28 d’abr. 2017

VIATGE PAPA EGIPTE

Viaje a Egipto: El Papa llega a la Universidad de Al-Azhar

El principal punto de referencia de la mayoría mundo islámico
(Ciudad del Vaticano, 28 Abr. 2017).- El papa Francisco llegó a la Universidad de Al-Azar en donde concluye hoy el ‘Global Peace Conference‘, con la participación de unos 200 líderes religiosos del mundo.
En el Conference center, a unos 8 kilómetros del Palacio presidencia, el Santo Padre tuvo un discurso en la conferencia internacional sobre la paz.
Después de las palabras del gran imam de la Universidad de Al-Azhar, Ahmed Al Tayyeb, el papaFrancisco de dirigió a  un auditorio con una platea con gran diversidad de vestidos y hábitos y sobre todo de personas de religión islámica de diversas corrientes.
El Santo Padre inició con las palabras ¡Al Salamò Alaikum!, La paz sea con vosotros. Recordó que la diversidad es un don, que no se trata de fingir para agradar a los otros pero de respetarlos en su identidad. Invitó a eliminar las justificaciones a la violencia, porque la violencia es la negación de la auténtica religiosidad. Y que como responsables religiosos es necesario desenmascarar la violencia y las violaciones. Porque Dios es santo y es Dios de paz. Solo la paz es santa y ninguna violencia puede ser realizada en nombre de Dios.  El Papa fue aplaudido diversas veces durante sus palabras.
La mezquita de Al-Azhar es las más importantes del mundo islámico. Fundada en el año 970, después se volvió un importante centro de instrucción religiosa y hoy es una universidad con más de 300 mil inscritos de todos los países del mundo.
El papa Francisco es el segundo pontífice que encuentra a un gran imán de Al-Azhar, después de que san Juan Pablo II tuvo un encuentro el 24 de febrero del 2000, con Muhammad Sayyid Tantawi.
A partir de allí se instituyó un comité mixto para el dialogo, creado por Al-Azhar con las religiones monoteístas, y con el Consejo pontificio para le diálogo interreligioso.



Texto completo de las palabras del papa Francisco en la Universidad de Al-Azhar

Al Salamò Alaikum!  (La paz sea con vosotros).
Es para mí un gran regalo estar aquí, en este lugar, y comenzar mi visita a Egipto encontrándome con vosotros en el ámbito de esta Conferencia Internacional para la Paz.
Agradezco al Gran Imán por haberla proyectado y organizado, y por su amabilidad al invitarme. Quisiera compartir algunas reflexiones, tomándolas de la gloriosa historia de esta tierra, que a lo largo de los siglos se ha manifestado al mundo como tierra de civilización y tierra de alianzas.
Tierra de civilización. Desde la antigüedad, la civilización que surgió en las orillas del Nilo ha sido sinónimo de cultura. En Egipto ha brillado la luz del conocimiento, que ha hecho germinar un patrimonio cultural de valor inestimable, hecho de sabiduría e ingenio, de adquisiciones matemáticas y astronómicas, de admirables figuras arquitectónicas y artísticas. La búsqueda del conocimiento y la importancia de la educación han sido iniciativas que los antiguos habitantes de esta tierra han llevado a cabo produciendo un gran progreso. Se trata de iniciativas necesarias también para el futuro, iniciativas de paz y por la paz, porque no habrá paz sin una adecuada educación de las jóvenes generaciones.
Y no habrá una adecuada educación para los jóvenes de hoy si la formación que se les ofrece no es conforme a la naturaleza del hombre, que es un ser abierto y relacional.
La educación se convierte de hecho en sabiduría de vida cuando consigue que el hombre, en contacto con Aquel que lo trasciende y con cuanto lo rodea, saque lo mejor de sí mismo, adquiriendo una identidad no replegada sobre sí misma. La sabiduría busca al otro, superando la tentación de endurecerse y encerrarse; abierta y en movimiento, humilde y escudriñadora al mismo tiempo, sabe valorizar el pasado y hacerlo dialogar con el presente, sin renunciar a una adecuada hermenéutica.
Esta sabiduría favorece un futuro en el que no se busca la prevalencia de la propia parte, sino que se mira al otro como parte integral de sí mismo; no deja, en el presente, de identificar oportunidades de encuentro y de intercambio; del pasado, aprende que del mal sólo viene el mal y de la violencia sólo la violencia, en una espiral que termina aislando. Esta sabiduría, rechazando toda ansia de injusticia, se centra en la dignidad del hombre, valioso a los ojos de Dios, y en una ética que sea digna del hombre, rechazando el miedo al otro y el temor de conocer a través de los medios con los que el Creador lo ha dotado.1
Precisamente en el campo del diálogo, especialmente interreligioso, estamos llamados a caminar juntos con la convicción de que el futuro de todos depende también del encuentro entre religiones y culturas. En este sentido, el trabajo del Comité mixto para el Diálogo entre el Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso y el Comité de Al-Azhar para el Diálogo representa un ejemplo concreto y alentador. El diálogo puede ser favorecido si se conjugan bien tres indicaciones fundamentales: el deber de la identidad, la valentía de la alteridad y la sinceridad de las intenciones.
El deber de la identidad, porque no se puede entablar un diálogo real sobre la base de la ambigüedad o de sacrificar el bien para complacer al otro. La valentía de la alteridad, porque al que es diferente, cultural o religiosamente, no se le ve ni se le trata como a un enemigo, sino que se le acoge como a un compañero de ruta, con la genuina convicción de que el bien de cada uno se encuentra en el bien de todos. La sinceridad de las intenciones, porque el diálogo, en cuanto expresión auténtica de lo humano, no es una estrategia para lograr segundas intenciones, sino el camino de la verdad, que merece serlos creyentes, estamos llamados a ofrecer nuestra aportación: «Vivimos bajo el sol de un único Dios misericordioso. […] Así, en el verdadero sentido podemos llamarnos, los unos a los otros, hermanos y hermanas […], porque sin Dios la vida del hombre sería como el cielo sin el sol».2
Salga pues el sol de una renovada hermandad en el nombre de Dios; y de esta tierra, acariciada por el sol, despunte el alba de una civilización de la paz y del encuentro. Que san Francisco de Asís, que hace ocho siglos vino a Egipto y se encontró con el Sultán Malik al Kamil, interceda por esta intención.
Tierra de alianzas. Egipto no sólo ha visto amanecer el sol de la sabiduría, sino que su tierra ha sido también iluminada por la luz multicolor de las religiones. Aquí, a lo largo de los siglos, las diferencias de religión han constituido «una forma de enriquecimiento mutuo del servicio a la única comunidad nacional».3
Creencias religiosas diferentes se han encontrado y culturas diversas se han mezclado sin confundirse, reconociendo la importancia de aliarse para el bien común. Alianzas de este tipo son cada vez más urgentes en la actualidad. Para hablar de ello, me gustaría utilizar como símbolo el «Monte de la Alianza» que se yergue en esta tierra.
El Sinaí nos recuerda, en primer lugar, que una verdadera alianza en la tierra no puede prescindir del Cielo, que la humanidad no puede pretender encontrar la paz excluyendo a Dios de su horizonte, ni tampoco puede tratar de subir la montaña para apoderarse de Dios (cf. Ex 19,12).
Se trata de un mensaje muy actual, frente a esa peligrosa paradoja que persiste en nuestros días, según la cual por un lado se tiende a reducir la religión a la esfera privada, sin reconocerla como una dimensión constitutiva del ser humano y de la sociedad y, por el otro, se confunden la esfera religiosa y la política sin distinguirlas adecuadamente.
Existe el riesgo de que la religión acabe siendo absorbida por la gestión de los asuntos temporales y se deje seducir por el atractivo de los poderes mundanos que en realidad sólo quieren instrumentalizarla. En un mundo en el que se han globalizado muchos instrumentos técnicos útiles, pero también la indiferencia y la negligencia, y que corre a una velocidad frenética, difícil de sostener, se percibe la nostalgia de las grandes cuestiones sobre el sentido de la vida, que las religiones saben promover y que suscitan la evocación de los propios orígenes: la vocación del hombre, que no ha sido creado para consumirse en la precariedad de los asuntos terrenales sino para encaminarse hacia el Absoluto al que tiende.
Por estas razones, sobre todo hoy, la religión no es un problema sino parte de la solución: contra la tentación de acomodarse en una vida sin relieve, donde todo comienza y termina en esta tierra, nos recuerda que es necesario elevar el ánimo hacia lo Alto para aprender a construir la ciudad de los hombres.
En este sentido, volviendo con la mente al Monte Sinaí, quisiera referirme a los mandamientos que se promulgaron allí antes de ser escritos en la piedra.4 En el corazón de las «diez palabras» resuena, dirigido a los hombres y a los pueblos de todos los tiempos, el mandato «no matarás» (Ex 20,13).
Dios, que ama la vida, no deja de amar al hombre y por ello lo insta a contrastar el camino de la violencia como requisito previo fundamental de toda alianza en la tierra. Siempre, pero sobre todo ahora, todas las religiones están llamadas a poner en práctica este imperativo, ya que mientras sentimos la urgente necesidad de lo Absoluto, es indispensable excluir cualquier absolutización que justifique cualquier forma de violencia. La violencia, de hecho, es la negación de toda auténtica religiosidad.
Como líderes religiosos estamos llamados a desenmascarar la violencia que se disfraza de supuesta sacralidad, apoyándose en la absolutización de los egoísmos antes que en una verdadera apertura al Absoluto. Estamos obligados a denunciar las violaciones que atentan contra la dignidad humana y contra los derechos humanos, a poner al descubierto los intentos de justificar todas las formas de odio en nombre de las religiones y a condenarlos como una falsificación idolátrica de Dios: su nombre es santo, él es el Dios de la paz, Dios salam. 5
Por tanto, sólo la paz es santa y ninguna violencia puede ser perpetrada en nombre de Dios porque profanaría su nombre. Juntos, desde esta tierra de encuentro entre el cielo y la tierra, de alianzas entre los pueblos y entre los creyentes, repetimos un «no» alto y claro a toda forma de violencia, de venganza y de odio cometidos en nombre de la religión o en nombre de Dios. Juntos afirmamos la incompatibilidad entre la fe y la violencia, entre creer y odiar.
Juntos declaramos el carácter sagrado de toda vida humana frente a cualquier forma de violencia física, social, educativa o psicológica. La fe que no nace de un corazón sincero y de un amor auténtico a Dios misericordioso es una forma de pertenencia convencional o social que no libera al hombre, sino que lo aplasta. Digamos juntos: Cuanto más se crece en la fe en Dios, más se crece en el amor al prójimo.
Sin embargo, la religión no sólo está llamada a desenmascarar el mal sino que lleva en sí misma la vocación a promover la paz, probablemente hoy más que nunca.6
Sin caer en sincretismos conciliadores,7  nuestra tarea es la de rezar los unos por los otros, pidiendo a Dios el don de la paz, encontrarnos, dialogar y promover la armonía con un espíritu de cooperación y amistad. Como cristianos «no podemos invocar a Dios, Padre de todos los hombres, si nos negamos a conducirnos fraternalmente con algunos hombres, creados a imagen de Dios».8
Más aún, reconocemos que inmersos en una lucha constante contra el mal, que amenaza al mundo para que «no sea ya ámbito de una auténtica fraternidad», «a los que creen en la caridad divina les da la certeza de que abrir a todos los hombres los caminos del amor y esforzarse por instaurar la fraternidad universal no son cosas inútiles».9
Por el contrario, son esenciales: En realidad, no sirve de mucho levantar la voz y correr a rearmarse para protegerse: hoy se necesitan constructores de paz, no provocadores de conflictos; bomberos y no incendiarios; predicadores de reconciliación y no vendedores de destrucción.
Asistimos perplejos al hecho de que, mientras por un lado nos alejamos de la realidad de los pueblos, en nombre de objetivos que no tienen en cuenta a nadie, por el otro, como reacción, surgen populismos demagógicos que ciertamente no ayudan a consolidar la paz y la estabilidad.
Ninguna incitación a la violencia garantizará la paz, y cualquier acción unilateral que no ponga en marcha procesos constructivos y compartidos, en realidad, sólo beneficia a los partidarios del radicalismo y de la violencia.
Para prevenir los conflictos y construir la paz es esencial trabajar para eliminar las situaciones de pobreza y de explotación, donde los extremismos arraigan fácilmente, así como evitar que el flujo de dinero y armas llegue a los que fomentan la violencia. Para ir más a la raíz, es necesario detener la proliferación de armas que, si se siguen produciendo y comercializando, tarde o temprano llegarán a utilizarse.
Sólo sacando a la luz las turbias maniobras que alimentan el cáncer de la guerra se pueden prevenir sus causas reales. A este compromiso urgente y grave están obligados los responsables de las naciones, de las instituciones y de la información, así como también nosotros responsables de cultura, llamados por Dios, por la historia y por el futuro a poner en marcha –cada uno en su propio campo– procesos de paz, sin sustraerse a la tarea de establecer bases para una alianza entre pueblos y estados. Espero que, con la ayuda de Dios, esta tierra noble y querida de Egipto pueda responder aún a su vocación de civilización y de alianza, contribuyendo a promover procesos de paz para este amado pueblo y para toda la región de Oriente Medio.
Al Salamò Alaikum!  (La paz esté con vosotros).
NOTAS:
1 «Por otra parte, una ética de fraternidad y de coexistencia pacífica entre las personas y entre los pueblos no puede basarse sobre la lógica del miedo, de la violencia y de la cerrazón, sino sobre la responsabilidad, el respeto y el diálogo sincero»: Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2017. La no violencia: un estilo de una política para la paz, 5

2 Juan Pablo II, Discurso a las autoridades musulmanas, Kaduna–Nigeria (14 febrero 1982).
3 Id., Discurso durante la ceremonia de bienvenida, El Cairo (24 febrero 2000).
4 «Fueron escritos en el corazón del hombre como ley moral universal, válida en todo tiempo y en todo lugar». Estos ofrecen la «base auténtica para la vida de las personas, de las sociedades y de las naciones. Hoy, como siempre, son el único futuro de la familia humana. Salvan al hombre de la fuerza destructora del egoísmo, del odio y de la mentira. Señalan todos los falsos dioses que lo esclavizan: el amor a sí mismo que excluye a Dios, el afán de poder y placer que altera el orden de la justicia y degrada nuestra dignidad humana y la de nuestro prójimo»: Id., Homilía en la celebración de la Palabra en al Monte Sinaí, Monasterio de Santa Catalina (26 febrero 2000).
5 Cf. Discurso en la Mezquita Central de Koudoukou, Bangui-República Centroafricana (30 noviembre 2015).

6 «Probablemente más que nunca en la historia ha sido puesto en evidencia ante todos el vínculo intrínseco que existe entre una actitud religiosa auténtica y el gran bien de la paz» (Juan Pablo II, Discurso a los Representantes de las Iglesias y de Comunidades eclesiales cristianas y de las religiones mundiales, Asís (27 octubre 1986). 7 Cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 251. 8 Conc. Ecum. Vat. II, Declaración Nostra aetate, 5. 9 Id., Const. past. Gaudium et spes, 37-38.

29.04.17




Viaje a Egipto:

Texto completo de la homilía del papa Francisco en el estadio de la Aeronáutica

De nada sirve llenar iglesias si nuestros corazones están vacíos del temor de Dios y de su presencia
(Roma, 29 Abr. 2017).- El papa Francisco celebró hoy en el Estadio de la Aeronáutica militar, la santa misa. Es el segundo y último día de su viaje apostólico a Egipto, y la eucaristía celebrada en un sábado por la mañana fue válida para el precepto dominical. A continuación la homilía del Santo Padre.
Al Salamò Alaikum / La paz sea con vosotros.
Hoy, III domingo de Pascua, el Evangelio nos habla del camino que hicieron los dos discípulos de Emaús tras salir de Jerusalén. Un Evangelio que se puede resumir en tres palabras: muerte, resurrección y vida.
Muerte: los dos discípulos regresan a sus quehaceres cotidianos, llenos de desilusión y desesperación. El Maestro ha muerto y por tanto es inútil esperar. Estaban desorientados, confundidos y desilusionados. Su camino es un volver atrás; es alejarse de la dolorosa experiencia del Crucificado. La crisis de la Cruz, más bien el «escándalo» y la «necedad» de la Cruz (cf. 1 Co 1,18; 2,2), ha terminado por sepultar toda esperanza. Aquel sobre el que habían construido su existencia ha muerto y, derrotado, se ha llevado consigo a la tumba todas sus aspiraciones.
No podían creer que el Maestro y el Salvador que había resucitado a los muertos y curado a los enfermos pudiera terminar clavado en la cruz de la vergüenza. No podían comprender por qué Dios Omnipotente no lo salvó de una muerte tan infame. La cruz de Cristo era la cruz de sus ideas sobre Dios; la muerte de Cristo era la muerte de todo lo que ellos pensaban que era Dios. De hecho, los muertos en el sepulcro de la estrechez de su entendimiento.
Cuantas veces el hombre se auto paraliza, negándose a superar su idea de Dios, de un dios creado a imagen y semejanza del hombre; cuantas veces se desespera, negándose a creer que la omnipotencia de Dios no es la omnipotencia de la fuerza o de la autoridad, sino solamente la omnipotencia del amor, del perdón y de la vida.
Los discípulos reconocieron a Jesús «al partir el pan», en la Eucarística. Si nosotros no quitamos el velo que oscurece nuestros ojos, si no rompemos la dureza de nuestro corazón y de nuestros prejuicios nunca podremos reconocer el rostro de Dios.
Resurrección: en la oscuridad de la noche más negra, en la desesperación más angustiosa, Jesús se acerca a los dos discípulos y los acompaña en su camino para que descubran que él es «el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6). Jesús trasforma su desesperación en vida, porque cuando se desvanece la esperanza humana comienza a brillar la divina: «Lo que es imposible para los hombres es posible para Dios» (Lc 18,27; cf. 1,37).
Cuando el hombre toca fondo en su experiencia de fracaso y de incapacidad, cuando se despoja de la ilusión de ser el mejor, de ser autosuficiente, de ser el centro del mundo, Dios le tiende la mano para transformar su noche en amanecer, su aflicción en alegría, su muerte en resurrección, su camino de regreso en retorno a Jerusalén, es decir en retorno a la vida y a la victoria de la Cruz (cf. Hb 11,34).
Los dos discípulos, de hecho, luego de haber encontrado al Resucitado, regresan llenos de alegría, confianza y entusiasmo, listos para dar testimonio. El Resucitado los ha hecho resurgir de la tumba de su incredulidad y aflicción. Encontrando al Crucificado-Resucitado han hallado la explicación y el cumplimiento de las Escrituras, de la Ley y de los Profetas; han encontrado el sentido de la aparente derrota de la Cruz.
Quien no pasa a través de la experiencia de la cruz, hasta llegar a la Verdad de la resurrección, se condena a sí mismo a la desesperación. De hecho, no podemos encontrar a Dios sin crucificar primero nuestra pobre concepción de un dios que sólo refleja nuestro modo de comprender la omnipotencia y el poder.
Vida: el encuentro con Jesús resucitado ha transformado la vida de los dos discípulos, porque el encuentro con el Resucitado transforma la vida entera y hace fecunda cualquier esterilidad (cf. Benedicto XVI, Audiencia General, 11 abril 2007). En efecto, la Resurrección no es una fe que nace de la Iglesia, sino que es la Iglesia la que nace de la fe en la Resurrección.
Dice san Pablo: «Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación y vana también vuestra fe» (1 Co 15,14). El Resucitado desaparece de su vista, para enseñarnos que no podemos retener a Jesús en su visibilidad histórica: «Bienaventurados los que crean sin haber visto» (Jn 20,29 y cf. 20,17). La Iglesia debe saber y creer que él está vivo en ella y que la vivifica con la Eucaristía, con la Escritura y con los Sacramentos. Los discípulos de Emaús comprendieron esto y regresaron a Jerusalén para compartir con los otros su experiencia. «Hemos visto al Señor […]. Sí, en verdad ha resucitado» (cf. Lc 24,32).
La experiencia de los discípulos de Emaús nos enseña que de nada sirve llenar de gente los lugares de culto si nuestros corazones están vacíos del temor de Dios y de su presencia; de nada sirve rezar si nuestra oración que se dirige a Dios no se transforma en amor hacia el hermano; de nada sirve tanta religiosidad si no está animada al menos por igual fe y caridad; de nada sirve cuidar las apariencias, porque Dios mira el alma y el corazón (cf. 1 S 16,7) y detesta la hipocresía (cf. Lc 11,37-54; Hch 5,3-4).[1] Para Dios, es mejor no creer que ser un falso creyente, un hipócrita.
La verdadera fe es la que nos hace más caritativos, más misericordiosos, más honestos y más humanos; es la que anima los corazones para llevarlos a amar a todos gratuitamente, sin distinción y sin preferencias, es la que nos hace ver al otro no como a un enemigo para derrotar, sino como a un hermano para amar, servir y ayudar; es la que nos lleva a difundir, a defender y a vivir la cultura del encuentro, del diálogo, del respeto y de la fraternidad; nos da la valentía de perdonar a quien nos ha ofendido, de ayudar a quien ha caído; a vestir al desnudo; a dar de comer al que tiene hambre, a visitar al encarcelado; a ayudar a los huérfanos; a dar de beber al sediento; a socorrer a los ancianos y a los necesitados (cf. Mt 25,31-45).
La verdadera fe es la que nos lleva a proteger los derechos de los demás, con la misma fuerza y con el mismo entusiasmo con el que defendemos los nuestros. En realidad, cuanto más se crece en la fe y más se conoce, más se crece en la humildad y en la conciencia de ser pequeño.
Queridos hermanos y hermanas:
A Dios sólo le agrada la fe profesada con la vida, porque el único extremismo que se permite a los creyentes es el de la caridad. Cualquier otro extremismo no viene de Dios y no le agrada.
Ahora, como los discípulos de Emaús, regesen a vuestra Jerusalén, es decir, a vuestra vida cotidiana, a vuestras familias, a vuestro trabajo y a vuestra patria llenos de alegría, de valentía y de fe. No tengan miedo a abrir vuestro corazón a la luz del Resucitado y dejen que él transforme vuestras incertidumbres en fuerza positiva para vosotros y para los demás.
No tengan miedo a amar a todos, amigos y enemigos, porque el amor es la fuerza y el tesoro del creyente.
La Virgen María y la Sagrada Familia, que vivieron en esta bendita tierra, iluminen nuestros corazones y les bendiga y al amado Egipto que, en los albores del cristianismo, acogió la evangelización de san Marcos y ha dado a lo largo de la historia numerosos mártires y una gran multitud de santos y santas.
Al Massih Kam, Bilhakika kam’ (Cristo ha Resucitado. Verdaderamente ha Resucitado). 30.04.17

Egipto: el Papa ora por la paz de este país “acogedor”

Después de su viaje de dos días (28-29 de abril)

(Plaza San Pedro). – Después de dos días en Egipto el viernes 28 y el sábado 30 de abril, el papa Francisco ha querido orar de nuevo por el país este 30 de abril de 2017, antes de la oración mariana del domingo, el Regina Coeli del tiempo de pascua, diciendo: “Juntos , nos dirigimos a María nuestra Madre. Le damos gracias en particular por el viaje apostólico a Egipto, que acabo de hacer. Le pido al Señor que bendiga a todo el pueblo egipcio, tan acogedor, a las autoridades y a los fieles cristianos y musulmanes, y que de la paz a este país”.

Encuentro con el clero, religiosos, religiosas y seminaristas

El Papa da 7 consejos de vida espiritual después de la oración en el seminario de Maadi
 (Roma, 29 Abr. 2017).- Después de la misa celebrada este sábado por la mañana en el estadio de la aeronáutica militar, en El Cairo, junto a unas 25 mil personas, el papa Francisco se reunió hacia el medio día con los obispos egipcios y el séquito papal, junto a quienes almorzó. Un menú realizado por el chef Carmine Di Luggo, de origen italiano, quien preparó fideos al pesto y un postre con dulce de leche argentino.
Poco después, a las 15:10 el Santo Padre se dirigió al seminario de Maadi, para un  encuentro de oración con el clero, los religiosos y religiosas, y los seminaristas. Situado en un barrio residencial en el sur de El Cairo, es el centro de formación de los futuros sacerdotes de Egipto. El Papa allí saludó a los directores del seminario y después entró en el gran campo deportivo en un vehículo abierto y circuló saludando a los fieles que le esperaban.
Se rezó el Salmo 121 y se leyó el Evangelio de Mateo, y el Papa dirigió algunas palabras, en italiano.
El Pontífice recordó que “veneramos la Santa Cruz, que es signo e instrumento de nuestra salvación”. Que “quien huye de la Cruz, escapa de la resurrección”. Y que se trata, por tanto, de creer, de dar testimonio de la verdad, de sembrar y cultivar sin esperar ver la cosecha, sin nunca desanimarse, siendo luz y sal de esta sociedad.
Así les dio siete consejos, para no ceder a la tentaciones siguientes: dejarse arrastrar y no guiar; quejarse continuamente; la murmuración y de la envidia; compararse con los demás; el ‘faraonismo’, el individualismo; de caminar sin rumbo y sin meta. Sabiendo que cuanto más enraizados estemos en Cristo, más vivos y fecundos seremos.
El Santo Padre al concluir la ceremonia bendijo los hábitos de los futuros sacerdotes y se renovaron las promesas de la vida consagrada.

Texto completo del Papa en el encuentro con el clero, religiosos y religiosas en Egipto

Los siete consejos de vida espiritual que el Papa da en el seminario de Maadi
Beatitudes, queridos hermanos y hermanas: Al Salamò Alaikum! ¡La paz esté con vosotros!
«Este es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo. Cristo ha vencido para siempre la muerte. Gocemos y alegrémonos en él». Me siento muy feliz de estar con vosotros en este lugar donde se forman los sacerdotes, y que simboliza el corazón de la Iglesia Católica en Egipto.
Con alegría saludo en vosotros, sacerdotes, consagrados y consagradas de la pequeña grey católica de Egipto, a la «levadura» que Dios prepara para esta bendita Tierra, para que, junto con nuestros hermanos ortodoxos, crezca en ella su Reino (cf. Mt 13,13).
Deseo, en primer lugar, daros las gracias por vuestro testimonio y por todo el bien que hacéis cada día, trabajando en medio de numerosos retos y, a menudo, con pocos consuelos. Deseo también animaros. No tengáis miedo al peso de cada día, al peso de las circunstancias difíciles por las que algunos de vosotros tenéis que atravesar.
Nosotros veneramos la Santa Cruz, que es signo e instrumento de nuestra salvación. Quien huye de la Cruz, escapa de la resurrección. «No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino» (Lc 12,32).
Se trata, por tanto, de creer, de dar testimonio de la verdad, de sembrar y cultivar sin esperar ver la cosecha. De hecho, nosotros cosechamos los frutos que han sembrado muchos otros hermanos, consagrados y no consagrados, que han trabajado generosamente en la viña del Señor.
Vuestra historia está llena de ellos. En medio de tantos motivos para desanimarse, de numerosos profetas de destrucción y de condena, de tantas voces negativas y desesperadas, sed una fuerza positiva, sed la luz y la sal de esta sociedad, la locomotora que empuja el tren hacia adelante, llevándolo hacia la meta, sed sembradores de esperanza, constructores de puentes y artífices de diálogo y de concordia.
Todo esto será posible si la persona consagrada no cede a las tentaciones que encuentra cada día en su camino. Me gustaría destacar algunas significativas.
Ustedes oas conocen porque estas tentaciones fueron bien descriptas por los primeros monjes de Egitpo
  1. La tentación de dejarse arrastrar y no guiar. El Buen Pastor tiene el deber de guiar a su grey (cf. Jn 10,3-4), de conducirla hacia verdes prados y a las fuentes de agua (cf. Sal 23). No puede dejarse arrastrar por la desilusión y el pesimismo: «Pero, ¿qué puedo hacer yo?». Está siempre lleno de iniciativas y creatividad, como una fuente que sigue brotando incluso cuando está seca. Sabe dar siempre una caricia de consuelo, aun cuando su corazón está roto. Saber ser padre cuando los hijos lo tratan con gratitud, pero sobre todo cuando no son agradecidos (cf. Lc 15,11-32). Nuestra fidelidad al Señor no puede depender nunca de la gratitud humana: «Tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará» (Mt 6,4.6.18).2. La tentación de quejarse continuamente. Es fácil culpar siempre a los demás: por las carencias de los superiores, las condiciones eclesiásticas o sociales, por las pocas posibilidades. Sin embargo, el consagrado es aquel que con la unción del Espíritu transforma cada obstáculo en una oportunidad, y no cada dificultad en una excusa. Quien anda siempre quejándose en realidad no quiere trabajar. Por eso el Señor, dirigiéndose a los pastores, dice: «fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes» (Hb 12,12; cf. Is 35,3).3. La tentación de la murmuración y de la envidia. Y esta es fea. El peligro es grave cuando el consagrado, en lugar de ayudar a los pequeños a crecer y de regocijarse con el éxito de sus hermanos y hermanas, se deja dominar por la envidia y se convierte en uno que hiere a los demás con la murmuración. Cuando, en lugar de esforzarse en crecer, se pone a destruir a los que están creciendo, y cuando en lugar de seguir los buenos ejemplos, los juzga y les quita su valor. La envidia es un cáncer que destruye en poco tiempo cualquier organismo: «Un reino dividido internamente no puede subsistir; una familia dividida no puede subsistir» (Mc 3,24-25). De hecho, «por envidia del diablo entró la muerte en el mundo» (Sb 2,24). Y la murmuración es el instrumento y el arma.4. La tentación de compararse con los demás. La riqueza se encuentra en la diversidad y en la unicidad de cada uno de nosotros. Compararnos con los que están mejor nos lleva con frecuencia a caer en el resentimiento, compararnos con los que están peor, nos lleva, a menudo, a caer en la soberbia y en la pereza. Quien tiende siempre a compararse con los demás termina paralizado. Aprendamos de los santos Pedro y Pablo a vivir la diversidad de caracteres, carismas y opiniones en la escucha y docilidad al Espíritu Santo.
    5. La tentación del «faraonismo», Estamos en Egipto. Es decir, de endurecer el corazón y cerrarlo al Señor y a los demás. Es la tentación de sentirse por encima de los demás y de someterlos por vanagloria, de tener la presunción de dejarse servir en lugar de servir. Es una tentación común que aparece desde el comienzo entre los discípulos, los cuales —dice el Evangelio— «por el camino habían discutido quién era el más importante» (Mc 9,34). El antídoto a este veneno es: «Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos» (Mc 9,35).
    6. La tentación del individualismo. Como dice el conocido dicho egipcio: «Después de mí, el diluvio». Es la tentación de los egoístas que por el camino pierden la meta y, en vez de pensar en los demás, piensan sólo en sí mismos, sin experimentar ningún tipo de vergüenza, más bien al contrario, se justifican. La Iglesia es la comunidad de los fieles, el cuerpo de Cristo, donde la salvación de un miembro está vinculada a la santidad de todos (cf. 1Co 12,12-27; Lumen gentium,
    7). El individualista es, en cambio, motivo de escándalo y de conflicto. 7. La tentación del caminar sin rumbo y sin meta. El consagrado pierde su identidad y acaba por no ser «ni carne ni pescado». Vive con el corazón dividido entre Dios y la mundanidad. Olvida su primer amor (cf. Ap 2,4). En realidad, el consagrado, si no tiene una clara y sólida identidad, camina sin rumbo y, en lugar de guiar a los demás, los dispersa. Vuestra identidad como hijos de la Iglesia es la de ser coptos —es decir, arraigados en vuestras nobles y antiguas raíces— y ser católicos —es decir, parte de la Iglesia una y universal—: como un árbol que cuanto más enraizado está en la tierra, más alto crece hacia el cielo. Queridos consagrados, hacer frente a estas tentaciones no es fácil, pero es posible si estamos injertados en Jesús: «Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí» (Jn 15,4). Cuanto más enraizados estemos en Cristo, más vivos y fecundos seremos.
    Así el consagrado conservará la maravilla, la pasión del primer encuentro, la atracción y la gratitud en su vida con Dios y en su misión. La calidad de nuestra consagración depende de cómo sea nuestra vida espiritual. Egipto ha contribuido a enriquecer a la Iglesia con el inestimable tesoro de la vida monástica.
    Les exhorto, por tanto, a sacar provecho del ejemplo de san Pablo el eremita, de san Antonio Abad, de los santos Padres del desierto y de los numerosos monjes que con su vida y ejemplo han abierto las puertas del cielo a muchos hermanos y hermanas; de este modo, también serán sal y luz, es decir, motivo de salvación para vosotros mismos y para todos los demás, creyentes y no creyentes y, especialmente, para los últimos, los necesitados, los abandonados y los descartados.
    Que la Sagrada Familia les proteja y les bendiga a todos, a vuestro País y a todos sus habitantes. Desde el fondo de mi corazón deseo a cada uno de vosotros lo mejor, y a través de vosotros saludo a los fieles que Dios ha confiado a vuestro cuidado. Que el Señor les conceda los frutos de su Espíritu Santo: «Amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, lealtad, modestia, dominio de sí» (Ga 5,22-23). Los tendré siempre presentes en mi corazón y en mis oraciones. Ánimo y adelante, guiados por el Espíritu Santo. «Este es el día en que actúo el Señor, sea nuestra alegría». Y por favor, no se olviden de rezar por mí.   01.05.17










18 d’abr. 2017

DES DE ROMA

 AIN permitirá a 3 mil jóvenes egipcios de encontrarse con el papa Francisco
el 28 y 29 de abril en la ciudad de El Cairo


(Ciudad del Vaticano, 18 Abr. 2017).- La fundación pontificia Ayuda a la Iglesia necesitada, (AIN) permitirá a unos 3 mil jóvenes egipcios de encontrarse con el papa Francisco en la ciudad de El Cairo, durante la visita apostólica del próximo 28 y 29 de abril.
Ahora más que nunca es necesario dale a los jóvenes egipcios motivos para vivir y para esperar: después de los atentados que han ensangrentado el domingo de Ramos, esto es fundamental para los católicos de Egipto”, asegura el padre Hani Bakhoum Sidrak, al agradecer la iniciativa de la fundación pontificia.
AIN contribuirá a apoyar la peregrinación que partirá el 25 de abril hacia el Cairo, con momentos de reflexión y oración en algunos santuarios de Egipto, así como visitas a hospitales y centros de recepción de la capital, el día antes de la llegada del Papa. Participarán 250 jóvenes por cada diócesis de Egipto y mil jóvenes de El Cairo.
El director de AIN de Italia, Alessandro Monteduro señaló que “los jóvenes son el futuro de la Iglesia perseguida y por ello consideramos que es necesario que vivan experiencias de comunión similares con la Iglesia universal”.
Después de los recientes atentados del 9 de abril, nuestro apoyo –concluyó Montenduro– no puede faltar a los jóvenes egipcios y al mismo tiempo a la visita del Papa en Egipto, que acompañaremos con una campaña de oración en las redes sociales, pa
ra responder al horror del terrorismo y rezar por la paz y el diálogo entre todas las religiones. 19.04.17

Audiencia del Papa: Demos testimonio de que el Señor vive en medio de nosotros

En la catequesis en español recuerda que si Jesús no hubiera resucitado sería solo un ejemplo de generosidad

(Ciudad del Vaticano, 19 Abr. 2017). El Santo Padre saludó a los miles de peregrinos que lo esperaban en la plaza adornada con gran cantidad de flores con motivo de la Pascua. Ellos agitaban pañuelos y coreaban con el entusiasmo característico de estos eventos. El Papa pasaba y se detenía cada tanto para bendecir, en particular a niños y ancianos, mientras se escuchaban los acordes de una banda que tocaba marchas varias.
El Pontífice siguió con la serie de catequesis sobre el tema de la esperanza cristiana, relacionándola con la resurrección de Jesús. En su resumen en español el sucesor de Pedro recordó que “nos encontramos hoy, en el contexto de la Pascua, que hemos celebrado y seguimos celebrándola en la liturgia. Cristo resucitado es nuestra esperanza. El cristianismo es un camino de fe que nace de un evento, testimoniado por los discípulos de Jesús. Como nos dice San Pablo: Cristo murió por nuestros pecados, fue sepultado, resucitó al tercer día y se apareció a Pedro y a los Doce”.
Precisó entretanto que “si todo hubiese terminado con la muerte de Jesús, sólo tendríamos en él un ejemplo de entrega y generosidad, pero no sería suficiente para generar nuestra fe, porque la fe nace en la mañana de Pascua”..
Jesús quiso salir al encuentro de Pablo, perseguidor de la Iglesia, cuando iba camino de Damasco, y para el Apóstol ese fue un acontecimiento que cambio su vida. También el Señor quiere hacerse presente en nuestras vidas para conquistarnos y no abandonarnos jamás”, indicó.
Y el Santo Padre precisó que “ser cristianos significa reconocer y abrazar el amor que Dios tiene por nosotros, que vence el pecado y la muerte”.
Al concluir su resumen en español saludó “cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los venidos de España y Latinoamérica”, dijo.  Y añadió: “Los invito a llevar a todos el gozo de la resurrección del Señor. Que podamos comunicar con nuestra vida que él está aquí y vive en medio de nosotros”.

Texto completo

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Nos encontramos hoy, en la luz de la Pascua, que hemos celebrado y continuamos celebrándola en la Liturgia. Por esto, en nuestro itinerario de catequesis sobre la esperanza cristiana, hoy deseo hablarles de Cristo Resucitado, nuestra esperanza, así como lo presenta San Pablo en la Primera Carta a los Corintios (Cfr. cap. 15).
El apóstol quiere resolver una problemática que seguramente en la comunidad de Corinto estaba en el centro de las discusiones. La resurrección es el último tema afrontado en la Carta, pero probablemente, en orden de importancia, es el primero: de hecho todo se apoya en este presupuesto.
Hablando a los cristianos, Pablo parte de un dato indudable, que no es el resultado de una reflexión de algún hombre sabio, sino un hecho, un simple hecho que ha intervenido en la vida de algunas personas. El cristianismo nace de aquí. No es una ideología, no es un sistema filosófico, sino es un camino de fe que parte de un advenimiento, testimoniado por los primeros discípulos de Jesús.
Pablo lo resume de este modo: Jesús murió por nuestros pecados, fue sepultado, resucitó al tercer día y se apareció a Pedro y a los Doce (Cfr. 1 Cor 15,3-5). Este es el hecho. Ha muerto, fue sepultado, ha resucitado, se ha aparecido. Es decir: Jesús está vivo. Este es el núcleo del mensaje cristiano.
Anunciando este hecho, que es el núcleo central de la fe, Pablo insiste sobre todo en el último elemento del misterio pascual, es decir, que Jesús ha resucitado. Si de hecho, todo hubiese terminado con la muerte, en Él tendríamos un ejemplo de entrega suprema, pero esto no podría generar nuestra fe. Ha sido un héroe, ¡No!, ha muerto, pero ha resucitado.
Porque la fe nace de la resurrección. Aceptar que Cristo ha muerto, y ha muerto crucificado, no es un acto de fe, es un hecho histórico. En cambio, creer que ha resucitado sí. Nuestra fe nace en la mañana de Pascua.
Pablo hace una lista de las personas a las cuales Jesús resucitado se les aparece (Cfr. vv. 5-7). Tenemos aquí una pequeña síntesis de todas las narraciones pascuales y de todas las personas que han entrado en contacto con el Resucitado. Al inicio de la lista están Cefas, es decir, Pedro, y el grupo de los Doce, luego “quinientos hermanos” muchos de los cuales podían dar todavía sus testimonios, luego es citado Santiago. El último de la lista –como el menos digno de todos– es él mismo, Pablo dice de sí mismo: “como un aborto” (Cfr. v. 8).
Pablo usa esta expresión porque su historia personal es dramática: pero él no era un monaguillo, ¿no? Él era un perseguidor de la Iglesia, orgulloso de sus propias convicciones; se sentía un hombre realizado, con una idea muy clara de cómo es la vida con sus deberes. Pero, en este cuadro perfecto –todo era perfecto en Pablo, sabía todo– en este cuadro perfecto de vida, un día sucedió lo que era absolutamente imprevisible: el encuentro con Jesús Resucitado, en el camino a Damasco.
Allí no había sólo un hombre que cayó en la tierra: había una persona atrapada por un advenimiento que le habría cambiado el sentido de la vida. Y el perseguidor se convierte en apóstol, ¿Por qué? ¡Porque yo he visto a Jesús vivo! ¡Yo he visto a Jesús resucitado! Este es el fundamento de la fe de Pablo, como de la fe de los demás apóstoles, como de la fe de la Iglesia, como de nuestra fe.
¡Qué bello es pensar que el cristianismo, esencialmente, es esto! No es tanto nuestra búsqueda en relación a Dios –una búsqueda, en verdad, casi incierta– sino mejor dicho la búsqueda de Dios en relación con nosotros. Jesús nos ha tomado, nos ha atrapado, nos ha conquistado para no dejarnos más.
El cristianismo es gracia, es sorpresa, y por este motivo presupone un corazón capaz de maravillarse. Un corazón cerrado, un corazón racionalista es incapaz de la maravilla, y no puede entender que cosa es el cristianismo. Porque el cristianismo es gracia, y la gracia solamente se percibe, más: se encuentra en la maravilla del encuentro.
Y entonces, también si somos pecadores –pero todos lo somos– si nuestros propósitos de bien se han quedado en el papel, o quizás sí, mirando nuestra vida, nos damos cuenta de haber sumado tantos fracasos.
En la mañana de Pascua podemos hacer como aquellas personas de las cuales nos habla el Evangelio: ir al sepulcro de Cristo, ver la gran piedra removida y pensar que Dios está realizando para mí, para todos nosotros, un futuro inesperado. Ir a nuestro sepulcro: todos tenemos un poco dentro. Ir ahí, y ver como Dios es capaz de resucitar de ahí. Aquí hay felicidad, aquí hay alegría, vida, donde todos pensaban que había sólo tristeza, derrota y tinieblas. Dios hace crecer sus flores más bellas en medio a las piedras más áridas.
Ser cristianos significa no partir de la muerte, sino del amor de Dios por nosotros, que ha derrotado a nuestra acérrima enemiga. Dios es más grande de la nada, y basta sólo una luz encendida para vencer la más oscura de las noches.
Pablo grita, evocando a los profetas: «¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está tu aguijón?» (v. 55). En estos días de Pascua, llevemos este grito en el corazón. Y si nos dirán del porqué de nuestra sonrisa donada y de nuestro paciente compartir, entonces podremos responder que Jesús está todavía aquí, que continúa estando vivo entre nosotros, que Jesús está aquí, en la Plaza, con nosotros: vivo y resucitado. 
20.04.17


El Papa declarará santos a Francisco y Jacinta Marto este 13 de mayo en Fátima

Confirmada la canonización de dos de los tres videntes de Fátima, durante el Consistorio Ordinario que se realizó hoy en el Vaticano

(Ciudad del Vaticano, 20 Abr. 2017).- La canonización de los dos hermanitos videntes de Fátima, será el 13 de mayo en el santuario portugués. La noticia es oficial y el anuncio lo hizo el papa Francisco en el consistorio público que se realizó hoy en el Vaticano.
Francisco y Jacinta Marto serán así los santos ‘no mártires’ más jóvenes de la historia de la Iglesia Católica. Los tres videntes de las apariciones de la Virgen María en Fátima fueron Lucía dos Santos de 10 años, Francisco de 9 años y Jacinta de 7años. Lucía por su parte, que después se hizo religiosa carmelita y falleció el 13 de febrero de 2005, tiene abierta la causa de beatificación a nivel diocesano.
El consistorio público convocado por el pontífice ha reunido en el Palacio Apostólico a los cardenales residentes habitualmente en Roma. En el de este jueves, el Santo Padre además de recibir el ‘placet‘ de los cardenales para diversas causas de canonizaciones, ha fijado las fechas y lugares de las ceremonias de las mismas.
El santuario de Fátima vuelve así a ser escenario de una ceremonia de canonización, ya que Juan Pablo II beatificó el 13 de mayo de 2000, a los dos hermanitos videntes. La fiesta litúrgica de Francisco y Jacinta Marto será el 20 de febrero, día de la muerte de Jacinta.
Después del primer milagro necesario para la beatificación de Francisco y Jacinta, era necesario un segundo milagro antes de la canonización. El mismo fue la curación inexplicable de un niño en Brasil. La aprobación del milagro por una junta médica y científica fue el 23 de marzo pasado y posteriormente fue analizado por una comisión de teólogos, que dio su beneplácito a la Congregación de la Causa de los Santos. 
21.04.17


Francisco a Tawadros II: “Los cristianos debemos dar testimonio juntos”

Carta del Santo Padre al patriarca copto ortodoxo con motivo de la Pascua

(Ciudad del Vaticano, 21 Abr. 2017).- El papa Francisco ha enviado una carta con motivo de la Pascua al patriarca copto ortodoxo, Tawadros II, a quien encontrará en su viaje apostólico en Egipto, el 28 y 29 de abril de 2017.
La misiva ha sido entregada personalmente por el nuncio apostólico de Egipto, Mons. Bruno Musaró, pocos días después de los atentados del Domingo de Ramos, en Alejandría y Tanta.
Como servidores de la esperanza, los cristianos –escribe el Papa– están llamados a proclamar juntos al Resucitado a través del gozoso testimonio de su vida y a través del amor generoso hacia el prójimo. Sabemos que el mundo de hoy tiene una necesidad urgente de la proclamación de esta esperanza, la única que no desilusiona”.
Con la victoria de Cristo sobre el pecado y sobre la muerte –se lee en la carta del Santo Padre– cada hombre y cada mujer es capaz de mirar a su vida con ojos y corazón nuevos, también en circunstancias marcadas por la tristeza y la dificultad. Las tinieblas, el fracaso, el pecado, pueden ser superadas y volverse un punto de partida de un nuevo camino”.
El Santo Padre además expresa su deseo de que la Pascua, que este año los cristianos han celebrado el mismo día, pueda “inspirar en nuestras Iglesias un deseo siempre creciente de una solidaridad más profunda al proclamar el Evangelio y servir a quienes están en dificultad”.
Por su parte Tawadros II, ha declarado a la agencia italiana SIR, que la visita a Egipto del Papa “es importante para transmitir un mensaje a todo el mundo: Egipto es aún un oasis de seguridad y de paz”. Francisco, indica el patriarca, “es un verdadero testimonio de la paz y de la verdad. Donde va, lleva la voz de todas las personas más frágiles y sufridas del mundo”. 
22.04.17






El Papa en San Bartolomé: la Iglesia necesita testimonios diarios y también de mártires

Se rezó “para que sea desarmada la violencia blasfema de quien asesina en nombre de Dios”
(Roma, 22 Abr. 2017).- El santo padre Francisco llegó este sábado por la tarde a la Isla Tiberina, en medio del río que cruza la ciudad de Roma, en donde se encuentra la antigua basílica de San Bartolomé. El Papa quiso rendir su homenaje a los mártires del siglo XX y XXI, en este santuario que recuerda la memoria de los cristianos asesinados por odio a la fe.
La entrada del Papa en la explanada fue festiva, en medio del entusiasmo de tantas personas, entre las cuales los jóvenes y niños de las ‘Escuelas de la Paz’. Muchos niños le entregaron cartas y dibujos. Su ingreso en la basílica en cambio fue marcada por la solemnidad, y una vez llegado delante del ícono del altar principal, que recuerda a los nuevos mártires,  el Santo Padre rezó algunos instantes en silencio.
El fundador de la Comunidad de San Egidio, Andrea Riccardi dirigió unas sentidas palabras, agradeciéndole el “haber venido como peregrino al santuario de los nuevos mártires” recordando que hoy es “el aniversario del secuestro” de dos obispos de Aleppo, “quienes rezaron en esta iglesia”. Templo querido por san Juan Pablo II, que “custodia la memoria de los mártires católicos, ortodoxos, anglicanos y evangélicos unidos en la sangre derramada por Jesús”.
Le siguieron lecturas intercaladas por tres testimonios. El primero fue Karl, hijo de Paul Schneider, pastor de la Iglesia Reformada, asesinado en 1939 en el campo de Buchenwald porque había denunciado que el nazismo tenía objetivos “irreconciliable con el mensaje de la Biblia”.
Después de otra lectura, Roselyne, hermana del sacerdote francés Jacques Hamel, asesinado el 26 de julio de 2016 por milicianos del Isis recordó la paradoja de quien nunca quiso ser protagonista y que en cambio dio un testimonio a todo el mundo. Señaló que los musulmanes se reunieron para rendirle homenaje y del sentimiento que despertó en Francia.
El tercer testimonio fue de Francisco Hernández Guevara, amigo de William Quijano, un joven de San Egidio en El Salvador, asesinado en septiembre de 2009, empeñado con las Escuelas de la Paz que ofrecía a los jóvenes una alternativa a las pandillas o marras. “Su culpa fue soñar un mundo sin violencia”, y hablar a todos de su sueño. Nunca hablaba de venganza contra las pandillas sino en un cambio de mentalidad a partir de los niños.
El incienso y cantos polifónicos fueron parte de la liturgia, en la que el papa vestido de blanco uso una estola roja de un prelado mártir.
Hemos venido como peregrinos –dijo el Sucesor de Pedro– en esta basílica de San Bartolomé en la Isla Tiberina, donde la historia antigua del martirio se une a la memoria de los nuevos mártires, de tantos cristianos asesinados por las absurdas ideologías del siglo pasado, y asesinados porque eran discípulos de Jesús”.
Cuantas veces se oyó decir que ‘la patria necesita héroes’, dijo el Papa, y precisó entretanto que sobre todo que la iglesia necesita son “mártires, testimonios, santos de todos los días que llevan la vida ordinaria adelante con coherencia, pero también de quienes tienen el coraje de aceptar la gracia de ser testimonios hasta el final, hasta la muerte”. “Ellos son agraciados por Dios”, y “sin ellos la Iglesia no puede ir hacia adelante”.
El Papa quiso recordar “a una mujer, no sé el nombre pero nos mira desde el cielo”. Supo de ella en su viaje a Lesbos cuando el marido con tres niños le dijo: “Soy musulmán, mi esposa era cristiana, vinieron los terroristas nos pidieron la religión y a ella con su crucifijo, le pidieron de tirarlo. Ella no lo hizo y la degollaron delante de mi. Nos queríamos tanto”. Y Francisco concluyó este relato indicando: “Esto es un ícono que traigo como regalo aquí”.
El santo padre indicó además que “recordar a estos testimonios de la fe y rezar en este lugar es un gran don, para la Comunidad de San Egidio, para la Iglesia en Roma, todas las comunidades de esta ciudad y para los peregrinos”.
Podemos rezar así, concluyó el Papa: “Oh Señor, vuélvenos testimonios dignos del Evangelio y de tu amor; infunde tu misericordia sobre la humanidad; renueva a tu Iglesia, protege a los cristianos perseguidos, concede rápido paz al mundo entero”.
A continuación el Papa pasó por las seis diversas capillas, iniciando por la de las víctimas del nazismo, pasado por la de América Latina, encendiendo una vela en cada una de ellas, y concluyendo en la de los martirizados por el comunismo.
Se rezó también “para que sea desarmada la violencia blasfema de quien asesina en nombre de Dios”.

Texto completo del papa Francisco en la basílica de San Bartolomé, santuario de los mártires del siglo XX y XXI

La Iglesia es Iglesia, si es Iglesia de mártires
Hemos venido como peregrinos a esta basílica de San Bartolomé en la Isla Tiberina, donde la historia antigua del martirio se une a la memoria de los nuevos mártires, de tantos cristianos asesinados por las absurdas ideologías del siglo pasado y asesinados también hoy porque eran discípulos de Jesús.
El recuerdo de estos heroicos testimonios antiguos y recientes nos confirma en la conciencia de que la Iglesia es Iglesia si es Iglesia de mártires. Y los mártires son aquellos que como nos recordó el Libro del Apocalipsis, “vienen de la gran tribulación y han lavado sus vestidos, volviéndolos cándidos en la sangre del cordero”.
Ellos tuvieron la gracia de confesar a Jesús hasta el final, hasta la muerte. Ellos sufren, ellos dan la vida, y nosotros recibimos la bendición de Dios por su testimonio. Y existen también tantos mártires escondidos, esos hombres y esas mujeres fieles a la fuerza humilde del amor, a la voz del Espíritu Santo, que en la vida de cada día buscan ayudar a los hermanos y de amar a Dios sin reservas.
Si miramos bien, la causa de toda persecución es el odio del príncipe de este mundo hacia cuantos han sido salvados y redimidos por Jesús con su muerte y con su resurrección.
En el pasaje del Evangelio que hemos escuchado (Cfr. Jn 15,12-19) Jesús usa una palabra fuerte y escandalosa: la palabra “odio”. Él, que es el maestro del amor, a quien gustaba mucho hablar de amor, habla de odio. Pero Él quería siempre llamar las cosas por su nombre. Y nos dice: “No se asusten. El mundo los odiará; pero sepan que antes de ustedes, me ha odiado a mí”.
Jesús nos ha elegido y nos ha rescatado, por un don gratuito de su amor. Con su muerte y resurrección nos ha rescatado del poder del mundo, del poder del diablo, del poder del príncipe de este mundo. Y el origen del odio es este: porque nosotros hemos sido salvados por Jesús, y el príncipe de este mundo esto no lo quiere, él nos odia y suscita la persecución, que desde los tiempos de Jesús y de la Iglesia naciente continúa hasta nuestros días. Cuántas comunidades cristianas hoy son objeto de persecución! ¿Por qué? A causa del odio del espíritu del mundo”.
Cuántas comunidades cristianas hoy son objeto de persecución. ¿Por qué? A causa del odio del espíritu del mundo. Cuántas veces en momentos difíciles de la historia se ha escuchado decir: ‘Hoy la patria necesita héroes’. El mártir puede ser pensado como un héroe, pero la cosa fundamental del mártir es que fue un ‘agraciado’: es la gracia de Dios, no el coraje lo que nos hace mártires.
Hoy del mismo modo se puede interrogar: ‘¿Qué cosa necesita hoy la Iglesia?’. Mártires, testimonios, es decir, Santos, aquellos de la vida ordinaria, porque son los Santos los que llevan adelante a la Iglesia. ¡Los Santos!, sin ellos la Iglesia no puede ir adelante. La Iglesia necesita de los Santos de todos los días llevada adelante con coherencia; pero también de aquellos que tienen la valentía de aceptar la gracia de ser testigos hasta el final, hasta la muerte.
Todos ellos son la sangre viva de la Iglesia. Son los testimonios que llevan adelante la Iglesia; aquellos que atestiguan que Jesús ha resucitado, que Jesús está vivo, y lo testifican con la coherencia de vida y con la fuerza del Espíritu Santo que han recibido como don”.
Yo quisiera, hoy, añadir un ícono más, en esta iglesia. Una mujer, no se su nombre pero ella nos mira desde el cielo. Estaba en Lesbos, saludaba a los refugiados y encontré un hombre de 30 años con tres niños que me ha dicho: “Padre yo soy musulmán, pero mi esposa era cristiana. A nuestro país han venido los terroristas, nos han visto y nos han preguntado cuál era la religión que practicábamos. Han visto el crucifijo, y nos han pedido tirarlo al piso. Mi mujer no lo hizo y la han degollado delante de mí. Nos amábamos mucho.
Este es el ícono que hoy les traigo como regalo aquí. No sé si este hombre está todavía en Lesbos o ha logrado ir a otra parte. No sé si ha sido capaz de huir de ese campo de concentración porque los campos de refugiados, muchos de ellos son campos de concentración, debido a la cantidad de gente que es abandonada allí.
Y los pueblos generosos que los acogen, que tienen que llevar adelante este peso, porque los acuerdos internacionales parecen ser más importantes que los derechos humanos. Y este hombre no tenía rencor. Él era musulmán y tenía esta cruz de dolor llevada sin rencor. Se refugiaba en el amor hacia su mujer, agraciada con el martirio.
Recordar estos testimonios de la fe y orar en este lugar es un gran don. Es un don para la Comunidad de San Egidio, para la Iglesia de Roma, para todas las comunidades cristianas de esta ciudad, y para tantos peregrinos. La herencia viva de los mártires nos dona hoy a nosotros paz y unidad.
Ellos nos enseñan que, con la fuerza del amor, con la mansedumbre, se puede luchar contra la prepotencia, la violencia, la guerra y se puede realizar con paciencia la paz. Y entonces podemos orar así: «Oh Señor, haznos dignos testimonios del Evangelio y de tu amor; infunde tu misericordia sobre la humanidad; renueva tu Iglesia, protege a los cristianos perseguidos, concede pronto la paz al mundo entero. A ti Señor la Gloria y a nosotros la vergüenza.
23.04.17




Pascua: el papa da las gracias por los mensajes de felicitación


Palabras del papa antes del Regina Coeli

Queridos hermanos y hermanas, buenos días!

Cada domingo, hacemos memoria de la resurrección del Señor Jesús, pero en este periodo de después de Pascua, el domingo reviste un significado más claro. En la tradición de la Iglesia, a este domingo después de Pascua, se le denomina “in albis”. Qué significa esto? La expresión intenta recordar el rito que cumplían aquellos que habían recibido el bautismo en la Vigilia pascual. A cada uno de ellos se les ponía una ropa blanca – “alba”, blanca – para indicar su nueva dignidad de hijos de Dios. Hoy aún se sigue haciendo lo mismo; se les ofrece a los recién nacidos una pequeña ropa simbólica, mientras que los adultos se ponen uno de verdad, como lo hemos visto en la Vigilia pascual. Esta ropa blanca, en el pasado, se llevaba durante una semana hasta el domingo in albis. Y de ahí deriva el nombre in albis deponendis, que significa el domingo en el cuál se quitan la ropa blanca. Y una vez quitada la ropa, los neófitos comenzaban su nueva vida en Cristo y en la Iglesia.
Hay otra cosa: en el Jubileo del año 2000, San Juan Pablo II estableció que este domingo seria dedicado a la Divina Misericordia. Es verdad. Esto ha sido una bonita intuición, ha sido el Espíritu Santo quién le ha inspirado! Hace unos meses, hemos concluido el Jubileo extraordinario de la Misericordia y este domingo nos invita a retomar con fuerza la gracia que viene de la misericordia de Dios.
El Evangelio de hoy es el relato de la aparición de Cristo resucitado a los discípulos reunidos en el cenáculo (cf. Jn 20, 19-31). San Juan escribe que Jesús, después de haber saludado a sus discípulos, les dice: “Lo mismo que el Padre me ha enviado, así también os envío”. Dicho esto sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les serán perdonados; a quienes se los retengáis, les serán retenidos” (vv. 21-23). Es el sentido de la misericordia, presentada el día de la resurrección de Jesús como perdón de los pecados. Jesús resucitado, ha transmitido a su Iglesia, como primera misión, su propia misión de llevar a todos el anuncio concreto del perdón. Es el primer deber: anunciar el perdón. Este signo visible de su misericordia conlleva en él la paz del corazón y la alegría del encuentro renovado en con el Señor.
La misericordia a la luz de la Pascua se deja percibir como una verdadera forma de conocimiento. Es importante: la misericordia es un modo verdadero de conocimiento. Sabemos que la conocemos a través de diferentes formas: el sentido, la intuición, la razón y otros. Se la puede conocer también a través de la experiencia de la misericordia, porque la misericordia abre la puerta del espíritu para comprender mejor el misterio de Dios y de nuestra existencia personal. La misericordia nos hace comprender que la violencia, el rencor, la venganza no tienen ningún sentido y la primera víctima es aquel que vive de estos sentimientos, porque se priva de su dignidad. La misericordia también abre la puerta del corazón y permite expresar la cercanía sobre todo hacia aquellos que están solos y marginados, porque les hace sentirse hermanos y hermanas de un solo Padre. Favorece el reconocimiento de aquellos que tienen necesidad de consuelo y hace encontrar palabras que les reconforten.
Hermanos y hermanas, la misericordia calienta el corazón y le hace sensible a las necesidades de los hermanos, a través del compartir y la participación. La misericordia, en definitiva, compromete a todos a ser instrumentos de justicia, de reconciliación y de paz. No olvidemos nunca que la misericordia es la piedra clave en la vida de fe y la forma concreta a través de la cuál hacemos visible la resurrección de Jesús.
Que María, la Madre de Misericordia, nos ayude a creer y a vivir con alegría esto.

Palabras después del Regina Coeli
El papa Francisco ha dado las gracias a los fieles por los mensajes de felicitación que le han dirigido en Pascua, en el Regina Coeli del 23 de abril de 2017.
Ante la gente presente en la plaza San Pedro, en el segundo domingo Pascua, ha deseado “para cada uno y para cada familia la gracia del Señor Resucitado”.
He aquí nuestra traducción íntegra de las palabras que el papa ha pronunciado después de la oración mariana.
Queridos hermanos y hermanas,
Ayer en Oviedo, España, el Padre Luis Antonio Ormières ha sido proclamado Bienaventurado. Vivió en el siglo XIX, ha derrochado sus numerosas cualidades humanas y espirituales al servicio de la educación, y por eso funda la Congregación de las Hermanas del Santo Ángel de la Guarda. Que su ejemplo y su intercesión ayuden en particular a aquellos que trabajan en las escuelas y en los medios educativos.
Os saludo de todo corazón, fieles romanos y peregrinos de Italia y de tantos otros países, en particular la Confraternidad St Sebastianus de Kerkrade (Países Bajos), le  Nigerian Catholic Secretariat y la parroquia Liebfrauen de Bocholt (Alemania).
Saludo a los peregrinos polacos, y expreso mi vivo aprecio por la iniciativa de Cáritas de Polonia en favor de numerosas familias en Siria.
Un saludo especial a los fieles de la Divina Misericordia presentes hoy en la iglesia Santo Spirito in Sassia. Lo mismo que a los participantes del ”Curso por la Paz” : una estafeta que sale hoy de esta plaza para ir a Wittenberg, Alemania.
Saludo a los numerosos grupos de jóvenes, especialmente a los que se van a confirmar o a los ya confirmados. Sois muchos! De la diócesis de Piacenza-Bobbio. Trento, Cuneo, Milán, Lodi, Cremona, Bergamo y Vincenza. Lo mismo que a la escuela “Masaccio” de Treviso y al Instituto “San Carpoforo” de Como.
En fin, doy las gracias a todos aquellos que en este periodo me han enviado mensajes felicitándome la Pascua. Les devuelvo de todo corazón invocando para cada uno y para cada familia la gracia del Señor Resucitado.
Buen domingo a todos, y por favor no os olvidéis de rezar por mi. Buen apetito y adiós.
24.04,17


El Papa en Santa Marta: ‘ Ni compromisos, ni rigidez. Es el Espíritu quien nos vuelve Libres’

Retoman las misas diarias del Santo Padre en la Casa Santa Marta
(Ciudad del Vaticano, 24 Abr. 2017).- Nuestra fe es concreta y rechaza sea compromisos que idealizaciones. Lo indicó el papa Francisco este lunes al retomar las misas matutinas en la capilla de la Casa Santa Marta, a la cual participaron también los purpurados del Consejo de Cardenales que desde hoy se reúnen tres días con el Santo Padre.
La homilía parte del encuentro de Nicodemo con Jesús y del testimonio de Pedro y Juan después de la curación de un inválido, narrados en las lecturas del día.
Jesús, indica el Papa, le explica a Nicodemo con amor y paciencia que es necesario “nacer desde lo alto”, “nacer del Espíritu”, y por lo tanto cambiar de mentalidad.
Subrayó también la primera lectura de los Actos de los Apóstoles, donde Pedro y Juan después de sanar a un inválido “responden con simplicidad” cuando les intiman a no predicar más. Pedro responde: “No, no podemos callar lo que hemos visto y escuchado. Y proseguiremos así”.
Esto, aseguro el Pontífice, es “un hecho concreto” es lo “concreto de la fe “respecto a los doctores que “quieren entrar en negociados para llegar a compromisos”.
A veces nos olvidamos que nuestra fe es concreta: El Verbo se hizo carne y no idea. Lo concreto de la fe lleva a ser “francos”, al “testimonio hasta el martirio”.
Para estos Doctores de la Ley, el Verbo “no se ha hecho carne: se ha hecho ley y se debe hacer esto hasta acá y no más allá”. Y así se quedaban “enjaulados en esta mentalidad racionalista, que ha terminado con ellos, ¡eh!” Porque en la historia de la Iglesia ella ha condenado el racionalismo, el Iluminismo, aunque  tantas otras veces ha caído en una teología del ‘se puede y no se puede’, ‘hasta aquí, hasta allá’, y olvidando la fuerza, la libertad del Espíritu, este renacer del Espíritu que da la libertad, la franqueza de la predicación y el anuncio de que Jesucristo es el Señor”.
Pidamos al Señor –concluyó el Papa en su homilía– tener esta experiencia del Espíritu que va y viene y nos lleva adelante, del Espíritu que nos da la unción de la fe, la unción de las cosas concretas de la fe”.
Porque, dijo al terminar su predicación: “‘el viento sopla donde quiere y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es para quien ha nacido del Espíritu’: siente la voz, sigue el viento, sigue la voz del Espíritu sin saber dónde terminará. Porque ha hecho una opción por lo concreto de la fe y el renacimiento en el Espíritu”.
Que el Señor nos dé a todos nosotros –concluyó el Sucesor de Pedro– este Espíritu pascual, de ir por los caminos del Espíritu sin compromisos, sin rigideces, con la libertad de anunciar a Jesucristo como Él ha venido: en la carne”. 
25.04.17


El Papa en Sta. Marta: el Evangelio no se impone se predica con humildad

Un predicador tiene que estar siempre en camino sin buscar “un seguro de vida” quedándose quieto
(Roma, 25 Abr. 2017).- El Evangelio se anuncia con humildad, venciendo la tentación de la soberbia. Esta es la exhortación del papa Francisco en la misa de este martes en la Casa Santa Marta, en la fiesta de San Marco Evangelista. A la celebración tomaron parte los cardenales consejeros del C9 reunidos hasta mañana miércoles.
Hoy –dijo el Papa al inicio de la misa– es San Marcos evangelista, fundador de la Iglesia de Alejandría. Ofrezco esta misa por mi hermano papa Tawadros II, patriarca de Alejandría de los Coptos, pidiendo la gracia de que el Señor bendiga nuestras dos Iglesias con la abundancia del Espíritu Santo”.
El Santo Padre reiteró que los cristianos tienen que “salir para anunciar” y que un predicador tiene que estar siempre en camino sin buscar “un seguro de vida” quedándose quieto.
Papa centró su homilía en el Evangelio de san Marcos que señala el mandato del Señor a los discípulos, precisando que “el Evangelio se proclama siempre en camino, nunca sentados”.
Es necesario salir donde Jesús es desconocido, donde es perseguido, o donde es desfigurado, para proclamar el verdadero Evangelio”, dijo.
Invitó así a “salir para anunciar” sea “en camino físico que espiritual, o en un camino de sufrimientos” como lo hacen “tantos enfermos que ofrecen su dolor por la Iglesia, por los cristianos, pero siempre salen de si mismos”.
Pero cuál es el estilo de este anuncio, se interroga el Papa. “San Pedro que justamente ha sido el maestro de Marcos -responde- es muy claro al describir este estilo”, o sea que “el Evangelio es anunciado con humildad, porque el Hijo de Dios se humilló y se rebajó. El estilo de Dios es este” y “no hay otro”. Porque “el anuncio del Evangelio no es un carnaval, una fiesta”.
El Evangelio -indicó el Papa- no puede ser anunciado con el poder humano, no puede ser anunciado con el espíritu de trepar y subir”. Porque “Dios se resiste a los soberbios y da gracia a los humildes”.
El Santo Padre advirtió de una tentación al anunciar el Evangelio: “la tentación del poder, de la soberbia, de la mundanidad, de tantas mundanidades que existen y que llevan a predicar o a fingir”.
Y reiteró que no es predicar el difundir “un Evangelio aguado, sin fuerza, sin Cristo crucificado y resucitado”.
Y si un cristiano asegura que anuncia el Evangelio, pero que ‘nunca es tentado’, significa que “el diablo no se preocupa” porque “estamos predicando un evangelio que no sirve”. 26.04.17


El Papa en la audiencia: ‘Dios está cerca y camina a nuestro lado’

Recuerda que el ancla era un símbolo de los primeros cristianos
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
«Yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). Estas últimas palabras del Evangelio de Mateo evocan el anuncio profético que encontramos al inicio: «A Él le pondrán el nombre de Emanuel, que significa: Dios con nosotros» (Mt 1,23; Cfr. Is 7,14). Dios estará con nosotros, todos los días, hasta el fin del mundo. Jesús caminará con nosotros: todos los días, hasta el fin del mundo.
Todo el Evangelio esta contenido entre estas dos citas, palabras que comunican el misterio de Dios cuyo nombre, cuya identidad es estar-con: no es un Dios aislado, es un Dios-con nosotros, en particular con nosotros, es decir, con la criatura humana. Nuestro Dios no es un Dios ausente, secuestrado en un cielo lejano; es en cambio un Dios “apasionado” por el hombre, así tiernamente amante de ser incapaz de separarse de él.
Nosotros humanos somos hábiles en arruinar vínculos y derribar puentes. Él en cambio no. Si nuestro corazón se enfría, el suyo permanece siempre incandescente. Nuestro Dios nos acompaña siempre, incluso si por desgracia nosotros nos olvidáramos de Él. En el punto que divide la incredulidad de la fe, es decisivo el descubrimiento de ser amados y acompañados por nuestro Padre, de no haber sido jamás abandonados por Él.
Nuestra existencia es una peregrinación, un camino. A pesar de que muchos son movidos por una esperanza simplemente humana, perciben la seducción del horizonte, que los impulsa a explorar mundos que todavía no conocen. Nuestra alma es un alma migrante. La Biblia está llena de historias de peregrinos y viajeros.
La vocación de Abraham comienza con este mandato: «Deja tu tierra» (Gen 12,1). Y el patriarca deja ese pedazo de mundo que conocía bien y que era una de las cunas de la civilización de su tiempo. Todo conspiraba contra la sensatez de aquel viaje. Y a pesar de ello, Abraham parte. No se convierte en hombres y mujeres maduros si no se percibe la atracción del horizonte: aquel límite entre el cielo y la tierra que pide ser alcanzado por un pueblo de caminantes.
En su camino en el mundo, el hombre no está jamás sólo. Sobre todo el cristiano no se siente jamás abandonado, porque Jesús nos asegura que no nos espera sólo al final de nuestro largo viaje, sino nos acompaña en cada uno de nuestros días.
¿Hasta cuándo perdurará el cuidado de Dios en relación al hombre? ¿Hasta cuándo el Señor Jesús, caminará con nosotros, hasta cuándo cuidará de nosotros? La respuesta del Evangelio no deja espacio a la duda: ¡hasta el fin del mundo! Pasaran los cielos, pasará la tierra, serán canceladas las esperanzas humanas, pero la Palabra de Dios es más grande de todo y no pasará. Y Él será el Dios con nosotros, el Dios Jesús que camina con nosotros.
No existirá un día de nuestra vida en el cual cesaremos de ser una preocupación para el corazón de Dios. Pero alguno podría decir: “¿Qué cosa esta diciendo usted?”.
 Digo esto: no existirá un día de nuestra vida en el cual cesaremos de ser una preocupación para el corazón de Dios. Él se preocupa por nosotros, y camina con nosotros, y ¿Por qué hace esto? Simplemente porque nos ama. ¿Entendido? ¡Nos ama! Y Dios seguramente proveerá a todas nuestras necesidades, no nos abandonará en el tiempo de la prueba y de la oscuridad. Esta certeza pide hacer su nido en nuestra alma para no apagarse jamás. Alguno la llama con el nombre de “Providencia”. Es decir, la cercanía de Dios, el amor de Dios, el caminar de Dios con nosotros se llama también “Providencia de Dios”: Él provee nuestra vida”.
No es casual que entre los símbolos cristianos de la esperanza existe uno que a mí me gusta tanto: es el ancla. Ella expresa que nuestra esperanza no es banal; no se debe confundir con el sentimiento mutable de quien quiere mejorar las cosas de este mundo de manera utópica, haciendo, contando sólo en su propia fuerza de voluntad.
La esperanza cristiana, de hecho, encuentra su raíz no en lo atractivo del futuro, sino en la seguridad de lo que Dios nos ha prometido y ha realizado en Jesucristo. Si Él nos ha garantizado que no nos abandonará jamás, si el inicio de toda vocación es un “Sígueme”, con el cual Él nos asegura de quedarse siempre delante de nosotros, entonces ¿Por qué temer? Con esta promesa, los cristianos pueden caminar donde sea. También atravesando porciones de mundo herido, donde las cosas no van bien, nosotros estamos entre aquellos que también ahí continuamos esperando. Dice el salmo: «Aunque cruce por oscuras quebradas, no temeré ningún mal, porque tú estás conmigo» (Sal 23,4).
Es justamente donde abunda la oscuridad que se necesita tener encendida una luz. Volvamos al ancla: el ancla es aquello que los navegantes, ese instrumento, que lanzan al mar y luego se sujetan a la cuerda para acercar la barca, la barca a la orilla. Nuestra fe es el ancla del cielo. Nosotros tenemos nuestra vida anclada al cielo. ¿Qué cosa debemos hacer? Sujetarnos a la cuerda: está siempre ahí. Y vamos adelante porque estamos seguros que nuestra vida es como un ancla que está en el cielo, en esa orilla a dónde llegaremos.
Cierto, si confiáramos solo en nuestras fuerzas, tendríamos razón de  sentirnos desilusionados y derrotados, porque el mundo muchas veces se muestra contrario a las leyes del amor. Prefiere muchas veces, las leyes del egoísmo. Pero si sobrevive en nosotros la certeza de que Dios no nos abandona, de que Dios nos ama tiernamente y a este mundo, entonces en seguida cambia la perspectiva. “Homo viator, spe erectus”, decían los antiguos.
A lo largo el camino, la promesa de Jesús «Yo estoy con ustedes» nos hace estar de pie, erguidos, con esperanza, confiando que el Dios bueno está ya trabajando para realizar lo que humanamente parece imposible, porque el ancla está en la orilla del cielo.
El santo pueblo fiel de Dios es gente que está de pie – “homo viator” –  y camina, pero de pie, “erectus”, y camina en la esperanza. Y a donde quiera que va, sabe que el amor de Dios lo ha precedido: no existe una parte en el mundo que escape a la victoria de Cristo Resucitado. ¿Y cuál es la victoria de Cristo Resucitado? La victoria del amor. Gracias.  27.04.17

Santa Marta: ser cristianos no es un estatus, es dar testimonio de Jesús hasta el martirio

El Santo Padre invitó a pedir a Dios que el Espíritu Santo nos haga testigos
(Ciudad del Vaticano).- Ser cristiano no es pertenecer a un estatus social; ser cristianos significa ser testigos de obediencia a Dios, como hizo Jesús, aunque la consecuencia sean las persecuciones.
Lo indicó este jueves el papa Francisco en su homilía de la Misa celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta, invitando a pedir a Dios que el Espíritu Santo nos haga testigos.
Esta respuesta la da san Pedro cuando después de haber sido liberados de la cárcel por un ángel es llevado junto a los Apóstoles ante el sanedrín. Les había sido prohibido enseñar en el nombre de Jesús pero a pesar de ello llenaron a Jerusalén con su enseñanza.
El Pontífice partió del episodio narrado en la Primera Lectura tomada de los Hechos de los Apóstoles y recordó los primeros meses de la Iglesia, cuando la comunidad aumentaba y había tantos milagros. Estaba la fe del pueblo y no faltaban los “pequeños astutos que querían hacer carrera” como Ananías y Safira.
Pedro, que por temor había traicionado a Jesús ahora en cambio responde que “es necesario obedecer a Dios en lugar de a los hombres”. Esta respuesta hace comprender que “el cristiano es testigo de obediencia”, como Jesús cuando se aniquiló y en el huerto de los olivos y dijo al Padre: “Que se haga tu voluntad, no la mía”.
El cristiano es un testigo de obediencia y si nosotros no estamos por este camino de crecimiento en el testimonio de la obediencia, no somos cristianos. Al menos caminar por este camino: testigo de obediencia. Como Jesús. No es testigo de una idea, de una filosofía, de una empresa, de un banco, de un poder: es testigo de obediencia. Como Jesús”, dijo.
Además ser “testigos de obediencia” es “una gracia del Espíritu Santo”. Porque “solo el Espíritu puede hacernos testigos de obediencia. ‘No, yo voy a ver a aquel maestro espiritual, yo leo este libro…’. Todo está bien, pero sólo el Espíritu puede cambiarnos el corazón y puede hacernos a todos testigos de obediencia. Es una obra del Espíritu y debemos pedirlo, es una gracia que hay que pedir: ‘Padre, Señor Jesús, envíenme su Espíritu para que yo llegue a ser un testigo de obediencia’, es decir un cristiano”, dijo.
Como relata la Primera Lectura, ser testigos de obediencia tiene consecuencias, de hecho después de la respuesta de Pedro, querían matarlo.
Las consecuencias del testigo de obediencia son las persecuciones. Cuando Jesús enumera las Bienaventuranzas termina diciendo: ‘Bienaventurados ustedes cuando son perseguidos, insultados’. La cruz no se puede quitar de la vida de un cristiano. La vida de un cristiano no es un estatus social, no es un modo de vivir una espiritualidad que me hace bueno, que me hace un poco mejor. Esto no basta. La vida de un cristiano es el testimonio de obediencia y la vida de un cristiano está llena de calumnias, habladurías y persecuciones”.
Para ser testigos de obediencia como Jesús hay que rezar, reconocerse pecadores, con tantas “mundanidades” en el corazón y por ello pedir a Dios “la gracia de llegar a ser testigo de obediencia” y no tener miedo cuando llegan las persecuciones, las calumnias, porque el Señor dijo que cuando estemos ante el Juez, será el Espíritu quien nos sugerirá qué responder”.   28.04.17