31 de des. 2018

PAPA GENER 2019


Vísperas de la Solemnidad de Santa María, Madre De Dios: “El amor da plenitud a todo”

Homilía del Santo Padre

(31 dic. 2018).- “El amor da plenitud a todo, incluso al tiempo, y Jesús es el ‘concentrado’ de todo el amor de Dios en un ser humano”, ha anunciado el Papa Francisco.
A las 17 horas, en la Basílica Vaticana, el Santo Padre ha presidido los primeras Vísperas de la Solemnidad de María Santísima Madre De Dios, seguidas de la exposición del Santísimo Sacramento, y el canto tradicional del himno Te Deum, al final del año civil, y la Bendición Eucarística.
El Papa ha reflexionado en este último día del año 2018, sobre dos versículos del apóstol Pablo (cf. Ga 4,4-5) escritos en las lecturas litúrgicas del día. Son “expresiones concisas y densas”, que dan sentido a un momento “crítico”, como suele ser un cambio de año, ha aclarado el Pontífice.
Plenitud del tiempo 
La «plenitud del tiempo» es la primera expresión que señala el Santo Padre, pues en estas últimas horas del año “sentimos aún más la necesidad de algo que llene de significado el transcurrir del tiempo”.
Algo o, mejor, alguien. Y este ‘alguien’ ha venido, Dios lo ha enviado: es ‘su Hijo’, Jesús”, ha aclarado el Papa. “Acabamos de celebrar su nacimiento: nació de una mujer, la Virgen María; nació bajo la ley, un niño judío, sujeto a la ley del Señor”.
El amor da plenitud a todo, incluso al tiempo, y Jesús es el ‘concentrado’ de todo el amor de Dios en un ser humano”, ha anunciado el Papa Francisco. “Dios Padre ha enviado al mundo a su Hijo unigénito para erradicar del corazón del hombre la esclavitud antigua del pecado y restituirle así su dignidad”.
Así, ha reflexionado: “¿Cómo llamar a todo esto, sino Amor? Amor del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, a quien esta tarde la santa madre Iglesia eleva en todo el mundo su himno de alabanza y de agradecimiento”.
Maternidad de la Iglesia
Al celebrar la divina maternidad de la Virgen María, quiero animar esa forma de maternidad de la Iglesia. Contemplando este misterio, reconocemos que Dios ha «nacido de mujer» para que nosotros pudiésemos recibir la plenitud de nuestra humanidad, «la adopción filial».
A continuación, publicamos la homilía completa que ha pronunciado el Papa Francisco este 31 de diciembre de 2018:
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Homilía del Papa Francisco
Al final del año, la Palabra de Dios nos acompaña con estos dos versículos del apóstol Pablo (cf. Ga 4,4-5). Son expresiones concisas y densas: una síntesis del Nuevo Testamento, que da sentido a un momento “crítico”, como suele ser un cambio de año.
La primera expresión que nos llama la atención es «plenitud del tiempo». En estas últimas horas del año solar, en el que sentimos aún más la necesidad de algo que llene de significado el transcurrir del tiempo, dicha expresión tiene una resonancia especial.
Algo o, mejor, alguien. Y este “alguien” ha venido, Dios lo ha enviado: es “su Hijo”, Jesús. Acabamos de celebrar su nacimiento: nació de una mujer, la Virgen María; nació bajo la ley, un niño judío, sujeto a la ley del Señor. Pero, ¿cómo es posible? ¿Cómo puede ser este el signo de la «plenitud del tiempo»? Es cierto que por el momento aquel Jesús es casi invisible e insignificante, pero en poco más de treinta años desatará una fuerza sin precedentes, que todavía permanece y perdurará a lo largo de toda la historia. Esta fuerza se llama Amor. El amor da plenitud a todo, incluso al tiempo; y Jesús es el “concentrado” de todo el amor de Dios en un ser humano.
San Pablo dice claramente por qué el Hijo de Dios nació en el tiempo, y cuál es la misión que el Padre le ha encomendado: nació «para rescatar». Esta es la segunda palabra que nos llama la atención: rescatar, es decir, sacar de una condición de esclavitud y devolver a la libertad, a la dignidad y a la libertad propia de los hijos. La esclavitud a la que se refiere el apóstol es la de la “ley”, entendida como un conjunto de preceptos a observar, una ley que ciertamente educa al hombre, que es pedagógica, pero que no lo libera de su condición de pecador, sino que, en cierto modo, lo “sujeta” a esta condición, impidiéndole alcanzar la libertad dehijo.
Dios Padre ha enviado al mundo a su Hijo unigénito para erradicar del corazón del hombre la esclavitud antigua del pecado y restituirle así su dignidad. En efecto, del corazón humano — como enseña Jesús en el Evangelio (cf. Mc 7,21-23)— salen todas las intenciones perversas, las maldades que corrompen la vida y lasrelaciones.
Y aquí debemos detenernos, detenernos a reflexionar con dolor y arrepentimiento porque, también en este año que llega a su fin, muchos hombres y mujeres han vivido y viven en condiciones de esclavitud, indignas de personas humanas.
También en nuestra ciudad de Roma hay hermanos y hermanas que, por distintos motivos, se encuentran en esta situación. En particular, pienso en tantas personas sin hogar. Son más de diez mil. Su situación es especialmente dura en los meses de invierno. Todos son hijos e hijas de Dios, pero diferentes formas de esclavitud, a veces muy complejas, los han llevado a vivir al borde de la dignidad humana. También Jesús nació en una condición análoga, pero no por casualidad o por accidente: quiso nacer de esa manera para manifestar el amor de Dios por los pequeños y los pobres, y lanzar así la semilla del Reino de Dios en el mundo. Reino de justicia, de amor y de paz, donde nadie es esclavo, sino todos hermanos, hijos del únicoPadre.
La Iglesia que está en Roma no quiere ser indiferente a las esclavitudes de nuestro tiempo, ni simplemente observarlas y socorrerlas, sino que quiere estar dentro de esa realidad, cercana a esas personas y a esas situaciones.
Al celebrar la divina maternidad de la Virgen María, quiero animar esa forma de maternidad de la Iglesia. Contemplando este misterio, reconocemos que Dios ha «nacido de mujer» para que nosotros pudiésemos recibir la plenitud de nuestra humanidad, «la adopción filial». Por su anonadamiento hemos sido exaltados. De su pequeñez ha venido nuestra grandeza. De su fragilidad, nuestra fuerza. De su hacerse siervo, nuestra libertad.
¿Cómo llamar a todo esto, sino Amor? Amor del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, a quien esta tarde la santa madre Iglesia eleva en todo el mundo su himno de alabanza y de agradecimiento.
01.01.19


Mostrándonos a Jesús, el Salvador del mundo, Ella, la Madre, nos bendice”

Palabras del Papa antes de rezar el Ángelus

(1 enero 2019).- Hoy, octavo día después de la Navidad, celebramos la Santa Madre de Dios. “Como los pastores de Belén, permanecemos con la mirada fija sobre Ella y sobre el Niño que tiene en brazos. Mostrándonos a Jesús, el Salvador del mundo, Ella, la Madre, nos bendice”, ha indicado el Papa Francisco.
Ante 40.000 personas reunidas en la Plaza de San Pedro, el Papa Francisco se dirigió a ellos desde la ventana de estudio en el Palacio Apostólico del Vaticano para recitar el Ángelus, al término de la Santa Misa celebrada en la Basílica Vaticana con motivo de la Solemnidad de María Santísima Madre de Dios, y coincidiendo con la 52ª Jornada Mundial de la Paz.
El icono de la Santa Madre de Dios nos muestra al Hijo, Jesucristo, el Salvador del mundo. Él es la bendición para cada persona y para toda la familia humana. Él, Jesús, es fuente de gracia, misericordia y paz”, ha anunciado el Papa Francisco en la Solemnidad de María, Santa Madre de Dios.
Palabras del Papa antes del Ángelus 
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días y buen año nuevo a todos!
Hoy, octavo día después de la Navidad, celebramos la Santa Madre de Dios. Como los pastores de Belén, permanecemos con la mirada fija sobre Ella y sobre el Niño que tiene en brazos. De este modo, mostrándonos a Jesús, el Salvador del mundo, Ella, la Madre, nos bendice.
Hoy la Virgen nos bendice a todos, a todos. Bendice el camino de cada hombre y cada mujer en este año que empieza, y que será bueno precisamente en la medida en que cada uno haya recibido la bondad de Dios que Jesús vino a traer al mundo.
En efecto, la bendición de Dios que da sustancia a todos los buenos deseos que se intercambian estos días. Y hoy la liturgia narra la antigua bendición con la que los sacerdotes israelitas bendecían al pueblo. Escuchemos bien, así dice: “Te bendiga el Señor y te custodie. Que el Señor haga brillar su rostro y te dé gracia. Que el Señor le dirija su rostro y le conceda paz”. (Nm 6,24-26). Esta es la bendición antiquísima.
Por tres veces el sacerdote repetía el nombre de Dios, “Señor”, extendiendo la mano hacia el pueblo reunido. En la Biblia, de hecho, el nombre representa la realidad misma que viene invocada, y así, “poner el nombre” del Señor en una persona, una familia, una comunidad significa ofrecerles la fuerza benéfica que proviene de Él.
En esta misma fórmula, por dos veces se nombra el “rostro”, el rostro del Señor. El sacerdote ora para que Dios “lo haga brillar” y “lo convierta” en su pueblo, y así le conceda misericordia y paz.
Sabemos que según la Escritura el rostro de Dios es inaccesible al hombre: ninguno puede ver a Dios y permanecer con vida. Esto expresa la trascendencia de Dios, la grandeza infinita de su gloria. Pero la gloria de Dios es toda Amor, y por lo tanto, permaneciendo inaccesible, como un Sol que no se puede mirar, irradia su gracia sobre cada criatura y, de modo especial, sobre todos los hombres y las mujeres, en el que más se refleja.
Cuando llegó la plenitud del tiempo” (Gal 4,4), Dios se reveló mediante el rostro de un hombre, Jesús, “nacido de mujer”. Y aquí volvemos al icono de la fiesta de hoy, del que partimos: El icono de la Santa Madre de Dios, que nos muestra al Hijo, Jesucristo, el Salvador del mundo. Él es la bendición para cada persona y para toda la familia humana. Él, Jesús, es fuente de gracia, misericordia y paz.
Por eso el santo Papa Pablo VI quiso que el primero de enero fuera el Día Mundial de la Paz; Y hoy celebramos el quincuagésimo segundo, que tiene como tema: La buena política está al servicio de la paz. No creemos que la política esté reservada solo a los gobernantes: todos somos responsables de la vida de la “ciudad”, del bien común; y la política también es buena en la medida en que cada uno hace su parte al servicio de la paz. Que la Santa Madre de Dios nos ayude en este compromiso diario.
Me gustaría que todos la saluden ahora, diciendo tres veces: “Santa Madre de Dios”. Juntos: “Santa Madre de Dios”, “Santa Madre de Dios”, “Santa Madre de Dios”.
02.01.19


Audiencia general, 2 de enero de 2019 – Catequesis del Papa

Padre Nuestro: “Basta con ponernos bajo la mirada de Dios”

(2 enero 2019).-“No sean como los hipócritas que, en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, les gusta orar de pie, ser vistos por el pueblo”, ha recordado el Papa Francisco del Evangelio de San Mateo. “Cuando vayas a orar, entra en tu aposento, y después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto”. (Mt 6: 6).
El ‘Padre Nuestro’, ha dicho, también puede ser una oración silenciosa: basta con ponernos bajo la mirada de Dios, para recordar el amor del Padre, y esto es suficiente para cumplir.
Catequesis del Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días y buen año!
Continuamos nuestra catequesis sobre el ‘Padre Nuestro’, iluminados por el misterio de Navidad que acabamos de celebrar.
El Evangelio de Mateo coloca el texto del ‘Padre Nuestro’ en un punto estratégico, al centro del discurso de la montaña (cfr 6,9-13). Mientras tanto observamos la escena: Jesús sale de la colina en el lago, se sienta; en su alrededor, él tiene el círculo de sus discípulos más íntimos, y después una gran multitud de caras anónimas. Y esta asamblea heterogénea recibe primero la entrega del “Padre Nuestro”.
La colocación, come se mencionó, es muy significativa; porque en esta larga enseñanza, que lleva el nombre de “lenguaje de montaña” (cfr Mt 5,1-7,27), Jesús condensa los aspectos fundamentales de su mensaje.
El debut es como un arco decorado para la fiesta: las Bienaventuranzas. Jesús corona con felicidad una serie de categorías de personas que en su tiempo, –¡y también en la nuestra!– no estaban muy consideradas. Beatos y pobres, los mansos, los misericordiosos, las personas humildes de corazón… Y la revolución del Evangelio. Todas las personas capaces de amar, los artesanos de paz que hasta entonces habían estado al margen de la historia, son en cambio los constructores del Reino de Dios. Es como si Jesús dijera: “¡Adelante vosotros que traéis en el corazón el misterio de un Dios que ha revelado su omnipotencia en el amor y el perdón!”
Desde este portal de entrada, que revierte los valores de la historia, surge la novedad del Evangelio. La Ley no debe ser abolida sino que necesita una nueva interpretación, que la reconduzca a su significado original. Si una persona tiene un buen corazón, predispuesto al amor, entonces entiende que cada palabra de Dios debe encarnarse hasta sus últimas consecuencias. El amor no tiene límites: uno puede amar al cónyuge, al amigo e incluso al enemigo con una perspectiva completamente nueva: “Pero yo les digo: amen a sus enemigos y oren por quienes los persiguen, para que sean hijos de su Padre que está en el cielo; hace que su sol salga sobre malos y buenos, y llueva sobre justos e injustos “(Mt 5,44-45).
Aquí está el gran secreto que subyace a todo lo que se habla de la montaña: sed hijos de vuestro Padre que está en el cielo. Aparentemente, estos capítulos del Evangelio de Mateo parecen ser un discurso moral, parecen evocar una ética tan exigente que parece impracticable, y en cambio encontramos que son sobre todo un discurso teológico. El cristiano no está comprometido a ser mejor que los demás: sabe que es un pecador como todos los demás. El cristiano es simplemente el hombre que se detiene ante la nueva Zarza Ardiente, ante la revelación de un Dios que no lleva el enigma de un nombre impronunciable, pero que pide a sus hijos que lo invoquen con el nombre de “Padre”, dejarse renovar por su poder y reflejar un rayo de su bondad para este mundo tan sediento de bien, esperando tan buenas noticias.
Aquí es cómo Jesús introduce la enseñanza de la oración del ‘Padre Nuestro’. Lo hace distanciándose de dos grupos de su tiempo. En primer lugar, los hipócritas: “No sean como los hipócritas que, en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, les gusta orar de pie, ser vistos por el pueblo” (Mt 6, 5). Hay personas que pueden pronunciar oraciones ateas, sin Dios: lo hacen para ser admirados por los hombres. La oración cristiana, por otro lado, no tiene otro testimonio creíble más que su propia conciencia, donde un diálogo continuo con el Padre, que se entrelaza  intensamente: «Cuando vayas a orar, entra en tu aposento, y después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto» (Mt 6: 6).
Después Jesús toma distancia de la oración de los paganos: “No hay una palabra especial: […] los gentiles se figuran que por su palabrería van a ser escuchados (Mt,6,7). Aquí quizás Jesús alude a esa “captatio benevolentiae” (“de ganar la buena voluntad”) que era la premisa necesaria de muchas oraciones antiguas: la divinidad tenía que ser un tanto domada por una larga serie de alabanzas. En cambio, vosotros –dice Jesús– cuando oréis, no seáis como ellos, porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo (Mt, 6,8). También puede ser una oración silenciosa, el ‘Padre Nuestro’: basta con ponernos bajo la mirada de Dios, para recordar el amor del Padre, y esto es suficiente para cumplir.

¡Qué bueno pensar que nuestro Dios no necesita sacrificios para ganar su favor! No necesita nada nuestro Dios: en la oración, solo pide que mantengamos abierto un canal de comunicación con Él para descubrir siempre a sus amados hijos.
03.01.19






Abusos en la Iglesia: Francisco llama a una “renovada y decidida actitud para resolver el conflicto”

Carta a los obispos de los Estados Unidos de América del Norte

(3 enero 2019).- “La lucha contra la cultura del abuso, la herida en la credibilidad, así como el desconcierto, la confusión y el desprestigio en la misión reclaman y nos reclaman una renovada y decidida actitud para resolver el conflicto”, escribe el Santo Padre en una Carta dirigida a los obispos de la Conferencia Episcopal de los Estados Unidos de América del Norte.
Carta del Papa Francisco
A los Obispos de la Conferencia Episcopal de los Estados Unidos de Norte América
Queridos hermanos,
El pasado 13 de septiembre, durante el encuentro que mantuve con la Presidencia de la Conferencia Episcopal, sugerí que Ustedes hicieran juntos los Ejercicios Espirituales: un tiempo de retiro, oración y discernimiento como eslabón necesario y fundamental en el camino para afrontar y responder evangélicamente a la crisis de credibilidad que atraviesan como Iglesia. Lo vemos en el Evangelio, el Señor en momentos importantes de su misión se retiraba y pasaba toda la noche en oración e invitaba a sus discípulos a hacer lo mismo (Cf.Mc14,38). Sabemos que la envergadura de los acontecimientos no resiste cualquier respuesta y actitud; por el contrario, exige de nosotros pastores, la capacidad y especialmente la sabiduría de gestar una palabra fruto de la escucha sincera, orante y comunitaria de la Palabra de Dios y del dolor de nuestro pueblo. Una palabra gestada en la oración del pastor que, como Moisés, lucha e intercede por su pueblo (Cf. Ex 32,30-32).
En el encuentro le manifesté al cardenal DiNardo y a los obispos presentes mi deseo de acompañados personalmente un par de días, en estos Ejercicios Espirituales, lo cual fue recibido con alegría y esperanza. Como sucesor de Pedro quería unirme a Ustedes y con Ustedes implorar al Señor que envíe su Espíritu capaz de «hacer nuevas todas las cosas» (Cf. Ap 21,5) y mostrar los caminos de vida que, como Iglesia, estamos Ilamados a recorrer para el bien de todo el pueblo que nos fue confiado. A pesar de los esfuerzos realizados, por problemas de logística no podré acompañados personalmente. Esta carta quiere suplir, de alguna manera, el viaje fallido. También me alegra que hayan aceptado el ofrecimiento que el predicador de la Casa Pontifica sea quien guíe con su sapiente experiencia espiritual estos Ejercicios Espirituales.
Con estas líneas, quiero estar más cerca y como hermano reflexionar y compartir algunos aspectos que considero importantes, así como estimularlos en la oración y en los pasos que dan en la lucha contra la «cultura del abuso» y en la manera de afrontar la crisis de la credibilidad.
«Entre Ustedes no debe suceder así, el que quiera ser grande, que se haga servidor de Ustedes; y el que quiera ser el primero, que se haga servidor de todos». (Mc 10, 43-44). Estas palabras, con las que Jesús cierra el debate y pone luz a la indignación que se produjo entre los discípulos al escuchar a Santiago y Juan pedir sentarse a la derecha y a la izquierda del Maestro (Cf. Mc 10,37) nos servirán de guía en esta reflexión que quiero realizar junto aUstedes.
El Evangelio no teme desvelar y evidenciar ciertas tensiones, contradicciones y reacciones que existen en la vida de la primera comunidad discipular; es más, pareciera hacerlo exprofesso: búsqueda de los primeros puestos, celos, envidias, arreglos y acomodos. Así también como todas las intrigas y complots que, secretamente unas veces y públicamente otras, se organizaron en tomo al mensaje y persona de Jesús por parte de las autoridades políticas, religiosas y de los mercaderes de la época (Cf. Mc 11, 15-18). Conflictos que aumentaban a medida que se acercaba la Hora de Jesús en su entrega en la cruz cuando el príncipe de este mundo, el pecado y la corrupción parecían tener la última palabra contaminando todo de amargura, desconfianza y murmuración.
Como lo había profetizado el anciano Simeón, los momentos difíciles y de encrucijada tienen la capacidad de sacar a la luz los pensamientos íntimos, las tensiones y contradicciones que habitan personal y comunitariamente en los discípulos (Cf.Lc2,35). Nadie puede darse por eximido de esto; estamos invitados como comunidad a velar para que, en esos momentos, nuestras decisiones, opciones, acciones e intenciones no estén viciadas (o lo menos viciadas) por estos conflictos y tenciones internas y sean, por sobre todo, una respuesta al Señor que es vida para el mundo. En los momentos de mayor turbación, es importante velar y discernir para tener un corazón libre de compromisos y de aparentes certezas para escuchar qué es lo que más le agrada al Señor en la misión que nos ha encomendado. Muchas acciones pueden ser útiles, buenas y necesarias y hasta pueden parecer justas, pero no todas tienen«sabor» a evangelio. Si me permiten decirlo de manera coloquial: hay que tener cuidado de que «el remedio no se vuelva peor que la enfermedad». Y eso nos pide sabiduría, oración, mucha escucha y comunión fraterna.
  1. «Entre ustedes no debe suceder así».
En los últimos tiempos la Iglesia en los Estados Unidos se ha visto sacudida por múltiples escándalos que tocan en lo más íntimo su credibilidad. Tiempos tormentosos en la vida de tantas víctimas que sufrieron en su carne el abuso de poder, de conciencia y sexual por parte de ministros ordenados, consagrados, consagradas y fieles laicos; tiempos tormentosos y de cruz para esas familias y el Pueblo de Dios todo.
La credibilidad de la Iglesia se ha visto fuertemente cuestionada y debilitada por estos pecados y crímenes, pero especialmente por la voluntad de querer disimularlos y esconderlos, lo cual generó una mayor sensación de inseguridad, desconfianza y desprotección en los fieles. La actitud de encubrimiento, como sabemos, lejos de ayudar a resolver los conflictos, permitió que los mismos se perpetuasen e hirieran más profundamente el entramado de relaciones que hoy estamos llamados a curar y recomponer.
Somos conscientes que los pecados y crímenes cometidos y todas sus repercusiones a nivel eclesial, social y cultural crearon una huella y herida honda en el corazón del pueblo fiel. Lo llenaron de perplejidad, desconcierto y confusión; y esto sirve también muchas veces como excusa para desacreditar continuamente y poner en duda la vida entregada de tantos cristianos que «muestran ese inmenso amor a la humanidad que nos ha inspirado el Dios hecho hombre» (Cf. EG 76). Cada vez que la palabra del Evangelio molesta o se vuelve testimonio incómodo, no son pocas las voces que pretenden silenciarla señalando el pecado y las incongruencias de los miembros de la Iglesia y más todavía de sus pastores.
Huella y herida que también se traslada al interior de la comunión episcopal generando no precisamente la sana y necesaria confrontación y las tensiones propias de un organismo vivo sino la división y la dispersión (Cf. Mt 26, 31b), frutos y mociones no ciertamente del Espíritu Santo, sino «del enemigo de natura humana»1 que saca más provecho de la división y dispersión que de las tensiones y desacuerdos lógicos y esperables en la coexistencia de los discípulos de Cristo.
La lucha contra la cultura del abuso, la herida en la credibilidad, así como el desconcierto, la confusión y el desprestigio en la misión reclaman y nos reclaman una renovada y decidida actitud para resolver el conflicto. «Ustedes saben que aquellos a quienes se consideran gobernantes — nos diría Jesús — dominan a las naciones como si fueran sus dueños, y los poderosos los hacen sentir su autoridad. Entre Ustedes no debe suceder así». La herida en la credibilidad exige un abordaje particular pues no se resuelve por decretos voluntaristas o estableciendo simplemente nuevas comisiones o mejorando los organigramas de trabajo como si fuésemos jefes de una agencia de recursos humanos. Tal visión termina reduciendo la misión del pastor y de la Iglesia a mera tarea administrativa/organizativa en la «empresa de la evangelización». Dejémoslo claro, muchas de estas cosas son necesarias, pero insuficientes, ya que no logran asumir y abordar la realidad en su complejidad y corren el riesgo de terminar reduciéndolo todo a problemas organizativos.
La herida en la credibilidad toca neurálgicamente nuestras formas de relacionarnos. Podemos constatar que existe un tejido vital que se vio dañado y, como artesanos, estamos llamados a reconstruir. Esto implica la capacidad — o no — que poseamos como comunidad de construir vínculos y espacios sanos y maduros, que sepan respetar la integridad e intimidad de cada persona. Implica la capacidad de convocar para despertar y dar confianza en la construcción de un proyecto común, amplio, humilde, seguro, sobrio y transparente. Y esto exige no sólo una nueva organización sino la conversión de nuestra mente (metánoia), de nuestra manera de rezar, de gestionar el poder y el dinero, de vivir la autoridad así también de cómo nos relacionamos entre nosotros y con el mundo.
Las transformaciones en la Iglesia siempre tienen como horizonte suscitar y estimular un estado constante de conversión misionera y pastoral que permita nuevos itinerarios eclesiales cada día más conformes al Evangelio y, por tanto, respetuosos de la dignidad humana. La dimensión programática de nuestras acciones debe ir acompañada de su dimensión paradigmática la cual muestra el espíritu y el sentido de lo que se hace. Una y otra se reclaman y necesitan. Sin este claro y decidido enfoque todo lo que se haga correrá el riesgo de estar teñido de autoreferencialidad, autopreservación y autodefensa y, por tanto, condenado a caer en «saco roto». Será quizás un cuerpo bien estructurado y organizado, pero sin fuerza evangélica, ya que no ayudará a ser una Iglesia más creíble y testimonial sino «campana que resuena o platillo que retiñe» (1 Cor 13,1).
Una nueva estación eclesial necesita, fundamentalmente, de pastores maestros del discernimiento en el paso de Dios por la historia de su pueblo y no de simples administradores, ya que las ideas se discuten, pero las situaciones vitales se disciernen. De ahí que, en medio de la desolación y confusión que viven nuestras comunidades, nuestro deber es –en primer lugar– encontrar un espíritu común capaz de ayudarnos en el discernimiento, no para obtener la tranquilidad fruto de un equilibrio humano o de una votación democrática que haga «vencer» a unos sobre otros, ¡esto no! Sino una manera colegialmente paterna de asumir la situación presente que proteja –sobre todo– de la desesperanza y de la orfandad espiritual al pueblo que nos fue encomendado.
Esto nos posibilita sumergirnos mejor en la realidad, intentando comprenderla y escucharla desde dentro sin quedar presos de la misma. Sabemos que los momentos de turbación y de prueba suelen amenazar nuestra comunión fraterna, pero sabemos también que pueden convertirse en momentos de gracia que afiancen nuestra entrega a Cristo y la hagan creíble. Esta credibilidad no radicará en nosotros mismos, ni en nuestros discursos, ni en nuestros méritos, ni en nuestra honra personal o comunitaria, símbolos de nuestra pretensión — casi siempre inconsciente — de justificamos a nosotros mismos a partir de nuestras propias fuerzas y habilidades (o de la desgracia ajena).
La credibilidad será fruto de un cuerpo unido que, reconociéndose pecador y limitado es capaz de proclamar la necesidad de la conversión. Porque no queremos anunciarnos a nosotros mismos sino a Aquel que por nosotros murió (2 Cor. 4, 5) y testimoniar cómo en los momentos más oscuros de nuestra historia el Sector se hace presente, abre caminos y unge la fe descreída, la esperanza herida y la caridad adormecida. La conciencia personal y comunitaria de nuestros límites nos recuerda, como dijo San Juan XXIII que «la autoridad no puede consideras se exenta de sometimiento a otra superior»3 y por tanto no puede aislarse en su discernimiento y en la búsqueda del bien común. Una fe y una conciencia despojada de la instancia comunitaria, como si fuese un «trascendental kantiano», poco a poco termina anunciando «un Dios sin Cristo, un Cristo sin Iglesia, una Iglesia sin pueblo» y presentará una falsa y peligrosa oposición entre el ser personal y el ser eclesial, entre un Dios puro amor y la carne entregada de Jesucristo. Es más, se puede correr el riesgo de terminar haciendo de Dios un «ídolo» de un determinado grupo existente. La constante referencia a la comunión universal, como también al Magisterio y a la Tradición milenaria de la Iglesia, salva a los creyentes de la absolutización del «particularismo» de un grupo, de un tiempo, de una cultura dentro de la Iglesia. La Catolicidad se juega también en la capacidad que tengamos los pastores de aprender a escuchamos, ayudar y ser ayudados, trabajar juntos y recibir las riquezas que las otras Iglesias puedan aportar en el seguimiento de Jesucristo. La Catolicidad en la 
glesia no puede reducirse solamente a una cuestión meramente doctrina lo jurídica, si no que nos recuerda que en esta peregrinación no estamos ni vamos solos: «¿Un miembro sufre? Todos los demás sufren con él» (1 Cor 12,26).
Esta conciencia colegial de hombres pecadores en permanente conversión, pero también desconcertados y afligidos con todo lo sucedido, nos permite entrar en comunión afectiva con nuestro pueblo y nos librará de buscar falsos, rápidos y vanos triunfalismos que pretendan asegurar espacios más que iniciar y despertar procesos. Nos protegerá de recurrir a seguridades anestesiantes que impidan acercamos y comprender el alcance y las ramificaciones de lo acontecido. Por otra parte, favorecerá la búsqueda de medios aptos no ligados a vanos apriorismos ni petrificados en expresiones inmóviles que han perdido la capacidad de hablar y mover a los hombres y mujeres de nuestro tiempo4.
La comunión afectiva con el sentir de nuestro pueblo, con su desconfianza, nos impulsa a ejercer una colegial paternidad espiritual que no banalice las respuestas ni tampoco quede presa de una actitud a la defensiva sino que busque aprender — como lo hizo el profeta Elías en medio de su desolación — a escuchar la voz del Señor que no se encuentra ni en las tempestades ni en los terremotos si no en la calma que nace de confesar el dolor en su situación presente y se deja convocar una vez más por Su palabra (1 Re 19,9-18).
Esta actitud nos pide la decisión de abandonar como modus operandi el desprestigio y la deslegitimación, la victimización o el reproche en la manera de relacionarse y, por el contrario, dar espacio a la brisa suave que sólo el Evangelio nos puede brindar. No nos olvidamos que «la falta colegial de un reconocimiento sincero, dolorido y orante de nuestros límites es lo que impide a la gracia actuar mejor en nosotros, ya que no le deja espacio para provocar ese bien posible que integra en un camino sincero y real decrecimiento»5. Todos los esfuerzos que hagamos para romper el círculo vicioso del reproche, la deslegitimación y el desprestigio, evitando la murmuración y la calumnia en pos de un camino de aceptación orante y vergonzoso de nuestros límites y pecados y estimulando el diálogo, la confrontación y el discernimiento, todo esto nos dispondrá a encontrar caminos evangélicos que susciten y promuevan la reconciliación y la credibilidad que nuestro pueblo y la misión nos reclama. Eso lo haremos si somos capaces de dejar de proyectar en los otros las propias confusiones e insatisfacciones, que constituyen obstáculos para la unidad (Cf. EG 96), y nos atrevamos a ponernos juntos de rodillas delante del Señor y dejarnos interpelar por sus llagas, en las que podremos ver las llagas del mundo. «Ustedes saben que aquellos a quienes se considera gobernantes—nos diría Jesús—dominan a las naciones como si fueran sus dueños, y los poderosos los hacen sentir su autoridad. Entre Ustedes no debe suceder así».
2. «el que quiera ser grande, que se haga servidor de Ustedes; y el que quiera ser el primero, que se haga servidor de todos».
El Pueblo fiel de Dios y la misión de la Iglesia han sufrido y sufren mucho a causa de los abusos de poder, conciencia, sexual y de su mala gestión como para que le sumemos el sufrimiento de encontrar un episcopado desunido, centrado en desprestigiarse más que en encontrar caminos de reconciliación. Esta realidad nos impulsa a poner la mirada en lo esencial y a despojamos de todo aquello que no ayuda a transparentar el Evangelio de Jesucristo.
Hoy se nos pide una nueva presencia en el mundo conforme a la Cruz de Cristo, que se cristalice en servicio a los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Recuerdo las palabras de san Pablo VI al inicio de su pontificado: «hace falta hacerse hermanos de los hombres en el momento mismo que queremos ser sus pastores, padres y maestros. El clima del diálogo es la amistad. Más todavía: el servicio. Debemos recordar todo esto y esforzarnos por practicarlo según el ejemplo y el precepto que Cristo nos dejó (Jn. 13,14-17)»6.
Esta actitud no reivindica para sí los primeros lugares ni el éxito o el aplauso de nuestros actos sino que pide, de nosotros pastores, la opción fundamental de querer ser semilla que germinará cuando y donde el Señor mejor lo disponga. Se trata de una opción que nos salva de caer en la trampa de medir el valor de nuestros esfuerzos con los criterios de funcionalidad y eficiencia que rige el mundo de los negocios; más bien el camino es abrirnos a la eficacia y al poder transformador del Reino de Dios que al igual que un grano de mostaza—la más pequeña e insignificante de todas las semillas— logra convertirse en arbusto que sirve para cobijar (Cf. Mt 13, 32-33). No podemos permitirnos, en medio de la tormenta, perder la fe en la fuerza silenciosa, cotidiana y operante del Espíritu Santo en el corazón de los hombres y de la historia. La credibilidad nace de la confianza, y la confianza nace del servicio sincero y cotidiano, humilde y gratuito hacia todos, pero especialmente hacia los preferidos del Señor (Mt 25,31-46). Un servicio que no pretende ser marketinero o estratégico para recuperar el lugar perdido o el reconocimiento vano en el entramado social sino —como quise señalar lo en la última Exhortación Apostólica Gaudete et Exsultate — porque pertenece «a la sustancia misma del Evangelio de Jesús»7.
El llamado a la santidad nos defiende de caer en falsas oposiciones o reduccionismos y de callarnos ante un ambiente propenso al odio y a la marginación, a la desunión y a la violencia entre hermanos. La Iglesia«signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano»(LG1) Lleva en su ser y en su seno la sagrada misión de ser tierra de encuentro y hospitalidad no sólo para sus miembros sino con todo el género humano. Pertenece a su identidad y misión trabajar incansablemente por todo aquello que contribuya a la unidad entre personas y pueblos como símbolo y sacramento de la entrega de Cristo en la Cruz por todos los hombres sin ningún tipo de distinción,«ya no hay judío o pagano, esclavo ni hombre libre, varón y mujer, porque todos Ustedes no son más que uno en Cristo Jesús» (Gal. 3,28). Este es su mayor servicio, más aún cuando vemos el resurgimiento de nuevos y viejos discursos fratricidas.
Nuestras comunidades hoy deben testimoniar de modo concreto y creativo que Dios es Padre de todos y que ante su mirada la única clasificación posible es la de hijos y hermanos. La credibilidad se juega también en la medida en que ayudemos, junto a otros actores, a hilar un entramado social y cultural que no sólo se está resquebrajando sino también alberga y posibilita nuevos odios. Como Iglesia no podemos quedar presos de una u otra trinchera, sino velar y partir siempre desde el más desamparado. Desde allí el Señor nos invita a ser, como reza la Plegaria 
Eucarística Vd: «en medio de nuestro mundo, dividido por las guerras y discordias, instrumentos de unidad, de concordia y de paz».
¡Qué altísima tarea tenemos entre manos hermanos; no la podemos callar y anestesiar por nuestros límites y faltas! Recuerdo las sabias palabras de Madre Teresa de Calcuta que podemos repetir personal y comunitariamente: «Sí, tengo muchas debilidades humanas, muchas miserias humanas.[…] Pero él baja y nos usa, a Usted y a mí, para ser su amor y su compasión en el mundo, a pesar de nuestros pecados, a pesar de nuestras miserias y defectos. Él depende de nosotros para amar al mundo y demostrarle lo mucho que lo ama. Si nos ocupamos demasiado de nosotros mismos, no nos quedará tiempo para los demás»8.
Queridos hermanos, el Señor sabía muy bien que, en la hora de la cruz, la falta de unidad, la división y la dispersión, así como las estrategias para liberarse de esa hora serían las tentaciones más grandes que vivirían sus discípulos; actitudes que desfigurarían y dificultarían la misión. Por eso pidió Él mismo al Padre que los cuidara para que, en esos momentos, fueran uno, como ellos dos son uno, y ninguno se perdiese (Cf. Jn 17, 11-12). Confiados y sumergiéndonos en la oración de Jesús al Padre queremos aprender de Él y, con determinada deliberación, comenzar este tiempo de oración, silencio y reflexión, de diálogo y comunión, de escucha y discernimiento, para dejar que Él moldee el corazón a su imagen y ayude a descubrir su voluntad.
En este camino no vamos solos, María acompañó y sostuvo desde el inicio a la comunidad de los discípulos; con su presencia maternal ayudó a que la comunidad no se «desmadrara» por los caminos de los encierros individualistas y la pretensión de salvarse a sí misma. Ella protegió a la comunidad discipular de la orfandad espiritual que desemboca en la auto-referencialidad y con su fe les permitió perseverar en lo incomprensible, esperando que llegue la luz de Dios. A ella le pedimos que nos mantenga unidos y perseverantes, como el día de Pentecostés para que el Espíritu sea derramado en nuestros corazones y nos ayude en todo momento y lugar a dar testimonio de su Resurrección.
Queridos hermanos, con estas reflexiones me uno a Ustedes en estos días de Ejercicios Espirituales. Rezo por Ustedes; por favor háganlo por mí.
Que Jesús los bendiga y la Virgen Santa los cuide.
Fraternalmente,
FRANCISCO
Ciudad del Vaticano, 1° de enero de 2019.
1 San Ignacio, Ejercicios Espirituales, 135.
2 Cf. Jorge M. Bergoglio, Las cartas de la tribulación, 12. Ed. Diego De Torres, Buenos Aires (1987).
3  Juan XXIII, Pacem in Terris, 47.
4  Pablo vi, Ecclesiam Suam, 39
5  Francisco, Gaudete et Exsultate, 50.
6 Pablo VI, Ecclesiam Suam, 39.
7  Francisco, Gaudete et Exsultate, 97.
8  Madre Teresa de Calcuta, Cristo en los pobres, 37-38. Francisco, Gaudete et Exsultate, 107.
04.01.19





Epifanía del Señor: Para encontrar a Jesús hay que plantearse un “itinerario distinto” y “mantenerlo”


(6 enero 2019).- En la Epifanía del Señor, se desvela la “hermosa realidad” de Dios que viene para todos: “Toda nación, lengua y pueblo es acogido y amado por él. Su símbolo es la luz, que llega a todas partes y las ilumina”, ha recordado el Papa Francisco.




Oro

El oro, considerado el elemento más precioso, nos recuerda que a Dios hay que darle siempre el primer lugar. “Se le adora”: Para hacerlo “es necesario que nosotros mismos cedamos el primer puesto, no considerándonos autosuficientes sino necesitados”, ha exhortado el Santo Padre.

Incienso

Luego está el incienso, que simboliza la relación con el Señor, la oración, que como un perfume sube hasta Dios (cf. Sal 141,2). Pero –ha advertido el Papa– así como el incienso necesita quemarse para perfumar, la oración necesita también “quemar” un poco de tiempo, “gastarlo para el Señor”.
Mirra
La mirra es el ungüento que se usará para “envolver con amor” el cuerpo de Jesús bajado de la cruz (cf. Jn 19,39). “El Señor agradece que nos hagamos cargo de los cuerpos probados por el sufrimiento, de su carne más débil, del que se ha quedado atrás, de quien solo puede recibir sin dar nada material a cambio”, ha explicado el Santo Padre.
Homilía del Papa Francisco
Epifanía: la palabra indica la manifestación del Señor quien, como dice san Pablo en la segunda lectura (cf. Ef 3,6), se revela a todas las gentes, representadas hoy por los magos. Se desvela de esa manera la hermosa realidad de Dios que viene para todos: Toda nación, lengua y pueblo es acogido y amado por él. Su símbolo es la luz, que llega a todas partes y las ilumina. 
Ahora bien, si nuestro Dios se manifiesta a todos, sin embargo, produce sorpresa cómo se manifiesta. El evangelio narra un ir y venir entorno al palacio del rey Herodes, precisamente cuando Jesús es presentado como rey: «¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido?» (Mt2,2), preguntan los magos. Lo encontrarán, pero no donde pensaban: no está en el palacio real de Jerusalén, sino en una humilde morada de Belén. Asistimos a la misma paradoja en Navidad, cuando el evangelio nos hablaba del censo de toda la tierra en tiempos del emperador Augusto y del gobernador Quirino (cf. Lc 2,2). Pero ninguno de los poderosos de entonces se dio cuenta de que el Rey de la historia nacía en ese momento. E incluso, cuando Jesús se manifiesta públicamente a los treinta años, precedido por Juan el Bautista, el evangelio ofrece otra solemne presentación del contexto, enumerando a todos los “grandes” de entonces, poder secular y espiritual: el emperador Tiberio, Poncio Pilato, Herodes, Filipo, Lisanio, los sumos sacerdotes Anás y Caifás. Y concluye: «Vino la palabra de Dios sobre Juan en el desierto» (Lc 3,2). Por tanto, no sobre alguno de los grandes, sino sobre un hombre que se había retirado en el desierto. Esta es la sorpresa: Dios no se manifiesta ocupando el centro de la escena.
Al oír esa lista de personajes ilustres, podríamos tener la tentación de “poner el foco de luz” sobre ellos. Podríamos pensar: habría sido mejor si la estrella de Jesús se hubiese aparecido en Roma sobre el monte Palatino, desde el que Augusto reinaba en el mundo; todo el imperio se habría hecho enseguida cristiano. O también, si hubiese iluminado el palacio de Herodes, este podría haber hecho el bien, en vez del mal. Pero la luz de Dios no va a aquellos que brillan con luz propia. Dios se propone, no se impone; ilumina, pero no deslumbra. Es siempre grande la tentación de confundir la luz de Dios con las luces del mundo. Cuántas veces hemos seguido los seductores resplandores del poder y de la fama, convencidos de prestar un buen servicio al evangelio. Pero así hemos vuelto el foco de luz hacia la parte equivocada, porque Dios no está allí. Su luz tenue brilla en el amor humilde. Cuántas veces, incluso como Iglesia, hemos intentado brillar con luz propia. Pero nosotros no somos el sol de la humanidad. Somos la luna que, a pesar de sus sombras, refleja la luz verdadera, el Señor: Él es la luz de mundo (cf. Jn 9,5); él, no nosotros. 
La luz de Dios va a quien la acoge. En la primera lectura, Isaías nos recuerda que la luz divina no impide que las tinieblas y la oscuridad cubran la tierra, pero resplandece en quien está dispuesto a recibirla (cf. 60,2). Por eso el profeta dirige una llamada, que nos interpela a cada uno: «Levántate y resplandece, porque llega tu luz» (60,1). Es necesario levantarse, es decir sobreponerse a nuestro sedentarismo y disponerse a caminar, de lo contrario, nos quedaremos parados, como  los escribas consultados por Herodes, que sabían bien dónde había nacido el Mesías, pero no se movieron. Y después, es necesario revestirse de Dios que es la luz, cada día, hasta que Jesús se convierta en nuestro vestido cotidiano. Pero para vestir el traje de Dios, que es sencillo como la luz, es necesario despojarse antes de los vestidos pomposos, en caso contrario seríamos como Herodes, que a la luz divina prefirió las luces terrenas del éxito y del poder. Los magos, sin embargo, realizan la profecía, se levantan para ser revestidos de la luz. Solo ellos ven la estrella en el cielo; no los escribas, ni Herodes, ni ningún otro en Jerusalén. Para encontrar a Jesús hay que plantearse un itinerario distinto, hay que tomar un camino alternativo, el suyo, el camino del amor humilde. Y hay que mantenerlo. De hecho, el Evangelio de este día concluye diciendo que los magos, una vez que encontraron a Jesús, «se retiraron a su tierra por otro camino» (Mt 2,12). Otro camino, distinto al de Herodes. Un camino alternativo al mundo, como el que han recorrido todos los que en Navidad están con Jesús: María y José, los pastores. Ellos, como los magos, han dejado sus casas y se han convertido en peregrinos por los caminos de Dios. Porque solo quien deja los propios afectos mundanos para ponerse en camino encuentra el misterio de Dios. 

Vale también para nosotros. No basta saber dónde nació Jesús, como los escribas, si no alcanzamos ese dónde. No basta saber, como Herodes, queJesús nació si no lo encontramos. Cuando su dónde se convierte en nuestro dónde, su cuándo en nuestro cuándo, su persona en nuestra vida, entonces las profecías se cumplen en nosotros. Entonces Jesús nace dentro y se convierte en Dios vivo para mí. Hoy estamos invitados a imitar a los magos. Ellos no discuten, sino que caminan; no se quedan mirando, sino que entran en la casa de Jesús; no se ponen en el centro, sino que se postran ante él, que es el centro; no se empecinan en sus planes, sino que se muestran disponibles a tomar otros caminos. En sus gestos hay un contacto estrecho con el Señor, una apertura radical a él, una implicación total con él. Con él utilizan el lenguaje del amor, la misma lengua que Jesús ya habla, siendo todavía un infante. De hecho, los magos van al Señor no para recibir, sino para dar. Preguntémonos: ¿Hemos llevado algún presente a Jesús para su fiesta en Navidad, o nos hemos intercambiado regalos solo entre nosotros? 
Si hemos ido al Señor con las manos vacías, hoy lo podemos remediar. El evangelio nos muestra, por así decirlo, una pequeña lista de regalos: oro, incienso y mirra. El oro, considerado el elemento más precioso, nos recuerda que a Dios hay que darle siempre el primer lugar. Se le adora. Pero para hacerlo es necesario que nosotros mismos cedamos el primer puesto, no considerándonos autosuficientes sino necesitados. Luego está el incienso, que simboliza  la relación con el Señor, la oración, que como un perfume sube hasta Dios (cf. Sal 141,2). Pero, así como el incienso necesita quemarse para perfumar, la oración necesita también “quemar” un poco de tiempo, gastarlo para el Señor. Y hacerlo de verdad, no solo con palabras. A propósito de hechos, ahí está la mirra, el ungüento que se usará para envolver con amor el cuerpo de Jesús bajado de la cruz (cf. Jn 19,39). El Señor agradece que nos hagamos cargo de los cuerpos probados por el sufrimiento, de su carne más débil, del que se ha quedado atrás, de quien solo puede recibir sin dar nada material a cambio. La gratuidad, la misericordia hacia el que no puede restituir es preciosa a los ojos de Dios. En este tiempo de Navidad que llega a su fin, no perdamos la ocasión de hacer un hermoso regalo a nuestro Rey, que vino por nosotros, no sobre los fastuosos escenarios del mundo, sino sobre la luminosa pobreza de Belén. Si lo hacemos así, su luz brillará sobre nosotros.   la relación con el Señor, la oración, que como un perfume sube hasta Dios (cf. Sal 141,2). Pero, así como el incienso necesita quemarse para perfumar, la oración necesita también “quemar” un poco de tiempo, gastarlo para el Señor. Y hacerlo de verdad, no solo con palabras. A propósito de hechos, ahí está la mirra, el ungüento que se usará para envolver con amor el cuerpo de Jesús bajado de la cruz (cf. Jn 19,39). El Señor agradece que nos hagamos cargo de los cuerpos probados por el sufrimiento, de su carne más débil, del que se ha quedado atrás, de quien solo puede recibir sin dar nada material a cambio. La gratuidad, la misericordia hacia el que no puede restituir es preciosa a los ojos de Dios. En este tiempo de Navidad que llega a su fin, no perdamos la ocasión de hacer un hermoso regalo a nuestro Rey, que vino por nosotros, no sobre los fastuosos escenarios del mundo, sino sobre la luminosa pobreza de Belén. Si lo hacemos así, su luz brillará sobre nosotros. 
06.01.19




Ángelus: El que encuentra a Jesús cambia de camino


Palabras del Papa antes de la oración mariana




(6 enero 2019).- Al igual que los Magos, “cada vez que un hombre y una mujer se encuentran con Jesús, cambia de camino y vuelve a la vida de una manera diferente”, afirmó el Papa Francisco durante el Ángelus de este 6 de enero de 2019 en la fiesta de la Epifanía.

La salvación ofrecida por Dios en Cristo es para todos los hombres, cercanos y lejanos”, dijo en su meditación en la Plaza de San Pedro ante unos 60.000 fieles. No es posible “tomar posesión” de este Niño: es un regalo para todos”.

El Papa invitó a la multitud a “dejarse iluminar con la luz de Cristo que proviene de Belén”: “No permitamos que nuestros temores cierren nuestros corazones, sino que tengamos el valor de abrirnos a esta luz suave y discreta”.
Palabras del Papa antes del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas,  ¡buenos días!
Hoy, la solemnidad de la Epifanía del Señor es la fiesta de la manifestación de Jesús, simbolizada por la luz. En los textos proféticos se promete esta luz. De hecho, Isaías se dirige a Jerusalén con estas palabras: “Levántate, resplandece, porque ha llegado tu luz, la gloria del Señor brilla sobre ti” (60,1). La invitación del profeta parece sorprendente, ya que se coloca después del duro exilio y el numeroso hostigamiento que la gente había experimentado.
Esta invitación resuena también para nosotros los que hemos celebrado la Navidad de Jesús,  esta invitación resuena para acercarnos a la luz del Belén, también nosotros estamos invitados a no detenernos en los signos exteriores del acontecimiento, sino a volver a partir de él para recorrer en una nueva forma de vida nuestro camino de hombres y de creyentes.
La luz que el profeta Isaías había anunciado en el evangelio esta presente y se encuentra en Jesús nacido en Belén ciudad de David y vino para traer salvación a los lejanos y a los cercanos, a todos.
Mateo muestra diferentes maneras en que uno puede encontrarse con Cristo y reaccionar ante su presencia. Herodes y los escribas de Jerusalén tienen un corazón duro, que persiste y rechaza la visita de ese Niño, es una posibilidad cerrarse ante la luz de Dios. Representan a quienes, incluso en nuestros días, temen a la venida de Jesús y cierran sus corazones a los hermanos y hermanas que necesitan ayuda. Herodes teme perder el poder y no piensa en el verdadero bien de las personas, sino en su propio interés personal. Los escribas y los líderes del pueblo tienen miedo porque no pueden mirar más allá de sus certezas,al no poder captar la novedad que hay en Jesús.
La experiencia de los Reyes Magos es muy diferente (ver Mt 2: 1-12). Viniendo de Oriente, representan a todos los pueblos lejanos de la fe judía tradicional. Sin embargo, se dejan guiar por la estrella y se enfrentan a un largo y arriesgado viaje para llegar al destino y conocer la verdad sobre el Mesías. Los Magos estaban abiertos a la “novedad”, y a ellos se les revela la novedad más grande y sorprendente de la historia: Dios hecho hombre. Los Magos se postran ante Jesús y le ofrecen dones simbólicos: oro, incienso y mirra; Porque la búsqueda del Señor implica no solo la perseverancia en el camino, sino también la generosidad del corazón. Y dice el Evangelio que finalmente, regresaron “a sus países” (v. 12) por otros caminos. Hermanos y hermanas cada vez que un hombre y una mujer encuentra a Jesús cambia de camino, regresa a la ciudad de un modo diferente, regresa renovado por otro camino. Los Reyes regresaron a sus países llevando dentro de sí el misterio de ese Rey humilde y pobre; y podemos imaginar que les contaron a todos la experiencia vivida: la salvación ofrecida por Dios en Cristo es para todos los hombres, cercanos y lejanos. No es posible “tomar posesión” de ese Niño: Él es un don para todos. También nosotros hagamos un poco de silencio en nuestro corazón.  Dejémonos iluminar por la luz de Jesús que viene de Belén. No permitamos que nuestros miedos cierren nuestros corazones, sino que tengamos el valor de abrirnos a esta luz que es suave y discreta. Entonces, como los Magos, experimentaremos “una alegría muy grande” (versículo 10) que no podremos conservar para nosotros mismos. Que la Virgen María nos sostenga en este viaje, ella que es estrella que nos lleva a Jesús y hace ver a Jesús a los Magos y a todos aquellos que se acercan a Él.
07.01.19



Santa Marta: “Lo opuesto del amor de Dios es la indiferencia”

El Papa ha ofrecido la Misa por Mons. Giorgio Zur

( 8 enero 2019).- El Santo Padre ha invitado a los fieles presentes en la Misa, esta mañana, ten la Capilla de Santa Marta a orar al Señor “para que cure a la humanidad, comenzando por nosotros: que mi corazón se cure de esta enfermedad que es la cultura de la indiferencia”.
El Papa Francisco ha ofrecido la Eucaristía de este martes, 8 de enero de 2019, por el eterno descanso del Arzobispo Giorgio Zur, que fue Nuncio Apostólico en Austria, quien vivía en la Casa de Santa Marta, Residencia del Santo Padre, y que falleció ayer a medianoche.
Para su reflexión, el Pontífice se ha inspirado en la lecturas propuestas por la liturgia del día, en la exhortación al amor de la Primera Carta de San Juan Apóstol y en el Evangelio de Marcos sobre la multiplicación de los panes.
Lo opuesto más cotidiano del amor de Dios, de la compasión de Dios, es la indiferencia”, ha anunciado Francisco. “Yo estoy satisfecho, no me falta nada. Tengo todo, he asegurado esta vida, y también la eterna, porque voy a Misa todos los domingos, soy un buen cristiano”. “Pero, al salir del restaurante, mira para otro lado”, si vemos a alguien necesitado o pidiendo limosna.
Pensemos en este Dios que “da el primer paso” –ha indicado el Papa– que tiene “compasión”, que tiene “misericordia” y tantas veces nosotros, nuestra actitud es la “indiferencia”.
Amémonos unos a otros, porque el amor” proviene de Dios –ha exhortado Francisco– citando las palabras de San Juan con las que el Apóstol explica “cómo se ha manifestado el amor de Dios en nosotros”.
El misterio del amor
Así, el Pontífice recordó que “Dios ha enviado al mundo a su Hijo unigénito, para que nosotros tengamos vida por medio de Él”. Y aclaró que “éste es el misterio del amor”. Que “Dios nos ha amado primero”, Él ha dado el “primer paso”. Un paso “hacia la humanidad que no sabe amar”, que “tiene necesidad de las caricias de Dios para amar”, del testimonio de Dios. “Y este primer paso que ha dado Dios es su Hijo, al que ha enviado para salvarnos y dar un sentido a la vida, para renovarnos y para recrearnos”.
Ante el pasaje de la multiplicación de los panes y de los peces, el Papa se preguntó: “¿Por qué Dios ha hecho esto? “Por compasión, compasión por la muchedumbre que ve al descender de la barca, en la ribera del lago Tiberíades, porque estaba sola, y las personas “eran como ovejas que no tienen pastor”, explicó Francisco.
El corazón de Dios, el corazón de Jesús “se conmovió”, y ve aquella gente, y “no puede permanecer indiferente”, ha señalado. “El amor es inquieto. El amor no tolera la indiferencia. El amor tiene compasión. Pero compasión significa poner en juego el corazón; significa misericordia. Jugarse el propio corazón por los demás: esto es amor. El amor es jugarse el corazón por los demás”.
80º cumpleaños de Kiko
En el marco de esta Eucaristía, al final de la celebración, el Santo Padre ha enviado un saludo cordial a Kiko Argüello, iniciador del Camino Neocatecumenal, con motivo de su 80° cumpleaños. Francisco le ha agradecido “el celo apostólico con el que trabaja en la Iglesia”.
09.01.19




27ª Jornada Mundial del Enfermo: La vida es un don, no “una mera posesión o propiedad privada”

Mensaje del Santo Padre

(8 enero 2019).- Gratis habéis recibido; dad gratis es el lema de la 27ª Jornada Mundial del Enfermo que se celebrará el próximo 11 de febrero de 2019, en Calcuta, India.
Mensaje del Papa Francisco
«Gratis habéis recibido; dad gratis» (Mt 10,8)
Queridos hermanos y hermanas:
«Gratis habéis recibido; dad gratis» (Mt 10,8). Estas son las palabras pronunciadas por Jesús cuando envió a los apóstoles a difundir el Evangelio, para que su Reino se propagase a través de gestos de amor gratuito.


Con ocasión de la XXVII Jornada Mundial del Enfermo, que se celebrará solemnemente en Calcuta, India, el 11 de febrero de 2019, la Iglesia, como Madre de todos sus hijos, sobre todo los enfermos, recuerda que los gestos gratuitos de donación, como los del Buen Samaritano, son la vía más creíble para la evangelización. El cuidado de los enfermos requiere profesionalidad y ternura, expresiones de gratuidad, inmediatas y sencillas como la caricia, a través de las cuales se consigue que la otra persona se sienta “querida”.
La vida es un don de Dios —y como advierte san Pablo—: «¿Tienes algo que no hayas recibido?» (1 Co 4,7). Precisamente porque es un don, la existencia no se puede considerar una mera posesión o una propiedad privada, sobre todo ante las conquistas de la medicina y de la biotecnología, que podrían llevar al hombre a ceder a la tentación de la manipulación del “árbol de la vida” (cf. Gn 3,24).
Frente a la cultura del descarte y de la indiferencia, deseo afirmar que el don se sitúa como el paradigma capaz de desafiar el individualismo y la contemporánea fragmentación social, para impulsar nuevos vínculos y diversas formas de cooperación humana entre pueblos y culturas. El diálogo, que es una premisa para el don, abre espacios de relación para el crecimiento y el desarrollo humano, capaces de romper los rígidos esquemas del ejercicio del poder en la sociedad. La acción de donar no se identifica con la de regalar, porque se define solo como un darse a sí mismo, no se puede reducir a una simple transferencia de una propiedad o de un objeto. Se diferencia de la acción de regalar precisamente porque contiene el don de sí y supone el deseo de establecer un vínculo. El don es ante todo reconocimiento recíproco, que es el carácter indispensable del vínculo social. En el don se refleja el amor de Dios, que culmina en la encarnación del Hijo, Jesús, y en la efusión del Espíritu Santo.
Cada hombre es pobre, necesitado e indigente. Cuando nacemos, necesitamos para vivir los cuidados de nuestros padres, y así en cada fase y etapa de la vida, nunca podremos liberarnos completamente de la necesidad y de la ayuda de los demás, nunca podremos arrancarnos del límite de la impotencia ante alguien o algo. También esta es una condición que caracteriza nuestro ser “criaturas”. El justo reconocimiento de esta verdad nos invita a permanecer humildes y a practicar con decisión la solidaridad, en cuanto virtud indispensable de la existencia.
Frente a la cultura del descarte y de la indiferencia, deseo afirmar que el don se sitúa como el paradigma capaz de desafiar el individualismo y la contemporánea fragmentación social, para impulsar nuevos vínculos y diversas formas de cooperación humana entre pueblos y culturas. El diálogo, que es una premisa para el don, abre espacios de relación para el crecimiento y el desarrollo humano, capaces de romper los rígidos esquemas del ejercicio del poder en la sociedad. La acción de donar no se identifica con la de regalar, porque se define solo como un darse a sí mismo, no se puede reducir a una simple transferencia de una propiedad o de un objeto. Se diferencia de la acción de regalar precisamente porque contiene el don de sí y supone el deseo de establecer un vínculo. El don es ante todo reconocimiento recíproco, que es el carácter indispensable del vínculo social. En el don se refleja el amor de Dios, que culmina en la encarnación del Hijo, Jesús, y en la efusión del Espíritu Santo.
Cada hombre es pobre, necesitado e indigente. Cuando nacemos, necesitamos para vivir los cuidados de nuestros padres, y así en cada fase y etapa de la vida, nunca podremos liberarnos completamente de la necesidad y de la ayuda de los demás, nunca podremos arrancarnos del límite de la impotencia ante alguien o algo. También esta es una condición que caracteriza nuestro ser “criaturas”. El justo reconocimiento de esta verdad nos invita a permanecer humildes y a practicar con decisión la solidaridad, en cuanto virtud indispensable de la existencia.
Santa Madre Teresa nos ayuda a comprender que el único criterio de acción debe ser el amor gratuito a todos, sin distinción de lengua, cultura, etnia o religión. Su ejemplo sigue guiándonos para que abramos horizontes de alegría y de esperanza a la humanidad necesitada de comprensión y de ternura, sobre todo a quienes sufren.


La gratuidad humana es la levadura de la acción de los voluntarios, que son tan importantes en el sector socio-sanitario y que viven de manera elocuente la espiritualidad del Buen Samaritano. Agradezco y animo a todas las asociaciones de voluntariado que se ocupan del transporte y de la asistencia de los pacientes, aquellas que proveen las donaciones de sangre, de tejidos y de órganos. Un ámbito especial en el que vuestra presencia manifiesta la atención de la Iglesia es el de la tutela de los derechos de los enfermos, sobre todo de quienes padecen enfermedades que requieren cuidados especiales, sin olvidar el campo de la sensibilización social y la prevención. Vuestros servicios de voluntariado en las estructuras sanitarias y a domicilio, que van desde la asistencia sanitaria hasta el apoyo espiritual, son muy importantes. De ellos se benefician muchas personas enfermas, solas, ancianas, con fragilidades psíquicas y de movilidad. Os exhorto a seguir siendo un signo de la presencia de la Iglesia en el mundo secularizado. El voluntario es un amigo desinteresado con quien se puede compartir pensamientos y emociones; a través de la escucha, es capaz de crear las condiciones para que el enfermo, de objeto pasivo de cuidados, se convierta en un sujeto activo y protagonista de una relación de reciprocidad, que recupere la esperanza, y mejor dispuesto para aceptar las terapias. El voluntariado comunica valores, comportamientos y estilos de vida que tienen en su centro el fermento de la donación. Así es como se realiza también la humanización de los cuidados.
La dimensión de la gratuidad debería animar, sobre todo, las estructuras sanitarias católicas, porque es la lógica del Evangelio la que cualifica su labor, tanto en las zonas más avanzadas como en las más desfavorecidas del mundo. Las estructuras católicas están llamadas a expresar el sentido del don, de la gratuidad y de la solidaridad, en respuesta a la lógica del beneficio a toda costa, del dar para recibir, de la explotación que no mira a las personas.


Os exhorto a todos, en los diversos ámbitos, a que promováis la cultura de la gratuidad y del don, indispensable para superar la cultura del beneficio y del descarte. Las instituciones de salud católicas no deberían caer en la trampa de anteponer los intereses de empresa, sino más bien en proteger el cuidado de la persona en lugar del beneficio. Sabemos que la salud es relacional, depende de la interacción con los demás y necesita confianza, amistad y solidaridad, es un bien que se puede disfrutar “plenamente” solo si se comparte. La alegría del don gratuito es el indicador de la salud del cristiano.
Os encomiendo a todos a María, Salus infirmorum. Que ella nos ayude a compartir los dones recibidos con espíritu de diálogo y de acogida recíproca, a vivir como hermanos y hermanas atentos a las necesidades de los demás, a saber dar con un corazón generoso, a aprender la alegría del servicio desinteresado. Con afecto aseguro a todos mi cercanía en la oración y os envío de corazón mi Bendición Apostólica.
Vaticano, 25 de noviembre de 2018



Padre Nuestro: Jesús enseña a los discípulos a orar con “perseverancia” y “confianza”

Palabras del Papa en español, en la audiencia general

(9 enero 2019).- Jesús enseña a los discípulos a orar –ha recordado el Papa– y les muestra con qué palabras y sentimientos deben dirigirse a Dios. Lo hace enseñándoles el Padrenuestro, las actitudes que el creyente debe tener cuando ora, que son la “perseverancia” y la “confianza”.
Dentro del ciclo de catequesis sobre el ‘Padre Nuestro’, Francisco ha titulado la reflexión de hoy en la audiencia general, 9 de enero de 2019, Llamad y se os abrirá, del Evangelio según Lucas 11, 9-13.
El Santo Padre ha hablado de como Jesús es, sobre todo, “el orante”, y ha indicado que en cada paso de su vida, “es el Espíritu Santo quien lo guía en su actuar”. Antes de tomar decisiones importantes, “Jesús ora, dialoga con el Padre”.
Perseverancia y confianza
La perseverancia en la oración, porque “aunque a veces pareciera que Dios no nos escucha, sin embargo no es así, porque ninguna oración queda desatendida”, ha asegurada Francisco. A la perseverancia se une la confianza puesta en Dios, “porque Él es un Padre bueno y nunca olvida a sus hijos que sufren”.
La oración “cambia la realidad, y nos cambia también a nosotros”. Es, ya desde ahora, la “victoria” sobre “la soledad y la desesperación”; “un camino que nos lleva a Dios, nuestro Padre, que espera todo y a todos con los brazos abiertos”, ha explicado el Pontífice.
La catequesis de hoy ha hecho referencia al Evangelio de san Lucas, del que provienen los 3 himnos diarios de la Liturgia de las Horas: el Benedictus, el Magnificat y el Nunc dimittis, y que nos muestra a Jesús en una atmósfera de oración.
10.01.19



Santa Marta: “El que no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve”

Francisco hace una fuerte exhortación al amor

(10 enero 2019).- “El que no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve”. “Si no puedes amar algo que ves, ¿cómo es que vas a amar algo que no puedes ver? Esa es la fantasía”, ha enfatizado Francisco, exhortando a amar “lo que ves, lo que puedes tocar, lo que es real, y no las fantasías que no ves”.
Así Francisco ha hecho una fuerte exhortación al amor, en su homilía de la Misa celebrada esta mañana, 10 de enero de 2019, en la Casa Santa Marta. “Es la fe, que da la fuerza de amar así, la fe la que vence al espíritu del mundo, que miente y divide”.
A partir de la Primera Carta de San Juan Apóstol (1 Jn 4, 19 – 5, 4) propuesta por la Liturgia de hoy, el Santo Padre ha meditado en voz alta: El apóstol Juan habla, en efecto, de “mundanidad”. Cuando dice: “Los que son generados por Dios son capaces de vencer al mundo”, habla de la “lucha de todos los días” contra el espíritu del mundo, que es “mentiroso”, es un “espíritu de apariencias, sin consistencia”, mientras que “el Espíritu de Dios es verdadero”.
Hijo del espíritu de este mundo
Juan va más allá y dice: “Si uno dice: ‘Yo amo a Dios’ y odia a su hermano, es un mentiroso”, es decir, “un hijo del espíritu del mundo, que es pura mentira, pura apariencia”, ha asegurado el Papa. “Y esto es algo sobre lo que os hará bien pensar: ¿Yo amo a Dios? Vayamos a la piedra de comparación y veamos cómo tú amas al hermano: veamos cómo tú lo amas”.
El espíritu del mundo es el espíritu de la vanidad, de las cosas que no tienen fuerza, que no tienen fundamento y que caerán”, subraya Francisco.
Tres signos
El Papa Francisco se detiene, por tanto, en los tres signos que indican que no se ama al hermano.La primera señal, la pregunta que todos tenemos que hacernos es: ¿rezo por las personas? Por todas ellas, concretas, las que me están simpáticas y las que me están antipáticas, las que son amigas y las que no lo son. Primero”.Así, ha indicado la segunda señal: “cuando siento en mi interior sentimientos de celos, envidia y quiero desearle daño o no… es una señal de que no amas. Detente ahí. No dejes que estos sentimientos crezcan. Son peligrosos. No dejes que crezcan”, ha advertido.
Dejar de “chismorrear”
Y entonces, la señal más diaria de que no amo a mi prójimo y por lo tanto no puedo decir que amo a Dios, “son las habladurías”, ha señalado el Santo Padre como la tercera señal. “Pongámonos en el corazón y en la cabeza, claramente: si yo chismoseo, no amo a Dios porque el chisme estoy destruyendo a esa persona”.
En este sentido, el Pontífice ha aclarado que si una persona deja de chismosear en su vida, “diría que está muy cerca de Dios”, porque –explica Francisco– no hablar “custodia al prójimo, custodia a Dios en su prójimo”.
11.01.19



Francisco: La comunidad internacional está llamada a “dar voz a quienes no tienen voz”

Discurso al Cuerpo Diplomático en el Vaticano

(11 enero 2019).- El 7 de enero de 2019, a las 10:30 horas, en la Sala Regia del Palacio Apostólico Vaticano, el Santo Padre recibió en audiencia a los miembros del Cuerpo Diplomático acreditados ante la Santa Sede para felicitarles el Año Nuevo.
Discurso del Papa Francisco
Excelencias, señoras y señores:
El comienzo de un nuevo año nos permite detener por un instante el frenético ritmo de las actividades cotidianas para realizar algunas consideraciones sobre los acontecimientos pasados y reflexionar sobre los desafíos que nos esperan en el futuro próximo. Doy las gracias por la presencia numerosa a nuestro encuentro habitual, que quiere ser sobre todo una ocasión propicia para intercambiarnos un pensamiento cordial y halagüeño. A través de ustedes, quiero hacer llegar mi cercanía a los pueblos que representan, junto a mi deseo de que el año que comienza traiga paz y bienestar a todos los miembros de la familia humana.
Agradezco de forma particular al Embajador de Chipre, el excelentísimo señor George Poulides, las amables palabras que por primera vez me ha dirigido en nombre de todos ustedes, en calidad de Decano del Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede. A cada uno de ustedes deseo manifestar la estima particular por el trabajo que cotidianamente realizan para consolidar las relaciones entre sus respectivos países y organizaciones con la Santa Sede, ulteriormente reforzadas por la firma o ratificación de nuevos acuerdos.
Me refiero en particular a la ratificación del Acuerdo marco entre la Santa Sede y la República de Benín sobre el Estatuto Jurídico de la Iglesia Católica en Benín, así como a la firma y a la ratificación del Acuerdo entre la Santa Sede y la República de San Marino para la enseñanza de la religión católica en las escuelas públicas.
En el ámbito multilateral, la Santa Sede ha ratificado también el Convenio Regional de la UNESCO sobre la convalidación de los títulos relativos a la Educación Superior en Asia y el Pacífico, y en el pasado mes de marzo se ha adherido al Acuerdo Parcial ampliado del Consejo de Europa sobre Itinerarios Culturales, una iniciativa que tiene el objetivo de mostrar cómo la cultura está al servicio de la paz y representa un factor unificador de las distintas sociedades europeas, capaz de acrecentar la concordia entre los pueblos. Se trata de un signo de particular atención hacia una Organización que en este año celebra su 70 aniversario de fundación, con la que la Santa Sede colabora desde hace muchos decenios reconociéndole su papel específico en la promoción de los derechos humanos, de la democracia y del Estado de derecho, en un espacio que quiere abrazar a todo el continente europeo. Por último, el pasado 30 de noviembre, el Estado de la Ciudad del Vaticano fue admitido en la Zona única de Pagos en Euros (SEPA).
La obediencia a la misión espiritual, que brota del imperativo que el Señor Jesús ha dirigido al apóstol Pedro: «Apacienta mis corderos» (Jn 21,15), impulsa al Papa —y por tanto a la Santa Sede— a preocuparse por toda la familia humana y sus necesidades, incluso en el ámbito material y social. Con todo, la Santa Sede no busca interferir en la vida de los estados, sino que su pretensión no es otra que la de ser un observador atento y sensible de las problemáticas que afectan a la humanidad, con el sincero y humilde deseo de ponerse al servicio del bien de todo ser humano.
Esta solicitud es la que caracteriza la cita de hoy y que me sostiene en los encuentros con la multitud de peregrinos que llegan al Vaticano desde todas las partes de mundo, así como con los pueblos y las comunidades que he tenido la alegría de encontrar el año pasado durante los viajes apostólicos realizados a Chile, Perú, Suiza, Irlanda, Lituania, Letonia y Estonia.
Esta solicitud es la que impulsa a la Iglesia en cada lugar a trabajar por favorecer la edificación de sociedades pacíficas y reconciliadas. En este sentido, pienso particularmente en la amada Nicaragua, cuya situación sigo de cerca, con el deseo de que las distintas instancias políticas y sociales encuentren en el diálogo el camino principal para empeñarse por el bien de toda la nación.
En ese horizonte se coloca también la consolidación de las relaciones entre la Santa Sede y Vietnam, con vistas al nombramiento, en un futuro próximo, de un Representante Pontificio residente, cuya presencia quiere ser ante todo una manifestación de la solicitud del Sucesor de Pedro por la Iglesia local.
En este sentido hay que entender la firma del Acuerdo Provisional entre la Santa Sede y la República Popular de China sobre el nombramiento de los Obispos en China, realizada el pasado 22 de septiembre. Como se sabe, este último es fruto de un largo y ponderado diálogo institucional, mediante el cual se han llegado a fijar algunos elementos estables de colaboración entre la Sede Apostólica y las Autoridades civiles. Como he podido mencionar en el Mensaje que he dirigido a los católicos chinos y a la Iglesia universal,[1] había readmitido ya precedentemente a la plena comunión eclesial a los restantes obispos oficiales ordenados sin mandato pontificio, invitándolos a trabajar generosamente por la reconciliación de los católicos chinos y por un renovado impulso en la evangelización. Agradezco al Señor porque, por primera vez después de tantos años, todos los obispos en China estén en plena comunión con el Sucesor de Pedro y con la Iglesia universal. Y un signo visible de esto ha sido también la participación de dos obispos de China continental en el reciente Sínodo dedicado a los jóvenes. Esperemos que la prosecución de los contactos para la aplicación del Acuerdo Provisional firmado contribuya a resolver las cuestiones abiertas y asegure los espacios necesarios para un desarrollo efectivo de la libertad religiosa.
Queridos Embajadores:
El año que ahora comienza observa la llegada de diversos y significativos aniversarios, además del ya recordado del Consejo de Europa. Entre ellos quisiera destacar particularmente uno: el centenario del nacimiento de la Sociedad de Naciones, instituida con el tratado de Versalles y firmado el 28 de junio de 1919. ¿Por qué recordar a una Organización que ya no existe? Porque representa el inicio de la diplomacia moderna multilateral, mediante el cual los estados intentan evitar que las relaciones recíprocas sean dominadas por la lógica del dominio que conduce a la guerra. El experimento de la Sociedad de Naciones sufrió enseguida esas dificultades, por todos conocidas, que llevaron exactamente 20 años después de su nacimiento a un nuevo y más doloroso conflicto, como fue la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, abrió un camino, que fue recorrido con mayor decisión con la institución en 1945 de la Organización de las Naciones Unidas: un camino ciertamente cargado de dificultades y de contrastes; no siempre eficaz, puesto que los conflictos por desgracia permanecen todavía hoy, pero es una innegable oportunidad para que las naciones se encuentren y busquen soluciones comunes.
La premisa indispensable para el éxito de la diplomacia multilateral es la buena voluntad y la buena fe de los interlocutores, la disponibilidad a una discusión leal y sincera, y la voluntad de aceptar las inevitables concesiones que nacen del diálogo entre las partes. Allí donde falta incluso uno solo de estos elementos, prevalece la búsqueda de soluciones unilaterales y, en definitiva, el dominio del más fuerte sobre el más débil. La Sociedad de las Naciones entró en crisis precisamente por estos motivos y, por desgracia, también hoy se nota cómo la resiliencia de las principales organizaciones internacionales se ve amenazada por las mismas actitudes.
Así pues, considero importante que en la actualidad no falte tampoco la voluntad de un diálogo sereno y constructivo entre los estados, por más que sea evidente que las relaciones en el seno de la comunidad internacional y el sistema multilateral en su conjunto, estén atravesando momentos de dificultad, con el resurgir de tendencias nacionalistas que minan la vocación de las organizaciones internacionales de ser un espacio de diálogo y encuentro para todos los países. Esto es en parte debido a cierta incapacidad del sistema multilateral para ofrecer soluciones eficaces a las distintas situaciones que desde hace tiempo están pendientes de resolución, como algunos conflictos “congelados”, y para afrontar los desafíos actuales en modo satisfactorio para todos. En parte, es el resultado de la evolución de las políticas nacionales, condicionadas cada vez con mayor frecuencia por la búsqueda de un consenso nmediato y sectario, en lugar de buscar pacientemente el bien común con respuestas a largo plazo. En particular, es también el resultado de la creciente preponderancia de poderes y grupos de interés en los organismos internacionales que imponen la propia visión e ideas, desencadenando nuevas formas de colonización ideológica, que a menudo no respetan la identidad, la dignidad y la sensibilidad de los pueblos. Concretamente, es la consecuencia de la reacción en algunas zonas del mundo contra una globalización que se ha desarrollado en ciertos aspectos demasiado rápido y de forma desordenada, de modo que entre globalización y localismo se produce siempre una tensión. Es necesario, por tanto, poner atención a la dimensión global sin perder de vista lo que es local. Ante la idea de una “globalización esférica”, que nivela las diferencias y en la que las particularidades desaparecen, es fácil que resurjan los nacionalismos, mientras que la globalización puede ser también una fuente de oportunidades, puesto que es “poliédrica”; es decir, favorece una tensión positiva entre la identidad de cada pueblo y nación, y la globalización misma, según el principio de que el todo es superior a la parte. [2]
Algunas de estas actitudes evocan el periodo de entreguerras, en el que las tendencias populistas y nacionalistas prevalecieron sobre la acción de la Sociedad de Naciones. La reaparición de corrientes semejantes está debilitando progresivamente el sistema multilateral, con el fruto de una falta general de la confianza, una crisis de credibilidad de la política internacional y una creciente marginación de los miembros más vulnerables de la familia de las naciones.
San Pablo VI, que he tenido la alegría de canonizar el año pasado, en su memorable discurso a la Asamblea de las Naciones Unidas —el primero de un Pontífice ante esa asamblea—, trazó los objetivos de la diplomacia multilateral, sus características y responsabilidades en el contexto contemporáneo, evidenciando también los elementos de contacto que existen con la misión espiritual del Papa y, por tanto, de la Santa Sede.
El primado de la justicia y del derecho
El primer elemento de contacto que quisiera evocar es el primado de la justicia y del derecho: «Vosotros —decía el Papa Montini— habéis consagrado el gran principio de que las relaciones entre los pueblos deben regularse por el derecho, la justicia, la razón, los tratados, y no por la fuerza, la arrogancia, la violencia, la guerra y ni siquiera, por el miedo o el engaño».[3]
En nuestra época, suscita preocupación el resurgir de la tendencia a hacer prevalecer y a perseguir los intereses de cada nación sin recurrir a los instrumentos que el derecho internacional prevé para resolver tales controversias y asegurar el respeto de la justicia, también a través de los Tribunales internacionales. Dicha actitud es a veces fruto de la reacción de los que han sido llamados a la responsabilidad de gobernar ante el acentuado malestar que está creciendo cada vez más entre los ciudadanos de muchos países, los cuales perciben las dinámicas y las reglas que gobiernan la comunidad internacional como lentas, abstractas y, también, lejanas a sus necesidades reales. Es oportuno que los políticos escuchen la voz de sus pueblos y busquen soluciones concretas para favorecer el bien mayor. Eso exige, sin embargo, el respeto del derecho y de la justicia, tanto dentro de la comunidad nacional como internacional, porque soluciones relativas, emotivas y apresuradas pueden que consigan acrecentar un consenso efímero, pero no contribuirán nunca a la solución de los problemas más profundos, al contrario, los aumentarán.
Precisamente a partir de esta preocupación propuse dedicar el Mensaje para la LII Jornada Mundial de la Paz, que se celebró el pasado uno de enero, al tema: La buena política está al servicio de la paz, porque hay una íntima relación entre la buena política y la pacífica convivencia entre pueblos y naciones. La paz no es nunca un bien parcial, sino que abraza a todo el género humano. Un aspecto esencial, por tanto, de la buena política es perseguir el bien común de todos, en cuanto «bien de todos los hombres y de todo el hombre»[4] y condición social que permite a cada persona y a toda la comunidad alcanzar el bienestar material y espiritual.
A la política se le pide tener altura de miras y no limitarse a buscar soluciones de poco calado. El buen político no debe ocupar espacios, sino que debe poner en marcha procesos; está llamado a hacer prevalecer la unidad sobre el conflicto, que tiene como base «la solidaridad, entendida en su sentido más hondo y desafiante». Esta «se convierte así en un modo de hacer la historia, en un ámbito viviente donde los conflictos, las tensiones y los opuestos pueden alcanzar una unidad multiforme que engendra nueva vida».[5]
Esa consideración tiene en cuenta la dimensión trascendente de la persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios. El respeto, por tanto, de la dignidad de cada ser humano es la premisa indispensable para toda convivencia realmente pacífica, y el derecho constituye el instrumento esencial para la consecución de la justicia social y para alimentar los vínculos fraternos entre los pueblos. En este ámbito, tienen un papel fundamental los derechos humanos, enunciados en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, de la que hemos celebrado hace poco el 70 aniversario, cuyo carácter universal, objetivo y racional sería oportuno redescubrir, de modo que no prevalezcan visiones parciales y subjetivas del hombre, que corren el peligro de abrir el camino a nuevas desigualdades, injusticias, discriminaciones y, llevadas al límite, también nuevas violencias y atropellos.
La defensa de los más débiles
El segundo elemento que me gustaría mencionar es la defensa de los débiles. «Hacemos nuestra también —afirmaba el Papa Montini— la voz de los pobres, de los desheredados, de los desventurados, de quienes aspiran a la justicia, a la dignidad de vivir, a la libertad, al bienestar y al progreso».[6]
La Iglesia siempre se ha comprometido a ayudar a los necesitados y la misma Santa Sede se ha convertido, durante estos años, en promotora de varios proyectos de ayuda para los más débiles, que también han recibido el apoyo de diversas entidades a nivel internacional. Me gustaría mencionar la iniciativa humanitaria en Ucrania a favor de la población que está sufriendo, especialmente en las regiones orientales del país, debido al conflicto que dura desde hace casi cinco años y que ha tenido recientemente algunos episodios preocupantes en el Mar Negro. Con la participación activa de las Iglesias católicas de Europa y de fieles de otros lugares del mundo, que escucharon mi llamamiento de mayo de 2016, y con la colaboración de otras Confesiones y Organizaciones Internacionales, se ha tratado de socorrer, de manera concreta, las necesidades básicas de los habitantes de los territorios afectados, que son las primeras víctimas de la guerra. La Iglesia y sus diversas instituciones continuarán su misión, con el objetivo de atraer una mayor atención sobre otras cuestiones humanitarias, como la que concierne a la suerte de los prisioneros, todavía numerosos. Con su acción y su cercanía con la población, la Iglesia busca fomentar, directa e indirectamente, la apertura de caminos pacíficos para la solución del conflicto, caminos que respeten la justicia y la legalidad, incluida la internacional, que es la base de la seguridad y la convivencia en toda la región. Para ello son importantes los instrumentos que garantizan el libre ejercicio de los derechos religiosos.
Por su parte, también la comunidad internacional con sus organizaciones está llamada a dar voz a quienes no tienen voz. Y entre los que no tienen voz en nuestros días, me gustaría recordar a las víctimas de las otras guerras en curso, especialmente la de Siria, con el gran número de muertos que ha causado. Una vez más, hago un llamamiento a la comunidad internacional para que promueva una solución política a un conflicto que al final no tendrá más que vencidos. Sobre todo, es fundamental que cesen las violaciones de los derechos humanos, que causan sufrimientos inenarrables a la población civil, especialmente a mujeres y niños, y afectan a estructuras esenciales como hospitales, escuelas y campos de refugiados, así como a edificios religiosos.
No podemos olvidar a los numerosos refugiados que ha provocado el conflicto, sometiendo a los países vecinos a una dura prueba. Una vez más, quiero expresar mi gratitud a Jordania y al Líbano, que con espíritu fraterno y con mucho sacrificio, han acogido a numerosos grupos de personas, manifestando al mismo tiempo el deseo de que los refugiados puedan regresar a la patria, con condiciones de vida y de seguridad adecuadas. Pienso también en los diferentes países europeos que generosamente han ofrecido hospitalidad a aquellos que se encuentran en dificultades y en peligro.
Entre los que se han visto afectados por la inestabilidad en la que desde hace años está inmerso Oriente Medio están especialmente los cristianos, que viven en esas tierras desde el tiempo de los apóstoles y que han ayudado a edificarlas y forjarlas a lo largo de los siglos. Es muy importante que los cristianos tengan un lugar en el futuro de la región y, por lo tanto, aliento a los que han buscado refugio en otras partes a hacer lo posible para regresar a sus casas y mantener y fortalecer los lazos con sus comunidades de origen. Al mismo tiempo, espero que las autoridades políticas no dejen de garantizarles la seguridad necesaria y todos aquellos requisitos que les permitan seguir viviendo en los países de los que son plenamente ciudadanos y contribuir a su construcción.
A lo largo de estos años, Siria, y en general todo Oriente Medio, han sido desafortunadamente escenario de choque de múltiples intereses opuestos. Además de los de carácter preeminentemente político y militar, tampoco se debe descuidar el intento de crear enemistad entre musulmanes y cristianos. Aunque «en el transcurso de los siglos surgieron no pocas desavenencias y enemistades entre cristianos y musulmanes»,[7] en diferentes partes de Oriente Medio han podido vivir en paz durante mucho tiempo. Dentro de poco tendré la oportunidad de ir a dos países de mayoría musulmana, Marruecos y los Emiratos Árabes Unidos. Serán dos importantes ocasiones para acrecentar aún más el diálogo interreligioso y el entendimiento mutuo entre los fieles de ambas religiones, en el octavo centenario del histórico encuentro entre san Francisco de Asís y el sultán al-Malik al-Kāmil.
Entre los débiles de nuestro tiempo que la comunidad internacional está llamada a defender están también los migrantes y los refugiados. Una vez más, deseo llamar la atención de los gobiernos para que se ayude a quienes han emigrado a causa del flagelo de la pobreza, de todo tipo de violencia y persecución, así como de los desastres naturales y el cambio climático, y para que se tomen las medidas que permitan su integración social en los países de acogida. Es necesario asegurar que las personas no se vean obligadas a dejar sus familias y naciones, o que puedan regresar de manera segura, siendo respetada su dignidad y derechos humanos. Todo ser humano anhela una vida mejor y más feliz, y no se puede resolver el desafío de la migración con la lógica de la violencia y del descarte, ni con soluciones parciales.
No puedo dejar de agradecer los esfuerzos de muchos gobiernos e instituciones que, impulsados por un espíritu generoso de solidaridad y caridad cristiana, colaboran fraternamente en favor de los migrantes. Entre estos, me gustaría mencionar a Colombia, que, junto a otros países del continente, en los últimos meses ha recibido a un gran número de personas de Venezuela. Al mismo tiempo, soy consciente de que las olas migratorias de estos años han causado desconfianza y preocupación entre la población de muchos países, especialmente en Europa y América del Norte, y esto ha llevado a varios gobiernos a limitar en gran medida los flujos entrantes, incluso los de tránsito. Sin embargo, creo que no es posible dar soluciones parciales a una cuestión tan universal. Las emergencias recientes han demostrado que se necesita una respuesta común, coordinada por todos los países, sin prevenciones y respetando todas las instancias legítimas, tanto de los Estados como de los migrantes y refugiados.
Teniendo esto en cuenta, la Santa Sede ha participado activamente en las negociaciones y en la adopción de los dos Pactos Mundiales sobre los Refugiados y sobre una Migración segura, ordenada y regular. En particular, el Pacto sobre migración representa un importante paso adelante para la comunidad internacional que, por primera vez a nivel multilateral y en el ámbito de las Naciones Unidas, aborda el tema en un documento relevante. A pesar de la naturaleza no vinculante de estos documentos y la ausencia de varios gobiernos en la reciente Conferencia de las Naciones Unidas en Marrakech, los dos Pactos serán importantes puntos de referencia para el compromiso político y para la acción concreta de organizaciones internacionales, legisladores y políticos, así como para los que están comprometidos a favor de una gestión más responsable, coordinada y segura de las diferentes situaciones que afectan a los refugiados y migrantes. De ambos Pactos, la Santa Sede aprecia la intención y el carácter que facilita su puesta en práctica, a pesar de haber expresado sus reservas sobre los documentos, mencionados en el Pacto relativo a la Migración, que contienen terminologías y directrices que no corresponden a sus principios sobre la vida y los derechos de las personas.
Entre otros débiles, «tenemos conciencia de hacer nuestra —continuaba Pablo VI— la voz […] de las generaciones jóvenes de nuestros días que avanzan confiadas, esperando con justo derecho una humanidad mejor».[8] La XV Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos estuvo dedicada a los jóvenes, que a menudo se sienten perdidos y sin certezas para el futuro. También serán los protagonistas del viaje apostólico que haré a Panamá dentro de unos pocos días, con motivo de la XXXIV Jornada Mundial de la Juventud. Los jóvenes son el futuro, y la tarea de la política es abrir los caminos del futuro. Por esto es absolutamente necesario invertir en iniciativas que permitan a las nuevas generaciones construir su futuro, tener la oportunidad de encontrar trabajo, formar una familia y criar a sus hijos.
Además de los jóvenes, los niños merecen una mención especial, especialmente en este año en que se celebra el 30 aniversario de la proclamación de la Convención sobre los Derechos del Niño. Esta es una oportunidad favorable para reflexionar seriamente sobre los pasos que se han dado para tutelar el bien de nuestros niños y su desarrollo social e intelectual, así como su crecimiento físico, psíquico y espiritual. En esta circunstancia, no puedo callar ante una de las plagas de nuestro tiempo, que por desgracia ha visto implicados también a varios miembros del clero. El abuso contra los menores de edad es uno de los peores y más viles crímenes posibles. Destruye inexorablemente lo mejor que la vida humana reserva para un inocente, causando daños irreparables para el resto de su existencia. La Santa Sede y toda la Iglesia están trabajando para combatir y prevenir tales crímenes y su ocultamiento, para averiguar la verdad de los hechos que implican a eclesiásticos y para hacer justicia a los niños que han sufrido violencia sexual, agravada por el abuso de poder y de conciencia. La reunión que tendré con los episcopados de todo el mundo, en el próximo mes de febrero, pretende cumplir un paso más en el camino de la Iglesia para arrojar luz sobre los hechos y aliviar las heridas causadas por esos delitos.
Es difícil ver que, en nuestra sociedad, tan a menudo caracterizada por contextos familiares frágiles, se manifiestan también comportamientos violentos contra las mujeres, cuya dignidad fue puesta de relieve por la Carta apostólica Mulieris dignitatem, publicada hace treinta años por el santo Pontífice Juan Pablo II. Ante el flagelo del abuso físico y psicológico causado a las mujeres, es urgente volver a encontrar formas de relaciones justas y equilibradas, basadas en el respeto y el reconocimiento mutuos, en las que cada uno pueda expresar su identidad de manera auténtica, mientras que la promoción de algunas formas de indiferenciación corre el riesgo de desnaturalizar el mismo ser hombre o mujer.
El cuidado de los más débiles nos impulsa a reflexionar sobre otra plaga de nuestro tiempo, es decir, las condiciones de los trabajadores. El trabajo, si no se protege adecuadamente, deja de ser el medio por el que el hombre se realiza y se convierte en una forma moderna de esclavitud. Hace cien años nació la Organización Internacional del Trabajo, que se ha esforzado en promover unas condiciones de trabajo adecuadas y en fomentar la dignidad de los propios trabajadores. Frente a los desafíos de nuestro tiempo, ante todo el creciente desarrollo tecnológico que hace disminuir los puestos de trabajo y la pérdida de garantías económicas y sociales para los trabajadores, tengo la esperanza de que la Organización Internacional del Trabajo, más allá de intereses particulares, seguirá siendo un ejemplo de diálogo y concertación para lograr sus altos objetivos. En esta misión, ella está llamada también a hacer frente, junto con otras instancias de la comunidad internacional, a la plaga del trabajo infantil y a las nuevas formas de esclavitud, así como a la disminución progresiva del valor de los salarios, especialmente en los países desarrollados, y a la discriminación persistente de las mujeres en el ámbito laboral.
Ser puentes entre los pueblos y constructores de paz
En su intervención en las Naciones Unidas, san Pablo VI indicó claramente el objetivo principal de esa Organización internacional. «Vosotros —dijo— existís y trabajáis para unir a las naciones, para asociar a los Estados; […] para reunir los unos con los otros. […] Constituís un puente entre pueblos. […] Basta recordar que la sangre de millones de hombres, que sufrimientos inauditos e innumerables, que masacres inútiles y ruinas espantosas sancionan el pacto que os une en un juramento que debe cambiar la historia futura del mundo. ¡Nunca jamás guerra! ¡Nunca jamás guerra! Es la paz, la paz, la que debe guiar el destino de los pueblos y de toda la humanidad. […] La paz, como sabéis, no se construye solamente mediante la política y el equilibrio de las fuerzas y de los intereses. Se construye con el espíritu, las ideas, las obras de la paz».[9]
Durante el año pasado hubo algunas significativas señales de paz, comenzando por el histórico acuerdo entre Etiopía y Eritrea, que pone fin a veinte años de conflicto y restablece las relaciones diplomáticas entre los dos países. El acuerdo firmado por los líderes de Sudán del Sur, que permite la reanudación de la convivencia civil y la reactivación del funcionamiento de las instituciones nacionales, es también un signo de esperanza para el continente africano, donde, sin embargo, siguen existiendo graves tensiones y una pobreza generalizada. Sigo con especial atención la evolución de la situación en la República Democrática del Congo, y espero que el país pueda encontrar la reconciliación que tanto desea y emprender un camino decisivo hacia el desarrollo, poniendo fin al persistente estado de inseguridad que afecta a millones de personas, entre los que se encuentran muchos niños. Para ello, el respeto del resultado electoral es factor determinante para una paz sostenible. Del mismo modo, manifiesto mi cercanía con aquellos que sufren debido a la violencia fundamentalista, especialmente en Mali, Níger y Nigeria, o a causa de las persistentes tensiones internas en Camerún, que con frecuencia siembran la muerte entre la población civil.
En general, también debe señalarse que África, más allá de los diferentes sucesos dramáticos, muestra un gran y positivo dinamismo, arraigado en su cultura antigua y su tradicional hospitalidad. Un ejemplo de solidaridad efectiva entre las naciones es la apertura de fronteras en diferentes países para acoger generosamente a los refugiados y personas desplazadas. Hay que apreciar en muchos Estados el aumento de la coexistencia pacífica entre creyentes de diferentes religiones y la animación de iniciativas solidarias conjuntas. Además, la implementación de políticas inclusivas y el progreso de los procesos democráticos están dando resultados efectivos en muchas regiones para combatir la pobreza absoluta y promover la justicia social. Por lo tanto, el apoyo de la comunidad internacional es aún más urgente para favorecer el desarrollo de infraestructuras, la construcción de perspectivas para las generaciones más jóvenes y la emancipación de las clases más débiles.
De la península coreana han llegado signos positivos. La Santa Sede ve favorablemente los diálogos y espera que puedan abordar incluso los problemas más complejos con una actitud constructiva que lleve a soluciones compartidas y duraderas, a fin de garantizar un futuro de desarrollo y cooperación para todo el pueblo coreano y para toda la región.
Lo mismo deseo para la amada Venezuela, que se encuentren vías institucionales y pacíficas para solucionar la crisis política, social y económica, vías que consientan asistir sobre todo a los que son probados por las tensiones de estos años y ofrecer a todo el pueblo venezolano un horizonte de esperanza y de paz.
La Santa Sede también espera que se reanude el diálogo entre israelíes y palestinos, para que finalmente se llegue a un acuerdo que responda a las aspiraciones legítimas de ambos pueblos, asegurando la convivencia entre los dos estados y el logro de una paz tan esperada y deseada. El compromiso unánime de la comunidad internacional es más valioso y necesario que nunca para lograr este objetivo, así como para promover la paz en toda la región, particularmente en Yemen e Irak, y al mismo tiempo para permitir la ayuda humanitaria a las poblaciones necesitadas.
Repensando en nuestro destino común
Finalmente, quisiera recordar un cuarto aspecto de la diplomacia multilateral, que nos invita a repensar nuestro destino común. Pablo VI lo expresó en estos términos: «Debemos habituarnos a pensar […] en una forma nueva la vida en común de los hombres; en una forma nueva los caminos de la historia y los destinos del mundo. […] Ha llegado la hora en que se impone […] volver a pensar en nuestro común origen, en nuestra historia, en nuestro destino común. Nunca como hoy, en una época que se caracteriza por tal progreso humano, ha sido tan necesario el recurso a la conciencia moral del hombre. Porque el peligro no viene ni del progreso ni de la ciencia. […] El verdadero peligro está en el hombre, que dispone de instrumentos cada vez más poderosos, capaces de llevar tanto a la ruina como a las más altas conquistas».[10]
En el contexto de aquella época, el Papa se refirió esencialmente a la proliferación de armas nucleares. «Las armas —decía—, sobre todo las terribles armas que os ha dado la ciencia moderna, antes aún de causar víctimas y ruinas, engendran malos sueños, alimentan malos sentimientos, crean pesadillas, desconfianza, tristes resoluciones, exigen gastos enormes, paralizan proyectos de solidaridad y de trabajo útil, alteran la psicología de los pueblos».[11]
Por desgracia, es triste constatar cómo el mercado de armas no solo no se detiene, sino que hay una tendencia cada vez más generalizada a armarse, tanto por parte de personas individuales como de los estados. Causa preocupación especialmente que el desarme nuclear, tan deseado y perseguido en parte en las décadas pasadas, esté ahora dando paso a armas nuevas, cada vez más sofisticadas y destructivas. Quiero aquí reiterar que «no podemos no sentir un vivo sentido de inquietud si consideramos las catastróficas consecuencias humanitarias y ambientales que se derivan de cualquier uso de las armas nucleares. Por tanto, también considerando el riesgo de una detonación accidental de tales armas por un error de cualquier tipo, se debe condenar con firmeza la amenazada de su uso – –y diría la inmoralidad de su uso– así como su posesión, precisamente porque su existencia es funcional a una lógica del miedo que no tiene que ver solo con las partes en conflicto, sino con todo el género humano. Las relaciones internacionales no pueden ser dominadas por las fuerzas militares, por las intimidaciones recíprocas, por la ostentación de los arsenales bélicos. Las armas de destrucción masiva, en particular las atómicas, no generan otra cosa que un engañoso sentido de seguridad y no poder constituir la base de la pacífica convivencia entre los miembros de la familia humana, que debe sin embargo inspirarse por una ética de solidaridad».[12]
Repensar nuestro destino común en el contexto actual significa repensar además la relación con nuestro planeta. También en este año, las poblaciones de varias regiones del continente americano y el sudeste asiático han sufrido duramente indescriptibles dificultades y sufrimientos, causados por aluviones, inundaciones, incendios, terremotos y sequías. Por lo tanto, las cuestiones ambientales y el cambio climático son algunos de los temas en los que se hace particularmente urgente encontrar un acuerdo por parte de la comunidad internacional. En este sentido, y a la luz del consenso alcanzado en la reciente Conferencia internacional sobre el clima (COP-24) celebrada en Katowice, espero un compromiso más decisivo de los Estados que fortalezca la colaboración para hacer frente con urgencia al fenómeno preocupante del calentamiento global. La Tierra pertenece a todos y las consecuencias de su explotación recaen sobre la población mundial, y de manera más dramática en algunas regiones. Entre ellas se encuentra la Amazonia, que será la protagonista de la próxima Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos en el Vaticano el próximo mes de octubre, y que, aun cuando se ocupará principalmente de los caminos de la evangelización para el Pueblo de Dios, no dejará de abordar los problemas ambientales en estrecha relación con sus consecuencias sociales.
Excelencias, señoras y señores:
El 9 de noviembre de 1989 cayó el muro de Berlín. Pocos meses después se puso fin al último legado del segundo conflicto mundial: la división lacerante de Europa decidida en Yalta y la guerra fría. Los países al este del muro de Berlín recuperaron su libertad tras décadas de opresión y muchos de ellos comenzaron a recorrer el camino que los llevaría a su adhesión a la Unión Europea. Que, en el contexto actual, donde prevalecen nuevos movimientos centrífugos y la tentación de construir nuevos muros, no se pierda en Europa la conciencia de los beneficios —el primero el de la paz— que ha traído el camino de amistad y acercamiento entre los pueblos emprendido después de la Segunda Guerra Mundial.
Me gustaría mencionar hoy un último aniversario. El 11 de febrero, hace noventa años, nacía el Estado de la Ciudad del Vaticano, tras la firma de los Pactos de Letrán entre la Santa Sede e Italia. Así terminó el largo período de la “cuestión romana” que siguió a la toma de Roma y el fin del Estado Pontificio. Con el Tratado lateranense, la Santa Sede pasaba a disponer de «aquella cantidad de territorio material que es indispensable para el ejercicio de un poder espiritual confiado a los hombres en beneficio de los hombres»,[13] como afirmó Pío XI, y con el Concordato la Iglesia podía de nuevo seguir contribuyendo plenamente al crecimiento espiritual y material de Roma y de toda Italia, una tierra rica de historia, arte y cultura, que el cristianismo ha ayudado a forjar. En esta ocasión, le aseguro al pueblo italiano una oración especial para que, en fidelidad a sus tradiciones, mantenga vivo el espíritu de solidaridad fraterna que lo ha distinguido siempre.
A todos ustedes, estimados embajadores y distinguidos invitados aquí reunidos, así como a sus países, les expreso mi cordial deseo de que el nuevo año nos permita fortalecer los lazos de amistad que nos unen y trabajar por la construcción de la paz a la que aspira el mundo.
Gracias.
12.01.19

Ángelus: El Papa nos invita a renovar las promesas de nuestro bautismo

Palabras del Papa antes del Ángelus

(13 enero 2019).- Concluida en la Capilla Sixtina la celebración de la Santa Misa en la fiesta del Bautismo del Señor con el rito del bautismo de los niños, a las 12 h el Santo Padre Francisco se ha asomado a la ventana de su estudio del Palacio Apostólico Vaticano para recitar el Ángelus con los fieles y peregrinos en la Plaza San Pedro.
Palabras del Papa antes del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas,¡ buenos días!
Hoy, al final del tiempo litúrgico de Navidad, celebramos la fiesta del Bautismo del Señor. La liturgia nos invita a conocer mejor a Jesús, de quien recientemente celebramos el nacimiento; y por esta razón, el Evangelio (cf. Lc 3, 15-16.21-22) ilustra dos elementos importantes: la relación de Jesús con la gente y la relación de Jesús con el Padre. En la narración del bautismo, otorgada por Juan el Bautista a Jesús en las aguas del Jordán, primero vemos el papel del pueblo. Jesús esta en medio del pueblo. Esto no es solo un fondo de la escena, sino que es un componente esencial del evento. Antes de sumergirse en el agua, Jesús “se sumerge” en la multitud, se une a ella y asume plenamente la condición humana, compartiendo todo excepto el pecado.
En su santidad divina, llena de gracia y misericordia, el Hijo de Dios se hizo carne para tomar sobre sí mismo y quitar el pecado del mundo. Tomar nuestras miserias,tomar nuestra condición humana.Por lo tanto, hoy también es una epifanía, porque al ser bautizado por Juan, entre la gente penitente de su pueblo, Jesús manifiesta la lógica y el significado de su misión. Al unirse al pueblo que le pide a Juan el bautista la conversión, Jesús también comparte el profundo deseo de renovación interior. Y el Espíritu Santo que desciende sobre Él “en forma corporal, como una paloma” (v.22) es la señal de que con Jesús comienza un mundo nuevo, una”Nueva creación” que incluye a todos aquellos que acogen a Jesús en sus vidas. También a cada uno de nosotros, que hemos renacido con Jesús en el Bautismo, se dirigen las palabras del Padre: “Tú eres mi Hijo amado: En ti he puesto mi complacencia” (v. 22). Este amor del Padre, que recibimos el día de nuestro bautismo, es una llama que ha sido encendida en nuestros corazones, y requiere que sea alimentada mediante  la oración y la caridad. El primer elemento era Jesús en medio del pueblo
El segundo elemento enfatizado por el evangelista Lucas es que después de la inmersión en el pueblo y en las aguas del Jordán, Jesús se “sumerge” a sí mismo en la oración, es decir, en comunión con el Padre. El bautismo es el comienzo de la vida pública de Jesús, de su misión en el mundo como enviado del Padre para manifestar su bondad y su amor por los hombres. Esta misión se realiza en una unión constante y perfecta con el Padre y el Espíritu Santo. Incluso la misión de la Iglesia y la de cada uno de nosotros, para ser fieles y fructíferos, está llamada a “injertarse” en la de Jesús. Se trata de regenerar continuamente en la oración, la evangelización y el apostolado, para dar un claro testimonio cristiano, no según nuestros proyectos humanos, sino de acuerdo con el plan y el estilo de Dios.
Queridos hermanos y hermanas, la fiesta del Bautismo del Señor es una ocasión propicia para renovar con gratitud y convicción las promesas de nuestro Bautismo, comprometiéndonos a vivir diariamente en coherencia. con ello. También es muy importante como ya les he dicho varias veces conocer la fecha de nuestro bautismo. Yo les podría preguntar, quién de ustedes conocen la fecha de su bautismo y no todos estoy seguro lo conoce. Si alguno de ustedes no lo conocen, regresando a casa pregunten a sus padres, a sus abuelos, a sus tíos, a sus padrinos, a los amigos de la familia, pregunten en que fecha he sido bautizado, en que fecha he sido bautizada y no lo olviden que sea una fecha que lleven en el corazón para festejar cada año. Jesús, que nos ha salvado no por nuestros méritos sino para llevar a cabo la inmensa bondad del Padre, nos hace misericordiosos. Que la Virgen María, Madre de la Misericordia, sea nuestra guía y nuestra modelo.
Palabras del Papa después del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas,
Les extiendo a todos, queridos romanos y peregrinos, mi más cordial saludo.
Saludo a los profesores y alumnos de Los Santos de Maimona y Talavera la Real, España; los grupos parroquiales de Polonia, y también los miembros del Camino Neocatecumenal polaco, ¡deben haber venido para celebrar el cumpleaños de Kiko! ; así como a los fieles de Loreto y Vallemare, en la provincia de Rieti.
Esta mañana, de acuerdo con la costumbre de esta festividad, tuve la alegría de bautizar a un hermoso grupo de recién nacidos. Oremos por ellos y por sus familias. Y en esta ocasión, renuevo a todos la invitación a mantener vivo y actual el recuerdo de su Bautismo. Estas las raíces de nuestra vida en Dios; Las raíces de nuestra vida eterna, que Jesucristo nos dio a través de su Encarnación, su Pasión, su Muerte y Resurrección. En el bautismo, hay están las raíces! Y nunca olvidemos la fecha de nuestro bautismo.
Mañana se concluirá el tiempo de Navidad, reanudaremos en la liturgia el camino del Tiempo Ordinario. Como Jesús después de su bautismo, dejémonos guiar por el Espíritu Santo en todo lo que hagamos. Pero para eso hay que invocarlo! Aprendamos a invocar al Espíritu Santo con más frecuencia, en nuestros días, para poder vivir con amor las cosas ordinarias y hacerlas extraordinarias.
Buen domingo a todos. No os olvidéis de orar por mí. Buen apetito y adiós.
14.01.19



Guardia Suiza: El Papa nombra a Martin Kurmann como Mayor

Responsable de planificar y ejecutar misiones y operaciones

(14 enero 2019).- El Santo Padre ha nombrado a Martin Kurmann como Mayor de la Guardia Suiza Pontificia, informó la Oficina de Prensa de la Santa Sede el sábado, 12 de enero de 2019.
Martin Kurmann nació el 16 de agosto de 1983 en el cantón de Lucerna y es originario de Wolhusen. Sirvió en la Guardia Suiza desde 2003 hasta 2005 como alabardero, luego fue primero en el Ejército Suizo y más tarde y luego trabajó en la policía de Luzener, donde se ocupó de la educación y la capacitación del personal subalterno, señala la edición alemana de Vatican News.
Como comandante, no solo tomará el liderazgo de un escuadrón, sino que también será responsable de planificar y ejecutar misiones y operaciones, indica el medio de comunicación vaticano. El coronel Christoph Graf (57) es el comandante de la tropa fundada en 1506, mientras que el teniente coronel Philippe Morard (46) tiene el puesto de comandante adjunto y jefe de estado mayor.
Guardia Suiza
Al igual que en cualquier ejército, la Guardia suiza se organiza internamente en distintos mandos militares. Al ser un ejército muy pequeño, no hace falta mucha estructura jerárquica.
Además del comandante –máximo jefe de la Guardia Suiza–, el Teniente Coronel, y el Capellán, la Guardia se divide en tres Secciones o grupos, al frente de cada una se encuentra un oficial.
Teniente con rango de Mayor
El Teniente con rango de Mayor está al mando del primer grupo. La principal tarea del Mayor es la del equipamiento de los guardias.
El Teniente con el grado de Capitán es el oficial que se encuentra al mando de las órdenes del segundo grupo, donde la mayoría de los guardias son de habla francesa, y se ocupa de todos los asuntos administrativos.
Un último Capitán es el responsable del tercer grupo, cuyos miembros pertenecen mayoritariamente  a la Banda. Además, realiza otras tareas en el Estado Mayor.
15.01.19