: ‘Levántate’”, sugiere el Papa Francisco a todos los jóvenes del mundo.
Joven, a ti  te digo, levántate”. (cf. Lc 7:14), es el lema escogido por el Papa Francisco para su mensaje en la 35ª Jornada Mundial de la Juventud 2020, que se celebra a nivel diocesano en todo el mundo el 5 de abril, Domingo de Ramos.
Levántate” significa también “sueña”, comenta el Pontífice en el texto, “arriesga”, “comprométete para cambiar el mundo”, enciende de nuevo tus deseos, contempla el cielo, las estrellas, el mundo a tu alrededor. “Levántate y sé lo que eres”.
El verbo levantarse –que también significa” resurgir, despertarse a la vida”– aparece en tres lemas elegidos por el Santo Padre recientemente dirigidos a los jóvenes: El tema de la JMJ de Lisboa será: “María se levantó y partió sin demora” (Lc 1,39); y en dos textos bíblicos que el Papa propone para reflexionar: “¡Joven, a ti te digo, levántate!” (cf. Lc 7,14), en el 2020, y “¡Levántate! ¡Te hago testigo de las cosas que has visto!” (cf. Hch 26,16), en el 2021.
Christus vivit
Asimismo, el versículo del Evangelio “Joven, a ti  te digo, levántate” ya fue citado por Francisco en la Christus vivit: “Si has perdido el vigor interior, los sueños, el entusiasmo, la esperanza y la generosidad, ante ti se presenta Jesús como se presentó ante el hijo muerto de la viuda, y con toda su potencia de Resucitado el Señor te exhorta: ‘Joven, a ti te digo, ¡levántate!’ (cf. Lc 7,14)” (n. 20).
En torno a este pasaje que narra cómo Jesús, entrando en Naín, Galilea, sanó al hijo único de la viuda, impresionado por el dolor desgarrador de esa mujer, el Papa invita a reflexionar sobre varios puntos: “ver el dolor y la muerte”, “tener compasión”, “acercarse y tocar”, “¡Joven, a ti te digo, levántate!”, y “la vida nueva ‘de resucitados’”.
Después de una elaborada propuesta, el Papa termina con una pregunta: “Queridos jóvenes: ¿Cuáles son vuestras pasiones y vuestros sueños?”.
Hacedlos surgir”, exhorta, “y, a través de ellos, proponed al mundo, a la Iglesia, a los otros jóvenes, algo hermoso en el campo espiritual, artístico, social. Os lo repito en mi lengua materna: ¡hagan lío! Haced escuchar vuestra voz”.
Sigue el mensaje completo del Santo Padre para la 35ª Jornada Mundial de la Juventud.
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Mensaje del Santo Padre
¡Joven, a ti te digo, levántate!” (cf. Lc 7,14)
Queridos jóvenes:
En octubre de 2018, con el Sínodo de los Obispos sobre el tema: Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional, la Iglesia comenzó un proceso de reflexión sobre vuestra condición en el mundo actual, sobre vuestra búsqueda de sentido y de un proyecto de vida, sobre vuestra relación con Dios. En enero de 2019, encontré a cientos de miles de coetáneos vuestros de todo el mundo, reunidos en Panamá para la Jornada Mundial de la Juventud. Eventos de este tipo –Sínodo y JMJ– expresan una dimensión esencial de la Iglesia: el “caminar juntos”.
En este camino, cada vez que alcanzamos un hito importante, Dios y la misma vida nos desafían a comenzar de nuevo. Vosotros los jóvenes sois expertos en esto. Os gusta viajar, confrontaros con lugares y rostros jamás vistos antes, vivir experiencias nuevas. Por eso, elegí como meta de vuestra próxima peregrinación intercontinental, en el 2022, la ciudad de Lisboa, capital de Portugal. Desde allí, en los siglos XV y XVI, numerosos jóvenes, muchos de ellos misioneros, partieron hacia tierras desconocidas, para compartir también su experiencia de Jesús con otros pueblos y naciones. El tema de la JMJ de Lisboa será: «María se levantó y partió sin demora» (Lc 1,39). En estos dos años precedentes, he pensado en que reflexionemos juntos sobre otros dos textos bíblicos: “¡Joven, a ti te digo, levántate!” (cf. Lc 7,14), en el 2020, y “¡Levántate! ¡Te hago testigo de las cosas que has visto!” (cf. Hch 26,16), en el 2021.
Como podéis comprobar, el verbo común en los tres temas es levantarse. Esta expresión asume también el significado de resurgir, despertarse a la vida. Es un verbo recurrente en la Exhortación Christus vivit (Vive Cristo), que os he dedicado después del Sínodo de 2018 y que, junto con el Documento final, la Iglesia os ofrece como un faro para iluminar los senderos de vuestra existencia. Espero de todo corazón que el camino que nos llevará a Lisboa concuerde en toda la Iglesia con un fuerte compromiso para aplicar estos dos documentos, orientando la misión de los animadores de la pastoral juvenil.
Pasemos ahora a nuestro tema para este año: ¡Joven, a ti te digo, levántate! (cf. Lc 7,14). Ya cité este versículo del Evangelio en la Christus vivit: «Si has perdido el vigor interior, los sueños, el entusiasmo, la esperanza y la generosidad, ante ti se presenta Jesús como se presentó ante el hijo muerto de la viuda, y con toda su potencia de Resucitado el Señor te exhorta: “Joven, a ti te digo, ¡levántate!” (cf. Lc 7,14)» (n. 20).
Este pasaje nos cuenta cómo Jesús, entrando en la ciudad de Naín, en Galilea, se encontró con un cortejo fúnebre que acompañaba a la sepultura a un joven, hijo único de una madre viuda. Jesús, impresionado por el dolor desgarrador de esa mujer, realizó el milagro de resucitar a su hijo. Pero el milagro llegó después de una secuencia de actitudes y gestos: «Al verla, el Señor se compadeció de ella y le dijo: “No llores”. Y acercándose al féretro, lo tocó (los que lo llevaban se pararon)» (Lc 7,13-14). Detengámonos a meditar sobre alguno de estos gestos y palabras del Señor.
Ver el dolor y la muerte
Jesús puso su mirada atenta, no distraída, en ese cortejo fúnebre. En medio de la multitud percibió el rostro de una mujer con un sufrimiento extremo. Su mirada provocó el encuentro, fuente de vida nueva. No hubo necesidad de muchas palabras.
Y mi mirada, ¿cómo es? ¿Miro con ojos atentos, o lo hago como cuando doy un vistazo rápido a las miles de fotos de mi celular o de los perfiles sociales? Cuántas veces hoy nos pasa que somos testigos oculares de muchos eventos, pero nunca los vivimos en directo. A veces, nuestra primera reacción es grabar la escena con el celular, quizás omitiendo mirar a los ojos a las personas involucradas.
A nuestro alrededor, pero a veces también en nuestro interior, encontramos realidades de muerte: física, espiritual, emotiva, social. ¿Nos damos cuenta o simplemente sufrimos las consecuencias de ello? ¿Hay algo que podamos hacer para volver a dar vida?
Pienso en tantas situaciones negativas vividas por vuestros coetáneos. Hay quien, por ejemplo, se juega todo en el hoy, poniendo en peligro su propia vida con experiencias extremas. Otros jóvenes, en cambio, están “muertos” porque han perdido la esperanza. Escuché decir a una joven: “Entre mis amigos veo que se ha perdido el empuje para arriesgar, el valor para levantarse”. Por desgracia, también entre los jóvenes se difunde la depresión, que en algunos casos puede llevar incluso a la tentación de quitarse la vida. Cuántas situaciones en las que reina la apatía, en las que caemos en el abismo de la angustia y del remordimiento. Cuántos jóvenes lloran sin que nadie escuche el grito de su alma. A su alrededor hay tantas veces miradas distraídas, indiferentes, de quien quizás disfruta su propia happy hour manteniéndose a distancia.
Hay quien sobrevive en la superficialidad, creyéndose vivo mientras por dentro está muerto (cf. Ap 3,1). Uno se puede encontrar con veinte años arrastrando su vida por el suelo, sin estar a la altura de la propia dignidad. Todo se reduce a un “dejar pasar la vida” buscando alguna gratificación: un poco de diversión, algunas migajas de atención y de afecto por parte de los demás… Hay también un difuso narcisismo digital, que influye tanto en los jóvenes como en los adultos. Muchos viven así. Algunos de ellos puede que hayan respirado a su alrededor el materialismo de quien sólo piensa en hacer dinero y alcanzar una posición, casi como si fuesen las únicas metas de la vida. Con el tiempo aparecerá inevitablemente un sordo malestar, una apatía, un aburrimiento de la vida cada vez más angustioso.
Las actitudes negativas también pueden ser provocadas por los fracasos personales, cuando algo que nos importaba, para lo que nos habíamos comprometido, no progresa o no alcanza los resultados esperados. Puede suceder en el ámbito escolar, con las aspiraciones deportivas, artísticas… El final de un “sueño” puede hacernos sentir muertos. Pero los fracasos forman parte de la vida de todo ser humano, y en ocasiones pueden revelarse también como una gracia. Muchas veces, lo que pensábamos que nos haría felices resulta ser una ilusión, un ídolo. Los ídolos pretenden todo de nosotros haciéndonos esclavos, pero no dan nada a cambio. Y al final se derrumban, dejando sólo polvo y humo. En este sentido los fracasos, si derriban a los ídolos, son una bendición, aunque nos hagan sufrir.
Podríamos seguir con otras condiciones de muerte física o moral en las que un joven se puede encontrar, como las dependencias, el crimen, la miseria, una enfermedad grave… Pero dejo para vuestra reflexión personal tomar conciencia de lo que ha causado “muerte” en vosotros o en alguien cercano, en el presente o en el pasado. Al mismo tiempo, recordemos que aquel muchacho del Evangelio, que estaba verdaderamente muerto, volvió a la vida porque fue mirado por Alguien que quería que viviera. Esto puede suceder incluso hoy y cada día.
Tener compasión
Con frecuencia, las Sagradas Escrituras expresan el estado de ánimo de quien se deja tocar “hasta las entrañas” por el dolor ajeno. La conmoción de Jesús lo hace partícipe de la realidad del otro. Toma sobre sí la miseria del otro. El dolor de esa madre se convierte en su dolor. La muerte de ese hijo se convierte en su muerte.
En muchas ocasiones los jóvenes demostráis que sabéis con-padecer. Es suficiente ver cuántos de vosotros se entregan con generosidad cuando las circunstancias lo exigen. No hay desastre, terremoto, aluvión que no vea ejércitos de jóvenes voluntarios disponibles para echar una mano. También la gran movilización de jóvenes que quieren defender la creación testimonia vuestra capacidad para oír el grito de la tierra.
Queridos jóvenes: No os dejéis robar esa sensibilidad. Que siempre podáis escuchar el gemido de quien sufre; dejaos conmover por aquellos que lloran y mueren en el mundo actual. «Ciertas realidades de la vida solamente se ven con los ojos limpios por las lágrimas» (Christus vivit, 76). Si sabéis llorar con quien llora, seréis verdaderamente felices. Muchos de vuestros coetáneos carecen de oportunidades, sufren violencia, persecución. Que sus heridas se conviertan en las vuestras, y seréis portadores de esperanza para este mundo. Podréis decir al hermano, a la hermana: “Levántate, no estás solo”, y hacer experimentar que Dios Padre nos ama y que Jesús es su mano tendida para levantarnos.
Acercarse y “tocar”
Jesús detiene el cortejo fúnebre. Se acerca, se hace prójimo. La cercanía nos empuja más allá y se hace gesto valiente para que el otro viva. Gesto profético. Es el toque de Jesús, el Viviente, que comunica la vida. Un toque que infunde el Espíritu Santo en el cuerpo muerto del muchacho y reaviva de nuevo sus funciones vitales.
Ese toque penetra en la realidad del desánimo y de la desesperación. Es el toque de la divinidad, que pasa también a través del auténtico amor humano y abre espacios impensables de libertad, dignidad, esperanza, vida nueva y plena. La eficacia de este gesto de Jesús es incalculable. Esto nos recuerda que también un signo de cercanía, sencillo pero concreto, puede suscitar fuerzas de resurrección.
Sí, también vosotros jóvenes podéis acercaros a las realidades de dolor y de muerte que encontráis, podéis tocarlas y generar vida como Jesús. Esto es posible, gracias al Espíritu Santo, si vosotros antes habéis sido tocados por su amor, si vuestro corazón ha sido enternecido por la experiencia de su bondad hacia vosotros. Entonces, si sentís dentro la conmovedora ternura de Dios por cada criatura viviente, especialmente por el hermano hambriento, sediento, enfermo, desnudo, encarcelado, entonces podréis acercaros como Él, tocar como Él, y transmitir su vida a vuestros amigos que están muertos por dentro, que sufren o han perdido la fe y la esperanza.
¡Joven, a ti te digo, levántate!”
El Evangelio no dice el nombre del muchacho que Jesús resucitó en Naín. Esto es una invitación al lector para que se identifique con él. Jesús te habla a ti, a mí, a cada uno de nosotros, y nos dice: «¡Levántate!». Sabemos bien que también nosotros cristianos caemos y nos debemos levantar continuamente. Sólo quien no camina no cae, pero tampoco avanza. Por eso es necesario acoger la ayuda de Cristo y hacer un acto de fe en Dios. El primer paso es aceptar levantarse. La nueva vida que Él nos dará será buena y digna de ser vivida, porque estará sostenida por Alguien que también nos acompañará en el futuro, sin dejarnos nunca, ayudándonos a gastar nuestra existencia de manera digna y fecunda.
Es realmente una nueva creación, un nuevo nacimiento. No es un condicionamiento psicológico. Probablemente, en los momentos de dificultad, muchos de vosotros habréis sentido repetir las palabras “mágicas” que hoy están de moda y deberían solucionarlo todo: “Debes creer en ti mismo”, “tienes que encontrar fuerza en tu interior”, “debes tomar conciencia de tu energía positiva”… Pero todas estas son simples palabras y para quien está verdaderamente “muerto por dentro” no funcionan. La palabra de Cristo es de otro espesor, es infinitamente superior. Es una palabra divina y creadora, que sola puede devolver la vida allí donde se había extinguido.
La nueva vida “de resucitados”
El joven, dice el Evangelio, «empezó a hablar» (Lc 7,15). La primera reacción de una persona que ha sido tocada y restituida a la vida por Cristo es expresarse, manifestar sin miedo y sin complejos lo que tiene dentro, su personalidad, sus deseos, sus necesidades, sus sueños. Tal vez nunca antes lo había hecho, convencida de que nadie iba a poder entenderla.
Hablar significa también entrar en relación con los demás. Cuando estamos “muertos” nos encerramos en nosotros mismos, las relaciones se interrumpen, o se convierten en superficiales, falsas, hipócritas. Cuando Jesús vuelve a darnos vida, nos “restituye” a los demás (cf. v. 15).
Hoy a menudo hay “conexión” pero no comunicación. El uso de los dispositivos electrónicos, si no es equilibrado, puede hacernos permanecer pegados a una pantalla. Con este mensaje quisiera lanzar, junto a vosotros, los jóvenes, el desafío de un giro cultural, a partir de este “levántate” de Jesús. En una cultura que quiere a los jóvenes aislados y replegados en mundos virtuales, hagamos circular esta palabra de Jesús: “Levántate”. Es una invitación a abrirse a una realidad que va mucho más allá de lo virtual. Esto no significa despreciar la tecnología, sino utilizarla como un medio y no como un fin. “Levántate” significa también “sueña”, “arriesga”, “comprométete para cambiar el mundo”, enciende de nuevo tus deseos, contempla el cielo, las estrellas, el mundo a tu alrededor. “Levántate y sé lo que eres”. Gracias a este mensaje, muchos rostros apagados de jóvenes que están a nuestro alrededor se animarán y serán más hermosos que cualquier realidad virtual.
Porque si tú das la vida, alguno la acoge. Una joven dijo: “Si ves algo bonito, te levantas del sofá y decides hacerlo tú también”. Lo que es hermoso suscita pasión. Y si un joven se apasiona por algo, o mejor, por Alguien, finalmente se levanta y comienza a hacer cosas grandes; de muerto que estaba, puede convertirse en testigo de Cristo y dar la vida por Él.
Queridos jóvenes: ¿Cuáles son vuestras pasiones y vuestros sueños? Hacedlos surgir y, a través de ellos, proponed al mundo, a la Iglesia, a los otros jóvenes, algo hermoso en el campo espiritual, artístico, social. Os lo repito en mi lengua materna: ¡hagan lío! Haced escuchar vuestra voz. De otro joven escuché: “Si Jesús hubiese sido uno que no se implica, que va sólo a lo suyo, el hijo de la viuda no habría resucitado”.
La resurrección del muchacho lo reúne con su madre. En esta madre podemos ver a María, nuestra Madre, a quien encomendamos a todos los jóvenes del mundo. En ella podemos reconocer también a la Iglesia, que quiere acoger con ternura a cada joven, sin excepción. Pidamos, pues, a María por la Iglesia, para que sea siempre madre de sus hijos que permanecen en la muerte, y que llora e invoca para que vuelvan a la vida. Por cada uno de sus hijos que muere, muere también la Iglesia, y por cada hijo que resurge, también ella resurge.
Bendigo vuestro camino. Y vosotros, por favor, no os olvidéis de rezar por mí.
Roma, San Juan de Letrán, 11 de febrero de 2020, Memoria de la Bienaventurada Virgen María de Lourdes.
06.03.20




Retiro cuaresmal: “Lucha y Oración” e “Intercesión”, temas de meditación

Predicaciones del 5 de marzo

(6 de marzo 2020).- En la séptima y octava meditación de los Ejercicios Espirituales de la Curia Romana en Ariccia, Italia, el predicador, el padre jesuita Pietro Bovati, se detuvo en el tema “Lucha y Oración” y en el de la “Intercesión”, respectivamente, indica Vatican News.
El Papa Francisco, recuperándose de su resfriado, sigue todas estas predicaciones desde el Vaticano.
El padre describió que el día de ayer, 5 de marzo de 2020, estaba dedicado a meditar sobre el compromiso personal que el Señor exige a cada uno, según la vocación recibida, “del don de la gracia, con los deberes relacionados con esta gracia”.
Oración
El jesuita indicó que la “oración” que, “además de ser la condición de la escucha de Dios que hace posible la predicación como testimonio auténtico, es en sí misma un ministerio apostólico en su naturaleza de acogida, de gratitud por la gracia”.
Asimismo, señaló que la Escritura ofrece un modelo de este ministerio permanente de intercesión en el Libro del Éxodo, con Moisés, que “reza continuamente y su oración es efectiva y salvadora”. El teólogo actualizó este “ministerio orante de Moisés”, tal como se presenta en el capítulo 17 de dicho libro, “un episodio inusual para el Éxodo: la aparición de una lucha que debe repeler a un pueblo enemigo, Amalek”.
Y advirtió, que de él se debe extraer la enseñanza “sobre cómo quien en la comunidad es sacerdote y guía debe actuar frente al enemigo, aquel que socava la vida del pueblo de Dios”. Moisés se enfrenta a “un adversario astuto que ataca a los más débiles”, a los cansados, “a un enemigo que se aprovecha de un pueblo cansado”.
Persecución en la Iglesia
El predicador apuntó que la Iglesia siempre ha sufrido persecuciones y en su historia “el enemigo de la Iglesia” ha tomado varias formas (poder político y judicial, falsos profetas que siembran el odio y la burla contra las convicciones y el modo de vida de los cristianos).
Y esto continúa también en nuestros días, donde se produce una persecución con notas de “virulencia inaudita” en la intención “de demoler toda la Iglesia, atacando a los más débiles en la fe, mal equipados desde el punto de vista espiritual para aceptar la confrontación, el desprecio, la marginación”.
Después subrayó que este adversario “tiene formas atractivas para muchos y ataca astutamente a los que no están preparados. Enormes fuerzas ideológicas y financieras, unidas para favorecer los intereses partidistas, se han convertido en una amenaza, y utilizan todos los medios, desde la información distorsionada hasta las represalias económicas, para destruir lo que Cristo fundó”.  La roca sobre la que se construye la Iglesia “resistirá al mal, pero no sin nuestra participación activa en la fe y la oración”, remarcó.
En cuanto a los instrumentos a usar para enfrentar esta batalla por el bien, sostuvo que “la preparación cultural en las ciencias humanas y en las ciencias religiosas debe ser objeto de un discernimiento adecuado si no queremos ser ingenuos e irresponsables ante una oleada agresiva de doctrinas y prácticas contrarias al Evangelio, en presencia de falsos profetas”. De este modo, “la formación humana y espiritual de los clérigos y los laicos parece ser hoy una prioridad apostólica”.
Comunión
El padre Bovati se refirió también al perfil de Moisés en la oración, con “su mirada hacia Dios, no porque no tenga interés en la batalla, sino porque quiere dirigirla hacia la más completa victoria. Moisés en la montaña representa la fuerza secreta que lleva al ejército al triunfo: “la inmersión en Dios es la condición indispensable para el éxito de la batalla en la tierra”.
Además, apuntó que con “humildad”, Moisés fue ayudado en su misión por los sacerdotes, Aarón y Cur, que “sostienen los brazos del hombre de Dios”. En resumen, cada uno es indispensable, pero es en la comunión, expresión orante de la alianza entre hermanos y con Dios, donde la oración es eficaz, también porque expresa el amor, la solidaridad, la unidad, en un servicio idéntico para todo el pueblo de Dios”.
Hace falta fe
El pasaje del Evangelio de Mateo (17, 14-21), según el sacerdote, “habla de la lucha contra satanás”, con el caso de un muchacho “guiado por impulsos que no puede controlar, símbolo de la persona que sufre y está indefensa, en grave peligro porque carece de esos recursos que le permitirían adherirse al bien”.
Su padre se dirige a los discípulos, a los que el Señor había dotado para expulsar demonios y curar las formas de maldad, pero en esta ocasión no logran, su actividad es ineficaz. Y para justificar esta ineficacia, remite a que “Jesús habla de la falta de fe, de la ‘generación incrédula y perversa”’. En este sentido, el padre Bovati puntualizó que lo que falta “no es solo la oración”, la cuestión, de hecho, es si los discípulos “tienen al menos una migaja de fe”.
Finalmente, concluyó esta reflexión invitando a la lectura del Salmo 121, “la oración no es simple recitación”, pues, “si el corazón no se adhiere al misterio de Dios, la oración es vana”. No obstante, “incluso una oración débil, sincera y humilde, si es una apelación a esa fuerza divina que solo puede estar en el Señor, es el arma poderosa que se nos da para colaborar en la venida del Reino”.
Perdón y reconciliación
Por la tarde, la octava predicación aludió al tema de la “Intercesión”, entendida como “esa intervención de auxilio amorosa” que se ejerce hacia las personas que “necesitan el perdón y la reconciliación con Dios”.
Los sacerdotes, recuerda el padre Bovati, están llamados al “ministerio de la reconciliación”, el “más espiritual”, y lo ejercen en el Sacramento, que debe ser vivido con “compromiso, dedicación y amor”.
Así, invitó a examinar el capítulo 32 del Éxodo, versículos 7-14, reiterando que el pecado “solo se conoce verdaderamente en la oración, en el encuentro cara a cara con el Señor”, mirando el rostro de Dios, escuchando su voz, se comprende «la gravedad del pecado”.
La oración que hace comprender dicha gravedad y el “deber urgente” de auxiliar a dicho pecado, “introduce, impulsa y promueve” una “oración especial hacia el Señor”, la de intercesión.
Necesidad de pedir
Con respecto a la oración que el intercesor dirige al Señor, el padre jesuita considera que “Dios concede antes de que la petición llegue a los labios”, pues “Él sabe lo que necesitamos”. Aún así, exhorta a pedir, “porque así tomamos conciencia de nuestras necesidades, experimentamos la necesidad, le presentamos nuestras heridas, nuestros sufrimientos, para que así se nos conceda el sentir su compasión, gustar su amor, que escucha y cumple”.
La intercesión, por lo tanto, “mira el rostro de Dios” y es testigo de un “cambio”, del paso de la ira “a la misericordia”, a la “ternura”, de modo que se hace un “cambio radical” en el propio corazón. La intercesión, en resumen, observa “el surgimiento del deseo de Dios de salvar al hombre”, para que en el mundo “todos puedan ser atraídos por la luz de la misericordia beneficiándose del mismo perdón”.
El intercesor “obtiene de Dios” la misericordia en su oración: a partir de allí pone en práctica una serie de “acciones”, “modalidades”, “actitudes” y “operaciones” necesarias “para que los pecadores accedan al don de la misericordia divina”. Para ilustrarlo el propone el discurso de Jesús en el capítulo 18 del Evangelio de Mateo, que parte de la atención “al pequeño”, es decir, a la persona vulnerable, frágil, débil, la cual no debe ser despreciada. .
No cansarse de perdonar
Del mismo modo, con respecto a la cuestión de cuántas veces se debe perdonar, recuerda que “la búsqueda del hermano que se ha extraviado se realiza, según este texto de Mateo, con el ejercicio del diálogo”, del hablar, del emprender un “proceso gradual”que convenza al pecador pasando de la “conversación personal” a la “implicación de los testigos”, de “mediadores que apoyen el deseo de reconciliación y lo favorezcan”, hasta la implicación “de toda la comunidad”. El Salvador cumple su misión precisamente porque los pastores son “mediadores”, “unen” a la comunidad.
Por último, el padre Bovati remarcó que Jesús insta a “no cansarse” de perdonar al hermano, haciendo así, en cierto sentido, “permanente” el “ministerio de la reconciliación”. El número 70 veces 7 se entiende como “multiplicación”, pues “cuanto más pecado hay, más se multiplica la misericordia”.
07.03.20