9 de set. 2013

PARLA FRANCESC (2)







El papa en Santa Marta: Mucho más que optimismo es la esperanza del cristiano
La esperanza es un don del Espíritu Santo. La tuvo la Virgen María, en su corazón desde el viernes por la noche hasta la madrugada del domingo
Por Redacción
CIUDAD DEL VATICANO, 09 de septiembre de 2013 (Zenit.org) - La virtud de la esperanza - quizá menos conocida que la de la fe y de la caridad - no debe confundirse nunca con el optimismo humano, que es una actitud más humoral. Para un cristiano, la esperanza es Jesús mismo, es su fuerza para liberar y rehacer cada nueva vida.
Así lo afirmó esta mañana el papa Francisco, en su homilía en la misa presidida en la Casa Santa Marta y preció que que la esperanza es "un regalo" de Jesús, y que la esperanza es Jesús mismo, o sea tiene su "nombre". Y precisó que la esperanza no es aquella de quien ve “el vaso medio lleno”, porque aquello es simplemente "optimismo", y el “optimismo es una actitud humana que depende de muchas cosas".
La homilía del papa Francesco de esta mañana se centró desde el comienzo en esta distinción al interpretar la lectura de la Carta a los Colosenses, donde Pablo escribe: 'Cristo en vosotros, esperanza de la gloria'. Sin embargo, afirma el papa, la esperanza es una "virtud humilde" si se la compara con la fe y caridad.
Por eso puede suceder que se confunda con un estado de ánimo sereno. "Pero la esperanza es algo más, no es optimismo. La esperanza es un don del Espíritu Santo y por esta razón Pablo dirá: ‘Nunca decepciona’. La esperanza no defrauda , ¿por qué? Porque es un regalo que nos ha dado el Espíritu Santo. Pero Pablo nos dice que la esperanza tiene un nombre. La esperanza es Jesús. El papa recordó que “no podemos decir : 'Tengo esperanza en la vida, espero en Dios' , si uno no dice: 'Espero en Jesús, en Jesús Cristo, persona viva, que ahora está en la Eucaristía, que está presente en su Palabra'”.
Del evangelio , el papa Francisco recoge una segunda idea del día. Cuando Jesús cura el sábado la mano paralizada de un hombre, lo que provocó la condena por parte los escribas y fariseos. Con su milagro, dice el papa, “Jesús libera la mano de la enfermedad y demuestra a los 'estrictos' que el suyo 'es el camino de la libertad'”. "Libertad y esperanza van de la mano: donde no hay esperanza no puede haber libertad", dijo el papa Francisco. Y agrega: "Jesús libera de la enfermedad, del rigor y de la mano paralizada de aquel hombre; recupera la vida de estos dos, las hace de nuevo":
"Jesús , la esperanza, rehace todo. Es un milagro constante. No sólo hizo milagros de curación, sino tantas cosas: estas eran solo signos, señales de lo que está haciendo ahora, en la Iglesia. El milagro de volver a rehacer todo: lo que Él hace en mi vida, en tu vida, en nuestras vidas. Reconstruir. Y Él rehace la razón de nuestra esperanza. Es Cristo, quien vuelve todas las cosas de la Creación más marvillosas, es la razón de nuestra esperanza. Y esta esperanza no nos defrauda, porque Él es fiel. Él no puede negarse a sí mismo. Esta es la virtud de la esperanza".
Y aquí, el papa Francisco detiene una mirada en particular a los sacerdotes. "Es un poco triste --admite-- cuando uno encuentra un sacerdote sin esperanza", mientras que es agradable encontrar a uno que llega al final de la vida, "no con optimismo, pero con esperanza". "Este sacerdote --continúa-- se une a Jesucristo, y el pueblo de Dios tiene necesidad de que los sacerdotes den este signo de esperanza, vivamos esta esperanza en Jesús, que lo rehace todo":
"El Señor, que es la esperanza de la gloria, que es el centro, que es la totalidad, nos ayude en este camino: dar esperanza, tener tener pasión por la esperanza. Y, como he dicho, no siempre es optimismo sino es aquello que la Virgen María, en su corazón, tuvo en la oscuridad más grande: desde el viernes por la noche hasta la madrugada del domingo. Esa esperanza: ella la tenía. Y aquella esperanza rehizo todo. Que el Señor nos dé esta gracia".
 10.09.13




Palabras del papa durante la visita al Centro jesuita Astalli de Roma
Los conventos vacíos no le sirven a la Iglesia como albergues para ganar dinero. Son para la carne de Cristo, que son los refugiados
Por Francisco papa
ROMA, 10 de septiembre de 2013 (Zenit.org) - Queridos hermanos y hermanas, ¡buenas tardes!
Saludo en primer lugar a todos ustedes, refugiados y refugiadas. Hemos escuchado a Adam y a Carol: gracias por sus grandes testimonios. Cada uno de ustedes, queridos amigos, trae consigo una historia de vida que nos habla de los dramas de las guerras, de los conflictos, a menudo vinculados a las políticas internacionales.
Pero sobretodo cada uno de ustedes trae una riqueza humana y religiosa, una riqueza para acogerla, y no para temerla. Muchos de ustedes son musulmanes, de otras religiones; han venido de diferentes países, de situaciones diversas. ¡No debemos tener miedo de las diferencias! La fraternidad nos hace descubrir que son un tesoro. ¡Son un regalo para todos! ¡Vivamos la fraternidad!
¡Roma! Después de Lampedusa y de los otros lugares de llegada, para muchas personas nuestra ciudad es la segunda etapa. A menudo, como hemos escuchado, es un viaje difícil, agotador, incluso violento aquello que se ha afrontado; pienso especialmente en las mujeres, en las madres, que soportan esto con el fin de asegurar un futuro para sus hijos y la esperanza de una vida diferente para ellos y para su familia. Roma debe ser la ciudad que le permita encontrar una dimensión humana, para empezar a sonreír. ¿Cuántas veces, sin embargo aquí, como en otras partes, muchas personas que llevan escrito "protección internacional" en su permiso de residencia, se ven obligadas a vivir en situaciones difíciles, a veces con un trato degradante, ¡y sin la posibilidad de iniciar una vida digna, o a pensar en un nuevo futuro!
Gracias por ello, a los que, como este Centro y otros servicios eclesiales, públicos y privados, se ocupan en acoger a todas estas personas con un proyecto. Gracias al padre Giovanni y a los hermanos; a ustedes, trabajadores, voluntarios, benefactores, que no solo donan algo o su tiempo, sino que tratan de entrar en relación con los solicitantes de asilo y refugiados, a quienes reconocen como personas, comprometiéndose a encontrar respuestas concretas a sus necesidades. ¡Mantengan siempre viva la esperanza! ¡Ayuden a recuperar la confianza! Demostrar que con la acogida y la hermandad se puede abrir una ventana en el futuro; más de una ventana, diría una puerta, ¡y más aún si se puede tener un futuro!
Y es hermoso que en el trabajo a favor de los refugiados, junto con los jesuitas, hayan hombres y mujeres, cristianos e incluso no creyentes o de otras religiones, unidos en el nombre del bien común, que para nosotros los cristianos es una expresión del amor del Padre en Cristo Jesús. San Ignacio de Loyola deseaba que hubiera un espacio para dar cabida a los más pobres en el local donde tenía su residencia en Roma; y el padre Arrupe, en 1981, fundó el Servicio Jesuita para los Refugiados, y quiso que la sede romana se ubicara en esos espacios, en el corazón de la ciudad. Pienso ahora en aquella despedida espiritual del padre Arrupe en Tailandia, justamente en un centro de refugiados...
Servir, acompañar, defender: las tres palabras que son el programa de trabajo de los jesuitas y sus colaboradores.
Servir. ¿Qué quiere decir esto? Servir significa dar cabida a la persona que llega, con cuidado; significa agacharse hasta quien tiene necesidad y tenderle la mano, sin cálculos, sin miedo, con ternura y comprensión, así como Jesús se inclinó para lavar los pies de los apóstoles. Servir significa trabajar al lado de los más necesitados, estableciendo con ellos en primer lugar relaciones humanas, de cercanía, vínculos de solidaridad. Solidaridad, esta palabra que da miedo al mundo más desarrollado. Tratan de no decirla. Es casi un insulto para ellos. ¡Pero es nuestra palabra! Servir significa reconocer y acoger las exigencias de justicia, de esperanza y buscar juntos las vías, los caminos concretos de liberación.
Los pobres son también maestros privilegiados de nuestro conocimiento de Dios; su fragilidad y sencillez ponen al descubierto nuestros egoísmos, nuestras falsas certezas, nuestras pretensiones de autosuficiencia y nos guían a la experiencia de la cercanía y de la ternura de Dios, para recibir en nuestra vida su amor, la misericordia del Padre que, con discreción y paciente confianza, cuida de nosotros, de todos nosotros.
Desde este lugar de acogida, de encuentro y de servicio, quisiera que surgiera una pregunta para todos, para todas las personas que viven aquí en la diócesis de Roma: ¿Me inclino sobre quien está en problemas, o tengo miedo de ensuciarme las manos? ¿Estoy encerrado en mí mismo, en mis cosas, o me percato de los que necesitan ayuda? Me sirvo solo a mí mismo, o sé servir a los demás como Cristo, que vino a servir hasta dar su vida? ¿Miro a los ojos de los que buscan la justicia, o dirijo la mirada hacia el otro lado? ¿Acaso para no mirar a los ojos?
Acompañar. En los últimos años, el Centro Astalli ha hecho un camino. Al inicio ofrecía servicios de primera acogida: un comedor, una cama, ayuda legal… Después aprendió a acompañar a las personas en busca de trabajo y en la inserción social. Y luego también propuso actividades culturales, para contribuir al desarrollo de una cultura de la acogida, una cultura del encuentro y de la solidaridad, a partir de la protección de los derechos humanos. La sola acogida no es suficiente. No basta dar un sándwich si no va acompañado de la oportunidad de aprender a caminar sobre sus propios pies. La caridad que deja a los pobres así como están, no es suficiente. La misericordia verdadera, aquella que Dios nos da y nos enseña, pide justicia, pide que el pobre encuentre su camino para dejar de serlo. Pide --y nos lo pide a nosotros como Iglesia, a nosotros ciudad de Roma, a las instituciones--, pide que ninguno tenga ya la necesidad de un comedor público, de un alojamiento temporal, de un servicio de asistencia legal para ver reconocido su propio derecho a vivir y a trabajar, a ser plenamente persona.
Adam dijo : "Nosotros, los refugiados tenemos el deber de hacer todo lo posible para ser integrados en Italia". Y este es un derecho: ¡la integración! Y Carol dijo: "Los sirios en Europa sienten la gran responsabilidad de no ser una carga, queremos ser parte activa de una nueva sociedad". ¡Esto también es un derecho! Esta responsabilidad es la base ética, es la fuerza para construir juntos. Me pregunto: ¿acompañamos este viaje?
Defender. Servir, acompañar, también significa defender, significa tomar partido por los más débiles. Cuántas veces levantamos la voz para defender nuestros derechos, pero ¡cuántas veces somos indiferentes a los derechos de los demás! ¡Cuántas veces no sabemos o no queremos dar voz a la voz de quien --como ustedes-- han sufrido y sufren; a quienes han visto pisotear sus propios derechos, a quien ha sufrido tanta violencia, que se ha reprimido incluso el deseo de tener justicia!
Para toda la Iglesia es importante que la acogida del pobre y la promoción de la justicia no sean confiadas solo a los "especialistas", sino que sea una atención de todo el trabajo pastoral, de la formación de los futuros presbíteros y religiosos, del compromiso normal de todas las parroquias, los movimientos y grupos eclesiales.
En particular --y esto es importante y lo digo desde el corazón--, en particular, me gustaría invitar a los institutos religiosos a leer en serio y con responsabilidad este signo de los tiempos. El Señor nos llama a vivir con más coraje y generosidad la acogida en las comunidades, en las residencias, en los conventos vacíos...
Queridos religiosos y religiosas, los conventos vacíos no le sirven a la Iglesia para transformarlos en albergues y ganar dinero. Los conventos vacíos no son nuestros, son para la carne de Cristo, que son los refugiados. El Señor nos llama a vivir con generosidad y valentía la acogida en los conventos vacíos. Desde luego, no es algo simple, se necesita criterio, responsabilidad, pero también se necesita coraje. Hacemos tanto, pero tal vez estamos llamados a hacer más, acogiendo y compartiendo con decisión lo que la Providencia nos ha dado para servir. Superar la tentación de la mundanidad espiritual para estar cerca de la gente común, y sobre todo de los últimos. ¡Necesitamos comunidades solidarias que vivan el amor de manera práctica !
Todos los días, aquí y en otros centros, muchas personas, especialmente jóvenes, hacen fila por una comida caliente. Estas personas nos recuerdan el sufrimiento y las tragedias de la humanidad. Pero esa fila también nos dice que hagamos algo, ahora, todos, es posible. Simplemente basta llamar a la puerta , y tratar de decir: "Yo estoy aquí. ¿Cómo puedo ayudar?".
Traducido del original italiano por José Antonio Varela V.
11.09.13





La catequesis del papa: 'La Iglesia es nuestra Madre y todos somos parte de Ella'
Texto completo de la audiencia del santo padre. Amar a la Iglesia. ¿Qué hago yo para que otros puedan compartir la fe cristiana? ¿Soy fecundo en mi fe o cerrado?
Por Francisco papa
CIUDAD DEL VATICANO, 11 de septiembre de 2013 (Zenit.org) - Publicamos a continuación las palabras del santo padre en la audiencia del miércoles 11 de septiembre.
¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
Retomamos hoy las catequesis sobre la Iglesia en este "Año de la fe". Entre las imágenes que el Concilio Vaticano II ha elegido para hacernos entender mejor la naturaleza de la Iglesia, está la de "madre": la Iglesia es nuestra madre en la fe, en la vida sobrenatural (cfr. Cost. dogm. Lumen gentium, 6.14.15.41.42). Es una de las imágenes más usadas por los Padres de la Iglesia en los primeros siglos y creo que pueda ser útil también para nosotros. Para mí es una de las imágenes más bellas de la Iglesia: ¡la Iglesia madre! ¿En qué sentido y en qué forma la Iglesia es madre? Partamos de la realidad humana de la maternidad: ¿qué hace una madre?
1. En primer lugar una madre genera la vida, lleva en su vientre durante nueve meses al propio hijo y después lo abre a la vida, generándolo. Así es la Iglesia: nos genera en la fe, por obra del Espíritu Santo que la hace fecunda, como la Virgen María. La Iglesia y la Virgen María son madres, ambas; ¡lo que se dice de la Iglesia se puede decir también de la Virgen y lo que se dice de la Virgen se puede decir también de la Iglesia! Cierto la fe es un acto personal: "yo creo", yo personalmente respondo a Dios que se hace conocer y quiere entrar en amistad conmigo (cfr Enc. Lumen fidei, n. 39). Pero la fe yo la recibo de otros, en una familia, en una comunidad que me enseña a decir "yo creo", "nosotros creemos". ¡Un cristiano no es una isla! Nosotros no nos hacemos cristianos en laboratorio, solos y con nuestras fuerzas, sino que la fe es un don de Dios que nos viene dado por la Iglesia a través de la Iglesia. Y la Iglesia nos da la vida de fe en la bautismo: ese es el momento en que nos hace nacer como hijos de Dios, el momento en el que nos dona la vida de Dios, nos genera como madre.
Si ustedes van al Batisterio de San Juan de Letrán, dentro hay una inscripción en latín que dice más o menos así: "Aquí nace un pueblo de estirpe divina, generado por el Espíritu Santo que fecunda estas aguas, la Madre Iglesia da a luz a sus hijos en estas olas". Esto nos hace entender algo importante: nuestro formar parte de la Iglesia no es un hecho exterior y formal, no es rellenar una carta que nos dan, sino que es un acto interior y vital: no se pertenece a la Iglesia como se pertenece a una sociedad, a un partido o a cualquier otra organización. La unión es vital, como la que se tiene con la propia madre, porque, como afirma san Agustín, "la Iglesia es realmente madre de los cristianos" (De moribus Ecclesiae, I,30,62-63: PL 32,1336). Preguntémonos ahora: ¿cómo veo yo la Iglesia? ¿Agradezco también a mis padres porque me han dado la vida, agradezco a la Iglesia porque me ha generado en la fe a través del bautismo? ¿Cuántos cristianos recuerdan la fecha de su bautizo?
Quisiera hacer esta pregunta aquí a vosotros, pero que cada uno responda en su corazón: ¿cuántos de ustedes recuerdan la fecha de su bautizo? Algunos levantan las manos, pero ¡cuantos no la recuerdan! Pero la fecha del bautizo es la fecha de nuestro nacimiento a la Iglesia, ¡la fecha en la que nuestra madre Iglesia nos ha dado a luz! Y ahora os dejo una tarea para casa. Cuando hoy ustedes vuelvan a casa, vayan a buscar bien cuál es la fecha del bautismo, y esto para festejarlo, para dar gracias al Señor por este don ¿Lo harán? ¿Amamos la Iglesia como se ama a la propia madre, sabiendo también comprender sus defectos? Todas las madres tienen defectos, todos tenemos defectos, pero cuando se habla de los defectos de la madre nosotros los cubrimos, los amamos así. Y la Iglesia tiene también sus defectos: ¿la amamos así como a la madre, la ayudamos a ser más bella, más auténtica, más según el Señor? Les dejo estas preguntas, pero no se olviden de la tarea: buscar la fecha del  bautismo para tenerla en el corazón y festejarla. 
2. Una madre no se limita a dar la vida, si no que con gran cuidado ayuda a sus hijos a crecer, les da la leche, les alimenta, enseña el camino de la vida, les acompaña siempre con sus atenciones, con su afecto, con su amor, también cuando son mayores. Y en esto sabe también corregir, perdonar, comprender, saber estar cerca en la enfermedad, en el sufrimiento. En una palabra, una buena madre ayuda a los hijos a salir de sí mismos, a no quedarse cómodamente bajo las alas maternas, como una cría de pollo que está bajo las alas de la gallina. La Iglesia como buena madre hace lo mismo: acompaña nuestro crecimiento transmitiendo la Palabra de Dios, que es una luz que nos indica el camino de la vida cristiana; administrando los sacramentos. Nos alimenta con la eucaristía, nos lleva el perdón de Dios a través del sacramento de la reconciliación, nos sostiene en el momento de la enfermedad con la unción de enfermos. La Iglesia nos acompaña en toda nuestra vida de fe, en toda nuestra vida cristiana. Podemos hacernos entonces otras preguntas: ¿qué relación tengo con la Iglesia? ¿La siento como madre que me ayuda a crecer como cristiano? ¿Participo en la vida de la Iglesia, me siento parte de ella? ¿Mi relación es formal o es vital?
3. Un tercer breve pensamiento. En los primeros siglos de la Iglesia, estaba bien clara una realidad: la Iglesia, mientras es madre de los cristianos, mientras "hace" los cristianos, está también "hecha" de ellos. La Iglesia no es algo distinto de nosotros mismos, pero vista como la totalidad de los creyentes, como el "nosotros" de los cristianos: yo, tú, nosotros somos parte de la Iglesia. San Jerónimo escribía: "La Iglesia de Cristo no es otra cosa si no las almas de los que creen en Cristo" (Tract. Ps 86: PL 26,1084). Por tanto, la maternidad de la Iglesia la vivimos todos, pastores y fieles.
A veces escucho: "yo creo en Dios pero no en la Iglesia... He oído que la Iglesia dice...los curas dicen..." Pero una cosa son los sacerdotes, pero la Iglesia no está formada solo de sacerdotes, ¡la Iglesia somos todos" Y si tú dices que crees en Dios y no crees en la Iglesia, estás diciendo que no crees en ti mismo; y esto es una contradicción. La Iglesia somos todos, desde el niño recién bautizado hasta los obispo, el papa; todos somos Iglesia y todos somos iguales a los ojos de Dios! Todos estamos llamados a colaborar al nacimiento de la fe de nuevos cristianos, todos estamos llamados a ser educadores en la fe, y anunciar el Evangelio. Cada uno que se pregunte: ¿qué hago yo para que otros puedan compartir la fe cristiana? ¿Soy fecundo en mi fe o cerrado? Cuando repito que amo una Iglesia no cerrada en su recinto, pero capaz de salir, de moverse, también con algún riesgo, para llevar a Cristo a todos, pienso a todos, a mí, a ti, ¡a cada cristiano! Todos participamos de la maternidad de la Iglesia, para que la luz de Cristo alcance los extremos de los confines de la tierra. ¡Y viva la Santa Madre Iglesia!
A los peregrinos de lengua española les ha dirigido estas palabras:
Queridos hermanos y hermanas:
Retomamos hoy las catequesis sobre el misterio de la Iglesia, en este Año de la fe, con la imagen de la "Madre". El Concilio Vaticano II dice que la Iglesia es nuestra madre en la fe, en la vida sobrenatural.
Ante todo, la Iglesia es madre porque engendra nuevos cristianos. Por el Bautismo, los hace nacer a la vida divina y establece con ellos un vínculo vital, interior, como el de una madre con sus hijos.
Además, como buena madre, los ayuda a crecer y a ser responsables, los alimenta, los educa, los cuida con ternura a lo largo de su vida. Así, la Iglesia nos anuncia la Palabra de Dios como luz para el camino, nos nutre con la Eucaristía, nos procura el perdón divino, nos sostiene en los momentos de sufrimiento y dificultad. Y, finalmente, como todos formamos la Iglesia, su maternidad incluye también la solicitud de los unos por los otros. Todos, pastores y fieles, estamos llamados a colaborar en la transmisión de la fe, en el anuncio del Evangelio, en la atención a los necesitados… para hacer fecunda a la Iglesia.
Preguntémonos: ¿Honro a la Iglesia como madre? ¿Participo en los sacramentos, escucho la Palabra de Dios en comunidad? Y sobre todo, ¿comparto su cuidado maternal por mis hermanos?
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España, México, El Salvador, Venezuela, Paraguay, Colombia, Argentina y los demás países latinoamericanos. Invoquemos juntos al Espíritu Santo, para que conceda fecundidad a la Iglesia, no le permita que se cierre en sí misma, y salga a llevar la luz de Cristo hasta los confines de la tierra. Muchas gracias.
Traducido del italiano por Rocío Lancho García
 12.09.13




El Papa escribe a los no creyentes

Texto completo de la carta papal

La cuestión para quienes no creen en Dios es la de obedecer a su propia conciencia

La Iglesia, créame, a pesar de todos los retrasos, infidelidades, errores y pecados que haya cometido y todavía pueda cometer en los que la componen, no tiene otro sentido ni propósito que no sea vivir y dar testimonio de Jesús

12 de septiembre de 2013 - RELIGIÓN DIGITAL
Apreciado doctor Scalfari:
Es con profunda cordialidad que al menos a grandes líneas quisiera tratar de responder a la carta que, desde las páginas de La Repubblica, se ha querido dirigir a mi el 7 de julio con una serie de reflexiones personales, que luego ha enriquecido en las páginas del mismo diario el 7 de agosto. Le agradezco, en primer lugar, por la atención con la que leyó la encíclica Lumen Fidei.
La cual en la intención de mi amado predecesor, Benedicto XVI, que la concibió y escribió gran parte, y la que con gratitud, heredé, se dirige no solo a confirmar en la fe en Jesucristo a aquellos que en aquella ya se reconocen, sino también para despertar un diálogo sincero y riguroso con los que, como Usted, se define "un no creyente por muchos años, interesado y fascinado por la predicación de Jesús de Nazaret".
Por lo tanto, creo que es muy positivo, no solo para nosotros individualmente, sino también para la sociedad en la que vivimos, detenernos para dialogar de algo tan importante como es la fe, que se refiere a la predicación y a la figura de Jesús. Creo que hay, en particular, dos circunstancias que hacen que este diálogo sea hoy sea un deber y algo valioso.
Como se sabe, uno de los principales objetivos del Concilio Vaticano II, querido por el papa Juan XXIII y por el ministerio de los papas, es la sensibilidad y contribución que cada uno desde entonces hasta ahora ha dado según el patrón establecido por el Concilio. La primera de las circunstancias --como se recuerda en las páginas iniciales de la Encíclica-- deriva del hecho que a lo largo de los siglos de la modernidad , se produjo una paradoja: la fe cristiana, cuya novedad e incidencia sobre la vida del hombre desde el principio han sido expresados precisamente a través del símbolo de la luz, a menudo ha sido calificada como la oscuridad de la superstición que se opone a la luz de la razón. Así entre la Iglesia y la cultura de inspiración cristiana, por una parte, y la cultura moderna de carácter iluminista, por la otra, se ha llegado a la incomunicación. Ahora ha llegado el momento, y el Vaticano II ha inaugurado justamente la estación, de un diálogo abierto y sin prejuicios que vuelva a abrir las puertas para un serio y fructífero encuentro.
La segunda circunstancia, para quien busca ser fiele al don de seguir a Jesús en la luz de la fe, viene del hecho de que este diálogo no es un accesorio secundario de la existencia del creyente: es en cambio una expresión íntima e indispensable. Permítame citarle una afirmación en mi opinión muy importante de la Encíclica: visto que la verdad testimoniada por la fe es aquella del amor -subraya-- «está claro que la fe no es intransigente, sino que crece en la convivencia que respeta al otro. El creyente no es arrogante; por el contrario, la verdad lo hace humilde, consciente de que, más que poseerla nosotros, es ella la que nos abraza y nos posee. Lejos de ponernos rígidos, la seguridad de la fe nos pone en camino, y hace posible el testimonio y el diálogo con todos» ( n. 34 ). Este es el espíritu que anima las palabras que le escribo.
La fe, para mí, nace de un encuentro con Jesús. Un encuentro personal, que ha tocado mi corazón y ha dado una dirección y un nuevo sentido a mi existencia. Pero al mismo tiempo es un encuentro que fue posible gracias a la comunidad de fe en la que viví y gracias a la cual encontré el acceso a la sabiduría de la Sagrada Escritura, a la vida nueva que como agua brota de Jesús a través de los sacramentos, de la fraternidad con todos y del servicio a los pobres, imagen verdadera del Señor.
Sin la Iglesia -créame--, no habría sido capaz de encontrar a Jesús mismo, siendo consciente de que el inmenso don que es la fe se conserva en las frágiles odres de barro de nuestra humanidad. Y es aquí precisamente, a partir de esta experiencia personal de fe vivida en la Iglesia, que me siento cómodo al escuchar sus preguntas y en buscar, junto con Usted, el camino a través del cual podamos, quizás, comenzar a hacer una parte del camino juntos.
Perdóneme si no sigo paso a paso los argumentos propuestos por usted en el editorial del 7 de julio. A mí me parece más fructífero --o por lo menos es más agradable para mí-- ir de una determinada manera al corazón de sus consideraciones. No entro ni siquiera en el modo de exposición seguida por la Encíclica, en la que Usted advierte la falta de una sección dedicada específicamente a la experiencia histórica de Jesús de Nazaret.
Observo únicamente, para empezar, que un análisis de este tipo no es secundario. Se trata de hecho, siguiendo después la lógica que guía el desarrollo de la encíclica, de centrar la atención sobre el significado de lo que Jesús dijo e hizo, y así, en última instancia, de lo que Jesús fue y es para nosotros. Las cartas de Pablo y el evangelio de Juan, a los que se hace especial referencia en la Encíclica, se construyen, de hecho, en el sólido fundamento del ministerio mesiánico de Jesús de Nazaret, que llegan a su auge resolutivo en la pascua de muerte y resurrección. Así es que, es necesario confrontarse con Jesús, diría yo, en la realidad y la rudeza de su historia, así como se nos relata sobre todo en el Evangelio más antiguo, el de Marcos.
Observamos entonces que el «escándalo» que la palabra y la práctica de Jesús causan alrededor de él, derivan de su extraordinaria «autoridad»: una palabra, esta, atestiguada desde el Evangelio de Marcos, pero que no es fácil reportar bien en italiano. La palabra griega es «exousia», que literalmente se refiere a lo que «viene del ser», de lo que es. No se trata de algo externo o forzado, sino de algo que emana de su interior y que se impone por sí mismo. Jesús realmente golpea, confunde, innova --como él mismo dice-- a partir de su relación con Dios, llamado familiarmente Abbà, lo que le da a esta «autoridad» para que él la emplee a favor de los hombres.
Así, Jesús predica «como quien tiene autoridad», cura, llama a sus discípulos a seguirle, perdona... cosas todas que en el Antiguo Testamento, son de Dios y solo de Dios. La pregunta que más retorna en el Evangelio de Marcos es: «¿Quién es éste que ...?» , y que tiene que ver con la identidad de Jesús, nace de la constatación de una autoridad diferente a la del mundo, una autoridad que no tiene la intención de ejercer el poder sobre los demás, sino para servir , para darles la libertad y la plenitud de la vida. Y esto al punto de jugarse la propia vida, hasta experimentar la incomprensión, la traición, el rechazo; hasta ser condenado a muerte, hasta caer en el estado de abandono sobre la cruz.
Pero Jesús se mantuvo fiel a Dios hasta el final. Y es precisamente entonces --como exclama el centurión romano al pie de la cruz, en el Evangelio de Marcos--, cuando Jesús se muestra, paradójicamente, ¡como el Hijo de Dios! Hijo de un Dios que es amor y que quiere, con todo su ser, que el hombre, cada hombre, se descubra y viva también él como su verdadero hijo. Esto, para la fe cristiana, está certificado por el hecho de que Jesús ha resucitado: no para demostrar el triunfo sobre aquellos que lo han rechazado, sino para dar fe de que el amor de Dios es más fuerte que la muerte, que el perdón de Dios es más fuerte que todo pecado, y que vale la pena emplear la propia vida, hasta el final, para dar testimonio de este gran regalo.
La fe cristiana cree que esto: que Jesús es el Hijo de Dios que vino a dar su vida para abrir a todos el camino del amor. Por lo tanto tiene razón, querido doctor Scalfari, cuando ve en la encarnación del Hijo de Dios la piedra angular de la fe cristiana. Tertuliano escribía: «caro cardo salutis», la carne (de Cristo) es la base de la salvación. Porque la encarnación, es decir, el hecho de que el Hijo de Dios haya venido en nuestra carne y haya compartido alegrías y tristezas, triunfos y derrotas de nuestra existencia, hasta el grito de la cruz, experimentando todo en el amor y en la fidelidad al Abbà, testimonia el increíble amor que Dios tiene respecto a cada hombre, el valor inestimable que le reconoce. Cada uno de nosotros, por lo tanto, está llamado a hacer suya la mirada y la elección del amor de Jesús, para entrar en su manera de ser, de pensar y de actuar. Esta es la fe, con todas las expresiones que se describen puntualmente en la Encíclica.
Siempre en el editorial del 7 de julio, Usted me pregunta también cómo entender la originalidad de la fe cristiana, ya que esta se basa precisamente en la encarnación del Hijo de Dios, en comparación con otras creencias que giran en trono a la absoluta trascendencia de Dios. La originalidad, diría yo, radica en el hecho de que la fe nos hace partícipes, en Jesús, en la relación que Él tiene con Dios, que es Abbà y, de este modo, en la la relación que Él tiene con todos los demás hombres, incluidos los enemigos, en signo del amor.
En otras palabras, la filiación de Jesús, como ella se presenta a la fe cristiana, no se reveló para marcar una separación insuperable entre Jesús y todos los demás: sino para decirnos que, en Él, todos estamos llamados a ser hijos del único Padre y hermanos entre nosotros. La singularidad de Jesús es para la comunicación, y no para la exclusión. Por cierto, de aquello se deduce también --y no es poca cosa--, aquella distinción entre la esfera religiosa y la esfera política, que está consagrado en el «dar a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César», afirmada claramente por Jesús y en la que, con gran trabajo, se ha construido la historia de Occidente.
La Iglesia, por lo tanto, está llamada a diseminar la levadura y la sal del Evangelio, y por lo tanto, el amor y la misericordia de Dios que llega a todos los hombres, apuntando a la meta ultraterrena y definitiva de nuestro destino, mientras que a la sociedad civil y política le toca la difícil tarea de articular y encarnar en la justicia y en la solidaridad, en el derecho y en la paz, una vida cada vez más humana. Para los que viven la fe cristiana, eso no significa escapar del mundo o de la investigación de cualquier hegemonía, pero al servicio de la humanidad, a todo el hombre y a todos los hombres, a partir de la periferia de la historia y suscitando el sentido de la esperanza que impulsa a hacer el bien a pesar de todo y mirando siempre más allá.
Usted me pregunta también, al término de su primer artículo, qué debemos decirle a nuestros hermanos judíos sobre la promesa hecha a ellos por Dios: ¿acaso quedó en el vacío? Es esta -créame-- una pregunta que nos desafía radicalmente, como cristianos, ya que con la ayuda de Dios, especialmente a partir del Concilio Vaticano II, hemos descubierto que el pueblo judío sigue siendo para nosotros, la raíz santa de la que germinó Jesús. También yo, en la amistad que he cultivado a lo largo de todos estos años con nuestros hermanos judíos, en Argentina, muchas veces me cuestioné ante Dios en la oración, sobre todo cuando la mente se iba al recuerdo de la terrible experiencia de la Shoah. Lo que puedo decirle, con el apóstol Pablo, es que nunca ha fallado la fidelidad de Dios a su alianza con Israel y que, a través de las pruebas terribles de estos siglos, los judíos han conservado su fe en Dios. Y por esto, con ellos nunca seremos lo suficientemente agradecidos como Iglesia, sino también como humanidad. Ellos justamente perseverando en la fe en el Dios de la alianza los invitan a todos, también a nosotros cristianos, al estar siempre a la espera, como los peregrinos, del regreso del Señor y que por lo tanto, siempre debemos estar abiertos a Él y nunca cerrarnos ante lo que ya hemos alcanzado.
Llego así a las tres preguntas que me pone en el artículo del 7 de agosto. Me parece que, en los dos primeros, lo que le su corazón quiere es entender la actitud de la Iglesia hacia los que no comparten la fe de Jesús.
En primer lugar, me pregunta si el Dios de los cristianos perdona a los que no creen y no buscan la fe. Teniendo en cuenta que --y es la clave-- la misericordia de Dios no tiene límites si nos dirigimos a Él con un corazón sincero y contrito, la cuestión para quienes no creen en Dios es la de obedecer a su propia conciencia. El pecado, aún para los que no tienen fe, existe cuando se va contra la conciencia. Escuchar y obedecerla significa de hecho, decidir ante lo que se percibe como bueno o como malo. Y en esta decisión se juega la bondad o la maldad de nuestras acciones.
En segundo lugar, Ud. me pregunta si el pensamiento según el cual no existe ningún absoluto, y por lo tanto ninguna verdad absoluta, sino solo una serie de verdades relativas y subjetivas, se trate de un error o de un pecado. Para empezar, yo no hablaría, ni siquiera para quien cree, de una verdad «absoluta», en el sentido de que absoluto es aquello que está desatado, es decir, que sin ningún tipo de relación. Ahora, la verdad, según la fe cristiana, es el amor de Dios hacia nosotros en Cristo Jesús. Por lo tanto, ¡la verdad es una relación! A tal punto que cada uno de nosotros la toma, la verdad, y la expresa a partir de sí mismo: de su historia y cultura, de la situación en la que vive, etc. Esto no quiere decir que la verdad es subjetiva y variable, ni mucho menos. Pero sí significa que se nos da siempre y únicamente como un camino y una vida. ¿No lo dijo acaso el mismo Jesús: «Yo soy el camino, la verdad y la vida»? En otras palabras, la verdad es en definitiva todo un uno con el amor, requiere la humildad y la apertura para ser encontrada, acogida y expresada. Por lo tanto, hay que entender bien las condiciones y, quizás, para salir de los confines de una contraposición... absoluta, replantear en profundidad el tema. Creo que esto es hoy una necesidad imperiosa para entablar aquel diálogo pacífico y constructivo que deseaba desde el comienzo de esta mi opinión.
En la última pregunta me interroga si, con la desaparición del hombre sobre la tierra, desaparecerá también el pensamiento capaz de pensar en Dios. Es verdad, la grandeza del hombre está en ser capaz de pensar en Dios. Y por lo tanto, en el poder vivir una relación consciente y responsable con Él.
Pero la relación es entre dos realidades. Dios --este es mi pensamiento y esta es mi experiencia, ¡y cuántos, ayer y hoy lo comparten!--, no es una idea, aunque sea un alto fruto del resultado del pensamiento del hombre. Dios es una realidad con la «R» mayúscula. Jesús lo revela --y tiene una relación viva con Él--, como un Padre de infinita bondad y misericordia. Dios no depende, por lo tanto, de nuestra forma de pensar. Y de otro lado, mismo cuanto terminará la vida del hombre sobre la tierra - y para la fe cristiana de todos modos, este mundo así como lo conocemos está destinado a tener un fin-- el hombre no acabará de existir, y en una manera que nosotros no sabemos, tampoco el universo que fue creado con él. La Escritura habla de «cielos nuevos y tierra nueva» y afirma que, al final, en el dónde y en el cuándo, que está más allá de nosotros, pero hacia el cual, en la fe tendemos con deseo y espera, Dios será «todo en todos».
Estimado doctor Scalfari, concluyo así mis reflexiones, suscitadas por lo que ha querido decirme y preguntarme. Acójalas como una respuesta tentativa y provisional, pero sincera y confiada, con la invitación que le hice de andar una parte del camino juntos. La Iglesia, créame, a pesar de todos los retrasos, infidelidades, errores y pecados que haya cometido y todavía pueda cometer en los que la componen, no tiene otro sentido ni propósito que no sea vivir y dar testimonio de Jesús: Él que fue enviado por el Abbà «para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor» (Lc. 4, 18-19).
Con fraternal cercanía,
Francesco




Para amar al enemigo: contemplar la pasión de Jesús y la dulzura de María
El papa Francisco en Santa Marta. Pedir esta gracia de perdonar, de no odiar al prójimo, de no hablar mal contra el vecino
Por Redacción
ROMA, 12 de septiembre de 2013 (Zenit.org) - “La humanidad sufriente" de Jesús y la "dulzura" de María. Estos son los dos "polos" que el cristiano debe observar para vivir lo que pide el Evangelio. Así lo afirmó el papa Francisco este jueves durante la homilía de la misa celebrada en la Casa Santa Marta.
El Evangelio es exigente, le pide "cosas fuertes" a un cristiano: la capacidad de perdonar, la magnanimidad, el amor a los enemigos... Solo hay una manera de ser capaz de ponerlo en práctica: "meditar en la Pasión, la humanidad de Jesús” e imitar el comportamiento de su Madre.
Y es justamente a la Virgen, de quien hoy la Iglesia celebra el "Santo Nombre", el papa Francisco ha dedicado el primer pensamiento de la homilía. Un tiempo, dijo, la fiesta de hoy se llamaba el "dulce Nombre de María". Después la definición ha cambiado, "pero en la oración --observó--, se ha mantenido la dulzura de su nombre":
"Necesitamos hoy de la dulzura de la Virgen para entender estas cosas que Jesús nos pide, ¿verdad? Debido a que esta son cosas no fáciles de vivir. Amen a sus enemigos, hagan el bien, presten sin esperar nada... Si alguien te pega en una mejilla, preséntale también la otra, a quien toma tu manto no le niegues la túnica... Son cosas fuertes, ¿no? Pero todo esto, a su manera, fue experimentado por la Virgen María: es la gracia de la mansedumbre, la gracia de la apacibilidad".
Incluso san Pablo, en su Carta a los Colosenses de la liturgia del día, invita a los cristianos a revestirse de "sentimientos de ternura, de bondad, de humildad, de mansedumbre", de tolerancia y perdón mutuo. Y aquí, comentó el papa Francisco, "nuestra pregunta brota de inmediato: pero, ¿cómo puedo hacer esto?, ¿cómo me preparo para hacerlo?, ¿qué debo estudiar para hacer esto?". La respuesta, dijo el papa, "es clara": "Nosotros, con nuestro esfuerzo, no podemos hacerlo. Solamente una gracia puede hacerlo en nosotros". Y esta gracia, agregó, pasa a través de un camino preciso:
"Piensa sólo en Jesús, si nuestro corazón, si nuestra mente está con Jesús --el ganador, aquel que ha vencido a la muerte, el pecado, al diablo, a todo-- podremos hacer esto que el mismo Jesús nos pide y que nos lo pide el apóstol Pablo: la mansedumbre, la humildad, la bondad, la ternura, la dulzura, la magnanimidad. Si no miramos a Jesús, si no estamos con Jesús no podemos hacer esto. Es una gracia, es la gracia que proviene de la contemplación de Jesús".
En particular, dijo el santo padre, hay un aspecto particular de la vida de Jesús a la que debe dirigirse la contemplación del cristiano: su Pasión, su "humanidad sufriente" Y surayó: "Es así que a partir de la contemplación de Jesús, de nuestra vida escondida con Jesús en Dios, que podemos llevar adelante estas actitudes, estas virtudes que el Señor nos pide. No hay otra manera".
"Pensar en su silencio manso: este será tu esfuerzo; Él hará el resto; Él hará todo lo que falta. Pero tienes que hacer lo siguiente: Ocultar tu vida en Dios con Cristo. Esto se hace con la contemplación de la humanidad de Jesús, de la humanidad doliente. Hay otra manera: no hay ninguna otra. Es la única. Con el fin de ser buenos cristianos, hay que contemplar la humanidad de Jesús y la humanidad sufriente. Para dar testimonio, para poder dar este testimonio, hay eso.
Para perdonar, contempla el sufrimiento de Jesús. Para no odiar a tu prójimo contempla el sufrimiento de Jesús. Para no hablar mal contra el vecino, contempla el sufrimiento de Jesús. El único. Oculta tu vida con Cristo en Dios: este es el consejo que nos da el Apóstol. Es el consejo para ser humilde, manso y bueno, generoso, tierno".
13.09.13





Homilía del papa en Santa Marta: las habladurías matan a Dios y al prójimo
'Las murmuraciones van siempre en en una dimensión de criminalidad. No hay habladurías inocentes'
Por Redacción
CIUDAD DEL VATICANO, 13 de septiembre de 2013 (Zenit.org) - "¿Por qué miras la paja en el ojo de tu hermano y no te das cuenta de la viga que está en el tuyo?" El papa Francisco ha recordado estas palabras de Jesús en su homilía de Santa Marta de esta mañana. El santo padre ha observado que Jesús, después de hablar de la humildad,  hoy nos habla en las lecturas "de esa actitud de odio hacia el prójimo, de ese convertirse en juez del hermano". Y a este punto, ha afirmado que Jesús "dice una palabra fuerte: hipócrita".
"Los que viven juzgando al prójimo, hablando mal del prójimo, son hipócritas, porque no tienen la fuerza, el valor de mirar a sus propios defectos". Y señala, que "quien tiene odio en su corazón contra el hermano es un homicida... También el apóstol Juan, en su primera Carta, lo dice claro: El que odia a su hermano camina en las tinieblas; quien juzga a su hermano, camina en las tinieblas", ha explicado el papa Francisco. 
Y ha añadido "cada vez que nosotros juzgamos a nuestros hermanos en el corazón y peor aún es cuando hablamos de esto con los otros, somos cristianos homicidas". A continuación ha señalado que "un cristiano homicida...no lo digo yo ¿eh?, lo dice el Señor. Y sobre este punto, no hay lugar para las sombras. Si tu hablas mal de hermano, matas al hermano. Y nosotros, cada vez que lo hacemos, imitamos ese gesto de Caín, el primer homicida de la historia". 
Francisco también ha recordado que en estos tiempos en los que se habla de guerras y se pide tanto la paz, "es necesario un gesto nuestro de conversión". Y por eso advirtió que "las murmuraciones van siempre en una dimensión de criminalidad. No hay habladurías inocentes”. Citando al apóstol Santiago ha recordado que la lengua es para alabar a Dios “pero cuando usamos nuestra lengua para hablar mal del hermano o de la hermana, la usamos para matar a Dios”, porque es “la imagen de Dios en el hermano”. Alguno, constató el papa, podría decir que una persona se merezca las habladurías y sobre eso exhortó: “¡Pero anda, reza por él! ¡Anda, haz penitencia por ella! Y luego, si es necesario, hablale a aquella persona para que pueda remediar el problema. Pero ¡no, decirlo a todos!’. Pablo fue un pecador fuerte, y dice de sí mismo: ‘Antes era un blasfemo, un perseguidor y un violento. Pero fui tratado con misericordia’. Quizás ninguno de nosotros blasfemia – quizás. Pero si alguno de nosotros murmura, ciertamente es un perseguidor y un violento".
Para finalizar pidió "para nosotros, para la toda Iglesia, la gracia de la conversión de la criminalidad de las habladurías al amor, a la humildad, a la mansedumbre, a la docilidad, a la magnanimidad del amor hacia el prójimo”.
 14.09.13






“I ara us poso uns deures per a casa”

Audiència general del papa Francesc a la Plaça de Sant Pere del Vaticà, 11 de setembre de 2013
“L’Església és la nostra mare en la fe, en la vida sobrenatural. Aquesta és una de les imatges més utilitzades pels Pares de l’Església ens els primers segles i crec que també a nosaltres ens pot ser útil. Per a mi és una de les imatges més boniques de l’Església: l’Església mare! En quin sentit i de quina manera l’Església és mare? A partir de la realitat humana de la maternitat: què fa una mare?
En primer lloc una mare genera a la vida, durant nou mesos porta dins el ventre el seu fill i després l’obre a la vida, generant-lo. L’Església és així: ens genera a la fe, per obra de l’Esperit Sant que la fa fecunda, com a la Verge Maria. L’Església i la Verge Maria són totes dues mare; el que es diu de l’Església també es pot dir de la Mare de Déu i el que es diu de la Mare de Déu es pot dir de l’Església. És clar que la fe és un acte personal: “jo crec”, jo responc personalment a Déu que es deixa conèixer i vol entrar en amistat amb mi. Però la fe jo la rebo d’altres, en una família, en una comunitat que m’ensenya a dir “jo crec”, “nosaltres creiem”. Un cristià no és una illa! Nosaltres no arribem a ser cristians en un laboratori, no arribem a ser cristians tots sols i amb les nostres forces; la fe és un regal, és un do de Déu que se’n dóna en l’Església i a través de l’Església. I l’Església ens dóna la vida de fe en el bateig: aquell és el moment en què ens fa nèixer com a fills de Déu, el moment en què ens dóna la vida de Déu, ens genera com a mare. El fet que formem part de l’Església no és una cosa exterior i formal, no és omplir un full que ens donen, sinó un acte interior i vital; no es pertany a l’Església com es pertany a una societat, a un partit o a una altra organització qualsevol. El lligam és vital, com el que tenim amb la nostra mare, perquè, com afirma sant Agustí “l’Església és realment la mare dels cristians”.
Preguntem-nos: com veig jo l’Església? Si estic agraït als meus pares perquè m’han donat la vida, estic agraït a l’Església perquè m’ha generat a la fe a través del bateig? Quants cristians recorden la data del seu bateig? Voldria fer-vos aquesta pregunta a tots vosaltres, però que cadascú contesti en el seu cor: quants de vosaltres recordeu la data del vostre bateig? Alguns aixequeu la mà, però molts altres no se’n recorden! I la data del bateig és la data del nostre naixement en l’Església, la data en la qual la nostra mare Església ens ha generat! I ara us poso uns deures per a casa. Quan torneu avui a casa, busqueu bé quina és la data del vostre bateig, i això per celebrar-ho, per donar les gràcies al Senyor d’aquest do. Ho fareu?
Estimem l’Església com estimem la nostra mare, comprenent fins i tot els seus defectes? Totes les mares tenen defectes, però quan es parla dels defectes de la mare nosaltres els tapem, els estimem així. I l’Església també té els seus defectes: l’estimem com la mare, l’ajudem a ser més bonica, més autèntica, més segons el Senyor? Us deixo aquestes preguntes, però no oblideu els deures: busqueu la data del vostre bateig per dur-la dins el cor i celebrar-la.
Una mare no es limita a donar la vida, sinó que amb gran cura ajuda els seus fills a crèixer, els dóna llet, els alimenta, els ensenya el camí de la vida, sempre els acompanya amb les seves atencions, amb el seu afecte, amb el seu amor, fins i tot quan són grans. I en tot això també sap corregir, perdonar, comprendre, sap ser propera en la malaltia, en el patiment. En poques paraules, una bona mare ajuda els fills a sortir de si mateixos, a no quedar-se còmodament sota les ales maternes, com una covada de pollets sota les ales de la lloca. L’Església com a bona mare fa el mateix: acompanya el nostre creixement transmetent la Paraula de Déu, que és una llum que ens indica el camí de la vida cristiana; administrant els sagraments. Ens alimenta amb l’eucaristia, ens porta el perdó de Déu per mitjà del sagrament de la penitència, ens sostè en el moment de la malaltia amb la unció dels malalts. Aleshores podem fer-nos altres preguntes: quina relació tinc jo amb l’Església? La sento com una mare que m’ajuda a créixer com a cristià? Participo en la vida de l’Església, me’n sento part? La meva relació és una relació formal o és vital?
En els primers segles de l’Església hi havia una realitat ben clara: l’Església, mentre és mare dels cristians, mentre “fa” cristians, també està “feta” de cristians. L’Església no és una cosa diferent de nosaltres mateixos, sinó que cal veure-la com la totalitat dels creients, com el “nosaltres” dels cristians”: jo, tu, tots nosaltres som part de l’Església. Sant Jeroni escrivia: “L’Església de Crist no és una altra cosa si no les ànimes dels qui creuen en Crist”. Aleshores la maternitat de l’Església la vivim tots, pastors i fidels. A vegades sento: “Jo crec en Dèu però no en l’Església... He sentit que l’Església diu... Els capellans diuen...” Ara bé, una cosa són els capellans, però l’Església no està formada només pels capellans, l’Església som tots! I si tu dius que creus en Déu i no creus en l’Església, estàs dient que no creus en tu mateix; i això és una contradicció. L’Església som tots: des del nen batejat recentment fins als bisbes, fins al papa; tots som Església i tots som iguals als ulls de Déu! Tots estem cridats a coŀlaborar en el naixement a la fe de nous cristians, tots estem cridats a ser educadors en la fe, a anunciar l’Evangeli.
Que cadascú de nosaltres es demani: què faig perquè altres puguin compartir la fe cristiana? Sóc fecund en la meva fe o sóc tancat? Quan repeteixo que estimo una Església que no estigui tancada en el seu recinte, sinó capaç de sortir, de moure’s, fins i tot amb algun risc, per portar Crist a tothom, penso en tots, en mi, en tu, en cada cristià. Tots participem de la maternitat de l’Església, per tal que la llum de Crist arribi fins als extrems confins de la terra. I visca la santa mare Església!” 
13.09.13





Francisco: Solo con oración y las lágrimas se puede penetrar en el gran misterio de la Cruz

Durante la misa en Santa Marta recordó que Cristo se alzó en ella solo después de abajarse

ROMA, 14 de septiembre de 2013 (Zenit.org) - El misterio de la Cruz es un gran misterio para los seres humanos, al cual solo puede aproximarse en la oración y en las lágrimas: esto es lo que ha dicho la mañana del sábado el papa durante la misa celebrada en Santa Marta, el día en que la Iglesia celebra la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz .

En el misterio de la Cruz --dijo el papa en la homilía--, encontramos la historia del hombre y la historia de Dios, sintetizados por los Padres de la Iglesia en la comparación entre el árbol del conocimiento del bien y del mal, en el Paraíso, y el árbol de la Cruz:

"Ese árbol había hecho tanto mal y este árbol nos lleva a la salvación, a la salud. Perdona aquel mal. Este es el camino de la historia del hombre: un camino para encontrar a Jesucristo, el Redentor, que da la vida por amor. En efecto, Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por medio de Él. Este árbol de la Cruz nos salva, a todos nosotros, de las consecuencias de ese otro árbol, donde comenzó la autosuficiencia, el orgullo, la soberbia de querer conocer –nosotros--, todo, según nuestra mentalidad, de acuerdo con nuestros criterios, incluso de acuerdo a la presunción de ser y de llegar a ser los únicos jueces del mundo. Esta es la historia del hombre: desde un árbol a otro".

En la cruz está también "la historia de Dios" --dijo el papa Francisco-- "para que podamos decir que Dios tiene una historia”. Es un hecho que, "Dios ha querido asumir nuestra historia y caminar con nosotros": se ha abajado haciéndose hombre, mientras nosotros queremos alzarnos, y tomó la condición de siervo, haciéndose obediente hasta la muerte en la Cruz, para levantarnos:

"¡Dios hace este camino por amor! No hay otra explicación: solo el amor hace estas cosas. Hoy miramos la Cruz, historia del hombre e historia de Dios. Miremos esta Cruz, donde se puede probar aquella miel de aloe, aquella miel amarga, la dulzura amarga del sacrificio de Jesús. Pero este misterio es tan grande, que nosotros solos no somos capaces de ver bien este misterio, no tanto para entender --sí, entender..., sino sentir profundamente la salvación de este misterio. En primer lugar, el misterio de la Cruz. Solo se puede entender un poco de rodillas, en la oración, pero también a través de las lágrimas: son las lágrimas las que nos acercan a este misterio".

"Sin llorar, un llanto en el corazón –enfatizó Francisco--, no se podrá “jamás comprender este misterio". Y "el llanto del arrepentido, el llanto del hermano y de la hermana que ven tanta miseria humana" y la ven en Jesús, pero "de rodillas y llorando" y "nunca solos, nunca solos!".

"Para entrar en este misterio, que no es un laberinto pero se parece un poco, siempre tenemos necesidad de la Madre, de la mano de la mamá. Que ella, María, nos haga escuchar cuán grande y cuán humilde es este misterio; tan dulce como la miel y tan amargo como el aloe. Que sea ella la que nos acompañe en este viaje, no puede hacerlo nadie más que nosotros mismos. ¡Alguien debería hacerlo! Con la madre, llorando y de rodillas" .

14.09.13
  
 
El cristiano no puede «juzgar» a Dios porque no castiga a los pecadores
Profunda reflexión del santo padre durante el Ángelus, durante el cual rezó con todos por los enemigo
LIMA, 15 de septiembre de 2013 (Zenit.org)
 -
Este domingo al mediodía el santo padre Francisco se asomó al balcón del Palacio Apostólico Vaticano para el tradicional rezo del Ángelus, antes del cual dirigió una reflexion centrada en el evangelio dominical del Hijo Pródigo.
Recordó que las tres parábolas que se leen hoy en toda la litugia universal, hablan de la alegría de Dios. "Dios es gozoso" --dijo, porque "la alegría de Dios es perdonar (..) es la alegría de un pastor que encuentra a su ovejita o de un padre que vuelve a recibir en casa al hijo que se había perdido".
Una síntesis del cristianismo
Hizo ver a los fieles, algunos de los cuales lo escuchaban en medio de la Plaza de San Pedro bajo la lluvia, que en estas parábolas de la misericordia está resumido todo el evangelio. "¡Aquí está todo el Cristianismo!", dijo emocionado.
Advirtió que no estamos ante una “ostentación de buenos sentimientos”, sino por el contrario, "la misericordia es la verdadera fuerza que puede salvar al hombre y al mundo del 'cáncer' que es el pecado, el mal moral, el mal espiritual".
Fue más allá cuando dijo que "solo el amor llena los vacíos, los abismos negativos que el mal abre en el corazón y en la historia". Porque para Francisco, "Jesús es todo misericordia (y) cada uno de nosotros es esa oveja perdida, esa moneda perdida, cada uno de nosotros es ese hijo que ha desperdiciado su propia libertad siguiendo ídolos falsos, espejismos de felicidad, y lo ha perdido todo".
El padre amoroso
Con el fin de profundizar sobre este mensaje que caracteriza ya su pontificado, el papa recordó que Dios no nos olvida, "el Padre no nos abandona jamás (..) es un Padre paciente, nos espera siempre". Si bien respeta nuestra libertad --continuó, "permanece siempre fiel, y cuando volvemos a Él, nos acoge como hijos, en su casa, porque no deja jamás, ni siquiera por un momento, de esperarnos, con amor".
"Y su corazón está de fiesta por cada hijo que vuelve, porque Dios tiene esta alegría, cuando uno de nosotros, pecadores, va a Él y pide su perdón", aseguró.
En referencia a la parábola del Hijo Pródigo, el Catequista universal insistió en que a veces se cae en las actitudes del hermano mayor del relato, quien, igual que muchos cristianos "presumimos que somos justos, y juzgamos a los demás; juzgamos también a Dios, porque pensamos que debería castigar a los pecadores, condenarlos a muerte, en lugar de perdonar".
Amar siempre
Porque para el papa, "si en nuestro corazón no hay misericordia, la alegría del perdón, no estamos en comunión con Dios, incluso si observamos todos los preceptos; porque es el amor el que salva, no la sola práctica de los preceptos. Es el amor por Dios y por el prójimo lo que da cumplimiento a todos los mandamientos".
Finalmente, recomendó no vivir según la ley del 'ojo por ojo, diente por diente', porque jamás se sale de la espiral del mal.
"El Maligno es astuto, y nos hace creer que con nuestra justicia humana podemos salvarnos y salvar al mundo (cuando) el acto supremo de justicia es precisamente también el acto supremo de misericordia", enseñó Francisco, quien en varios momentos de su reflexión se salió del texto previsto, dándole calidez y cercanía a sus palabras.
Antes de terminar, comprometió a todos a rezar "por quienes estamos enojados y que no queremos". Invitó a pensar en "esa persona", y creó una pausa de silencio durante la cual él y todos los oyentes rezaron por sus enemigos, con quienes pidió tener misericordia siempre.
16.09.13



“Un catòlic no pot fer cas omís de la política”
Dll, 16/09/2013 - Papa Francesc
Homilia del papa Francesc a la Casa de Santa Marta, 16 de setembre de 2013

L'Evangeli del centurió que demana amb humilitat i confiança la curació del servent, i la Carta de Sant Pau a Timoteu amb la invitació a pregar pels governants, han empès el papa a "reflexionar sobre el servei de l'autoritat”. "Qui governa ha d'estimar el seu poble", perquè "un governant que no estima no pot governar: com a molt podrà regular, posar una mica d'ordre, però no governar”.

"No es pot governar sense amor pel poble i sense humilitat! I cada home, cada dona que ha de prendre possessió d'un càrrec públic, ha de fer-se aquestes dues preguntes: ‘Jo estimo el meu poble per servir-lo millor? Sóc humil i escolto els altres, els diferents punts de vista per fer la millor tria?’ Si no es fa aquestes preguntes el seu govern no serà bo. El governant, home o dona, que estima el seu poble és un home i una dona humil”.

D'altra banda, sant Pau exhorta a elevar oracions "per a tots els qui són en el poder, perquè puguem viure una vida calma i tranquil·la”. Els ciutadans no poden fer cas omís de la política:

"Cap de nosaltres pot dir: ‘Però jo no tinc res a veure amb això, són ells els qui governen ...’. No, no, jo sóc responsable del seu govern i he de fer el possible perquè ells governin bé i he de fer el possible per participar en la política com pugui. La política - diu la Doctrina Social de l'Església - és una de les formes més elevades de la caritat, perquè serveix el bé comú. I no puc rentar-me les mans, eh? Tots hem de donar alguna cosa!"

Hi ha el costum – afirma el papa- de parlar només malament dels governants i de criticar “les coses que no van bé”: “escoltes el reportatge de la televisió i vinga cops de bastó! i llegeixes el diari i vinga cops de bastó... sempre malament, sempre en contra!”. Potser “el governant sí que és un pecador, com David, però jo he de coŀlaborar amb la meva opinió, amb la meva paraula, amb la meva correcció” perquè tots “hem de participar en el bé comú”. I si “molts cops hem sentit que un bon catòlic no es barreja en la política, això no és veritat, no és un bon camí”.

“Un bon catòlic es barreja en la política, donant el millor de si, perquè el governant pugui governar. Però, què és el millor que podem oferir als governants? La pregària! És el que diu sant Pau: ‘Pregària per tots els homes i per als reis i tots els qui són al poder’ . ‘Però, Pare, aquell és una mala persona, que hauria d'anar a l'infern...’. ‘Doncs prega per ell, prega per ella, perquè pugui governar bé, perquè estimi el seu poble, perquè el serveixi, perquè sigui humil’. Un cristià que no prega pels governants no és un bon cristià. ‘Però, pare, com puc pregar per aquest? És un que no funciona...’ . Prega perquè es converteixi’. Cal pregar. I això no ho dic jo, ho diu sant Pau, la Paraula de Déu".

“Donem el millor de nosaltres: idees, suggerències, el millor, però sobretot, el millor que podem donar és la pregària. Preguem pels governants, perquè ens governin bé, perquè portin la nostra pàtria, la nostra nació endavant, i també el món, perquè hi hagi pau i bé comú”.
  17.09.13





Francisco: la Iglesia es una madre valiente que lleva a sus hijos al encuentro con Jesús
Palabras del papa este martes en Santa Marta. 'No hay un camino de vida, no hay perdón, no hay reconciliación fuera de la madre Iglesia
ROMA, 17 de septiembre de 2013 (Zenit.org) - La Iglesia tiene el coraje de una mujer que defiende a sus hijos para llevarlos al encuentro con su Esposo. Es lo que ha dicho la mañana del martes el papa Francisco en la misa celebrada en la Casa Santa Marta. El papa tomó el ejemplo del encuentro de Jesús con la viuda de Naim para hablar sobre la dimensión de la "viudez" de la Iglesia que, según dijo, camina en la historia buscando el encuentro con el Señor.
Jesús tiene la “capacidad de sufrir con nosotros, de estar cerca de nuestros sufrimientos y hacerlos suyos”. El papa Francisco ha desarollado su homilía a partir del encuentro de Jesús con la viuda de Naim, de la que habla el Evangelio de hoy.
El papa recordó que Jesús se compadeció de esta viuda que había perdido a su hijo. Y precisó: "sabía lo que significaba una mujer viuda en ese tiempo". El santo padre recordó también que "el Señor tiene un amor especial por las viudas, y las cuida". Leyendo este pasaje del Evangelio, dijo, "pienso también que  esta viuda  es un icono de la Iglesia, porque también la Iglesia es en cierto sentido una viuda":
"El Esposo se ha ido y Ella camina en la historia con la esperanza de hallarlo, de encontrarse con Él. Y Ella será la esposa definitiva. Pero mientras tanto Ella, la Iglesia, ¡está sola! El Señor no está visible. Tiene una cierta dimensión de viudez... Me hace pensar en la viudez de la Iglesia. Esta Iglesia valiente, que defiende a sus hijos, como la viuda que iba donde el juez corrupto para defender, defender y finalmente ganó. ¡Nuestra Madre Iglesia es valiente! Tiene el coraje de una mujer que sabe que sus hijos son suyos, y debe defenderlos y llevarlos al encuentro con su Esposo".
El papa reflexionó sobre algunas figuras de viudas en la Biblia, en especial sobre la viuda macabea valiente con siete hijos que son martirizados por no renegar de Dios. La Biblia, subrayó, dice de esta mujer que hablaba a los hijos "en dialecto, en la primera lengua". Además, anotó, nuestra madre Iglesia nos habla en dialecto, en "aquel lenguaje de la verdadera ortodoxia que todos entendemos, aquella lengua del catecismo" que "nos da la fuerza para seguir adelante en la lucha contra el mal":
"Esta dimensión de la viudez de la Iglesia, que camina a través de la historia, con la esperanza de encontrar a su Esposo... ¡Nuestra Madre Iglesia es así! Es una Iglesia que, cuando es fiel, sabe llorar. Cuando la Iglesia no llora, algo no está bien. ¡Llora por sus hijos y ora! Una Iglesia que avanza y hace crecer a sus hijos, les da la fuerza y ​​los acompaña hasta la última despedida para dejarlos en las manos de su Esposo, y que al final también Ella encontrará. ¡Esta es nuestra Madre Iglesia! Lo veo en esta viuda que llora. ¿Y que le dice el Señor a la Iglesia? "No llores. Yo estoy contigo, yo te acompaño, yo te espero allá, en la boda, la última boda, aquella del cordero. ¡Deténte, este hijo tuyo que estaba muerto, ahora vive!".
Y esto, continuó, "es el diálogo del Señor con la Iglesia". Ella defiende a los hijos, pero cuando ve que los hijos están muertos llora, y el Señor le dice: Estoy contigo y tu hijo está conmigo". Como le dijo al muchacho en Naim que se levante de su lecho de muerte, añadió el papa, muchas veces Jesús también nos dice que nos levantemos "cuando estamos muertos por el pecado y vamos a pedir perdón". Y entonces, ¿qué hace Jesús “cuando nos perdona y cuando nos restituye la vida?": nos devuelve a nuestra Madre.
"Nuestra reconciliación con Dios no se agota en el diálogo 'Tú, yo y el sacerdote que me da el perdón'; termina cuando Él nos restituye a nuestra madre. Allí termina la reconciliación, porque no hay un camino de vida, no hay perdón, no hay reconciliación fuera de la madre Iglesia. Y así, al ver a esta viuda, me vienen estas ideas así sueltas… Pero veo en esta viuda el ícono de la viudez de la Iglesia que está en camino para encontrar a su Esposo. Quiero pedirle al Señor la gracia de confiar siempre en esta 'mamá' que nos defiende, nos enseña, nos hace crecer y nos habla en dialecto".
 18.09.13





La catequesis del papa: «La Iglesia no cierra jamás las puertas y ofrece siempre el perdón»
Invita a recordar que una madre 'nunca enseña lo que es malo a su hijos', a ver los mandamientos en positivo y a no hacernos í­dolos materiales que después nos esclavizan
Por Francisco papa
ROMA, 18 de septiembre de 2013 (Zenit.org) - Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy vuelvo a la imagen de la Iglesia como madre. Me gusta mucho esta imagen de la Iglesia como madre. Es por eso que he querido volver a ella, porque me parece que esta imagen nos dice no sólo cómo es la Iglesia, sino también cuál es el rostro que debería tener cada vez más la Iglesia, nuestra Madre Iglesia.
Permítanme destacar tres cosas, siempre viendo a nuestras madres, a todo lo que hacen, cómo viven, lo que sufren por sus hijos, continuando con lo que dije el miércoles pasado. Me pregunto: ¿qué hace una madre?
1. En primer lugar, nos enseña a caminar por la vida, nos enseña a ir bien por la vida, sabe cómo orientar a los niños, busca siempre de mostrar el camino correcto en la vida para crecer y convertirse en adultos. Y lo hace con cariño, siempre con amor, incluso cuando trata de enderezar nuestro camino porque nos desviamos un poco en la vida o tomamos rumbos que conducen hacia un acantilado. Una madre sabe lo que es importante para que un niño camine bien en la vida, y no lo ha aprendido de los libros, sino que lo aprendió del propio corazón. ¡La Universidad de las madres es su propio corazón! Allí aprenden cómo sacar adelante a sus propios hijos.
La Iglesia hace lo mismo: orienta nuestra vida, nos da lecciones para caminar bien. Pensemos en los Diez Mandamientos: nos indican un camino que es necesario recorrer, para madurar, tener algunos puntos fijos en la forma en que nos comportamos. Y son el resultado de la ternura, del amor mismo de Dios, que nos lo ha donado. Ustedes me pueden decir: ¡pero son mandatos! Son un conjunto de ¡"no"!
Me gustaría invitarlos a leerlos --tal vez los han olvidado un poco--, y luego pensarlos en positivo. Verán que se relacionan con la forma en que nos comportamos en relación a Dios, con nosotros mismos y con los demás, justamente lo que nos enseña una madre para vivir bien. Nos invitan a no hacernos ídolos materiales que luego nos esclavizan, a recordarnos de Dios, a respetar a los padres, a ser honestos, a respetarnos unos a otros... Traten de verlos así, y considerarlos como si fueran las palabras, las enseñanzas que da la madre para ir bien en la vida. Una madre nunca enseña lo que es malo, lo único que quiere es el bien de los hijos, y así también lo hace la Iglesia.
2 . Me gustaría decirles una segunda cosa: cuando un niño crece, se convierte en un adulto, toma su camino, se asume sus responsabilidades, camina con sus piernas, hace lo que quiere y, a veces, también sucede que se sale del camino, ocurre algún accidente. La mamá siempre, en todas las situaciones, tiene la paciencia para seguir acompañando a sus hijos. Lo que la impulsa es el poder del amor; una madre sabe cómo seguir con discreción, con ternura el camino de los hijos, e incluso cuando se equivocan siempre encuentra la manera de entender, para estar cerca, para ayudar. Nosotros, en mi tierra, se dice que una madre sabe "dar la cara". ¿Qué quiere decir esto? Esto significa que una madre sabe "poner la cara" por los propios hijos, por lo que está lista a defenderlos siempre.
Pienso en las madres que sufren por sus hijos en la cárcel o en situaciones difíciles: no preguntan si son culpables o no, siguen amándolos aunque a menudo sufran la humillación, pero no tienen miedo, no dejan de entregarse.
La Iglesia es así, es una madre misericordiosa, que entiende, que siempre trata de ayudar, de alentar incluso a sus hijos que estaban equivocados; no cierra jamás las puertas de la casa; no juzga, sino que ofrece el perdón de Dios, ofrece su amor que invita a retomar el camino, incluso a aquellos hijos que han caído en un profundo abismo, la Iglesia no tiene miedo de entrar en su noche para darles esperanza; ¡la Iglesia no tiene miedo de entrar en nuestra noche, en la oscuridad del alma y de la conciencia, para darnos esperanza! ¡Porque la Iglesia es madre!
3 . Una última reflexión. Una madre sabe también pedir, tocar todas las puertas para sus hijos, sin calcular, y lo hace con amor. Y pienso en cómo las madres saben también, y por encima de todo ¡tocar a la puerta del corazón de Dios! Las madres rezan mucho por sus hijos, especialmente por los más débiles, por los que más lo necesitan, por los que en la vida han seguido caminos peligrosos o equivocados. Hace unas semanas, he celebrado en la iglesia de San Agustín, aquí en Roma, donde se conservan las reliquias de su madre, santa Mónica. ¡Cuántas oraciones ha elevado a Dios esa santa madre por su hijo, y cuántas lágrimas ha derramado! Pienso en ustedes, queridas madres: ¡cuánto rezan por sus hijos, sin cansarse! Contínuen orando, ¡a confiar a sus hijos a Dios: Él tiene un gran corazón! Llamen a la puerta del corazón de Dios con la oración por los niños.
Y lo mismo ocurre con la Iglesia: pone en las manos del Señor, con la oración, todas las situaciones de sus hijos. Confiamos en el poder de la oración de la Madre Iglesia: el Señor no permanece insensible. Siempre sabe cómo sorprendernos cuando menos lo esperamos. ¡La Madre Iglesia lo sabe!
Estos eran los pensamientos que quería decirles hoy: veamos en la Iglesia a una buena madre que nos muestra el camino a seguir en la vida, que sabe ser siempre paciente, compasiva, misericordiosa, y que sabe cómo ponernos en las manos de Dios.
19.09.13




Entrevista al papa Francisco: "La primera reforma debe ser la de las actitudes"
Seis horas de coloquio con Civilta' Cattolica. Las reformas organizativas y estructurales son secundarias, vienen después. Si se habla de aborto y temas difíciles van en un contexto. Al rezar me pregunto: ¿Qué hice, hago y que debo hacer por Cristo?
CIUDAD DEL VATICANO, 19 de septiembre de 2013 (Zenit.org) - El papa comenzó a darse cuenta –era el miércoles 13 de marzo durante el almuerzo– de que podría llegar a ser elegido. Sintió que le envolvía una inexplicable y profunda paz y consolación interior, junto con una oscuridad total que dejaba en sombras el resto de las cosas. Y que estos sentimientos le acompañaron hasta su elección. Francisco, en una entrevista concedida Antonio Spadaro  S.J., habla sobre sí mismo, sobre su sentirse jesuita, la Compañía, el gobierno de la Iglesia y las reformas, el hombre, la oración... Seis horas de diálogo, en las que se puede descubrir un poco más sobre el papa 'llegado desde el final del mundo'.
“No me reconocía a mí mismo cuando comencé a responder a los periodistas que me lanzaban sus preguntas durante el vuelo de vuelta de Río de Janeiro”, le comenta el papa al director de la revista Civiltá Cattolica, que parte con la primer pregunta: ¿Quién es Jorge Mario Bergoglio?, a lo que el santo padreresponde: “Bueno, quizá podría decir que soy despierto, que sé moverme, pero que, al mismo tiempo, soy bastante ingenuo. Pero la síntesis mejor, la que me sale más desde dentro y siento más verdadera es esta: “Soy un pecador en quien el Señor ha puesto los ojos”. Y repite: “Soy alguien que ha sido mirado por el Señor. Mi lema, ‘Miserando atque eligendo’, es algo que en mi caso, he sentido siempre muy verdadero”.
Sobre su elección de ser jesuita, Francisco responde que de la Compañía le impresionan tres cosas: su carácter misionero, la comunidad y la disciplina. Y esto es curioso, porque yo soy un indisciplinado nato, nato, nato. Pero su disciplina, su modo de ordenar el tiempo, me ha impresionado mucho”. También destacada la vida de comunidad ya que no se ve como un sacerdote solo, y así reitera su decisión de quedarse a vivir en Santa Marta: "Necesito vivir mi vida junto a los demás”.
Hablando sobre lo que para un jesuita significa ser papa, explica que “el discernimiento es una de las cosas que Ignacio ha elaborado más interiormente. Para él, es un instrumento de lucha que permite conocer mejor al Señor y seguirlo más de cerca". Al respecto, añade que "son muchos por ejemplo, los que creen que los cambios y las reformas pueden llegar en un tiempo breve. Yo soy de la opinión de que se necesita tiempo para poner las bases de un cambio verdadero y eficaz. Se trata del tiempo del discernimiento". Así mismo subraya el pontífice, las decisiones que toma, incluso las de la vida normal como puede ser usar un coche modesto, van unidas a un discernimiento espiritual y que "el discernimiento en el Señor me guía en mi modo de gobernar”.
Habla también sobre la experiencia de gobierno y sobre la experiencia previa que tuvo como superior en la Compañía “En mi experiencia de superior en la Compañía, si soy sincero, no siempre me he comportado así, haciendo las necesarias consultas. Y eso no ha sido bueno. Mi gobierno como jesuita, al comienzo adolecía de muchos defectos. Corrían tiempos difíciles para la Compañía: había desaparecido una generación entera de jesuitas. Eso hizo que yo fuera provincial aún muy joven. Tenía 36 años: una locura. Había que afrontar situaciones difíciles y yo tomaba mis decisiones de manera brusca y personalista. Es verdad, pero debo añadir una cosa: cuando confío algo a una persona, me fío totalmente de esa persona. Debe cometer un error muy grande para que yo la reprenda. Mi forma autoritaria y rápida de tomar decisiones me ha llevado a tener problemas serios y a ser acusado de ultraconservador. Tuve un momento de gran crisis interior estando en Córdoba. No habré sido ciertamente como la beata Imelda, pero jamás he sido de derecha. Fue mi forma autoritaria de tomar decisiones la que me creó problemas”.
El papa habla de esto y se sincera de esta forma para dar a entender algo: “Todo esto que digo es experiencia de la vida y lo expreso por dar a entender los peligros que existen. Con el tiempo he aprendido muchas cosas. El Señor ha permitido esta pedagogía de gobierno, aunque haya sido por medio de mis defectos y mis pecados".
Y concretizando sobre el gobierno actual de la Iglesia cree que consultar es muy importante: "los consistorios y los sínodos, por ejemplo, son lugares importantes para lograr que esta consulta llegue a ser verdadera y activa. Lo que hace falta es darles una forma menos rígida. Deseo consultas reales, no formales. La consulta a los ocho cardenales, ese grupo consultivo externo, no es decisión solamente mía, sino que es fruto de la voluntad de los cardenales, tal como se expresó en las Congregaciones Generales antes del Cónclave. Y deseo que sea una consulta real, no formal”.
¿Y sobre el sentir de la Iglesia? El papa dice que “una imagen de Iglesia que me complace es la de pueblo santo, fiel a Dios" y añade que "la pertenencia a un pueblo tiene un fuerte valor teológico: Dios, en la historia de la salvación, ha salvado a un pueblo. No existe identidad plena sin pertenencia a un pueblo. Nadie se salva solo, como individuo aislado, sino que Dios nos atrae tomando en cuenta la compleja trama de relaciones interpersonales que se establecen en la comunidad humana. Dios entra en esta dinámica popular”.  A este punto, habla de la santidad cotidiana,  "una 'clase media de la santidad’ de la que todos podemos formar parte".
La Iglesia es fecunda, debe serlo, dice el papa. Y reconoce que cuando percibe comportamientos negativos en ministros de la Iglesia o en consagrados o consagradas, lo primero a lo que piensa es  ‘un solterón’, o ‘una solterona’. "No son ni padres ni madres. No han sido capaces de dar vida. Y en cambio por ejemplo, cuando leo la vida de los misioneros salesianos que fueron a la Patagonia, leo una historia de vida y de fecundidad”, explica Francisco.
Sobre la Iglesia que el papa sueña, comenta: “Veo con claridad que la Iglesia hoy necesita con mayor urgencia la capacidad de curar heridas y dar calor a los corazones de los fieles, cercanía, proximidad. Veo a la Iglesia como un hospital de campaña tras una batalla. ¡Qué inútil es preguntarle a un herido si tiene altos el colesterol o el azúcar! Hay que curarle las heridas. Ya hablaremos luego del resto. Curar heridas, curar heridas... Y hay que comenzar por lo más elemental”.
Y prosigue "yo sueño con una Iglesia madre y pastora. Los ministros de la Iglesia tienen que ser misericordiosos, hacerse cargo de las personas, acompañándolas como el buen samaritano que lava, limpia y consuela a su prójimo. Esto es Evangelio puro. Dios es más grande que el pecado. Las reformas organizativas y estructurales son secundarias, es decir, vienen después. La primera reforma debe ser la de las actitudes".
Y profundiza en este concepto señalando que “tenemos que anunciar el Evangelio en todas partes, predicando la buena noticia del Reino y curando, también con nuestra predicación, todo tipo de herida y cualquier enfermedad". Recuerda Francisco que rn Buenos Aires "recibía cartas de personas homosexuales que son verdaderos ‘heridos sociales’, porque me dicen que sienten que la Iglesia siempre les ha condenado. Pero la Iglesia no quiere hacer eso. Durante el vuelo en que regresaba de Río de Janeiro dije que si una persona homosexual tiene buena voluntad y busca a Dios, yo no soy quién para juzgarla. Al decir esto he dicho lo que dice el Catecismo. La religión tiene derecho de expresar sus propias opiniones al servicio de las personas, pero Dios en la creación nos ha hecho libres: no es posible una injerencia espiritual en la vida personal. Una vez una persona, para provocarme, me preguntó si yo aprobaba la homosexualidad. Yo entonces le respondí con otra pregunta: ‘Dime, Dios, cuando mira a una persona homosexual, ¿aprueba su existencia con afecto o la rechaza y la condena?’. Hay que tener siempre en cuenta a la persona. Y aquí entramos en el misterio del ser humano. En esta vida Dios acompaña a las personas y es nuestro deber acompañarlas a partir de su condición. Hay que acompañar con misericordia. Cuando sucede así, el Espíritu Santo inspira al sacerdote la palabra oportuna”.
Continúa explicando que "no podemos seguir insistiendo solo en cuestiones referentes al aborto, al matrimonio homosexual o al uso de anticonceptivos. Es imposible. Yo he hablado mucho de estas cuestiones y he recibido reproches por ello. Pero si se habla de estas cosas hay que hacerlo en un contexto. Por lo demás, ya conocemos la opinión de la Iglesia y yo soy hijo de la Iglesia, pero no es necesario estar hablando de estas cosas sin cesar".
Otro punto afrontado en la entrevista son los dicasterios romanos, a lo que Francisco dice que "están al servicio del Papa y de los obispos: tienen que ayudar a las Iglesias particulares y a las conferencias episcopales. Son instancias de ayuda. Pero, en algunos casos, cuando no son bien entendidos, corren peligro de convertirse en organismos de censura. Impresiona ver las denuncias de falta de ortodoxia que llegan a Roma. Pienso que quien debe estudiar los casos son las conferencias episcopales locales, a las que Roma puede servir de valiosa ayuda. La verdad es que los casos se tratan mejor sobre el terreno. Los dicasterios romanos son mediadores, no intermediarios ni gestores”.  Y explica también que “debemos caminar juntos: la gente, los obispos y el papa. Hay que vivir la sinodalidad a varios niveles. Quizá es tiempo de cambiar la metodología del sínodo, porque la actual me parece estática. Eso podrá llegar a tener valor ecuménico, especialmente con nuestros hermanos ortodoxos. De ellos podemos aprender mucho sobre el sentido de la colegialidad episcopal y sobre  la tradición de sinodalidad".
El papel de la mujer en la Iglesia también fue un tema afrontado en el vuelo papal de Río de Janeiro, por eso el papa recuerda que "la Iglesia no puede ser ella misma sin la mujer y el papel que ésta desempeña. La mujer es imprescindible para la Iglesia. María, una mujer, es más importante que los obispos. Digo esto porque no hay que confundir la función con la dignidad. Es preciso, por tanto, profundizar más en la figura de la mujer en la Iglesia".
Y retomando un tema más personal el papa habla de su forma favorita de orar:  “La oración es para mí siempre una oración ‘memoriosa’, llena de memoria, de recuerdos, incluso de memoria de mi historia o de lo que el Señor ha hecho en su Iglesia o en una parroquia concreta. Para mí, se trata de la memoria de que habla san Ignacio en la primera Semana de los Ejercicios, en el encuentro misericordioso con Cristo Crucificado. Y me pregunto: ‘¿Qué he hecho yo por Cristo? ¿Qué hago por Cristo? ¿Qué debo hacer por Cristo?'"
20.09.13





El papa: "no se puede servir a Dios y al dinero"
En la homilía de Santa Marta advierte sobre el peligro de idolatrar al dinero
CIUDAD DEL VATICANO, 20 de septiembre de 2013 (Zenit.org) - En la homilía de esta mañana en la Casa de Santa Marta, el santo padre ha subrayado que el dinero enferma el pensamiento y la fe y nos hace ir por otro camino. Y ha recordado que la idolatría al dinero, esconde males como la vanidad y el orgullo que nos hacen "maniacos de cuestiones ociosas".
Francisco ha afirmado que "no se puede servir a Dios y al dinero" y ha desarrollado su homilía tomando las palabras de san Pablo sobre la relación entre "el camino de Jesucristo y el dinero". Por eso, el santo padre ha indicado que hay algo "en la actitud de amor hacia el dinero que nos aleja de Dios". Es más, ha dicho, "la codicia del dinero, de hecho, es la raíz de todos los males".
Ha continuado en su homilía explicando que "el dinero también enferma el pensamiento y la fe y la hace ir por otro camino. Estas palabras ociosas, discusiones inútiles... Y va más adelante... Esto da lugar a las envidias, las peleas, las calumnias, las malas sospechas, los conflictos de hombre corruptos en la mente y privados de la verdad, que consideran la religión como fuente de ingresos. 'Yo soy católico, voy a misa, porque eso me da un status. Me miran bien... Pero por debajo hago mis negocios ¿no?, amo el dinero'. Y aquí dice una palabra, que la encontramos muy frecuentemente en los periódicos: 'Hombres corruptos en la mente'. ¡El dinero corrompe! No hay salida", aseveró el santo padre.
Por eso, Francisco señala que "no se puede servir a Dios y al dinero" y ha reiterao que "no se puede: ¡o uno u otro! Y esto no es comunismo ¿eh? ¡Esto es evangelio puro! !Estas son las palabras de Jesús!"
Ha explicado que el dinero te ofrece un cierto bienestar al inicio pero que después te sientes algo importante y llega la vanidad. "Y de la vanidad se va a la soberbia, al orgullo. Hay tres peldaños: la riqueza, la vanidad y el orgullo", ha indicado Francisco.
También ha recordado que el demonio toma siempre este camino de tentaciones: "la riqueza, para sentirte suficiente; la vanidad, para sentirte importante; y, al final, el orgullo, la soberbia: es precisamente su lenguaje, la soberbia".
Así mismo, ha señalado que 'cuando uno hace una acción por el dinero' se peca contra el primer mandamiento 'pecas de idolatría' porque "el dinero se convierte en ídolo y tú das culto".
Para finalizar ha recordado las palabras de san Pablo que dice que se debe tender "a la justicia, a la piedad, a la fe, a la caridad", Y también a la paciencia, "contra la vanidad y el orgullo" y "a la humildad". Por eso, Francisco ha afirmado que este es "el camino de Dios, no el del poder idolátrico que puede darte el dinero".
21.09.13




"Els diners allunyen de la fe"

Homilia del papa Francesc a la Casa de Santa Marta, 20 de setembre de 2013

“No podeu servir alhora Déu i els diners”. El papa ha desenvolupat la seva homilia a partir d'aquest concepte expressat per Jesús. Hi ha alguna cosa “en l'actitud d'amor cap als diners que ens allunya de Déu”. Hi ha “moltes malalties, molts pecats, però Jesús això ho subratlla molt”: “l'avidesa dels diners és, efectivament, l'arrel de tots els mals”. “El poder dels diners és tan fort que fins i tot et fan desviar de la fe”, “et treuen la fe, l'aflebeixen i tu la perds!”
“Però els diners també emmalalteixen el pensament, emmalalteixen la fe i la fan anar per un altre camí. Paraules ocioses, discussions inútils... I més i més. D'això neixen les enveges, les baralles, les males llengües, les sospites dolentes, els conflictes dels homes corruptes en la ment i mancats de la veritat, que consideren la religió com una font de guany. 'Jo sóc catòlic, jo vaig a missa, perquè em dóna un cert estatus. Em miren bé... Però per sota faig els meus negocis, oi? Sóc devot dels diners'. Homes corruptes en la ment. Els diners corrompen¡  No hi ha sortida.
Si tries “el camí dels diners, al final seràs un corrupte” perquè els diners “tenen aquesta seducció de fer-te davallar a poc a poc cap a la teva perdició”. Per això, “Jesús és tan fort en aquest tema: 'No podeu servir alhora Déu i els diners'. No podem: o una cosa o l'altra! I això no és comunisme, eh! Això és Evangeli pur! Aquestes són les paraules de Jesús! Què passa amb els diners? T'ofereixen un cert benestar al començament. I va bé... Després et sents una mica important i arriba la vanitat. Ho hem llegit en el salm, que arriba aquesta vanitat. Aquesta vanitat que no serveix, però tu et sents una persona important: és la vanitat. I de la vanitat a la supèrbia, a l'orgull. Hi ha tres graons: la riquesa, la vanitat i l'orgull”.
“Ningú no es pot salvar amb els diners! El diable agafa sempre aquest viarany de temptacions: la riquesa, per sentir-te suficient; la vanitat, per sentir-te important; i, al final, l'orgull, la supèrbia. És precisament el seu llenguatge, la supèrbia”.
'Però, pare, jo llegeixo els Deus Manaments i no hi diu pas res de dolent sobre els diners. Contra quin manament es peca quan s'actua per diners?' Contra el primer! Peques d'idolatria! Heus aquí el perquè: perquè els diners es converteixen en un ídol i tu els rets culte! I per això, Jesús ens diu: 'No podeu servir l'ídol del diner i el Déu viu: o un o l'altre'. Els primers Pares de l'Església -parlo del III segle, més o menys, any 200, any 300- deien una paraula forta: 'Els diners són el fem del diable'. I això perquè ens fa idòlatres i emmalalteixen la nostra ment amb l'orgull i ens fan maníacs de qüestions ocioses i ens allunyen de la fe, corrompeixen”.
Francesc ha afirmat que sant Pau ens diu que evitem aquestes coses i tendim “a la justícia, a la pietat, a la fe, a la caritat”. I també a la paciència, “contra la vanitat i l'orgull” i “a la humilitat”. Aquest és “el camí de Déu, no el del poder idolàtric que et poden donar els diners”. “Que el Senyor ens ajudi a tots nosaltres a no caure en la trampa de la idolatria dels diners”.





Naufragio en Lampedusa. El papa: 'Me viene la palabra vergüenza, ¡es una vergüenza!'

El santo padre pide oraciones por las víctimas de la nueva tragedia de prófugos en el sur de Italia, en Lampedusa. Al menos 300 entre cadáveres y desaparecidos
Por Redacción
CIUDAD DEL VATICANO, 03 de octubre de 2013 (Zenit.org) - “Al hablar de paz, de la crisis económica mundial, de la falta de respeto del hombre, no puedo dejar de citar el trágico naufragio de hoy en la isla de Lampedusa. Me viene la palabra vergüenza, ¡es una vergüenza!”
“Recemos juntos a Dios --indicó el santo padre-- por quienes perdieron la vida, por sus familiares, por todos los prófugos, para que no se repitan semejantes tragedias. Solamente una decidida colaboración de todos puede evitarlas”.
Lo dijo hoy el papa Francisco en la audiencia conclusiva del encuentro promovido por el Pontificio Consejo Justicia y Paz, en el 50 aniversario de la encíclica Pacem in Terris, organizado en Roma del 2 al 4 de octubre.
El papa se refirió al naufragio sucedido en la madrugada de hoy, cuando una barcaza que llevaba unos 500 inmigrantes naufragó delante de la costa de la isla italiana de Lampedusa, situada a mitad camino entre África y Sicilia.
Los cadáveres son 82, entre los cuales una mujer embarazada, dos menores y tres niños. Hasta el momento unas 150 personas han sido rescatadas del agua, pero quedan otro centenar que espera ayuda. Se calcula que los desaparecidos son unos 250. El naufragio de las llamadas 'carretas del mar' se debió a un incendio en la parte posterior que no se excluye sea doloso.
Dos días atrás se registró otra tragedia, durante un desembarque en la playa de Ragusa murieron ahogados otros 14 inmigrantes. Según Fortess Europe, desde 1994 hasta hoy, en el canal de Sicilia murieron al menos 6.200 personas, de   las cuales 4.790 desaparecidas. El 2011 fue el más trágico, con al menos 1800 personas ahogadas.

  04.10.13






































Cap comentari:

Publica un comentari a l'entrada