24 de febr. 2019

PAPA DISCURSOS


Abusos en la Iglesia: “Ha llegado la hora de colaborar juntos para erradicar dicha brutalidad”

Discurso íntegro del Papa Francisco
(24 febrero 2019).- El Papa Francisco ha pronunciado un discurso conclusivo al final del Encuentro sobre ‘La Protección de los Menores en la Iglesia’, celebrado en el Vaticano del 21 al 24 de febrero de 2019, presidido por él mismo y celebrado junto a 190 representantes de la Iglesia Católica: Los Presidentes de las Conferencias Episcopales, Superiores y Superioras Religiosos, Líderes de las Iglesias Orientales, miembros de la Curia y del Comité Organizador del Encuentro.
En su discurso, el Papa concluye que el mal de los abusos un “problema universal y transversal” que desgraciadamente “se verifica en casi todas partes”. Sin embargo, reitera que “La universalidad de esta plaga, a la vez que confirma su gravedad en nuestras sociedades, no disminuye su monstruosidad dentro de la Iglesia”.
8 dimensiones
Así, el Pontífice ha propuesto 8 espacios de trabajo para combatir los abusos en la Iglesia, en su itinerario legislativo, y gracias al trabajo de la Comisión Pontificia para la Protección de los Menores y a la aportación de este encuentro. El Santo Padre se ha servido de la siete estrategias para erradicar la violencia contra los menores, las Best Practices formuladas, bajo la dirección de la Organización Mundial de la Salud, por un grupo de 10 agencias internacionales, llamadas INSPIRE.
  1. La protección de los menores: el objetivo principal de cualquier medida es el de proteger alos menores e impedir que sean víctimas de cualquier abuso psicológico y físico. Por lo tanto, es necesario cambiar la mentalidad para combatir la actitud defensiva-reaccionaria de salvaguardar la Institución, en beneficio de una búsqueda sincera y decisiva del bien de la comunidad, dando prioridad a las víctimas de los abusos en todos los sentidos.
  2. Seriedad impecable: deseo reiterar ahora que «la Iglesia no se cansará de hacer todo lo necesario para llevar ante la justicia a cualquiera que haya cometido tales crímenes. La Iglesia nunca intentará encubrir o subestimar ningún caso».
  1. Una verdadera purificación: a pesar de las medidas adoptadas y los progresos realizados en materia de prevención de los abusos, se necesita imponer un renovado y perenne empeño hacia la santidad en los pastores, cuya configuración con Cristo Buen Pastor es un derecho del pueblo de Dios.
  2. La formación: es decir, la exigencia de la selección y de la formación de los candidatos al sacerdocio con criterios no solo negativos, preocupados principalmente por excluir a las personas problemáticas, sino también positivos para ofrecer un camino de formación equilibrado a los candidatos idóneos, orientado a la santidad y en el que se contemple la virtud de la castidad.
  3. Reforzar y verificar las directrices de las Conferencias Episcopales: es decir, reafirmar la exigencia de la unidad de los obispos en la aplicación de parámetros que tengan valor de normas y no solo de orientación.
  4. Acompañar a las personas abusadas: El mal que vivieron deja en ellos heridas indelebles que se manifiestan en rencor y tendencia a la autodestrucción. La escucha sana al herido, y nos sana también a nosotros mismos del egoísmo, de la distancia, del “no me corresponde”, de la actitud del sacerdote y del levita de la parábola del Buen Samaritano.
  5. El mundo digital: la protección de los menores debe tener en cuenta las nuevas formas de abuso sexual y de abusos de todo tipo que los amenazan en los ambientes en donde viven y a través de los nuevos instrumentos que usan. (…) Los seminaristas, sacerdotes, religiosos, religiosas, agentes pastorales; todos deben tomar conciencia de que el mundo digital y el uso de sus instrumentos incide a menudo más profundamente de lo que se piensa.

    Discurso del Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas:
En la acción de gracias al Señor, que nos ha acompañado en estos días, quisiera agradeceros también a vosotros por el espíritu eclesial y el compromiso concreto que habéis demostrado con tanta generosidad.
Nuestro trabajo nos ha llevado a reconocer, una vez más, que la gravedad de la plaga de los abusos sexuales a menores es por desgracia un fenómeno históricamente difuso en todas las culturas y sociedades. Solo de manera relativamente reciente ha sido objeto de estudios sistemáticos, gracias a un cambio de sensibilidad de la opinión pública sobre un problema que antes se consideraba un tabú, es decir, que todos sabían de su existencia, pero del que nadie hablaba. Esto también me trae a la mente la cruel práctica religiosa, difundida en el pasado en algunas culturas, de ofrecer seres humanos —frecuentemente niños— como sacrificio en los ritos paganos. Sin embargo, todavía en la actualidad las estadísticas disponibles sobre los abusos sexuales a menores, publicadas por varias organizaciones y organismos nacionales e internacionales (OmsUnicefInterpolEuropol y otros), no muestran la verdadera entidad del fenómeno, con frecuencia subestimado, principalmente porque muchos casos de abusos sexuales a menores no son denunciados,[1] en particular aquellos numerosísimos que se cometen en el ámbito familiar.
    De hecho, muy raramente las víctimas confían y buscan ayuda.[2]Detrás de esta reticencia puede estar la vergüenza, la confusión, el miedo a la venganza, los sentimientos de culpa, la desconfianza en las instituciones, los condicionamientos culturales y sociales, pero también la desinformación sobre los servicios y las estructuras que pueden ayudar. Desgraciadamente, la angustia lleva a la amargura, incluso al suicidio, o a veces a vengarse haciendo lo mismo. Lo único cierto es que millones de niños del mundo son víctimas de la explotación y de abusos sexuales.
Sería importante presentar los datos generales —en mi opinión siempre parciales— a escala mundial,[3]después europeo, asiático, americano, africano y de Oceanía, para dar un cuadro de la gravedad y de la profundidad de esta plaga en nuestras sociedades.[4]Paraevitar discusiones inútiles, quisiera evidenciar antes de nada que la mención de algunos países tiene el único objetivo de citar datos estadísticos aparecidos en los informes mencionados.

La primera verdad que emerge de los datos disponibles es que quien comete los abusos, o sea las violencias (físicas, sexuales o emotivas) son sobre todo los padres, los parientes, los maridos de las mujeres niñas, los entrenadores y los educadores. Además, según los datos de UNICEF de 2017 referidos a 28 países del mundo, 9 de cada 10 muchachas, que han tenido relaciones sexuales forzadas, declaran haber sido víctimas de una persona conocida o cercana a la familia.
    Según los datos oficiales del gobierno americano, en los Estados Unidos más de 700.000 niños son víctimas cada año de violencia o maltrato, según el International Center For Missing and Exploited Children (ICMEC), uno de cada diez niños sufre abusos sexuales. En Europa, 18 millonesde niños son víctimas de abusos sexuales.[5]
Si nos fijamos por ejemplo en Italia, el informe del Telefono Azzurro de 2016 evidencia que el 68,9% de los abusos sucede dentro del ámbito doméstico del menor.[6]
Teatro de la violencia no es solo el ambiente doméstico, sino también el barrio, la escuela, el deporte[7]y también, por desgracia, el eclesial.
De los estudios efectuados en los últimos años sobre el fenómeno de los abusos sexuales a menores emerge que el desarrollo de la web y de los medios de comunicación ha contribuido a un crecimiento notable de los casos de abuso y violencia perpetrados online. La difusión de la pornografía se está esparciendo rápidamente en el mundo a través de la Red. La plaga de la pornografía ha alcanzado enormes dimensiones, con efectos funestos sobre la psique y las relaciones entre el hombre y la mujer, y entre ellos y los niños. Un fenómeno en continuo crecimiento. Una parte muy importante de la producción pornográfica tiene tristemente por objeto a los menores, que así son gravemente heridos en su dignidad. Los estudios en este campo documentan que esto sucede con modalidades cada vez más horribles y violentas; se llega al extremo de que los actos de abuso son encargados y efectuados en directo a través de la Red.[8]
    Recuerdo aquí el Congreso internacional celebrado en Roma sobre 
      la dignidad del niño en la era digital; así como el primer Fórum de la Alianza interreligiosa para Comunidades más seguras sobre el mismo tema y que tuvo lugar el pasado mes de noviembre en Abu Dhabi.
    Otra plaga es el turismo sexual: según los datos de 2017 de la Organización Mundial del Turismo, cada año en el mundo tres millones de personas emprenden un viaje para tener relaciones sexuales con un menor.[9]Es significativo el hecho de que los autores de tales crímenes, en la mayor parte de los casos, no reconocen que están cometiendo un delito.
    Estamos, por tanto, ante un problema universal y transversal que desgraciadamente se verifica en casi todas partes. Debemos ser claros: la universalidad de esta plaga, a la vez que confirma su gravedad en nuestras sociedades,[10]no disminuye su monstruosidad dentro de la Iglesia.
    La inhumanidad del fenómeno a escala mundial es todavía más grave y más escandalosa en la Iglesia, porque contrasta con su autoridad moral y su credibilidad ética. El consagrado, elegido por Dios para guiar las almas a la salvación, se deja subyugar por su fragilidad humana, o por su enfermedad, convirtiéndose en instrumento de satanás. En los abusos, nosotros vemos la mano del mal que no perdona ni siquiera la inocencia de los niños. No hay explicaciones suficientes para estos abusos en contra de los niños. Humildemente y con valor debemos reconocer que estamos delante del misterio del mal, que se ensaña contra los más débiles porque son imagen de Jesús. Por eso ha crecido actualmente en la Iglesia la conciencia de que se debe no solo intentar limitar los gravísimos abusos con medidas disciplinares y procesos civiles y canónicos, sino también afrontar con decisión el fenómeno tanto dentro como fuera de la Iglesia. La Iglesia se siente llamada a combatir este mal que toca el núcleo de su misión: anunciar el Evangelio a los pequeños y protegerlos de los lobos voraces.
    Quisiera reafirmar con claridad: si en la Iglesia se descubre incluso un solo caso de abuso —que representa ya en sí mismo una monstruosidad—, ese caso será afrontado con la mayor seriedad. De hecho, en la justificada rabia de la gente, la Iglesia ve el reflejo de Dios, traicionado y abofeteado por estos consagrados deshonestos. El eco de este grito silencioso de los pequeños, que en vez de encontrar en ellos paternidad y guías espirituales han encontrado a sus verdugos, hará temblar los corazones anestesiados por la hipocresía y por el poder. Nosotros tenemos el deber de escuchar atentamente este sofocado grito silencioso.
    No se puede, por tanto, comprender el fenómeno de los abusos sexuales a menores sin tomar en consideración el poder, en cuanto estos abusos son siempre la consecuencia del abuso de poder, aprovechando una posición de inferioridad del indefenso abusado que permite la manipulación de su conciencia y de su fragilidad psicológica y física. El abuso de poder está presente en otras formas de abuso de las que son víctimas casi 85 millones de niños, olvidados por todos: los niños soldado, los menores prostituidos, los niños malnutridos, los niños secuestrados y frecuentemente víctimas del monstruoso comercio de órganos humanos, o también transformados 
    en esclavos, los niños víctimas de la guerra, los niños refugiados, los niños abortados y así sucesivamente.
    Ante tanta crueldad, ante todo este sacrificio idolátrico de niños al dios del poder, del dinero, del orgullo, de la soberbia, no bastan meras explicaciones empíricas; estas no son capaces de hacernos comprender la amplitud y la profundidad del drama. Una vez más, la hermenéutica positivista demuestra su proprio límite. Nos da una explicación verdadera que nos ayudará a tomar las medidas necesarias, pero no es capaz de darnos un significado. Y hoy necesitamos tanto explicaciones como significados. Las explicaciones nos ayudarán mucho en el ámbito operativo,pero nos dejan a mitad de camino.
    ¿Cuál es, por tanto, el “significado” existencial de este fenómeno criminal? Teniendo en cuenta su amplitud y profundidad humana, hoy no puede ser otro que la manifestación del espíritu del mal. Si no tenemos presente esta dimensión estaremos lejos de la verdad y sin verdaderas soluciones.
    Hermanos y hermanas, hoy estamos delante de una manifestación del mal, descarada, agresiva y destructiva. Detrás y dentro de esto está el espíritu del mal que en su orgullo y en su soberbia se siente el señor del mundo[11]y piensa que ha vencido. Esto quisiera decíroslo con la autoridad de hermano y de padre, ciertamente pequeño, pero que es el pastor de la Iglesia que preside en la caridad: en estos casos dolorosos veo la mano del mal que no perdona ni siquiera la inocencia de los pequeños. Y esto me lleva a pensar en el ejemplo de Herodes que, empujado por el miedo a perder su poder, ordenó masacrar a todos los niños de Belén.[12]
    Y de la misma manera que debemos tomar todas las medidas prácticas que nos ofrece el sentido común, las ciencias y la sociedad, no debemos perder de vista esta realidad y tomar las medidas espirituales que el mismo Señor nos enseña: humillación, acto de contrición, oración, penitencia. Esta es la única manera para vencer el espíritu del mal. Así lo venció Jesús.[13].
    Así pues, el objetivo de la Iglesia será escuchar, tutelar, proteger y cuidar a los menores abusados, explotados y olvidados, allí donde se encuentren. La Iglesia, para lograr dicho objetivo, tiene que estar por encima de todas las polémicas ideológicas y las políticas periodísticas que a menudo instrumentalizan, por intereses varios, los mismos dramas vividos por los pequeños.
    Por lo tanto, ha llegado la hora de colaborar juntos para erradicar dicha brutalidad del cuerpo de nuestra humanidad, adoptando todas las medidas necesarias ya en vigor a nivel internacional y a nivel eclesial. Ha llegado la hora de encontrar el justo equilibrio entre todos los valores en juego y de dar directrices uniformes para la Iglesia, evitando los dos extremos de un justicialismo, provocado por el sentido de culpa por los errores pasados y de la presión del mundo mediático, y de una autodefensa que no afronta las causas y las consecuencias de estos graves delitos.
    En este contexto, deseo mencionar las Best Practices formuladas, bajo la dirección de la Organización Mundial de la Salud,[14]por un grupo de diez agencias internacionales que ha desarrollado y aprobado un paquete de medidas llamado INSPIRE, es decir, siete estrategias para erradicar la violencia contra los menores.[15]
    Sirviéndose de estas directrices, la Iglesia, en su itinerario legislativo, gracias también al trabajo desarrollado en los últimos años por la Comisión Pontificia para la Protección de los Menores y a la aportación de este encuentro, se centrará en las siguientes dimensiones:
    La protección de los menores: el objetivo principal de cualquier medida es el de proteger alos menores e impedir que sean víctimas de cualquier abuso psicológico y físico. Por lo tanto, es necesario cambiar la mentalidad para combatir la actitud defensiva-reaccionaria de salvaguardar la Institución, en beneficio de una búsqueda sincera y decisiva del bien de la comunidad, dando prioridad a las víctimas de los abusos en todos los sentidos. Ante nuestros ojos siempre deben estar presentes los rostros inocentes de los pequeños, recordando las palabras del Maestro: «Al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que le colgasen una piedra de molino al cuello y lo arrojasen al fondo del mar. ¡Ay del mundo por los escándalos! Es inevitable que sucedan escándalos, ¡pero ay del hombre por el que viene el escándalo!» (Mt18,6-7).
    1. Seriedad impecable: deseo reiterar ahora que «la Iglesia no se cansará de hacer todo lo necesario para llevar ante la justicia a cualquiera que haya cometido tales crímenes. La Iglesia nunca intentará encubrir o subestimar ningún caso» (Discurso a la Curia Romana, 21 diciembre 2018). Tiene la convicción de que «los pecados y crímenes de las personas consagradas adquieren un tinte todavía más oscuro de infidelidad, de vergüenza, y deforman el rostro de la Iglesia socavando su credibilidad. En efecto, también la Iglesia, junto con sus hijos fieles, es víctima de estas infidelidades y de estos verdaderos y propios delitos de malversación» (ibíd.).
    2. Una verdadera purificación: a pesar de las medidas adoptadas y los progresos realizados en materia de prevención de los abusos, se necesita imponer un renovado y perenne empeño hacia la santidad en los pastores, cuya configuración con Cristo Buen Pastor es un derecho del pueblo de Dios. Se reitera entonces «su firme voluntad de continuar, con toda su fuerza, en el camino de la purificación. La Iglesia se cuestionará […] cómo proteger a los niños; cómo evitar tales desventuras, cómo tratar y reintegrar a las víctimas; cómo fortalecer la formación en los seminarios. Se buscará transformar los errores cometidos en oportunidades para erradicar este flagelo no solo del cuerpo de la Iglesia sino también de la sociedad» (ibíd.). El santo temor de Dios nos lleva a acusarnos a nosotros mismos —como personas y como institución— y a reparar nuestras faltas. Acusarnos a nosotros mismos: es un inicio sapiencial, unido al santo temor de Dios. Aprender a acusarse a sí mismo, como personas, como instituciones, como sociedad. En realidad, no debemos caer en la trampa de acusar a los otros, que es un paso hacia la excusa que nos separa de la realidad.

  1. La formación: es decir, la exigencia de la selección y de la formación de los candidatos al sacerdocio con criterios no solo negativos, preocupados principalmente por excluir a las personas problemáticas, sino también positivos para ofrecer un camino de formación equilibrado a los candidatos idóneos, orientado a la santidad y en el que se contemple la virtud de la castidad. San Pablo VI escribía en la encíclica Sacerdotalis caelibatus: «Una vida tan total y delicadamente comprometida interna y externamente, como es la del sacerdocio célibe, excluye, de hecho, a los sujetos de insuficiente equilibrio psicofísico y moral, y no se debe pretender que la gracia supla en esto a la naturaleza» (n. 64).
  2. Reforzar y verificar las directrices de las Conferencias Episcopales: es decir, reafirmar la exigencia de la unidad de los obispos en la aplicación de parámetros que tengan valor de normas y no solo de orientación. Ningún abuso debe ser jamás encubierto ni infravalorado (como ha sido costumbre en el pasado), porque el encubrimiento de los abusos favorece que se extienda el mal y añade un nivel adicional de escándalo. De modo particular, desarrollar un nuevo y eficaz planteamiento para la prevención en todas las instituciones y ambientes de actividad eclesial.
  1. Acompañar a las personas abusadas: El mal que vivieron deja en ellos heridas indelebles que se manifiestan en rencor y tendencia a la autodestrucción. Por lo tanto, la Iglesia tiene el deber de ofrecerles todo el apoyo necesario, valiéndose de expertos en 

  1. esta materia. Escuchar, dejadme decir: “perder tiempo” en escuchar. La escucha sana al herido, y nos sana también a nosotros mismos del egoísmo, de la distancia, del “no me corresponde”, de la actitud del sacerdote y del levita de la parábola del Buen Samaritano.
  2. El mundo digital: la protección de los menores debe tener en cuenta las nuevas formas de abuso sexual y de abusos de todo tipo que los amenazan en los ambientes en donde viven y a través de los nuevos instrumentos que usan. Los seminaristas, sacerdotes, religiosos, religiosas, agentes pastorales; todos deben tomar conciencia de que el mundo digital y el uso de sus instrumentos incide a menudo más profundamente de lo que se piensa. Se necesita aquí animar a los países y a las autoridades a aplicar todas las medidas necesarias para limitar los sitios de internet que amenazan la dignidad del hombre, de la mujer y de manera particular a los menores: el delito no goza del derecho a la libertad. Es necesario oponernos absolutamente, con la mayor decisión, a estas abominaciones, vigilar y luchar para que el crecimiento de los pequeños no se turbe o se altere por su acceso incontrolado a la pornografía, que dejará profundos signos negativos en su mente y en su alma. Es necesario comprometernos para que los chicos y las chicas, de modo particular los seminaristas y el clero, no sean esclavos de dependencias basadas en la explotación y el abuso criminal de los inocentes y de sus imágenes, y en el desprecio de la dignidad de la mujer y de la persona humana. Se evidencian aquí las nuevas normas “sobre los delitos más graves” aprobadas por el papa Benedicto XVI en el año 2010, donde fueron añadidos como nuevos casos de delitos «la adquisición, la retención o divulgación» realizada por un clérigo «en cualquier forma y con cualquier tipo de medio, de imágenes pornográficas de menores». Entonces se hablaba de «menores de edad inferior a 14 años», ahora pensamos elevar este límite de edad para extender la protección de los menores e insistir en la gravedad de estos hechos.
    1. El turismo sexual: la conducta, la mirada, la actitud de los discípulos y de los servidores deJesús han de saber reconocer la imagen de Dios en cada criatura humana, comenzando por los más inocentes. Solo aprovechando este respeto radical por la dignidad del otro podemos defenderlo del poder dominante de la violencia, la explotación, el abuso y la corrupción, y servirlo de manera creíble en su crecimiento integral, humano y espiritual, en el encuentro con los demás y con Dios. Para combatir el turismo sexual se necesita la acción represiva judicial, pero también el apoyo y proyectos de reinserción de las víctimas de dicho fenómeno criminal. Las comunidades eclesiales están llamadas a reforzar la atención pastoral a las personas explotadas por el turismo sexual. Entre estas, las más vulnerables y necesitadas de una ayuda especial son ciertamente las mujeres, los menores y los niños; estos últimos, necesitan todavía de una protección y de una atención especial. Las autoridades gubernamentales deben dar prioridad y actuar con urgencia para combatir el tráfico y la explotación económica de los niños. Para este fin, es importante coordinar los esfuerzos en todos los niveles de la sociedad y trabajar estrechamente con las organizaciones internacionales para lograr un marco legal que proteja a los niños de la explotación sexual en el turismo y permita perseguir legalmente a los delincuentes.[16] 
    Permitidme un agradecimiento de corazón a todos los sacerdotes ylos consagrados que sirven al Señor con fidelidad y totalmente, y que se sienten deshonrados y desacreditados por la conducta vergonzosa de algunos de sus hermanos. Todos —Iglesia, consagrados, Pueblo de Dios y hasta Dios mismo— sufrimos las consecuencias de su infidelidad. Agradezco, en nombre de toda la Iglesia, a la gran mayoría de sacerdotes que no solo son fieles a su celibato, sino que se gastan en un ministerio que es hoy más difícil por los escándalos de unos pocos —pero siempre demasiados— hermanos suyos. Y gracias también a los laicos que conocen bien a sus buenos pastores y siguen rezando por ellos y sosteniéndolos.
    Finalmente, quisiera destacar la importancia de transformar este mal en oportunidad de purificación. Miremos a Edith Stein – santa Teresa Benedicta de la Cruz, con la certeza de que «en la noche más oscura surgen los más grandes profetas y los santos. Sin embargo, la corriente vivificante de la vida mística permanece invisible. Seguramente, los acontecimientos decisivos de la historia del mundo fueron esencialmente influenciados por almas sobre las cuales nada dicen los libros de historia. Y cuáles sean las almas a las que hemos de agradecer los acontecimientos decisivos de nuestra vida personal, es algo que solo sabremos el día en que todo lo oculto será revelado». El santo Pueblo fiel de Dios, en su silencio cotidiano, de muchas formas y maneras continúa haciendo visible y afirmando con “obstinada” esperanza que el Señor no abandona, que sostiene la entrega constante y, en tantas situaciones, dolorosa de sus hijos. El santo y paciente Pueblo fiel de Dios, sostenido y vivificado por el Espíritu Santo, es el rostro mejor de la Iglesia profética que en su entrega cotidiana sabe poner en el centro a su Señor. Será justamente este santo Pueblo de Dios el que nos libre de la plaga del clericalismo, que es el terreno fértil para todas estas abominaciones.  El resultado mejor y la resolución más eficaz que podamos dar a las víctimas, al Pueblo de la santa Madre Iglesia y al mundo entero, es el compromiso por una conversión personal y colectiva, y la humildad de aprender, escuchar, asistir y proteger a los más vulnerables.
    Hago un sentido llamamiento a la lucha contra el abuso de menores en todos los ámbitos, tanto en el ámbito sexual como en otros, por parte de todas las autoridades y de todas las personas, porque se trata de crímenes abominables que hay que extirpar de la faz de la tierra: esto lo piden las numerosas víctimas escondidas en las familias y en los diversos ámbitos de nuestra sociedad.  25.02.19



Diócesis de Roma: El Papa conocerá la parroquia de Labaro

Familias, jóvenes, personas sin hogar y enfermos

(25 febrero 2019).- El Obispo de Roma visitará una parroquia de su diócesis, en los suburbios del norte de Roma, Labaro, el domingo 3 de marzo de 2019, anuncia la Oficina de Prensa de la Santa Sede, el lunes 25 de febrero.
El Papa visitará la parroquia de San Crispino da Viterbo y presidirá la misa del domingo: pantallas gigantes permitirán a todos seguir la celebración pero fuera de la iglesia.
El Papa también dedicará tiempo a los niños y jóvenes, a las familias cuyos niños pequeños han sido bautizados, a las personas sin hogar, con la ayuda de voluntarios de Caritas de Roma y  de la comunidad de San Egidio, a los enfermos y discapacitados. Anuncia el Vicariato de Roma.
El Papa será recibido por el cardenal vicario de Roma, Angelo De Donatis y por el obispo auxiliar de este sector, Mons. Guerino Di Tora, y por el párroco, padre Luciano Cacciamani y su vicario, el padre Andrea Lamonaca, y los otros sacerdotes al servicio de la parroquia.
San Crispín
Juan Pablo II visitó esta parroquia el 28 de marzo de 1993.
San Crispín era un italiano capuchino de Viterbo, como su nombre lo dice (+ 1750, en el siglo, Pietro Fioretti). Fue beatificado en 1806 por Pío VII y canonizado por Juan Pablo II en 1982: “durante una búsqueda en las aldeas de montaña, enseñó a los habitantes del campo los comienzos de la fe”, dice el martirologio romano, el 19 de mayo es el día de su fiesta.
26.02.19


Mensaje de Cuaresma: “Si el hombre vive como persona redimida, beneficia también a la creación”

Palabras del Papa
(26 febrero 2019).- El mensaje del Papa Francisco para el tiempo de Cuaresma es una llamada a “abandonar el egoísmo, la mirada fija en nosotros mismos”, y “dirigirnos a la Pascua de Jesús”, bajo el tema La creación, expectante, está aguardando la manifestación de los hijos de Dios (Rm 8,19).
Esta mañana, martes, 26 de febrero de 2019, se ha presentado en la Oficina de Prensa de la Santa Sede el texto de este mensaje que el Pontífice lanza a los fieles católicos para vivir mejor la Cuaresma de 2019.
Para el Papa Francisco, hay 3 líneas generales de reflexión en esta Cuaresma: la redención de la creación; la fuerza destructiva del pecado; y la fuerza regeneradora del arrepentimiento y del perdón.

Redención de la creación
Fuerza destructiva del pecado
Fuerza regeneradora del perdón
* * * *
Mensaje del Santo Padre
Queridos hermanos y hermanas:
Cada año, a través de la Madre Iglesia, Dios «concede a sus hijos anhelar, con el gozo de habernos purificado, la solemnidad de la Pascua, para que […] por la celebración de los misterios que nos dieron nueva vida, lleguemos a ser con plenitud hijos de Dios» (Prefacio I de Cuaresma). De este modo podemos caminar, de Pascua en Pascua, hacia el cumplimiento de aquella salvación que ya hemos recibido gracias al misterio pascual de Cristo: «Pues hemos sido salvados en esperanza» (Rm 8,24). Este misterio de salvación, que ya obra en nosotros durante la vida terrena, es un proceso dinámico que incluye también a la historia y a toda la creación. San Pablo llega a decir: «La creación, expectante, está aguardando la manifestación de los hijos de Dios» (Rm8,19). Desde esta perspectiva querría sugerir algunos puntos de reflexión, que acompañen nuestro camino de conversión en la próxima Cuaresma.
1. La redención de la creación
La celebración del Triduo Pascual de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, culmen del año litúrgico, nos llama una y otra vez a vivir un itinerario de preparación, conscientes de que ser conformes a Cristo (cf. Rm 8,29) es un don inestimable de la misericordia de Dios.
Si el hombre vive como hijo de Dios, si vive como persona redimida, que se deja llevar por el Espíritu Santo (cf. Rm 8,14), y sabe reconocer y poner en práctica la ley de Dios, comenzando por la que está inscrita en su corazón y en la naturaleza, beneficia también a la creación, cooperando en su redención. Por esto, la creación —dice san Pablo— desea ardientemente que se manifiesten los hijos de Dios, es decir, que cuantos gozan de la gracia del misterio pascual de Jesús disfruten plenamente de sus frutos, destinados a alcanzar su maduración completa en la redención del mismo cuerpo humano. Cuando la caridad de Cristo transfigura la vida de los santos —espíritu, alma y cuerpo—, estos alaban a Dios y, con la oración, la contemplación y el arte hacen partícipes de ello también a las criaturas, como demuestra de forma admirable el “Cántico del hermano sol” de san Francisco de Asís (cf. Enc. Laudato si’, 87). Sin embargo, en este mundo la armonía generada por la redención está amenazada, hoy y siempre, por la fuerza negativa del pecado y de la muerte.
2. La fuerza destructiva del pecado
Efectivamente, cuando no vivimos como hijos de Dios, a menudo tenemos comportamientos destructivos hacia el prójimo y las demás criaturas —y también hacia nosotros mismos—, al considerar, más o menos conscientemente, que podemos usarlos como nos plazca. Entonces, domina la intemperancia y eso lleva a un estilo de vida que viola los límites que nuestra condición humana y la naturaleza nos piden respetar, y se siguen los deseos incontrolados que en el libro de la Sabiduría se atribuyen a los impíos, o sea a quienes no tienen a Dios como punto de referencia de sus acciones, ni una esperanza para el futuro (cf. 2,1-11). Si no anhelamos continuamente la Pascua, si no vivimos en el horizonte de la Resurrección, está claro que la lógica del todo y ya, del tener cada vez más acaba por imponerse.
Como sabemos, la causa de todo mal es el pecado, que desde su aparición entre los hombres interrumpió la comunión con Dios, con los demás y con la creación, a la cual estamos vinculados ante todo mediante nuestro cuerpo. El hecho de que se haya roto la comunión con Dios, también ha dañado la relación armoniosa de los seres humanos con el ambiente en el que están llamados a vivir, de manera que el jardín se ha transformado en un desierto (cf. Gn 3,17-18). Se trata del pecado que lleva al hombre a considerarse el dios de la creación, a sentirse su dueño absoluto y a no usarla para el fin deseado por el Creador, sino para su propio interés, en detrimento de las criaturas y de los demás.
Cuando se abandona la ley de Dios, la ley del amor, acaba triunfando la ley del más fuerte sobre el más débil. El pecado que anida en el corazón del hombre (cf. Mc 7,20-23) —y se manifiesta como avidez, afán por un bienestar desmedido, desinterés por el bien de los demás y a menudo también por el propio— lleva a la explotación de la creación, de las personas y del medio ambiente, según la codicia insaciable que considera todo deseo como un derecho y que antes o después acabará por destruir incluso a quien vive bajo su dominio.
3. La fuerza regeneradora del arrepentimiento y del perdón
Por esto, la creación tiene la irrefrenable necesidad de que se manifiesten los hijos de Dios, aquellos que se han convertido en una “nueva creación”: «Si alguno está en Cristo, es una criatura nueva. Lo viejo ha pasado, ha comenzado lo nuevo» (2 Co5,17). En efecto, manifestándose, también la creación puede “celebrar la Pascua”: abrirse a los cielos nuevos y a la tierra nueva (cf. Ap 21,1). Y el camino hacia la Pascua nos llama precisamente a restaurar nuestro rostro y nuestro corazón de cristianos, mediante el arrepentimiento, la conversión y el perdón, para poder vivir toda la riqueza de la gracia del misterio pascual.
Esta “impaciencia”, esta expectación de la creación encontrará cumplimiento cuando se manifiesten los hijos de Dios, es decir cuando los cristianos y todos los hombres emprendan con decisión el “trabajo” que supone la conversión. Toda la creación está llamada a salir, junto con nosotros, «de la esclavitud de la corrupción para entrar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios» (Rm 8,21). La Cuaresma es signo sacramental de esta conversión, es una llamada a los cristianos a encarnar más intensa y concretamente el misterio pascual en su vida personal, familiar y social, en particular, mediante el ayuno, la oración y la limosna.
Ayunar, o sea aprender a cambiar nuestra actitud con los demás y con las criaturas: de la tentación de “devorarlo” todo, para saciar nuestra avidez, a la capacidad de sufrir por amor, que puede colmar el vacío de nuestro corazón. Orar para saber renunciar a la idolatría y a la autosuficiencia de nuestro yo, y declararnos necesitados del Señor y de su misericordia. Dar limosna para salir de la necedad de vivir y acumularlo todo para nosotros mismos, creyendo que así nos aseguramos un futuro que no nos pertenece. Y volver a encontrar así la alegría del proyecto que Dios ha puesto en la creación y en nuestro corazón, es decir amarle, amar a nuestros hermanos y al mundo entero, y encontrar en este amor la verdadera felicidad.
Queridos hermanos y hermanas, la “Cuaresma” del Hijo de Dios fue un entrar en el desierto de la creación para hacer que volviese a ser aquel jardín de la comunión con Dios que era antes del pecado original (cf. Mc 1,12-13; Is 51,3). Que nuestra Cuaresma suponga recorrer ese mismo camino, para llevar también la esperanza de Cristo a la creación, que «será liberada de la esclavitud de la corrupción para entrar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios» (Rm 8,21). No dejemos transcurrir en vano este tiempo favorable. Pidamos a Dios que nos ayude a emprender un camino de verdadera conversión. Abandonemos el egoísmo, la mirada fija en nosotros mismos, y dirijámonos a la Pascua de Jesús; hagámonos prójimos de nuestros hermanos y hermanas que pasan dificultades, compartiendo con ellos nuestros bienes espirituales y materiales. Así, acogiendo en lo concreto de nuestra vida la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte, atraeremos su fuerza transformadora también sobre la creación.
Vaticano, 4 de octubre de 2018
Fiesta de san Francisco de Asís
27.02.19



Audiencia general del 27 de febrero de 2019

Santificado sea tu nombre’
27 febrero 2019).- La audiencia general ha tenido lugar a las 9:20 horas en la Plaza de San Pedro donde el Santo Padre Francisco ha encontrado grupos de peregrinos y fieles de Italia y de todo el mundo y, retomando el ciclo de catequesis sobre el Padre nuestro, se ha centrado en la frase “Santificado sea tu nombre”  (Pasaje bíblico: Ezequiel  36, 22-23)

Catequesis del Santo Padre
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Parece que el invierno se esté yendo y por eso hemos vuelto a la Plaza. ¡Bienvenidos a la Plaza!
En nuestro itinerario de redescubrimiento de  la oración del “Padre Nuestro”, hoy profundizaremos la primera de sus siete peticiones, es decir, “santificado sea tu nombre”.
Las invocaciones del “Padre Nuestro” son siete, fácilmente divisibles en dos subgrupos. Las tres primeras tienen el “Tú” de Dios Padre en el centro; las otras cuatro tienen en el centro el “nosotros” y nuestras necesidades humanas. En la primera parte, Jesús nos hace entrar en sus deseos, todos dirigidos al Padre: “Santificado sea tu nombre, venga tu reino, hágase tu voluntad”; en la segunda es Él quien entra en nosotros y se hace intérprete de nuestras necesidades: el pan de cada día, el perdón de los pecados, la ayuda en la tentación y la liberación del mal.
Aquí está la matriz de toda oración cristiana, -diría de toda oración humana- que está siempre hecha, por un lado, de la contemplación de Dios, de su misterio, de su belleza y bondad, y, por el otro, de sincera y valiente petición de lo que necesitamos para vivir, y vivir bien. Así, en su simplicidad y en su esencialidad, el “Padre Nuestro” educa a quienes le ruegan a no multiplicar palabras vanas, porque, como dice el mismo Jesús, “vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo” (Mt, 6, 8).
Cuando hablamos con Dios, no lo hacemos para revelarle lo que tenemos en nuestros corazones: ¡Él lo sabe mucho mejor! Si Dios es un misterio para nosotros, nosotros, en cambio, no somos un enigma para sus ojos (cf. Sal 139: 1-4). Dios es como esas madres a las que les basta una mirada para entenderlo  todo de sus hijos: si están contentos o están tristes, si son sinceros u ocultan algo …

El primer paso en la oración cristiana es, por lo tanto, la entrega de nosotros mismos a Dios, a su providencia. Es como decir: “Señor, tú lo sabes todo, ni siquiera hace falta que te cuente  mi dolor, solo te pido que te quedes aquí a mi lado: eres Tú mi esperanza”. Es interesante notar que Jesús, en el Sermón de la Montaña, inmediatamente después de transmitir el texto del “Padre Nuestro”, nos exhorta a no preocuparnos y no afanarnos por las cosas. Parece una contradicción: primero nos enseña a pedir el pan de cada día y luego nos dice: «No andéis preocupados por vuestra vida, qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis” (Mt 6,31). Pero la contradicción es solo aparente: las peticiones de los cristianos expresan confianza en el Padre. Y es precisamente esta confianza la que nos hace pedir lo que necesitamos sin afán ni agitación.
Por eso rezamos diciendo: “¡Santificado sea tu nombre!”. En esta petición – la primera, ¡Santificado sea tu nombre! – se siente toda la admiración de Jesús por la belleza y la grandeza del Padre, y el deseo de que todos lo reconozcan y lo amen por lo que realmente es. Y al mismo tiempo, está la súplica de que su nombre sea santificado en nosotros, en nuestra familia, en nuestra comunidad, en el mundo entero. Es Dios quien nos santifica, quien nos transforma con su amor, pero al mismo tiempo también somos nosotros quienes, a través de nuestro testimonio, manifestamos la santidad de Dios  en el mundo, haciendo presente su nombre. Dios es santo, pero si nosotros, si nuestra vida no es santa, hay una gran incoherencia. La santidad de Dios debe reflejarse en nuestras acciones, en nuestra vida. “Yo soy cristiano, Dios es santo, pero yo hago tantas cosas malas”; no, esto no vale. Esto también hace daño, esto escandaliza y no ayuda.
La santidad de Dios es una fuerza en expansión, y nosotros le suplicamos para que rompa  rápidamente las barreras de nuestro mundo. Cuando Jesús comienza a predicar, el primero en pagar las consecuencias es precisamente el mal que aflige al mundo. Los espíritus malignos imprecan: “¿Qué tenemos nosotros contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres tú: ¡el Santo de Dios!”(Mc 1, 24). Nunca se había visto una santidad semejante: no preocupada por ella misma, sino volcada hacia el exterior. Una santidad – la de Jesús- que se expande en círculos concéntricos, como cuando arrojamos una piedra a un estanque. El mal tiene los días contados, el mal no es eterno, el mal ya no puede hacernos daño: ha llegado el hombre fuerte que toma posesión de su casa (cf. Mc 3, 23-27). Y este hombre fuerte es Jesús, que nos da a nosotros también la fuerza para tomar posesión de nuestra casa interior.
La oración ahuyenta todo miedo. El Padre nos ama, el Hijo levanta sus brazos al lado de los nuestros, el Espíritu obra en secreto por la redención del mundo. ¿Y nosotros? Nosotros no vacilamos en la incertidumbre, sino que tenemos una certeza: Dios me ama; Jesús ha dado la vida por mí. El Espíritu está dentro de mí. Y esta es la gran cosa cierta. ¿Y el mal? Tiene miedo. Y esto es hermoso.  
28.02.19



No esperes a convertirte”, invita el Papa en la Misa de Santa Marta

Si no eres capaz de dominar tus deseos, ellos te dominarán”

(28 febrero 2019).- “No esperes a convertirte, a cambiar tu vida, a perfeccionar tu vida”, alentó al Papa Francisco en la Misa de la mañana del 28 de febrero de 2019, en la capilla de su casa de Santa Marta.
La sabiduría es algo de todos los días”, dijo el Papa al comentar sobre la Primera Lectura del Libro del Eclesiástico, donde se leen las indicaciones “de padre a hijo, de abuelo a nieto”: “No te dejes llevar por tu instinto y tu fuerza para seguir los deseos de tu corazón”.
Todos tenemos deseos”, dijo el Papa en su homilía informada por Vatican News. “Pero ten cuidado, domina tus deseos. Tómalos en la mano, los deseos no son malos, son la ‘sangre’ que lleva todas las cosas buenas, pero si no puede dominar sus deseos, son ellos quienes lo dominarán. Para, para”.
El Pontífice también señaló que la vida es efímera y el hombre mortal comentó las palabras de este pasaje: “No digas: ‘He pecado y nada me ha pasado’ porque el Señor sabe cómo esperar mucho tiempo. No se te asegura el perdón hasta el punto de amontonar el pecado sobre el pecado. No digas: ‘Su misericordia es grande, él perdonará todos mis pecados’, porque en él hay pena, pero también ira”.
Invitó a no ser “tan imprudente en creer que saldrás de eso… y así seguiré haciendo lo que quiero”. Y citó el consejo del sabio: “No se demore en regresar al Señor, no pospongas tu decisión día a día; porque de pronto estallará la ira de Dios.
No esperes a convertirte”, insistió el Papa, “para cambiar tu vida, para perfeccionar tu vida, para quitarte esa hierba, todos la tenemos”.
Hagamos este pequeño examen de conciencia todos los días, para convertirnos al Señor”, para concluir: “Mañana trataré de no hacerlo más”.

Puede que lo hagas un poco menos, pero habrás logrado gobernar y no ser gobernado por sus deseos… Ninguno de nosotros está seguro de la forma en que terminará nuestra vida y cuándo terminará. Estos cinco minutos al final del día nos ayudarán, nos ayudarán mucho a pensar y no repeler el cambio de corazón y la conversión”.
01.03.19



Mons. Rogelio Cabrera, tras la reunión con el Papa, apunta a “situarnos a favor de las víctimas” y al “deber humanitario de atender” a los migrantes

Audiencia del Papa con 4 obispos mexicanos

(1 marzo 2019).- La atención humanitaria por parte de la Iglesia mexicana a los migrantes de la “caravana” procedente de Centroamérica, la importante participación en el Encuentro sobre ‘La Protección de los Menores en la Iglesia’, y la misión de los jóvenes mexicanos son los principales temas tratados en el encuentro del Papa con los obispos mexicanos...
El Santo Padre ha recibido esta mañana en audiencia privada al Presidente de la Conferencia del Episcopado Mexicano, junto a los otros tres obispos dirigentes de la CEM: Mons. Carlos Garfias Merlos, arzobispo de Morelia, vicepresidente; Mons. Alfonso Miranda Guardiola, obispo de Idicra y obispo auxiliar de Monterrey, secretario general; y Mons. Ramón Castro Castro, obispo de Cuernavaca, tesorero general.
Plan Pastoral 2031- 2033
Los obispos mexicanos “Le llevamos el cariñoso saludo de parte del pueblo mexicano” y “le reiteramos el aprecio, apoyo y fidelidad de todos los hermanos en el episcopado”. Asimismo, los prelados de la CEM le entregaron un ejemplar del Proyecto Global de Pastoral 2031- 2033, y platicaron sobre la experiencia de la participación del Presidente de la CEM, en el Encuentro de Protección de menores, y todas las acciones recomendadas.

Además, han dialogado con el Papa sobre la realidad que viven los hermanos migrantes “en su difícil paso a través de nuestro territorio nacional”, y la ayuda que les brinda la Iglesia, aseguran, y finalmente le compartieron el trabajo que hace la Iglesia católica, especialmente en el tema de “construcción de paz en México”.
Exhortación del Papa
El Santo Padre ha exhortado a los obispos mexicanos a tres primeras consideraciones: La atención a las víctimas, la formación de sacerdotes y la indicación de “reforzar y verificar las directrices de las Conferencias Episcopales elevándolas a un rango normativo, no solo indicativo”, dice el comunicado emitido por la CEM esta mañana.
En el caso particular de México, ahora le corresponderá a la CEM “apoyar, supervisar y verificar en cada una de las diócesis”, el cumplimiento, por una parte, de los procedimientos canónicos establecidos, estos últimos de acuerdo a las Líneas Guías, aprobadas por los obispos de México, y validadas por la Santa Sede; y por otra, el Protocolo de aplicación civil, conforme a la legislación sustantiva y adjetiva penal de los diferentes Estados de la República.
Entrevista realizada  en exclusiva, a Mons. Rogelio Cabrera, Presidente de la Conferencia del Episcopado Mexicano.
02.03.19


Ángelus: De lo que rebosa el corazón habla la boca

Palabras del papa antes del Ángelus

(3 marzo 2019).- A las 12 horas de hoy, el Santo Padre Francisco se asoma a la ventana del estudio en el Palacio Apostólico Vaticano para recitar el Ángelus con los fieles y los peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro. Estas son las palabras del Papa al presentar la oración mariana:
Palabras del Papa antes del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días!.
El pasaje del Evangelio de hoy presenta breves parábolas con las que Jesús quiere mostrar a sus discípulos el camino para vivir sabiamente, con la pregunta ¿puede un ciego guiar a otro ciego?  él quiere subrayar que el guía no puede ser ciego, sino que debe ver bien, es decir, debe poseer sabiduría para poder guiar con sabiduría, de lo contrario corre el riesgo de perjudicar a las personas que a él se le confían.
Jesús llama así la atención de las personas que tienen responsabilidades educativas o de liderazgo, los pastores de almas, las autoridades públicas, los legisladores, los maestros, los padres, exhortándolos a hacer consciente de su delicado papel y a discernir siempre el camino correcto a seguir para guiar a las personas.
Y Jesús toma prestada unas sabia expresión para señalarse a sí mismo como modelo de maestro y guía a seguir. El discípulo no es más que su maestro, si bien cuando termine su aprendizaje será como su maestro, es una invitación a seguir su ejemplo y su enseñanza para ser guías seguros y sabios y esta enseñanza está contenida sobre todo en el sermón de la montaña que desde hace tres domingo la liturgia nos propone en el Evangelio indicando la actitud de mansedumbre y misericordia para ser personas sinceras humildes y justas.
En el pasaje de hoy encontramos otra frase significativa, una que nos exhorta a no ser presuntuosos e hipócritas, dice así: !porque te fijas en la paja que está en el ojo de tu hermano y no ves la viga que llevas en el tuyo¡  muchas veces es más fácil o más cómodo ver y condenar las faltas y pecados de los demás sin poder ver los propios con la misma lucidez, nosotros siempre escondemos nuestros defectos, incluso los escondemos a nosotros mismos, sin embargo es muy fácil ver los defectos de los demás, la tentación es ser indulgente con uno mismo, mano larga con uno mismo y duros y condenar a los demás.
Es siempre útil ayudar al prójimo con consejos sabios, pero mientras observamos y corregimos las faltas de nuestro prójimo también debemos ser conscientes de que nosotros mismos tenemos faltas, sí yo no creo que tengo faltas no puedo corregir ni condenar a los demás, todos tenemos defectos, todos, y debemos de ser conscientes y antes de condenar a los demás tenemos que mirarnos a nosotros mismos dentro, y de esta manera seremos creíbles, actuaremos con humildad dando testimonio de caridad.
¿Como podemos entender si nuestro ojo está libre o está bloqueado por una viga?. Una vez más es Jesús quien nos dice: no hay árbol bueno que produzca malos frutos, ni árbol malo que produzca buenos frutos. De hecho cada árbol se reconoce por su fruto, el fruto es la acción pero también las palabras, incluso de las palabras se conoce la calidad del árbol, porque el que es bueno saca de su corazón y de su boca lo que es bueno y el que es malo saca lo malo haciendo el ejercicio más dañino entre nosotros qué es la murmuración, el rumoreo, hablar mal de los demás, esto destruye, destruye la familia, destruye la escuela, destruye el puestos de trabajo. De la lengua comienzan las guerras, pensemos un poco nosotros a esta enseñanza de Jesús y pensemos y hagámonos la pregunta: ¿Yo hablo mal de los demás?. ¿Yo busco siempre de ensuciar a los demás?. ¿Para mí es más fácil ver los defectos de los demás que los míos propios? y busquemos al menos de corregirnos un poco, nos hará bien Invoquemos la ayuda de María para poder seguir al Señor en este camino.
04.03.19


Jesús nos dice: “Es mejor que mires tus defectos y dejes vivir en paz a los demás”

Homilía del Papa en la parroquia romana San Crispín de Viterbo

(4 marzo 2019).- El Papa visitó ayer, domingo, 3 de marzo de 2019, VIII domingo del tiempo ordinario, la parroquia romana de San Crispín de Viterbo en Labaro, en el sector norte de la diócesis de Roma.
Al final, el Santo Padre encontró a los enfermos y discapacitados, saludó a los sacerdotes de la comunidad y administró el Sacramento de la Reconciliación a 5 feligreses de diferentes edades.
A las 17:20 horas el Papa presidió la celebración de la santa misa en la iglesia parroquial. Después de la proclamación del Evangelio pronunció una homilía improvisada.
Homilía del Papa Francisco
Hemos escuchado en el Evangelio cómo Jesús explica a las personas la sabiduría cristiana, con parábolas. Por ejemplo, un ciego no puede guiar a otro ciego; después, el discípulo no es más grande que el Maestro; luego,  no hay un buen árbol que produzca un mal fruto. Y así, con estas parábolas, enseña a la gente.
Me gustaría centrarme en una, que no he repetido. Ahora la digo [lee]: “¿Cómo es que miras la brizna que hay en el ojo de tu hermano, y no reparas en la vida que hay en tu propio ojo? ¿Cómo puedes decir a tu hermano: “Hermano, deja  que saque la brizna que hay en tu ojo, no viendo tú mismo la viga que hay en el tuyo? ¡Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces podrás ver para sacar la brizna que hay en el ojo de tu hermano”. Y con esto, el Señor quiere enseñarnos a no ir criticando a los demás, a no mirar los defectos de los demás: Mira  primero los tuyos, tus defectos. “Pero, padre, ¡no tengo ninguno!” – ¡Ah, felicidades! ¡Te aseguro que si no te das cuenta de que los tienes aquí, los encontrarás en el Purgatorio! Mejor verlos aquí.
Todos tenemos defectos, todos. Pero estamos acostumbrados, en parte por inercia, en parte por la fuerza de la gravedad del egoísmo, a mirar los defectos de los demás: Somos especialistas, todos, en esto. Enseguida encontramos los defectos de los demás. Y hablamos de ello. Porque hablar mal de los demás parece dulce, nos gusta. No, en esta parroquia tal vez no ocurra [risas], pero en otras partes es muy común. Siempre sucede así: “Ah, ¿cómo estás?” – “Bien, bien, con este tiempo, estoy bien..” “¿Pero  has visto  a ese…?”. E inmediatamente [caemos en ello].
No sé si vosotros habéis escuchado estas cosas, pero es algo malo. Y no es nuevo: Ya se hacía en la  época de Jesús. Es algo que, con el pecado original que tenemos, nos lleva a condenar a los demás, a condenar. E inmediatamente somos especialistas en encontrar las cosas malas de los demás, sin ver las nuestras. Y Jesús dice: “Tú condenas a ese por una cosa tan pequeña, y tienes cosas mucho más grandes, pero no las ves”. Y es cierto: nuestra maldad no es tanta, porque estamos acostumbrados a no ver nuestros límites, no a ver nuestras faltas, pero somos especialistas en ver las faltas de otros.
Y Jesús nos dice una palabra muy fea, muy fea: “Si vais por este camino, sois unos hipócritas”. Es feo decir hipócrita: Jesús se lo decía a los fariseos, a los doctores de la Ley, que decían una cosa y hacían  otra. Hipócrita. Hipócrita significa uno que tiene un doble pensamiento, un doble juicio: Uno lo dice abiertamente y otro a escondidas, con el que condena a los demás. Es tener una doble manera de pensar, una doble manera de dejarse ver. Se muestran como personas buenas y perfectas, y por debajo condenan. Por eso Jesús se escapa de esta hipocresía y nos aconseja: “Es mejor que mires tus defectos  y dejes vivir en paz a los demás. No te metas en la vida de los demás: Mira la tuya”.
Y esto no termina aquí: el chismorreo no termina con el chismorreo; el chismorreo va más allá, siembra discordia, siembra enemistad, siembra mal. Escuchadme, no exagero: Por la lengua comienzan las guerras. Tú, chismorreando de los demás, empiezas una guerra. Un paso hacia la guerra, una destrucción. Porque es lo mismo destruir al otro con la lengua que con una bomba atómica, es lo mismo. Tú destruyes Y la lengua tiene el poder de destruir como una bomba atómica. Es muy potente. Y no lo digo yo: Lo dice el apóstol Santiago en su carta. Tomad la Biblia y miradlo. ¡Es muy poderosa! Es capaz de destruir. Y con los insultos, con el hablar mal de los demás, comienzan tantas guerras: guerras domésticas,  -se empieza a gritar- guerras en el vecindario, en el lugar de trabajo, en la escuela, en la parroquia… Por eso Jesús dice: “Antes de hablar de los demás, toma un espejo y mírate a ti mismo; mira tus faltas y avergüénzate de tenerlas. Y así te volverás mudo sobre los defectos de los demás “. “No, padre, es que tantas veces hay gente mala, que tiene tantos defectos…”. Pues, vale, sé valiente, sé valiente y díselo a la  cara: “Eres malo, eres mala, porque estás haciendo esto y esto”. Díselo a la cara, no a la espalda, no por detrás. Díselo a la cara. “Pero no quiere escucharme”. Entonces díselo a quien pueda remediarlo,  a quien pueda corregir, pero no lo digas como chismorreo, porque el chismorreo no resuelve nada, al contrario. Empeora las cosas y te lleva a la guerra.
Dentro de poco] comenzaremos la Cuaresma: Sería muy bonito que cada uno de nosotros, en esta Cuaresma, reflexionase sobre esto. ¿Cómo me porto con la gente? ¿Cómo está mi corazón frente a la gente? ¿Soy un hipócrita, sonrío y luego critico y destruyo con mi lengua? Y si al final de la Cuaresma hubiéramos podido corregir esto un poco, y no ir siempre criticando a los demás por la espalda,  os aseguro que la resurrección de Jesús se vería más hermosa, más grande entre nosotros… “Eh, padre, es muy difícil, porque me sale criticar a los demás”;  lo puede decir cualquiera de nosotros, porque es un hábito que el diablo pone en nosotros. Es verdad, no es fácil. Pero hay dos medicamentos que ayudan mucho. En primer lugar, la oración. Si a ti te sale lo de “despellejar” a otro, lo de  criticar a otro, reza por él, reza por ella y pide al Señor que resuelva ese problema y, a ti que te cierre la boca. Primer remedio: la oración. Sin oración no podemos hacer nada. Y en segundo lugar, hay otra medicina, que también es práctica como la oración: cuando sientas el deseo de hablar de alguien, te muerdes la lengua. ¡Fuerte! Porque así se te hinchará la lengua y no podrás hablar. [ríen] Es una medicina práctica, es muy práctica.
Pensad seriamente en lo que Jesús dice: “¿Por qué miras los defectos de los demás y no miras los tuyos, que son más grandes?”. Pensadlo bien. Pensad que este hábito tan feo es el comienzo de tantas desuniones, de tantas guerras domésticas, guerras en el vecindario, guerras en el lugar de trabajo, tantas enemistades. ¡Pensadlo! Y rezad al Señor, rezad para que nos dé la gracia de no hablar mal de los demás. ¡Y todos los días tened la dentadura lista para aplicar el segundo medicamento!
¡El Señor os bendiga!
05.03.19