El Papa pide recibir y proteger, pero también integrar a los inmigrantes y refugiados
Difunden
el mensaje de la 104º Jornada Mundial de los emigrantes y refugiados
que se celebrará el 14 de enero de 2018
(Ciudad
del Vaticano, 21 Ago. 2017).- El santo padre Francisco escribió un
mensaje para la 104º Jornada Mundial de los emigrantes y refugiados
que se celebrará el 14 de enero de 2018, en la que pide “acoger”
y “proteger” a los inmigrantes y refugiados, sin olvidarse de
“promover e integrar” a los recién llegados en la sociedad
que les acoge.
En
concreto, más corredores y visas humanitarias, alternativas a la
detención, evitar deportaciones hacia países que no respetan los
derechos humanos, conceder la ciudadanía y favorecer la
reunificación familiar. Pide también se aprueben en el 2018 en la
ONU los dos Global
Compacts, uno
dedicado a los refugiados y otro a los emigrantes.
En
este mensaje fechado el 15 de agosto, día de la Asunción de María
y difundido hoy por la Oficina de prensa de la Santa Sede, el Santo
Padre recuerda su preocupación desde el inicio de su pontificado por
la “triste situación de tantos emigrantes y refugiados que huyen
de las guerras, de las persecuciones, de los desastres naturales y de
la pobreza”, y asegura que se trata de un ‘signo de los tiempos’
que desde su visita a Lampedusa, en 2013, ha “intentado leer
invocando la luz del Espíritu Santo”.
Señala
también que en el nuevo Dicasterio que instituyó para el Servicio
del Desarrollo Humano Integral, creó una sección especial dirigida
por él como expresión de la solicitud de la Iglesia hacia los
emigrantes, los desplazados, los refugiados y las víctimas de la
trata, y recuerda citando el evangelio de Mateo que “cada forastero
que llama a nuestra puerta es una ocasión de encuentro con
Jesucristo, que se identifica con el extranjero acogido o rechazado
en cualquier época de la historia”.
En
concreto el Papa propone cuatro puntos o verbos, en la que cada uno
debe dar una respuesta de acuerdo a sus posibilidades: “acoger,
proteger, promover e integrar”.
Acoger. El
Papa pide incrementar y simplificar la concesión de visas por
motivos humanitarios y por reunificación familiar; más corredores
humanitarios; evitar las expulsiones colectivas y arbitrarias de
emigrantes y refugiados, en particular hacia países que no respetan
la dignidad ni los derechos fundamentales.
Proteger. Francisco
indica que la protección empieza en la patria del migrante,
prosiguiendo en el país de inmigración. Señala que la Convención
internacional sobre los derechos del niño ofrece
una base jurídica universal los emigrantes menores de edad. Y pide
evitar crear personas apátridas gracias a “leyes relativas a la
nacionalidad” de acuerdo con el “derecho internacional”.
Promover. El
Santo Padre señala que todos los emigrantes y refugiados deben tener
la posibilidad de realizarse como personas en todas las dimensiones,
y que se respete “la dimensión religiosa” garantizando “la
libertad de profesar y practicar su propia fe”.
Integrar. El
Pontífice precisa que la integración no es “una asimilación, que
induce a suprimir o a olvidar la propia identidad cultural”. Y
reitera el compromiso de la Iglesia que debe dar, junto a la
comunidad política y la sociedad civil, cada una según sus propias
responsabilidades.
El
Santo Padre Santo Padre señala también en su mensaje, que en la
Cumbre de la ONU de 2016, los Estados se comprometieron a elaborar y
aprobar antes de finales de 2018 dos pactos globales (Global
Compacts), uno dedicado a los refugiados y otro a los emigrantes, e
invita a “compartir este mensaje” con quienes están interesados
en la aprobación de los dos pactos globales.
El
Papa recuerda con motivo de la fiesta de la Asunción, cuando firmó
el mensaje, que la Virgen María experimentó en sí la dureza del
exilio, acompañó amorosamente al Hijo en su camino hasta el
Calvario y ahora comparte eternamente su gloria.
Y
concluye :“A su materna intercesión confiamos las esperanzas de
todos los emigrantes y refugiados del mundo y los anhelos de las
comunidades que los acogen, para que, de acuerdo con el supremo
mandamiento divino, aprendamos todos a amar al otro, al extranjero,
como a nosotros mismos.
Acoger,
proteger, promover e integrar a los emigrantes y refugiados
Queridos hermanos y hermanas: ‘El emigrante que reside entre vosotros será para vosotros como uno de vuestro pueblo: lo amarás como a ti mismo, porque emigrantes fuisteis en Egipto. Yo soy el Señor vuestro Dios’ (Lv 19,34).
Durante
mis primeros años de pontificado he manifestado en repetidas
ocasiones cuánto me preocupa la triste situación de tantos
emigrantes y refugiados que huyen de las guerras, de las
persecuciones, de los desastres naturales y de la pobreza. Se trata
indudablemente de un «signo de los tiempos» que, desde mi visita a
Lampedusa el 8 de julio de 2013, he intentado leer invocando la luz
del Espíritu Santo.
Cuando
instituí el nuevo Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano
Integral, quise que una sección especial –dirigida temporalmente
por mí– fuera como una expresión de la solicitud de la Iglesia
hacia los emigrantes, los desplazados, los refugiados y las víctimas
de la trata.
Cada
forastero que llama a nuestra puerta es una ocasión de encuentro con
Jesucristo, que se identifica con el extranjero acogido o rechazado
en cualquier época de la historia (cf. Mt 25,35.43).
A
cada ser humano que se ve obligado a dejar su patria en busca de un
futuro mejor, el Señor lo confía al amor maternal de la Iglesia.[1]
Esta solicitud ha de concretarse en cada etapa de la experiencia
migratoria: desde la salida y a lo largo del viaje, desde la llegada
hasta el regreso.
Es
una gran responsabilidad que la Iglesia quiere compartir con todos
los creyentes y con todos los hombres y mujeres de buena voluntad,
que están llamados a responder con generosidad, diligencia,
sabiduría y amplitud de miras –cada uno según sus posibilidades–
a los numerosos desafíos planteados por las migraciones
contemporáneas.
A
este respecto, deseo reafirmar que «nuestra respuesta común se
podría articular en torno a cuatro verbos: acoger, proteger,
promover e integrar».[2]
AcogerConsiderando
el escenario actual, acoger significa, ante todo, ampliar las
posibilidades para que los emigrantes y refugiados puedan entrar de
modo seguro y legal en los países de destino. En ese sentido, sería
deseable un compromiso concreto para incrementar y simplificar la
concesión de visados por motivos humanitarios y por reunificación
familiar.
Al
mismo tiempo, espero que un mayor número de países adopten
programas de patrocinio privado y comunitario, y abran corredores
humanitarios para los refugiados más vulnerables. Sería
conveniente, además, prever visados temporales especiales para las
personas que huyen de los conflictos hacia los países vecinos.
Las
expulsiones colectivas y arbitrarias de emigrantes y refugiados no
son una solución idónea, sobre todo cuando se realizan hacia países
que no pueden garantizar el respeto a la dignidad ni a los derechos
fundamentales.[3] Vuelvo a subrayar la importancia de ofrecer a los
emigrantes y refugiados un alojamiento adecuado y decoroso.
«Los
programas de acogida extendida, ya iniciados en diferentes lugares,
parecen sin embargo facilitar el encuentro personal, permitir una
mejor calidad de los servicios y ofrecer mayores garantías de
éxito».[4]
El
principio de la centralidad de la persona humana, expresado con
firmeza por mi amado predecesor Benedicto XVI,[5] nos obliga a
anteponer siempre la seguridad personal a la nacional. Por tanto, es
necesario formar adecuadamente al personal encargado de los controles
de las fronteras. Las condiciones de los emigrantes, los solicitantes
de asilo y los refugiados, requieren que se les garantice la
seguridad personal y el acceso a los servicios básicos. En nombre de
la dignidad fundamental de cada persona, es necesario esforzarse para
preferir soluciones que sean alternativas a la detención de los que
entran en el territorio nacional sin estar autorizados.[6]
Proteger
El segundo verbo, proteger, se conjuga en toda una serie de acciones en defensa de los derechos y de la dignidad de los emigrantes y refugiados, independientemente de su estatus migratorio. [7] Esta protección comienza en su patria y consiste en dar informaciones veraces y ciertas antes de dejar el país, así como en la defensa ante las prácticas de reclutamiento ilegal.
El segundo verbo, proteger, se conjuga en toda una serie de acciones en defensa de los derechos y de la dignidad de los emigrantes y refugiados, independientemente de su estatus migratorio. [7] Esta protección comienza en su patria y consiste en dar informaciones veraces y ciertas antes de dejar el país, así como en la defensa ante las prácticas de reclutamiento ilegal.
[8]
En la medida de lo posible, debería continuar en el país de
inmigración, asegurando a los emigrantes una adecuada asistencia
consular, el derecho a tener siempre consigo los documentos
personales de identidad, un acceso equitativo a la justicia, la
posibilidad de abrir cuentas bancarias y la garantía de lo básico
para la subsistencia vital.
Si
las capacidades y competencias de los emigrantes, los solicitantes de
asilo y los refugiados son reconocidas y valoradas oportunamente,
constituirán un verdadero recurso para las comunidades que los
acogen. [9]
Por
tanto, espero que, en el respeto a su dignidad, les sea concedida la
libertad de movimiento en los países de acogida, la posibilidad de
trabajar y el acceso a los medios de telecomunicación. Para quienes
deciden regresar a su patria, subrayo la conveniencia de desarrollar
programas de reinserción laboral y social.
La
Convención internacional sobre los derechos del niño ofrece una
base jurídica universal para la protección de los emigrantes
menores de edad. Es preciso evitarles cualquier forma de detención
en razón de su estatus migratorio y asegurarles el acceso regular a
la educación primaria y secundaria. Igualmente es necesario
garantizarles la permanencia regular al cumplir la mayoría de edad y
la posibilidad de continuar sus estudios.
En
el caso de los menores no acompañados o separados de su familia es
importante prever programas de custodia temporal o de acogida. [10]
De acuerdo con el derecho universal a una nacionalidad, todos los
niños y niñas la han de tener reconocida y certificada
adecuadamente desde el momento del nacimiento.
La
situación de apátridas en la que se encuentran a veces los
emigrantes y refugiados puede evitarse fácilmente por medio de
«leyes relativas a la nacionalidad conformes con los principios
fundamentales del derecho internacional».[11] El estatus migratorio
no debería limitar el acceso a la asistencia sanitaria nacional ni a
los sistemas de pensiones, como tampoco a la transferencia de sus
contribuciones en el caso de repatriación.
PromoverPromover
quiere decir esencialmente trabajar con el fin de que a todos los
emigrantes y refugiados, así como a las comunidades que los acogen,
se les dé la posibilidad de realizarse como personas en todas las
dimensiones que componen la humanidad querida por el Creador.[12]
Entre
estas, la dimensión religiosa ha de ser reconocida en su justo
valor, garantizando a todos los extranjeros presentes en el
territorio la libertad de profesar y practicar la propia fe. Muchos
emigrantes y refugiados tienen grados profesionales que hay que
certificar y valorar convenientemente.
Así
como «el trabajo humano está destinado por su naturaleza a unir a
los pueblos»,[13] animo a esforzarse en la promoción de la
inserción socio-laboral de los emigrantes y refugiados, garantizando
a todos –incluidos los que solicitan asilo– la posibilidad de
trabajar, cursos formativos lingüísticos y de ciudadanía activa,
como también una información adecuada en sus propias lenguas.
En
el caso de los emigrantes menores de edad, su participación en
actividades laborales ha de ser regulada de manera que se prevengan
abusos y riesgos para su crecimiento normal.
En
el año 2006, Benedicto XVI subrayaba cómo la familia es, en el
contexto migratorio, «lugar y recurso de la cultura de la vida y
principio de integración de valores».[14] Hay que promover siempre
su integridad, favoreciendo la reagrupación familiar –incluyendo
los abuelos, hermanos y nietos–, sin someterla jamás a requisitos
económicos.
Respecto
a emigrantes, solicitantes de asilo y refugiados con discapacidad hay
que asegurarles mayores atenciones y ayudas. Considero digno de
elogio los esfuerzos desplegados hasta ahora por muchos países en
términos de cooperación internacional y de asistencia humanitaria.
Con todo, espero que en la distribución de esas ayudas se tengan en
cuenta las necesidades –por ejemplo: asistencia médica y social,
como también educación– de los países en vías de desarrollo,
que reciben importantes flujos de refugiados y emigrantes, y se
incluyan de igual modo entre los beneficiarios de las mismas
comunidades locales que sufren carestía material y
vulnerabilidad.[15]
IntegrarEl
último verbo, integrar, se pone en el plano de las oportunidades de
enriquecimiento intercultural generadas por la presencia de los
emigrantes y refugiados. La integración no es «una asimilación,
que induce a suprimir o a olvidar la propia identidad cultural. El
contacto con el otro lleva, más bien, a descubrir su “secreto”,
a abrirse a él para aceptar sus aspectos válidos y contribuir así
a un conocimiento mayor de cada uno. Es un proceso largo, encaminado
a formar sociedades y culturas, haciendo que sean cada vez más
reflejo de los multiformes dones de Dios a los hombres».[16]
Este
proceso puede acelerarse mediante el ofrecimiento de la ciudadanía,
desligada de los requisitos económicos y lingüísticos, y de vías
de regularización extraordinaria, a los emigrantes que puedan
demostrar una larga permanencia en el país. Insisto una vez más en
la necesidad de favorecer, en cualquier caso, la cultura del
encuentro, multiplicando las oportunidades de intercambio cultural,
demostrando y difundiendo las «buenas prácticas» de integración,
y desarrollando programas que preparen a las comunidades locales para
los procesos de integración.
Debo
destacar el caso especial de los extranjeros obligados a abandonar el
país de inmigración a causa de crisis humanitarias. Estas personas
necesitan que se les garantice una asistencia adecuada para la
repatriación y programas de reinserción laboral en su patria. De
acuerdo con su tradición pastoral, la Iglesia está dispuesta a
comprometerse en primera persona para que se lleven a cabo todas las
iniciativas que se han propuesto más arriba.
Sin
embargo, para obtener los resultados esperados es imprescindible la
contribución de la comunidad política y de la sociedad civil, cada
una según sus propias responsabilidades.
Durante
la Cumbre de las Naciones Unidas, celebrada en Nueva York el 19 de
septiembre de 2016, los líderes mundiales han expresado claramente
su voluntad de trabajar a favor de los emigrantes y refugiados para
salvar sus vidas y proteger sus derechos, compartiendo esta
responsabilidad a nivel global. A tal fin, los Estados se
comprometieron a elaborar y aprobar antes de finales de 2018 dos
pactos globales (Global Compacts), uno dedicado a los refugiados y
otro a los emigrantes.
Queridos
hermanos y hermanas, a la luz de estos procesos iniciados, los
próximos meses representan una oportunidad privilegiada para
presentar y apoyar las acciones específicas, que he querido
concretar en estos cuatro verbos.
Los
invito, pues, a aprovechar cualquier oportunidad para compartir este
mensaje con todos los agentes políticos y sociales que están
implicados –o interesados en participar– en el proceso que
conducirá a la aprobación de los dos pactos globales.
Hoy,
15 de agosto, celebramos la solemnidad de la Asunción de la
Bienaventurada Virgen María al Cielo. La Madre de Dios experimentó
en sí la dureza del exilio (cf. Mt 2,13-15), acompañó amorosamente
al Hijo en su camino hasta el Calvario y ahora comparte eternamente
su gloria.
A
su materna intercesión confiamos las esperanzas de todos los
emigrantes y refugiados del mundo y los anhelos de las comunidades
que los acogen, para que, de acuerdo con el supremo mandamiento
divino, aprendamos todos a amar al otro, al extranjero, como a
nosotros mismos. Vaticano,
15
de agosto de 2017 Solemnidad de la Asunción de la Virgen María
FRANCISCO
[1] Cf. Pío XII, Const. ap. Exsul Familia, Titulus Primus, I.
[2] Discurso a los participantes en el Foro Internacional «Migraciones y paz» (21 febrero 2017).
[3] Cf. Intervención del Observador Permanente de la Santa Sede en la 103 Sesión del Consejo de la Organización Internacional para las Migraciones (26 noviembre 2013).
[4] Discurso a los participantes en el Foro Internacional «Migraciones y paz» (21 febrero 2017).
[5] Cf. Benedicto XVI, Carta enc. Caritas in veritate, 47.
[6] Cf. Intervención del Observador Permanente de la Santa Sede en la 20 Sesión del Consejo de Derechos Humanos (22 junio 2012).
[7] Cf. Benedicto XVI, Carta enc. Caritas in veritate, 62.
[8] Cf. Pontificio Consejo para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes, Instr. Erga migrantes caritas Christi, 6.
[9] Cf. Benedicto XVI, Discurso a los participantes en el Congreso Mundial sobre la Pastoral de los Emigrantes y los Refugiados (9 noviembre 2009).
[10] Cf. Benedicto XVI, Mensaje para la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado 2010; Intervención del Observador Permanente de la Santa Sede en la 26 Sesión Ordinaria del Consejo de los Derechos Humanos. Los derechos humanos de los emigrantes (13 junio 2014).
[11] Pontificio Consejo para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes y Pontificio Consejo Cor Unum, Acoger a Cristo en los refugiados y en los desplazados forzosos (2013), 70.
[12] Cf. Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, 14.
[13] Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 27.
[14] Benedicto XVI, Mensaje para la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado 2007.
[15] Pontificio Consejo para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes y Pontificio Consejo Cor Unum, Acoger a Cristo en los refugiados y en los desplazados forzosos (2013), 30-31.
[16] Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial del Emigrante y el Refugiado 2005.
[2] Discurso a los participantes en el Foro Internacional «Migraciones y paz» (21 febrero 2017).
[3] Cf. Intervención del Observador Permanente de la Santa Sede en la 103 Sesión del Consejo de la Organización Internacional para las Migraciones (26 noviembre 2013).
[4] Discurso a los participantes en el Foro Internacional «Migraciones y paz» (21 febrero 2017).
[5] Cf. Benedicto XVI, Carta enc. Caritas in veritate, 47.
[6] Cf. Intervención del Observador Permanente de la Santa Sede en la 20 Sesión del Consejo de Derechos Humanos (22 junio 2012).
[7] Cf. Benedicto XVI, Carta enc. Caritas in veritate, 62.
[8] Cf. Pontificio Consejo para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes, Instr. Erga migrantes caritas Christi, 6.
[9] Cf. Benedicto XVI, Discurso a los participantes en el Congreso Mundial sobre la Pastoral de los Emigrantes y los Refugiados (9 noviembre 2009).
[10] Cf. Benedicto XVI, Mensaje para la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado 2010; Intervención del Observador Permanente de la Santa Sede en la 26 Sesión Ordinaria del Consejo de los Derechos Humanos. Los derechos humanos de los emigrantes (13 junio 2014).
[11] Pontificio Consejo para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes y Pontificio Consejo Cor Unum, Acoger a Cristo en los refugiados y en los desplazados forzosos (2013), 70.
[12] Cf. Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, 14.
[13] Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 27.
[14] Benedicto XVI, Mensaje para la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado 2007.
[15] Pontificio Consejo para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes y Pontificio Consejo Cor Unum, Acoger a Cristo en los refugiados y en los desplazados forzosos (2013), 30-31.
[16] Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial del Emigrante y el Refugiado 2005.
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