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Francisco encuentra a Napolitano:
hablan de crisis económica, desempleo y familia
El presidente de Italia lo recibe en
el Quirinale. La familia da a la sociedad sus energías, pero debe ser tutelada
Por Rocío
Lancho García
ROMA, 14 de noviembre de 2013 (Zenit.org) - El santo
padre ha salido esta mañana del Vaticano, en el Ford Focus que utiliza
habitualmente hacia el Palacio del Quirinale, en visita oficial al presidente
de la República Italiana, Giorgio Napolitano.
Con total sobriedad, sin necesidad de sirenas de
policía ni cortes de tráfico, Francisco ha llegado al Quirinale, residencia
oficial del presidente y uno de los símbolo del Estado Italiano. A las 10.56 ha
sido recibido por Napolitano en el Patio de Honor y se han saludado con un
apretón de manos. A continuación, han conversado unos minutos mientras se
dirigían al Estudio del presidente para poder tener el encuentro privado. En
este lapso de tiempo se han reunido también la delegación vaticana y la
italiana.
Al finalizar, ha tenido lugar el intercambio de
regalos, en el que el santo padre ha entregado a Giorgio Napolitiano dos
medallas de bronce hechas por el maestro Guido Veroi, una de San Martino y otra
llamada "Solidaridad y paz", en la que se puede ver a un ángel que abraza
y acerca los dos hemisferios del globo terrestre, venciendo la oposición de un
dragón. El presidente ha entregado a Francisco una lámina de Piranesi que
reproduce la plaza del Quirinale. A continuación, el papa ha visitado la
capilla de la Anunciación.
En el Salón de las Fiestas ambos han hecho sus
discursos. El santo padre ha dado las gracias por la bienvenida con la que ha
sido acogido y ha confirmado el excelente estado de las relaciones recíprocas
entre Italia y Santa Sede, que son un signo de amistad. Asimismo, ha destacado
que "en estos primeros ocho meses de mi servicio petrino he podido
experimentar por su parte, señor presidente, muchos gestos de atención".
El papa ha querido idealmente "llamar a la
puerta de cada habitante de este país, donde se encuentran las raíces de mi
familia terrena, y ofrecer a todos la palabra sanadora y siempre nueva del
Evangelio".
Francisco ha hablado también sobre el momento
actual que está "marcado por la crisis económica que cuesta ser superada y
que, entre los efectos más dolorosos, está el de una insuficiente
disponibilidad de trabajo".
Por ello, el pontífice ha recordado que "la
tarea primaria que concierne a la Iglesia, es la de testimoniar la misericordia
de Dios y de animar respuestas generosas de solidaridad para abrir a un futuro
de esperanza; porque allí donde crece la esperanza se multiplican también las
energías y el compromiso para la construcción de un orden social y civil más
humana y más justo, y emergen nuevas potencialidades para un desarrollo
sostenible y sano". Francisco ha recordado además, que en sus primeras
visitas pastorales en Italia - Lampedusa, Cagliari y Asís - ha tenido ocasión
de tocar con sus manos las heridas que afectan hoy a tanta gente.
Un último aspecto que el papa ha tratado en su
discurso es la importancia de la familia, que está "al centro de las
esperanzas y de las dificultades sociales". Y es por ello, que la Iglesia
"continúa promoviendo el compromiso con todos, individuales e
instituciones, para el apoyo de la familia, que es el lugar primario en el que
se forma y crece el ser humano, en el que se aprenden los valores y los
ejemplos se hacen creíbles. La familia necesita de la estabilidad y
reconocimiento de las uniones recíprocas, para desplegar plenamente su función
insustituible y realizar su misión. Mientras pone a disposición de la sociedad
sus energías, pide ser apreciada, valorada y tutelada".
Para concluir su intervención, el santo padre ha
expresado su deseo, apoyado en la oración, que Italia "sepa nuevamente
encontrar la creatividad y la concordia necesaria a su armonioso desarrollo, a
promover el bien común y la dignidad de cada persona, y a ofrecer en el conjunto
internacional su contribución por la paz y la justicia".
Para cerrar el encuentro, en un acto lleno de
protocolos, el papa Francisco ha tenido ocasión de moverse cómodamente entre la
gente y saludar a los niños de los empleados del Quirinale.
A los trabajadores de este lugar, les ha pedido
que vivan siempre en armonía en cada ámbito de la vida cotidiana, les ha
reconocido su trabajo, "que muchas veces no se ve"; así como les ha
invitado a vivir en espíritu de compresión y acogida hacia los otros y les ha
exhortado a no perder el ánimo en las dificultades. Y a los niños, les ha
dicho con una gran sonrisa "¡sois muy importantes!"
El santo padre ha ido acompañado de su séquito,
formado por monseñor Angelo Becciu, sustituto para los Asuntos Generales de la Secretaria
de Estado; monseñor Dominique Mamberti, secretario par las Relaciones con los
Estados; el cardenal Giusepp Bertello, presidente del Gobernatorado del Estado
de la Ciudad del Vaticano; el cardenal Angelo Bagnasco, presidente de la
Conferencia Episcopal Italiana; el cardenal Agostino Vallini, vicario general
de su santidad para la diócesis de Roma; monseñor Georg Gänswein, prefecto de
la Casa Pontificia; monseñor Adriano Bernardini, nuncio apostólico en Italia;
monseñor Carlo Alberto Capella, secretario de nunciatura.
14.11.13
18.11.13
Francisco en Santa Marta: la oración
del hombre humilde es la debilidad de Dios
El santo padre en la homilía de hoy
invita a llamar al corazón de Dios y pedir al Señor por tantos problemas
CIUDAD DEL VATICANO, 16 de noviembre de 2013 (Zenit.org) - La oración
del hombre es la debilidad de Dios. Ésta fue la idea central de la homilía del
papa Francisco este sábado en la Casa Santa Marta. A la Eucarístia asistieron
los canónigos del Capítulo de la Basílica de San Pedro. Y, entre los
concelebrantes, se encontraba el cardenal Angelo Comastri, arcipreste de
la Basílica de San Pedro.
En sus palabras, el santo padre se refirió al Evangelio
en el que Jesús invita a rezar sin cansarse, contanto la parábola de la viuda
que pide con insistencia a un juez injusto que le haga justicia. Así, afirmó el
papa, “Dios hace y hará justicia a sus elegidos, que gritan día y noche hacia
Él”, como sucedió con Israel guiado por Moisés fuera de Egipto.
“Cuando llama a Moisés, le dice: ‘He oído el llanto, el lamento de mi pueblo’. El Señor escucha. Y en la primera Lectura hemos escuchado lo que ha hecho el Señor, esa palabra omnipotente: ‘Del Cielo viene como un guerrero implacable’. Cuando el Señor toma la defensa de su pueblo, es así: es un guerrero implacable y salva a su pueblo. Salva, renueva todo: ‘Toda la Creación fue modelada de nuevo en su propia naturaleza como antes’. ‘El Mar Rojo se convirtió en una carretera sin obstáculos … y aquellos que tu mano protegía, pasaron con todo el pueblo’”.
El Señor – prosiguió el santo padre - “ha escuchado la oración de su pueblo, porque sintió en su corazón que sus elegidos sufrían” y le salva de modo poderoso:
“Esta es la fuerza de Dios. ¿Y cuál es la fuerza de los hombres? ¿Cual es la fuerza del hombre? La de la viuda: llamar al corazón de Dios, llamar, pedir, lamentarse de tantos problemas, tantos dolores, y pedir al Señor la liberación de estos dolores, de estos pecados, de estos problemas. La fuerza del hombre es la oración y también la oración del hombre humilde es la debilidad de Dios. El Señor es débil sólo en esto: es débil frente a la oración de su pueblo”.
“El culmen de la fuerza de Dios, de la salvación de Dios, explica el Papa, está “en la Encarnación del Verbo”. Por tanto, dirigiéndose a los canónigos de la Basílica de San Pedro, les recordó que su trabajo “es precisamente llamar al corazón de Dios”, “rezar, rezar al Señor por el pueblo de Dios”. Y los canónigos en San Pedro, “precisamente en la Basílica más cercana al papa” donde llegan todas las oraciones del mundo, deben recoger estas oraciones y presentarlas al Señor: este “es un servicio universal, un servicio de la Iglesia”:
“Vosotros sois como la viuda; rezad, pedid, llamad al corazón de Dios, cada día. Y la viuda nunca se dormía cuando hacía esto, era valiente. Y el Señor escucha la oración de su pueblo. Vosotros sois representantes privilegiados del pueblo de Dios en este papel de rezar al Señor por las muchas necesidades de la Iglesia, de la humanidad, de todos. Os doy las gracias por este trabajo. Recordemos siempre que Dios tiene una fuerza, cuando Él quiere que cambie todo. ‘Todo fue modelado de nuevo’, dice. Él es capaz de modelar todo de nuevo, pero también tiene una debilidad: nuestra oración; vuestra oración universal cercana al papa en San Pedro. Gracias por este servicio, y seguid adelante así por el bien de la Iglesia”.
“Cuando llama a Moisés, le dice: ‘He oído el llanto, el lamento de mi pueblo’. El Señor escucha. Y en la primera Lectura hemos escuchado lo que ha hecho el Señor, esa palabra omnipotente: ‘Del Cielo viene como un guerrero implacable’. Cuando el Señor toma la defensa de su pueblo, es así: es un guerrero implacable y salva a su pueblo. Salva, renueva todo: ‘Toda la Creación fue modelada de nuevo en su propia naturaleza como antes’. ‘El Mar Rojo se convirtió en una carretera sin obstáculos … y aquellos que tu mano protegía, pasaron con todo el pueblo’”.
El Señor – prosiguió el santo padre - “ha escuchado la oración de su pueblo, porque sintió en su corazón que sus elegidos sufrían” y le salva de modo poderoso:
“Esta es la fuerza de Dios. ¿Y cuál es la fuerza de los hombres? ¿Cual es la fuerza del hombre? La de la viuda: llamar al corazón de Dios, llamar, pedir, lamentarse de tantos problemas, tantos dolores, y pedir al Señor la liberación de estos dolores, de estos pecados, de estos problemas. La fuerza del hombre es la oración y también la oración del hombre humilde es la debilidad de Dios. El Señor es débil sólo en esto: es débil frente a la oración de su pueblo”.
“El culmen de la fuerza de Dios, de la salvación de Dios, explica el Papa, está “en la Encarnación del Verbo”. Por tanto, dirigiéndose a los canónigos de la Basílica de San Pedro, les recordó que su trabajo “es precisamente llamar al corazón de Dios”, “rezar, rezar al Señor por el pueblo de Dios”. Y los canónigos en San Pedro, “precisamente en la Basílica más cercana al papa” donde llegan todas las oraciones del mundo, deben recoger estas oraciones y presentarlas al Señor: este “es un servicio universal, un servicio de la Iglesia”:
“Vosotros sois como la viuda; rezad, pedid, llamad al corazón de Dios, cada día. Y la viuda nunca se dormía cuando hacía esto, era valiente. Y el Señor escucha la oración de su pueblo. Vosotros sois representantes privilegiados del pueblo de Dios en este papel de rezar al Señor por las muchas necesidades de la Iglesia, de la humanidad, de todos. Os doy las gracias por este trabajo. Recordemos siempre que Dios tiene una fuerza, cuando Él quiere que cambie todo. ‘Todo fue modelado de nuevo’, dice. Él es capaz de modelar todo de nuevo, pero también tiene una debilidad: nuestra oración; vuestra oración universal cercana al papa en San Pedro. Gracias por este servicio, y seguid adelante así por el bien de la Iglesia”.
17.11.13
Francisco en el Ángelus: 'Jesús nos
libera del fatalismo y de las falsas visiones apocalípticas'
Hay falsos 'salvadores', que tratan
de sustituir a Jesús: líderes de este mundo, santones, brujos, personajes que
quieren atraer a sí las mentes y los corazones, especialmente de los jóvenes.
Por
Redacción
CIUDAD DEL VATICANO, 17 de noviembre de 2013 (Zenit.org) - El papa
Francisco se asomó un domingo más a la ventana de su estudio, en el Palacio
Apostólico, para el tradicional rezo del Ángelus. Ante una multitud
reunida en la plaza de San Pedro, el pontífice comentó el Evangelio de hoy
teniendo en cuenta dos claves interpretativas: “no dejarse engañar por falsos
mesías y no dejar que el miedo nos paralice” y “vivir el tiempo de espera como
un tiempo para el testimonio y la perseverancia”.
A
continuación les ofrecemos el texto íntegro de la alocución del santo padre:
"Queridos
hermanos y hermanas ¡buenos días!
El Evangelio de este domingo (Lc 21, 5-19)
consiste en la primera parte de un razonamiento de Jesús: el de los últimos
tiempos. Jesús lo pronuncia en Jerusalén, cerca del templo; y la idea se la da
precisamente la gente que hablaba del templo y de su belleza. ¡Porque era bello
aquel templo!
Entonces Jesús dijo: “Esto que ven, llegarán días
en que no quedará piedra sobre piedra que no sea derruida” (Lc 21, 6).
Naturalmente le preguntan: ¿cuándo sucederá esto?, ¿cuáles serán los signos?
Pero Jesús dirige la atención de estos aspectos secundarios – ¿cuándo será?,
¿cómo será? – la dirige a las verdaderas cuestiones. Y son dos:
Primero: no dejarse engañar por falsos mesías y no dejarse paralizar por el miedo. Segundo: vivir el tiempo de la espera como tiempo del testimonio y de la perseverancia. Y nosotros estamos en este tiempo de la espera, de la espera de la venida del Señor.
Esta alocución de Jesús es siempre actual, también para nosotros que vivimos en el Siglo XXI. Él nos repite: “Miren, no se dejen engañar. Porque vendrán muchos usurpando mi nombre” (v. 8).
Primero: no dejarse engañar por falsos mesías y no dejarse paralizar por el miedo. Segundo: vivir el tiempo de la espera como tiempo del testimonio y de la perseverancia. Y nosotros estamos en este tiempo de la espera, de la espera de la venida del Señor.
Esta alocución de Jesús es siempre actual, también para nosotros que vivimos en el Siglo XXI. Él nos repite: “Miren, no se dejen engañar. Porque vendrán muchos usurpando mi nombre” (v. 8).
Es una invitación al discernimiento. Esta virtud
cristiana de comprender dónde está el Espíritu del Señor y dónde está el mal
espíritu. También hoy, en efecto, hay falsos “salvadores”, que tratan de
sustituir a Jesús: líderes de este mundo, santones, también brujos, personajes
que quieren atraer a sí las mentes y los corazones, especialmente de los
jóvenes. Jesús nos pone en guardia: “¡No los sigan!”. “¡No los sigan!”.
Y el Señor también nos ayuda a no tener miedo:
frente a las guerras, a las revoluciones, pero también a las calamidades
naturales, a las epidemias, Jesús nos libera del fatalismo y de las falsas
visiones apocalípticas.
El segundo aspecto nos interpela precisamente
como cristianos y como Iglesia: Jesús preanuncia pruebas dolorosas y
persecuciones que sus discípulos deberán padecer, por su causa. Sin embargo
asegura: “Pero no perecerá ni un cabello de su cabeza” (v. 18). ¡Nos recuerda
que estamos totalmente en las manos de Dios!
Las adversidades que encontramos por nuestra fe y
nuestra adhesión al Evangelio son ocasiones de testimonio; no deben alejarnos del
Señor, sino impulsarnos a abandonarnos aún más en Él, en la fuerza de su
Espíritu y de su gracia.
En este momento pienso y pensamos todos, eh,
hagámoslo juntos, pensemos en tantos hermanos cristianos que sufren
persecuciones a causa de su fe. ¡Hay tantos! Quizá más que en los primeros
siglos. Jesús está con ellos. También nosotros estamos unidos a ellos con
nuestra oración y nuestro afecto. También sentimos admiración por su coraje y
su testimonio. Son nuestros hermanos y hermanas que en tantas partes del mundo
sufren a causa de ser fieles a Jesucristo. Los saludamos de corazón y con
afecto.
Al final, Jesús hace una promesa que es garantía
de victoria: “Con su perseverancia salvarán sus almas” (v. 19). ¡Cuánta
esperanza en estas palabras! Son un llamamiento a la esperanza y a la
paciencia, a saber esperar los frutos seguros de la salvación, confiando en el
sentido profundo de la vida y de la historia: las pruebas y las dificultades
forman parte de un designio más grande; el Señor, dueño de la historia, lleva
todo a su cumplimiento. ¡A pesar de los desórdenes y de los desastres que
turban al mundo, el designio de bondad y de misericordia de Dios se cumplirá!
Y esta es nuestra esperanza. Ir así, por este
camino, en el designio de Dios que se cumplirá. Es nuestra esperanza.
Este mensaje de Jesús nos hace reflexionar sobre
nuestro presente y nos da la fuerza para afrontarlo con coraje y esperanza, en
compañía de la Virgen, que camina siempre con nosotros".
Después del Ángelus:
"Saludo a todos ustedes, familias, asociaciones
y grupos que han venido a Roma, de Italia y de tantas partes del mundo: España,
Francia, Finlandia, Países Bajos. En particular, saludo a los peregrinos
provenientes de Vercelli, Salerno, Lizzanello; el Motoclub de Lucania de
Potenza, los chicos de Montecassino y de Caserta.
Hoy es la ‘Jornada de las víctimas de la
carretera’. Aseguro mi oración y los aliento a seguir con el ejemplo de la
prevención, porque la prudencia y el respeto de las normas son la primera forma
de protección de uno mismo y de los demás.
Querría sugerir a todos ustedes que están aquí en
la plaza un modo para concretar los frutos del Año de la Fe, que llega al
final. Se trata de una ‘medicina espiritual’, llamada Misericordina. Es el
contenido de una cajita, que algunos voluntarios distribuirán mientras dejan la
plaza. Hay una corona del Rosario, con la cual se puede rezar también la
“Coronilla de la Divina Misericordia”, ayuda espiritual para nuestra alma y
para difundir en todas partes el amor, el perdón y la fraternidad.
A todos les deseo un buen domingo. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!"18.11.13
Francisco en Santa Marta: Dios nos
salve del espíritu mundano y del pensamiento único
El santo padre en la homilía de hoy
pide que no se negocie con la fidelidad al Señor
CIUDAD DEL VATICANO, 18 de noviembre de 2013 (Zenit.org) - El papa
Francisco ha pedido este lunes que el Señor nos salve del “espíritu mundano que
lo negocia todo”, no solo los valores, también la fe. Durante su homilía de
esta mañana en la Casa Santa Marta, el pontífice ha advertido también que es
necesario estar en guardia ante “una globalización de la uniformidad
hegemónica”, fruto de la mundanidad.
El Pueblo de Dios prefiere alejarse del Señor ante una
propuesta de mundanidad. El santo padre se ha referido a la Primera Lectura,
una cita del Libro de los Macabeos, para detenerse en la “raíz perversa” de la
mundanidad. Los guías del pueblo, ha destacado el papa, no quieren que Israel
se aísle de las demás naciones, y así abandonan sus propias tradiciones para ir
a negociar con el rey. Van a “negociar” y están encantados por ello. Es, ha
recalcado, como si dijesen “somos progresistas, vamos con el progreso adonde va
toda la gente”. Se trata, ha advertido, del “espíritu del progresismo
adolescente”, que “se cree que ir detrás de cualquier elección es mejor que
permanecer en las costumbres de la fidelidad”
Esta gente, por tanto, negocia con el rey “la
fidelidad al Dios que siempre es fiel”. “Esto, ha advertido el papa, se
llama apostasía”, “adulterio”. No están, de hecho, negociando valores, ha
subrayado, “sino que negocian con la esencia de su ser: la fidelidad al Señor”.
“Esta es una contradicción: no negocian con los
valores, sino con la fidelidad. Esto es el fruto del demonio, del príncipe de
este mundo, que nos lleva adelante con el espíritu de mundanidad. Y después,
llegan las consecuencias. Han tomado las costumbres de los paganos, después se
va un paso adelante: el rey ordena que, en todo su reino, todos formasen un
solo pueblo, abandonando cada uno sus propias costumbres. No es la bella
globalización de la unidad de todas las Naciones, cada una con sus propias
costumbres pero unidas, sino que es la globalización de la uniformidad
hegemónica, es la del pensamiento único. Y este pensamiento único es fruto de
la mundanidad”.
A continuación, ha recordado, “todos los pueblos
se adecuaron a las órdenes del rey; aceptaron también su culto, sacrificaron a
los ídolos y profanaron el sábado”. Paso a paso “se va por este camino”. Y al
final, ha relatado el papa, “el rey alzó sobre el altar un abominación de
devastación”.
“¿Pero, padre, esto también sucede hoy? Sí. Porque
el espíritu de la mundanidad también existe hoy, también hoy nos lleva, con
esta voluntad de ser progresistas, hacia el pensamiento único. Si a alguien se
le encontraba el Libro de la Alianza y se sabía que obedecía la Ley, la
sentencia del rey lo condenaba a muerte: esto lo hemos leído en los periódicos,
en estos meses. Esta gente ha negociado con la fidelidad a su Señor; esta
gente, movida por el espíritu del mundo, ha negociado con su propia identidad,
ha negociado con su pertenencia a un pueblo, un Pueblo muy amado por Dios, que
Dios quiere que sea suyo”.
El pontífice se ha referido, después, a la novela
de principios del siglo XX “El Señor del mundo” que habla de este “espíritu de
mundanidad que nos lleva a la apostasía”. Hoy, ha advertido el santo padre, se
piensa que “debemos ser como todos, debemos ser más normales, como
hacen todos, con este progresismo adolecente”. Y, ha observado amargamente,
“continua la historia”: “Las condenas a muerte, los sacrificios humanos”. “Pero
vosotros, es la pregunta del papa ¿creéis que hoy no se hacen sacrificios
humanos? ¡Se hacen muchos, muchos! Y hay leyes que protegen esto”.
Lo que nos consuela es que ante este camino que
hace el espíritu del mundo, el príncipe de este mundo, el camino de
infidelidad, siempre permanece el Señor, que no puede negarse a sí mismo, el
Fiel: Él siempre nos espera, Él nos ama tanto y nos perdona cuando nosotros,
arrepentidos por haber dado un paso, aunque sea uno pequeño, en este espíritu
de mundanidad, volvemos hacia Él, el Dios fiel a su Pueblo que no es fiel. Con
el espíritu de hijos de la Iglesia recemos al Señor para que con Su bondad, con
Su fidelidad, nos salve de este espíritu mundano que negocia todo: que nos
proteja y nos haga seguir adelante, como hizo que anduviera su pueblo por el
desierto, llevándolo de la mano, como un papá lleva a su hijo. De la mano del
Señor estaremos seguros”.
19.11.13
21.11.13
El santo padre en Santa Marta: 'los
ancianos son el tesoro de la sociedad'
Francisco en la homilía de hoy
recuerda el valor de la vejez e invita a cuidar de los abuelos
CIUDAD DEL VATICANO, 19 de noviembre de 2013 (Zenit.org) - Un pueblo
que no respeta a los abuelos es un pueblo sin memoria y por tanto sin futuro.
En torno a esta idea, el santo padre Francisco ha desarrollado su homilía de la
misa de esta mañana en Santa Marta. El papa ha comentado el pasaje bíblico del
anciano Eleazar del libro de los Macabeos, que eligió el martirio por
coherencia con su fe en Dios y para dar un testimonio de rectitud a los
jóvenes.
El santo padre ha explicado que "este hombre
frente a la elección entre la apostasía y la fidelidad no duda",
rechazando "esa actitud de fingir, de fingir piedad, de fingir
religiosidad...". Es más - ha resaltado Francisco - en vez de cuidarse a
sí mismo piensa en los jóvenes, en lo que su acto de valentía les dejará como
recuerdo.
"La coherencia de este hombre, la coherencia
de su fe, pero también la responsabilidad de dejar una herencia noble, una
herencia verdadera. Nosotros vivimos en un tiempo en el cual los ancianos no
cuentan. Es feo decirlo, pero se descartan ¿eh? Porque molestan. Los ancianos
son los que nos traen la historia, nos traen la doctrina, nos traen la fe y nos
la dejen en herencia. Son los que, como el buen vino envejecido, tienen esta
fuerza dentro para darnos una herencia noble", ha indicado el santo padre.
A este punto, Francisco ha recordado una historia
que escuchó de pequeño con una familia como protagonista: "papá, mamá,
muchos niños" - y el abuelo, que cuando en la mesa comía la sopa, "se
manchaba la cara". Molesto, el padre explica a los hijos porque el abuelo
se comporta así y por tanto compra un mesa a parte para aislar al padre. Ese
mismo papá un día vuelve a casa y ve uno de sus hijos jugar con la madre.
"¿qué haces?, le pregunta. "Una mesa", responde el niño. "Y
¿para qué?". "Para tí papa, para cuando seas viejo como el
abuelo".
Francisco ha afirmado que esta historia le ha
hecho mucho bien toda la vida. "Los abuelos son un tesoro. En la Carta a
los hebreos, el capítulo 12 nos dice: 'Acuérdense de quienes los dirigían,
porque ellos les anunciaron la Palabra de Dios: consideren cómo terminó su vida
e imiten su fe'. La memoria de nuestros antepasados nos lleva a la
imitación de la fe. Realmente la vejez muchas veces es un poco fea ¿eh? Por las
enfermedades que trae y todo eso, pero la sabiduría que tienen nuestros abuelos
es la herencia que nosotros debemos recibir. Un pueblo que no cuida a los
abuelos, un pueblo que no respeta a los abuelos, no tiene futuro, porque no
tiene memoria, ha perdido la memoria".
Asimismo, el santo padre ha añadido que "nos
hará bien pensar en tantos ancianos y ancianas, tantos que están en los asilos,
y también tantos - es fea la palabra, pero digámosla - abandonados por los
suyos. Son el tesoro de nuestra sociedad".
"Recemos por nuestros abuelos, nuestras
abuelas, que tantas veces han tenido un rol heroico en la transmisión de la fe
en tiempo de persecución. Cuando papá y mamá no estaba en casa y también tenían
ideas extrañas, que la política de aquel tiempo enseñaba, han sido los abuelos
los que han transmitido la fe. Cuarto mandamiento: es el único que promete algo
a cambio. Es el mandamiento de la piedad. Ser piadosos con nuestros
antepasados. Pidamos hoy la gracia a los viejos santos -Simeón, Ana, Policarpo
y Eleazar - a tantos ancianos santos: pidamos la gracia de cuidar, escuchar y
venerar a nuestros antepasados, nuestros abuelos".
20.11.13
Texto de la catequesis del papa
Francisco en la audiencia del miércoles
El santo padre recuerda que Dios no
se cansa de perdonarnos y nosotros no debemos cansarnos de ir a pedir perdón
CIUDAD DEL
VATICANO, 20 de noviembre de 2013 (Zenit.org) - Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El miércoles pasado hablé de la remisión de los
pecados, referida de forma particular al bautismo. Hoy continuamos con el
tema de la remisión de los pecados, pero en referencia al llamado
"potestad de las llaves", que es un símbolo bíblico de la misión que
Jesús ha dado a los apóstoles.
Lo primero que debemos recordar es que el protagonista
del perdón de los pecados es el Espíritu Santo. En su primera aparición a los
apóstoles, en el cenáculo, como hemos escuchado, Jesús resucitado hizo el gesto
de soplar sobre ellos diciendo: "Recibid el Espíritu Santo. A quienes
perdonéis los pecados, éstos les son perdonados; a quienes retengáis los
pecados, éstos les son retenidos." (Jn 20, 22-23). Jesús, transfigurado en
su cuerpo, ya es el hombre nuevo, que ofrece los dones pascuales fruto de su
muerte y resurrección. ¿Y cuáles son estos dones? La paz, la alegría, la el
perdón de los pecados, la misión, pero sobre todo da el Espíritu Santo que es
el origen de todo esto. El Espíritu Santo vienen todos estos dones. El soplo de
Jesús, acompañado de las palabras con las que comunica el Espíritu, indica el
transmitir la vida, la vida nueva regenerada por el perdón.
Pero antes de hacer este gesto de soplar y donar
el Espíritu, Jesús muestra sus llagas, en las manos y en el costado: estas
heridas representan el precio de nuestra salvación. El Espíritu Santo nos trae
el perdón de Dios "pasando a través" de las llagas de Jesús. Estas
plagas que Él ha querido conservar, también en esto momento, en el cielo Él
hace ver al Padre las llagas con las cuales nos ha rescatado. Y por
la fuerza de estas llagas nuestros pecados son perdonados. Así Jesús ha dado su
vida por nuestra paz, nuestra alegría, por la gracia en nuestra alma, por el
perdón de nuestros pecados. Y esto es muy bonito, mirar a Jesús así.
Y vamos al segundo elemento: Jesús da a los
apóstoles el poder de perdonar los pecados. Pero, ¿cómo es esto? Porque es un
poco difícil de entender. ¿Cómo un hombre puede perdonar los pecados? Jesús da
el poder, la Iglesia es depositaria del poder de las llaves. Así de abrir o
cerrar, de perdonar . Dios perdona a cada hombre en su soberana misericordia,
pero Él mismo ha querido que cuantos pertenecen a Cristo y a su Iglesia,
reciban el perdón mediante los ministros de la Comunidad. A través del misterio
apostólico la misericordia de Dios me alcanza, mis culpas son perdonadas y se
me dona la alegría. En este modo Jesús nos llama a vivir la reconciliación
también en la dimensión eclesial, comunitaria. Y esto es muy bonito. La
Iglesia, que es santa y a la vez necesitada de penitencia, acompaña nuestro
camino de conversión durante toda la vida. La Iglesia no es dueña del poder de
las llaves, no es duela, sino sierva del ministerio de la misericordia y se
alegra todas las veces que puede ofrecer este don divino.
Tantas personas quizá no entienden la dimensión
eclesial del perdón, porque domina siempre el individualismo, el subjetivismo y
también nosotros cristianos lo volvemos a sentir. Cierto, Dios perdona a cada
pecador arrepentido, personalmente, pero el cristiano está unido a Cristo, y
Cristo está unido a la Iglesia. Para nosotros cristianos hay un don más, y hay
también un compromiso más: pasar humildemente a través del ministerio eclesial.
Y esto debemos valorarlo. Es un don, también una cura, una protección, y
también la seguridad de que Dios me ha perdonado. Yo voy donde el hermano
sacerdote y digo 'padre, he hecho esto', pero 'yo te perdono' y es Dios que
perdona. Y yo estoy seguro en ese momento que Dios me ha perdonado y esto es
bonito. Esto es la seguridad de lo que nosotros decimos siempre: Dios siempre
nos perdona, no se cansa de perdonar. Nosotros no debemos cansarnos de ir a
pedir perdón. Pero 'padre, a mí me da vergüenza ir a decir mis pecado".
Pero mira, nuestras madres, nuestra abuelas decían que es mejor ponerse rojo
una vez que mil veces amarillo. Tú te pones rojo una vez, te perdonan los
pecados y adelante.
Para finalizar, un último punto: el sacerdote
instrumento para el perdón de los pecados. El perdón de Dios que se da en la
Iglesia, nos es transmitido por medio del ministerio de un hermano nuestro, el
sacerdote; también él, un hombre que como nosotros necesita misericordia, se
convierte verdaderamente en instrumento de misericordia, donándonos el amor sin
límites de Dios Padre. También los sacerdotes deben confesarse, también los
obispos, todos somos pecadores, también el papa se confiesa cada 15 días,
porque el papa también es un pecador. El confesor escucha las cosas que yo le
digo, me aconseja y me perdona. ¿Y por qué? Porque todos necesitamos este
perdón.
A veces sucede escuchar a alguno que afirma
confesarse directamente con Dios. Sí, como decía antes, Dios nos escucha
siempre, pero en el sacramento de la Reconciliación manda a un hermano a
traerte el perdón, la seguridad del perdón en nombre de la Iglesia. El servicio
que el sacerdote presta como ministro, de parte de Dios, para perdonar los
pecados es muy delicado, es un servicio muy delicado y exige que su corazón
esté en paz, que el sacerdote tenga el corazón en paz; que no maltrate a
los fieles, sino que sea apacible, benévolo y misericordioso; que sepa sembrar
esperanza en los corazones y, sobre todo, sea consciente que el hermano o la
hermana que se acerca al sacramento de la Reconciliación busca el perdón y lo
hace como se acercaban tantas personas a Jesús para que les sanase. El
sacerdote que no tenga esta disposición de espíritu es mejor, que hasta que no
se corrija, no administre este sacramento. Los fieles penitentes tienen ¿el
deber? ¡no! tienen el derecho, nosotros tenemos el derecho, todos
los fieles de encontrar en los sacerdotes los servidores del perdón de Dios.
Queridos hermanos, como miembros de la Iglesia,
pregunto ¿somos consciente de la belleza de este don que nos ofrece Dios mismo?
¿Sentimos la alegría de esta cura, de esta atención materna que la Iglesia
tiene hacia nosotros?
¿Sabemos valorarla con sencillez? No olvidemos
que Dios no se cansa nunca de perdonarnos; mediante el ministerio del sacerdote
nos acoge en un nuevo abrazo que nos regenera y nos permite realzarnos y
retomar de nuevo el camino. Porque esta es nuestra vida, continuamente,
realzarnos y retomar de nuevo el camino.
¡Gracias!21.11.13
El santo padre: no podemos resignarnos
a un Oriente Medio sin cristianos
El papa a la Plenaria de la
Congregación de las Iglesias Orientales: La cátedra de Pedro vela para que la
variedad sirva a la unidad en vez de dañarla
CIUDAD DEL VATICANO, 21 de noviembre de 2013 (Zenit.org) - El santo
padre, tras reunirse con los patriarcas de las Iglesias Orientales esta mañana,
ha recibido también a los participanets de la Plenaria de la Congreación para
las Iglesias Orientales, encuentro que se ha celebrado en Roma del 19 al 21 de
noviembre.
Francisco ha recordado que "Cristo es la luz de
los pueblos" y que de oriente a occidente toda la Iglesia da este
testimonio del Hijo de Dios, esta Iglesia que, como evidencia la Constitución
dogmática sobre la Iglesia del Concilio Ecuménico Vaticano II, "está
presente en cada nación de la tierra […], de hecho, todos los fieles esparcidos
por el mundo están en comunión en el Espíritu Santo".
Asimismo ha explicado que "el memorable Concilio
Vaticano II también tuvo el mérito de recordar explícitamente como en las
antiguas liturgias de las Iglesias Orientales, en su teología, espiritualidad y
disciplina canónica 'resplandece la tradición que viene de los apóstoles a
través de los padres y que constituye parte del patrimonio divinamente revelado
e indiviso de la Iglesia universal'".
El santo padre se ha manifestado complacido de acoger
a los patriarcas y los arzobispos mayores, junto con los cardenales, arzobispos
metropolitanos y los obispos miembros de la congregación para las Iglesias
Orientales.
Francisco ha indicado que esta sesión plenaria
tiene como objetivo recuperar la gracia del Concilio Vaticano II y del
Magisterio posterior sobre el oriente cristiano. "De la evaluación del
camino recorrido surgirán orientaciones para sostener la misión encomendada por
el Concilio a los hermanos y hermanas de Oriente, es decir, 'la de promover la
unidad de todos los cristianos , especialmente los orientales', ha observado el
papa. Así, ha afirmado que "el Espíritu Santo los ha guiado en esta tarea
sobre los senderos, no fáciles de la historia, alimentando su fidelidad a
Cristo, a la Iglesia universal y al sucesor de Pedro, incluso a un alto precio
y no pocas veces hasta el martirio". Por ello "¡la Iglesia entera os
lo agradece!" ha exclamado el pontífice.
A continuación, Francisco, siguiendo las huellas
de sus predecesores, ha querido reafirmar que “dentro de la comunión
eclesiástica, existen legítimamente Iglesias particulares, que gozan de
tradiciones propias, permaneciendo inmutable el primado de la cátedra de Pedro,
que preside la asamblea universal de la caridad, protege las diferencias
legítimas y simultáneamente vela para que las divergencias sirvan a la unidad en
vez de dañarla. Sí, la variedad auténtica, legítima, la inspirada por el
Espíritu no daña la unidad, sino que la sirve; el Concilio nos dice que esta
variedad es necesaria para la unidad”.
El papa les ha contado a los presentes que los
patriarcas y arzobispos mayores le han hablado esta mañana de la situación de
las diversas Iglesias orientales, y de las que ha destacado “la vitalidad
renovada de las que han estado oprimidas durante largo tiempo por los regímenes
comunistas, el dinamismo misionero de las que se refieren a la predicación del
apóstol Tomás, la perseverancia de las que viven en Oriente Medio, a menudo en
la condición de 'pequeño rebaño', en entornos marcados por la hostilidad y el
conflicto y también por las persecuciones encubiertas".
Por otro lado ha mencionado un tema tratado en la
plenaria: el problema de la diáspora, uno de los puntos claves de la plenaria,
dado su aumento significativo en todos los continentes. Por ello, el santo
padre ha reiterado que hay que hacer todo lo posible para "facilitar la
atención pastoral tanto en los territorios propios, como allí donde las
comunidades orientales se han establecido desde hace tiempo, fomentando al
mismo tiempo la comunión y la fraternidad con las comunidades de rito latino.
Para ello será útil insuflar nueva vitalidad en los órganos consultivos que ya
existen entre las Iglesias particulares y con la Santa Sede”.
Un pensamiento especial ha dedicado el papa en su
discurso a “la tierra bendita donde Cristo vivió, murió y resucitó",
añadiendo que "en ella la luz de la fe no se ha extinguido; al contrario,
resplandece con fuerza. Es la 'luz de Oriente' que 'ha iluminado a la Iglesia
universal, desde que apareció sobre nosotros un sol naciente, Jesucristo,
nuestro Señor'" . Por consiguiente, ha matizado el papa, "cada
católico tiene una deuda de gratitud con las Iglesias que viven en esa región.
De ellas podemos aprender, entre otras cosas, la paciencia y la perseverancia,
del ejercicio diario, a veces marcado por la fatiga, del espíritu ecuménico y del
diálogo interreligioso. El contexto geográfico, histórico y cultural en el que
viven desde hace siglos, las ha hecho interlocutoras naturales de muchas otras
confesiones cristianas y de otras religiones”.
El pontífice ha observado que "gran
preocupación suscitan las condiciones de vida de los cristianos que, en muchas
partes de Oriente Medio sufren gravemente las consecuencias de las tensiones y
conflictos. Siria, Iraq, Egipto y otras zonas de Tierra Santa, a veces se
llenan de lágrimas". "El obispo de Roma - ha afirmardo él mismo - no
descansará mientras haya hombres y mujeres, de cualquier religión, menoscabados
en su dignidad, sin lo necesario para la supervivencia, privados del futuro,
obligados a la condición de prófugos y refugiados”.
En consecuencia, Francisco ha hecho un
llamamiento junto a los pastores de las Iglesias de Oriente, para que "sea
respetado el derecho de todos a una vida digna y a profesar libremente la
propia fe". Y ha afirmado que "no nos resignamos a pensar en un Oriente
Medio sin cristianos, que desde hace dos mil años confiesan el nombre de Jesús,
insertados como ciudadanos de pleno derecho en la vida social, cultural y
religiosa de las naciones a las que pertenecen".El dolor de los más
pequeños y los más débiles, junto al silencio de las víctimas plantea una
pregunta insistente: ¿Cuánto queda de la noche?. Y Francisco dirigiéndose
a toda la Iglesia ha exhortado a la oración, "que sabe conseguir del
corazón misericordioso de Dios, la reconciliación y la paz. La oración desarma
la necedad y genera un diálogo allí donde hay un conflicto abierto. Si es
sincera y perseverante, hará que nuestra voz humilde y firme sea capaz de ser
escuchada incluso por los líderes de las naciones".
El papa ha concluido con el pensamiento puesto en
Jerusalén, “donde todos hemos nacido espiritualmente", deseando “todo el
consuelo para que sea realmente profecía de esa convocación definitiva, de
oriente a occidente, dispuesta por Dios”.
22.11.13
El papa en Santa Marta: el templo es
lugar para adorar al Señor
Francisco explica la doble dimensión
del templo: templo material como lugar de oración y el templo espiritual que se
encuentra dentro de cada uno
CIUDAD DEL VATICANO, 22 de noviembre de 2013 (Zenit.org) - El santo
padre ha recordado en la homilía de hoy de Santa Marta que el templo es un lugar
sagrado en el que lo que más importa no es la ritualidad, sino adorar al Señor.
El papa ha hecho hincapié sobre el ser humano que, en cuanto "templo del
Espíritu Santo" está llamado a escuchar dentro de sí a Dios, a pedirle
perdón y seguirle.
Tomando como referencia el pasaje litúrgico del
Antiguo Testamento en el que Judas Macabeo consagra de nuevo el templo
destruido por las guerras, Francisco ha indicado que "el templo es
un lugar donde la comunidad va a rezar, a alabar al Señor, a darle gracias, pero
sobre todo a adorar: en el templo se adora al Señor. Y este es el punto
importante. También, esto es válido para las ceremonias litúrgicas, ¿qué es más
importante?, ha preguntado. Y responde: lo más importante es la adoración: toda
la comunidad reunida mira al altar donde se celebra el sacrificio y adora.
Pero, yo creo - humildemente lo digo - que nosotros cristianos quizá hemos
perdido un poco el sentido de la adoración y pensamos: vamos al templo, nos
reunimos como hermanos - ¡es bueno, es bonito! - pero el centro está donde está
Dios. Y nosotros adoramos a Dios", ha explicado el santo padre.
Y por eso ha preguntado Francisco "¿nuestros
templos, son lugares de adoración, favorecen la adoración? ¿Nuestras
celebraciones favorecen la adoración?" A lo que el papa ha añadido:
"Jesús echa a los mercaderes que habían tomado el tempo por un lugar de
comercio más que de adoración. Pero hay otro 'templo' y otra sacralidad a
considerar en la vida de fe".
Al respecto, Francisco ha recordado que "san
Pablo nos dice que nosotros somos templo del Espíritu Santo. Yo soy un templo.
El Espíritu Santo está en mí. Y también nos dice: '¡no entristezcáis al
Espíritu del Señor que está dentro de vosotros!' Y también aquí, quizá no
podemos hablar como antes de la adoración sino de una especie de adoración que
es el corazón que busca el Espíritu del Señor dentro de sí y sabe que Dios está
dentro de sí, que el Espíritu Santo está dentro de sí. Lo escucha y lo
sigue".
Cierto que la secuela de Dios presupone una
continua purificación, "porque somos pecadores", ha indicado el papa
Francisco. Y ha insistido: "purificarse con la oración, con la penitencia,
con el sacramento de la reconciliación, con la eucaristía". Y así,
"en estos dos templos - el templo material, el lugar de adoración, y el
templo espiritual dentro de mí, donde habita el Espíritu Santo - en estos dos
templos nuestra actitud debe ser la piedad que adora y escucha, que reza y pide
perdón, que alaba al Señor".
Para concluir Francisco ha querido indicar una
vez más que "cuando se habla de la alegría del templo, se habla de esto:
toda la comunidad en adoración, en oración, en acción de gracia, en alabanza.
Yo en oración con el Señor, que está dentro de mí porque yo soy 'templo'. Yo en
escucha, yo en disponibilidad. Que el Señor nos conceda esta verdadero sentido
del templo, para poder ir adelante en nuestra vida de adoración y de escucha de
la palabra de Dios".
23.11.13
Francisco a los catecúmenos: Dios
nos precede y nos espera siempre
El santo padre preside el rito de
admisión de 500 catecúmenos procedentes de 47 países.
CIUDAD DEL VATICANO, 23 de noviembre de 2013 (Zenit.org) - El santo
padre ha presidido esta tarde en la Basílica Vaticana el rito de admisión al
catecumenado, celebración preparada en el contexto del Año de la Fe. Han estado
presentes 500 catecúmenos, acompañados de sus catequistas, procedentes de 47
países diferentes y de los cinco continentes.
A las 16.30 ha dado comienzo la Liturgia, con los
ritos de introducción que se han realizado en el atrio de la basílica, donde el
papa ha acogido una representación de los candidatos, para después invitarles a
entrar en la iglesia. Durante la Liturgia de la Palabra y antes de la entrega
del texto de los Evangelios a una representación de los catecúmenos, el papa ha
dedicado unas palabras a los presentes.
Francisco ha comenzado recordando que aunque han
venido de muchos países, tradiciones culturales y experiencias diferentes,
"sentimos tener entre nosotros muchas cosas en común. Sobre todo una: el
deseo de Dios". Un deseo - ha explicado - que está evocado por las
palabras del salmista: "Como la cierva sedienta busca las corrientes de agua,
así mi alma suspira por ti, mi Dios. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios
viviente: ¿Cuándo iré a contemplar el rostro de Dios?" Un deseo que es
importante mantener vivo, este anhelo de encontrar al Señor y tener experiencia
de Él, de su amor y de misericordia, ha indicado el papa. Y ha añadido que
"si falta la sed del Dios viviente, se corre el riesgo de que la fe se
convierta en costumbre, se arriesga que se apague, como el fuego que no es
reavivado".
A continuación ha hecho referencia a la lectura
del Evangelio que se ha leído, en la que cuenta cuando Juan Bautista indica a
sus discípulos a Jesús como el Cordero de Dios, "dos de ellos siguen al
maestro, y después, a su vez, se convierten en 'mediadores' que permiten a los
otros encontrar al Señor, conocerlo y seguirlo", ha recordado. En este
pasaje hay tres momentos que evocan la experiencia del catecumenado según ha
explicado Francisco, la escucha, el encuentro y el caminar.
Sobre la escucha, el santo padre ha indicado que
al igual que los dos discípulos "también vosotros, queridos catecúmenos,
habéis escuchado a aquellos que os han hablado de Jesús y os han propuesto
seguirlo, convirtiéndoos en sus discípulos a través de bautismo". Y ha
añadido que "en el tumulto de tantas voces que resuenan en torno a nosotros
y dentro de nosotros, vosotros habéis escuchado y acogido la voz que os
indicaba a Jesús como el único que puede dar sentido pleno a vuestra
vida".
El segundo momento del que ha hablado el
pontífice es el encuentro. Los discípulos, después de encontrarse con el
maestro se quedan con Él. "Después de haberlo encontrado, se dan cuenta en
seguida de algo nuevo en su corazón: la necesidad de transmitir su alegría
también a los otros, para que éstos la puedan encontrar", ha explicado.
Contemplar la escena de Andrés que encuentra a su hermano Simón y lo conduce a
Jesús es una escena que nos hace mucho bien contemplar, ha advertido el santo
padre. Nos hace bien porque "nos recuerda que Dios no nos ha creado para
estar solos, cerrados en nosotros mismos, sino para poder encontrarnos con Él y
para abrirnos al encuentro con los otros". Asimismo, ha recodado que
"en la Biblia Dios aparece siempre como áquel que toma la iniciativa del
encuentro con el hombre: es Él que busca al hombre y precisamente lo buscan
cuando el hombre está en la experiencia amarga y trágica de traicionar a Dios y
de huir de Él. Dios no espera para buscarlo: lo busca enseguida. ¡Es un
buscador paciente nuestro Padre!" Por ello, dice el santo padre "Él
nos precede y nos espera siempre. No se cansa de esperarnos. No se aleja de
nosotros, pero tiene la paciencia de esperar el momento favorable para el
encuentro con cada uno de nosotros". Un encuentro que cuando llega,
"no es nunca un encuentro rápido, porque Dios desea permanecer mucho tiempo
con nosotros para apoyarnos, para consolarnos, para donarnos su alegría",
ha subrayado Francisco. Y ha continuado explicando que "como nosotros le
anhelamos y le deseamos, así también Él tiene el deseo de estar con nosotros,
porque nosotros le pertenecemos, somos 'cosa' suya, somos sus criaturas.
También Él, podemos decir, tienen sed de nosotros, de encontrarnos".
El último aspecto del que el papa ha hablado es
caminar. "Los discípulos caminan hacia Jesús y después hacen una parte del
camino junto a Él", y esto es un enseñanza importante para todos nosotros,
ha indicado el santo padre. La fe es un camino con Jesús - ha continuado - y
que dura toda la vida. El santo padre ha reconocido que en algunos momentos de
este camino nos sentimos cansados y confusos pero la fe "nos da la certeza
de la presencia constante de Jesús en cada situación, también en la más
dolorosa o difícil de entender".
Para concluir, ha deseado a los catecúmenos que
recorran este camino "con alegría, seguros del apoyo de toda la Iglesia,
que os mira con confianza". También les ha invitado a "mantener el
entusiasmo del primer momento que os ha hecho abrir los ojos a luz de la fe, a
recordar, como el discípulo amado, el día, la hora, en la que por primera vez
os habéis quedado con Jesús, habéis sentido su mirada sobre vosotros. No os
olvidéis nunca esta mirada de Jesús".
24.11.13
Homilía de clausura del Año de la Fe
El santo padre ha recordado la
centralidad de Cristo en la vida y la historia de cada uno
Por
Redacción
CIUDAD DEL VATICANO, 24 de noviembre de 2013 (Zenit.org) - Publicamos
a continuación la homilía del santo padre de la celebración eucarística de la
clausura del Año de la fe.
La solemnidad de Cristo Rey del Universo, coronación
del año litúrgico, señala también la conclusión del Año de la Fe, convocado por
el Papa Benedicto XVI, a quien recordamos ahora con afecto y reconocimiento por
este don que nos ha dado. Con esa iniciativa providencial, nos ha dado la
oportunidad de descubrir la belleza de ese camino de fe que comenzó el día de
nuestro bautismo, que nos ha hecho hijos de Dios y hermanos en la Iglesia. Un
camino que tiene como meta final el encuentro pleno con Dios, y en el que el
Espíritu Santo nos purifica, eleva, santifica, para introducirnos en la
felicidad que anhela nuestro corazón.
Dirijo también un saludo cordial y fraterno a los
Patriarcas y Arzobispos Mayores de las Iglesias orientales católicas, aquí
presentes. El saludo de paz que nos intercambiaremos quiere expresar sobre todo
el reconocimiento del Obispo de Roma a estas Comunidades, que han confesado el
nombre de Cristo con una fidelidad ejemplar, pagando con frecuencia un alto
precio.
Del mismo modo, y por su medio, deseo dirigirme a
todos los cristianos que viven en Tierra Santa, en Siria y en todo el Oriente,
para que todos obtengan el don de la paz y la concordia.
Las lecturas bíblicas que se han proclamado tienen
como hilo conductor la centralidad de Cristo. Cristo está en el centro, Cristo
es el centro. Cristo centro de la creación, del pueblo y de la historia.
1. El apóstol Pablo, en la segunda lectura,
tomada de la carta a los Colosenses, nos ofrece una visión muy profunda de la
centralidad de Jesús. Nos lo presenta como el Primogénito de toda la creación:
en él, por medio de él y en vista de él fueron creadas todas las cosas. Él es
el centro de todo, es el principio: Jesucristo, el Señor. Dios le ha dado la
plenitud, la totalidad, para que en él todas las cosas sean reconciliadas (cf.
1,12-20). Señor de la creación, Señor de la reconciliación.
Esta imagen nos ayuda a entender que Jesús es el
centro de la creación; y así la actitud que se pide al creyente, que quiere ser
tal, es la de reconocer y acoger en la vida esta centralidad de Jesucristo, en
los pensamientos, las palabras y las obras. Y así nuestros pensamientos serán
pensamientos cristianos, pensamientos de Cristo. Nuestras obras serán obras
cristianas, obras de Cristo, nuestras palabras serán palabras cristianas,
palabras de Cristo. En cambio, La pérdida de este centro, al sustituirlo por
otra cosa cualquiera, solo provoca daños, tanto para el ambiente que nos rodea
como para el hombre mismo.
2. Además de ser centro de la creación y centro
de la reconciliación, Cristo es centro del pueblo de Dios. Y precisamente hoy
está aquí, en el centro. Ahora está aquí en la Palabra, y estará aquí en el
altar, vivo, presente, en medio de nosotros, su pueblo. Nos lo muestra la
primera lectura, en la que se habla del día en que las tribus de Israel se
acercaron a David y ante el Señor lo ungieron rey sobre todo Israel (cf. 2S
5,1-3). En la búsqueda de la figura ideal del rey, estos hombres buscaban a
Dios mismo: un Dios que fuera cercano, que aceptara acompañar al hombre en su
camino, que se hiciese hermano suyo.
Cristo, descendiente del rey David, es
precisamente el «hermano» alrededor del cual se constituye el pueblo, que cuida
de su pueblo, de todos nosotros, a precio de su vida. En él somos uno; un único
pueblo unido a él, compartimos un solo camino, un solo destino. Sólo en él, en
él como centro, encontramos la identidad como pueblo. 3. Y, por último, Cristo
es el centro de la historia de la humanidad, y también el centro de la historia
de todo hombre. A él podemos referir las alegrías y las esperanzas, las
tristezas y las angustias que entretejen nuestra vida. Cuando Jesús es el
centro, incluso los momentos más oscuros de nuestra existencia se iluminan, y
nos da esperanza, como le sucedió al buen ladrón en el Evangelio de hoy.
Mientras todos se dirigen a Jesús con desprecio -«Si
tú eres el Cristo, el Mesías Rey, sálvate a ti mismo bajando de la cruz»- aquel
hombre, que se ha equivocado en la vida pero se arrepiente, al final se agarra
a Jesús crucificado implorando: «Acuérdate de mí cuando llegues a tu reino» (Lc
23,42). Y Jesús le promete: «Hoy estarás conmigo en el paraíso» (v. 43): su
Reino. Jesús sólo pronuncia la palabra del perdón, no la de la condena; y
cuando el hombre encuentra el valor de pedir este perdón, el Señor no deja de
atender una petición como esa. Hoy todos podemos pensar en nuestra historia,
nuestro camino. Cada uno de nosotros tiene su historia; cada uno tiene también
sus equivocaciones, sus pecados, sus momentos felices y sus momentos tristes.
En este día, nos vendrá bien pensar en nuestra historia, y mirar a Jesús, y
desde el corazón repetirle a menudo, pero con el corazón, en silencio, cada uno
de nosotros: "Acuérdate de mí, Señor, ahora que estás en tu Reino. Jesús,
acuérdate de mí, porque yo quiero ser bueno, quiero ser buena, pero me falta la
fuerza, no puedo: soy pecador, soy pecadora. Pero, acuérdate de mí, Jesús. Tú
puedes acordarte de mí porque tú estás en el centro, tú estás precisamente en
tu Reino." ¡Qué bien! Hagámoslo hoy todos, cada uno en su corazón, muchas
veces. "Acuérdate de mí, Señor, tú que estás en el centro, tú que estas en
tu Reino."
La promesa de Jesús al buen ladrón nos da una gran
esperanza: nos dice que la gracia de Dios es siempre más abundante que la
plegaria que la ha pedido. El Señor siempre da más, es tan generoso, da siempre
más de lo que se le pide: le pides que se acuerde de ti y te lleva a su Reino.
Jesús es el centro de nuestros deseos de gozo y salvación. Vayamos todos juntos
por este camino.
25.11.13
Francisco en Sta. Marta: tomar
decisiones definitivas como lo hicieron los mártires
El santo padre en la homilía de este
lunes invita a 'elegir por el Señor' como lo hacen también hoy los cristianos
perseguidos
CIUDAD DEL VATICANO, 25 de noviembre de 2013 (Zenit.org) - Confiar en
el Señor, incluso en las situaciones límite. Esta es la exhortación del papa
Francisco en su homilía de este lunes en la Casa Santa Marta. El santo padre ha
subrayado que los cristianos están llamados a tomar decisiones definitivas,
como nos enseñan los mártires de todos los tiempos. También hoy, ha observado,
hay hermanos perseguidos que son un ejemplo para nosotros y nos animan a
confiar totalmente en el Señor.
En sus palabras, el pontífice se ha detenido en las
figuras que nos presentan la Primera Lectura de este día, tomada del Libro de
Daniel, y el Evangelio: los jóvenes hebreos esclavos en la Corte del rey
Nabucodonosor y la viuda que va al Templo a adorar al Señor.
En ambos casos, ha señalado el santo padre, la
situación es límite: la viuda en condiciones de miseria, los jóvenes en la de
la esclavitud. La viuda da todo lo que tenía al tesoro del Templo, los jóvenes
permanecen fieles al Señor arriesgando sus vidas:
“Ambos, la viuda y los jóvenes, han arriesgado.
En su riesgo han elegido al Señor, con un corazón grande, sin intereses
personales, sin mezquindad. No tenían un comportamiento mezquino. El Señor, el
Señor es todo. El Señor es Dios y se confiaron al Señor. Y esto no lo han hecho
por una fuerza, me permito la palabra, fanática, no: ‘Esto debemos hacerlo,
Señor’, ¡no! Es otra cosa, se han confiado, porque sabían que el Señor es fiel.
Se confiaron en esa fidelidad que siempre está, porque el Señor no cambia, no
puede: siempre es fiel, no puede no ser fiel, no puede negarse a sí mismo”.
Esta confianza en el Señor, ha indicado, les
llevó a “hacer esta elección por el Señor”, porque saben que Él “es fiel”. Una
elección que sirve tanto en las pequeñas cosas como en las elecciones grandes y
difíciles:
“También en la Iglesia, en la historia de la
Iglesia, se encuentran hombres, mujeres, ancianos, jóvenes, que hacen esta
elección. Cuando nosotros escuchemos la vida de los mártires, cuando nosotros
leamos en los periódicos las persecuciones contra los cristianos, hoy, pensemos
en estos hermanos y hermanas que en situaciones límite hacen esta elección.
Ellos viven en este tiempo. Ellos son un ejemplo para nosotros y nos animan a
dar al tesoro del Templo todo lo que tenemos para vivir”.
El Señor, ha recordado el papa Francisco, ayuda a
los jóvenes hebreos en esclavitud a salir de las dificultades, y también a la
viuda la ayuda el Señor. Hay una alabanza de Jesús hacia ella y también una
victoria:
“Nos hará bien pensar en estos hermanos y
hermanas que, en toda nuestra historia, también hoy, hacen elecciones
definitivas. Pensemos también en tantas mamás y padres de familia que todos los
días hacen elecciones definitivas para ir hacia delante con sus familias, con
sus hijos. Y esto es un tesoro en la Iglesia. Ellos nos dan testimonio, y ante
tantos que nos dan testimonio, pidamos al Señor la gracia del coraje, de la
valentía de ir hacia delante en nuestra vida cristiana, en las situaciones
habituales, comunes, de todos los días y también en las situaciones límite”.
26.11.13
Texto de la catequesis del papa
Francisco en la audiencia del miércoles
El santo padre recuerda que nuestra
vida no termina con la muerte. Quien practica la misericordia no teme a la
muerte
CIUDAD DEL
VATICANO, 27 de noviembre de 2013 (Zenit.org) - Queridos
hermanos y hermanas,
¡felicidades
porque son valientes, con el frío que hace en la plaza, son verdaderamente
valientes!
Deseo llevar a término las catequesis sobre el
Credo, desarrolladas durante el Año de la Fe, que concluyó el domingo
pasado. En esta catequesis y en la próxima quisiera considerar el tema de la
resurrección de la carne, deteniéndome en dos aspectos tal y como los presenta
el Catecismo de la Iglesia Católica, es decir, nuestro morir y resucitar
en Jesucristo. Hoy me detengo en el primer aspecto, el “morir en Cristo”.
1. Hay una forma equivocada de mirar la muerte. La muerte nos afecta a todos y nos interroga de modo profundo, especialmente cuando nos toca de cerca, o cuando afecta a los pequeños, a los indefensos de una forma que nos resulta “escandalosa”. Siempre me ha afectado la pregunta: ¿por qué sufren los niños?, ¿por qué mueren los niños? Si se entiende como el final de todo, la muerte asusta, aterroriza, se transforma en amenaza que rompe todo sueño, toda perspectiva, que rompe toda relación e interrumpe todo camino. Esto sucede cuando consideramos nuestra vida como un tiempo encerrado entre dos polos: el nacimiento y la muerte; cuando no creemos en un horizonte que va más allá de la vida presente; cuando se vive como si Dios no existiera. Esta concepción de la muerte es típica del pensamiento ateo, que interpreta la existencia como un encontrarse casualmente en el mundo y un caminar hacia la nada. Pero existe también un ateísmo práctico, que es un vivir sólo para los propios intereses y las cosas terrenas. Si nos dejamos llevar por esta visión errónea de la muerte, no tenemos otra opción que la de ocultar la muerte, negarla, o de banalizarla, para que no nos de miedo.
2. Pero a esta falsa solución se rebela el corazón del hombre, su deseo de infinito, su nostalgia de la eternidad. Y entonces, ¿cuál es el sentido cristiano de la muerte? Si miramos a los momentos más dolorosos de nuestra vida, cuando perdemos a una persona querida -los padres, un hermano, una hermana, un esposo, un hijo, un amigo– nos damos cuenta que, incluso en el drama de la pérdida, doloridos por la separación, surge del corazón la convicción de que no puede haber acabado todo, que el bien dado y recibido no ha sido inútil. Hay un instinto poderoso dentro de nosotros, que nos dice que nuestra vida no termina con la muerte. ¡Esto es verdad! ¡Nuestra vida no termina con la muerte!
Esta sed de vida ha encontrado su respuesta real y confiable en la resurrección de Jesucristo. La resurrección de Jesús no da sólo la certeza de la vida después de la muerte, sino que ilumina también el misterio mismo de la muerte de cada uno de nosotros. Si vivimos unidos a Jesús, fieles a Él, seremos capaces de afrontar con esperanza y serenidad también el paso de la muerte. La Iglesia de hecho reza: “Si bien nos entristece la certidumbre de tener que morir, nos consuela la promesa de la inmortalidad futura”. Una bonita oración de la Iglesia, esta. Una persona tiende a morir como ha vivido. Si mi vida ha sido un camino con el Señor, de confianza en su inmensa misericordia, estaré preparado para aceptar el momento último de mi existencia terrena como el definitivo abandono confiado en sus manos acogedoras, en la esperanza de contemplar cara a cara su rostro. Y esto es lo más bello que puede sucedernos, contemplar cara a cara el rostro maravilloso del Señor, verlo a él, tan hermoso, lleno de luz, lleno de amor, lleno de ternura. Nosotros vamos hacia allí, a encontrarnos con el Señor.
3. En este horizonte se comprende la invitación de Jesús de estar siempre preparados, vigilantes, sabiendo que la vida en este mundo se nos ha dado paraprepararnos a la otra vida, con el Padre celeste. Y para esto hay siempre una vía segura: prepararse bien a la muerte, estando cerca de Jesús. ¿Y cómo estamos cerca de Jesús? Con la oración, en los sacramentos y también en la práctica de la caridad. Recordemos que Él está presente en los más débiles y necesitados. Él mismo se identificó con ellos, en la famosa parábola del juicio final, cuando dice: “Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, era extranjero y me acogisteis, desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, estaba en la cárcel y vinisteis a verme. Todo lo que hicisteis con estos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis” (Mt25,35-36.40). Por tanto, un camino seguro es recuperar el sentido de la caridad cristiana y de la compartición fraterna, curar las heridas corporales y espirituales de nuestro prójimo. La solidaridad en compartir el dolor e infundir esperanza es premisa y condición para recibir en herencia el Reino preparado para nosotros. Quien practica la misericordia no teme a la muerte. Pensad bien en esto. Quien practica la misericordia no teme a la muerte. ¿Estáis de acuerdo? ¿Lo decimos juntos para no olvidarlo? Quien practica la misericordia no teme a la muerte. Otra vez. Quien practica la misericordia no teme a la muerte. ¿Y por qué no teme a la muerte? Porque la mira a la cara en las heridas de los hermanos, y la supera con el amor de Jesucristo.
1. Hay una forma equivocada de mirar la muerte. La muerte nos afecta a todos y nos interroga de modo profundo, especialmente cuando nos toca de cerca, o cuando afecta a los pequeños, a los indefensos de una forma que nos resulta “escandalosa”. Siempre me ha afectado la pregunta: ¿por qué sufren los niños?, ¿por qué mueren los niños? Si se entiende como el final de todo, la muerte asusta, aterroriza, se transforma en amenaza que rompe todo sueño, toda perspectiva, que rompe toda relación e interrumpe todo camino. Esto sucede cuando consideramos nuestra vida como un tiempo encerrado entre dos polos: el nacimiento y la muerte; cuando no creemos en un horizonte que va más allá de la vida presente; cuando se vive como si Dios no existiera. Esta concepción de la muerte es típica del pensamiento ateo, que interpreta la existencia como un encontrarse casualmente en el mundo y un caminar hacia la nada. Pero existe también un ateísmo práctico, que es un vivir sólo para los propios intereses y las cosas terrenas. Si nos dejamos llevar por esta visión errónea de la muerte, no tenemos otra opción que la de ocultar la muerte, negarla, o de banalizarla, para que no nos de miedo.
2. Pero a esta falsa solución se rebela el corazón del hombre, su deseo de infinito, su nostalgia de la eternidad. Y entonces, ¿cuál es el sentido cristiano de la muerte? Si miramos a los momentos más dolorosos de nuestra vida, cuando perdemos a una persona querida -los padres, un hermano, una hermana, un esposo, un hijo, un amigo– nos damos cuenta que, incluso en el drama de la pérdida, doloridos por la separación, surge del corazón la convicción de que no puede haber acabado todo, que el bien dado y recibido no ha sido inútil. Hay un instinto poderoso dentro de nosotros, que nos dice que nuestra vida no termina con la muerte. ¡Esto es verdad! ¡Nuestra vida no termina con la muerte!
Esta sed de vida ha encontrado su respuesta real y confiable en la resurrección de Jesucristo. La resurrección de Jesús no da sólo la certeza de la vida después de la muerte, sino que ilumina también el misterio mismo de la muerte de cada uno de nosotros. Si vivimos unidos a Jesús, fieles a Él, seremos capaces de afrontar con esperanza y serenidad también el paso de la muerte. La Iglesia de hecho reza: “Si bien nos entristece la certidumbre de tener que morir, nos consuela la promesa de la inmortalidad futura”. Una bonita oración de la Iglesia, esta. Una persona tiende a morir como ha vivido. Si mi vida ha sido un camino con el Señor, de confianza en su inmensa misericordia, estaré preparado para aceptar el momento último de mi existencia terrena como el definitivo abandono confiado en sus manos acogedoras, en la esperanza de contemplar cara a cara su rostro. Y esto es lo más bello que puede sucedernos, contemplar cara a cara el rostro maravilloso del Señor, verlo a él, tan hermoso, lleno de luz, lleno de amor, lleno de ternura. Nosotros vamos hacia allí, a encontrarnos con el Señor.
3. En este horizonte se comprende la invitación de Jesús de estar siempre preparados, vigilantes, sabiendo que la vida en este mundo se nos ha dado paraprepararnos a la otra vida, con el Padre celeste. Y para esto hay siempre una vía segura: prepararse bien a la muerte, estando cerca de Jesús. ¿Y cómo estamos cerca de Jesús? Con la oración, en los sacramentos y también en la práctica de la caridad. Recordemos que Él está presente en los más débiles y necesitados. Él mismo se identificó con ellos, en la famosa parábola del juicio final, cuando dice: “Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, era extranjero y me acogisteis, desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, estaba en la cárcel y vinisteis a verme. Todo lo que hicisteis con estos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis” (Mt25,35-36.40). Por tanto, un camino seguro es recuperar el sentido de la caridad cristiana y de la compartición fraterna, curar las heridas corporales y espirituales de nuestro prójimo. La solidaridad en compartir el dolor e infundir esperanza es premisa y condición para recibir en herencia el Reino preparado para nosotros. Quien practica la misericordia no teme a la muerte. Pensad bien en esto. Quien practica la misericordia no teme a la muerte. ¿Estáis de acuerdo? ¿Lo decimos juntos para no olvidarlo? Quien practica la misericordia no teme a la muerte. Otra vez. Quien practica la misericordia no teme a la muerte. ¿Y por qué no teme a la muerte? Porque la mira a la cara en las heridas de los hermanos, y la supera con el amor de Jesucristo.
Si abrimos la puerta de nuestra vida y de nuestro
corazón a los hermanos más pequeños, entonces también nuestra muerte se
convertirá en una puerta que nos introducirá en el cielo, en la patria beata,
hacia la que nos dirigimos, anhelando morar para siempre con nuestro Padre, con
Jesús, María y los santos.
28.11.13
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