21 de març 2016

SETMANA SANTA I PASQUA ROMANES







El  Papa en el Domingo de Ramos: ‘El crucifijo es la cátedra de Dios’
En su homilía, el Santo Padre recordó que solo Jesús nos salva de los lazos del pecado, de la muerte, del miedo y de la tristeza.

 Ciudad del Vaticano).- Durante la tradicional celebración del Domingo de Ramos en la plaza de San Pedro, y mientras leía su homilía sobre la pasión del Señor, el papa Francisco improvisó unas palabras para llamar la atención sobre la situación de los migrantes y refugiados.
Tras referirse a “la infamia y la condena inicua” que recibió Jesús por parte “de las autoridades, religiosas y políticas”, el Santo Padre recordó que también sufrió “la indiferencia, pues nadie quiso asumir la responsabilidad de su destino”. En este punto, el Pontífice afirmó sin mirar a los papeles: “Pienso en tanta gente, en tantos marginados, en tantos prófugos, en tantos refugiados… a los que les digo que muchos no quieren asumir la responsabilidad de su destino”.
El Papa llegó a la plaza a pie, con una mitra dorada y una capa pluvial roja, y se acercó hasta el obelisco central para bendecir las palmas y los ramos de olivo. Posteriormente, fue en procesión hasta el altar ubicado ante la fachada de la basílica de San Pedro, donde presidió la celebración eucarística.
Ante más de sesenta mil personas venidas de todo el mundo, en su mayoría jóvenes, Francisco relató cómo cuando Jesús de Nazaret entró a Jerusalén la muchedumbre lo acogió con “entusiasmo, agitando las palmas y los ramos de olivo” y al grito de “¡Bendito el que viene en nombre del Señor!”. Pero a su entrada triunfal le siguió una humillación que “parece no tener fondo” y que fue la que experimentó durante la Pasión, a la que continuó la Muerte y la Resurrección, explicó.
“La humillación que sufre Jesús llega al extremo en la Pasión: es vendido por treinta monedas y traicionado por un beso de un discípulo que él había elegido y llamado amigo. Casi todos los otros huyen y lo abandonan; Pedro lo niega tres veces en el patio del templo”, prosiguió el Santo Padre, al tiempo que señaló que el Señor no solo cargó con esta traición, sino que sufrió “en el cuerpo violencias atroces, los golpes, los latigazos y la corona de espinas” desfiguraron “su aspecto haciéndolo irreconocible”, y Poncio Pilato lo envió “posteriormente a Herodes”, quien lo devolvió al gobernador romano, mientras le fue “negada toda justicia”.
“Llega de este modo a la muerte en cruz, dolorosa e infamante, reservada a los traidores, a los esclavos y a los peores criminales”, lamentó el Pontífice. Así, destacó, “Jesús nos salva de los lazos del pecado, de la muerte, del miedo y de la tristeza”.
Al término de sus palabras, el papa Francisco exhortó a los presentes a mirar el crucifijo, que es la “cátedra de Dios”. El ejemplo de Cristo –concluyó– debe servir para “elegir su camino: el camino del servicio, de la donación, del olvido de uno mismo” y “aprender el amor humilde, que salva y da la vida, para renunciar al egoísmo, a la búsqueda del poder y de la fama”.
Publicamos a continuación el texto completo:
«¡Bendito el que viene en nombre del Señor!» (Cf. Lc 19,38), gritaba la muchedumbre de Jerusalén acogiendo a Jesús. Hemos hecho nuestro aquel entusiasmo, agitando las palmas y los ramos de olivo hemos expresado la alabanza y el gozo, el deseo de recibir a Jesús que viene a nosotros. Del mismo modo que entró en Jerusalén, desea también entrar en nuestras ciudades y en nuestras vidas. Así como lo ha hecho en el Evangelio, cabalgando sobre un simple pollino, viene a nosotros humildemente, pero viene «en el nombre del Señor»: con el poder de su amor divino perdona nuestros pecados y nos reconcilia con el Padre y con nosotros mismos. Jesús está contento de la manifestación popular de afecto de la gente, y ante la protesta de los fariseos para que haga callar a quien lo aclama, responde: «si estos callan, gritarán las piedras» (Lc 19,40). Nada pudo detener el entusiasmo por la entrada de Jesús; que nada nos impida encontrar en él la fuente de nuestra alegría, de la alegría auténtica, que permanece y da paz; porque sólo Jesús nos salva de los lazos del pecado, de la muerte, del miedo y de la tristeza.
Sin embargo, la Liturgia de hoy nos enseña que el Señor no nos ha salvado con una entrada triunfal o mediante milagros poderosos. El apóstol Pablo, en la segunda lectura, sintetiza con dos verbos el recorrido de la redención: «se despojó» y «se humilló» a sí mismo (Fil 2,7.8). Estos dos verbos nos dicen hasta qué extremo ha llegado el amor de Dios por nosotros. Jesús se despojó de sí mismo: renunció a la gloria de Hijo de Dios y se convirtió en Hijo del hombre, para ser en todo solidario con nosotros pecadores, él que no conoce el pecado. Pero no solamente esto: ha vivido entre nosotros en una «condición de esclavo» (v. 7): no de rey, ni de príncipe, sino de esclavo. Se humilló y el abismo de su humillación, que la Semana Santa nos muestra, parece no tener fondo.
El primer gesto de este amor «hasta el extremo» (Jn 13,1) es el lavatorio de los pies. «El Maestro y el Señor» (Jn 13,14) se abaja hasta los pies de los discípulos, como solamente hacían lo siervos. Nos ha enseñado con el ejemplo que nosotros tenemos necesidad de ser alcanzados por su amor, que se vuelca sobre nosotros; no puede ser de otra manera, no podemos amar sin dejarnos amar antes por él, sin experimentar su sorprendente ternura y sin aceptar que el amor verdadero consiste en el servicio concreto.
Pero esto es solamente el inicio. La humillación que sufre Jesús llega al extremo en la Pasión: es vendido por treinta monedas y traicionado por un beso de un discípulo que él había elegido y llamado amigo. Casi todos los otros huyen y lo abandonan; Pedro lo niega tres veces en el patio del templo. Humillado en el espíritu con burlas, insultos y salivazos; sufre en el cuerpo violencias atroces, los golpes, los latigazos y la corona de espinas desfiguran su aspecto haciéndolo irreconocible. Sufre también la infamia y la condena inicua de las autoridades, religiosas y políticas: es hecho pecado y reconocido injusto. Pilato lo envía posteriormente a Herodes, y este lo devuelve al gobernador romano; mientras le es negada toda justicia, Jesús experimenta en su propia piel también la indiferencia, pues nadie quiere asumir la responsabilidad de su destino. Y pienso en mucha gente, en muchos marginados, en muchos prófugos, en muchos refugiados… a los que les digo que muchos no quieren asumir la responsabilidad de su destino. El gentío que apenas unos días antes lo aclamaba, transforma las alabanzas en un grito de acusación, prefiriendo incluso que en lugar de él sea liberado un homicida. Llega de este modo a la muerte en cruz, dolorosa e infamante, reservada a los traidores, a los esclavos y a los peores criminales. La soledad, la difamación y el dolor no son todavía el culmen de su anonadamiento. Para ser en todo solidario con nosotros, experimenta también en la cruz el misterioso abandono del Padre. Sin embargo, en el abandono, ora y confía: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23,46).
Suspendido en el patíbulo, además del escarnio, afronta también la última tentación: la provocación a bajar de la cruz, a vencer el mal con la fuerza, y a mostrar el rostro de un Dios potente e invencible. Jesús en cambio, precisamente aquí, en el culmen del anonadamiento, revela el rostro auténtico de Dios, que es misericordia. Perdona a sus verdugos, abre las puertas del paraíso al ladrón arrepentido y toca el corazón del centurión. Si el misterio del mal es abismal, infinita es la realidad del Amor que lo ha atravesado, llegando hasta el sepulcro y los infiernos, asumiendo todo nuestro dolor para redimirlo, llevando luz donde hay tinieblas, vida donde hay muerte, amor donde hay odio.
Nos puede parecer muy lejano a nosotros el modo de actuar de Dios, que se ha anonadado por nosotros, mientras a nosotros nos parece difícil olvidarnos un poco de nosotros mismos. Él viene a salvarnos, estamos llamados a elegir su camino: el camino del servicio, de la donación, del olvido de uno mismo. Podemos emprender este camino deteniéndonos en estos días a mirar el Crucifijo, es la “cátedra de Dios”. Os invito en esta semana a mirar a menudo a esta “cátedra de Dios”, para aprender el amor humilde, que salva y da la vida, para renunciar al egoísmo, a la búsqueda del poder y de la fama. Con su humillación, Jesús nos invita a caminar por su camino. Volvamos a él la mirada, pidamos la gracia de entender algo de este misterio de su anonadamiento por nosotros; y así, en silencio, contemplemos el misterio de esta Semana.
21.03.16



El   Papa reza por las víctimas del accidente de tráfico en España
La colisión del autobús en Tarragona deja 13 universitarios fallecidos y 44 heridos
21 marzo 2016
 Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco ha mostrado su cercanía con las jóvenes víctimas del grave accidente de tráfico que ocurrió este domingo en Freginals, cerca de Tarragona. Lo ha hecho a través de un telegrama, firmado por el cardenal Pietro Parolin, secretario de Estado, y dirigido a monseñor Enrique Benavent Vidal, obispo de Tortosa.
De este modo, en el mensaje difundido hoy por la Oficina de Prensa de la Santa Sede, se indica que el Santo Padre “vivamente apenado al conocer la dolorosa noticia del trágico accidente de tráfico ocurrido en la localidad de Freginals, que ha ocasionado la muerte de un grupo de jóvenes estudiantes” ofrece sufragios por el eterno descanso de los fallecidos. Al mismo tiempo manifiesta “sus deseos de una pronta recuperación de los heridos”.
En el telegrama, también pide al obispo transmitir “el sentido pésame de su Santidad, junto con expresiones de cercanía y consuelo a los familiares que lloran tan irreparable pérdida”. Finalmente pide al Señor “que derrame sobre ellos los dones de la serenidad espiritual y de la esperanza cristiana, en prenda de lo cual les imparte de corazón la confortadora bendición apostólica”.
La tragedia se produjo el domingo por la mañana. El autobús siniestrado formaba parte de una expedición de cinco vehículos que habían sido contratados por varias universidades catalanas para un viaje de ida y vuelta de Barcelona a Valencia. Las universidades habían programado una visita a las Fallas para los alumnos extranjeros que se están cursando sus estudios con la beca Erasmus en la ciudad catalana.
El accidente, que deja hasta el momento 13 fallecidos y 44 heridos, ocurrió minutos antes de las seis de la mañana, cuando el conductor dio un “volantazo”, atravesó la mediana de la autopista y volcó, colisionando con otro vehículo que venía en sentido contrario. 
22.03.16



El  Santo Padre condena ‘la violencia ciega’ del terrorismo
Francisco se muestra cercano a los belgas tras los atentados que han sufrido esta mañana en Bruselas
22 marzo 2016
Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco ha condenado este martes “la violencia ciega que causa tanto sufrimiento” y pidiendo a Dios “el don de la paz”, ha invocado para las familias de las víctimas y los belgas el beneficio de las bendiciones divinas.
Al conocer los ataques sucedidos en Bruselas, que han afectado a muchas personas, el Santo Padre ha encomendado a la misericordia de Dios a los que murieron y se ha unido en oración a los que lloran su muerte. Así lo ha indicado en un telegrama, firmado por el cardenal Pietro Parolin, secretario de Estado, dirigido a monseñor Jozef Del Kesel, arzobispo de Malines-Bruselas. Del mismo modo, el Pontífice ha expresado su cercanía a los heridos y sus familias, y a todos aquellos que contribuyen al alivio, “pidiendo al Señor que les traiga aliento y consuelo en la prueba”.
23.03.16



Francisco en la audiencia: La Semana Santa muestra que el amor de Dios no tiene límites
El Papa pidió vivir el Triduo Pascual, sintiendo la misericordia de Dios. Pidió también oraciones por las víctimas y familiares del atentado en Bélgica
23 marzo 2016

 Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco inició hoy el habitual encuentro semanal de los miércoles con los fieles, entrando en la Plaza de San Pedro en el papamóvil, saludando a las miles de personas allí reunidas. El vehículo que lo llevaba se detuvo diversas veces y el Santo Padre bendijo a los niños y bebes que le acercaron.
Las medidas de seguridad para ingresar en la plaza eran altas como es habitual, aparentemente no mayores de las rutinarias, a pesar de los atentados en Bruselas que golpearon este martes el corazón de Europa. Por lo que se refiere al programa de Semana Santa, no habrá ningún cambio, de acuerdo a lo indicado ayer por la Oficina de Prensa del Vaticano.
La catequesis de este miércoles frío y ventoso, a pesar de ser el inicio de la primavera en Europa, comenzó con la lectura en varios idiomas del evangelio de Lucas. A continuación el Pontífice explicó que en los tres días de Semana Santa, hay que vivir el Triduo Pascual sintiendo la misericordia de Dios.
“Parece que el idioma español es muy bullicioso”, dijo el Papa al escuchar los fuertes aplausos de la plaza cuando inició a hablar en dicho idioma. Y al resumir la catequesis dijo: “Nuestra reflexión de hoy nos introduce en el Triduo Pascual. Tres días intensos que nos hablan de la misericordia de Dios, pues hacen visible hasta dónde puede llegar su amor por nosotros”. Y recordó que en el evangelio san Juan dice: «Jesús, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo».
Así el Santo padre quiso precisar que Jesús “¡Los amó hasta el fin! El Triduo Pascual es el memorial de un drama de amor que nos da la certeza de que nunca seremos abandonados en las pruebas de la vida”.
“El Jueves Santo, con la institución de la Eucaristía y el lavatorio de los pies, Jesús nos enseña que la Eucaristía es el amor que se hace servicio. El Viernes Santo, llegamos al momento culminante del amor, un amor que quiere abrazar a todos sin excluir a nadie con una entrega absoluta. El Sábado Santo, es el día del silencio de Dios, Jesús comparte con toda la humanidad el drama de la muerte, no dejando ningún espacio donde no llegue la misericordia infinita de Dios” explicó el Papa.
“En este día –añadió Francisco– el amor no duda, como María, la primera creyente. Ella no dudó. sino que espera con confianza en la palabra del Señor hasta que Cristo resucite esplendente el día de pascua”.
Y concluyó: “Saludo cordialmente a los bulliciosos peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España y Latinoamérica. Que en estos días santos, acojamos en nuestro corazón la grandeza del amor divino en el misterio de la Muerte y Resurrección del Señor”.
Al dirigirse a los fieles de lengua italiana, el Santo Padre saludó a los participantes del Congreso UNIV para estudiantes universitarios, promovido por la prelatura del Opus Dei.  Y dirigiéndose a los peregrinos de idioma alemán saludó al grupo de jóvenes que participan a la peregrinación del Regnum Christi. El Papa envió también sus saludos a los peregrinos de idioma árabe, especialmente a los que venían de Egipto, Irak y de Oriente Medio.
Hacia el final de la audiencia, el Papa indicó que “con corazón dolorido”, asegura su oración y cercanía “a la querida población belga”. En particular dirigió su pensamiento a los familiares de las víctimas y a todos los heridos, así como a todas las personas de buena voluntad a quienes pide “perseverar en la oración” y pedirle al Señor en esta Semana Santa, que “conforte todos los corazones afligidos y convertir los corazones de estas personas enceguecidas por el fundamentalismo cruel”.
E invitó a rezar en silencio por intercesión de la Virgen: “Ahora en silencio recemos por los muertos, los heridos y por todos los familiares, así como por todo el pueblo belga”, golpeado por este drama.
La audiencia terminó con la bendición de los objetos religiosos que los fieles han llevado y con el canto del ‘Pater Noster’.
24.03.16



El  Papa en el Coliseo: “Oh Cruz de Cristo, hoy te seguimos viendo…”
El Santo Padre concluye el Via Crucis señalando en una plegaria las injusticias y esperanzas de hoy, y que “el alba del sol es más fuerte que la oscuridad de la noche”
25 marzo 2016

El papa Francisco en el Coliseo en el Via Crucis (Foto CTV-Osservatore Romano)
 Roma).- En el sugestivo escenario del Coliseo Romano, el papa Francisco presidió el Vía Crucis en la noche de este viernes santo,  ante varios miles de personas allí reunidas con velas en la mano, y en medio de excepcionales medidas de seguridad.
Las 14 estaciones que llevan por título “Dios es misericordia” las escribió el cardenal Gualtiero Bassetti arzobispo de Perugia, por encargo del Santo Padre, acordándose de los dramas de nuestro tiempo, señalando entretanto que Dios no solo opera misericordia, sino que es misericordia.
Partiendo del interno del Coliseo, lugar en el que murieron muchos mártires cristianos, personas de diversas nacionalidades acompañaron la cruz en su recorrido, entre las cuales de Bolivia, Paraguay, México, y una familia ecuatoriana. También de Rusia, China, Bosnia, Siria y de otras partes del mundo. Con ellos estaba además una persona en silla de ruedas.
Concluido el Via Crucis el Papa rezó la siguiente oración en la que se reflejan las esperanzas y las preocupaciones, los bienes y males del mundo de hoy, en los que se ve la cruz de Cristo.


En su oración el Papa dijo:
«Oh Cruz de Cristo, símbolo del amor divino y de la injusticia humana, icono del supremo sacrificio por amor y del extremo egoísmo por necedad, instrumento de muerte y vía de resurrección, signo de la obediencia y emblema de la traición, patíbulo de la persecución y estandarte de la victoria.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo alzada en nuestras hermanas y hermanos asesinados, quemados vivos, degollados y decapitados por las bárbaras espadas y el silencio infame.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los rostros de los niños, de las mujeres y de las personas extenuadas y amedrentadas que huyen de las guerras y de la violencia, y que con frecuencia sólo encuentran la muerte y a tantos Pilatos que se lavan las manos.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los doctores de la letra y no del espíritu, de la muerte y no de la vida, que en vez de enseñar la misericordia y la vida, amenazan con el castigo y la muerte y condenan al justo.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los ministros infieles que, en vez de despojarse de sus propias ambiciones, despojan incluso a los inocentes de su propia dignidad.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los corazones endurecidos de los que juzgan cómodamente a los demás, corazones dispuestos a condenarlos incluso a la lapidación, sin fijarse nunca en sus propios pecados y culpas.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los fundamentalismos y en el terrorismo de los seguidores de cierta religión que profanan el nombre de Dios y lo utilizan para justificar su inaudita violencia.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los que quieren quitarte de los lugares públicos y excluirte de la vida pública, en el nombre de un cierto paganismo laicista o incluso en el nombre de la igualdad que tú mismo nos has enseñado.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los poderosos y en los vendedores de armas que alimentan los hornos de la guerra con la sangre inocente de los hermanos.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los traidores que por treinta denarios entregan a la muerte a cualquier persona.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los ladrones y en los corruptos que en vez de salvaguardar el bien común y la ética se venden en el miserable mercado de la inmoralidad.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los necios que construyen depósitos para conservar tesoros que perecen, dejando que Lázaro muera de hambre a sus puertas.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los destructores de nuestra «casa común» que con egoísmo arruinan el futuro de las generaciones futuras.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los ancianos abandonados por sus propios familiares, en los discapacitados, en los niños desnutridos y descartados por nuestra sociedad egoísta e hipócrita.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en nuestro mediterráneo y en el Mar Egeo convertidos en un insaciable cementerio, imagen de nuestra conciencia insensible y anestesiada.
Oh Cruz de Cristo, imagen del amor sin límite y vía de la Resurrección, aún hoy te seguimos viendo en las personas buenas y justas que hacen el bien sin buscar el aplauso o la admiración de los demás.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los ministros fieles y humildes que alumbran la oscuridad de nuestra vida, como candelas que se consumen gratuitamente para iluminar la vida de los últimos.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en el rostro de las religiosas y consagrados –los buenos samaritanos– que lo dejan todo para vendar, en el silencio evangélico, las llagas de la pobreza y de la injusticia.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los misericordiosos que encuentran en la misericordia la expresión más alta de la justicia y de la fe.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en las personas sencillas que viven con gozo su fe en las cosas ordinarias y en el fiel cumplimiento de los mandamientos.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los arrepentidos que, desde la profundidad de la miseria de sus pecados, saben gritar: Señor acuérdate de mí cuando estés en tu reino.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los beatos y en los santos que saben atravesar la oscuridad de la noche de la fe sin perder la confianza en ti y sin pretender entender tu silencio misterioso.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en las familias que viven con fidelidad y fecundidad su vocación matrimonial.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los voluntarios que socorren generosamente a los necesitados y maltratados.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los perseguidos por su fe que con su sufrimiento siguen dando testimonio auténtico de Jesús y del Evangelio.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los soñadores que viven con un corazón de niños y trabajan cada día para hacer que el mundo sea un lugar mejor, más humano y más justo.
En ti, Cruz Santa, vemos a Dios que ama hasta el extremo, y vemos el odio que domina y ciega el corazón y la mente de los que prefieren las tinieblas a la luz.
Oh Cruz de Cristo, Arca de Noé que salvó a la humanidad del diluvio del pecado, líbranos del mal y del maligno. Oh Trono de David y sello de la Alianza divina y eterna, despiértanos de las seducciones de la vanidad. Oh grito de amor, suscita en nosotros el deseo de Dios, del bien y de la luz.
Oh Cruz de Cristo, enséñanos que el alba del sol es más fuerte que la oscuridad de la noche. Oh Cruz de Cristo, enséñanos que la aparente victoria del mal se desvanece ante la tumba vacía y frente a la certeza de la Resurrección y del amor de Dios, que nada lo podrá derrotar u oscurecer o debilitar. Amén».





Texto completo de la homilía del Papa en la Vigilia Pascual
El Papa recuerda que la esperanza cristiana es un don que Dios nos da si salimos de nosotros mismos y nos abrimos a él
26 marzo 2016

Vigilia Pascual
«Pedro fue corriendo al sepulcro» (Lc 24,12). ¿Qué pensamientos bullían en la mente y en el corazón de Pedro mientras corría? El Evangelio nos dice que los Once, y Pedro entre ellos, no creyeron el testimonio de las mujeres, su anuncio pascual. Es más, «lo tomaron por un delirio» (v.11). En el corazón de Pedro había por tanto duda, junto a muchos sentimientos negativos: la tristeza por la muerte del Maestro amado y la desilusión por haberlo negado tres veces durante la Pasión. Hay en cambio un detalle que marca un cambio: Pedro, después de haber escuchado a las mujeres y de no haberlas creído, «sin embargo, se levantó» (v.12). No se quedó sentado a pensar, no se encerró en casa como los demás. No se dejó atrapar por la densa atmósfera de aquellos días, ni dominar por sus dudas; no se dejó hundir por los remordimientos, el miedo y las continuas habladurías que no llevan a nada. Buscó a Jesús, no a sí mismo. Prefirió la vía del encuentro y de la confianza y, tal como estaba, se levantó y corrió hacia el sepulcro, de dónde regresó «admirándose de lo sucedido» (v.12). Este fue el comienzo de la «resurrección» de Pedro, la resurrección de su corazón. Sin ceder a la tristeza o a la oscuridad, se abrió a la voz de la esperanza: dejó que la luz de Dios entrara en su corazón sin apagarla.
También las mujeres, que habían salido muy temprano por la mañana para realizar una obra de misericordia, para llevar los aromas a la tumba, tuvieron la misma experiencia. Estaban «despavoridas y mirando al suelo», pero se impresionaron cuando oyeron las palabras del ángel: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?» (v.5).
Al igual que Pedro y las mujeres, tampoco nosotros encontraremos la vida si permanecemos tristes y sin esperanza y encerrados en nosotros mismos. Abramos en cambio al Señor nuestros sepulcros sellados, cada uno de nosotros los conoce, para que Jesús entre y lo llene de vida; llevémosle las piedras del rencor y las losas del pasado, las rocas pesadas de las debilidades y de las caídas. Él desea venir y tomarnos de la mano, para sacarnos de la angustia. Pero la primera piedra que debemos remover esta noche es ésta: la falta de esperanza que nos encierra en nosotros mismos. Que el Señor nos libre de esta terrible trampa de ser cristianos sin esperanza, que viven como si el Señor no hubiera resucitado y nuestros problemas fueran el centro de la vida.
Continuamente vemos, y veremos, problemas cerca de nosotros y dentro de nosotros. Siempre los habrá, pero en esta noche hay que iluminar esos problemas con la luz del Resucitado, en cierto modo hay que «evangelizarlos». Evangelizar los problemas. No permitamos que la oscuridad y los miedos atraigan la mirada del alma y se apoderen del corazón, sino escuchemos las palabras del Ángel: el Señor «no está aquí. Ha resucitado» (v.6); Él es nuestra mayor alegría, siempre está a nuestro lado y nunca nos defraudará.
Este es el fundamento de la esperanza, que no es simple optimismo, y ni siquiera una actitud psicológica o una hermosa invitación a tener ánimo. La esperanza cristiana es un don que Dios nos da si salimos de nosotros mismos y nos abrimos a él. Esta esperanza no defrauda porque el Espíritu Santo ha sido infundido en nuestros corazones (cf. Rm 5,5). El Paráclito no hace que todo parezca bonito, no elimina el mal con una varita mágica, sino que infunde la auténtica fuerza de la vida, que no consiste en la ausencia de problemas, sino en la seguridad de que Cristo, que por nosotros ha vencido el pecado, la muerte y el temor, siempre nos ama y nos perdona. Hoy es la fiesta de nuestra esperanza, la celebración de esta certeza: nada ni nadie nos podrá apartar nunca de su amor (cf. Rm 8,39). El Señor está vivo y quiere que lo busquemos entre los vivos. Después de haberlo encontrado, invita a cada uno a llevar el anuncio de Pascua, a suscitar y resucitar la esperanza en los corazones abrumados por la tristeza, en quienes no consiguen encontrar la luz de la vida. Hay tanta necesidad de ella hoy. Olvidándonos de nosotros mismos, como siervos alegres de la esperanza, estamos llamados a anunciar al Resucitado con la vida y mediante el amor; si no es así seremos un organismo internacional con un gran número de seguidores y buenas normas, pero incapaz de apagar la sed de esperanza que tiene el mundo.
¿Cómo podemos alimentar nuestra esperanza? La liturgia de esta noche nos propone un buen consejo. Nos enseña a hacer memoria, hacer memoria de las obras de Dios. Las lecturas, en efecto, nos han narrado su fidelidad, la historia de su amor por nosotros. La Palabra viva de Dios es capaz de implicarnos en esta historia de amor, alimentando la esperanza y reavivando la alegría. Nos lo recuerda también el Evangelio que hemos escuchado: los ángeles, para infundir la esperanza en las mujeres, dicen: «Recordad cómo [Jesús] os habló» (v.6). Hacer memoria de las palabras de Jesús, hacer memoria de todo lo que ha hecho en nuestra vida. No olvidemos su Palabra y sus acciones, de lo contrario perderemos la esperanza y nos convertiremos en cristianos sin esperanza; hagamos en cambio memoria del Señor, de su bondad y de sus palabras de vida que nos han conmovido; recordémoslas y hagámoslas nuestras, para ser centinelas del alba que saben descubrir los signos del Resucitado.
Queridos hermanos y hermanas, ¡Cristo ha resucitado! Y nosotros tenemos la posibilidad de abrirnos y recibir su don de esperanza. Abrámonos a la esperanza y pongámonos en camino; que el recuerdo de sus obras y de sus palabras sea la luz resplandeciente que oriente nuestros pasos confiadamente hacia la Pascua que no conocerá ocaso.
 27.03.16



El   Papa pide que se avive nuestra cercanía a las víctimas del terrorismo
Países como Siria, Ucrania, Irak, Yemen, Libia, Nigeria, Chad, Camerún, Costa de Marfil o Venezuela en el centro del mensaje de la bendición Urbi et Orbi en el Domingo de Pascua
27 marzo 2016
 Ciudad del Vaticano).- En el domingo de la Pascua de la Resurrección del Señor, el papa Francisco presidió, en el atrio de la Basílica Vaticana, la solemne celebración de la misa en la plaza de San Pedro. En la eucaristía, que comenzó con el rito del “Resurrexit”, participaron fieles romanos y peregrinos procedentes de todas las partes del mundo. Miles de flores de muchos colores decoraban el atrio de la Basílica, dando así color al día que la Iglesia católica celebra la Resurrección de Jesús. El Santo Padre no pronunció la homilía tras la lectura del Evangelio, porque al finalizar la misa hizo la bendición “Urbi et Orbi” con el Mensaje pascual.
Al concluir la eucaristía, el Papa subió al papamóvil y dio una vuelta por la plaza y por vía de la Conciliación, para saludar de cerca a los presentes. A continuación, entró en la Basílica para asomarse a la ventana de la loggia central desde donde leyó el mensaje. Francisco invitó a confiar totalmente en Dios y darle gracias porque  “ha descendido por nosotros hasta el fondo del abismo”. Ante las simas espirituales y morales de la humanidad, ante al vacío que se crea en el corazón y que provoca odio y muerte, “solamente una infinita misericordia puede darnos la salvación”, aseguró. También subrayó que Jesús nos concede su mirada de ternura y compasión “hacia los hambrientos y sedientos, los extranjeros y los encarcelados, los marginados y descartados, las víctimas del abuso y la violencia”.
A propósito, el Papa observó que  el mundo está lleno de personas que sufren en el cuerpo y en el espíritu, mientras que las crónicas diarias están repletas de informes sobre delitos brutales, tanto en el ámbito doméstico, como conflictos armados a gran escala.
Y así, dedicó unas palabras para la “querida Siria”, a la que Cristo resucitado indica caminos de esperanza, “un país desgarrado por un largo conflicto, con su triste rastro de destrucción, muerte, desprecio por el derecho humanitario y la desintegración de la convivencia civil”. Por eso pidió encomendar al Señor resucitado “las conversaciones en curso”, para que, “se puedan recoger frutos de paz y emprender la construcción de una sociedad fraterna, respetuosa de la dignidad y los derechos de todos los ciudadanos”. Del mismo modo manifestó su deseo de que se promueva un intercambio fecundo entre pueblos y culturas en las zonas de la cuenca del Mediterráneo y de Medio Oriente, en particular en Irak, Yemen y Libia. Para israelíes y palestinos en Tierra Santa deseó que se “fomente la convivencia” así como “la disponibilidad paciente y el compromiso cotidiano de trabajar en la construcción de los cimientos de una paz justa y duradera a través de negociaciones directas y sinceras”. También se acordó de la guerra de Ucrania para que alcance “una solución definitiva”, inspirando y apoyando también las iniciativas de ayuda humanitaria, incluida la de liberar a las personas detenidas.
Recordando los recientes atentados de Bélgica, Turquía, Nigeria, Chad, Camerún y Costa de Marfil, el Santo Padre pidió que se “avive en esta fiesta de Pascua nuestra cercanía a las víctimas del terrorismo, esa forma ciega y brutal de violencia que no cesa de derramar sangre inocente en diferentes partes del mundo”.
El Pontífice manifestó su deseo de que se lleve a buen término el fermento de esperanza y las perspectivas de paz en África; en particular, en Burundi, Mozambique, la República Democrática del Congo y en el Sudán del Sur. Que el mensaje pascual –añadió el papa Francisco– se proyecte cada vez más sobre el pueblo venezolano, en las difíciles condiciones en las que vive, así como sobre los que tienen en sus manos el destino del país, para que se trabaje en pos del bien común, buscando formas de diálogo y colaboración entre todos.
Unas palabras también para recordar a los emigrantes y refugiados, “hombres y mujeres en camino para buscar un futuro mejor”, “una muchedumbre cada vez más grande” que huye de la guerra, el hambre, la pobreza y la injusticia social. Al respecto el Papa expresó su deseo de que la cita de la próxima Cumbre Mundial Humanitaria no deje de poner “en el centro a la persona humana, con su dignidad”, y “desarrollar políticas capaces de asistir y proteger a las víctimas de conflictos y otras situaciones de emergencia”, especialmente “a los más vulnerables y los que son perseguidos por motivos étnicos y religiosos”.
Finalmente, dedicó unas palabras a “quienes en nuestras sociedades han perdido toda esperanza y el gusto de vivir”: Mira, hago nuevas todas las cosas… al que tenga sed yo le daré de la fuente del agua de la vida gratuitamente (Ap 21,5-6). Que este mensaje consolador de Jesús  –concluyó el Pontífice– nos ayude a todos nosotros a reanudar con mayor vigor la construcción de caminos de reconciliación con Dios y con los hermanos.
28.03.16




El  Papa: ‘Cristo resucitado nos da la fuerza para levantarnos de nuevo’
Texto completo de la oración del Regina Coeli en el lunes de Pascua. El Santo Padre pide oraciones por las víctimas de los atentados de Pakistán
29 marzo 2016
 Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco rezó este lunes de Pascua, la oración del Regina Coeli desde la ventana del estudio del Palacio Apostólico, con los fieles y peregrinos reunidos en la plaza de San Pedro.
Estas son las palabras del Papa para introducir la oración mariana, que en el tiempo pascual sustituye al ángelus:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En este lunes después de Pascua, llamado “Lunes del ángel”, nuestro corazones están todavía llenos de alegría pascual. Después del tiempo cuaresmal, tiempo de penitencia y de conversión, que la Iglesia ha vivido con particular intensidad en este Año Santo de la Misericordia; después de las sugerentes celebraciones del Triduo Santo; nos paramos también hoy delante de la tumba vacía de Jesús, y meditamos con estupor y reconocimiento el gran misterio de la resurrección del Señor.
La vida ha vencido a la muerte. ¡La misericordia y el amor han vencido al pecado! Hay necesidad de fe y de esperanza para abrirse a este nuevo y maravilloso horizonte. Y nosotros sabemos que la fe y la esperanza son un don de Dios y debemos pedirlo: “¡Señor, dame la fe, dame la esperanza! ¡Lo necesitamos tanto!”. Dejémonos impregnar por las emociones que resuenan en la secuencia pascual: “Sí, estamos seguros: Cristo ha resucitado realmente”. ¡El Señor ha resucitado en medio de nosotros! Esta verdad marcó de forma indeleble la vida de los apóstoles que, después de la resurrección, advirtieron de nuevo la necesidad de seguir a su Maestro y, recibido el Espíritu Santo, fueron sin miedo a anunciar a todos lo que habían visto con sus ojos y experimentado personalmente.
En este Año jubilar estamos llamados a redescubrir y a acoger con particular intensidad el confortante anuncio de la resurrección: “¡Cristo, mi esperanza, ha resucitado!”. Si Cristo ha resucitado, podemos mirar con ojos y corazón nuevos a cada evento de nuestra vida, también a los más negativos. Los momentos de oscuridad, de fracaso y también de pecado pueden transformarse y anunciar un camino nuevo. Cuando hemos tocado el fondo de nuestra miseria y de nuestra debilidad, Cristo resucitado nos da la fuerza para levantarnos de nuevo. ¡Si nos encomendamos a Él, su gracia nos salva! El Señor crucificado y resucitado es la plena revelación de la misericordia, presente y operante en la historia. Este es el mensaje pascual que resuena aún hoy y que resuena por todo el tiempo de Pascua hasta Pentecostés.
Testigo silenciosa de los eventos de la pasión y de la resurrección de Jesús fue María. Ella estuvo de pie junto a la cruz: no se ha doblegado ante el dolor, sino que su fe permaneció fuerte. En su corazón roto de madre siempre quedó encendida la llama de la esperanza. Pidámosle a Ella que nos ayude también a nosotros a acoger en plenitud el anuncio pascual de la resurrección, para encarnarlo en lo concreto de nuestra vida cotidiana.
Que la Virgen María nos done la certeza de fe, para que cada paso sufrido de nuestro camino, iluminado por la luz de la Pascua, sea bendición y alegría para nosotros y para los demás, en especial para los que sufren a causa del egoísmo  y de la indiferencia.
Invoquémosla, pues, con fe y devoción, con el Regina Coeli, la oración que sustituye el Ángelus durante todo el tiempo pascual.»

Regina Coeli….

Queridos hermanos y hermanas,
ayer, en Pakistán central, la Santa Pascua estuvo ensangrentada por un reprobable atentado, que se cobró la vida de muchas personas inocentes, en su mayor parte familias de minoría cristiana – especialmente mujeres y niños – reunidos en un parque público para pasar la alegría de la festividad pascual. Deseo manifestar mi cercanía a los que han sido golpeados por este crimen vil e insensato, e invito a rezar al Señor por las numerosas víctimas y por sus seres queridos.
Hago un llamamiento a las autoridades civiles y a todos los componentes sociales de esa nación, para que realicen todo esfuerzo para volver a dar seguridad y serenidad a la población y, en particular, a las minorías religiosas más vulnerables. Repito una vez más que la violencia y el odio homicida conducen solamente al dolor y a la destrucción; el respeto y la fraternidad son el único camino para llegar a la paz. La Pascua del Señor suscite en nosotros, de forma aún más fuerte, la oración a Dios para que se detengan las manos de los violentos, que siembran terror y muerte, y en el mundo pueda reinar el amor, la justicia y la reconciliación. Rezamos todos por los muertos de este atentado, por los familiares, por las minorías cristianas y étnicas de esa nación: Dios te salve María….
En el clima pascual, os saludo cordialmente a todos, peregrinos venidos de Italia y de distintas partes del mundo para participar en este momento de oración. Y recordad siempre esa bonita expresión de la Liturgia: “¡Cristo, mi esperanza, ha resucitado!”. La decimos tres veces todos juntos: “¡Cristo, mi esperanza, ha resucitado!, ¡Cristo, mi esperanza, ha resucitado!, ¡Cristo, mi esperanza, ha resucitado!”.
Os deseo a cada uno pasar en la alegría y en la serenidad esta Semana en la que se prolonga la alegría de la Resurrección de Cristo. Para vivir más intensamente este periodo nos hará bien leer cada día un pasaje del Evangelio en el que se habla del evento de la Resurrección. Cinco minutos, no más, se puede leer un pasaje del Evangelio. ¡Recordad esto!
¡Feliz y Santa Pascua a todos! Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!
 30.03.16



Texto completo de la catequesis en la audiencia del 30 de marzo de 2016
La misericordia de Dios supera cualquier pecado y nos invita a sumergirnos en este océano


Este miércoles la Plaza de San Pedro estaba adornada con flores por la Pascua

Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco concluyó este miércoles las catequesis sobre la misericordia en el Antiguo testamento, y recordando el ‘Miserere’, señaló como el salmista reconoce la confianza en Dios, ya que al perdonarnos demuestra que su amor vale más que nuestro pecado y nos invita a sumergirnos en ese océano de  misericordia. Y quien ha sido perdonado por la gracia divina, puede enseñar a no pecar más.
A continuación el texto completo:
«Terminamos hoy las catequesis sobre la misericordia en el Antiguo Testamento, y lo hacemos meditando sobre el Salmo 51, llamado Miserere. Se trata de una oración penitencial, en la cual el pedido de perdón está precedido por la confesión de la culpa y en el cual el orante, dejándose purificar pro el amor del Señor, se vuelve una nueva criatura, capaz de obediencia, de firmeza de espíritu, y de alabanza sincera.
El título que la antigua tradición judía ha puesto a este salmo hace referencia al rey David y a su pecado con Betsabé, la esposa de Urías el ittita. Conocemos la historia. El rey David, llamado por Dios para pastorear a su pueblo y a guiarlo en los caminos de la obediencia a la Ley divina, traiciona su misión y después de haber cometido adulterio con Betsabé, hace asesinar al esposo.
El profeta Natán le desvela su culpa y le ayuda a reconocerla. Es el momento de la reconciliación con Dios, en la confesión del propio pecado. Y aquí David fue humilde y grande.
Quien reza este salmo está invitado a tener los mismos sentimientos de arrepentimiento y de confianza en Dios que tuvo David cuando se corrigió, y bien siendo rey se humillo sin tener temor de confesar su culpa y mostrar la propia miseria al Señor, convencido entretanto de la certeza de su misericordia; y no era una pequeña mentira la que había dicho, ¡sino un adulterio y un asesinato!
El salmo inicia con estas palabras de súplica:
¡Ten piedad de mí, oh Dios, por tu bondad,
por tu gran compasión, borra mis faltas!
¡Lávame totalmente de mi culpa
y purifícame de mi pecado! (vv. 3 – 4).
La invocación está dirigida al Dios de misericordia porque, movido por un gran amor como el de un padre o de una madre, tenga piedad, o sea nos haga gracia, muestre su favor con benevolencia y comprensión. Es un llamado del corazón a Dios, el único que puede liberar del pecado. Son usadas imágenes muy plásticas: borra, lávame, vuélveme puro.
Se manifiesta en esta oración la verdadera necesidad del hombre: la única cosa de la que tenemos necesidad verdadera en nuestra vida es la de ser perdonados, liberados del mal y de sus consecuencias de muerte.
Lamentablemente la vida nos hace sentir tantas veces estas situaciones, y sobre todo es esas tenemos que confiar en la misericordia. ¡Dios es más grande que nuestro pecado, no nos olvidemos esto, Dios es más grande que nuestro pecado!
– Pero padre no oso decirlo, las he hecho tan pesadas, tantas y grandes…
Dios es más grande que todos los pecados que nosotros podamos hacer. Dios es más grande que nuestro pecado.

Lo decimos juntos, todos juntos: Dios es más grande que nuestro pecado… Una vez más: Dios es más grande que nuestro pecado… Una vez más: Dios es más grande que nuestro pecado. Y su amor es un océano en el cual nos podemos sumergir sin temor de ser vencidos: el perdón para Dios significa darnos la seguridad de que él no nos abandona nunca. Por cualquier cosa que podamos reprocharnos, él es aún y siempre más grande que todo, porque Dios es más grande que nuestro pecado.
En este sentido, quien reza con este salmo busca el perdón, confiesa al propia culpa, pero reconociéndola celebra la justicia y la santidad de Dios. Y después aún pide gracia y misericordia.
El salmista se confía a la voluntad de Dios, sabe que el perdón divino es enormemente eficaz, porque crea lo que dice. No esconde el pecado, sino que lo destruye y lo borra, lo borra desde la raíz, no como sucede en la tintorería cuando llevamos un traje y borran la mancha, no, Dios borra justamente nuestro pecado desde la raíz, todo.
Por lo tanto el penitente se vuelve puro, y cada mancha es eliminada y el ahora está más blanco que la nieve incontaminada.
Todos nosotros somos pecadores, ¿es verdad ésto? Si alguno de los presentes no se siente pecador que levante la mando. Nadie, todos lo somos. Nosotros pecadores con el perdón nos volvemos criaturas nuevas, llenas por el Espíritu y llenas de alegría. Entonces una nueva realidad comienza para nosotros, un nuevo corazón, un nuevo espíritu, una nueva vida. Nosotros pecadores perdonados, que hemos recibido la gracia divina, podemos incluso enseñar a los otros a no pecar más.
Pero padre soy débil, porque yo caigo, caigo, caigo. Pero si caes levántate, levántate. Cuando un niño se cae levanta la mano para que el papá o la mamá te levante. Hagamos lo mismo. Si tu caes por debilidad en el pecado levanta tu mano y el Señor la toma y te levantará, ¡esta es la dignidad del perdón de Dios! Dios ha creado al hombre y a la mujer para que estén de pie. Dice el salmista:
Crea en mí, Dios mío, un corazón puro,
y renueva la firmeza de mi espíritu.
(…)
Yo enseñaré tu camino a los impíos
y los pecadores volverán a ti. (vv. 12 – 15)
Queridos hermanos y hermanas, el perdón de Dios es aquello que necesitamos todos, y es el signo más grande de su misericordia. Un don que cada pecador perdonado está llamado a compartir con cada hermanos o hermana que encuentra. Todos los que el Señor nos ha puesto a nuestro lado, los familiares, los amigos, los colegas, los parroquianos… todos, como nosotros, tienen necesidad de la misericordia de Dios. Es bello ser perdonados pero es necesario para ser perdonados que antes perdones, perdona. Nos conceda el Señor por la intercesión de María Madre de Misericordia, ser testigos de su perdón, que purifica el corazón y transforma la vida. Gracias».
31.03.16






Texto completo de las palabras del Papa en la vigilia de la Divina Misericordia
‘Una fe que no es capaz de ser misericordiosa, como son signo de misericordia las llagas del Señor, no es fe, es idea, es ideología’

Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco participó este sábado por la tarde en la vigilia de oración junto a quienes siguen la espiritualidad de la Divina Misericordia y tomaron parte estos días a las celebraciones del Jubileo y del Congreso Apostólico europeo de la Misericordia.

Al término de la vigilia el Santo Padre dirigió unas palabras recordando que las manifestaciones de la misericordia son continuas, que no deberíamos acostumbrarnos a recibirla, porque con gran fantasía Dios cuyo nombre es ‘Misericordia’ sale a nuestro encuentro. Reconoció que es  difícil llegar a ser testigos de esa misericordia pero que es un camino que dura toda la vida y no debe detenerse. Y que la misericordia reconoce el rostro de Jesucristo en quien está más lejos, débil, solo, confundido y marginado.
Señaló que la misericordia nunca puede dejarnos tranquilos, porque es el amor de Cristo que nos “inquieta” hasta que no hayamos alcanzado el objetivo de involucrar, a quienes tienen necesidad de misericordia para permitir que todos sean reconciliados con el Padre.
A continuación el texto completo:
«Queridos hermanos y hermanas, buenas tardes. Compartimos con alegría y agradecimiento este momento de oración que nos introduce en el Domingo de la Misericordia, muy deseado por san Juan Pablo II para hacer realidad una petición de santa Faustina.
Los testimonios que han sido presentados —por los que damos gracias— y las lecturas que hemos escuchado abren espacios de luz y de esperanza para entrar en el gran océano de la misericordia de Dios. ¿Cuántos son los rostros de la misericordia, con los que él viene a nuestro encuentro?
Son verdaderamente muchos; es imposible describirlos todos, porque la misericordia de Dios es un crescendo continuo. Dios no se cansa nunca de manifestarla y nosotros no deberíamos acostumbrarnos nunca a recibirla, buscarla y desearla. Siempre es algo nuevo que provoca estupor y maravilla al ver la gran fantasía creadora de Dios, cuando sale a nuestro encuentro con su amor.
Dios se ha revelado, manifestando muchas veces su nombre, y este nombre es “misericordioso” (cf. Ez 34,6). Así como la naturaleza de Dios es grande e infinita, del mismo modo es grande e infinita su misericordia, hasta el punto que parece una tarea difícil poder describirla en todos sus aspectos.
Recorriendo las páginas de la Sagrada Escritura, encontramos que la misericordia es sobre todo cercanía de Dios a su pueblo. Una cercanía que se manifiesta principalmente como ayuda y protección.
Es la cercanía de un padre y de una madre que se refleja en una bella imagen del profeta Oseas: «Con lazos humanos los atraje, con vínculos de amor. Fui para ellos como quien alza un niño hasta sus mejillas. Me incliné hacia él para darle de comer» (11,4).
Es muy expresiva esta imagen: Dios toma a cada uno de nosotros y nos alza hasta sus mejillas. Cuánta ternura contiene y cuánto amor manifiesta. He pensado en esta palabra del Profeta cuando he visto el logo del Jubileo. Jesús no sólo lleva sobre sus espaldas a la humanidad, sino que además pega su mejilla a la de Adán, hasta el punto que los dos rostros parecen fundirse en uno.
No tenemos un Dios que no sepa comprender y compadecerse de nuestras debilidades (cf. Hb 4, 15). Al contrario, precisamente en virtud de su misericordia, Dios se ha hecho uno de nosotros: «El Hijo de Dios con su encarnación, se ha unido, en cierto modo, con cada hombre.
Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de nosotros, en todo semejantes a nosotros, excepto en el pecado» (Gaudium et spes, 22).
Por lo tanto, en Jesús no sólo podemos tocar la misericordia del Padre, sino que somos impulsados a convertirnos nosotros mismos en instrumentos de su misericordia. Puede ser fácil hablar de misericordia, mientras que es más difícil llegar a ser testigos de esa misericordia en lo concreto. Este es un camino que dura toda la vida y no debe detenerse. Jesús nos dijo que debemos ser “misericordiosos como el Padre” (cf. Lc 6,36).
¡Cuántos rostros, entonces, tiene la misericordia de Dios! Ésta se nos muestra como cercanía y ternura, pero en virtud de ello también como compasión y comunicación, como consolación y perdón. Quién más la recibe, más está llamado a ofrecerla, a comunicarla; no se puede tener escondida ni retenida sólo para sí mismo.
Es algo que quema el corazón y lo estimula a amar, porque reconoce el rostro de Jesucristo sobre todo en quien está más lejos, débil, solo, confundido y marginado. La misericordia sale a buscar la oveja perdida, y cuando la encuentra manifiesta una alegría contagiosa. La misericordia sabe mirar a los ojos de cada persona; cada una es preciosa para ella, porque cada una es única.
Queridos hermanos y hermanas, la misericordia nunca puede dejarnos tranquilos. Es el amor de Cristo que nos “inquieta” hasta que no hayamos alcanzado el objetivo; que nos empuja a abrazar y estrechar a nosotros, a involucrar, a quienes tienen necesidad de misericordia para permitir que todos sean reconciliados con el Padre (cf. 2 Co 5,14-20).
No debemos tener miedo, es un amor que nos alcanza y envuelve hasta el punto de ir más allá de nosotros mismos, para darnos la posibilidad de reconocer su rostro en los hermanos. Dejémonos guiar dócilmente por este amor y llegaremos a ser misericordiosos como el Padre.
Hemos escuchado el Evangelio: Tomás era un terco, no había creído y encontró la fe cuando tocó las llagas del Señor. Una fe que no es capaz de ponerse en las llagas del Señor no es fe. Una fe que no es capaz de ser misericordiosa, como son signo de misericordia las llagas del Señor, no es fe, es idea, es ideología.
Nuestra fe está encarnada en un Dios que se hizo carne, que se hizo pecado, que fue llagado por nosotros.
Pero si nosotros queremos creer verdaderamente y tener la fe, tenemos que acercarnos y tocar esa llaga, acariciar esa llaga. Y también agachar la cabeza y dejar que los otros acaricien nuestras llagas.
Entonces que sea el Espíritu Santo quien guíe nuestros pasos: Él es el amor, Él es la misericordia que se comunica a nuestros corazones. No pongamos obstáculos a su acción vivificante, sino sigámoslo dócilmente por los caminos que nos indica.
Permanezcamos con el corazón abierto, para que el Espíritu pueda transformarlo; y así, perdonados y reconciliados, entrados en las llagas del Señor seamos testigos de la alegría que brota del haber encontrado al Señor Resucitado, vivo entre nosotros».
Después de la bendición el Santo Padre añadió:
«El otro día, hablando con los dirigentes de una asociación de ayuda, de caridad, salió esta idea y pensé: la diré el sábado en la plaza. ¡Qué lindo sería que como un recuerdo, como un monumento de este Año de la Misericordia haya en cada diócesis una obra estructural de misericordia!
Un hospital, una casa de reposo para ancianos, para niños abandonados, una escuela donde no haya, una casa para recuperar a los que sufren adicciones, y tantas otras cosas que se pueden hacer. Sería lindo que cada diócesis piense: qué puedo dejar como recuerdo viviente, como obra de misericordia viviente, como llaga de Jesús viviente, en este Año de la Misericordia. Pensemos y hablemos con nuestros obispos».
03.04.16





El  Papa en el Regina Coeli: renovar el empeño por un mundo desminado
Al concluir la misa de la Divina Misericordia, el Santo Padre recordó la guerra en Ucrania y convocó una colecta para el 24 de abril
3 abril 2016
El papa Francisco reza el Regina Coeli al concluir la misa de la Divina Misericordia
Ciudad del Vaticano).- Al concluir la santa misa en la plaza de San Pedro, con motivo del Domingo de la Misericordia, el papa Francisco rezó la oración del Regina Coeli y dirigió las siguientes palabras a los peregrinos allí presentes.
Texto completo:
«En este día que es como el corazón del Año Santo de la Misericordia, mi pensamiento se dirige a todas las poblaciones que tienen más sed de reconciliación y de paz. Pienso en particular al drama, aquí en Europa, de quien sufre las consecuencias de la violencia en Ucrania: de todos aquellos se quedan en las tierras golpeadas por las hostilidades que han causado ya varios miles de muertos, y de todos aquellos, más de un millón, que fueron desplazados por la grave situación que perdura.
Los afectados son principalmente ancianos y niños. Además de acompañarlos con mi constante pensamiento y con mi oración, he sentido la necesidad de promover una ayuda humanitaria para ellos. Con esta finalidad se realizará una colecta especial en todas las iglesias católicas de Europa, el próximo domingo 24 de abril.
Invito a los fieles a unirse a esta iniciativa del Papa con una generosa contribución. Este gesto de caridad, además de aliviar los sufrimientos materiales, quiere expresar la cercanía y la solidaridad mia personal y de toda la Iglesia, a Ucrania. Deseo vivamente que esto pueda ayudar a promover sin posteriores atrasos la paz y el respeto del Derecho en aquella tierra tan probada.
Y mientras rezamos por la paz, recordemos que mañana es la Jornada Mundial contra las minas anti-hombre. Demasiadas personas siguen siendo asesinadas o mutiladas por estas terribles armas, y hombres y mujeres valerosos arriesgan su vida para desminar los terrenos. ¡Renovemos, por favor, el empeño por un mundo desminado!
Al concluir envío mi saludo a todos los que han participado a esta celebración, en particular a los grupos que cultivan la espiritualidad de la Divina Misericordia. Todos juntos nos dirigimos en oración a nuestra Madre».
Después del canto del Regina Coeli, el papa Francisco concluyó la oración e impartió la bendición apostólica.
04.04.16