30 de set. 2018

PAPA OCTUBRE


Ángelus: La libertad de Jesús, del Espíritu Santo, de María y del discípulo

Palabras del Papa antes del Ángelus

(30 sept. 2018).- “Jesús aparece muy libre, completamente abierto a la libertad del Espíritu de Dios, que no está limitado en su acción por ninguna frontera, por ninguna barrera”, explica el Papa Francisco en su comentario sobre el Evangelio de este domingo, 30 de septiembre de 2018.
El Papa había presidido previamente la Misa, en la Gruta de Lourdes de los Jardines del Vaticano, para la Gendarmería del Vaticano, a las 9:00 h. También recibió, a las 11:00, a Mons. Dagoberto Campos Salas, oriundo de Costa Rica, nuncio apostólico en Liberia, y nombrado en agosto pasado como nuncio en Gambia, y alrededor de quince miembros de su familia.
Con motivo del Ángelus dominical, en la Plaza de San Pedro, el Papa hizo hincapié en la lección que debe aprenderse: “Jesús quiere educar a sus discípulos, a nosotros también hoy, a esta libertad interior”.
Que la Virgen María, modelo de acogida dócil de las sorpresas de Dios, nos ayude a reconocer los signos de la presencia del Señor”, concluyó el Papa.
Palabras del Papa Francisco antes del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de este domingo (Marcos 9: 38-43.45.47-48) nos presenta uno de esos detalles muy instructivos de la vida de Jesús con sus discípulos. Habían visto que un hombre, que no formaba parte del grupo de seguidores de Jesús, expulsó demonios en el nombre de Jesús, y por lo tanto querían prohibirlo. Juan, con el celo entusiasta típico de los jóvenes, refiere el asunto al Maestro que busca su apoyo; pero Jesús, por el contrario, responde, “no se lo impidan, porque no hay nadie que haga un milagro en mi nombre y que después pueda hablar mal de mí, quién no está contra mí, está por mi” (vv. 39-40 ).
Juan y los otros discípulos manifiestan una actitud de cerrazón ante un acontecimiento que no encaja en sus esquemas, en este caso la acción, aunque buena, de una persona “externa” al círculo de seguidores. En cambio, Jesús aparece muy libre, totalmente abierto a la libertad del Espíritu de Dios, que en su acción no está limitado por ningún límite ni por ninguna barrera. Y con su actitud, Jesús quiere educar a sus discípulos, incluso a nosotros  hoy, a esta libertad interior.
Es bueno para nosotros reflexionar sobre este episodio y hacer un examen de conciencia. La actitud de los discípulos de Jesús es muy humana, muy común, y podemos encontrarla en las comunidades cristianas de todos los tiempos, probablemente también en nosotros mismos. De buena fe, más con celo, uno quisiera proteger la autenticidad de una cierta experiencia, especialmente carismática, protegiendo al fundador o al líder de falsos imitadores. Pero al mismo tiempo existe el temor a la “competencia”, y esto es bueno, el temor de la competencia de que alguien puede quitar nuevos seguidores, y entonces no se puede apreciar el bien que hacen los demás: no es bueno porque “no es de los nuestros” se dice. Es una forma de autorreferencialidad.
Aquí está la raíz del proselitismo. La Iglesia, decía el Papa Benedicto, no crece por proselitismo, crece por atracción, es decir, crece por el testimonio, de los demás con la fuerza del Espíritu Santo.
La gran libertad de Dios para entregarnos a nosotros es un desafío y una exhortación a cambiar nuestras actitudes y nuestras relaciones. Esta es la invitación que Jesús nos dirige hoy. Nos llama a no pensar según las categorías “amigo / enemigo”, “nosotros / ellos”, “quien está dentro / quien está fuera” “mio/tuyo”, sino ir más allá, a abrir el corazón para poder reconocer su presencia y la acción de Dios incluso en áreas inusuales e impredecibles y en personas que no forman parte de nuestro círculo. Se trata de estar más atentos a la autenticidad del bien, de lo bello y de lo verdadero que se realiza, y no al nombre y a la procedencia de quienes lo realicen. Y, como nos sugiere el resto del Evangelio de hoy, en lugar de juzgar a los demás, debemos examinarnos a nosotros mismos y “cortar” sin comprometer todo lo que pueda escandalizar a las personas más débiles en la fe.
Que la Virgen María, modelo de dócil acogida de las sorpresas de Dios, nos ayude a reconocer los signos de la presencia del Señor entre nosotros, descubriendo en cualquier lugar en que se manifiesta, incluso en las situaciones más impensables e insólitas. Que nos enseñe a amar a nuestra comunidad sin celos ni cerrazones, siempre abiertos al vasto horizonte de la acción del Espíritu Santo
01.10.18





Santa Marta: Los ángeles custodios son nuestros “compañeros de camino”

Fiesta de los Santos Ángeles Custodios, 2 de octubre

(2 oct. 2018).- El Papa Francisco afirmó que los ángeles custodios son precisamente “la ayuda especial que el Señor promete a su pueblo y a nosotros que caminamos por el camino de la vida”.
Hoy celebramos el día de los Santos Ángeles Custodios, y el Papa Francisco ha dedicado la Misa  matutina al 25° aniversario de vida religiosa de una monja presente en esta celebración, informa Vatican News en español.
El Santo Padre se ha inspirado en las Lecturas del día, destacando el papel de los protectores que Dios pone a nuestro lado, como brújulas en el camino de nuestra vida.
He aquí que yo voy a enviar un ángel delante de ti, para que te guarde en el camino y te conduzca al lugar que te tengo preparado”, dice la Primera Lectura, tomada del capítulo 23 del Libro del Éxodo – que guiaron la reflexión del Santo Padre en su homilía de la Misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta, este 2 de octubre de 2018.
La vida es precisamente un camino –ha explicado el Papa– en el que debemos ser ayudados por “compañeros”, “protectores”, “brújulas humanas” que “nos custodian de los peligros” y de las insidias que podemos encontrar; entre las cuales Francisco mencionó tres.
Los peligros de los que Francisco ha advertido son: El peligro de “no caminar”, el peligro de “equivocarse de camino” o y el riesgo de “dejar el camino” para quedarse en algún lugar de paso.
En primer lugar, “está el peligro de no caminar –ha señalado–. Y cuánta gente se establece y no camina, y durante toda su vida está detenida, sin moverse y sin hacer nada… Es un peligro. Como aquel hombre del Evangelio que tenía miedo de invertir el talento. Lo había enterrado, y pensaba: ‘Estoy en paz, me siento tranquilo. No podré hacer ninguna equivocación. Así no me arriesgo’. Y tanta gente no sabe cómo caminar y tiene miedo de correr riesgo y se enferma. Pero nosotros sabemos que la regla es que quien en la vida está detenido, termina por corromperse. Como el agua: cuando el agua está quieta allí, llegan los mosquitos, ponen los huevos, y todo se corrompe. Todo. El Ángel nos ayuda, nos impulsa a caminar”.

Pero otros dos –prosiguió diciendo el Papa– son los peligros en el camino de nuestra vida: “El peligro de equivocarse de camino”, que sólo “al inicio es fácil de corregir”; y el peligro de dejar el camino para dispersarse en una plaza, yendo “de un lado a otro como en un laberinto” y “el labirinto – agregó – jamás te conduce a la meta”.
Ante estas dificultades, el Pontífice ha asegurado que “nuestro Ángel no sólo está con nosotros, sino que ve a Dios Padre. Está en relación con Él. Es el puente cotidiano, desde la hora en que nos levantamos hasta la hora en que vamos a la cama y nos acompaña y está en una relación entre nosotros y Dios Padre. El Ángel es la puerta cotidiana a la trascendencia, al encuentro con el Padre: es decir, el Ángel me ayuda a caminar porque mira al Padre y conoce el camino. No olvidemos a estos compañeros de camino”.
03.10.18



El Papa pide “franqueza” en hablar y “apertura” en escuchar para el discernimiento

Discurso en la apertura

( 3 oct. 2018).- “La escucha y la salida de los estereotipos también son un poderoso antídoto contra el riesgo del clericalismo, al cual se expone inevitablemente una asamblea como esta, más allá de las intenciones de cada uno de nosotros”, son algunas de las palabras que el Papa ha dirigido a los Padres Sinodales en la apertura de la Sínodo sobre los jóvenes.
Este lunes, 3 de octubre de 2018, a las 16:30 horas se ha celebrado la 1ª Congregación General de la XV Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos en el Aula del Sínodo, presidida por el Papa Francisco, y en la que han participado los 267 Padres Sinodales, junto a los 34 jóvenes y algunos oyentes más.
Discurso del Papa Francisco
Estimadas Beatitudes, Eminencias y Excelencias
Queridos hermanos y hermanas, queridísimos jóvenes.
Entrando en esta aula para hablar de los jóvenes, se siente ya la fuerza de su presencia, que transmite una positividad y un entusiasmo capaz de inundar y llenar de alegría, no solo esta aula sino toda la Iglesia y el mundo entero.

Por esta razón no puedo comenzar sin deciros antes «gracias». Gracias a los que estáis aquí presentes, gracias a tantas personas que, a lo largo de un camino de preparación de dos años —aquí en la Iglesia de Roma y en todas las iglesias del mundo— han trabajado con entrega y pasión para que pudiéramos llegar a este momento. Gracias de corazón al cardenal Lorenzo Baldisseri, secretario general del Sínodo, a los presidentes delegados, al cardenal Sérgio da Rocha, relator general, a Mons. Fabio Fabene, subsecretario; a los oficiales de la Secretaría general y a los ayudantes; gracias a todos vosotros, padres sinodales, auditores, auditoras, expertos y consultores; a los delegados fraternos; a los traductores, a los cantores, a los periodistas. Gracias de corazón a todos por vuestra participación activa y fecunda.
Un sentido «gracias» merecen los dos secretarios especiales, Padre Giacomo Costa, jesuita, y Don Rossano Sala, salesiano, que han trabajado generosamente con empeño y abnegación. Se han dejado la piel en la preparación.
Deseo enviar también un vivo agradecimiento a los jóvenes que están conectados con nosotros en este momento, y a todos los jóvenes que de distintas formas han hecho oír su voz. Les doy las gracias por haber apostado a favor de que merece la pena sentirse parte de la Iglesia, o entrar en diálogo con ella; vale la pena tener a la Iglesia como madre, como maestra, como casa, como familia, y que, a pesar de las debilidades humanas y las dificultades, es capaz de brillar y trasmitir el mensaje imperecedero de Cristo; vale la pena aferrarse a la barca de la Iglesia que, aun a través de las terribles tempestades del mundo, sigue ofreciendo a todos refugio y hospitalidad; vale la pena que nos pongamos en actitud de escucha los unos de los otros; vale la pena nadar contra corriente y vincularse a los valores más grandes: la familia, la fidelidad, el amor, la fe, el sacrificio, el servicio, la vida eterna.
Nuestra responsabilidad en el Sínodo es la de no desmentirlos, es más, la de demostrar que tenían razón en apostar: de verdad vale la pena, de verdad no es una pérdida de tiempo.
Y os doy las gracias especialmente a vosotros, queridos jóvenes aquí presentes. El camino de preparación al Sínodo nos ha enseñado que el universo juvenil es tan variado que no puede ser representado totalmente, pero vosotros sois de verdad un signo importante del mismo. Vuestra participación nos llena de alegría y de esperanza.
EI Sínodo que estamos viviendo es un tiempo para la participación. Deseo, por tanto, en este inicio del itinerario de la Asamblea sinodal, invitar a todos a hablar con valentía y parresia, es decir integrando libertad, verdad y caridad. Solo el diálogo nos hace crecer. Una crítica honesta y transparente es constructiva y útil, mientras que no lo son la vana palabrería, los rumores, las sospechas o los prejuicios.
Y a la valentía en el hablar debe corresponder la humildad en el escuchar. Decía a los jóvenes en la reunión pre-sinodal: «Si habla el que no me gusta, debo escuchar más, porque cada uno tiene el derecho de ser escuchado, como cada uno tiene el derecho de hablar». Esta escucha franca requiere valentía para tomar la palabra y hacerse portavoz de tantos jóvenes del mundo que no están presentes. Este escuchar es el que abre espacio al diálogo. El Sínodo debe ser un ejercicio de diálogo, en primer lugar entre los que participan en él. Y el primer fruto de ese diálogo es que cada uno se abra a la novedad, a cambiar su propia opinión gracias a lo que ha escuchado de los demás. Esto es importante para el Sínodo. Muchos de vosotros habéis preparado ya vuestra intervención antes de venir —y os doy las gracias por este trabajo—, pero os invito a sentiros libres de considerar lo que habéis preparado como un borrador provisional abierto a las eventuales integraciones y modificaciones que el camino sinodal os podrá sugerir a cada uno. Sintámonos libres de acoger y comprender a los demás y por tanto de cambiar nuestras convicciones y posiciones: es signo de gran madurez humana y espiritual.
El Sínodo es un ejercicio eclesial de discernimiento. La franqueza en el hablar y la apertura en el escuchar son fundamentales para que el Sínodo sea un proceso de discernimiento. El discernimiento no es un slogan publicitario, no es una técnica organizativa, y ni siquiera una moda de este pontificado, sino una actitud interiorque tiene su raíz en unacto de fe. El discernimiento es el método y a la vez el objetivo que nos proponemos: se funda en la convicción de que Dios está actuando en la historia del mundo, en los acontecimientos de la vida, en las personas que encuentro y que me hablan. Por eso estamos llamados a ponernos en actitud de escuchar lo que el Espíritu nos sugiere, de maneras y en direcciones muchas veces imprevisibles. El discernimiento tiene necesidad de espacios y de tiempos. Por esto dispongo que, durante los trabajos, en la asamblea plenaria y en los grupos, cada cinco intervenciones se observe un momento de silencio —de tres minutos aproximadamente—, para permitir  que  cada  uno preste atención a la resonancia que las cosas que ha escuchado suscite en su corazón, para profundizar y aceptar lo que más le haya interesado. Este interés con respecto a la interioridad es la llave para recorrer el camino del reconocer, interpretar y elegir.
Somos signo de una Iglesia a la escucha y en camino. La actitud de escucha no puede limitarse a las palabras que nos dirijamos en los trabajos sinodales. El camino de preparación para este momento ha evidenciado una Iglesia «con una deuda de escucha», también en relación a los jóvenes, que muchas veces no se sienten comprendidos en su originalidad por parte de la Iglesia y, por tanto, no suficientemente aceptados por lo que son realmente, y, alguna vez incluso, hasta rechazados. Este Sínodo tiene la oportunidad, la tarea y el deber de ser signo de la Iglesia que se pone verdaderamente a la escucha, que se deja interpelar por las instancias de aquellos con los que se encuentra, que no tiene siempre una respuesta ya preparada y pre confeccionada. Una Iglesia que no escucha se muestra cerrada a la novedad, cerrada a las sorpresas de Dios, y no será creíble, en particular para los jóvenes, que inevitablemente se alejan en vez de acercarse.
Huyamos de prejuicios y estereotipos. Un primer paso en la dirección de la escucha es liberar nuestras mentes y nuestros corazones de prejuicios y estereotipos: cuando pensamos que ya sabemos quién es el otro y lo que quiere, entonces se hace realmente difícil escucharlo  en serio. Las relaciones entre las generaciones son un terreno en el que los prejuicios y estereotipos se arraigan con una facilidad proverbial, sin que a menudo ni siquiera nos demos cuenta. Los jóvenes tienen la tentación de considerar a los adultos como anticuados; los adultos tienen la tentación de calificar a los jóvenes como inexpertos, de saber cómo son y sobre todo cómo deberían de ser y de comportarse. Todo esto puede llegar a ser un fuerte obstáculo para el diálogo y el encuentro entre las generaciones. La mayoría de los aquí presentes no pertenecéis a la generación de los jóvenes, por lo que es evidente que debemos vigilar para evitar sobre todo el riesgo de hablar de los jóvenes a partir de categorías y esquemas mentales que ya están superados. Si podemos evitar este riesgo, entonces podremos contribuir a que sea posible una alianza entre generaciones. Los adultos deben superar la tentación de subestimar las capacidades de los jóvenes y juzgarlos negativamente. Leí una vez que la primera mención de este hecho se remonta al 3.000 a.C. y fue encontrado en una vasija de barro de la antigua Babilonia, donde está escrito que la juventud es inmoral y que los jóvenes no son capaces de salvar la cultura del pueblo. Es una vieja tradición de nosotros, los viejos. Los jóvenes, en cambio, deberían de vencer la tentación de no escuchar a los adultos y de considerar a los ancianos como «algo antiguo, pasado y aburrido», olvidando que es absurdo querer empezar siempre de cero, como si la vida comenzara solo con cada uno de ellos. En realidad, los  ancianos, a pesar de su fragilidad física, permanecen siempre como la memoria de nuestra humanidad, las raíces de nuestra sociedad, el «pulso» de nuestra civilización. Despreciarlos, desprenderse de ellos, encerrarlos en reservas aisladas o ignorarlos es una muestra de cesión a la mentalidad del mundo que está devorando nuestras casas desde dentro. Descuidar el tesoro de las experiencias que cada generación recibe en herencia y transmite a la siguiente es un acto de autodestrucción.
Por una parte,es necesario superar con decisión la plaga del clericalismo. En efecto, escuchar y huir de los estereotipos es también un poderoso antídoto contra el riesgo del clericalismo, al que una asamblea como esta se ve inevitablemente expuesta, más allá de las intenciones de cada uno de nosotros. Surge de una visión elitista y excluyente de la vocación, que interpreta el ministerio recibido como un poderque hay que ejercer más que como un serviciogratuito y generoso que ofrecer; y esto nos lleva a creer que pertenecemos a un grupo que tiene todas las respuestas y no necesita ya escuchar ni aprender nada, o hace como que escucha. El clericalismo es una perversión y es la raíz de muchos males en la Iglesia: debemos pedir humildemente perdón por ellos y, sobre todo, crear las condiciones para no repetirlos.
Por otro lado, sin embargo, es necesario curar el virus de la autosuficienciay de las conclusiones apresuradas de muchos jóvenes. Un proverbio egipcio dice: «Si no hay un anciano en tu casa, cómpralo, porque te será útil». Repudiar y rechazar todo lo que se ha transmitido a lo largo de los siglos solo conduce al peligroso extravío que lamentablemente está amenazando nuestra humanidad; lleva al estado de desilusión que se ha apoderado del corazón de generaciones enteras. La acumulación, a lo largo de la historia, de experiencias humanas es el tesoro más valioso y digno de confianza que las generaciones reciben unas de otras. Sin olvidar nunca la revelación divina, que ilumina y da sentido a la historia y a nuestra existencia.
Hermanos y hermanas: Que el Sínodo despierte nuestros corazones. El presente, también el de la Iglesia, aparece lleno de trabajos, problemas y cargas. Pero la fe nos dice que es también kairos, en el que el Señor viene a nuestro encuentro para amarnos y llamarnos a la plenitud de la vida. El futuro no es una amenaza que hay que temer, sino el tiempo que el Señor nos promete para que podamos experimentar la comunión con él, con nuestros hermanos y con toda la creación. Necesitamos redescubrir las razones de nuestra esperanza y sobre todo transmitirlas a los jóvenes, que tienen sed de esperanza, como bien afirmó el Concilio Vaticano II: «Podemos pensar, con razón que el porvenir de la humanidad está en manos de aquellos sean capaces de transmitir a las generaciones venideras razones para vivir y para esperar» (Cost. Past., Gaudium et Spes, 31).
El encuentro entre generaciones puede ser extremadamente fructífero para generar esperanza. El profeta Joel nos los enseña –lo recordé también a los jóvenes de la reunión pre-sinodal– en esa que considero la profecía de nuestro tiempo: «Vuestros ancianos tendrán sueños y vuestros jóvenes verán visiones» (3,1), y profetizarán.
No hay necesidad de sofisticados argumentos teológicos para mostrar nuestro deber de ayudar al mundo contemporáneo a caminar hacia el reino de Dios, sin falsas esperanzas y sin ver solo ruinas y problemas. En efecto, san Juan XXIII, hablando de las personas que valoran los hechos sin suficiente objetividad ni juicio prudente, dijo: «Ellas no ven en los tiempos modernos sino prevaricación y ruina; van diciendo que nuestra época, comparada con las pasadas, ha ido empeorando; y se comportan como si nada hubieran aprendido de la historia, que sigue siendo maestra de la vida» (Discurso pronunciado para la solemne apertura del Concilio Vaticano II, 11 octubre 1962).
Por tanto, no hay que dejarse tentar por las «profecías de desgracias», ni gastar energías en «llevar cuenta de los fallos y echar en cara amarguras», hay que mantener los ojos fijos en el bien, que «a menudo no hace ruido, ni es tema de los blogs ni aparece en las primeras páginas», y no asustarse «ante las heridas de la carne de Cristo, causadas siempre por el pecado y con frecuencia por los hijos de la Iglesia» (cf. Discurso a los Obispos participantes en el curso promovido por la Congregación para los Obispos y para las Iglesias orientales, 13 septiembre, 2018).
Comprometámonos a procurar «frecuentar el futuro», y a que salga de este Sínodo no sólo un documento –que generalmente es leído por pocos y criticado por muchos–, sino sobre todo propuestas pastorales concretas, capaces de llevar a cabo la tarea del propio Sínodo, que es la de hacer que germinen sueños, suscitar profecías y visiones, hacer florecer esperanzas, estimular la confianza, vendar heridas, entretejer relaciones, resucitar una aurora de esperanza, aprender unos de otros, y crear un imaginario positivo que ilumine las mentes, enardezca los corazones, dé fuerza a las manos, e inspire a los jóvene–a todos los jóvenes, sin excepción– la visión de un futuro lleno de la alegría del evangelio. Gracias.
04.10.18




Cariñoso saludo del Papa a un grupo de peregrinos chinos y vietnamitas

En la Basílica de San Pedro

(4 oct. 2018).- Francisco saludó ayer en la Basílica de San Pedro a un grupo de peregrinos de origen chino y vietnamita, presentes en Roma para participar en la peregrinación promovida por la Congregación de San Juan Bautista, con ocasión de los 90 años de misión al servicio del pueblo chino.
El encuentro tuvo lugar el pasado miércoles, 3 de octubre de 2018, antes del inicio de la Santa Misa de apertura de la XV Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, frente a la Capilla de la Piedad.
El Papa saludó a los fieles chinos y vietnamitas e intercambió con ellos unas palabras de afecto y cercanía. Además, los peregrinos entregaron al Santo Padre un regalo.
Obispos chinos en el Sínodo
Asimismo, el Santo Padre se ha mostrado muy contento por la participación –por primera vez en la historia– de dos obispos de China Continental en el Sínodo de los Obispos, que se celebra del 3 al 28 de octubre en el Vaticano.
Ellos son Mons. Giuseppe Guo Jincai (1968) Obispo de Chengde (provincia de Hebei) y Mons. Giovanni Battista Yang Xiaoting (1964), Obispo de Yan’an (provincia de Shaanxi).
La presencia de estos prelados en la XV Asamblea General Ordinaria del Sínodo se debe al Acuerdo Provisional que firmaron la Santa Sede y la el gobierno de la República Popular de China sobre el nombramiento de los obispos, el pasado 22 de septiembre, una cuestión de gran importancia para la vida de la Iglesia, y crea las condiciones para una colaboración más amplia a nivel bilateral.
05.10.18




Santa Marta: El Papa alerta del riesgo de vivir el cristianismo “como un hábito social”


Somos cristianos, pero vivimos como paganos”



(5 oct. 2018).- El Papa Francisco ha comentado esta mañana, en la Misa matutina de Santa Marta, que corremos el riesgo de vivir el cristianismo “como un hábito social”, formalmente, con “la hipocresía de los justos”, que “temen dejarse amar”.
En la Misa celebrada en la Capilla de Santa Marta, este viernes, 5 de octubre de 2018, el Pontífice ha meditado a partir del Evangelio de San Lucas y el reproche de Jesús a la gente de Betsaida, Corazín y Cafarnaúm, que no han creído en Él, no obstante los milagros, e invitó a todos en su homilía a hacer un examen de conciencia, señala ‘Vatican News’ en español.
Una vez terminada la Misa dejamos a Jesús en la Iglesia –ha advertido el Santo Padre– “no vuelve con nosotros a casa”, en la vida cotidiana. Ay de nosotros, si expulsamos a Jesús de nuestro corazón: “Somos cristianos, pero vivimos como paganos”, ha precavido.
El Papa ha advertido que nos puede pasar con frecuencia: “Yo que he recibido tanto del Señor, he nacido en una sociedad cristiana, he conocido a Jesucristo, he conocido la salvación, he sido educado en la fe. Y con mucha facilidad me olvido de Jesús”.
Jesús te habla a ti
Este hábito nos hace mal –ha explicado el Santo Padre– porque reducimos el Evangelio a un hecho social, sociológico, y no a una relación personal con Jesús. “Jesús me habla a mí, te habla a ti, habla a cada uno de nosotros. La predicación de Jesús es para cada uno de nosotros”.
¿Cómo es que aquellos paganos que, apenas escuchan la predicación de Jesús, van con él, y yo que he nacido aquí, en una sociedad cristiana, me acostumbro, y el cristianismo es como si fuera un hábito social, un vestido que me pongo y que después dejo? –ha planteado el Papa.
El Pontífice ha invitado a vivir el cristianismo “realmente”: “Jesús llora, sobre cada uno de nosotros, cuando vivimos el cristianismo formalmente, y no realmente”.
Echar a Jesús de nuestro corazón”
Francisco ha exhortado a hacer una reflexión interior: “Hoy puede ser para nosotros una jornada de examen de conciencia, con este estribillo: ‘Ay de ti, ay de ti’, porque te he dado tanto, me he dado a mí mismo, te he elegido para ser cristiano, ser cristiana, y tú prefieres una vida a medias, una vida superficial: un poco sí de cristianismo y agua bendita, y nada más. En realidad, cuando se vive esta hipocresía cristiana, lo que nosotros hacemos es echar a Jesús de nuestro corazón. Hacemos de cuenta que lo tenemos, pero lo hemos expulsado. ‘Somos cristianos, orgullosos de ser cristianos’, pero vivimos como paganos”.
06.10.18


El Papa a los jóvenes: “¡Ustedes no tienen precio! ¡No se dejen comprar!”

Encuentro en el Aula Pablo VI

(6 oct. 2018).- “La Iglesia en salida necesita un dinamismo misionero que sobre todo los jóvenes puedan aportar”, ha anunciado el Papa Francisco a los jóvenes en un encuentro marcado por el entusiasmo, la música, la sinceridad y la alegría.
En el contexto del Sínodo de los Obispos sobre los jóvenes, la fe y el discernimiento, calificado por algunos padres sinodales como el “Sínodo de la alegría”, en la tarde del sábado, 6 de octubre de 2018, el Papa Francisco se encontró, junto a los padres sinodales, con cientos de jóvenes de diversos continentes en el Aula Pablo VI del Vaticano.
Francisco ha anunciado que la Iglesia “necesita personas que, animadas por la fe, sepan comprometer su vida en la evangelización en un mundo marcado por las transformaciones sociales, culturales, tecnológicas, en un mundo que se ha vuelto más pequeño a causa de la globalización, y más interconectado por el desarrollo de la comunicación”.
La Iglesia, no sale hacia las nuevas generaciones, sino que sale con las nuevas generaciones, y el Sínodo es fruto de un trabajo en el que ustedes han sido y son protagonistas”, ha indicado Francisco.
Esta reunión ha sido organizada por la Secretaria General del Sínodo de los Obispos y la Congregación para la Educación Católica, bajo el lema “Nosotros para. Únicos, solidarios y creativos”.
La libertad que ofrece Jesús
Por favor, jóvenes, niños y niñas, ¡ustedes no tienen precio! ¡Ustedes no están subastados! –ha solicitado el Papa–. Por favor, no se dejen comprar, no se dejen seducir, no sean esclavos de la colonización ideológica que ponen ideas en la cabeza y al final llegamos a ser esclavos, empleados, fracasados en la vida”.
Así, el Pontífice les ha pedido a los jóvenes muchachos que repitan “No estoy en una subasta, no tengo precio. ¡Soy libre, soy libre! Enamórense de esta libertad, que es lo que ofrece Jesús”.
Jesús no nos deja solos”
En la gran fiesta de los jóvenes con el Santo Padre se escucharon todo tipo de testimonios: varios jóvenes compartieron sus difíciles situaciones personales con el Papa y con todos los presentes, llegaron a la misma conclusión de sentirse afortunados por haber conocido el amor misericordioso de Cristo.
Desde la dura experiencia de haber estado en la cárcel, o el vacío de estar atrapado en el mundo de las drogas, la plenitud de la vida religiosa, la angustia que se siente al no encontrar trabajo, la vocación al sacerdocio de manera temprana… la paz y la esperanza de alguien que puede hablar de Dios en el hospital… Todas esas historias íntimas y dolorosas, cuyo punto en común es el encuentro personal con Jesús, han sido presentadas al Papa.
Me impresionan sus historias personales llenas de pasión y de dolor” –ha dicho Francisco a los jóvenes–. “Lo más conmovedor de sus historias es el descubrimiento de que otra vida es posible: Jesús no nos deja solos en nuestra aventura”.
Además de las historias personales, los jóvenes bailaron para la el Papa, cantaron, leyeron poesía y mostraron algunos días para ilustrar mejor sus palabras.
Al comienzo del encuentro, un numeroso grupo de jóvenes con coloridas camisetas han bailado una moderna coreografía, e incluso un joven se animó a representar una pieza de hip hop, acompañado por las palmas de todos los asistentes.
Respuestas del Papa
A lo largo de la tarde, la música y el baile han sido grandes protagonistas. Entre las diferentes intervenciones, se han interpretado diferentes canciones, al piano, con guitarra… e incluso algún joven se ha animado a bailar de manera improvisada, animando al público y recibiendo aplausos y aclamaciones por parte de todos.
Los jóvenes que actuaron en el evento, se pusieron en pie todos juntos en el escenario, y hicieron al Papa varias preguntas, a lo que Francisco respondió bromeando: “Las respuestas se las darán los padres sinodales”; ya que “si yo respondiera anularía el Sínodo”, y ha explicado que las respuestas “deben venir de parte de todos, de nuestra reflexión, de nuestra discusión, y sobre todo deben ser respuestas hechas sin miedo”.
07.10.18



El Papa confía los esposos con problemas a la intercesión de la Virgen María

La confianza en María que deshace los nudos

(7 octubre 2018).- El Papa Francisco confía los esposos con dificultades a la intercesión de la Virgen María: “Invoquemos a la Virgen María para que ayude a los esposos a vivir y renovar su unión, siempre a partir del  del don original de Dios”.
El Santo Padre, efectivamente, ha comentado sobre el Evangelio de este domingo, 7 de octubre de 2018, en la Plaza de San Pedro, como es costumbre, antes de la oración dominical del Ángelus al mediodía. Bajo los paraguas, ante unas 25.000 personas que se habían reunido, según las cifras de la gendarmería del Vaticano.
La historia de los esposos en dificultad
Esta oración a María por los esposos en dificultad recuerda la devoción del Papa Francisco a la Virgen María que “deshace los nudos”, representada por la pintura atribuida al pintor bávaro Johann Georg Melchior Schmidtner, y que se encuentra en la Iglesia Sankt-Peter. -am-Perlach en Augsburg (Alemania).
El Papa conocía la foto gracias a la postal que una monja le dirigió un año por Navidad. El Papa quedó impresionado por esta representación de la Virgen María. La pintora Ana Berti de Betta hizo una copia en Argentina. Y el Papa fue fotografiado varias veces bajo una copia de la pintura, en Santa Marta, Vaticano.
La pintura sería un ex voto de agradecimiento por el cumplimiento de la oración del jesuita alemán Jakob Rem, 28 de septiembre de 1615, a favor de Wolfgang Lagenmantel y su esposa Sophie Rentz: había pedido a la Virgen que deshiciera los nudos (concretos) de la cinta nupcial – entonces un elemento de la liturgia del matrimonio – de esta pareja en dificultad. Los nudos de la cinta, que retomaron su color blanco inicial, y las dificultades de la pareja desaparecieron.
La gratitud de un nieto
Fue un nieto de esta pareja, que se convirtió en sacerdote en Sankt Peter, Hieronymus von Langenmantel (1666 – 1709) quien encargó la pintura para la capilla dedicada a su familia y para recordar la intercesión de la Virgen María en favor de sus abuelos
En Die Zeit del 9 de marzo de 2017, el Papa explicó que la pintura se refiere a una expresión de San Ireneo de Lyon: “El marido consultó con un padre jesuita. Tomó la larga cinta blanca que se les ofreció en la boda y rezó a la Virgen María. Había leído en los textos de Ireneo que el nudo atado por el pecado de Eva había sido derrotado por la obediencia de María. Le pidió a la Virgen la gracia para deshacer los nudos.
El Papa citó a San Ireneo el 12 de octubre de 2013, en el Año de la Fe, sobre la fe de María, diciendo: “La fe de María deshace el nudo del pecado” (ver Concilio Oecum, ). II, Dogm Const.,  Lumen gentium , 56). ¿Qué significa? Los Padres conciliares [del Vaticano II] han tomado una expresión de San Ireneo que dice: “El nudo atado por la desobediencia de Eva se ha deshecho por la obediencia de María; lo que la virgen Eva había atado por su incredulidad, la Virgen María lo desató por su fe “( Adversus Haereses  III, 22, 4).
La relación con Dios
El Papa explicó este vínculo entre desobediencia e incredulidad del ejemplo de un niño: “El” nudo “de desobediencia, el” nudo “de incredulidad. Cuando un niño desobedece a su mamá o papá, podríamos decir que se forma un pequeño “nudo”. Sucede si el niño actúa dándose cuenta de lo que está haciendo, especialmente si hay una mentira; a partir de entonces no tiene confianza en su madre o en su padre. ¡Sabes que a veces sucede! Entonces la relación con los padres necesita ser limpiada de esta falla y, de hecho, se disculpa, para que haya nueva armonía y confianza”.
Aplicó esta comparación a la relación con Dios: “Algo similar sucede en nuestra relación con Dios. Cuando no lo escuchamos, no seguimos su voluntad, hacemos acciones concretas por las cuales manifestamos una falta de confianza en sí mismo, y esto es pecado, se forma un nudo en nuestro ser interior. Y estos nudos quitan la paz y la serenidad. Son peligrosos porque muchos nudos pueden formar un enredo, que siempre es más doloroso y más difícil de desatar”.
María y la Divina Misericordia
El Papa entonces enfatizó el trabajo de la Divina Misericordia en la vida e intercesión de María: “Para la misericordia de Dios, lo sabemos, ¡nada es imposible! Incluso los nudos más enredados se deshacen con su gracia. Y María, que con su “sí”, abrió la puerta a Dios para desatar el nudo de la vieja desobediencia, es la Madre que, con paciencia y ternura, nos lleva a Dios, para que él deshaga los nudos de nuestra alma con su misericordia de Padre”.
Invitó a todos a confiar en María y en la misericordia de Dios con confianza, para que los “nudos” de la vida pudieran resolverse: “Cada uno de nosotros tiene algo y podemos preguntarnos en nuestro corazón: ¿Qué nudos hay en mi vida? “Padre, el mío no se puede deshacer! ¡Pero es un error! Todos los nudos del corazón, todos los nudos de la conciencia se pueden deshacer. ¿Le pido a María que me ayude a confiar en la misericordia de Dios, a deshacerlos, a cambiar? Ella, mujer de fe, seguramente nos dirá: “Vamos, ve al Señor: Él te entiende”. Y nos lleva de la mano, Madre, Madre hacia la ternura del Padre, Padre de misericordia”.
08.10.18



Santa Marta: ¿Estás abierto a las sorpresas de Dios?

Lo que Jesús dijo a su Iglesia.

(8 octubre 2018).- Jesús dijo a su Iglesia: “Si hay necesidad de más, usted paga y yo le pagaré cuando regrese”, dijo el Papa Francisco en la misa de la mañana en la Casa de Santa Marta, el 8 de octubre de 2018. En su homilía informada por Vatican News  preguntó: “¿Estás abierto a las sorpresas de Dios o eres un funcionario cristiano? ”
Al comentar sobre la parábola del Buen Samaritano (Lc 10, 25-37), el Papa señaló que el sacerdote y el levita pasaron “al otro lado” al ver al hombre medio muerto en el camino. Estos dos “funcionarios” piensan que esto no les concierne, mientras que el samaritano, “un pecador, un excomulgado del pueblo de Israel”, “fue tomado de compasión”.
Él “no mira su reloj, no piensa en la sangre. Se acerca, se baja de su caballo, le limpia las heridas … se ensucia las manos, se ensucia la ropa. Luego lo cargó en su caballo … sucio, lleno de sangre … y lo cuidó. No dijo: “Lo dejo aquí, llamo a los médicos, me voy, hago mi parte”. No. “Él se cuidó”, como diciendo: “Ahora eres mío, no por posesión, sino para servirte”. No era un funcionario, era un hombre con un corazón, un hombre con el corazón abierto”.
El Papa también se detuvo en el personaje del posadero, que se compromete a mantener al hombre y esperar el regreso del samaritano por el resto del dinero. “Ambos no eran funcionarios públicos. “¿Eres cristiano? ¿Eres cristiano? “Sí, sí, voy a la misa del domingo y trato de hacer lo correcto … menos calumnias, porque me gusta meditar, pero el resto lo hago bien”. Pero estas abierto? ¿Estás abierto a las sorpresas de Dios o eres un funcionario cristiano, cerrado? “Hago eso, voy a misa el domingo, la comunión, la confesión una vez al año, esto, eso … estoy en buena posición”. Son los funcionarios cristianos, aquellos que no están abiertos a las sorpresas de Dios, aquellos que saben mucho acerca de Dios pero que no se encuentran con Dios. Los que nunca se maravillan ante un testimonio. O mejor : Ellos no pueden testificar”.
El Papa invitó a “laicos y pastores” a preguntarse si son cristianos abiertos a “las sorpresas de Dios que tan a menudo, como este samaritano, nos ponen en dificultades”.
En este pasaje se encuentra todo el Evangelio”, concluyó el Papa: “Cada uno de nosotros es el hombre allí, herido, y el Samaritano es Jesús. Y sanó nuestras heridas. Estaba cerca. Él nos cuidó. Él pagó por nosotros. Y le dijo a su Iglesia: “Si necesitas más, pagas y te lo devolveré cuando regrese”.
09.10.18


Santa Marta: Francisco nos invita a pensar “¿Estoy enamorado del Señor?”

Ejemplo de Marta y María, en el Evangelio

(9 oct. 2018).- “¿Estoy enamorado del Señor?”: es la reflexión que ha lanzado el Santo Padre Francisco en la Misa celebrada esta mañana en Santa Marta.
El Papa ha mostrado el ejemplo de Marta y María, las hermanas de Lázaro de Betania, en cuya casa Jesús es huésped, de las que habla el Evangelio de Lucas, leído en la Misa de este 9 de octubre de 2018. Un equilibrio, por lo tanto, entre “contemplación y servicio”, ha apuntado el Papa, dos cualidades que ilustra muy bien este pasaje.
Son dos hermanas que, con su modo de actuar –ha aclarado el Papa– nos enseñan cómo debe ir adelante la vida del cristiano”. “María escuchaba al Señor”, mientras Marta estaba “distraída”, porque se estaba ocupando de los distintos servicios. He aquí Marta, que es una de esas mujeres “fuertes” –reafirmó Francisco– también capaz de reprochar al Señor por no haber estado presente en la hora de la muerte de su hermano Lázaro. Sabe “ir adelante”, es valerosa –observó el Pontífice– pero carente de “contemplación”, incapaz de “perder el tiempo mirando al Señor”:
Hay tantos cristianos que sí van el domingo a Misa, pero después están ocupados siempre. No tienen tiempo ni para los hijos, y ni siquiera para jugar con sus hijos: es feo esto. ‘Tengo tanto que hacer, estoy ajetreado…’. Y al final se convierten en cultores de esa religión que es el estar atareado: pertenecen al grupo de los ocupados, que siempre están haciendo… pero detente, mira al Señor, toma el Evangelio, escucha la Palabra del Señor, abre tu corazón…”, ha predicado Francisco.
En este sentido, el Papa ha exhortado a usar el “lenguaje de las manos, siempre”. Y a hacer el bien, “pero no el bien cristiano: un bien humano”. Ha aclarado: “A estos les falta la contemplación. A Marta le faltaba esto. Valerosa, siempre iba adelante, llevaba las cosas en la mano, pero le faltaba la paz: perder el tiempo mirando al Señor”.
10.10.18





22 de set. 2018

PAPA NOU CURS


Francisco llama a los jóvenes lituanos a las filas de la “revolución de la ternura”

¡Vale la pena seguir a Cristo! – Discurso del Papa


(22 sept. 2018).- “¡Queridos jóvenes, vale la pena seguir a Cristo, no tengamos miedo a formar parte de la revolución a la que Él nos invita: la revolución de la ternura!” ha dicho el Papa a los jóvenes lituanos entre aplausos y vítores de “¡Viva el Papa!” en español.
Su Santidad llegó en papa móvil a la plaza de la Catedral de Vilna, dedicada a Los Santos Estanislao y Ladislao, a las 17:30 (hora local), para encontrarse con los 30.000 jóvenes que esperaban para escuchar sus palabras.
No tengáis miedo a decidiros por Jesús, a abrazar su causa, la del Evangelio”, ha exhortado el Papa con los más jóvenes de Lituania. “Jesús nunca se va a bajar de la barca de nuestra vida, siempre va a estar en el cruce de nuestros caminos, jamás va a dejar de reconstruirnos, aunque a veces nos empeñemos en incendiarnos”.


Discurso del Papa a los jóvenes
Muchas gracias Mónica y Jonás por vuestro testimonio. Lo he recibido como un amigo, como si hubiéramos estado sentados juntos, en algún bar, contándonos cosas de la vida, mientras tomamos una cerveza o un “gira” después de haber ido al “Jaunimo teatras”.
Pero vuestras vidas no son una obra de teatro, son reales, concretas, como las de cada uno de los que estamos acá, en esta hermosa plaza situada entre estos dos ríos. Y quizá todo esto nos sirva para releer vuestras historias y descubrir en ellas el paso de Dios… porque Dios pasa siempre por nuestras vidas. 
Como esta iglesia catedral, vosotros habéis experimentado situaciones que os derrumbaban, incendios de los que parecía que no hubierais podido reponeros. Tantas veces este templo fue devorado por las llamas, se derrumbó y, sin embargo, siempre hubo quienes decidieron volver a levantarlo, no se dejaron vencer por las dificultades, no bajaron los brazos. También la libertad de vuestra patria está construida sobre aquellos que no se dejaron intimidar por el terror y la desventura. La vida, el modo de ser y la muerte de tu papá, Mónica; tu enfermedad, Jonás, os podría haber devastado… Y, sin embargo, estáis aquí, compartiendo vuestra experiencia con una mirada de fe, haciéndonos descubrir que Dios os dio la gracia para aguantar, para levantaros, para seguir caminando en la vida.

¿Cómo se derramó en vosotros esta gracia de Dios? 
A través de personas que se cruzaron en vuestras vidas, gente buena que os nutrió de su experiencia de fe. Mónica: tu abuela y tu mamá, la parroquia franciscana, fueron para ti como la confluencia de estos dos ríos: así como el Vilna se une al Neris, tú te sumaste, te dejaste llevar por esa corriente de gracia. Porque el Señor nos salva haciéndonos parte de un pueblo. Nadie puede decir “yo me salvo solo”, estamos todos interconectados, “en red”. Dios quiso entrar en esta dinámica de relaciones y nos atrae hacia sí en comunidad, dando pleno sentido de identidad y pertenencia a nuestra vida (cf. Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 6). También tú, Jonás, encontraste en otros ―en tu esposa y en la promesa hecha el día del matrimonio― la razón para seguir, para luchar, para vivir. No permitáis que el mundo os haga creer que es mejor caminar solos. No cedáis a la tentación de ensimismaros, de volveros egoístas o superficiales ante el dolor, la dificultad o el éxito pasajero. Volvamos a afirmar que “lo que le pasa al otro, me pasa a mí”, vayamos contra la corriente de ese individualismo que aísla, que nos vuelve egocéntricos y vanidosos, preocupados solamente por la imagen y el propio bienestar.
Apostad por la santidad desde el encuentro y la comunión con los demás, atentos a sus necesidades (cf. ibíd., 146). Nuestra verdadera identidad supone la pertenencia a un pueblo. No existen identidades “de laboratorio”, ni identidades “destiladas”. Cada uno de nosotros conoce la belleza y también el cansancio, y muchas veces el dolor de pertenecer a un pueblo. Aquí radica nuestra identidad, no somos personas sin raíces. 
También los dos recordáis la presencia en el coro, la oración familiar, la misa, la catequesis y la ayuda a los más necesitados; son armas poderosas que el Señor nos da. La oración y el canto, para no encerrarse en la inmanencia de este mundo: al suspirar por Dios habéis salido de vosotros mismos y habéis podido contemplar con los ojos de Dios lo que os pasaba en el corazón (cf. ibíd., 147); practicando la música os abrís a la escucha y a la interioridad, os dejáis impactar de tal modo en la sensibilidad y eso es siempre una buena oportunidad para el discernimiento (cf. Sínodo dedicado a los Jóvenes, Instrumentum laboris, 162). Es cierto que la oración puede ser una experiencia de “batalla espiritual”, pero es allí donde aprendemos a escuchar al Espíritu, a discernir los signos de los tiempos y a recuperar las fuerzas para seguir anunciando el Evangelio hoy. ¿De qué otro modo batallaríamos contra el desaliento ante las enfermedades y dificultades propias y ajenas, ante los horrores del mundo? ¿Cómo haríamos sin la oración para no creer que todo depende de nosotros, que estamos solos ante el cuerpo a cuerpo con la adversidad? “¡Jesús y yo, mayoría completa!”, decía san Alberto Hurtado. Y el encuentro con él, con su palabra, con la eucaristía nos recuerda que no importa la fuerza del oponente; no importa que esté primero el “Žalgiris Kaunas” o el “Vilnius Rytas”, no importa el resultado, sino que el Señor está con nosotros.
También a vosotros os ha sostenido en la vida la experiencia de ayudar a otros, descubrir que cerca nuestro hay gente que lo pasa mal, incluso mucho peor que nosotros. Mónica: nos has contado de tu tarea con niños discapacitados. Ver la fragilidad de otros nos ubica, nos evita vivir lamiéndonos las propias heridas. Cuántos jóvenes se van del país por falta de oportunidades, cuántos son víctimas de la depresión, el alcohol y las drogas. Cuántas personas mayores solas, sin nadie con quien compartir el presente y miedosas de que vuelva el pasado. Vosotros podéis responder a esos desafíos con vuestra presencia y con el encuentro entre vosotros y los demás. Jesús nos invita a salir de nosotros mismos, a arriesgar en el “cara a cara” con los otros. Es verdad que creer en Jesús implica muchas veces dar saltos de fe en el vacío, y eso da miedo. Otras veces nos lleva a cuestionarnos, a salir de nuestros esquemas, y eso puede hacernos sufrir y dejarnos tentar por el desánimo. Pero, sed valientes. Seguir a Jesús es una aventura apasionante, que llena nuestra vida de sentido, que nos hace sentir parte de una comunidad que nos anima y acompaña, que nos compromete a servir. Queridos jóvenes, vale la pena seguir a Cristo, no tengamos miedo a formar parte de la revolución a la que él nos invita: la revolución de la ternura (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 88). 
Si la vida fuera una obra de teatro o un videojuego estaría acotada por un tiempo preciso, un comienzo y un final donde se baja el telón o alguien gana la partida. Pero la vida mide otros tiempos, la vida se juega en tiempos parecidos al corazón de Dios; a veces se avanza, otras se retrocede, se ensayan e intentan caminos, se cambian. La indecisión pareciera que nace del miedo a que caiga el telón, a que el cronómetro me deje fuera de la partida, o a que no pueda pasar de nivel en el juego. En cambio, la vida es siempre caminar buscando la dirección correcta, sin miedo a volver si me equivoqué. Lo más peligroso es confundir el camino con un laberinto: ese andar dando vueltas por la vida, sobre sí mismos, sin atinar por el camino que conduce hacia adelante. No seáis jóvenes de laberinto, del cual es difícil salir, sino jóvenes en camino.
No tengáis miedo a decidiros por Jesús, a abrazar su causa, la del Evangelio. Porque él nunca se va a bajar de la barca de nuestra vida, siempre va a estar en el cruce de nuestros caminos, jamás va a dejar de reconstruirnos, aunque a veces nos empeñemos en incendiarnos. Jesús nos regala tiempos amplios y generosos, donde hay espacios para los fracasos, donde nadie tiene que emigrar, pues hay lugar para todos. Muchos querrán ocupar vuestros corazones, inundar los campos de vuestras aspiraciones con cizaña, pero al final, si le entregamos la vida al Señor, siempre vence el buen trigo.
23.09.18





Ángelus: El cristiano debe “estar allí donde nadie quiere ir, sirviendo”

Palabras del Papa antes del Ángelus

(23 sept 2018).- El Papa ha recordado la destrucción definitiva del Gueto de Vilna, hace 75 años, y el aniquilamiento de los hebreos en Lituania, al rezar el Ángelus en Kaunas, este domingo, 23 de septiembre de 2018.
En este contexto el Santo Padre ha propuesto: “Pidamos al Señor que nos dé el don del discernimiento para detectar a tiempo cualquier rebrote de esa perniciosa actitud, cualquier aire que enrarezca el corazón de las generaciones que no han vivido aquello”.
Jesús en el Evangelio nos recuerda una tentación sobre la que tendremos que vigilar con insistencia: el afán de primacía, de sobresalir por encima de los demás, que puede anidar en todo corazón humano, ha señalado Francisco.
Palabras antes del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas:
El libro de la Sabiduría que hemos escuchado en la primera lectura nos habla del justo perseguido, de aquel cuya “sola presencia” molesta a los impíos. El impío es descrito como el que oprime al pobre, no tiene compasión de la viuda ni respeta al anciano (cf. 2,17-20). El impío tiene la pretensión de creer que su “fuerza es la norma de la justicia”. Someter a los más frágiles, usar la fuerza en cualquiera de sus formas: imponer un modo de pensar, una ideología, un discurso dominante, usar la violencia o represión para doblegar a quienes simplemente, con su hacer cotidiano honesto, sencillo, trabajador y solidario, expresan que es posible otro mundo, otra sociedad. Al impío no le alcanza con hacer lo que quiere, dejarse llevar por sus caprichos; no quiere que los otros, haciendo el bien, dejen en evidencia su modo de actuar. En el impío, el mal siempre intenta aniquilar el bien.

Hace 75 años, esta nación presenciaba la destrucción definitiva del Gueto de Vilna; así culminaba el aniquilamiento de miles de hebreos que ya había comenzado dos años antes. Al igual que se lee en el libro de la Sabiduría, el pueblo judío pasó por ultrajes y tormentos. Hagamos memoria de aquellos tiempos, y pidamos al Señor que nos dé el don del discernimiento para detectar a tiempo cualquier rebrote de esa perniciosa actitud, cualquier aire que enrarezca el corazón de las generaciones que no han vivido aquello y que a veces pueden correr tras esos cantos de sirena.
Jesús en el Evangelio nos recuerda una tentación sobre la que tendremos que vigilar con insistencia: el afán de primacía, de sobresalir por encima de los demás, que puede anidar en todo corazón humano. Cuántas veces ha sucedido que un pueblo se crea superior, con más derechos adquiridos, con más privilegios por preservar o conquistar. ¿Cuál es el antídoto que propone Jesús cuando aparece esa pulsión en nuestro corazón o en el latir de una sociedad o un país? Hacerse el último de todos y el servidor de todos; estar allí donde nadie quiere ir, donde nada llega, en lo más distante de las periferias; y sirviendo, generando encuentro con los últimos, con los descartados. Si el poder se decidiera por eso, si permitiéramos que el Evangelio de Jesucristo llegara a lo hondo de nuestras vidas, entonces sí sería una realidad la “globalización de la solidaridad”. «Mientras en el mundo, especialmente en algunos países, reaparecen diversas formas de guerras y enfrentamientos, los cristianos insistimos en nuestra propuesta de reconocer al otro, de sanar las heridas, de construir puentes, de estrechar lazos y de ayudarnos “mutuamente a llevar las cargas” (Ga 6,2)» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 67).
Aquí en Lituania está la colina de las cruces, donde millares de personas, a lo largo de los siglos, han plantado el signo de la cruz. Los invito a que, al rezar el Ángelus, le pidamos a María que nos ayude a plantar la cruz de nuestro servicio, de nuestra entrega allí donde nos necesitan, en la colina donde habitan los últimos, donde es preciso la atención delicada a los excluidos, a las minorías, para que alejemos de nuestros ambientes y de nuestras culturas la posibilidad de aniquilar al otro, de marginar, de seguir descartando a quien nos molesta y amenaza nuestras comodidades.
Jesús pone en medio a un pequeño, lo pone a la misma distancia de todos, para que todos nos sintamos desafiados a dar una respuesta. Al recordar el “sí” de María, pidámosle que haga nuestro “sí” generoso y fecundo como el suyo.

Ángelus en Lituania: Francisco reza por la comunidad judía

Palabras del Papa después del Ángelus


(23 sept. 2018).- Francisco ha agradecido a la Presidenta de la República de Lituania y a las autoridades así como a los obispos y sus colaboradores, por la preparación de esta visita, también a todos los que de tantos modos han dado su contribución, incluso con la oración.
Han sido las palabras del Santo Padre al término de la oración del Ángelus, pasadas las 12 horas (hora local) en Kaunas, Lituania, donde ha celebrado la Santa Misa a las 10 horas, ante 250.000 fieles.
Asimismo, el Pontífice ha manifestado que piensa “en modo particular” durante estos días en la comunidad judía: “Esta tarde rezaré delante del Monumento a las Víctimas del Gueto en Vilna, en el 75 aniversario de su destrucción. Que el Altísimo bendiga el diálogo y el compromiso común por la justicia y la paz”.
[Angelus Domini…]
Feliz domingo. Buen almuerzo. — Gražaus sekmadienio! Skaniu pietu!
24.09.18


Letonia: Como María, estamos llamados a “tocar” el sufrimiento de los demás

Homilía del Papa en el Santuario de la Madre de Dios


(24 sept. 2018).- “¡Muéstrate, Madre!” es el lema de esta visita, que el Papa Francisco ha usado para invitar a los fieles de Letonia en la Eucaristía celebrada en el Santuario Internacional de la Madre de Dios de Aglona, el mayor de Letonia.

El Pontífice ha llegado a las 16 horas (15 h. en Roma) al Santuario Internacional de la Madre De Dios de Aglona, donde ha sido recibido por el Obispo de Rēzekne-Aglona y Presidente de la Conferencia Episcopal de Letonia, Mons. Jānis Bulis, y de dos niños, vestidos con los atuendos tradicionales, que le han ofrecido un tributo floral.
Francisco ha saludado de manera cercana y cariñosa, como es propio de él, a muchos de los miles de peregrinos allí presentes, desde el papamóvil, antes de dirigirse al altar, donde ha presidido la celebración eucarística para María Madre de la Iglesia en latín y letón.
Santuario de Aglona
La Basílica de Aglona es el mayor santuario católico de Letonia. Los peregrinos acuden al sitio el 15 de agosto de cada año para celebrar la Asunción de la Santísima Virgen María al Cielo. En 1980, la Iglesia celebró su 200 aniversario y el Papa Juan Pablo II le otorgó oficialmente el estatus de una basílica menor. En 1986, fue el sitio de la celebración del 800º aniversario del cristianismo en Letonia. En septiembre de 1993, el Papa Juan Pablo II visitó el Santuario, 
Homilía del Santo Padre
Bien podríamos decir que aquello que relata san Lucas en el comienzo del libro de los Hechos de los Apóstoles se repite hoy aquí: íntimamente unidos, dedicados a la oración, y en compañía de María, nuestra Madre (cf. 1,14). Hoy hacemos nuestro el lema de esta visita: “¡Muéstrate, Madre!”, haz evidente en qué lugar sigues cantando el Magníficat, en qué sitios está tu Hijo crucificado, para encontrar a sus pies tu firme presencia.
El evangelio de Juan relata solo dos momentos en que la vida de Jesús se entrecruza con la de su Madre: las bodas de Caná (cf. Jn 2,1-12) y el que acabamos de leer, María al pie de la cruz (cf. Jn 19,25-27). Pareciera que al evangelista le interesa mostrarnos a la Madre de Jesús en esas situaciones de vida aparentemente opuestas: el gozo de unas bodas y el dolor por la muerte de un hijo. Que, al adentrarnos en el misterio de la Palabra, ella nos muestre cuál es la Buena Noticia que el Señor hoy quiere compartirnos.
Lo primero que señala el evangelista es que María está “firmemente de pie” junto a su Hijo. No es un modo liviano de estar, tampoco evasivo y menos aún pusilánime. Es con firmeza, “clavada” al pie de la cruz, expresando con la postura de su cuerpo que nada ni nadie podría moverla de ese lugar. María se muestra en primer lugar así: al lado de los que sufren, de aquellos de los que todo el mundo huye, incluso de los que son enjuiciados, condenados por todos, deportados. No se trata solo de que sean oprimidos o explotados, sino de estar directamente “fuera del sistema”, al margen de la sociedad (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 53). Con ellos está también la Madre, clavada junto a esa cruz de la incomprensión y del sufrimiento.
También María nos muestra un modo de estar al lado de estas realidades; no es ir de paseo ni hacer una breve visita, ni tampoco es “turismo solidario”. Se trata de que quienes padecen una realidad de dolor nos sientan a su lado y de su lado, de modo firme, estable; todos los descartados de la sociedad pueden hacer experiencia de esta Madre delicadamente cercana, porque en el que sufre siguen abiertas las llagas de su Hijo Jesús. Ella lo aprendió al pie de la cruz. También nosotros estamos llamados a “tocar” el sufrimiento de los demás. Vayamos al encuentro de nuestro pueblo para consolarlo y acompañarlo; no tengamos miedo de experimentar la fuerza de la ternura y de implicarnos y complicarnos la vida por los otros (cf. ibíd., 270). Y, como María, permanezcamos firmes y de pie: con el corazón puesto en Dios y animados, levantando al que está caído, enalteciendo al humilde, ayudando a terminar con cualquier situación de opresión que los hace vivir como crucificados.
María es invitada por Jesús a recibir al discípulo amado como su hijo. El texto nos dice que estaban juntos, pero Jesús percibe que no lo suficiente, que no se han recibido mutuamente. Porque uno puede estar al lado de muchísimas personas, puede incluso compartir la misma vivienda, o el barrio, o el trabajo; puede compartir la fe, contemplar y gozar de los mismos misterios, pero no acogerse, no hacer el ejercicio de una aceptación amorosa del otro. Cuántos matrimonios podrían relatar sus historias de estar cerca pero no juntos; cuántos jóvenes sienten con dolor esta distancia con los adultos, cuántos ancianos se sienten fríamente atendidos, pero no amorosamente cuidados y recibidos.
Es cierto que, a veces, cuando nos hemos abierto a los demás nos ha hecho mucho daño. También es verdad que, en nuestras realidades políticas, la historia de desencuentro de los pueblos todavía está dolorosamente fresca. María se muestra como mujer abierta al perdón, a dejar de lado rencores y desconfianzas; renuncia a hacer reclamos por lo que “hubiera podido ser” si los amigos de su Hijo, si los sacerdotes de su pueblo o si los gobernantes se hubieran comportado de otra manera, no se deja ganar por la frustración o la impotencia. María le cree a Jesús y recibe al discípulo, porque las relaciones que nos sanan y liberan son las que nos abren al encuentro y a la fraternidad con los demás, porque descubren en el otro al mismo Dios (cf. ibíd., 92). Monseñor Sloskans, que descansa aquí, una vez apresado y enviado lejos, escribía a sus padres: «Os lo pido desde lo más hondo de mi corazón: no dejéis que la venganza o la exasperación se abran camino en vuestro corazón. Si lo permitiésemos no seríamos verdaderos cristianos, sino fanáticos». En tiempos donde pareciera que vuelve a haber modos de pensar que nos invitan a desconfiar de los otros, que con estadísticas nos quieren demostrar que estaríamos mejor, seríamos más prósperos, habría más seguridad si estuviéramos solos, María y los discípulos de estas tierras nos invitan a acoger, a volver a apostar por el hermano, por la fraternidad universal. Pero María se muestra también como la mujer que se deja recibir, que humildemente acepta pasar a ser parte de las cosas del discípulo. En aquella boda que se había quedado sin vino, con el peligro de terminar llena de ritos pero seca de amor y de alegría, fue ella la que les mandó que hicieran lo que él les dijera (cf. Jn 2,5). Ahora, como discípula obediente, se deja recibir, se traslada, se acomoda al ritmo del más joven. Siempre cuesta la armonía cuando somos distintos, cuando los años, las historias y las circunstancias nos ponen en modos de sentir, pensar y hacer que a simple vista parecen opuestos. Cuando con fe escuchamos el mandato de recibir y ser recibidos, es posible construir la unidad en la diversidad, porque no nos frenan ni dividen las diferencias, sino que somos capaces de mirar más allá, de ver a los otros en su dignidad más profunda, como hijos de un mismo Padre (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 228). En esta, como en cada eucaristía, hacemos memoria de aquel día. Al pie de la cruz, María nos recuerda el gozo de haber sido reconocidos como sus hijos, y su Hijo Jesús nos invita a traerla a casa, a ponerla en medio de nuestra vida. Ella nos quiere regalar su valentía, para estar firmemente de pie; su humildad, que la hace adaptarse a las coordenadas de cada momento de la historia; y clama para que en este, su santuario, todos nos comprometamos a acogernos sin discriminarnos.
Que todos en Letonia, sepan que estamos dispuestos a privilegiar a los más pobres, levantar a los caídos y recibir a los demás así como vienen y se presentan ante nosotros.
25.09.18


Estonia: “No habéis conquistado vuestra libertad para ser esclavos del consumismo o el individualismo”

Homilía del Papa en Tallin

(25 sept. 2018).- “Vosotros no habéis conquistado vuestra libertad para terminar esclavos del consumo, del individualismo, o del afán de poder o dominio” ha dicho el Papa a los estonios en la Misa celebrada en la Plaza de la Libertad, en Tallin, este martes, 25 de septiembre de 2018, última día de su viaje apostólico, en el marco del centenario de la declaración de independencia de las 3 naciones: Lituania, Letonia y Estonia.
Homilía del Santo Padre
Al escuchar, en la primera lectura, la llegada del pueblo hebreo —una vez liberado de la esclavitud en Egipto— al monte Sinaí (cf. Ex 19,1) es imposible no pensar en vosotros como pueblo; es imposible no pensar en toda la nación de Estonia y en todos los países Bálticos. ¿Cómo no recordaros en aquella “revolución cantada”, o en aquella fila de 2 millones de personas desde aquí hasta Vilna? Vosotros sabéis de luchas por la libertad, podéis identificaros con aquel pueblo. Nos hará bien, entonces, escuchar qué le dice Dios a Moisés, para discernir qué nos dice a nosotros como pueblo. 
El pueblo que llega hasta el Sinaí es un pueblo que ya ha visto el amor de su Dios expresado en los milagros y portentos, es un pueblo que decide hacer un pacto de amor porque Dios ya lo amó primero y le expresó ese amor. No está obligado, Dios lo quiere libre. Cuando decimos que somos cristianos, cuando abrazamos un estilo de vida, lo hacemos sin presiones, sin que sea un intercambio donde cumplimos si Dios cumple. Pero, sobre todo, sabemos que la propuesta de Dios no nos quita nada, al contrario, lleva a la plenitud, potencia todas las aspiraciones del hombre. Algunos se consideran libres cuando viven sin Dios o al margen de él. No advierten que de ese modo transitan por esta vida como huérfanos, sin un hogar donde volver. «Dejan de ser peregrinos y se convierten en errantes, que giran siempre en torno a sí mismos sin llegar a ninguna parte» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 170). 

Nos toca a nosotros, al igual que al pueblo salido de Egipto, escuchar y buscar. A veces algunos piensan que la fuerza de un pueblo se mide hoy desde otros parámetros. Hay quien habla con un tono más alto, quien al hablar parece más seguro —sin fisuras ni titubeos—, hay quien al gritar añade amenazas de armamento, despliegue de tropas, estrategias… Este es el que parece más “firme”. Pero eso no es “buscar” la voluntad de Dios; sino un acumular para imponerse desde el tener. Esta actitud esconde en sí un rechazo a la ética y, en ella, a Dios. Pues la ética nos pone en relación con un Dios que espera de nosotros una respuesta libre y comprometida con los demás y con nuestro entorno, que está fuera de las categorías del mercado (cf. ibíd., 57). Vosotros no habéis conquistado vuestra libertad para terminar esclavos del consumo, del individualismo, o del afán de poder o dominio. 
Dios conoce lo que necesitamos, lo que a menudo escondemos detrás del afán de tener; también nuestras inseguridades resueltas desde el poder. Esa sed, que habita en todo corazón humano, Jesús, en el Evangelio que hemos escuchado, nos anima a resolverla yendo a su encuentro. Él es quien puede saciarnos, llenarnos de la plenitud que tiene la fecundidad de su agua, su pureza, su fuerza arrolladora. La fe es también caer en la cuenta de que él vive y nos ama; no nos abandona y, por eso, es capaz de intervenir misteriosamente en nuestra historia; él saca bien del mal con su poder y con su infinita creatividad (cf. ibíd., 278). 
En el desierto, el pueblo de Israel va a caer en la tentación de buscarse otros dioses, de adorar el becerro de oro, de confiar en sus propias fuerzas. Pero Dios siempre lo atrae nuevamente, y ellos recordarán lo que escucharon y vieron en el monte. Como aquel pueblo, nosotros nos sabemos pueblo “elegido, sacerdotal y santo” (cf. Ex 19,6; 1 P 2,9), el Espíritu es el que nos recuerda todas estas cosas (cf. Jn 14,26). 
Elegidos no significa exclusivos, ni sectarios; somos la pequeña porción que tiene que fermentar toda la masa, que no se esconde ni se aparta, que no se considera mejor ni más pura. El águila pone a resguardo sus polluelos, los lleva a lugares escarpados hasta que pueden valerse por sí mismos, pero tiene que empujarlos para que salgan de ese lugar de confort. Agita a su nidada, tira a los polluelos al vacío para que pongan en juego sus alas; y se pone debajo para protegerlos, para evitar que se hagan daño. Así es Dios con su pueblo elegido, lo quiere en “salida”, arriesgado en su vuelo y siempre protegido solo por él. Tenemos que perder el miedo y salir de los espacios blindados, porque hoy la mayoría de los estonios no se reconocen como creyentes. Salir como sacerdotes; lo somos por el bautismo. Salir a promover la relación con Dios, a facilitarla, a favorecer un encuentro amoroso con aquel que está gritando «venid a mí» (Mt 11,28). Necesitamos crecer en una mirada cercana para contemplar, conmovernos y detenernos ante el otro, cuantas veces sea necesario. Este es el “arte del acompañamiento” que se realiza con el ritmo sanador de la “projimidad”, con una mirada respetuosa y llena de compasión que es capaz de sanar, desatar ataduras y hacer crecer en la vida cristiana (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 169). Y dar testimonio de ser un pueblo santo. Podemos caer en la tentación de pensar que la santidad es solo para algunos. Sin embargo, «todos estamos llamados a ser santos viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones de cada día, allí donde cada uno se encuentra» (Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 14). Pero, así como el agua en el desierto no era un bien personal sino comunitario, así como el maná no podía ser acumulado porque se echaba a perder, del mismo modo la santidad vivida se expande, fluye, fecunda todo lo que está a sus márgenes. Hoy elegimos ser santos saneando los márgenes y las periferias de nuestra sociedad, allí donde nuestro hermano yace y sufre el descarte. No dejemos que sea el que viene detrás de mí el que dé el paso para socorrerlo, ni tampoco que sea una cuestión para resolver desde las instituciones; que seamos nosotros mismos los que fijemos nuestra mirada en ese hermano y le tendamos la mano para levantarlo, pues en él está la imagen de Dios, es un hermano redimido por Jesucristo. Esto es ser cristianos y la santidad vivida en el día a día (cf. ibíd., 98).  Vosotros habéis manifestado en vuestra historia el orgullo de ser estonios, lo cantáis diciendo: “Soy estonio, me quedaré estonio, estonio es algo bueno, somos estonios”. Qué bueno es sentirse parte de un pueblo, qué bueno es ser independientes y libres. Vayamos a la montaña santa, a la de Moisés, a la de Jesús, y pidámosle —como dice el lema de esta visita—, que nos despierte el corazón, que nos regale el don del Espíritu para discernir en cada momento de la historia cómo ser libres, cómo abrazar el bien y sentirnos elegidos, cómo dejar que Dios haga crecer, aquí en Estonia y en el mundo entero, su nación santa, su pueblo sacerdotal. 
Gracias por vuestra acogida”
Antes de la bendición final, y de concluir este Viaje Apostólico en Lituania, Letonia y Estonia, deseo expresaros mi gratitud, comenzando por el administrador apostólico de Estonia. Gracias por vuestra acogida, expresión de un pequeño rebaño con un corazón grande. Renuevo mi gratitud a la señora Presidenta de la República y a las demás autoridades del país. Pienso de modo especial en todos los hermanos cristianos, en particular en los luteranos que, tanto aquí en Estonia como en Letonia, han acogido los encuentros ecuménicos. Que el Señor siga guiándonos por el camino de la comunión. Gracias a todos. 
26.09.18




Mensaje del Papa Francisco a los católicos chinos y a la Iglesia universal

Tras el Acuerdo firmado por la Santa Sede y China

(26 sept. 2018).- Francisco dirige un mensaje de aliento a los hermanos católicos de China: “En un momento tan significativo para la vida de la Iglesia, y a través de este breve Mensaje, deseo, sobre todo, aseguraros que cada día os tengo presentes en mi oración además de compartir con vosotros los sentimientos que están en mi corazón”.
En este contexto, el Papa ha hecho un llamamiento esta mañana, 26 de septiembre de 2018, en la audiencia general: “¡Tenemos una tarea importante! Estamos llamados a acompañar a nuestros hermanos y hermanas en China con fervientes oraciones y amistad fraterna. Saben que no están solos. Toda la Iglesia ora con ellos y por ellos”.
El Acuerdo Provisional trata del nombramiento de los obispos, una cuestión de gran importancia para la vida de la Iglesia, y crea las condiciones para una colaboración más amplia a nivel bilateral.
Mensaje del Papa Francisco
«Su misericordia es eterna,

su fidelidad por todas las edades
»

(Salmo 100, 5).

Queridos hermanos en el episcopado, sacerdotes, personas consagradas y todos los fieles de la Iglesia católica en China: damos gracias al Señor, porque es eterna su misericordia y reconocemos que «él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño» (Sal 100,3).
En este momento resuenan en mi interior las palabras con las que mi venerado Predecesor os exhortaba en la Carta del 27 de mayo de 2007: «Iglesia católica en China, pequeña grey presente y operante en la vastedad de un inmenso Pueblo que camina en la historia, ¡cómo resuenan alentadoras y provocadoras para ti las palabras de Jesús: “No temas, pequeño rebaño; porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el Reino” (Lc 12,32)! Por tanto, “alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro a Padre que está en el cielo” (Mt 5,16)» (Benedicto XVI, Carta a los católicos chinos, 27 mayo 2007, 5).
1.         En los últimos tiempos, han circulado muchas voces opuestas sobre el presente y, especialmente, sobre el futuro de la comunidad católica en China. Soy consciente de que semejante torbellino de opiniones y consideraciones habrá provocado mucha confusión, originando en muchos corazones sentimientos encontrados. En algunos, surgen dudas y perplejidad; otros, tienen la sensación de que han sido abandonados por la Santa Sede y, al mismo tiempo, se preguntan inquietos sobre el valor del sufrimiento vivido en fidelidad al Sucesor de Pedro. En otros muchos, en cambio, predominan expectativas y reflexiones positivas que están animadas por la esperanza de un futuro más sereno a causa de un testimonio fecundo de la fe en tierra china.
Dicha situación se ha ido acentuando sobre todo con referencia al Acuerdo Provisional entre la Santa Sede y la República Popular China que, como sabéis, se ha firmado recientemente en Pekín. En un momento tan significativo para la vida de la Iglesia, y a través de este breve Mensaje, deseo, sobre todo, aseguraros que cada día os tengo presentes en mi oración además de compartir con vosotros los sentimientos que están en mi corazón.
Son sentimientos de gratitud al Señor y de sincera admiración —que es la admiración de toda la Iglesia católica— por el don de vuestra fidelidad, de la constancia en la prueba, de la arraigada confianza en la Providencia divina, también cuando ciertos acontecimientos se demostraron particularmente adversos y difíciles.
Tales experiencias dolorosas pertenecen al tesoro espiritual de la Iglesia en China y de todo el Pueblo de Dios que peregrina en la tierra. Os aseguro que el Señor, precisamente a través del crisol de las pruebas, no deja nunca de colmarnos de sus consolaciones y de prepararnos para una alegría más grande. Con el Salmo 126 tenemos la certeza de que «los que sembraban con lágrimas cosechan entre cantares» (v. 5).
Sigamos, entonces, con la mirada fija en el ejemplo de tantos fieles y pastores que no han dudado en ofrecer su “testimonio maravilloso” (cf. 1 Tm 6,13) al Evangelio, hasta el ofrecimiento de la propia vida. Se han de considerar como verdaderos amigos de Dios.


 2 Por mi parte, siempre he considerado a China como una tierra llena de grandes oportunidades, y al Pueblo chino como artífice y protector de un patrimonio inestimable de cultura y sabiduría, que se ha ido acrisolando resintiendo a las adversidades e integrando las diferencias, y que tomó contacto, no por casualidad, desde tiempos remotos con el mensaje cristiano. Como decía con gran sutileza el P. Mateo Ricci, S.J., desafiándonos a vivir la virtud de la confianza, «antes de establecer una amistad, se necesita observar; después de tenerla, se necesita confianza mutua» (De Amicitia, 7).
Tengo también la convicción de que el encuentro solo será auténtico y fecundo si se realiza poniendo en práctica el diálogo, que significa conocerse, respetarse y “caminar juntos” para construir un futuro común de mayor armonía.
En este surco se coloca el Acuerdo Provisional, que es fruto de un largo y complejo diálogo institucional entre la Santa Sede y las Autoridades chinas, iniciado ya por san Juan Pablo II y seguido  por el Papa Benedicto XVI. A lo largo de dicho recorrido, la Santa Sede no tenía —ni tiene— otro objetivo, sino el de llevar a cabo los fines espirituales y pastorales que le son propios; es decir, sostener y promover el anuncio del Evangelio, así como el de alcanzar y mantener la plena y visible unidad de la comunidad católica en China.
Sobre el valor y finalidades de dicho Acuerdo, deseo proponeros algunas reflexiones, ofreciéndoos además alguna sugerencia de espiritualidad pastoral para el camino que, en esta nueva fase, estamos llamados a recorrer.
Se trata de un camino que, como la etapa precedente, «requiere tiempo y presupone la buena voluntad de las partes» (Benedicto XVI, Carta a los católicos chinos, 27 mayo 2007, 4), pero para la Iglesia, dentro y fuera de China, no se trata solo de adherirse a valores humanos, sino de responder a una vocación espiritual: salir de sí misma para abrazar «el gozo y la esperanza, la tristeza y la angustia de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de todos los afligidos» (Conc. Ecum. Vat. II, Const. ap. Gaudium et spes, 1), así como los desafíos del presente que Dios le confía. Por tanto, es una llamada eclesial para que nos hagamos peregrinos en los caminos de la historia, confiando ante todo en Dios y en sus promesas, como hicieron Abrahán y nuestros padres en la fe.
Abrahán, llamado por Dios, obedeció partiendo hacia una tierra desconocida que tenía que recibir en heredad, sin conocer el camino que se abría ante él. Si Abrahán hubiera pretendido condiciones, sociales y políticas, ideales antes de salir de su tierra, quizás no hubiera salido nunca. Él, en cambio, confió en Dios y por su Palabra dejó su propia casa y sus seguridades. No fueron pues los cambios históricos los que le permitieron confiar en Dios, sino que fue su fe auténtica la que provocó un cambio en la historia. La fe, de hecho, «es fundamento de lo que se espera y garantía de lo que no se ve. Por ella son recordados los antiguos» (Heb 11,1-2).
3.         Como Sucesor de Pedro, deseo confirmaros en esta fe (cf. Lc 11,32) —en la fe de Abrahán, en la fe de la Virgen María, en la fe que habéis recibido—, para invitaros a que pongáis cada vez con mayor convicción vuestra confianza en el Señor de la historia, discerniendo su voluntad que se realiza en la Iglesia. Invoquemos el don del Espíritu para que ilumine la mente, encienda el corazón y nos ayude a entender hacia dónde nos quiere llevar para superar los inevitables momentos de cansancio y tener el valor de seguir decididamente el camino que se abre ante nosotros.
Con el fin de sostener e impulsar el anuncio del Evangelio en China y de restablecer la plena y visible unidad en la Iglesia, era fundamental afrontar, en primer lugar, la cuestión de los nombramientos episcopales. Todos conocéis que, lamentablemente, la historia reciente de la Iglesia católica en China ha estado dolorosamente marcada por las profundas tensiones, heridas y divisiones que se han polarizado, sobre todo, en torno a la figura del obispo como guardián de la autenticidad de la fe y garante de la comunión eclesial.
Cuando, en el pasado, se pretendió determinar también la vida interna de las comunidades católicas, imponiendo el control directo más allá de las legítimas competencias del Estado, surgió en la Iglesia en China el fenómeno de la clandestinidad. Dicha experiencia —cabe señalar— no es normal en la vida de la Iglesia y «la historia enseña que pastores y fieles han recurrido a ella sólo con el doloroso deseo de mantener íntegra la propia fe» (Benedicto XVI, Carta a los católicos chinos, 27 mayo 2007, 8).
Quisiera daros a conocer que, desde que me fue confiado el Ministerio Petrino, he experimentado gran consuelo al constatar el sincero deseo de los católicos chinos de vivir su fe en plena comunión con la Iglesia universal y con el Sucesor de Pedro, que es «el principio y fundamento perpetuo y visible de la unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de fieles» (Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, 23). De este deseo, he recibido durante estos años numerosos signos y testimonios concretos, también de parte de los que, incluso obispos, han herido la comunión en la Iglesia, a causa de su debilidad y de sus errores, pero, además, no pocas veces, por la fuerte e indebida presión externa.
Por lo tanto, después de haber examinado atentamente cada situación personal y escuchado distintos pareceres, he reflexionado y rezado mucho buscando el verdadero bien de la Iglesia en China. Finalmente, ante el Señor y con serenidad de juicio, en continuidad con las directrices de mis Predecesores inmediatos, he decidido conceder la reconciliación a los siete restantes obispos “oficiales” ordenados sin mandato pontificio y, habiendo remitido toda sanción canónica relativa, readmitirlos a la plena comunión eclesial. Al mismo tiempo, les pido a ellos que manifiesten, a través de gestos concretos y visibles, la restablecida unidad con la Sede Apostólica y con las Iglesias dispersas por el mundo, y que se mantengan fieles a pesar de las dificultades.
4.         En el sexto año de mi Pontificado, que ya desde los primeros pasos puse bajo el amor misericordioso de Dios, invito por lo tanto a todos los católicos chinos a que se hagan artífices de reconciliación, recordando con renovado empuje apostólico las palabras de san Pablo: «Dios nos reconcilió consigo por medio de Cristo y nos encargó el ministerio de la reconciliación» (2 Co 5,18).
De hecho, como escribí al concluir el Jubileo Extraordinario de la misericordia, «no existe ley ni precepto que pueda impedir a Dios volver a abrazar al hijo que regresa a él reconociendo que se ha equivocado, pero decidido a recomenzar desde el principio. Quedarse solamente en la ley equivale a banalizar la fe y la misericordia divina. […] Incluso en los casos más complejos, en los que se siente la tentación de hacer prevalecer una justicia  que deriva sólo de las normas, se debe creer en la fuerza que brota de la gracia divina» (Carta ap. Misericordia et misera, 20 noviembre 2016, 11).
Con este espíritu, y con las decisiones adoptadas, podemos iniciar un camino inédito, que confiamos en que ayudará a sanar las heridas del pasado, a restablecer la plena comunión de todos los católicos chinos y a abrir una fase de mayor colaboración fraterna, para asumir con renovado compromiso la misión de anunciar el Evangelio. En efecto, la Iglesia existe para dar testimonio de Jesús y del amor del Padre que perdona y salva.
5.         El Acuerdo Provisional firmado con las Autoridades chinas, aun cuando está circunscrito a algunos aspectos de la vida de la Iglesia y está llamado necesariamente a ser mejorado, puede contribuir —por su parte— a escribir esta nueva página de la Iglesia católica en China. Por primera vez, se contemplan elementos estables de colaboración entre las Autoridades del Estado y la Sede Apostólica, con la esperanza de asegurar buenos pastores a la comunidad católica.
En este contexto, la Santa Sede desea hacer lo que le corresponde hasta el final, pero también vosotros, obispos, sacerdotes, personas consagradas y fieles laicos, tenéis un papel importante: buscar de forma conjunta buenos candidatos que sean capaces de asumir en la Iglesia el delicado e importante servicio episcopal. No se trata, en efecto, de nombrar funcionarios para la gestión de las cuestiones religiosas, sino de tener pastores auténticos según el corazón de Jesús, entregados con su trabajo generoso al servicio del Pueblo de Dios, especialmente de los más pobres y débiles, teniendo en cuenta las palabras del Señor: «El que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos» (Mc 10,43-44).
En este sentido, es evidente que un Acuerdo no es nada más que un instrumento, y por sí solo no podrá resolver todos los problemas existentes. En realidad, este resultaría ineficaz y estéril si no fuera acompañado por un compromiso profundo de renovación de la conducta personal y del comportamiento eclesial.
6.         A nivel pastoral, la comunidad católica en China está llamada a permanecer unida, para superar las divisiones del pasado que tantos sufrimientos han provocado y lo siguen haciendo en el corazón de muchos pastores y fieles. Que todos los cristianos, sin distinción, hagan ahora gestos de reconciliación y de comunión. En este sentido, tomemos en serio la advertencia de san Juan de la Cruz: «A la tarde te examinarán en el amor» (Palabras de luz y de amor, 1,60).
Que, en el ámbito civil y político, los católicos chinos sean buenos ciudadanos, amen totalmente a su Patria y sirvan a su País con esfuerzo y honestidad, según sus propias capacidades. Que en el plano ético, sean conscientes de que muchos compatriotas esperan de ellos un grado más en el servicio del bien común y del desarrollo armonioso de la sociedad entera. Que los católicos sepan, de modo particular, ofrecer aquella aportación profética y constructiva que ellos obtienen de su fe en el reino de Dios. Esto puede exigirles también la dificultad de expresar una palabra crítica, no por inútil contraposición, sino con el fin de edificar una sociedad más justa, más humana y más respetuosa con la dignidad de cada persona.
7.         Me dirijo a todos vosotros, queridos hermanos obispos, sacerdotes y personas consagradas, que «servís al Señor con alegría» (Sal 100,2). Que nos reconozcamos como discípulos de Cristo en el servicio al Pueblo de Dios. Que vivamos la caridad pastoral como brújula de nuestro ministerio. Que superemos las contradicciones del pasado, la búsqueda de intereses personales y atendamos a los fieles, haciendo nuestras sus alegrías y sufrimientos. Que trabajemos humildemente por la reconciliación y la unidad. Que retomemos con fuerza y pasión el camino de la evangelización, como señaló el Concilio Ecuménico Vaticano II.
A todos vosotros os digo nuevamente con afecto: «Nos moviliza el ejemplo de tantos sacerdotes, religiosas, religiosos y laicos que se dedican a anunciar y a servir con gran fidelidad, muchas veces arriesgando sus vidas y ciertamente a costa de su comodidad. Su testimonio nos recuerda que la Iglesia no necesita tantos burócratas y funcionarios, sino misioneros apasionados, devorados por el entusiasmo de comunicar la verdadera vida. Los santos sorprenden, desinstalan, porque sus vidas nos invitan a salir de la mediocridad tranquila y anestesiante» (Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 19 marzo 2018, 138).
Os ruego con convicción que pidáis la gracia de no vacilar cuando el Espíritu nos reclame que demos un paso adelante: «Pidamos el valor apostólico de comunicar el Evangelio a los demás y de renunciar a hacer de nuestra vida cristiana un museo de recuerdos. En todo caso, dejemos que el Espíritu Santo nos haga contemplar la historia en la clave de Jesús resucitado. De ese modo la Iglesia, en lugar de estancarse, podrá seguir adelante acogiendo las sorpresas del Señor» (ibíd., 139).
8.         En este año, en el que toda la Iglesia celebra el Sínodo de los Jóvenes, deseo dirigirme especialmente a vosotros, jóvenes católicos chinos, que atravesáis las puertas de la Casa del Señor «con himnos dándole gracias y bendiciendo su nombre» (Sal 100,4). Os pido que colaboréis en la construcción del futuro de vuestro País con los dones personales que habéis recibido y con vuestra fe joven. Os animo a llevar a todos, con vuestro entusiasmo, la alegría del Evangelio.
Estad dispuestos a acoger como guía segura al Espíritu Santo, que indica al mundo de hoy el camino hacia la reconciliación y la paz. Dejaos sorprender por la fuerza renovadora de la gracia, también cuando os pueda parecer que el Señor os pide un compromiso superior a vuestras fuerzas. No tengáis miedo de escuchar su voz que os pide fraternidad, encuentro, capacidad de diálogo y de perdón, y espíritu de servicio, a pesar de tantas experiencias dolorosas del pasado reciente y de las heridas todavía abiertas.
Abrid el corazón y la mente para discernir el plan misericordioso de Dios, que nos pide superar los prejuicios personales y antagonismos entre los grupos y las comunidades, para abrir un camino valiente y fraterno a la luz de una auténtica cultura del encuentro.
Muchas son las tentaciones de hoy: el orgullo del éxito mundano, la cerrazón en las propias certezas, la supremacía dada a las cosas materiales como si Dios no existiese. Id contracorriente y permaneced firmes en el Señor: «Él solo es bueno», solo «su misericordia es eterna», solo su fidelidad dura «por todas las edades» (Sal 100,5).

9.         Queridos hermanos y hermanas de la Iglesia universal: todos debemos reconocer como uno de los signos de nuestro tiempo lo que está sucediendo hoy en la vida de la Iglesia en China. Tenemos una tarea importante: acompañar con la oración fervorosa y la amistad fraterna a nuestros hermanos y hermanas en China. De hecho, ellos deben experimentar que no están solos en el camino que en este momento se abre ante ellos. Es necesario que se
Estad dispuestos a acoger como guía segura al Espíritu Santo, que indica al mundo de hoy el camino hacia la reconciliación y la paz. Dejaos sorprender por la fuerza renovadora de la gracia, también cuando os pueda parecer que el Señor os pide un compromiso superior a vuestras fuerzas. No tengáis miedo de escuchar su voz que os pide fraternidad, encuentro, capacidad de diálogo y de perdón, y espíritu de servicio, a pesar de tantas experiencias dolorosas del pasado reciente y de las heridas todavía abiertas.
Abrid el corazón y la mente para discernir el plan misericordioso de Dios, que nos pide superar los prejuicios personales y antagonismos entre los grupos y las comunidades, para abrir un camino valiente y fraterno a la luz de una auténtica cultura del encuentro.
Muchas son las tentaciones de hoy: el orgullo del éxito mundano, la cerrazón en las propias certezas, la supremacía dada a las cosas materiales como si Dios no existiese. Id contracorriente y permaneced firmes en el Señor: «Él solo es bueno», solo «su misericordia es eterna», solo su fidelidad dura «por todas las edades» (Sal 100,5).
9.         Queridos hermanos y hermanas de la Iglesia universal: todos debemos reconocer como uno de los signos de nuestro tiempo lo que está sucediendo hoy en la vida de la Iglesia en China. Tenemos una tarea importante: acompañar con la oración fervorosa y la amistad fraterna a nuestros hermanos y hermanas en China. De hecho, ellos deben experimentar que no están solos en el camino que en este momento se abre ante ellos. Es necesario que sea acogidos  y ayudados como parte viva de la Iglesia: «Ved qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos» (Sal133,1).
Es de suma importancia que también en China, a nivel local, se profundicen cada vez más las relaciones entre los Responsables de las comunidades eclesiales y las Autoridades civiles, mediante un diálogo sincero y una escucha sin prejuicios que permita superar las actitudes recíprocas de hostilidad. Se tiene que aprender un estilo nuevo de colaboración sencilla y cotidiana entre las Autoridades locales y las eclesiásticas —obispos, sacerdotes, ancianos de las comunidades— de tal modo que se garantice el desarrollo ordenado de las actividades pastorales, armonizando las expectativas legítimas de los fieles y las decisiones que son competencia de las Autoridades.
Esto ayudará a comprender que la Iglesia en China no es ajena a la historia china, ni pide ningún privilegio: su finalidad en el diálogo con las Autoridades civiles es la de «llegar a una relación basada en el respeto recíproco y en el conocimiento profundo» (ibíd.).
Que cada comunidad católica local, en todo el mundo, se comprometa a valorizar y a acoger el tesoro espiritual y cultural específico de los católicos chinos. Ha llegado la hora en que probemos juntos los frutos genuinos del Evangelio sembrado en el seno del antiguo “Reino del Medio” y que elevemos al Señor Jesucristo el canto de la fe y de la acción de gracias, embellecido con auténticas notas chinas.
10.       Me dirijo con respeto a los que guían la República Popular China y renuevo la invitación a continuar el diálogo iniciado hace tiempo con confianza, valentía y amplitud de miras. Deseo asegurar que la Santa Sede seguirá trabajando sinceramente para crecer en la auténtica amistad con el Pueblo chino.
Los contactos actuales entre la Santa Sede y el Gobierno chino se están revelando útiles para superar las contraposiciones del pasado, también reciente, y para escribir una página de colaboración más serena y concreta en la certeza de que «las incomprensiones no favorecen ni a las Autoridades chinas ni a la Iglesia católica en China» (Benedicto XVI, Carta a los católicos chinos, 27 mayo 2007, 4).
De este modo, China y la Sede Apostólica, llamadas por la historia a una tarea difícil pero apasionante, podrán actuar más positivamente a favor del crecimiento ordenado y armonioso de la comunidad católica en tierra china, y se esforzarán en promover el desarrollo integral de la sociedad, asegurando un mayor respeto por la persona humana también en el ámbito religioso, trabajando de forma concreta en la
11.       En nombre de toda la Iglesia, pido al Señor el don de la paz, a la vez que os invito a todos a invocar conmigo la protección maternal de la Virgen María.
Madre del cielo, escucha la voz de tus hijos, que humildemente invocan tu nombre.
Virgen de la esperanza, a ti confiamos el camino de los creyentes en la noble tierra de China. Te pedimos que presentes al Señor de la historia las tribulaciones y las fatigas, las súplicas y las esperanzas de los fieles que te rezan, oh Reina del cielo.
Madre de la Iglesia, te consagramos el presente y el futuro de las familias y de nuestras comunidades. Protégelas y ayúdalas en la reconciliación fraterna y en el servicio hacia los pobres que bendicen tu nombre, oh Reina del cielo.
Consoladora de los afligidos, nos dirigimos a ti para que seas refugio de los que lloran en la hora de la prueba. Vela sobre tus hijos que alaban tu nombre, haz que lleven juntos el anuncio del Evangelio. Acompaña sus pasos por un mundo más fraterno, haz que todos lleven la alegría del perdón, oh Reina del cielo.
María, Auxilio de los cristianos, te pedimos para China días de bendición y de paz. Amén.
Vaticano, 26 de septiembre de 2018
FRANCISCO
27.09.18



El Papa a los ‘Patronos de las Artes’: El arte cristiano “nos devuelve al Amor que nos creó”

Discurso a los Patronos de los Museos Vaticanos

( 28 sept. 2018).- “Contemplar el gran arte, expresión de la fe, nos ayuda, en particular, a redescubrir lo que importa en la vida”, ha asegurado el Papa Francisco, en presencia de los “Patronos de las Artes” de los Museos Vaticanos.
De hecho –ha explicado el Pontífice– el arte cristiano “nos conduce a nuestro interior y nos eleva por encima de nosotros mismos: nos devuelve al Amor que nos creó, a la Misericordia que nos salva, a la Esperanza que nos aguarda”.
Este viernes, 28 de septiembre de 2018, el Santo Padre Francisco recibió en audiencia a los “Patronos de las Artes” de los Museos Vaticanos con motivo del 35º aniversario de la Asociación, a las 11 horas en la Sala del Consistorio del Palacio Apostólico Vaticano.
Saludo del Papa Francisco
Queridos amigos,
Me complace recibiros con motivo de vuestro encuentro en Roma, que coincide con el XXXV aniversario de la Asociación.

A lo largo de todos estos años, vuestra generosidad ha contribuido enormemente a la restauración de numerosos tesoros artísticos que se conservan en los Museos Vaticanos. Habéis continuado así una tradición que atraviesa los siglos, imitando las gestas de quienes pasaron a la historia de la Iglesia por  la puerta del arte, por ejemplo, subvencionando los frescos y sarcófagos en las catacumbas, las grandes catedrales románicas y góticas, las obras de Miguel Ángel, Rafael, Bernini y Canova.

El arte, en la historia, ha sido solo superado por la vida a la  hora de dar testimonio del Señor. De hecho, ha sido y es un camino prioritario que permite el acceso a la fe más que muchas palabras e ideas, porque con la fe comparte el mismo sendero, el de la belleza. Es una belleza, la del arte, que es buena para la vida y crea comunión: porque une a Dios, al hombre y a la creación en una sola sinfonía; porque conecta el pasado, el presente y el futuro, porque atrae en el mismo lugar e involucra en la misma mirada a gentes  y pueblos distantes.
Celebrar vuestro aniversario significa, pues, recordar con gratitud todo esto, pero también significa renovar la conciencia de una misión importante, la de preservar una belleza que es tan beneficiosa para el hombre. Contemplar el gran arte, expresión de la fe, nos ayuda, en particular, a redescubrir lo que importa en la vida. De hecho, el arte cristiano nos conduce a nuestro interior y nos eleva por encima de nosotros mismos: nos devuelve al Amor que nos creó, a la Misericordia que nos salva, a la Esperanza que nos aguarda.
Así, en nuestro mundo inquieto, hoy desafortunadamente tan desgarrado y afeado por el egoísmo y la lógica del poder, el arte representa, tal vez incluso más que en el pasado, una necesidad universal, ya que es fuente de armonía y paz y es una expresión de la gratuidad. Por lo tanto, os agradezco de todo corazón el bien que hacéis, y os doy, así como a vuestras familias, mi bendición, mis mejores deseos de paz, pidiéndoos que no os olvidéis de mí en vuestras oraciones.
29.09.18