21 de nov. 2018

PAPA AUDIÈNCIES


El Papa llama a “suplicar la humildad y la verdad que nos pone frente a nuestra pobreza”

No codiciarás los bienes de tu prójimo, ni la mujer de tu prójimo”

(21 nov. 2018).- “Bienaventurados los pobres de espíritu; aquellos que, no fiándose de sus propias fuerzas, se abandonan en Dios, que con su misericordia cura sus faltas y les da una vida nueva”.
Así ha concluido el Papa Francisco su reflexión en español, pronunciada en la audiencia general, que ha dedicado al último mandamiento: “No codiciarás los bienes de tu prójimo, ni la mujer de tu prójimo”q, este miércoles, 21 de noviembre de 2018, en la plaza de San Pedro.
No codiciarás”
El Pontífice ha observado que a simple vista parece coincidir con los mandamientos: “No cometerás adulterio” o “no robarás”. Sin embargo –ha aclarado– hay una diferencia.
En este epílogo –ha indicado Francisco– el Señor “nos propone llegar al fondo del sentido del decálogo” y evitar que “pensemos que basta un cumplimiento nominal y farisaico” para conseguir la salvación.
La diferencia estriba en el verbo empleado: “no codiciarás”; con este verbo se subraya que, en el corazón del hombre –como dice Jesús en el evangelio–, “nace la impureza y los deseos malvados que rompen nuestra relación con Dios y con los hombres”, ha matizado el Santo Padre en su reflexión.
Catequesis del Santo Padre
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Nuestros encuentros sobre el Decálogo nos llevan hoy al último mandamiento. Lo escuchamos al principio. Estas no son solo las últimas palabras del texto, sino mucho más: son el cumplimiento del viaje a través del Decálogo, que llegan al fondo de todo lo que encierra. En efecto, a simple vista, no agregan un nuevo contenido: las palabras «no codiciarás la mujer de tu prójimo […], ni los bienes de tu prójimo » están al menos latentes en los mandamientos sobre el adulterio y el  robo. ¿Cuál es entonces la función de estas palabras? ¿Es un resumen? ¿Es algo más?
Tengamos muy en cuenta que todos los mandamientos tienen la tarea de indicar el límite de la vida, el límite más allá del cual el hombre se destruye y destruye a su prójimo, estropeando su relación con Dios. Si vas más allá, te destruyes, también destruyes la relación con Dios y la relación con los demás. Los mandamientos señalan esto. Con esta última palabra, se destaca el hecho de que todas las transgresiones surgen de una raíz interna común: los deseos malvados. Todos los pecados nacen de un deseo malvado. Todos. Allí empieza a moverse el corazón, y uno entra en esa onda, y acaba en una transgresión. Pero no en una transgresión formal, legal: en una transgresión que hiere a uno mismo y a los demás.
En el Evangelio, el Señor Jesús dice explícitamente: “Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas: fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, avaricias, maldades, fraudes, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez. Todas estas perversidades salen de dentro y contaminan al hombre”.”(Mc 7,21-23).
Entendemos así que todo el itinerario del Decálogo no tendría ninguna utilidad si no llegase a tocar este nivel, el corazón del hombre. ¿De dónde nacen todas estas cosas feas? El Decálogo se muestra lúcido y profundo en este aspecto: el punto de llegada –el último mandamiento- de este viaje es el corazón, y si éste, si el corazón, no se libera, el resto sirve de poco. Este es el reto: liberar el corazón de todas estas cosas malvadas y feas. Los preceptos de Dios pueden reducirse a ser solo la hermosa fachada de una vida que sigue siendo una existencia de esclavos y no de hijos. A menudo, detrás de la máscara farisaica de la sofocante corrección, se esconde algo feo y sin resolver.
En cambio, debemos dejarnos desenmascarar por estos mandatos sobre el deseo, porque nos muestran nuestra pobreza, para llevarnos a una santa humillación. Cada uno de nosotros puede preguntarse: Pero ¿qué deseos feos siento a menudo? ¿La envidia, la codicia, el chismorreo? Todas estas cosas vienen desde dentro. Cada uno puede preguntárselo y le sentará bien. El hombre necesita esta bendita humillación, esa por la que descubre que no puede liberarse por sí mismo, esa por la que clama a Dios para que lo salve. San Pablo lo explica de una manera insuperable, refiriéndose al mandamiento de no desear (cf. Rom 7: 7-24).
Es vano pensar en poder corregirse sin el don del Espíritu Santo. Es vano pensar en purificar nuestro corazón solo con  un esfuerzo titánico de nuestra voluntad: eso no es posible. Debemos abrirnos a la relación con Dios, en verdad y en libertad: solo de esta manera nuestras fatigas pueden dar frutos, porque es el Espíritu Santo el que nos lleva adelante.
La tarea de la Ley Bíblica no es la engañar al hombre con que  una obediencia literal lo lleve a una salvación amañada  y, además, inalcanzable. La tarea de la Ley es llevar al hombre a su verdad, es decir, a su pobreza, que se convierte en apertura auténtica, en apertura personal a la misericordia de Dios, que nos transforma y nos renueva. Dios es el único capaz de renovar nuestro corazón, a condición de que le abramos el corazón: es la única condición; Él lo hace todo; pero tenemos que abrirle el corazón.
Las últimas palabras del Decálogo educan a todos a reconocerse como mendigos; nos ayudan a enfrentar el desorden de nuestro corazón, para dejar de vivir egoístamente y volvernos pobres de espíritu, auténticos ante la presencia del Padre, dejándonos redimir por el Hijo y enseñar por el Espíritu Santo. El Espíritu Santo es el maestro que nos enseña. Somos mendigos, pidamos esta gracia.
Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos” (Mt 5, 3). Sí, benditos  aquellos que dejan de engañarse creyendo que pueden salvarse de su debilidad sin la misericordia de Dios, que es la sola que  puede sanar el corazón. Solo la misericordia del Señor sana el corazón.  Bienaventurados los que reconocen sus malos deseos y con un corazón arrepentido y humilde, no se presentan ante Dios y ante los hombres como justos, sino como pecadores. Es hermoso lo que Pedro le dijo al Señor: “Aléjate de mí, Señor, que soy un pecador”. Hermosa oración ésta: “Aléjate de mí, Señor, que soy un pecador”.
Estos son los que saben tener compasión, los que saben tener misericordia de los demás, porque la experimentan en ellos mismos.
22.11.18




Declaración conjunta del Gran Rabinato de Israel y la Santa Sede

Para las Relaciones Religiosas con el Judaísmo

Del 18 al 20 de noviembre de 2018  tuvo lugar en Roma la decimosexta reunión de la Comisión bilateral de las delegaciones del Gran Rabinato de Israel y de la Comisión de la Santa Sede para las Relaciones Religiosas con el Judaísmo cuyo tema ha sido: La dignidad del ser humano. Enseñanzas del judaísmo y del catolicismo sobre los niños.
Publicamos a continuación el texto de la declaración conjunta firmada por ambas partes que fueron recibidas en la tarde del 19 de  noviembre por el Santo Padre Francisco.
Declaración conjunta
1. El cardenal Peter Turkson, como presidente de la delegación católica, dio la bienvenida a Roma  a los delegados judíos invocando la bendición divina  sobre la reunión. El rabino Rasson Arusi respondió expresando el gozo y la satisfacción de la delegación judía de reunirse en esta santa tarea común citando las palabras del Salmo 90:17: “La dulzura del Señor sea con nosotros/ Confirma tú la acción de nuestras manos”.
2. La Comisión Bilateral se reunió con motivo del Día Universal del Niño convocada por las Naciones Unidas y consecuentemente dedicó sus deliberaciones al tema de la dignidad humana, con especial referencia a los niños.
3. La Comisión apreció el progreso significativo en la sociedad moderna en relación con el tema de los derechos humanos, tal como se evidencia en la Declaración Universal de los Derechos Humanos y, en particular, en la Convención de 1989 sobre los Derechos del Niño. Estos principios de la inviolabilidad de la vida humana y de la inalienable  dignidad humana de la persona encuentran su plena expresión en las relaciones entre el individuo y lo Divino y entre el individuo y su prójimo, que implica la responsabilidad de hacer efectiva esa relación en la dimensión social. Tenemos una obligación especial para con los miembros más vulnerables de nuestras comunidades y, en particular, con los niños,  garantes de la posteridad, que todavía no pueden expresar su pleno potencial y defenderse solos
4. Se discutió en profundidad la importancia de aclarar el fundamento ético de esto principios, señalando que estos ideales ya están arraigados con valor trascendente en nuestro patrimonio bíblico común que declara que el ser humano está creado a imagen de Dios (cf. Gen 1: 26-27; 5: 1-2).
5. El respeto por la dignidad personal de los niños también debe expresarse con la oferta de una  amplia gama de estímulos e instrumentos para desarrollar sus capacidades de reflexión y de acción. No solo es necesario que los niños se sientan objeto de una atención adecuada y amorosa, sino también que se involucren activamente para que se desarrollen sus capacidades cognitivas y prácticas. Para que eso suceda en consonancia con los principios antes mencionados, es necesario fomentar relaciones de amor auténtico y estable, y proporcionar  la nutrición, atención médica y protección adecuadas, así como la educación religiosa y escolarización necesarias, el aprendizaje informal y el cultivo de la creatividad.
6. La sociedad en su conjunto, pero en particular los padres, los maestros y guías religiosos, tienen una responsabilidad especial en el crecimiento moral y espiritual de los niños. En sus deliberaciones sobre los derechos de los niños a la autonomía y a la libertad, los miembros de la Comisión Bilateral destacaron la tensión entre el esfuerzo por garantizar la máxima libertad de elección y el de asegurar la protección y la orientación prudente. Todo esto exige que nos abstengamos de cualquier instrumentalización de la otra persona, cuya dignidad siempre debe considerarse  como un fin en sí mismo.
7. Los miembros de la Comisión Bilateral fueron recibidos en una audiencia privada por el Papa Francisco que afirmó su compromiso personal en este ámbito y  en el progreso de las relaciones entre católicos y judíos con las palabras: “Somos hermanos e hijos de un sólo Dios, y debemos trabajar juntos por la paz, mano en mano”. En este encuentro, el Papa recibió con satisfacción la noticia de la preparación de un documento interreligioso sobre las cuestiones relacionadas con el final de la vida, con especial referencia al peligro de legalizar la eutanasia y el suicidio asistido por un médico en lugar de garantizar los cuidados paliativos y el máximo respeto por la vida que es un don de Dios.
8. Al concluir sus deliberaciones, los miembros de la Comisión Bilateral dieron gracias al Altísimo por sus bendiciones sobre sus vidas y trabajo; y por sus dones, entre los que se incluyen  los niños, así descritos en el Salmo 127: 3, “La herencia de Dios son los hijos/ recompensa el fruto de las entrañas”. Para garantizar su sano desarrollo
espiritual es particularmente importante familiarizarlos con el patrimonio bíblico que comparten judíos y católicos.
9. Además, la Comisión insta a que estos textos de las Sagradas Escrituras se estudien en sus respectivas comunidades. Asimismo, la enseñanza de Nostra aetate(n. 4) y los documentos subsiguientes relativos a las relaciones judeo-cristianas, deberían ser ampliamente conocidos y difundidos en ambas comunidades, lo cual proporcionará un impulso creciente a la  bendita reconciliación y cooperación entre judíos y católicos, en beneficio de sus fieles y de la entera sociedad.
Roma,
20 de noviembre de 2018 – 12 de Kislev, 5779
Rabino Rasson Arusi                                          Cardenal Peter Turkson
(Presidente de la delegación judía)                   (Presidente de la delegación católica)
Rabino David Rosen                                          Arzobispo Pierbattista Pizzaballa O.F.M.
Rabino Prof. Daniel S                                        Arzobispo Bruno Forte
Rabino Prof. Avraham Steinberg                       Obispo Giacinto-Boulos Marcuzzo
Mr. Oded Wiener                                                Mons. Pier Francesco Fumagalli
P. Norbert J. Hofmann S.D.B.
23.11.18







Giorgio La Pira: Testigo entusiasta del Evangelio y profeta de los tiempos modernos

Discurso del Papa a los miembros de la Fundación ‘Giorgio La Pira’

(23 nov. 2018).- El Santo Padre ha destacado de la figura de Giorgio La Pira que fue un “testigo entusiasta del Evangelio y un profeta de los tiempos modernos”; su actitud estuvo siempre inspirada por una perspectiva cristiana, mientras que su acción a menudo se adelantaba a sus tiempos.
Esta mañana, a las 12:15 horas, en la Sala Clementina del Palacio Apostólico Vaticano, el Santo Padre Francisco ha recibido en audiencia a los miembros de la Fundación “Giorgio La Pira”, con motivo de su V Congreso nacional, en curso en Roma, Villa Aurelia, del 22 al 23 de noviembre de 2018.
Discurso del Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas,
Recibo con alegría a todos los que participáis  en el congreso  nacional de asociaciones y grupos dedicados al Venerable Giorgio La Pira. Saludo a cada uno y agradezco las palabras del Presidente de la Fundación Giorgio La Pira. Espero que vuestra reunión de estudio y reflexión contribuya a que el compromiso con el desarrollo integral de las personas crezca en las comunidades y regiones italianas de las que formáis parte.

En un momento en que la complejidad de la vida política italiana e internacional necesita fieles laicos y estadistas de gran calidad humana y cristiana para el servicio del bien común, es importante redescubrir a Giorgio La Pira, una figura ejemplar para la Iglesia y para el mundo contemporáneo. Fue un testigo entusiasta del Evangelio y un profeta de los tiempos modernos; su actitud estuvo siempre inspirada por una perspectiva cristiana, mientras que su acción a menudo se adelantaba a sus tiempos.
Su actividad como profesor universitario fue variada y multiforme, especialmente en Florencia, pero también en Siena y Pisa. Junto a ella dio vida a varias obras de caridad, como la “Misa del Pobre” en San Procolo y la Conferencia de San Vicente “Beato Angélico”. Desde 1936 vivió en el convento de San Marco, donde estudió la patrística, ocupándose también la publicación de la revista Principi, en la que no faltaban las críticas al fascismo. Buscado por la policía de ese régimen, se refugió en el Vaticano, donde durante un período permaneció en la casa del Sustituto Mons. Montini, que lo estimaba mucho. En 1946 fue elegido en la Asamblea Constituyente, donde contribuyó a la redacción de la Constitución de la República Italiana.
Pero su misión al servicio del bien común encontró su cumbre en el período en que fue alcalde de Florencia en los años cincuenta. La Pira tomó una línea política abierta a las necesidades del catolicismo social y siempre al lado de los últimos y de los sectores más frágiles de la población.
También emprendió un importante programa para promover la paz social e internacional, con la organización de conferencias internacionales “por la paz y la civilización cristiana” y con fuertes llamamientos contra la guerra nuclear. Por el mismo motivo hizo un viaje histórico a Moscú en agosto de 1959. Su compromiso político-diplomático se hacía cada vez más incisivo: en 1965 convocó un simposio por la paz en Vietnam en Florencia, y yendo luego personalmente a Hanói donde se encontró con Ho Chi Min y Phan Van Dong.
Queridos amigos, os animo a que mantengáis vivo y difundáis el patrimonio de acción eclesial y social del Venerable Giorgio La Pira; en particular, su testimonio integral de fe, el amor por los pobres y marginados, el trabajo por la paz, la puesta en práctica del mensaje social de la Iglesia y la gran fidelidad a las enseñanzas católicas. Todos estos son elementos que constituyen un mensaje válido para la Iglesia y la sociedad actual, respaldados por la ejemplaridad de sus gestos y de sus palabras.

Su ejemplo es inapreciable, especialmente para aquellos que trabajan en el sector público, que están llamados a estar alerta frente a esas  situaciones negativas que San Juan Pablo II definió como “estructuras de pecado” (ver Carta Encíclica Sollicitudo rei socialis, 36). Se trata de  la suma de factores que actúan en dirección opuesta a la realización del bien común y del respeto por la dignidad de la persona. Se cede a esas tentaciones cuando, por ejemplo, se busca exclusivamente el beneficio personal o de un grupo en lugar del interés de todos; cuando el clientelismo prevalece sobre la justicia; cuando el apego excesivo al poder bloquea de hecho el recambio generacional y el acceso a los jóvenes. Como decía Giorgio La Pira: “la política es un compromiso de humanidad y de santidad”. Por lo tanto, es un camino exigente de servicio y responsabilidadpara los fieles laicos, llamados a actuar cristianamente en las  realidades temporales como enseña el Concilio Vaticano II (cf. Decreto sobre el apostolado de los laicos Apostolicam actuositatem, 4).
Hermanos y hermanas, el legado de La Pira, que conserváis en vuestras diversas experiencias asociativas, constituye para vosotros como   un “puñado” de talentos que el Señor os pide que hagáis fructificar. Os exhorto, pues, a resaltar las virtudes humanas y cristianas que forman parte del patrimonio ideal y  también espiritual del Venerable Giorgio La Pira. Así podréis, en los territorios en los que vivís, ser operadores de paz, artífices de justicia, testigos de solidaridad y caridad; ser levadura de valores evangélicos en la sociedad, especialmente en el ámbito de la cultura y de  la política; podréis renovar el entusiasmo de entregaros a los demás, dándoles alegría y esperanza. En su discurso vuestro presidente ha repetido dos veces la palabra “primavera”: hoy hace falta una  “primavera”. Hoy hacen falta profetas de esperanza, profetas de santidad que no tengan miedo de ensuciarse las manos, para trabajar, para salir adelante. Hoy hacen falta “golondrinas”: sedlo vosotros.
Con estos deseos, que confío a la intercesión de la Virgen María, os bendigo de todo corazón así como a vuestros  seres queridos y a vuestras iniciativas. Y os pido, por favor, que os acordéis de rezar por mí. Gracias.
24.11.18






Ángelus: Jesús “nos pide que le dejemos ser nuestro rey”

Palabras del Papa antes de la oración mariana 
  
(25 nov. 2018).- “Jesús nos pide hoy que le dejemos ser nuestro rey”, dijo el Papa Francisco en el Ángelus este 25 de noviembre de 2018. “Pero, recordó, no debemos olvidar que el reino de Jesús no es de este mundo. Puede dar un nuevo significado a nuestra vida … solo si no seguimos la lógica del mundo y su “rey”.
Desde una ventana del palacio apostólico que domina la Plaza de San Pedro, el Papa meditó sobre la solemnidad de Cristo Rey del Universo, celebrado este domingo, conclusión del año litúrgico: “La vida de la creación no avanza por casualidad, sino que avanza hacia una meta final: la manifestación definitiva de Cristo, Señor de la historia y de toda la creación”.
Palabras del Papa antes del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, que celebramos hoy, se establece al final del año litúrgico y nos recuerda que la vida de la creación no avanza por casualidad, sino que avanza hacia una meta final: la manifestación definitiva de Cristo, Señor de la historia y de toda la creación. La conclusión de la historia será su reino eterno.
El pasaje del Evangelio de hoy (cf. Jn 18: 33b-37) nos habla de este reino, relatando la humillante situación en que se encontró  Jesús después de ser arrestado en Getsemaní: atado, insultado, acusado y llevado ante las autoridades de Jerusalén. Se le presenta al fiscal romano, como alguien que atenta contra el poder político, para convertirse en el rey de los judíos. Pilatos luego hace su pregunta y en un interrogatorio dramático le pregunta dos veces si es un rey (vs. 33b.37). Jesús primero responde que su reino “no es de este mundo” (v. 36). Luego dice: «Tú lo dices: yo soy rey» (v.37). Es evidente que en toda su vida Jesús no tiene ambiciones políticas.
Recordemos que después de la multiplicación de los panes, la gente, entusiasmada con el milagro, quiso proclamarlo rey, para derrocar el poder romano y restaurar el reino de Israel. Pero para Jesús, el reino es otra cosa, y ciertamente no se logra con la revuelta, la violencia y la fuerza de las armas. Por lo tanto, se había retirado solo en la montaña para orar (cf. Jn 6, 5-15).
Ahora, respondiendo a Pilato, señala que sus discípulos no lucharon para defenderlo. Él dice: “Si mi reino fuera de este mundo, mis sirvientes habrían luchado para que yo no fuera entregado a los judíos” (v.36). Jesús quiere dejar claro que por encima del poder político hay otro mucho mayor, que no se logra por medios humanos. Él vino a la tierra para ejercer este poder, que es el amor, dando testimonio de la verdad (v. 37). Esta es la verdad divina que, en última instancia, es el mensaje esencial del Evangelio: “Dios es amor” (1 Jn 4: 8) y quiere establecer en el mundo su reino de amor, justicia y paz. Este es el reino del cual Jesús es el rey, y que se extiende hasta el fin de los tiempos.
La historia enseña que los reinos fundados en el poder de las armas y en la prevaricación son frágiles y tarde o temprano se derrumban. Pero el reino de Dios se basa en su amor y se enraíza en los corazones, el Reino de Dios se enraíza en los corazones concediendo a quien lo recibe paz, libertad y plenitud de vida. Y nosotros queremos la paz, todos nosotros queremos la libertad y queremos la plenitud. ¿Cómo se hace esto?, deja que el amor de Dios, el reino de Dios, el amor de Jesús se enraíce en tu corazón y tendrás, paz, libertad y tendrás plenitud.
Jesús hoy nos pide que le dejemos ser nuestro rey. Un rey que con su palabra, su ejemplo y su vida inmolada en la cruz nos ha salvado de la muerte, señala el camino al hombre perdido, da nueva luz a nuestra existencia marcada por la duda, el miedo y las pruebas cotidianas. Pero no debemos olvidar que el reino de Jesús no es de este mundo. Podrá dar un nuevo significado a nuestra vida, a veces sometido a prueba incluso por nuestros errores y nuestros pecados, solo con la condición de que no sigamos la lógica del mundo y de sus “reyes”.
Que la Virgen María nos ayude a recibir a Jesús como el rey de nuestra vida y a difundir su reino, dando testimonio de la verdad que es el amor.
Palabras del Papa después del Ángelus.

Queridos hermanos y hermanas,
Ayer, Ucrania conmemoró el aniversario del Holodomor, una terrible hambruna causada por el régimen soviético que causó millones de víctimas. La imagen es dolorosa. Que la inmensa herida del pasado sea un llamado a todos para que tales tragedias no vuelvan a suceder. Oremos por ese querido país y por la paz tan deseada.
Les saludo a todos ustedes peregrinos que han venido de Italia y de diferentes países: a las familias, a los grupos parroquiales, a las asociaciones. En particular, saludo a los numerosos coros que asistieron a su Tercer Congreso Internacional celebrado en el Vaticano, y les agradezco su presencia y su precioso servicio a la liturgia y a la evangelización, muchas gracias!.
Saludo a los participantes en el Congreso sobre la fertilidad, promovido por la Universidad Católica del Sagrado Corazón en el 50 aniversario de la Encíclica Humanae vitae de San Pablo VI; así como también a los universitarios de derecho de la Universidad de Roma Tres y a los fieles de Pozzuoli, Bacoli y Bellizzi.
Saludo a los peregrinos de Palermo,  y felicitaciones porque han tenido el valor de venir aquí con esta lluvia Les deseo a todos un buen domingo. Y por favor, no se olviden de orar por mí. Buen almuerzo y ¡hasta pronto!.
25.11.18



Santa Marta: “El enemigo de la generosidad es el consumismo”

La generosidad ensancha nuestros corazones”

(26 nov. 2018).- El Papa Francisco ha exhortado en su homilía de la Misa matutina a preguntarnos cómo podemos ser más generosos con los pobres, incluso con “las pequeñas cosas” y ha asegurado que “el enemigo de la generosidad es el consumismo, gastando más de lo que necesitamos”.
El Pontífice ha observado que muchas veces en el Evangelio Jesús hace el contraste entre ricos y pobres: Basta pensar en el rico Epulón y Lázaro o en el joven rico, ha propuesto, un contraste que hace que el Señor diga: “Es muy difícil para un rico entrar en el reino de los cielos”.
La reflexión de hoy, lunes, 26 de noviembre de 2018, en la Residencia de Santa Marta, ha sido en torno al Evangelio de San Lucas (21,1-4), sobre el que Francisco ha comentado que hay un contraste entre los ricos “que entregaban sus ofrendas al tesoro” y una viuda pobre que entregaba dos monedas. Estos ricos son diferentes del rico Epulón: “no son malos”, ha indicado el Papa.
Parece ser gente buena que va al templo y da la oferta”, ha explicado. “Es, por lo tanto, un contraste diferente”. El Señor quiere decirnos algo más cuando dice que la viuda tiró más que nadie porque dio “todo lo que tenía para vivir”.
Ella actuó así “porque confiaba en Dios, era una mujer de las bienaventuranzas, era muy generosa”. En esta línea, el Pontífice ha llamado a “dar todo porque el Señor es más que todo. El mensaje de este pasaje del Evangelio es una invitación a la generosidad”.
Generosidad como algo cotidiano 
Hay quien puede etiquetar a Cristo como “comunista” –ha dicho el Papa–, “pero el Señor, cuando dijo estas cosas, sabía que detrás de las riquezas siempre estaba el mal espíritu: el señor del mundo”. Por eso dijo una vez: “No se puede servir a dos señores: servir a Dios y servir a las riquezas”.
El Papa, así, hace una llamada a la generosidad: “La generosidad ensancha el corazón y conduce a la magnanimidad”. La generosidad es algo cotidiano –asegura– es algo en lo que debemos pensar: “¿cómo puedo ser más generoso, con los pobres, con los necesitados…. cómo puedo ayudar más?”.
Francisco ha exhortado a pensar en las pequeñas cosas: “Hagamos un viaje a nuestras habitaciones, por ejemplo, un viaje a nuestro guardarropa. ¿Cuántos pares de zapatos tengo? Uno, dos, tres, cuatro, quince, veinte… cada uno lo puede decir. (…) ¿Cuántas prendas que no uso o uso una vez al año? Es una manera de ser generosos, de dar lo que tenemos, de compartir”.
Enfermedad del consumismo
En este contexto, el Santo Padre ha advertido contra la enfermedad del consumismo: “Siempre comprar cosas, tener…”. Es una gran enfermedad hoy, ha comentado. “No digo que todos hagamos esto, no. Pero el consumismo, gastar más de lo necesario, la falta de austeridad en la vida: es enemigo de la generosidad”.
Y la generosidad material – pensar en los pobres, “Yo puedo dar esto para que coman, para que se vistan” –, estas cosas tienen otra consecuencia: ensancha el corazón y te lleva a la magnanimidad”.
Debemos rezar al Señor “para que nos libere” de ese mal tan peligroso que es el consumismo, que nos hace esclavos, una dependencia del gasto: “es una enfermedad psiquiátrica”. “Pidamos –exhortó– por esta gracia del Señor: la generosidad, que ensancha nuestros corazones y nos lleva a la magnanimidad”.
27.11.18




Santa Marta: “¿Cómo me gustaría que el Señor me encontrara cuando me llame?”

  Pensar en el final nos ayuda a pensar” dice el Papa    

(27 nov. 2018).- “¿Cómo será mi fin? ¿Cómo me gustaría que el Señor me encontrara cuando me llame?” –ha reflexionado el Papa en la homilía de esta mañana–. “Es prudente pensar en el final, nos ayuda a avanzar, a hacer un examen de conciencia sobre qué cosas debo corregir y cuáles llevar adelante porque son buenas”.
El Santo Padre ha celebrado la Eucaristía, en la Capilla de la Residencia Santa Marta, este martes, 27 de noviembre de 2018.
Hoy el Papa ha profundizado sobre el fin del mundo y de la propia vida, siguiendo la primera lectura de leída en la Misa, del Apocalipsis, en la que San Juan habla del fin del mundo “con la figura de la mies”, con Cristo y un ángel armado con una hoz.
Cuando llegue nuestra hora, deberemos mostrar la calidad de nuestro trigo, la calidad de nuestras vidas”, afirmó el Pontífice. “Es una gracia” que la Iglesia nos invita a meditar sobre esto –ha dicho el Santo Padre– “porque no nos gusta pensar en el fin, siempre posponemos este pensamiento para mañana”.
Esta es mi vida. Este es mi trigo. Esta es mi calidad de vida. ¿Me he equivocado?” ha indicado el Papa que le diremos al Señor al final de nuestra vida, cuando “cada uno de nosotros se encontrará con el Señor”.
Todos deberemos decir esto, porque todos cometemos errores” ha aconsejado el Pontífice, y también diremos “he hecho cosas buenas”- porque todos hacemos cosas buenas; “y así haremos para mostrar al Señor el grano”, puntualizó Francisco.
Nos hará bien esta semana pensar en el final. Si el Señor me llamara hoy, ¿qué haría? ¿Qué le diría?” ha exhortado Francisco en la Misa matutina, que ha presidido en la Casa de Santa Marta.
El pensamiento del fin nos ayuda a avanzar; no es un pensamiento estático: es un pensamiento que avanza porque es llevado adelante por la virtud, por la esperanza. Sí, habrá un fin, pero ese fin será un encuentro: un encuentro con el Señor. Es verdad, será un ‘rendir cuentas’ de lo que he hecho, pero también será un encuentro de misericordia, de alegría, de felicidad. Pensar en el fin, el fin de la creación, el fin de la propia vida, es sabiduría; el sabio lo hace”, afirmó el Papa.
28.11.18




Audiencia general,

Última catequesis de los mandamientos

( 28 nov. 2018).- Esta mañana, la audiencia general se ha celebrado en el interior del Aula Pablo VI, debido a las bajas temperaturas que se perciben en Roma estos días. La audiencia ha comenzado a las 9:30 horas, cuando el Papa Francisco ha entrado a la sala saludando a los peregrinos y fieles de Italia y de todo el mundo.
El Papa ha concluido hoy el ciclo de catequesis sobre los Diez Mandamientos, hablando del tema La ley nueva en Cristo y los deseos según el Espíritu (Pasaje bíblica: de la Carta a los Gálatas de San Pablo Apóstol, 5, 16-18, 22-23).
Catequesis del Santo Padre
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En la catequesis de hoy, que concluye el itinerario de los Diez Mandamientos, podemos usar como tema clave el de los deseos, que nos permite volver a recorrer el camino hecho y resumir las etapas cumplidas leyendo el texto del Decálogo, siempre a la luz de la plena revelación en Cristo.
Habíamos empezado con la gratitudcomo la base de la relación de confianza y obediencia: Dios, como hemos visto, no pide nada antes de haber dado mucho más. Nos invita a la obediencia para rescatarnos del engaño de las idolatrías que tienen tanto poder sobre nosotros. En efecto, intentar realizarse a través de los ídolos de este mundo nos vacía y nos esclaviza, mientras que lo que nos da estatura y consistencia es la relación con Aquel que, en Cristo, nos hace hijos a partir  de su paternidad (cf. Ef. 3,14). 16).
Esto implica un proceso de bendición y de liberación, que es el descanso verdadero, auténtico. Como dice el salmo: “En Dios solo el descanso de mi alma; de él viene mi salvación” (Sa62, 2).
Esta vida liberada se convierte en aceptación de nuestra historia personal y nos reconcilia con lo que, desde la infancia hasta el presente, hemos vivido, haciéndonos adultos y capaces de dar el justo peso a las realidades y las personas de nuestras vidas. Por este camino entramos en la relación con el prójimo que, a partir del amor que Dios muestra en Jesucristo, es una llamada a la belleza de la fidelidad, la generosidad y la autenticidad.

Pero para vivir así – o sea, en la belleza de la fidelidad, de la generosidad y de la autenticidad-necesitamos un corazón nuevo, habitado por el Espíritu Santo (cf. Ez 11,19; 36,26). Yo me pregunto: ¿cómo se produce este “trasplante” de corazón, del corazón viejo al corazón nuevo? A través del don de los nuevos deseos (cf. Rom 8: 6), que se siembran en nosotros por la gracia de Dios, especialmente a través de los Diez Mandamientos que Jesús llevó a su cumplimento, como enseña en el “sermón de la montaña” (cf., 17-48). De hecho, al contemplar la vida descrita en el Decálogo, o sea una existencia agradecida, libre, bendecidora, adulta, defensora y amante de la vida, fiel, generosa y sincera, nos encontramos ante Cristo, casi sin darnos cuenta de ello. El Decálogo es su “radiografía”, lo describe como un negativo fotográfico que deja que su rostro aparezca, como en la Sábana Santa. Y así, el Espíritu Santo fecunda nuestro corazón poniendo en él los deseos que son un don suyo, los deseos del Espíritu. Desear según el Espíritu, desear al ritmo del Espíritu, desear con la música del Espíritu.
Mirando a Cristo vemos la belleza, el bien, la verdad. Y el Espíritu genera una vida que, secundando estos deseos, activa en nosotros la esperanza, la fe y el amor.
Así descubrimos mejor lo que significa que el Señor Jesús no vino a abolir la ley sino a cumplirla, a hacer que creciera y mientras la ley según la carne era una serie de prescripciones y prohibiciones, según el Espíritu esta misma ley se convierte en vida (cf. Jn.. 6, 63, Ef. 2:15), porque ya no es una norma, sino la carne misma de Cristo, que nos ama, nos busca, nos perdona, nos consuela y en su Cuerpo recompone la comunión con el Padre, perdida por la desobediencia del pecado. Y así la negatividad literaria, la negatividad en la expresión de los mandamientos- “no robarás”, “no insultarás”, “no matarás” –ese “no” se transforma en una actitud positiva: amar, dejar sitio a los otros en mi corazón-, todos deseos que siembran positividad. Y esta es la plenitud de la ley que Jesús vino a traernos.
En Cristo, y solo en él, el Decálogo deja de ser una condena (cf. Rom 8, 1) y se convierte en la auténtica verdad de la vida humana, es decir, el deseo de amor -aquí nace un deseo de bien, de hacer el bien- deseo de gozo, deseo de paz, de magnanimidad, de benevolencia, de bondad, de fidelidad, de mansedumbre, dominio de sí mismo. De esos “noes” se pasa a este “sí”: la actitud positiva de un corazón que se abre con la fuerza del Espíritu Santo.
He aquí para lo que sirve buscar a Cristo en el Decálogo: para fecundar nuestro corazón para que esté henchido de amor y se abra a la obra de Dios. Cuando el hombre secunda el deseo de vivir según Cristo, está abriendo la puerta a la salvación que no puede sino llegar, porque Dios Padre es generoso y, como dice el Catecismo, “tiene sed de que tengamos sed de él” (No. 2560).
Si son los malos deseos los que arruinan al hombre (cf. Mt 15, 18-20), el Espíritu deposita en nuestros corazones sus santos deseos, que son la semilla de una nueva vida (cf. 1 Jn 3,9). De hecho, la nueva vida no es el esfuerzo titánico de ser coherente con una norma, sino que la vida nueva es  el mismo Espíritu de Dios que comienza a guiarnos hacia sus frutos, en una feliz sinergia entre nuestra alegría de ser amados y su alegría de amarnos. Se encuentran las dos alegrías: la alegría de Dios por amarnos y nuestra alegría de ser amados.
Esto es  lo que significa el Decálogo para nosotros, los cristianos: contemplar a Cristo para abrirnos a recibir su corazón, para recibir sus deseos, para recibir su Santo Espíritu.
29.11.18





Santa Marta: “Alejémonos de la paganización de la vida” invita el Papa

Abramos el corazón con esperanza”  

(29 nov. 2018).- Llegará el día –ha dicho Francisco– en el que el Señor dirá: “basta. Ésta es la crisis de una civilización que se cree orgullosa, suficiente, dictatorial y termina así”.
El Santo Padre ha reflexionado esta mañana, 29 de noviembre de 2018, sobre destrucción y confianza; sobre derrota y victoria, en la Eucaristía celebrada en la Capilla de la Casa Santa Marta, en el Vaticano.
De la Primera Lectura, del Libro del Apocalipsis de San Juan Apóstol, el Papa ha destacado que describe la destrucción de Babilonia, la ciudad bella, símbolo de la mundanidad, “del lujo, de la autosuficiencia y del poder de este mundo”.
Asimismo, ha comentado del la Segunda Lectura, del Evangelio según San Lucas, que “relata la devastación de Jerusalén, la Ciudad Santa”.
En el día del juicio, la “gran prostituta” caerá –ha anunciado el Papa– Babilonia será destruida con un grito de victoria, condenada por el Señor y dejará ver su verdad: “Cueva de demonios, refugio de todo espíritu impuro”. Bajo su magnificencia mostrará la corrupción, sus fiestas se presentarán como falsa felicidad. Su destrucción será violenta y “nadie más la encontrará”.
Del mismo, el Pontífice ha relatado cómo caerá Jerusalén: Verá su ruina por otro tipo de corrupción, “la corrupción de la infidelidad al amor; no ha sido capaz de reconocer el amor de Dios en su Hijo”. La Ciudad Santa “será pisoteada por los paganos”, castigada por el Señor, porque ha abierto las puertas de su corazón a los paganos.
En esta línea, Francisco ha meditado: “Existe la paganización de la vida, en nuestro caso, cristiana. ¿Vivimos como cristianos? Parece que sí. Pero en verdad, nuestra vida es pagana, cuando suceden estas cosas, cuando entra en esta seducción de Babilonia y Jerusalén vive como Babilonia”.

¿Tú eres cristiano? ¿Tú eres cristiana? ¿Vives como cristiano? No se puede mezclar el agua con el aceite. Siempre diverso. El fin de una civilización contradictoria en sí misma que dice ser cristiana y vive como pagana”, ha dicho en la homilía.
En conclusión, el Santo Padre ha invitado a pensar en “las Babilonias de nuestro tiempo”, en los tantos Imperios poderosos, por ejemplo del siglo pasado, que se han derrumbado. “Y así terminarán también las grandes ciudades de hoy y así terminará nuestra vida, si seguimos por este camino de paganización”, ha prevenido a los fieles.
Permanecen sólo aquellos que ponen su esperanza en el Señor. Entonces, abramos el corazón con esperanza y alejémonos de la paganización de la vida” ha sido el llamamiento del Papa este jueves, 28 de noviembre.


29.11.18


Santa Marta: La misión es un billete de ida sin vuelta

Hacer lo que decimos”

( 30 nov. 2018).- La misión es un billete de ida sin vuelta, dijo el Papa Francisco en la misa de esta mañana, 30 de noviembre de 2018, en la Casa de Santa Marta, para la fiesta del apóstol San Andrés. Insistió en la “coherencia” de la vida: “hacer lo que decimos”.
En su homilía informada por Vatican News, instó a deshacerse de “todo lo que nos impide continuar en el anuncio “de Jesús”, de esta actitud, de pecado, de este vicio” para ser “más coherente” en su testimonio.
El anuncio no es “una simple noticia”, sino “la única gran buena noticia”, dijo: “Este no es un trabajo publicitario, para publicitar a una persona muy buena, que hizo el bien, que sanó a muchas personas, y nos enseñó cosas hermosas. No, no es publicidad. Tampoco es hacer proselitismo. Si alguien va a hablar sobre Jesucristo, predica a Jesucristo para hacer proselitismo, no, no es el anuncio de Cristo: es un trabajo … directamente en la lógica del marketing“.
¿Qué es el anuncio de Cristo? preguntó el Papa. No es proselitismo, ni publicidad o marketing: va más allá … es sobre todo ser enviado. Y esta misión se realiza “con la condición de poner en juego su vida, su tiempo, sus intereses, su carne”. “Este viaje solo tiene un billete de ida, no hay vuelta. Regresar es apostasía”.
El Papa habló del “escándalo” de los cristianos que se llaman a sí mismos cristianos pero viven “como paganos, como incrédulos”. Y ha invitado a la “coherencia, entre la palabra y la vida”. El apóstol, “es el que lleva la Palabra de Dios, es un testigo”, quien juega su vida “hasta el final” y quien es “también un mártir”.
Dios mismo, observó el Papa, “para darse a conocer”, envió a su Hijo “arriesgando su vida”, en un viaje “con un solo billete, de ida”. “El diablo trató de convencerlo de que tomara otro camino, y Él no quiso, hizo la voluntad del Padre hasta el final. Y nuestro anuncio debe seguir el mismo camino: el testimonio, porque Él ha sido testigo del Padre haciéndose carne. Y nosotros debemos encarnarnos, es decir, convertirnos en testigos: hacer, hacer lo que decimos”.
Los mártires son aquellos que [muestran] que el anuncio fue verdadero”, dijo nuevamente el Papa Francisco. Los hombres y mujeres que dieron sus vidas, los apóstoles dieron sus vidas por su sangre; pero también muchos hombres y mujeres ocultos en nuestra sociedad y en nuestras familias, que dan testimonio diariamente, en silencio, a Jesucristo, pero a través de sus vidas, con la coherencia de hacer lo que dicen”.
Asumir “la misión” de proclamar a Cristo, concluyó, es vivir como Jesús “nos enseñó a vivir”, “en armonía con lo que predicamos”, por lo que el anuncio “será fructífero”. Vivir al contrario “sin coherencia”, “decir una cosa y hacer lo contrario”, hace “mucho daño al pueblo de Dios”.
Durante la celebración, el Papa Francisco también invitó a estar “cerca de la Iglesia de Constantinopla, de la Iglesia de Andrés”, y ha orado “por la unidad de las iglesias”.

30.11.18




16 de nov. 2018

EL PAPA I ELS POBRES


Gritar, responder y liberar”: Propuesta del Papa para ayudar a los pobres

Mensaje de la II Jornada Mundial de los Pobres

(16 nov. 2018).-El Papa Francisco ha titulado el Mensaje de la II Jornada Mundial de los Pobres “Este pobre gritó y el Señor lo escuchó”, palabras del Salmo 37.“¿Cómo es que este grito, que sube hasta la presencia de Dios, no alcanza a llegar a nuestros oídos, dejándonos indiferentes e impasibles?” plantea el Papa en documento.
El Santo Padre firmó simbólicamente el Mensaje para la II Jornada Mundial de los Pobres –que se celebrará el próximo domingo, 18 de noviembre de 2018– el día 13 de junio de 2018, fiesta de San Antonio de Padua, patrono de los pobres.
La presentación del Mensaje tuvo lugar el 14 de junio de 2018, en la Santa Sede, a cargo de Mons. Rino Fisichella, Presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización y Mons. Graham Bell, Subsecretario del mismo dicasterio.
Pobreza del hombre moderno
Mons. Rino Fisichella ha aclarado que el Papa Francisco se dirige con este Mensaje “a todos los fieles, de forma individual, a través de las parroquias y grupos de voluntarios, para que dirijan todavía más la mirada hacia los pobres, para escuchar su grito, a menudo silencioso, pero expresado con una mirada elocuente, y para reconocer sus necesidades”.
Así, el Pontífice invita a “no olvidar” que la pobreza social sobre la que esta Jornada quiere llamar la atención es solo “una de las muchas formas de pobreza que sufre el hombre moderno”. “El pobre al que se tiende simbólicamente de la mano” –como recuerda el logotipo de la Jornada Mundial de los Pobres– “representa a toda la humanidad”, que en la experiencia cotidiana sabe que “necesita el abrazo de Dios”, ha indicado el Presidente del Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización.
Gritar”
El contenido del mensaje se desarrolla alrededor de tres verbos: “gritar”, “responder” y “liberar”. Para cada uno de estos tres, el Papa  Francisco elabora una breve síntesis existencial que nos llama a reflexionar.

Francisco se pregunta en primer lugar -ha señalado Mons. Rino Fisichella– “¿cómo es que este grito, que sube hasta la presencia de Dios, no alcanza a llegar a nuestros oídos, dejándonos indiferentes e impasibles?”. A lo que responde positivamente afirmando que: “El silencio de la escucha es lo que necesitamos para poder reconocer su voz. Si somos nosotros los que hablamos mucho, no lograremos escucharlos. A menudo me temo que tantas iniciativas, aunque de suyo meritorias y necesarias, estén dirigidas más a complacernos a nosotros mismos que a acoger el clamor del pobre. En tal caso, cuando los pobres hacen sentir su voz, la reacción no es coherente, no es capaz de sintonizar con su condición. Se está tan atrapado en una cultura que obliga a mirarse al espejo y a cuidarse en exceso, que se piensa que un gesto de altruismo bastaría para quedar satisfechos, sin tener que comprometerse directamente…”.
Responder”
El segundo verbo es “responder” asegura el Papa en el Mensaje: “El Señor, dice el salmista, no sólo escucha el grito del pobre, sino que responde”.
La respuesta de Dios al pobre es siempre una intervención de salvación para curar las heridas del alma y del cuerpo, para restituir justicia y para ayudar a retomar la vida con dignidad. La respuesta de Dios es también una invitación a que todo el que cree en Él obre de la misma manera dentro de los límites de lo humano.
La Jornada Mundial de los Pobres pretende  ser una “pequeña respuesta que la Iglesia entera, extendida por el mundo, dirige a los pobres de todo tipo” y de toda región para que no piensen que su grito se ha perdido en el vacío.
Atención amante”
Probablemente es como una gota de agua en el desierto de la pobreza; y sin embargo puede ser un “signo de compartir” para cuantos pasan necesidad, que hace sentir la presencia activa de un hermano o una hermana.
Los pobres no necesitan un acto de delegación –advierte el Papa– sino del “compromiso personal de aquellos que escuchan su clamor”. La solicitud de los creyentes “no puede limitarse a una forma de asistencia” – que es necesaria y providencial en un primer momento –, sino que exige esa «atención amante» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 199) que honra al otro como persona y busca su bien.
Liberar”
El Papa Francisco describe que la acción liberadora del Señor: “Es un acto salvación para quienes le han manifestado su propia tristeza y angustia. Las cadenas de la pobreza se rompen gracias a la potencia de la intervención de Dios”.
Ofrecer al pobre un “lugar espacioso” equivale a liberarlo de la “red del cazador” (cf. Sal91, 3), a alejarlo de la trampa tendida en su camino, para que pueda caminar expedito y mirar la vida con ojos serenos, puntualiza el Santo Padre.
La salvación de Dios “toma la forma de una mano tendida” hacia el pobre, que ofrece acogida, protege y hace posible “experimentar la amistad de la cual se tiene necesidad” –expresa Francisco–. Es a partir de esta cercanía, concreta y tangible, que comienza un genuino itinerario de liberación: «Cada cristiano y cada comunidad están llamados a ser instrumentos de Dios para la liberación y promoción de los pobres, de manera que puedan integrarse plenamente en la sociedad; esto supone que seamos dóciles y atentos para escuchar el clamor del pobre y socorrerlo» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 187).

MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
II JORNADA MUNDIAL DE LOS POBRES
Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario
18 de noviembre de 2018


Este pobre gritó y el Señor lo escuchó


1. «Este pobre gritó y el Señor lo escuchó» (Sal 34,7). Las palabras del salmista las hacemos nuestras desde el momento en el que también nosotros estamos llamados a ir al encuentro de las diversas situaciones de sufrimiento y marginación en la que viven tantos hermanos y hermanas, que habitualmente designamos con el término general de “pobres”. Quien ha escrito esas palabras no es ajeno a esta condición, sino más bien al contrario. Él ha experimentado directamente la pobreza y, sin embargo, la transforma en un canto de alabanza y de acción de gracias al Señor. Este salmo nos permite también hoy a nosotros, rodeados de tantas formas de pobreza, comprender quiénes son los verdaderos pobres, a los que estamos llamados a dirigir nuestra mirada para escuchar su grito y reconocer sus necesidades.
Se nos dice, ante todo, que el Señor escucha a los pobres que claman a él y que es bueno con aquellos que buscan refugio en él con el corazón destrozado por la tristeza, la soledad y la exclusión. Escucha a todos los que son atropellados en su dignidad y, a pesar de ello, tienen la fuerza de alzar su mirada al cielo para recibir luz y consuelo. Escucha a aquellos que son perseguidos en nombre de una falsa justicia, oprimidos por políticas indignas de este nombre y atemorizados por la violencia; y aun así saben que Dios es su Salvador. Lo que surge de esta oración es ante todo el sentimiento de abandono y confianza en un Padre que escucha y acoge. A la luz de estas palabras podemos comprender más plenamente lo que Jesús proclamó en las bienaventuranzas: «Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos» (Mt 5,3).
En virtud de esta experiencia única y, en muchos sentidos, inmerecida e imposible de describir por completo, nace el deseo de contarla a otros, en primer lugar a los que, como el salmista, son pobres, rechazados y marginados. Nadie puede sentirse excluido del amor del Padre, especialmente en un mundo que con frecuencia pone la riqueza como primer objetivo y hace que las personas se encierren sí mismas.

2. El salmo describe con tres verbos la actitud del pobre y su relación con Dios. Ante todo, “gritar”. La condición de pobreza no se agota en una palabra, sino que se transforma en un grito que atraviesa los cielos y llega hasta Dios. ¿Qué expresa el grito del pobre si no es su sufrimiento y soledad, su desilusión y esperanza? Podemos preguntarnos: ¿Cómo es que este grito, que sube hasta la presencia de Dios, no consigue llegar a nuestros oídos, dejándonos indiferentes e impasibles? En una Jornada como esta, estamos llamados a hacer un serio examen de conciencia para darnos cuenta de si realmente hemos sido capaces de escuchar a los pobres.
Lo que necesitamos es el silencio de la escucha para poder reconocer su voz. Si somos nosotros los que hablamos mucho, no lograremos escucharlos. A menudo me temo que tantas iniciativas, aun siendo meritorias y necesarias, están dirigidas más a complacernos a nosotros mismos que a acoger el clamor del pobre. En tal caso, cuando los pobres hacen sentir su voz, la reacción no es coherente, no es capaz de sintonizar con su condición. Estamos tan atrapados por una cultura que obliga a mirarse al espejo y a preocuparse excesivamente de sí mismo, que pensamos que basta con un gesto de altruismo para quedarnos satisfechos, sin tener que comprometernos directamente.
3. El segundo verbo es “responder”. El salmista dice que el Señor, no solo escucha el grito del pobre, sino que le responde. Su respuesta, como se muestra en toda la historia de la salvación, es una participación llena de amor en la condición del pobre. Así ocurrió cuando Abrahán manifestó a Dios su deseo de tener una descendencia, a pesar de que él y su mujer Sara, ya ancianos, no tenían hijos (cf. Gn 15,1-6). También sucedió cuando Moisés, a través del fuego de una zarza que ardía sin consumirse, recibió la revelación del nombre divino y la misión de hacer salir al pueblo de Egipto (cf. Ex 3,1-15). Y esta respuesta se confirmó a lo largo de todo el camino del pueblo por el desierto, cuando sentía el mordisco del hambre y de la sed (cf. Ex 16,1-16; 17,1-7), y cuando caían en la peor miseria, es decir, la infidelidad a la alianza y la idolatría (cf. Ex 32,1-14).
La respuesta de Dios al pobre es siempre una intervención de salvación para curar las heridas del alma y del cuerpo, para restituir justicia y para ayudar a reemprender la vida con dignidad. La respuesta de Dios es también una invitación a que todo el que cree en él obre de la misma manera, dentro de los límites humanos. La Jornada Mundial de los Pobres pretende ser una pequeña respuesta que la Iglesia entera, extendida por el mundo, dirige a los pobres de todo tipo y de cualquier lugar para que no piensen que su grito se ha perdido en el vacío. Probablemente es como una gota de agua en el desierto de la pobreza; y sin embargo puede ser un signo de cercanía para cuantos pasan necesidad, para que sientan la presencia activa de un hermano o una hermana. Lo que no necesitan los pobres es un acto de delegación, sino el compromiso personal de aquellos que escuchan su clamor. La solicitud de los creyentes no puede limitarse a una forma de asistencia —que es necesaria y providencial en un primer momento—, sino que exige esa «atención amante» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 199), que honra al otro como persona y busca su bien.
4. El tercer verbo es “liberar”. El pobre de la Biblia vive con la certeza de que Dios interviene en su favor para restituirle la dignidad. La pobreza no es algo buscado, sino que es causada por el egoísmo, el orgullo, la avaricia y la injusticia. Males tan antiguos como el hombre, pero que son siempre pecados, que afectan a tantos inocentes, produciendo consecuencias sociales dramáticas. La acción con la que el Señor libera es un acto de salvación para quienes le han manifestado su propia tristeza y angustia. Las cadenas de la pobreza se rompen gracias a la potencia de la intervención de Dios. Tantos salmos narran y celebran esta historia de salvación que se refleja en la vida personal del pobre: «[El Señor] no ha sentido desprecio ni repugnancia hacia el pobre desgraciado; no le ha escondido su rostro: cuando pidió auxilio, lo escuchó» (Sal 22,25). Poder contemplar el rostro de Dios es signo de su amistad, de su cercanía, de su salvación. Te has fijado en mi aflicción, velas por mi vida en peligro; […] me pusiste en un lugar espacioso (cf. Sal31,8-9). Ofrecer al pobre un “lugar espacioso” equivale a liberarlo de la “red del cazador” (cf. Sal 91,3), a alejarlo de la trampa tendida en su camino, para que pueda caminar libremente y mirar la vida con ojos serenos. La salvación de Dios adopta la forma de una mano tendida hacia el pobre, que acoge, protege y hace posible experimentar la amistad que tanto necesita. A partir de esta cercanía, concreta y tangible, comienza un genuino itinerario de liberación: «Cada cristiano y cada comunidad están llamados a ser instrumentos de Dios para la liberación y promoción de los pobres, de manera que puedan integrarse plenamente en la sociedad; esto supone que seamos dóciles y atentos para escuchar el clamor del pobre y socorrerlo» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 187).
5. Me conmueve saber que muchos pobres se han identificado con Bartimeo, del que habla el evangelista Marcos (cf. 10,46-52). El ciego Bartimeo «estaba sentado al borde del camino pidiendo limosna» (v. 46), y habiendo escuchado que Jesús pasaba «empezó a gritar» y a invocar al «Hijo de David» para que tuviera piedad de él (cf. v. 47). «Muchos lo increpaban para que se callara. Pero él gritaba más fuerte» (v. 48). El Hijo de Dios escuchó su grito: «“¿Qué quieres que haga por ti?”. El ciego le contestó: “Rabbunì, que recobre la vista”» (v. 51). Esta página del Evangelio hace visible lo que el salmo anunciaba como promesa. Bartimeo es un pobre que se encuentra privado de capacidades fundamentales, como son la de ver y trabajar. ¡Cuántas sendas conducen también hoy a formas de precariedad! La falta de medios básicos de subsistencia, la marginación cuando ya no se goza de la plena capacidad laboral, las diversas formas de esclavitud social, a pesar de los progresos realizados por la humanidad… Cuántos pobres están también hoy al borde del camino, como Bartimeo, buscando dar un sentido a su condición. Muchos se preguntan cómo han llegado hasta el fondo de este abismo y cómo poder salir de él. Esperan que alguien se les acerque y les diga: «Ánimo. Levántate, que te llama» (v. 49).
Por el contrario, lo que lamentablemente sucede a menudo es que se escuchan las voces del reproche y las que invitan a callar y a sufrir. Son voces destempladas, con frecuencia determinadas por una fobia hacia los pobres, a los que se les considera no solo como personas indigentes, sino también como gente portadora de inseguridad, de inestabilidad, de desorden para las rutinas cotidianas y, por lo tanto, merecedores de rechazo y apartamiento. Se tiende a crear distancia entre los otros y uno mismo, sin darse cuenta de que así nos distanciamos del Señor Jesús, quien no solo no los rechaza sino que los llama a sí y los consuela. En este caso, qué apropiadas se nos muestran las palabras del profeta sobre el estilo de vida del creyente: «Soltar las cadenas injustas, desatar las correas del yugo, liberar a los oprimidos, quebrar todos los yugos, partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, cubrir a quien ves desnudo» (Is 58,6-7). Este modo de obrar permite que el pecado sea perdonado (cf. 1P 4,8), que la justicia recorra su camino y que, cuando seamos nosotros los que gritemos al Señor, entonces él nos responderá y dirá: ¡Aquí estoy! (cf. Is 58, 9).
6. Los pobres son los primeros capacitados para reconocer la presencia de Dios y dar testimonio de su proximidad en sus vidas. Dios permanece fiel a su promesa, e incluso en la oscuridad de la noche no deja que falte el calor de su amor y de su consolación. Sin embargo, para superar la opresiva condición de pobreza es necesario que ellos perciban la presencia de los hermanos y hermanas que se preocupan por ellos y que, abriendo la puerta de su corazón y de su vida, los hacen sentir familiares y amigos. Solo de esta manera podremos «reconocer la fuerza salvífica de sus vidas» y «ponerlos en el centro del camino de la Iglesia» (Exhort. Apost. Evangelii gaudium, 198).
En esta Jornada Mundial estamos invitados a concretar las palabras del salmo: «Los pobres comerán hasta saciarse» (Sal 22,
Sabemos que tenía lugar el banquete en el templo de Jerusalén después del rito del sacrificio. Esta ha sido una experiencia que ha enriquecido en muchas Diócesis la celebración de la primera Jornada Mundial de los Pobres del año pasado. Muchos encontraron el calor de una casa, la alegría de una comida festiva y la solidaridad de cuantos quisieron compartir la mesa de manera sencilla y fraterna. Quisiera que también este año, y en el futuro, esta Jornada se celebrara bajo el signo de la alegría de redescubrir el valor de estar juntos. Orar juntos en comunidad y compartir la comida en el domingo. Una experiencia que nos devuelve a la primera comunidad cristiana, que el evangelista Lucas describe en toda su originalidad y sencillez: «Perseveraban en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones. [....] Los creyentes vivían todos unidos y tenían todo en común; vendían posesiones y bienes y los repartían entre todos, según la necesidad de cada uno» (Hch 2,42.44-45).
7. Son innumerables las iniciativas que diariamente emprende la comunidad cristiana como signo de cercanía y de alivio a tantas formas de pobreza que están ante nuestros ojos. A menudo, la colaboración con otras iniciativas, que no están motivadas por la fe sino por la solidaridad humana, nos permite brindar una ayuda que solos no podríamos realizar. Reconocer que, en el inmenso mundo de la pobreza, nuestra intervención es también limitada, débil e insuficiente, nos lleva a tender la mano a los demás, de modo que la colaboración mutua pueda lograr su objetivo con más eficacia. Nos mueve la fe y el imperativo de la caridad, aunque sabemos reconocer otras formas de ayuda y de solidaridad que, en parte, se fijan los mismos objetivos; pero no descuidemos lo que nos es propio, a saber, llevar a todos hacia Dios y hacia la santidad. Una respuesta adecuada y plenamente evangélica que podemos dar es el diálogo entre las diversas experiencias y la humildad en el prestar nuestra colaboración sin ningún tipo de protagonismo.
En relación con los pobres, no se trata de jugar a ver quién tiene el primado en el intervenir, sino que con humildad podamos reconocer que el Espíritu suscita gestos que son un signo de la respuesta y de la cercanía de Dios. Cuando encontramos el modo de acercarnos a los pobres, sabemos que el primado le corresponde a él, que ha abierto nuestros ojos y nuestro corazón a la conversión. Lo que necesitan los pobres no es protagonismo, sino ese amor que sabe ocultarse y olvidar el bien realizado. Los verdaderos protagonistas son el Señor y los pobres. Quien se pone al servicio es instrumento en las manos de Dios para que se reconozca su presencia y su salvación. Lo recuerda san Pablo escribiendo a los cristianos de Corinto, que competían ente ellos por los carismas, en busca de los más prestigiosos: «El ojo no puede decir a la mano: “No te necesito”; y la cabeza no puede decir a los pies: “No os necesito”» (1 Co 12,21). El Apóstol hace una consideración importante al observar que los miembros que parecen más débiles son los más necesarios (cf. v. 22); y que «los que nos parecen más despreciables los rodeamos de mayor respeto; y los menos decorosos los tratamos con más decoro; mientras que los más decorosos no lo necesitan» (vv. 23-24). Pablo, al mismo tiempo que ofrece una enseñanza fundamental sobre los carismas, también educa a la comunidad a tener una actitud evangélica con respecto a los miembros más débiles y necesitados. Los discípulos de Cristo, lejos de albergar sentimientos de desprecio o de pietismo hacia ellos, están más bien llamados a honrarlos, a darles precedencia, convencidos de que son una presencia real de Jesús entre nosotros. «Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25,40).
8. Aquí se comprende la gran distancia que hay entre nuestro modo de vivir y el del mundo, el cual elogia, sigue e imita a quienes tienen poder y riqueza, mientras margina a los pobres, considerándolos un desecho y una vergüenza. Las palabras del Apóstol son una invitación a darle plenitud evangélica a la solidaridad con los miembros más débiles y menos capaces del cuerpo de Cristo: «Y si un miembro sufre, todos sufren con él; si un miembro es honrado, todos se alegran con él» (1 Co 12,26). Siguiendo esta misma línea, así nos exhorta en la Carta a los Romanos: «Alegraos con los que están alegres; llorad con los que lloran. Tened la misma consideración y trato unos con otros, sin pretensiones de grandeza, sino poniéndoos al nivel de la gente humilde» (12,15-16). Esta es la vocación del discípulo de Cristo; el ideal al que aspirar con constancia es asimilar cada vez más en nosotros los «sentimientos de Cristo Jesús» (Flp 2,5).
9. Una palabra de esperanza se convierte en el epílogo natural al que conduce la fe. Con frecuencia, son precisamente los pobres los que ponen en crisis nuestra indiferencia, fruto de una visión de la vida excesivamente inmanente y atada al presente. El grito del pobre es también un grito de esperanza con el que manifiesta la certeza de que será liberado. La esperanza fundada en el amor de Dios, que no abandona a quien confía en él (cf. Rm 8,31-39). Así escribía santa Teresa de Ávila en su Camino de perfección: «La pobreza es un bien que encierra todos los bienes del mundo. Es un señorío grande. Es señorear todos los bienes del mundo a quien no le importan nada» (2,5). En la medida en que sepamos discernir el verdadero bien, nos volveremos ricos ante Dios y sabios ante nosotros mismos y ante los demás. Así es: en la medida en que se logra dar a la riqueza su sentido justo y verdadero, crecemos en humanidad y nos hacemos capaces de compartir.
10. Invito a los hermanos obispos, a los sacerdotes y en particular a los diáconos, a quienes se les impuso las manos para el servicio de los pobres (cf. Hch 6,1-7), junto con las personas consagradas y con tantos laicos y laicas que en las parroquias, en las asociaciones y en los movimientos, hacen tangible la respuesta de la Iglesia al grito de los pobres, a que vivan esta Jornada Mundial como un momento privilegiado de nueva evangelización. Los pobres nos evangelizan, ayudándonos a descubrir cada día la belleza del Evangelio. No echemos en saco roto esta oportunidad de gracia. Sintámonos todos, en este día, deudores con ellos, para que tendiendo recíprocamente las manos unos a otros, se realice el encuentro salvífico que sostiene la fe, vuelve operosa la caridad y permite que la esperanza prosiga segura en su camino hacia el Señor que llega.
Vaticano, 13 de junio de 2018
Memoria litúrgica de san Antonio de Padua

17.11.18




Homilía del Papa Francisco: “Jesús pide ir más lejos: dar a los que no tienen cómo devolver”

6.000 pobres participan en la Misa

(18 nov. 2018).- Alrededor de 6.000 pobres han participado en la Eucaristía celebrada esta mañana por el Papa Francisco en la Basílica de San Pedro, con motivo de la 2ª Jornada Mundial de los Pobres.
Junto a los voluntarios, a los fieles y a los miembros de las diferentes realidades caritativas que los atienden cotidianamente, las personas sin hogar y necesitadas han asistido a la Misa, que ha tenido lugar a las 10 horas, en el marco de esta Jornada Mundial, organizada por el Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización.
La celebración del Día de los Pobres coincide con la Solemnidad de la dedicación de la Basílica Papal de San Pedro, este 18 de noviembre de 2018, en el XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario.
Homilía del Santo Padre
Veamos tres acciones que Jesús realiza en el Evangelio.
La primera. En pleno día, deja: deja a la multitud en el momento del éxito, cuando lo aclamaban por haber multiplicado los panes. Mientras los discípulos querían disfrutar de la gloria, los obliga rápidamente a irse y despide a la multitud (cf. Mt 14,22-23). Buscado por la gente, se va solo; cuando todo iba “cuesta abajo”, sube a la montaña para rezar. Luego, en mitad de la noche, desciende de la montaña y se acerca a los suyos caminando sobre las aguas sacudidas por el viento. En todo, Jesús va contracorriente: primero deja el éxito, luego la tranquilidad. Nos enseña el valor de dejar: dejar el éxito que hincha el corazón y la tranquilidad que adormece el alma.
¿Para ir a dónde? Hacia Dios, rezando, y hacia los necesitados, amando. Son los auténticos tesoros de la vida: Dios y el prójimo. Subir hacia Dios y bajar hacia los hermanos, aquí está la ruta que Jesús nos señala. Él nos aparta del recrearnos sin complicaciones en las cómodas llanuras de la vida, del ir tirando ociosamente en medio de las pequeñas satisfacciones cotidianas. Los discípulos de Jesús no están hechos para la predecible tranquilidad de una vida normal. Al igual que su Señor, viven en camino, ligeros, prontos para dejar la gloria del momento, vigilantes para no apegarse a los bienes que pasan. El cristiano sabe que su patria está en otra parte, sabe que ya  ahora es ―como nos recuerda el apóstol Pablo en la segunda lectura― «conciudadano de los santos, y miembro de la familia de Dios» (cf. Ef 2,19). Es un ágil viajero de la existencia. No vivimos para acumular, nuestra gloria está en dejar lo que pasa para retener lo que queda. Pidamos a Dios que nos parezcamos a la Iglesia descrita en la primera lectura: siempre en movimiento, experta en el dejar y fiel en el servicio (cf. Hch 28,11-14). Despiértanos, Señor, de la calma ociosa, de la tranquila quietud de nuestros puertos seguros. Desátanos de los amarres de la autorreferencialidad que lastran la vida, libéranos de la búsqueda de nuestros éxitos. Enséñanos a saber dejar, para orientar nuestra vida en la misma dirección de la tuya: hacia Dios y hacia el prójimo.

La segunda acción: en plena noche Jesús alienta. Se dirige hacia los suyos, inmersos en la oscuridad, caminando «sobre el mar» (v. 25). En realidad se trataba de un lago, pero el mar, con la profundidad de su oscuridad subterránea, evocaba en aquel tiempo a las fuerzas del mal. Jesús, en otras palabras, va hacia los suyos pisoteando a los malignos enemigos del hombre. Aquí está el significado de este signo: no es una manifestación en la que se celebra el poder, sino la revelación para nosotros de la certeza tranquilizadora de que Jesús, solo Jesús, vence a nuestros grandes enemigos: el diablo, el pecado, la muerte, el miedo. También hoy nos dice a nosotros: «Ánimo, soy yo, no tengáis miedo» (v. 27).
La barca de nuestra vida a menudo se ve zarandeada por las olas y sacudida por el viento, y cuando las aguas están en calma, pronto vuelven a agitarse. Entonces la emprendemos con las tormentas del momento, que parecen ser nuestros únicos problemas. Pero el problema no es la tormenta del momento, sino cómo navegar en la vida. El secreto de navegar bien está en invitar a Jesús a bordo. Hay que darle a él el timón de la vida para que sea él quien lleve la ruta. Solo él da vida en la muerte y esperanza en el dolor; solo él sana el corazón con el perdón y libra del miedo con la confianza. Invitemos hoy a Jesús a la barca de la vida. Igual que los discípulos, experimentaremos que con él a bordo los vientos se calman (cf. v. 32) y nunca naufragaremos. Y solo con Jesús seremos capaces también nosotros de alentar. Hay una gran necesidad de personas que sepan consolar, pero no con palabras vacías, sino con palabras de vida. En el nombre de Jesús, se da un auténtico consuelo. Solo la presencia de Jesús devuelve las fuerzas, no las palabras de ánimo formales y obligadas. Aliéntanos, Señor: confortados por ti, confortaremos verdaderamente a los demás.
Tercera acción: Jesús, en medio de la tormenta, extiende su mano (cf. v. 31). Agarra a Pedro que, temeroso, dudaba y, hundiéndose, gritaba:«Señor, sálvame» (v. 30). Podemos ponernos en la piel de Pedro: somos gente de poca fe y estamos aquí mendigando la salvación. Somos pobres de vida auténtica y necesitamos la mano extendida del Señor, que nos saque del mal. Este es el comienzo de la fe: vaciarnos de la orgullosa convicción de creernos buenos, capaces, autónomos y reconocer que necesitamos la salvación. La fe crece en este clima, un clima al que nos adaptamos estando con quienes no se suben al pedestal, sino que tienen necesidad y piden ayuda. Por esta razón, vivir la fe en contacto con los necesitados es importante para todos nosotros. No es una opción sociológica, es una exigencia teológica. Es reconocerse como mendigos de la salvación, hermanos y hermanas de todos, pero especialmente de los pobres, predilectos del Señor. Así, tocamos el espíritu del Evangelio:
«El espíritu de pobreza y de caridad ―dice el Concilio― son gloria y testimonio de la Iglesia de Cristo» (Const. Gaudium et spes, 88).
Jesús escuchó el grito de Pedro. Pidamos la gracia de escuchar el grito de los que viven en aguas turbulentas. El grito de los pobres: es el grito ahogado de los niños que no pueden venir a la luz, de los pequeños que sufren hambre, de chicos acostumbrados al estruendo de las bombas en lugar del alegre alboroto de los juegos. Es el grito de los ancianos descartados y abandonados. Es el grito de quienes se enfrentan a las tormentas de la vida sin una presencia amiga. Es el grito de quienes deben huir, dejando la casa y la tierra sin la certeza de un lugar de llegada. Es el grito de poblaciones enteras, privadas también de los enormes recursos naturales de que disponen. Es el grito de tantos Lázaros que lloran, mientras que unos pocos epulones banquetean con lo que en justicia corresponde a todos. La injusticia es la raíz perversa de la pobreza. El grito de los pobres es cada día más fuerte pero también menos escuchado, sofocado por el estruendo de unos pocos ricos, que son cada vez menos pero más ricos.
Ante la dignidad humana pisoteada, a menudo uno permanece con los brazos cruzados o con los brazos caídos, impotentes ante la fuerza oscura del mal. Pero el cristiano no puede estar con los brazos cruzados, indiferente, o con los brazos caídos, fatalista; no. El creyente extiende su mano, como lo hace Jesús con él. El grito de los pobres es escuchado por Dios, ¿pero, y nosotros? ¿Tenemos ojos para ver, oídos para escuchar, manos extendidas para ayudar? «Es el propio Cristo quien en los pobres levanta su voz para despertar la caridad de sus discípulos» (ibíd.). Nos pide que lo reconozcamos en el que tiene hambre y sed, en el extranjero y despojado de su dignidad, en el enfermo y el encarcelado (cf. Mt 25,35-36).
El Señor extiende su mano: es un gesto gratuito, no obligado. Así es como se hace. No estamos llamados a hacer el bien solo a los que nos aman. Corresponder es normal, pero Jesús pide ir más lejos (cf. Mt 5,46): dar a los que no tienen cómo devolver, es decir, amar gratuitamente (cf. Lc 6,32- 36). Miremos lo que sucede en cada una de nuestras jornadas: entre tantas cosas, ¿hacemos algo gratuito, alguna cosa para los que no tienen cómo corresponder? Esa será nuestra mano extendida, nuestra verdadera riqueza en el cielo.
Extiende tu mano hacia nosotros, Señor, y agárranos. Ayúdanos a amar como tú amas. Enséñanos a dejar lo que pasa, a alentar al que tenemos a nuestro lado, a dar gratuitamente a quien está necesitado. Amén.
19.11.18






Francisco agradece a la comunidad libanesa “mantener el equilibro entre cristianos y musulmanes”

Audiencia del Papa con la ‘Fundación Maronita’


(20 nov. 2018).- Francisco ha dado las gracias a la comunidad libanesa por todo lo que hace en el Líbano. En concreto, por dos cosas: Mantener el equilibrio, -este equilibrio creativo, tan fuerte como los cedros-, entre cristianos y musulmanes, sunitas y chiíes; un equilibrio de patriotas, de hermanos. “Gracias ante todo por esto”.
Esta mañana, en la Sala Clementina del Palacio Apostólico Vaticano, el Santo Padre Francisco ha recibido en audiencia a los miembros de la “Fundación Maronita” y a las Autoridades del Líbano a quienes acompañaba el Cardenal Béchara Boutros Raï, Patriarca de Antioquía de los Maronitas, al final de la visita ad Limina Apostolorum de la Iglesia Patriarcal de Antioquía de los Maronitas.
Y también les ha agradecido su generosidad: “Vuestro corazón acogedor con los refugiados: tenéis más de un millón”, les ha dicho el Papa.
El Papa ha calificado de “interesante” lo que ha dicho previamente el Patriarca (Raï), sobre el hecho de que la visita ad limina estuviera acompañada por los fieles: “Es una buena idea, se puede formalizar, ¡para que puedan hablar mal de los obispos! ¡Se puede hacer! Así conocemos las cosas más concretas de la comunidad”.
¡Gracias por haber venido tantos!” ha expresado el Santo Padre de manera improvisada. “Me habían dicho que habría alrededor de cuarenta [personas] para saludar, ¡pero he sido testigo de la multiplicación de los libaneses!”.
El discurso del Santo Padre ha terminado con la bendición: “Que el Señor os bendiga, así como a vuestras familias, a vuestra patria, a vuestros hijos, a vuestros refugiados. Que os bendiga a todos”.
21.11.18