El Papa en el Domingo de Ramos: ‘El
crucifijo es la cátedra de Dios’
En su homilía, el Santo Padre
recordó que solo Jesús nos salva de los lazos del pecado, de la muerte, del
miedo y de la tristeza.
Ciudad del
Vaticano).- Durante la tradicional celebración del Domingo de Ramos en la
plaza de San Pedro, y mientras leía su homilía sobre la pasión del Señor,
el papa Francisco improvisó unas palabras para llamar la atención sobre la
situación de los migrantes y refugiados.
Tras referirse a “la infamia y la condena inicua”
que recibió Jesús por parte “de las autoridades, religiosas y políticas”, el
Santo Padre recordó que también sufrió “la indiferencia, pues nadie quiso
asumir la responsabilidad de su destino”. En este punto, el Pontífice afirmó
sin mirar a los papeles: “Pienso en tanta gente, en tantos marginados,
en tantos prófugos, en tantos refugiados… a los que les digo que
muchos no quieren asumir la responsabilidad de su destino”.
El Papa llegó a la plaza a pie, con una mitra
dorada y una capa pluvial roja, y se acercó hasta el obelisco central para bendecir las
palmas y los ramos de olivo. Posteriormente, fue en procesión hasta el
altar ubicado ante la fachada de la basílica de San Pedro, donde presidió la
celebración eucarística.
Ante más de sesenta mil personas venidas de todo el
mundo, en su mayoría jóvenes, Francisco relató cómo cuando Jesús de
Nazaret entró a Jerusalén la muchedumbre lo acogió con “entusiasmo, agitando
las palmas y los ramos de olivo” y al grito de “¡Bendito el que viene en nombre
del Señor!”. Pero a su entrada triunfal le siguió una humillación que
“parece no tener fondo” y que fue la que experimentó durante la Pasión, a la
que continuó la Muerte y la Resurrección, explicó.
“La humillación que sufre Jesús llega al extremo en la
Pasión: es vendido por treinta monedas y traicionado por un beso de un
discípulo que él había elegido y llamado amigo. Casi todos los otros huyen y lo
abandonan; Pedro lo niega tres veces en el patio del templo”, prosiguió el
Santo Padre, al tiempo que señaló que el Señor no solo cargó con esta
traición, sino que sufrió “en el cuerpo violencias atroces, los golpes, los
latigazos y la corona de espinas” desfiguraron “su aspecto haciéndolo
irreconocible”, y Poncio Pilato lo envió “posteriormente a Herodes”, quien lo
devolvió al gobernador romano, mientras le fue “negada toda justicia”.
“Llega de este modo a la muerte en cruz, dolorosa e
infamante, reservada a los traidores, a los esclavos y a los peores
criminales”, lamentó el Pontífice. Así, destacó, “Jesús nos salva de los lazos
del pecado, de la muerte, del miedo y de la tristeza”.
Al término de sus palabras, el papa Francisco exhortó
a los presentes a mirar el crucifijo, que es la “cátedra de Dios”.
El ejemplo de Cristo –concluyó– debe servir para “elegir su camino:
el camino del servicio, de la donación, del olvido de uno mismo” y “aprender el
amor humilde, que salva y da la vida, para renunciar al egoísmo, a la búsqueda
del poder y de la fama”.
Publicamos a
continuación el texto completo:
«¡Bendito el que viene en nombre del Señor!» (Cf. Lc
19,38), gritaba la muchedumbre de Jerusalén acogiendo a Jesús. Hemos hecho
nuestro aquel entusiasmo, agitando las palmas y los ramos de olivo hemos
expresado la alabanza y el gozo, el deseo de recibir a Jesús que viene a
nosotros. Del mismo modo que entró en Jerusalén, desea también entrar en
nuestras ciudades y en nuestras vidas. Así como lo ha hecho en el Evangelio,
cabalgando sobre un simple pollino, viene a nosotros humildemente, pero viene
«en el nombre del Señor»: con el poder de su amor divino perdona nuestros
pecados y nos reconcilia con el Padre y con nosotros mismos. Jesús está
contento de la manifestación popular de afecto de la gente, y ante la protesta
de los fariseos para que haga callar a quien lo aclama, responde: «si estos
callan, gritarán las piedras» (Lc 19,40). Nada pudo detener el entusiasmo por
la entrada de Jesús; que nada nos impida encontrar en él la fuente de nuestra
alegría, de la alegría auténtica, que permanece y da paz; porque sólo Jesús nos
salva de los lazos del pecado, de la muerte, del miedo y de la tristeza.
Sin embargo, la Liturgia de hoy nos enseña que el
Señor no nos ha salvado con una entrada triunfal o mediante milagros poderosos.
El apóstol Pablo, en la segunda lectura, sintetiza con dos verbos el recorrido
de la redención: «se despojó» y «se humilló» a sí mismo (Fil 2,7.8). Estos dos
verbos nos dicen hasta qué extremo ha llegado el amor de Dios por nosotros.
Jesús se despojó de sí mismo: renunció a la gloria de Hijo de Dios y se
convirtió en Hijo del hombre, para ser en todo solidario con nosotros
pecadores, él que no conoce el pecado. Pero no solamente esto: ha vivido entre
nosotros en una «condición de esclavo» (v. 7): no de rey, ni de príncipe, sino
de esclavo. Se humilló y el abismo de su humillación, que la Semana Santa nos
muestra, parece no tener fondo.
El primer gesto de este amor «hasta el extremo» (Jn
13,1) es el lavatorio de los pies. «El Maestro y el Señor» (Jn 13,14) se abaja
hasta los pies de los discípulos, como solamente hacían lo siervos. Nos ha
enseñado con el ejemplo que nosotros tenemos necesidad de ser alcanzados por su
amor, que se vuelca sobre nosotros; no puede ser de otra manera, no podemos
amar sin dejarnos amar antes por él, sin experimentar su sorprendente ternura y
sin aceptar que el amor verdadero consiste en el servicio concreto.
Pero esto es solamente el inicio. La humillación que
sufre Jesús llega al extremo en la Pasión: es vendido por treinta monedas y
traicionado por un beso de un discípulo que él había elegido y llamado amigo.
Casi todos los otros huyen y lo abandonan; Pedro lo niega tres veces en el
patio del templo. Humillado en el espíritu con burlas, insultos y salivazos;
sufre en el cuerpo violencias atroces, los golpes, los latigazos y la corona de
espinas desfiguran su aspecto haciéndolo irreconocible. Sufre también la
infamia y la condena inicua de las autoridades, religiosas y políticas: es
hecho pecado y reconocido injusto. Pilato lo envía posteriormente a Herodes, y
este lo devuelve al gobernador romano; mientras le es negada toda justicia,
Jesús experimenta en su propia piel también la indiferencia, pues nadie quiere
asumir la responsabilidad de su destino. Y pienso en mucha gente,
en muchos marginados, en muchos prófugos, en muchos refugiados… a los
que les digo que muchos no quieren asumir la responsabilidad de su
destino. El gentío que apenas unos días antes lo aclamaba, transforma las
alabanzas en un grito de acusación, prefiriendo incluso que en lugar de él sea
liberado un homicida. Llega de este modo a la muerte en cruz, dolorosa e
infamante, reservada a los traidores, a los esclavos y a los peores criminales.
La soledad, la difamación y el dolor no son todavía el culmen de su
anonadamiento. Para ser en todo solidario con nosotros, experimenta también en
la cruz el misterioso abandono del Padre. Sin embargo, en el abandono, ora
y confía: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23,46).
Suspendido en el patíbulo, además del escarnio,
afronta también la última tentación: la provocación a bajar de la cruz, a
vencer el mal con la fuerza, y a mostrar el rostro de un Dios potente e
invencible. Jesús en cambio, precisamente aquí, en el culmen
del anonadamiento, revela el rostro auténtico de Dios, que es
misericordia. Perdona a sus verdugos, abre las puertas del paraíso al ladrón
arrepentido y toca el corazón del centurión. Si el misterio del mal es abismal,
infinita es la realidad del Amor que lo ha atravesado, llegando hasta el
sepulcro y los infiernos, asumiendo todo nuestro dolor para redimirlo, llevando
luz donde hay tinieblas, vida donde hay muerte, amor donde hay odio.
Nos puede parecer muy lejano a nosotros el modo de
actuar de Dios, que se ha anonadado por nosotros, mientras a nosotros nos
parece difícil olvidarnos un poco de nosotros mismos. Él viene a salvarnos,
estamos llamados a elegir su camino: el camino del servicio, de la donación,
del olvido de uno mismo. Podemos emprender este camino deteniéndonos en estos
días a mirar el Crucifijo, es la “cátedra de Dios”. Os invito en esta semana a
mirar a menudo a esta “cátedra de Dios”, para aprender el amor humilde, que
salva y da la vida, para renunciar al egoísmo, a la búsqueda del poder y de la
fama. Con su humillación, Jesús nos invita a caminar por su camino. Volvamos a
él la mirada, pidamos la gracia de entender algo de este misterio de su anonadamiento por
nosotros; y así, en silencio, contemplemos el misterio de esta Semana.
21.03.16
El Papa reza por las víctimas del accidente de
tráfico en España
La colisión del autobús en Tarragona
deja 13 universitarios fallecidos y 44 heridos
21 marzo
2016
Ciudad del
Vaticano).- El papa
Francisco ha mostrado su cercanía con las jóvenes víctimas del grave accidente
de tráfico que ocurrió este domingo en Freginals, cerca de Tarragona. Lo ha
hecho a través de un telegrama, firmado por el cardenal Pietro Parolin,
secretario de Estado, y dirigido a monseñor Enrique Benavent Vidal, obispo de
Tortosa.
De este modo, en el mensaje difundido hoy por la
Oficina de Prensa de la Santa Sede, se indica que el Santo Padre “vivamente
apenado al conocer la dolorosa noticia del trágico accidente de tráfico
ocurrido en la localidad de Freginals, que ha ocasionado la muerte de un grupo de
jóvenes estudiantes” ofrece sufragios por el eterno descanso de los fallecidos.
Al mismo tiempo manifiesta “sus deseos de una pronta recuperación de los
heridos”.
En el telegrama, también pide al obispo transmitir “el
sentido pésame de su Santidad, junto con expresiones de cercanía y consuelo a
los familiares que lloran tan irreparable pérdida”. Finalmente pide al Señor
“que derrame sobre ellos los dones de la serenidad espiritual y de la esperanza
cristiana, en prenda de lo cual les imparte de corazón la confortadora
bendición apostólica”.
La tragedia se produjo el domingo por la mañana. El
autobús siniestrado formaba parte de una expedición de cinco vehículos que
habían sido contratados por varias universidades catalanas para un viaje de ida
y vuelta de Barcelona a Valencia. Las universidades habían programado una
visita a las Fallas para los alumnos extranjeros que se están cursando sus
estudios con la beca Erasmus en la ciudad catalana.
El accidente, que deja hasta el momento 13 fallecidos
y 44 heridos, ocurrió minutos antes de las seis de la mañana, cuando el
conductor dio un “volantazo”, atravesó la mediana de la autopista y volcó,
colisionando con otro vehículo que venía en sentido contrario.
22.03.16
El Santo Padre condena ‘la violencia
ciega’ del terrorismo
Francisco se muestra cercano a los
belgas tras los atentados que han sufrido esta mañana en Bruselas
22 marzo
2016
Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco ha condenado este martes “la
violencia ciega que causa tanto sufrimiento” y pidiendo a Dios “el don de la
paz”, ha invocado para las familias de las víctimas y los belgas el beneficio
de las bendiciones divinas.
Al conocer los ataques sucedidos en Bruselas, que han
afectado a muchas personas, el Santo Padre ha encomendado a la misericordia de
Dios a los que murieron y se ha unido en oración a los que lloran su muerte.
Así lo ha indicado en un telegrama, firmado por el cardenal Pietro Parolin,
secretario de Estado, dirigido a monseñor Jozef Del Kesel, arzobispo de
Malines-Bruselas. Del mismo modo, el Pontífice ha expresado su cercanía a los
heridos y sus familias, y a todos aquellos que contribuyen al alivio, “pidiendo
al Señor que les traiga aliento y consuelo en la prueba”.
23.03.16
Francisco
en la audiencia: La Semana Santa muestra que el amor de Dios no tiene límites
El Papa pidió vivir el Triduo
Pascual, sintiendo la misericordia de Dios. Pidió también oraciones por las
víctimas y familiares del atentado en Bélgica
23 marzo
2016
Ciudad del
Vaticano).- El papa
Francisco inició hoy el habitual encuentro semanal de los miércoles con los
fieles, entrando en la Plaza de San Pedro en el papamóvil, saludando a las
miles de personas allí reunidas. El vehículo que lo llevaba se detuvo
diversas veces y el Santo Padre bendijo a los niños y bebes que le acercaron.
Las medidas de seguridad para ingresar en la plaza
eran altas como es habitual, aparentemente no mayores de las rutinarias, a
pesar de los atentados en Bruselas que golpearon este martes el corazón de
Europa. Por lo que se refiere al programa de Semana Santa, no habrá ningún
cambio, de acuerdo a lo indicado ayer por la Oficina de Prensa del Vaticano.
La catequesis de este miércoles frío y ventoso, a
pesar de ser el inicio de la primavera en Europa, comenzó con la lectura en
varios idiomas del evangelio de Lucas. A continuación el Pontífice explicó que
en los tres días de Semana Santa, hay que vivir el Triduo Pascual sintiendo la
misericordia de Dios.
“Parece que el idioma español es muy bullicioso”, dijo
el Papa al escuchar los fuertes aplausos de la plaza cuando inició a hablar en
dicho idioma. Y al resumir la catequesis dijo: “Nuestra reflexión de hoy nos
introduce en el Triduo Pascual. Tres días intensos que nos hablan de la
misericordia de Dios, pues hacen visible hasta dónde puede llegar su amor por
nosotros”. Y recordó que en el evangelio san Juan dice: «Jesús,
habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo».
Así el Santo padre quiso precisar que Jesús “¡Los
amó hasta el fin! El Triduo Pascual es el memorial de un drama de amor que nos
da la certeza de que nunca seremos abandonados en las pruebas de la vida”.
“El Jueves Santo, con la institución de la Eucaristía
y el lavatorio de los pies, Jesús nos enseña que la Eucaristía es el amor que
se hace servicio. El Viernes Santo, llegamos al momento culminante del amor, un
amor que quiere abrazar a todos sin excluir a nadie con una entrega absoluta.
El Sábado Santo, es el día del silencio de Dios, Jesús comparte con toda la
humanidad el drama de la muerte, no dejando ningún espacio donde no llegue la
misericordia infinita de Dios” explicó el Papa.
“En este día –añadió Francisco– el amor no duda, como
María, la primera creyente. Ella no dudó. sino que espera con confianza en
la palabra del Señor hasta que Cristo resucite esplendente el día de pascua”.
Y concluyó: “Saludo cordialmente a los bulliciosos
peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de
España y Latinoamérica. Que en estos días santos, acojamos en nuestro corazón
la grandeza del amor divino en el misterio de la Muerte y Resurrección del
Señor”.
Al dirigirse a los fieles de lengua italiana, el Santo
Padre saludó a los participantes del Congreso UNIV para estudiantes
universitarios, promovido por la prelatura del Opus Dei. Y dirigiéndose a
los peregrinos de idioma alemán saludó al grupo de jóvenes que participan a la
peregrinación del Regnum Christi. El Papa envió también sus saludos a los
peregrinos de idioma árabe, especialmente a los que venían de Egipto, Irak y de
Oriente Medio.
Hacia el final de la audiencia, el Papa indicó que
“con corazón dolorido”, asegura su oración y cercanía “a la querida
población belga”. En particular dirigió su pensamiento a los familiares de las
víctimas y a todos los heridos, así como a todas las personas de buena
voluntad a quienes pide “perseverar en la oración” y pedirle al Señor
en esta Semana Santa, que “conforte todos los corazones afligidos y convertir
los corazones de estas personas enceguecidas por el fundamentalismo cruel”.
E invitó a rezar en silencio por intercesión de la
Virgen: “Ahora en silencio recemos por los muertos, los heridos y por todos los
familiares, así como por todo el pueblo belga”, golpeado por este drama.
La audiencia terminó con la bendición de los objetos
religiosos que los fieles han llevado y con el canto del ‘Pater Noster’.
24.03.16
El Papa en el Coliseo: “Oh Cruz de Cristo, hoy
te seguimos viendo…”
El Santo Padre concluye el Via
Crucis señalando en una plegaria las injusticias y esperanzas de hoy, y que “el
alba del sol es más fuerte que la oscuridad de la noche”
25 marzo
2016
El papa Francisco en el Coliseo en
el Via Crucis (Foto CTV-Osservatore Romano)
Roma).- En el sugestivo escenario del
Coliseo Romano, el papa Francisco presidió el Vía Crucis en la noche de este
viernes santo, ante varios miles de personas allí reunidas con velas
en la mano, y en medio de excepcionales medidas de seguridad.
Las 14 estaciones que llevan por título “Dios es
misericordia” las escribió el cardenal Gualtiero Bassetti arzobispo
de Perugia, por encargo del Santo Padre, acordándose de los dramas de nuestro
tiempo, señalando entretanto que Dios no solo opera misericordia,
sino que es misericordia.
Partiendo del interno del Coliseo, lugar en el que
murieron muchos mártires cristianos, personas de diversas nacionalidades
acompañaron la cruz en su recorrido, entre las cuales de Bolivia,
Paraguay, México, y una familia ecuatoriana. También de Rusia, China, Bosnia,
Siria y de otras partes del mundo. Con ellos estaba además una persona en silla
de ruedas.
Concluido el Via Crucis el Papa rezó la siguiente
oración en la que se reflejan las esperanzas y las preocupaciones, los bienes y
males del mundo de hoy, en los que se ve la cruz de Cristo.
En su oración el Papa dijo:
«Oh Cruz de Cristo, símbolo del amor divino y de la
injusticia humana, icono del supremo sacrificio por amor y del extremo egoísmo
por necedad, instrumento de muerte y vía de resurrección, signo de la
obediencia y emblema de la traición, patíbulo de la persecución y estandarte de
la victoria.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo alzada
en nuestras hermanas y hermanos asesinados, quemados vivos, degollados y
decapitados por las bárbaras espadas y el silencio infame.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los
rostros de los niños, de las mujeres y de las personas extenuadas y
amedrentadas que huyen de las guerras y de la violencia, y que con frecuencia
sólo encuentran la muerte y a tantos Pilatos que se lavan las manos.
Oh Cruz de
Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los doctores de la letra y no del
espíritu, de la muerte y no de la vida, que en vez de enseñar la misericordia y
la vida, amenazan con el castigo y la muerte y condenan al justo.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los
ministros infieles que, en vez de despojarse de sus propias ambiciones,
despojan incluso a los inocentes de su propia dignidad.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los
corazones endurecidos de los que juzgan cómodamente a los demás, corazones
dispuestos a condenarlos incluso a la lapidación, sin fijarse nunca en sus
propios pecados y culpas.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los
fundamentalismos y en el terrorismo de los seguidores de cierta religión que
profanan el nombre de Dios y lo utilizan para justificar su inaudita violencia.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los
que quieren quitarte de los lugares públicos y excluirte de la vida pública, en
el nombre de un cierto paganismo laicista o incluso en el nombre de la igualdad
que tú mismo nos has enseñado.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los
poderosos y en los vendedores de armas que alimentan los hornos de la guerra
con la sangre inocente de los hermanos.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los
traidores que por treinta denarios entregan a la muerte a cualquier persona.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los
ladrones y en los corruptos que en vez de salvaguardar el bien común y la ética
se venden en el miserable mercado de la inmoralidad.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los
necios que construyen depósitos para conservar tesoros que perecen, dejando que
Lázaro muera de hambre a sus puertas.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los
destructores de nuestra «casa común» que con egoísmo arruinan el futuro de las
generaciones futuras.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los
ancianos abandonados por sus propios familiares, en los discapacitados, en los
niños desnutridos y descartados por nuestra sociedad egoísta e hipócrita.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en
nuestro mediterráneo y en el Mar Egeo convertidos en un insaciable cementerio,
imagen de nuestra conciencia insensible y anestesiada.
Oh Cruz de Cristo, imagen del amor sin límite y vía de
la Resurrección, aún hoy te seguimos viendo en las personas buenas y justas que
hacen el bien sin buscar el aplauso o la admiración de los demás.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los
ministros fieles y humildes que alumbran la oscuridad de nuestra vida, como
candelas que se consumen gratuitamente para iluminar la vida de los últimos.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en el
rostro de las religiosas y consagrados –los buenos samaritanos– que lo dejan
todo para vendar, en el silencio evangélico, las llagas de la pobreza y de la
injusticia.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los
misericordiosos que encuentran en la misericordia la expresión más alta de la
justicia y de la fe.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en las
personas sencillas que viven con gozo su fe en las cosas ordinarias y en el
fiel cumplimiento de los mandamientos.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los
arrepentidos que, desde la profundidad de la miseria de sus pecados, saben
gritar: Señor acuérdate de mí cuando estés en tu reino.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los
beatos y en los santos que saben atravesar la oscuridad de la noche de la fe
sin perder la confianza en ti y sin pretender entender tu silencio misterioso.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en las
familias que viven con fidelidad y fecundidad su vocación matrimonial.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los
voluntarios que socorren generosamente a los necesitados y maltratados.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los
perseguidos por su fe que con su sufrimiento siguen dando testimonio auténtico
de Jesús y del Evangelio.
Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los
soñadores que viven con un corazón de niños y trabajan cada día para hacer que
el mundo sea un lugar mejor, más humano y más justo.
En ti, Cruz Santa, vemos a Dios que ama hasta el
extremo, y vemos el odio que domina y ciega el corazón y la mente de los que
prefieren las tinieblas a la luz.
Oh Cruz de Cristo, Arca de Noé que salvó a la
humanidad del diluvio del pecado, líbranos del mal y del maligno. Oh Trono de
David y sello de la Alianza divina y eterna, despiértanos de las seducciones de
la vanidad. Oh grito de amor, suscita en nosotros el deseo de Dios, del bien y
de la luz.
Oh Cruz de Cristo, enséñanos que el alba del sol es
más fuerte que la oscuridad de la noche. Oh Cruz de Cristo, enséñanos que la
aparente victoria del mal se desvanece ante la tumba vacía y frente a la
certeza de la Resurrección y del amor de Dios, que nada lo podrá derrotar u
oscurecer o debilitar. Amén».
Texto
completo de la homilía del Papa en la Vigilia Pascual
El Papa recuerda que la esperanza
cristiana es un don que Dios nos da si salimos de nosotros mismos y nos abrimos
a él
26 marzo
2016
Vigilia Pascual
«Pedro fue corriendo al sepulcro» (Lc 24,12).
¿Qué pensamientos bullían en la mente y en el corazón de Pedro mientras
corría? El Evangelio nos dice que los Once, y Pedro entre ellos, no creyeron
el testimonio de las mujeres, su anuncio pascual. Es más, «lo tomaron por un
delirio» (v.11). En el corazón de Pedro había por tanto duda, junto a muchos
sentimientos negativos: la tristeza por la muerte del Maestro amado y la
desilusión por haberlo negado tres veces durante la Pasión. Hay en cambio un
detalle que marca un cambio: Pedro, después de haber escuchado a las mujeres y
de no haberlas creído, «sin embargo, se levantó» (v.12). No se quedó sentado
a pensar, no se encerró en casa como los demás. No se dejó atrapar por la
densa atmósfera de aquellos días, ni dominar por sus dudas; no se dejó
hundir por los remordimientos, el miedo y las continuas habladurías que no
llevan a nada. Buscó a Jesús, no a sí mismo. Prefirió la vía del encuentro
y de la confianza y, tal como estaba, se levantó y corrió hacia el sepulcro,
de dónde regresó «admirándose de lo sucedido» (v.12). Este fue el comienzo
de la «resurrección» de Pedro, la resurrección de su corazón. Sin ceder a la
tristeza o a la oscuridad, se abrió a la voz de la esperanza: dejó que la luz
de Dios entrara en su corazón sin apagarla.
También las mujeres, que habían salido muy temprano
por la mañana para realizar una obra de misericordia, para llevar los aromas a
la tumba, tuvieron la misma experiencia. Estaban «despavoridas y mirando al
suelo», pero se impresionaron cuando oyeron las palabras del ángel: «¿Por qué
buscáis entre los muertos al que vive?» (v.5).
Al igual que Pedro y las mujeres, tampoco nosotros
encontraremos la vida si permanecemos tristes y sin esperanza y encerrados en
nosotros mismos. Abramos en cambio al Señor nuestros sepulcros sellados, cada
uno de nosotros los conoce, para que Jesús entre y lo llene de vida;
llevémosle las piedras del rencor y las losas del pasado, las rocas pesadas de
las debilidades y de las caídas. Él desea venir y tomarnos de la mano, para sacarnos
de la angustia. Pero la primera piedra que debemos remover esta noche es ésta:
la falta de esperanza que nos encierra en nosotros mismos. Que el Señor nos
libre de esta terrible trampa de ser cristianos sin esperanza, que viven como
si el Señor no hubiera resucitado y nuestros problemas fueran el centro de la
vida.
Continuamente vemos, y veremos, problemas cerca de
nosotros y dentro de nosotros. Siempre los habrá, pero en esta noche hay que
iluminar esos problemas con la luz del Resucitado, en cierto modo hay que
«evangelizarlos». Evangelizar los problemas. No permitamos que la oscuridad y
los miedos atraigan la mirada del alma y se apoderen del corazón, sino
escuchemos las palabras del Ángel: el Señor «no está aquí. Ha resucitado»
(v.6); Él es nuestra mayor alegría, siempre está a nuestro lado y nunca nos
defraudará.
Este es el fundamento de la esperanza, que no es
simple optimismo, y ni siquiera una actitud psicológica o una hermosa
invitación a tener ánimo. La esperanza cristiana es un don que Dios nos da si
salimos de nosotros mismos y nos abrimos a él. Esta esperanza no defrauda
porque el Espíritu Santo ha sido infundido en nuestros corazones (cf. Rm 5,5).
El Paráclito no hace que todo parezca bonito, no elimina el mal con una varita
mágica, sino que infunde la auténtica fuerza de la vida, que no consiste en
la ausencia de problemas, sino en la seguridad de que Cristo, que por nosotros
ha vencido el pecado, la muerte y el temor, siempre nos ama y nos perdona. Hoy
es la fiesta de nuestra esperanza, la celebración de esta certeza: nada ni
nadie nos podrá apartar nunca de su amor (cf. Rm 8,39). El Señor está
vivo y quiere que lo busquemos entre los vivos. Después de haberlo encontrado,
invita a cada uno a llevar el anuncio de Pascua, a suscitar y resucitar la
esperanza en los corazones abrumados por la tristeza, en quienes no
consiguen encontrar la luz de la vida. Hay tanta necesidad de ella hoy.
Olvidándonos de nosotros mismos, como siervos alegres de la esperanza,
estamos llamados a anunciar al Resucitado con la vida y mediante el amor; si no
es así seremos un organismo internacional con un gran número de seguidores y
buenas normas, pero incapaz de apagar la sed de esperanza que tiene el mundo.
¿Cómo podemos alimentar nuestra esperanza? La
liturgia de esta noche nos propone un buen consejo. Nos enseña a hacer
memoria, hacer memoria de las obras de Dios. Las lecturas, en
efecto, nos han narrado su fidelidad, la historia de su amor por nosotros. La
Palabra viva de Dios es capaz de implicarnos en esta historia de amor,
alimentando la esperanza y reavivando la alegría. Nos lo recuerda también el
Evangelio que hemos escuchado: los ángeles, para infundir la esperanza en las
mujeres, dicen: «Recordad cómo [Jesús] os habló» (v.6). Hacer memoria de las
palabras de Jesús, hacer memoria de todo lo que ha hecho en nuestra vida. No
olvidemos su Palabra y sus acciones, de lo contrario perderemos la esperanza y
nos convertiremos en cristianos sin esperanza; hagamos en cambio memoria del
Señor, de su bondad y de sus palabras de vida que nos han conmovido;
recordémoslas y hagámoslas nuestras, para ser centinelas del alba que saben
descubrir los signos del Resucitado.
Queridos hermanos y hermanas, ¡Cristo ha resucitado! Y
nosotros tenemos la posibilidad de abrirnos y recibir su don de esperanza.
Abrámonos a la esperanza y pongámonos en camino; que el recuerdo de sus obras
y de sus palabras sea la luz resplandeciente que oriente nuestros pasos
confiadamente hacia la Pascua que no conocerá ocaso.
27.03.16
El Papa pide que se avive nuestra cercanía a
las víctimas del terrorismo
Países como Siria, Ucrania, Irak,
Yemen, Libia, Nigeria, Chad, Camerún, Costa de Marfil o Venezuela en el centro
del mensaje de la bendición Urbi et Orbi en el Domingo de Pascua
27 marzo
2016
Ciudad del
Vaticano).- En el
domingo de la Pascua de la Resurrección del Señor, el papa Francisco presidió,
en el atrio de la Basílica Vaticana, la solemne celebración de la misa en la
plaza de San Pedro. En la eucaristía, que comenzó con el rito del “Resurrexit”,
participaron fieles romanos y peregrinos procedentes de todas las partes del
mundo. Miles de flores de muchos colores decoraban el atrio de la Basílica,
dando así color al día que la Iglesia católica celebra la Resurrección de
Jesús. El Santo Padre no pronunció la homilía tras la lectura del Evangelio,
porque al finalizar la misa hizo la bendición “Urbi et Orbi” con el Mensaje
pascual.
Al concluir la eucaristía, el Papa subió al papamóvil
y dio una vuelta por la plaza y por vía de la Conciliación, para saludar de
cerca a los presentes. A continuación, entró en la Basílica para asomarse
a la ventana de la loggia central desde donde leyó el mensaje. Francisco invitó
a confiar totalmente en Dios y darle gracias porque “ha descendido por
nosotros hasta el fondo del abismo”. Ante las simas espirituales y morales de
la humanidad, ante al vacío que se crea en el corazón y que provoca odio y
muerte, “solamente una infinita misericordia puede darnos la salvación”,
aseguró. También subrayó que Jesús nos concede su mirada de ternura y compasión
“hacia los hambrientos y sedientos, los extranjeros y los encarcelados, los
marginados y descartados, las víctimas del abuso y la violencia”.
A propósito, el Papa observó que el mundo está
lleno de personas que sufren en el cuerpo y en el espíritu, mientras que las
crónicas diarias están repletas de informes sobre delitos brutales, tanto en el
ámbito doméstico, como conflictos armados a gran escala.
Y así, dedicó unas palabras para la “querida Siria”, a
la que Cristo resucitado indica caminos de esperanza, “un país desgarrado por
un largo conflicto, con su triste rastro de destrucción, muerte, desprecio por
el derecho humanitario y la desintegración de la convivencia civil”. Por eso
pidió encomendar al Señor resucitado “las conversaciones en curso”, para que,
“se puedan recoger frutos de paz y emprender la construcción de una sociedad
fraterna, respetuosa de la dignidad y los derechos de todos los ciudadanos”.
Del mismo modo manifestó su deseo de que se promueva un intercambio fecundo
entre pueblos y culturas en las zonas de la cuenca del Mediterráneo y de Medio
Oriente, en particular en Irak, Yemen y Libia. Para israelíes y palestinos en
Tierra Santa deseó que se “fomente la convivencia” así como “la disponibilidad
paciente y el compromiso cotidiano de trabajar en la construcción de los
cimientos de una paz justa y duradera a través de negociaciones directas y
sinceras”. También se acordó de la guerra de Ucrania para que alcance “una
solución definitiva”, inspirando y apoyando también las iniciativas de ayuda
humanitaria, incluida la de liberar a las personas detenidas.
Recordando los recientes atentados de Bélgica,
Turquía, Nigeria, Chad, Camerún y Costa de Marfil, el Santo Padre pidió que se
“avive en esta fiesta de Pascua nuestra cercanía a las víctimas del terrorismo,
esa forma ciega y brutal de violencia que no cesa de derramar sangre inocente
en diferentes partes del mundo”.
El Pontífice manifestó su deseo de que se lleve a buen
término el fermento de esperanza y las perspectivas de paz en África; en
particular, en Burundi, Mozambique, la República Democrática del Congo y en el
Sudán del Sur. Que el mensaje pascual –añadió el papa Francisco– se proyecte
cada vez más sobre el pueblo venezolano, en las difíciles condiciones en las
que vive, así como sobre los que tienen en sus manos el destino del país, para
que se trabaje en pos del bien común, buscando formas de diálogo y colaboración
entre todos.
Unas palabras también para recordar a los emigrantes y
refugiados, “hombres y mujeres en camino para buscar un futuro mejor”, “una
muchedumbre cada vez más grande” que huye de la guerra, el hambre, la pobreza y
la injusticia social. Al respecto el Papa expresó su deseo de que la cita de la
próxima Cumbre Mundial Humanitaria no deje de poner “en el centro a la persona
humana, con su dignidad”, y “desarrollar políticas capaces de asistir y
proteger a las víctimas de conflictos y otras situaciones de emergencia”,
especialmente “a los más vulnerables y los que son perseguidos por motivos
étnicos y religiosos”.
Finalmente, dedicó unas palabras a “quienes en
nuestras sociedades han perdido toda esperanza y el gusto de vivir”: Mira, hago
nuevas todas las cosas… al que tenga sed yo le daré de la fuente del agua de la
vida gratuitamente (Ap 21,5-6). Que este mensaje consolador de Jesús
–concluyó el Pontífice– nos ayude a todos nosotros a reanudar con mayor
vigor la construcción de caminos de reconciliación con Dios y con los hermanos.
28.03.16
El Papa: ‘Cristo resucitado nos da la fuerza
para levantarnos de nuevo’
Texto completo de la oración del
Regina Coeli en el lunes de Pascua. El Santo Padre pide oraciones por las
víctimas de los atentados de Pakistán
29 marzo
2016
Ciudad del
Vaticano).- El papa Francisco rezó este lunes de Pascua, la oración del Regina
Coeli desde la ventana del estudio del Palacio Apostólico, con los fieles y
peregrinos reunidos en la plaza de San Pedro.
Estas son las palabras del Papa para introducir la
oración mariana, que en el tiempo pascual sustituye al ángelus:
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En este lunes después de Pascua, llamado “Lunes del
ángel”, nuestro corazones están todavía llenos de alegría pascual. Después del
tiempo cuaresmal, tiempo de penitencia y de conversión, que la Iglesia ha
vivido con particular intensidad en este Año Santo de la Misericordia; después
de las sugerentes celebraciones del Triduo Santo; nos paramos también hoy
delante de la tumba vacía de Jesús, y meditamos con estupor y reconocimiento el
gran misterio de la resurrección del Señor.
La vida ha vencido a la muerte. ¡La misericordia y el
amor han vencido al pecado! Hay necesidad de fe y de esperanza para abrirse a
este nuevo y maravilloso horizonte. Y nosotros sabemos que la fe y la esperanza
son un don de Dios y debemos pedirlo: “¡Señor, dame la fe, dame la esperanza!
¡Lo necesitamos tanto!”. Dejémonos impregnar por las emociones que resuenan en
la secuencia pascual: “Sí, estamos seguros: Cristo ha resucitado realmente”.
¡El Señor ha resucitado en medio de nosotros! Esta verdad marcó de forma
indeleble la vida de los apóstoles que, después de la resurrección, advirtieron
de nuevo la necesidad de seguir a su Maestro y, recibido el Espíritu Santo,
fueron sin miedo a anunciar a todos lo que habían visto con sus ojos y
experimentado personalmente.
En este Año jubilar estamos llamados a redescubrir y a
acoger con particular intensidad el confortante anuncio de la resurrección:
“¡Cristo, mi esperanza, ha resucitado!”. Si Cristo ha resucitado, podemos mirar
con ojos y corazón nuevos a cada evento de nuestra vida, también a los más
negativos. Los momentos de oscuridad, de fracaso y también de pecado pueden
transformarse y anunciar un camino nuevo. Cuando hemos tocado el fondo de
nuestra miseria y de nuestra debilidad, Cristo resucitado nos da la fuerza para
levantarnos de nuevo. ¡Si nos encomendamos a Él, su gracia nos salva! El Señor crucificado
y resucitado es la plena revelación de la misericordia, presente y operante en
la historia. Este es el mensaje pascual que resuena aún hoy y que resuena por
todo el tiempo de Pascua hasta Pentecostés.
Testigo silenciosa de los eventos de la pasión y de la
resurrección de Jesús fue María. Ella estuvo de pie junto a la cruz: no se ha
doblegado ante el dolor, sino que su fe permaneció fuerte. En su corazón roto
de madre siempre quedó encendida la llama de la esperanza. Pidámosle a Ella que
nos ayude también a nosotros a acoger en plenitud el anuncio pascual de la
resurrección, para encarnarlo en lo concreto de nuestra vida cotidiana.
Que la Virgen María nos done la certeza de fe, para
que cada paso sufrido de nuestro camino, iluminado por la luz de la Pascua, sea
bendición y alegría para nosotros y para los demás, en especial para los que
sufren a causa del egoísmo y de la indiferencia.
Invoquémosla, pues, con fe y devoción, con el Regina
Coeli, la oración que sustituye el Ángelus durante todo el tiempo pascual.»
Regina
Coeli….
Queridos
hermanos y hermanas,
ayer, en Pakistán central, la Santa Pascua estuvo
ensangrentada por un reprobable atentado, que se cobró la vida de muchas
personas inocentes, en su mayor parte familias de minoría cristiana –
especialmente mujeres y niños – reunidos en un parque público para pasar la
alegría de la festividad pascual. Deseo manifestar mi cercanía a los que han
sido golpeados por este crimen vil e insensato, e invito a rezar al Señor por
las numerosas
víctimas y por sus seres queridos.
Hago un llamamiento a las autoridades civiles y a
todos los componentes sociales de esa nación, para que realicen todo esfuerzo
para volver a dar seguridad y serenidad a la población y, en particular, a las
minorías religiosas más vulnerables. Repito una vez más que la violencia y el
odio homicida conducen solamente al dolor y a la destrucción; el respeto y la
fraternidad son el único camino para llegar a la paz. La Pascua del Señor
suscite en nosotros, de forma aún más fuerte, la oración a Dios para que se
detengan las manos de los violentos, que siembran terror y muerte, y en el
mundo pueda reinar el amor, la justicia y la reconciliación. Rezamos todos por
los muertos de este atentado, por los familiares, por las minorías cristianas y
étnicas de esa nación: Dios te salve María….
En el clima pascual, os saludo cordialmente a todos,
peregrinos venidos de Italia y de distintas partes del mundo para participar en
este momento de oración. Y recordad siempre esa bonita expresión de la
Liturgia: “¡Cristo, mi esperanza, ha resucitado!”. La decimos tres veces todos
juntos: “¡Cristo, mi esperanza, ha resucitado!, ¡Cristo, mi esperanza, ha
resucitado!, ¡Cristo, mi esperanza, ha resucitado!”.
Os deseo a cada uno pasar en la alegría y en la serenidad
esta Semana en la que se prolonga la alegría de la Resurrección de Cristo. Para
vivir más intensamente este periodo nos hará bien leer cada día un pasaje del
Evangelio en el que se habla del evento de la Resurrección. Cinco minutos, no
más, se puede leer un pasaje del Evangelio. ¡Recordad esto!
¡Feliz y Santa Pascua a todos! Por favor, no os
olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!
30.03.16
Lo decimos juntos, todos juntos: Dios es más grande que nuestro pecado… Una vez más: Dios es más grande que nuestro pecado… Una vez más: Dios es más grande que nuestro pecado. Y su amor es un océano en el cual nos podemos sumergir sin temor de ser vencidos: el perdón para Dios significa darnos la seguridad de que él no nos abandona nunca. Por cualquier cosa que podamos reprocharnos, él es aún y siempre más grande que todo, porque Dios es más grande que nuestro pecado.
Texto
completo de la catequesis en la audiencia del 30 de marzo de 2016
La misericordia de Dios supera
cualquier pecado y nos invita a sumergirnos en este océano
Este
miércoles la Plaza de San Pedro estaba adornada con flores por la Pascua
Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco concluyó este
miércoles las catequesis sobre la misericordia en el Antiguo testamento, y
recordando el ‘Miserere’, señaló como el salmista reconoce la confianza en
Dios, ya que al perdonarnos demuestra que su amor vale más que nuestro pecado y
nos invita a sumergirnos en ese océano de misericordia. Y quien ha sido perdonado
por la gracia divina, puede enseñar a no pecar más.
A
continuación el texto completo:
«Terminamos hoy las catequesis sobre la misericordia
en el Antiguo Testamento, y lo hacemos meditando sobre el Salmo 51, llamado
Miserere. Se trata de una oración penitencial, en la cual el pedido de perdón
está precedido por la confesión de la culpa y en el cual el orante, dejándose
purificar pro el amor del Señor, se vuelve una nueva criatura, capaz de
obediencia, de firmeza de espíritu, y de alabanza sincera.
El título que la antigua tradición judía ha puesto a
este salmo hace referencia al rey David y a su pecado con Betsabé, la esposa de
Urías el ittita. Conocemos la historia. El rey David, llamado por Dios para
pastorear a su pueblo y a guiarlo en los caminos de la obediencia a la Ley
divina, traiciona su misión y después de haber cometido adulterio con Betsabé,
hace asesinar al esposo.
El profeta Natán le desvela su culpa y le ayuda a
reconocerla. Es el momento de la reconciliación con Dios, en la confesión del
propio pecado. Y aquí David fue humilde y grande.
Quien reza este salmo está invitado a tener los mismos
sentimientos de arrepentimiento y de confianza en Dios que tuvo David cuando se
corrigió, y bien siendo rey se humillo sin tener temor de confesar su culpa y
mostrar la propia miseria al Señor, convencido entretanto de la certeza de su
misericordia; y no era una pequeña mentira la que había dicho, ¡sino un
adulterio y un asesinato!
El
salmo inicia con estas palabras de súplica:
¡Ten piedad de mí, oh Dios, por tu bondad,
por tu gran compasión, borra mis faltas!
¡Lávame totalmente de mi culpa
y purifícame de mi pecado! (vv. 3 – 4).
¡Ten piedad de mí, oh Dios, por tu bondad,
por tu gran compasión, borra mis faltas!
¡Lávame totalmente de mi culpa
y purifícame de mi pecado! (vv. 3 – 4).
La invocación está dirigida al Dios de misericordia
porque, movido por un gran amor como el de un padre o de una madre, tenga
piedad, o sea nos haga gracia, muestre su favor con benevolencia y comprensión.
Es un llamado del corazón a Dios, el único que puede liberar del pecado. Son
usadas imágenes muy plásticas: borra, lávame, vuélveme puro.
Se manifiesta en esta oración la verdadera necesidad
del hombre: la única cosa de la que tenemos necesidad verdadera en nuestra vida
es la de ser perdonados, liberados del mal y de sus consecuencias de muerte.
Lamentablemente la vida nos hace sentir tantas veces
estas situaciones, y sobre todo es esas tenemos que confiar en la misericordia.
¡Dios es más grande que nuestro pecado, no nos olvidemos esto, Dios es más
grande que nuestro pecado!
– Pero padre no oso decirlo, las he hecho tan
pesadas, tantas y grandes…
Dios es más grande que todos los pecados que nosotros podamos hacer. Dios es más grande que nuestro pecado.
Dios es más grande que todos los pecados que nosotros podamos hacer. Dios es más grande que nuestro pecado.
Lo decimos juntos, todos juntos: Dios es más grande que nuestro pecado… Una vez más: Dios es más grande que nuestro pecado… Una vez más: Dios es más grande que nuestro pecado. Y su amor es un océano en el cual nos podemos sumergir sin temor de ser vencidos: el perdón para Dios significa darnos la seguridad de que él no nos abandona nunca. Por cualquier cosa que podamos reprocharnos, él es aún y siempre más grande que todo, porque Dios es más grande que nuestro pecado.
En este sentido, quien reza con este salmo busca el
perdón, confiesa al propia culpa, pero reconociéndola celebra la justicia y la
santidad de Dios. Y después aún pide gracia y misericordia.
El salmista se confía a la voluntad de Dios, sabe que
el perdón divino es enormemente eficaz, porque crea lo que dice. No esconde el
pecado, sino que lo destruye y lo borra, lo borra desde la raíz, no como
sucede en la tintorería cuando llevamos un traje y borran la mancha, no, Dios
borra justamente nuestro pecado desde la raíz, todo.
Por lo tanto el penitente se vuelve puro, y cada
mancha es eliminada y el ahora está más blanco que la nieve incontaminada.
Todos nosotros somos pecadores, ¿es verdad ésto? Si
alguno de los presentes no se siente pecador que levante la mando. Nadie, todos
lo somos. Nosotros pecadores con el perdón nos volvemos criaturas nuevas,
llenas por el Espíritu y llenas de alegría. Entonces una nueva realidad
comienza para nosotros, un nuevo corazón, un nuevo espíritu, una nueva vida.
Nosotros pecadores perdonados, que hemos recibido la gracia divina, podemos
incluso enseñar a los otros a no pecar más.
Pero padre soy débil, porque yo caigo, caigo, caigo.
Pero si caes levántate, levántate. Cuando un niño se cae levanta la mano para
que el papá o la mamá te levante. Hagamos lo mismo. Si tu caes por debilidad en
el pecado levanta tu mano y el Señor la toma y te levantará, ¡esta es la
dignidad del perdón de Dios! Dios ha creado al hombre y a la mujer para que
estén de pie. Dice el salmista:
Crea en mí,
Dios mío, un corazón puro,
y renueva la firmeza de mi espíritu.
(…)
Yo enseñaré tu camino a los impíos
y los pecadores volverán a ti. (vv. 12 – 15)
y renueva la firmeza de mi espíritu.
(…)
Yo enseñaré tu camino a los impíos
y los pecadores volverán a ti. (vv. 12 – 15)
Queridos hermanos y hermanas, el perdón de Dios es
aquello que necesitamos todos, y es el signo más grande de su misericordia. Un
don que cada pecador perdonado está llamado a compartir con cada hermanos o
hermana que encuentra. Todos los que el Señor nos ha puesto a nuestro lado, los
familiares, los amigos, los colegas, los parroquianos… todos, como nosotros,
tienen necesidad de la misericordia de Dios. Es bello ser perdonados pero es
necesario para ser perdonados que antes perdones, perdona. Nos conceda el Señor
por la intercesión de María Madre de Misericordia, ser testigos de su
perdón, que purifica el corazón y transforma la vida. Gracias».
31.03.16
Texto completo de las palabras del Papa en la vigilia de la Divina
Misericordia
‘Una fe que no es capaz de ser
misericordiosa, como son signo de misericordia las llagas del Señor, no es fe,
es idea, es ideología’
Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco participó
este sábado por la tarde en la vigilia de oración junto a quienes siguen la
espiritualidad de la Divina Misericordia y tomaron parte estos días a las
celebraciones del Jubileo y del Congreso Apostólico europeo de la Misericordia.
Al término de la vigilia el Santo Padre dirigió unas
palabras recordando que las manifestaciones de la misericordia son
continuas, que no deberíamos acostumbrarnos a recibirla, porque con gran
fantasía Dios cuyo nombre es ‘Misericordia’ sale a nuestro encuentro. Reconoció
que es difícil llegar a ser testigos de esa misericordia pero que
es un camino que dura toda la vida y no debe detenerse. Y que la
misericordia reconoce el rostro de Jesucristo en quien está más lejos, débil,
solo, confundido y marginado.
Señaló que la misericordia nunca puede dejarnos
tranquilos, porque es el amor de Cristo que nos “inquieta” hasta que no hayamos
alcanzado el objetivo de involucrar, a quienes tienen necesidad de
misericordia para permitir que todos sean reconciliados con el Padre.
A
continuación el texto completo:
«Queridos hermanos y hermanas, buenas tardes.
Compartimos con alegría y agradecimiento este momento de oración que nos
introduce en el Domingo de la Misericordia, muy deseado por san Juan Pablo II
para hacer realidad una petición de santa Faustina.
Los testimonios que han sido presentados —por los que
damos gracias— y las lecturas que hemos escuchado abren espacios de luz y de
esperanza para entrar en el gran océano de la misericordia de Dios. ¿Cuántos
son los rostros de la misericordia, con los que él viene a nuestro encuentro?
Son verdaderamente muchos; es imposible describirlos
todos, porque la misericordia de Dios es un crescendo continuo. Dios no se
cansa nunca de manifestarla y nosotros no deberíamos acostumbrarnos nunca a
recibirla, buscarla y desearla. Siempre es algo nuevo que provoca estupor y
maravilla al ver la gran fantasía creadora de Dios, cuando sale a nuestro
encuentro con su amor.
Dios se ha revelado, manifestando muchas veces su
nombre, y este nombre es “misericordioso” (cf. Ez 34,6). Así como la naturaleza
de Dios es grande e infinita, del mismo modo es grande e infinita su
misericordia, hasta el punto que parece una tarea difícil poder describirla en
todos sus aspectos.
Recorriendo las páginas de la Sagrada Escritura,
encontramos que la misericordia es sobre todo cercanía de Dios a su pueblo. Una
cercanía que se manifiesta principalmente como ayuda y protección.
Es la cercanía de un padre y de una madre que se
refleja en una bella imagen del profeta Oseas: «Con lazos humanos los atraje,
con vínculos de amor. Fui para ellos como quien alza un niño hasta sus
mejillas. Me incliné hacia él para darle de comer» (11,4).
Es muy expresiva esta imagen: Dios toma a cada uno de
nosotros y nos alza hasta sus mejillas. Cuánta ternura contiene y cuánto amor
manifiesta. He pensado en esta palabra del Profeta cuando he visto el logo del
Jubileo. Jesús no sólo lleva sobre sus espaldas a la humanidad, sino que además
pega su mejilla a la de Adán, hasta el punto que los dos rostros parecen
fundirse en uno.
No tenemos un Dios que no sepa comprender y
compadecerse de nuestras debilidades (cf. Hb 4, 15). Al contrario, precisamente
en virtud de su misericordia, Dios se ha hecho uno de nosotros: «El Hijo de
Dios con su encarnación, se ha unido, en cierto modo, con cada hombre.
Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de
hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la
Virgen María, se hizo verdaderamente uno de nosotros, en todo semejantes a
nosotros, excepto en el pecado» (Gaudium et spes, 22).
Por lo tanto, en Jesús no sólo podemos tocar la
misericordia del Padre, sino que somos impulsados a convertirnos nosotros
mismos en instrumentos de su misericordia. Puede ser fácil hablar de
misericordia, mientras que es más difícil llegar a ser testigos de esa
misericordia en lo concreto. Este es un camino que dura toda la vida y no debe
detenerse. Jesús nos dijo que debemos ser “misericordiosos como el Padre” (cf.
Lc 6,36).
¡Cuántos rostros, entonces, tiene la misericordia de
Dios! Ésta se nos muestra como cercanía y ternura, pero en virtud de ello
también como compasión y comunicación, como consolación y perdón. Quién más la
recibe, más está llamado a ofrecerla, a comunicarla; no se puede tener
escondida ni retenida sólo para sí mismo.
Es algo que quema el corazón y lo estimula a amar,
porque reconoce el rostro de Jesucristo sobre todo en quien está más lejos,
débil, solo, confundido y marginado. La misericordia sale a buscar la oveja
perdida, y cuando la encuentra manifiesta una alegría contagiosa. La
misericordia sabe mirar a los ojos de cada persona; cada una es preciosa para
ella, porque cada una es única.
Queridos hermanos y hermanas, la misericordia nunca
puede dejarnos tranquilos. Es el amor de Cristo que nos “inquieta” hasta que no
hayamos alcanzado el objetivo; que nos empuja a abrazar y estrechar a nosotros,
a involucrar, a quienes tienen necesidad de misericordia para permitir que
todos sean reconciliados con el Padre (cf. 2 Co 5,14-20).
No debemos tener miedo, es un amor que nos alcanza y
envuelve hasta el punto de ir más allá de nosotros mismos, para darnos la
posibilidad de reconocer su rostro en los hermanos. Dejémonos guiar dócilmente por
este amor y llegaremos a ser misericordiosos como el Padre.
Hemos escuchado el Evangelio: Tomás era un terco, no
había creído y encontró la fe cuando tocó las llagas del Señor. Una fe que no
es capaz de ponerse en las llagas del Señor no es fe. Una fe que no es capaz de
ser misericordiosa, como son signo de misericordia las llagas del Señor, no es
fe, es idea, es ideología.
Nuestra fe está encarnada en un Dios que se hizo
carne, que se hizo pecado, que fue llagado por nosotros.
Pero si nosotros queremos creer verdaderamente y tener
la fe, tenemos que acercarnos y tocar esa llaga, acariciar esa llaga. Y también
agachar la cabeza y dejar que los otros acaricien nuestras llagas.
Entonces que sea el Espíritu Santo quien guíe nuestros
pasos: Él es el amor, Él es la misericordia que se comunica a nuestros
corazones. No pongamos obstáculos a su acción vivificante, sino sigámoslo
dócilmente por los caminos que nos indica.
Permanezcamos con el corazón abierto, para que el
Espíritu pueda transformarlo; y así, perdonados y reconciliados, entrados en
las llagas del Señor seamos testigos de la alegría que brota del haber
encontrado al Señor Resucitado, vivo entre nosotros».
Después de
la bendición el Santo Padre añadió:
«El otro día, hablando con los dirigentes de una
asociación de ayuda, de caridad, salió esta idea y pensé: la diré el sábado en
la plaza. ¡Qué lindo sería que como un recuerdo, como un monumento de este
Año de la Misericordia haya en cada diócesis una obra estructural de
misericordia!
Un hospital, una casa de reposo para ancianos, para
niños abandonados, una escuela donde no haya, una casa para recuperar a los que
sufren adicciones, y tantas otras cosas que se pueden hacer. Sería lindo que
cada diócesis piense: qué puedo dejar como recuerdo viviente, como obra de
misericordia viviente, como llaga de Jesús viviente, en este Año de la
Misericordia. Pensemos y hablemos con nuestros obispos».
03.04.16
El Papa en el Regina Coeli: renovar el empeño
por un mundo desminado
Al concluir la misa de la Divina
Misericordia, el Santo Padre recordó la guerra en Ucrania y convocó una colecta
para el 24 de abril
3 abril 2016
El papa
Francisco reza el Regina Coeli al concluir la misa de la Divina Misericordia
Ciudad del Vaticano).- Al concluir la santa misa en la plaza de San Pedro, con motivo del Domingo
de la Misericordia, el papa Francisco rezó la oración del Regina
Coeli y dirigió las siguientes palabras a los peregrinos allí presentes.
Texto
completo:
«En este día que es como el corazón del Año Santo
de la Misericordia, mi pensamiento se dirige a todas las poblaciones que
tienen más sed de reconciliación y de paz. Pienso en particular al drama, aquí
en Europa, de quien sufre las consecuencias de la violencia en Ucrania: de
todos aquellos se quedan en las tierras golpeadas por las hostilidades que han
causado ya varios miles de muertos, y de todos aquellos, más de un millón, que
fueron desplazados por la grave situación que perdura.
Los afectados son principalmente ancianos y niños.
Además de acompañarlos con mi constante pensamiento y con mi oración, he
sentido la necesidad de promover una ayuda humanitaria para ellos. Con esta
finalidad se realizará una colecta especial en todas las iglesias católicas de
Europa, el próximo domingo 24 de abril.
Invito a los fieles a unirse a esta iniciativa del
Papa con una generosa contribución. Este gesto de caridad, además de aliviar
los sufrimientos materiales, quiere expresar la cercanía y la solidaridad mia
personal y de toda la Iglesia, a Ucrania. Deseo vivamente que esto pueda ayudar
a promover sin posteriores atrasos la paz y el respeto del Derecho en
aquella tierra tan probada.
Y mientras rezamos por la paz, recordemos que mañana
es la Jornada Mundial contra las minas anti-hombre. Demasiadas personas
siguen siendo asesinadas o mutiladas por estas terribles armas, y hombres y
mujeres valerosos arriesgan su vida para desminar los terrenos.
¡Renovemos, por favor, el empeño por un mundo desminado!
Al concluir envío mi saludo a todos los que han
participado a esta celebración, en particular a los grupos que cultivan la
espiritualidad de la Divina Misericordia. Todos juntos nos dirigimos en oración
a nuestra Madre».
Después del canto del Regina Coeli, el papa Francisco
concluyó la oración e impartió la bendición apostólica.
04.04.16
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