Audiencia General, 14 marzo 2018
Dedicada
a la fracción del Pan y el ‘Padre Nuestro’
(14
marzo 2018).- “¿Qué mejor oración que la enseñada por Jesús
puede disponernos a la Comunión sacramental con él?” ha propuesto
el Papa Francisco.
Dedicada
a la fracción del Pan y a la oración del ‘Padre Nuestro’,
Francisco ha ofrecido esta mañana, a las 9:50 horas, la 12ª
catequesis del ciclo sobre la Eucaristía, en la Audiencia General,
celebrada en la plaza de San Pedro del Vaticano.
El
Papa ha recordado que en la Última Cena, después de que Jesús tomó
el pan y el cáliz de vino, y dio gracias a Dios, sabemos que “partió
el pan”: Esto es lo que conocemos como la “Liturgia eucarística
de la misa”.
Partir
el pan es “el gesto revelador que hizo que los discípulos lo
reconocieran después de su resurrección”. Así –subraya el
Santo Padre– los discípulos de Emaús, hablando del encuentro con
el Resucitado, relatan “cómo lo reconocieron al partir el pan”.
Padre
“¡Cuántas
veces hay gente que dice ‘Padre Nuestro’, pero no sabe lo que
dice!”, ha expresado Francisco. Porque sí, es el Padre, pero ¿tú
sientes que cuándo dices `Padre´, Él es el Padre, tu Padre, el
Padre de la humanidad, el Padre de Jesucristo? ¿Tú tienes una
relación con este Padre?”, ha preguntado a los participantes en la
Audiencia.
Al
rezar el “Padre Nuestro”, imploramos “el perdón de nuestras
ofensas”, ha recordado el Obispo de Roma. “Es una gracia, con
nuestras fuerzas no podemos: perdonar es una gracia del Espíritu
Santo”.
Por
lo tanto, mientras abre nuestros corazones a Dios, el “Padre
Nuestro” también nos dispone al amor fraterno. También
pedimos “el pan de cada día” –ha observado el Santo Padre– ,
en el que vemos una referencia específica al Pan eucarístico, que
“necesitamos para vivir como hijos de Dios”.
Catequesis
del Papa Francisco
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Continuamos
la catequesis sobre la santa misa. En la Última Cena, después de
que Jesús tomó el pan y el cáliz de vino, y dio gracias a Dios,
sabemos que “partió el pan”. A esta acción corresponde, en la
Liturgia eucarística de la misa, la fracción del Pan,
precedida por la oración que el Señor nos ha enseñado, o sea, el
“Padre nuestro”.
Y
así comienzan los ritos de Comunión, prolongando la alabanza y la
súplica de la Plegaria Eucarística con el rezo comunitario del
“Padre Nuestro”. Esta no es una de las tantas oraciones
cristianas, sino que es la
oración de los hijos de Dios:
es la gran oración que nos ha enseñado Jesús. De hecho, dado el
día de nuestro bautismo, el “Padre Nuestro” hace que resuenen en
nosotros los mismos sentimientos que hubo en Cristo Jesús. Cuando
rezamos el “Padre nuestro” rezamos como rezaba Jesús. Es la
oración que hacía Jesús y nos la enseñó a nosotros; cuando los
discípulos le dijeron: “Maestro, enséñanos a rezar como rezas
tú”. Y Jesús rezaba así. Es muy bello rezar como Jesús.
Formados en su divina enseñanza, nos atrevemos a recurrir a Dios
llamándolo “Padre”, porque hemos renacido como hijos suyos a
través del agua y del Espíritu Santo (véase Ef. 1: 5). Nadie, en
verdad, podría llamarlo familiarmente “Abbá”
–Padre-
sin haber sido generado por Dios, sin la inspiración del Espíritu,
como enseña San Pablo (ver Rom 8:15). Tenemos que pensar: ninguno
puede llamarlo “Padre” sin la inspiración del Espíritu.
¡Cuántas veces hay gente que dice “Padre nuestro”, pero no sabe
lo que dice!. Porque sí, es el Padre, pero ¿tú sientes que cuándo
dices “Padre”, Él es el Padre, tu Padre, el Padre de la
humanidad, el Padre de Jesucristo? ¿Tú tienes una relación con
este Padre? Cuando rezamos el “Padre nuestro” nos unimos con el
Padre que nos ama, pero es el Espíritu quien nos da esta unión,
este sentimiento de ser hijos de Dios.
¿Qué
mejor oración que la enseñada por Jesús puede disponernos a la
Comunión sacramental con él? El “Padre Nuestro” se reza, además
de en la misa, por la mañana y por la noche en laudes y vísperas;
de esta manera, la actitud filial hacia Dios y de fraternidad
con el prójimo contribuyen a dar una forma cristiana a nuestros
días.
En
la Oración del Señor –en el “Padre nuestro”– pedimos “el
pan de cada día”, en el que vemos una referencia específica al
Pan eucarístico, que necesitamos para vivir como hijos de Dios.
Imploramos también “el perdón de nuestras ofensas”, y para que
seamos dignos de recibir el perdón nos comprometemos a perdonar a
quienes nos han ofendido. Y esto no es fácil. Perdonar a las
personas que nos han ofendido no es fácil; es una gracia que debemos
pedir: “Señor, enséñame a perdonar como tú me has perdonado”.
Es una gracia, con nuestras fuerzas no podemos: perdonar es una
gracia del Espíritu Santo. Por lo tanto, mientras abre nuestros
corazones a Dios, el “Padre Nuestro” también nos dispone al amor
fraterno. Finalmente, pedimos nuevamente a Dios que nos “libre del
mal” que nos separa de él y nos divide de nuestros hermanos.
Entendemos bien que estas son peticiones muy adecuadas para
prepararnos para la Sagrada Comunión (ver Instrucción General del
Misal Romano, 81).
De
hecho, lo que pedimos en el “Padre Nuestro” se prolonga con la
oración del sacerdote que, en nombre de todos, suplica: “Líbranos,
Señor, de todos los males, concede la paz en nuestros días”.
Y después recibe una especie de sello en el rito de la paz: En
primer lugar, se invoca de Cristo que el don de su paz (cf. Jn 14,27)
–tan diferente de la paz del mundo– haga que la Iglesia crezca en
la unidad y la paz según su voluntad; luego, con el gesto concreto
intercambiado entre nosotros, expresamos “la comunión eclesial y
la mutua caridad, antes de
la comunión sacramental.” (IGMR, 82
En
el rito romano, el intercambio del signo de la paz, colocado desde la
antigüedad antes de la comunión, se ordena a la comunión
eucarística. De acuerdo con la advertencia de San Pablo, no se puede
compartir el mismo pan que nos hace un solo cuerpo en Cristo, sin
reconocerse pacificados por el amor fraterno (cf. 1 Cor 10,16-17;
11,29). La paz de Cristo no puede echar raíces en un corazón
incapaz de vivir la fraternidad y de recomponerla después de haberla
herido. La paz la da el Señor: Él nos da la gracia de perdonar a
los que nos han ofendido.
El
gesto de la paz es seguido por la fracción del Pan, que
desde los tiempos apostólicos dio su nombre a toda la celebración
de la Eucaristía (cf. IGMR, 83; Catecismo de la Iglesia Católica,
1329). Hecho por Jesús durante la Última Cena, partir el pan es el
gesto revelador que hizo que los discípulos lo reconocieran después
de su resurrección. Recordemos a los discípulos de Emaús, quienes,
hablando del encuentro con el Resucitado, relatan “cómo lo
reconocieron al partir el pan” (cf. Lc 24,30-31,35).
La
fracción del Pan eucarístico va acompañada de la invocación del
“Cordero de Dios”, figura con la que Juan Bautista indicó en
Jesús “al que quita el pecado del mundo” (Jn 1, 29). La imagen
bíblica del cordero habla de redención (véase Ex 12: 1-14, Is 53:
7, 1 Pt. 1:19, Ap 7:14). En el pan eucarístico, partido por la vida
del mundo, la asamblea orante reconoce al verdadero Cordero de Dios,
que es Cristo Redentor, y le ruega: “Ten piedad de nosotros …
danos la paz”.
“Ten
piedad de nosotros”, “danos la paz” son invocaciones que,
desde la oración del “Padre Nuestro” a la fracción del pan, nos
ayudan a prepararnos para participar en el banquete eucarístico,
fuente de comunión con Dios y con los hermanos.
No
olvidemos la gran oración: la que nos ha enseñado Jesús y que es
la oración con que Él rezaba al Padre. Y esta oración nos prepara
a la Comunión.
15.03.18
15.03.18
“Valor y paciencia”, características fundamentales de la oración
Reflexión
en Santa Marta a partir del diálogo entre Dios y Moisés
(15
marzo 2018).- “Valor y paciencia” son las características de la
oración que debe elevarse a Dios “con libertad, como hijos”.
En
su homilía de la Misa matutina celebrada este 15 de marzo en la
capilla de la Casa de Santa Marta, el Papa Francisco reflexionó
sobre el poder de la oración, a partir del diálogo entre Dios y
Moisés, informa ‘Vatican News’ en español.
“Si
yo quiero que el Señor escuche algo que le pido, debo ir, e ir, e
ir, llamar a la puerta, y llamo al corazón de Dios, y llamo desde
acá… ¡Porque mi corazón está implicado con esto! Pero si mi
corazón no se implica con esa necesidad, con esa persona por la que
debo rezar, ni siquiera será capaz de tener valor y paciencia”.
“Cara
a cara”
Francisco
ha comentado la primera lectura de la liturgia del día, tomada
del libro del Éxodo, que relata la conversación entre el Señor y
Moisés sobre la apostasía de su pueblo: El Profeta trata de
desviar al Señor de sus propósitos iracundos contra el pueblo que
“ha dejado la gloria de Dios vivo para adorar un becerro de oro”.
En el diálogo audaz que desarrolla, Moisés “se acerca con sus
argumentaciones” y recuerda al Padre todo lo que hizo por su gente,
a la que condujo a salvo de la esclavitud de Egipto, evoca la
fidelidad de Abraham y de Isaac.
En
sus palabras, en este “cara a cara”, se transluce la implicación
del Profeta y su amor por el pueblo. Moisés no tiene miedo de decir
la verdad, no “entra en el juego del soborno”, no cede ante la
posibilidad “de vender su conciencia”. “Y esto – precisó el
Pontífice – le gusta a Dios”, porque “cuando Dios ve un alma,
una persona que reza y reza y reza por algo, Él se conmueve”.
Moisés
–ha observado el Papa– no entra en la “lógica del soborno”,
él está con el pueblo y lucha por el pueblo. Las Sagradas
Escrituras están llenas de ejemplos de “constancia”, de la
capacidad de “ir adelante con paciencia”: la cananea, el “ciego
en la salida de Jericó”.
Francisco
ha animado a es estar involucrados, luchar e ir adelante y ayunar
para vivir mejor este “camino de la oración de intercesión”.
“Que
el Señor nos dé esta gracia. La gracia de rezar ante Dios con
libertad, como hijos; de rezar con insistencia, de rezar con
paciencia. Pero sobre todo, rezar sabiendo que yo hablo con mi Padre,
y mi Padre me escuchará. Que el Señor nos ayude a progresar en esta
oración de intercesión”.
16.03.18
16.03.18
Francisco: “El sacerdote debe ser un hombre siempre en camino”
Audiencia
con los sacerdotes estudiantes de los Colegios Pontificios
eclesiásticos de Roma
(16
marzo 2018).- “El sacerdote debe ser un hombre siempre en camino,
un hombre de escucha y jamás solo: tiene que tener la humildad de
ser acompañado”: ha respondido Francisco a la pregunta de un
seminarista.
El
Papa se reunió en la mañana del viernes, 16 de marzo de 2018,
con seminaristas y sacerdotes estudiantes de los Colegios
Pontificios eclesiásticos de Roma, en el aula Pablo VI del Vaticano,
ha informado ‘Vatican News’.
En
un entorno familiar con cantos, oraciones y lecturas, reflexión y
diálogo abierto, el Pontífice ha respondido a cinco preguntas
centradas en la formación y la espiritualidad sacerdotal, dio
indicaciones y recomendaciones y no hizo faltar sus bromas y
sonrisas.
El
encuentro comenzó con la acogida del Pontífice en un clima de
fiesta, seguido por el saludo del Card. Beniamino Stella, Prefecto de
la Congregación para el Clero.
“Siempre
en camino”
La
primera pregunta ha sido leída por un seminarista francés en
representación de los europeos: pide al Pontífice cómo tener junto
el ministerio presbiteral con la humildad de sentirse discípulos y
misioneros.
El
Santo Padre le respondido que “el sacerdote debe ser un hombre
siempre en camino, un hombre de escucha y jamás solo: tiene que
tener la humildad de ser acompañado”.
Discernimiento
El
discernimiento es fundamental para ir adelante y para
comprender lo que está bien y lo que está mal –ha contestado el
Papa a la segunda pregunta, leída por un seminarista africano de
Sudán–.
Francisco
precisa que son dos las condiciones para un verdadero discernimiento:
que se haga en la oración ante Dios, y que se haga confrontándose
con otro, una guía capaz de escuchar y de dar orientaciones.
“Cuando
no hay discernimiento en la vida sacerdotal –ha puntualiza el Santo
Padre– hay rigidez y casuística. Hay incapacidad de seguir
adelante. Todo se vuelve cerrado, el Espíritu Santo no trabaja.
Francisco recomienda a los sacerdotes que tomen al Espíritu Santo
como compañero de camino y dice que a menudo se tiene miedo del
Espíritu Santo, que se lo quiere enjaular”.
Formación
humana
El
Papa subraya la importancia de la formación humana del presbítero:
Un sacerdote mejicano habla en nombre de aquellos llegados de América
Latina y pregunta al Santo Padre cómo se puede salvaguardar el
equilibrio integral del sacerdote a lo largo de toda su vida.
Es
necesario ser personas normales, humanas, –dice– capaces de gozar
con los demás, de reírse, de escuchar en silencio a un enfermo, de
consolar dando una caricia. Es necesario ser padres, ser fecundos,
dar vida a los demás. Sacerdotes padres –concluye– no
funcionarios de lo sagrado o empleados de Dios.
“Carácter
diocesano”
El
Papa ha respondido que es necesario el “carácter diocesano”, al
ser preguntado por las características de la espiritualidad del
sacerdote diocesano, pregunta que ha formulado un presbítero
estadounidense.
“Que
significa que el sacerdote debe cuidar la relación con el propio
obispo, aun si fuera un tipo difícil, con sus hermanos presbíteros
y con la gente de su parroquia, que son sus hijos”. Si trabajan en
estos aspectos –ha afirmado Francisco– se volverán santos.
“Conocer
los propios límites”
Un
sacerdote de Filipinas ha preguntado al Pontífice sobre la
formación permanente. El Papa recomienda que se cuide la propia
formación: humana, pastoral, espiritual, comunitaria. Y dice que la
formación permanente nace de la conciencia de la propia debilidad.
Es
importante conocer los propios límites. Además, sumergidos en la
cultura contemporánea, preguntarse cómo se vive la comunicación
virtual, cómo se usa el propio celular; prepararse a enfrentar las
tentaciones sobre la castidad –que llegarán, dice el Papa– y
después, cuidarse de la soberbia, de la atracción por el dinero,
del poder y de las comodidades.
17.03.18
17.03.18
Entra en las llagas de Jesús “hasta su corazón”: Palabras del Papa Francisco antes del Ángelus
La
cruz no es un accesorio de vestimenta
(18
marzo 2018).-“Ve a sus heridas, entra, contempla; mira a
Jesús, pero desde dentro”: el Papa Francisco te invita a mirar la
cruz de Jesús” desde el interior”, no solo para contemplar las
heridas de Cristo en la cruz, sino para “entrar”, “a su
corazón” y ver un “acto supremo de amor, fuente de vida y
salvación para la humanidad de todos los tiempos”. Él
subraya la fecundidad de la cruz: “Sus
heridas nos han curado”.
De
hecho, el Papa ha comentado el evangelio de este domingo, 18 de marzo
de 2018, antes de la oración del Ángelus, en la Plaza de San Pedro,
en presencia de 20,000 visitantes, según las cifras de la policía
del Vaticano.
Invitó
a preguntarse si el crucifijo se consideraba un “objeto ornamental”
o un “accesorio de vestuario” o si se le contemplaba desde el
interior, comprendiendo el misterio: “¿Miro desde el interior,
entro en las heridas de Jesús hasta su corazón?”
“El
Evangelio de hoy nos invita a dirigir nuestra mirada hacia el
crucifijo, que no es un objeto ornamental o un accesorio de
vestimenta, ¡del cual se abusa a veces! – sino un signo
religioso para contemplar y comprender”- dijo el Papa Francisco.
Recordó
la hermosa tradición, que él mismo pone en práctica, de rezar un
“Padre Nuestro” por cada una de las heridas de Cristo: “Cuando
recemos este Padre Nuestro, busquemos entrar a través de las heridas
de Jesús, al interior, justamente hasta su corazón. Y aquí
aprenderemos la gran sabiduría del misterio de Cristo, la gran
sabiduría de la cruz”.
Evocó
esta “ley pascual” del grano de trigo caído al suelo para ser
fecundado, como el “dinamismo” propio de la vida del cristiano,
que se realiza por las obras de misericordia.
Palabras
del Papa antes del Ángelus
¡Queridos
hermanos y hermanas buenos días!.
El
Evangelio de hoy (Jn
12, 20-33)
narra un episodio que tuvo lugar en los últimos días de la
vida de Jesús. La escena tiene lugar en Jerusalén, donde él se
encuentra para la fiesta de la Pascua judía.
Para
esta celebración ritual llegaron también algunos griegos, se trata
de hombres animados por sentimientos religiosos, atraídos por la fe
del pueblo judío, quienes habiendo oído hablar de este gran
profeta, se acercan a Felipe, uno de los doce apóstoles, y le dicen,
“queremos ver a Jesús” (v. 21). Juan enfatiza esta frase,
centrada en el verbo ver,
que, en el vocabulario del evangelista significa ir más allá de las
apariencias para captar
el misterio de una persona.
El verbo que utiliza Juan, “ver”,
es llegar hasta el corazón, llegar, por la vista, por la
comprensión, hasta lo íntimo de la persona, al interior de la
persona.
La
reacción de Jesús es sorprendente. Él no responde con un “sí”
o un “no”, sino que dice: “La hora ha llegado para el
Hijo del hombre de ser glorificado” (v. 23). Estas palabras, que a
simple vista, parecen ignorar la cuestión de los griegos, en
realidad dan la respuesta verdadera porque quién quiere conocer a
Jesús debe mirar
al interior de la cruz,
dónde se revela su Gloria.
Mirar al
interior de la cruz.
El Evangelio de hoy nos invita a dirigir nuestra mirada hacia el
crucifijo, que no es un objeto ornamental o un accesorio de vestir,
del que ¡a veces se abusa!, sino que es un signo religioso al cual
contemplar y comprender.
En
la imagen de Jesús crucificado se revela el misterio de la muerte
del Hijo como supremo acto de amor, fuente de vida y salvación para
la humanidad de todos los tiempos. En sus llagas hemos sido curados.
Puedo
pensar “¿Cómo miro el crucifijo?, ¿Como una obra de arte para
ver si es bello o no? ¿O miro al interior, entro en las llagas de
Jesús hasta su corazón? ¿Miro el misterio del Dios aniquilado
hasta la muerte, como un esclavo, como un criminal? “no os olvidéis
de esto: Mirad el crucifijo, pero mirarlo desde el interior. Está
esta bella devoción de rezar un Padre nuestro a cada una de las
cinco llaga: Cuando rezamos este Padre nuestro, tratamos de entrar a
través de las llagas de Jesús, al interior, precisamente a su
corazón. Y aquí aprenderemos la gran sabiduría del misterio
de Cristo, la gran sabiduría de la Cruz.
Y
para explicar el significado de su muerte y de su resurrección,
Jesús emplea una imagen y dice: “si el grano de trigo no cae en
tierra y muere queda infecundo; pero si muere da mucho fruto”.
Quiere hacer comprender que su vivencia extrema, es decir la cruz,
muerte y resurrección es un acto de fecundidad, sus
llagas nos han curado, una
fecundidad que dará fruto para muchos. De esta manera se compara a
si mismo con el grano que muere en la tierra y genera vida nueva. Con
la encarnación Jesús ha venido a la tierra; pero esto no vasta: Él
debe también morir para rescatar a los hombres de la esclavitud del
pecado y darles una nueva vida reconciliada en el amor. He dicho:
“para rescatar a los hombres”, pero para recatarte a ti, a mí, a
cada uno de nosotros, Él ha pagado este precio. Este es el misterio
de Cristo. Ve a sus llagas, entra, contempla; mira a Jesús, pero
desde el interior.
Y
este dinamismo del grano de trigo, que se cumple en Jesús, debe
realizarse también en nosotros, sus discípulos: estamos llamados a
hacer nuestra esta ley
pascual,
de perder la vida para recibir la nueva y también eterna. ¿Y qué
significa perder
la vida?
es decir, ¿Qué significa ser el grano de trigo? Significa pensar
menos en sí mismos, en los intereses personales y saber “ver “y
salir al encuentro de las necesidades de nuestro prójimo, en
especial de los marginados, cumplir con alegría obas de caridad
hacia cuantos sufren en el cuerpo y en el espíritu es el modo más
auténtico de vivir el Evangelio, es el fundamento necesario para que
nuestras comunidades crezcan en la fraternidad y en la acogida
recíproca.
Quiero
ver a Jesús, pero verlo desde dentro, entra por sus llagas y
contempla aquel amor de su corazón, para ti, para mí, para todos.
La
Virgen María, que ha tenido siempre la mirada de su corazón fija en
su Hijo, desde Belén hasta la cruz del Calvario, nos ayude a
encontrarlo y a conocerlo así como Él quiere, para que podamos
vivir iluminados por Él, y podamos llevar al mundo frutos de
justicia y de paz. 19.03.18
Pre-Sínodo: Francisco anima a los jóvenes a que “hablen abiertamente”
El
Papa ha inaugurado la primera jornada con los jóvenes
(19
marzo 2018).- “Ustedes son los protagonistas y es importante
que hablen abiertamente”: El Papa Francisco ha invitado a los
jóvenes a un “diálogo intenso” en la primera jornada de la
reunión pre-sinodal.
El
Papa Francisco inauguró esta mañana, en la solemnidad de San José,
19 de marzo, el encuentro pre-sinodal en el Pontificio Colegio
Internacional Maria
Mater Ecclesiae, en
Roma.
Hasta
el próximo 24 de marzo, más de 300 jóvenes de los 5 continentes se
congregan en el Vaticano para participar en esta reunión previa a
la XV Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos del mes
de octubre que tendrá por tema “Los jóvenes, la fe y el
discernimiento vocacional”.
Francisco
entró en el salón de actos a las 9 horas, donde fue recibido con
aplausos y con un gran entusiasmo por parte de los jóvenes
presentes.
“Fueron
invitados como representantes de los jóvenes del mundo porque
vuestra contribución es indispensable”, les dijo el Santo Padre al
inicio de su discurso y añadió que “Dios ha querido hablar a
través de los más jóvenes”, según ‘Vatican News’ en
español.
El
Papa aclaró que es voluntad de la Iglesia “ponerse a la escucha de
todos los jóvenes, ninguno excluido”, y se refirió a la
necesidad de tomar en serio a los jóvenes, a menudo “marginados de
la vida pública”.
Dios
llama a cada uno
Seguidamente,
aludiendo al Documento preparatorio, el Obispo de Roma recordó que
el Sínodo de octubre se propone en particular desarrollar las
condiciones para que los jóvenes sean acompañados “con pasión y
competencia” en el discernimiento vocacional, “en el reconocer y
acoger la llamada al amor y a la vida en plenitud”.
“Dios
ama a cada uno y a cada uno dirige personalmente una llamada”, les
aseguró el Papa, y los invitó a compartir la búsqueda de la vida
con Dios Padre.
Y
“porque no podemos tener sólo para nosotros a quien nos cambió la
vida”, es decir a Jesús, les señaló que sus amigos y coetáneos,
“aun sin saberlo, esperan a Jesús y su anuncio de salvación”.
Llamado
de los jóvenes a los adultos
Con
la tercera idea que expresó el Papa en su discurso ha respondido
al llamado de los jóvenes a los adultos, a quienes les piden estar
cerca de ellos y ayudarles en las elecciones importantes, “un
llamado a la Iglesia para que redescubra un dinamismo juvenil
renovado”, ha indicado el Papa.
“También
en la Iglesia debemos aprender nuevos modos de presencia y cercanía”,
expresó el Papa, y para ilustrarlo se refirió al mensaje de un
joven que con entusiasmo narraba su participación en algunos
encuentros con estas palabras: “La cosa más importante –decía
el joven– fue la presencia de religiosos entre nosotros jóvenes,
como amigos que nos escuchan, nos conocen y nos aconsejan”.
Corazón
de la Iglesia joven
“El
corazón de la Iglesia es joven porque el Evangelio es una linfa
vital que lo regenera continuamente”. En el cuarto y último punto
del discurso de la reunión pre sinodal, el Papa Francisco subrayó
la necesidad de reapropiarse del entusiasmo de la fe y del gusto de
la búsqueda:
Necesitamos
reencontrar en el Señor la fuerza para recuperarnos de los fracasos,
avanzar y fortalecer la confianza en el futuro. Y tenemos que osar
senderos nuevos, incluso si implican riesgos. Debemos arriesgar,
porque el amor sabe arriesgar; sin arriesgar, un joven envejece, y
también envejece la Iglesia. Por lo tanto, necesitamos de ustedes,
jóvenes, piedras vivas de una Iglesia con rostro joven, pero no
maquillado: no rejuvenecido artificialmente, sino reavivado desde
adentro. Ustedes nos provocan salir de la lógica del “siempre se
ha hecho así” para permanecer en modo creativo en la raíz de la
auténtica Tradición”.
Así,
y para “sintonizarnos en la longitud de onda de las jóvenes
generaciones”, el Romano Pontífice señala que es de gran ayuda un
diálogo intenso, y exhorta a los jóvenes a que se expresen con
franqueza y libertad: “ustedes son los protagonistas y es
importante que hablen abiertamente”, les dice, asegurándoles, una
vez más, que su contribución será tomada en serio.
20.03.18
20.03.18
La clave para superar nuestros desiertos: “Mirar al Crucificado”
Homilía
del Papa en la misa celebrada en Santa Marta
(20
marzo 2018).- “Mirar al Crucificado en los momentos difíciles,
cuando se tiene el corazón deprimido y uno se cansa del viaje de la
vida”, ha propuesto el Papa Francisco en la misa matutina del
tercer martes de marzo.
El
Pontífice ha reflexionado a partir de la Primera Lectura propuesta
por la liturgia del día (Nm 21,4-9) en la que se narra
acerca de la desolación vivida por el pueblo de Israel en el
desierto y del episodio de las serpientes, señala ‘Vatican News’
en español.
En
este lectura se narra la crisis de hambre por la que pasó el pueblo,
a la que Dios había respondido con el maná y después con las
perdices; había tenido sed y Dios le había dado el agua.
“Aquí
está la clave de nuestra salvación –ha dicho Francisco– la
clave de nuestra paciencia en el camino de la vida, la clave para
superar nuestros desiertos: mirar al Crucificado. Mirar a Cristo
crucificado. ‘¿Y qué debo hacer, Padre?’ – ‘Míralo. Mira
las llagas. Entra en sus llagas’. Por esas llagas nosotros hemos
sido curados. ¿Te sientes envenenado, te sientes triste, o sientes
que tu vida no va, que está llena de dificultades, y también de
enfermedad? Mira allí”.
“Envenenarse
el alma”
“Nos
sucede a todos nosotros cuando queremos seguir al Señor pero nos
cansamos”, ha advertido el Papa. “Criticar a Dios es envenenarse
el alma”. Quizá uno piense que Dios no lo ayuda o que hay tantas
pruebas. Siente “el corazón deprimido, envenenado”. Y las
serpientes, que mordían al pueblo como narra la Primera Lectura del
día, son precisamente “el símbolo del envenenamiento”, de la
falta de constancia para seguir en el camino del Señor.
Francisco
también invitó esta mañana, en esos momentos, a mirar “al
crucificado feo, es decir real”, porque “los artistas han
hecho crucificados bellos, artísticos”, algunos de oro y de
piedras preciosas.
Y
esto – notó el Pontífice – “no siempre es mundanidad”
porque quiere significar “la gloria de la cruz, la gloria de la
resurrección”. “Pero cuando tú te sientes así, mira esto:
antes que la gloria”, subrayó también el Papa Bergoglio.
Asimismo,
el Santo Padre ha invitado a mostrar el cruficicado a los
niños: “Enseñen a sus niños a mirar al crucificado y la
gloria de Cristo. Pero nosotros, en los momentos malos, en los
momentos difíciles, envenenados un poco por haber manifestado en
nuestro corazón alguna decepción contra Dios, miremos las llagas.
Cristo levantado como la serpiente: porque él se ha hecho serpiente,
se ha anonadado completamente para vencer ‘a la serpiente maligna’.
Que
la Palabra de Dios hoy nos enseñe este camino: mirar al crucificado.
Sobre todo en el momento en el que, como el pueblo de Dios, nos
cansamos del viaje de la vida”.
21.03.18
21.03.18
En la comunión “nos dejamos transformar por quien recibimos”
Resumen
de la catequesis del Papa en español
(21
marzo 2018).- “Celebramos la Misa para nutrirnos de Cristo, que se
nos da en la Palabra y en el Sacramento del Altar”, Francisco ha
hablado de la comunión sacramental.
En
la Audiencia General, celebrada este mañana, primer día de la
primavera, 21 de marzo, el Papa Francisco ha dedicado la catequesis a
la comunión, como parte de la Liturgia eucarística, y parte central
de la Santa Misa, tema al que dedica sus catequesis estos meses.
Francisco
ha destacado que en el momento de la comunión que hoy contemplamos,
“Jesús se nos sigue dando en su Cuerpo y en su Sangre, por el
ministerio de la Iglesia, como hizo con los discípulos en la Última
Cena”.
“Dejarnos
transformar”
“Caminamos
hacia el altar para nutrirnos de la Eucaristía, para dejarnos
transformar por quien recibimos”, ha recordado el Papa.
Así,
después de la Fracción del Pan –ha aclarado– el sacerdote nos
invita a mirar «al Cordero que quita el pecado del mundo»,
reconociendo la distancia que nos separa de la santidad de Dios y de
su bondad al darnos como medicina su preciosa Sangre, derramada para
el perdón de los pecados.
Somos,
por tanto, convocados «al banquete de bodas del Cordero»,
reconociéndonos indignos de que entre en nuestra casa, pero
confiados en la fuerza de su Palabra salvadora.
Medicina
en nuestra debilidad
Francisco
ha citado las palabras de san Agustín: «Yo soy el alimento de las
almas adultas; crece y me comerás. Pero no me transformarás en ti
como asimilas los alimentos de la carne, sino que tú te
transformarás en mí».
La
Liturgia eucarística se concluye con la oración de la comunión: En
ella damos gracias a Dios por este inefable don y le pedimos también
que transforme nuestra vida, siendo medicina en nuestra debilidad,
que sane las enfermedades de nuestro espíritu y nos asegure su
constante protección.
22.03.18
22.03.18
El Sacramento de la Penitencia es “recibir el abrazo de amor del Señor”
Homilía
del Papa en Santa Marta, cuarto jueves de marzo
(22
marzo 2018).- El Papa Francisco recordó la fidelidad de Dios y dijo
que acercarse al Sacramento de la Penitencia “no es como ir a la
tintorería, sino recibir el abrazo de amor del Señor”.
El
Papa recordó en la Misa celebrada en la capilla de Santa Marta, este
jueves 22 de marzo, ante la inminente Semana Santa, que la Iglesia
invita a reflexionar sobre el amor fiel de Dios a la vez que el Señor
“siempre se ha acordado de su alianza”, como dice el Salmo
responsorial y la Primera Lectura – tomada del Libro del Génesis –
que recorre el episodio de la alianza de Dios con Abraham,
señala ‘Vatican News’.
“El
Señor es fiel, no se olvida de nosotros”, ha asegurado el Santo
Padre. “Jamás –ha explicado– No puede, es fiel a su alianza.
Esto nos da seguridad. De nosotros podemos decir: ‘Pero, mi vida es
tan mala… Me encuentro en esta dificultad, soy un pecador, una
pecadora…’. Él no se olvida de ti, porque tiene este amor
visceral, y es padre y madre”.
Se
trata de una fidelidad “que lleva a la alegría”, ha matizado el
Santo Padre. Y añadió que al igual que para Abraham, nuestra
alegría es exultar en la esperanza porque “cada uno de nosotros
sabe que no es fiel”, pero Dios sí lo es, reafirmó el Santo
Padre.
Así,
Francisco invitó a pensar en la experiencia del Buen Ladrón: “Dios
fiel no puede renegar de sí mismo, no puede renegar de
nosotros, no puede renegar su amor, no puede renegar a su pueblo, no
puede renegar porque nos ama”.
“Ésta
es la fidelidad de Dios –ha señalado el Papa– Cuando nosotros
nos acercamos al Sacramento de la Penitencia, pero por favor: no
pensemos que vamos a la tintorería a quitar la suciedad. No. Vamos a
recibir el abrazo de amor de este Dios fiel, que nos espera siempre.
Siempre”.
23.03.18
“Dios es joven”: El Papa deplora la estética artificial
“¿Por
qué no nos amamos tal como Dios nos ha hecho?”
(23
marzo 2018).- En el libro-entrevista “Dios es joven”, publicado
el 20 de marzo de 2018 por Robert
Laffont / Presses de la Renaissance Francisco
deploró “la exacerbación de una estética artificial” que
“deshumaniza la belleza humana”.
Y
se pregunta: “¿Por qué querríamos vernos como un estándar? ¿Por
qué no nos amamos a nosotros mismos como Dios nos creó? ¿Por
qué el ser humano, tanto hombres como mujeres, están más
esclavizados del parecer y tener, olvidando lo indispensable que es
ser?”.
En
el transcurso de sus conversaciones con Thomas Leoncini, un
periodista y escritor italiano de 32 años, el Papa confiesa que “la
industria de la atención estética y la cirugía plástica es
aterradora”. “No podemos permitirnos que se convierta en una
necesidad para el ser humano”, insiste.
Él
distingue el culto de la apariencia del hecho de “cuidarse a uno
mismo”: “Se trata de respeto, decoro, de una valoración positiva
de uno mismo, que es el resultado de la autoestima legítimo y del
sentimiento de la propia dignidad. Este es el cuidado apropiado
del cuerpo y de su propia imagen, que expresa en el exterior un
cuidado y una belleza interior”.
Mi
gran temor era no ser amado
Emanando
el diálogo de anécdotas personales de su infancia y adolescencia,
el Papa confía en particular: “Cuando era joven, mi gran temor era
no ser amado. ¿Cómo superar este miedo?: Buscando la
autenticidad”, responde el Papa: “He luchado contra la sociedad
de la apariencia también, y sigo haciéndolo aceptándome tal como
soy … La sociedad de la apariencia se construye sobre la vanidad, y
¿cuál es el símbolo por excelencia de la vanidad? El pavo
real. Imagina un pavo real: cuando pensamos en este animal,
siempre lo vemos con su cola abierta, resplandeciente de color. Pero
la realidad es diferente. ¿Quieres ver la realidad del pavo
real? Míralo desde atrás. La vanidad siempre tiene un revés”.
“En
esta sociedad de la apariencia –observa el Pontífice– parece que
crecer, envejecer, entrar en madurez, sea un mal. Es sinónimo
de una vida agotada, insatisfecha. Parece que hoy todo sea
maquillado o enmascarado. Como si el simple hecho de vivir ya no
tuviera sentido”.
24.03.18
24.03.18
«Queridos jóvenes a vosotros os pertenece la decisión de gritar»,
«Por
favor, por favor, decidiros antes de que lo hagan las piedras»
(25
marzo 2018).- “Queridos jóvenes, a vosotros os pertenece la
decisión de gritar, a vosotros os toca decidir por el Hosanna del
domingo, para no caer en el “crucifícale “del viernes … y ‘
de vosotros depende el no permanecer en silencio. Si los otros
se callan, si nosotros, los mayores y los responsables permanecemos
silenciosos, si el mundo se calla y pierde la alegría, yo os pido:
¿vosotros, qué gritaréis? Por favor, por favor, decidiros
antes de que las piedras griten. ”
Es
en estos términos que el Papa Francisco instó a los jóvenes a no
guardar silencio, cuando la sociedad busca silenciarlos y
“anestesiarlos”.
Presidió
la Misa de Ramos, de la Pasión de Cristo, en la Plaza de San Pedro,
comenzando con la procesión de las palmas desde el obelisco de la
plaza hasta el altar de la celebración.
Después
de la misa, una delegación de 305 jóvenes del pre-sínodo presentes
en Roma y otros 15,000 jóvenes que participaron en las redes
sociales le dieron al Papa Francisco la síntesis de sus reflexiones:
un documento que es una radiografía de lo que piensan, viven,
esperan los jóvenes del mundo de hoy, ya sean católicos o no,
cristianos, creyentes o no.
Un
joven de Panamá, donde tendrá lugar la JMJ de 2019 (del 22 al 27 de
enero), ha dirigido las gracias al Papa, en español, en nombre de la
delegación: “Querido Papa Francisco, te damos gracias por la
reunión pre-sinodal”.
Todos
saludaron, besaron o abrazaron al Papa, o simplemente le dieron la
mano: “Ya lo vieron, hoy no pueden haber jóvenes sin selfie”,
dijo el Papa sonriendo después de tomarse fotos con ellos.
En
el Ángelus, el Papa agradeció especialmente la presencia de la
comunidad peruana de Roma, mencionando su reciente viaje al país.
También
habló sobre el próximo sínodo de octubre para los jóvenes y la
JMJ de Panamá: los confió a la intercesión de la Virgen María:
“Aprendamos de ella el silencio interior”, dijo el Papa,
confiándoles también la Semana Santa que comenzó con esta
celebración.
Esta
es la homilía del Papa en su traducción oficial del Vaticano.
Jesús
entra en Jerusalén. La liturgia nos invita a hacernos partícipes y
tomar parte de la alegría y fiesta del pueblo que es capaz de gritar
y alabar a su Señor; alegría que se empaña y deja un sabor amargo
y doloroso al terminar de escuchar el relato de la Pasión. Pareciera
que en esta celebración se entrecruzan historias de alegría y
sufrimiento, de errores y aciertos que forman parte de nuestro vivir
cotidiano como discípulos, ya que logra desnudar los sentimientos
contradictorios que también hoy, hombres y mujeres de este tiempo,
solemos tener: capaces de amar mucho… y también de odiar ―y
mucho―; capaces de entregas valerosas y también de saber «lavarnos
las manos» en el momento oportuno; capaces de fidelidades pero
también de grandes abandonos y traiciones.
Y
se ve claro en todo el relato evangélico que la alegría que Jesús
despierta es motivo de enojo e irritación en manos de algunos.
Jesús
entra en la ciudad rodeado de su pueblo, rodeado por cantos y gritos
de algarabía. Podemos imaginar que es la voz del hijo perdonado, del
leproso sanado o el balar de la oveja perdida que resuena con fuerza
en ese ingreso. Es el canto del publicano y del impuro; es el grito
del que vivía en los márgenes de la ciudad. Es el grito de hombres
y mujeres que lo han seguido porque experimentaron su compasión ante
su dolor y su miseria… Es el canto y la alegría espontánea de
tantos postergados que tocados por Jesús pueden gritar: «Bendito el
que llega en nombre del Señor». ¿Cómo no alabar a Aquel que les
había devuelto la dignidad y la esperanza? Es la alegría de tantos
pecadores perdonados que volvieron a confiar y a esperar.
Esta
alegría y alabanza resulta incómoda y se transforma en sinrazón
escandalosa para aquellos que se consideran a sí mismos justos y
«fieles» a la ley y a los preceptos rituales. [1] Alegría
insoportable para quienes han bloqueado la sensibilidad ante el
dolor, el sufrimiento y la miseria. Alegría intolerable para quienes
perdieron la memoria y se olvidaron de tantas oportunidades
recibidas. ¡Qué difícil es comprender la alegría y la fiesta de
la misericordia de Dios para quien quiere justificarse a sí mismo y
acomodarse! ¡Qué difícil es poder compartir esta alegría para
quienes solo confían en sus propias fuerzas y se sienten superiores
a otros! [2]
Así
nace el grito del que no le tiembla la voz para gritar:
«¡Crucifícalo!». No es un grito espontáneo, sino el grito
armado, producido, que se forma con el desprestigio, la calumnia,
cuando se levanta falso testimonio. Es la voz de quien manipula la
realidad y crea un relato a su conveniencia y no tiene problema en
«manchar» a otros para acomodarse. El grito del que no tiene
problema en buscar los medios para hacerse más fuerte y silenciar
las voces disonantes. Es el grito que nace de «trucar» la realidad
y pintarla de manera tal que termina desfigurando el rostro de
Jesús y lo convierte en un «malhechor». Es la voz del que quiere
defender la propia posición desacreditando especialmente a quien no
puede defenderse. Es el grito fabricado por la «tramoya» de la
autosuficiencia, el orgullo y la soberbia que afirma sin problemas:
«Crucifícalo, crucifícalo».
Y
así se termina silenciando la fiesta del pueblo, derribando la
esperanza, matando los sueños, suprimiendo la alegría; así se
termina blindando el corazón, enfriando la caridad. Es el grito del
«sálvate a ti mismo» que quiere adormecer la solidaridad, apagar
los ideales, insensibilizar la mirada… el grito que quiere borrar
la compasión., es “sufrir con”, la compasión que es la
debilidad de Dios.
Frente
a todos estos titulares, el mejor antídoto es mirar la cruz de
Cristo y dejarnos interpelar por su último grito. Cristo murió
gritando su amor por cada uno de nosotros; por jóvenes y mayores,
santos y pecadores, amor a los de su tiempo y a los de nuestro
tiempo. En su cruz hemos sido salvados para que nadie apague la
alegría del evangelio; para que nadie, en la situación que se
encuentre, quede lejos de la mirada misericordiosa del Padre. Mirar
la cruz es dejarse interpelar en nuestras prioridades, opciones y
acciones. Es dejar cuestionar nuestra sensibilidad ante el que está
pasando o viviendo un momento de dificultad. ¿Qué mira nuestro
corazón? ¿Jesucristo sigue siendo motivo de alegría y alabanza en
nuestro corazón o nos avergüenzan sus prioridades hacia los
pecadores, los últimos y olvidados?
Queridos
jóvenes, la alegría que Jesús despierta en ustedes es motivo de
enojo e irritación en manos de algunos, ya que un joven alegre es
difícil de manipular. ¡Es difícil manipular un joven alegre!.
Pero
existe en este día la posibilidad de un tercer grito: «Algunos
fariseos de entre la gente le dijeron: Maestro, reprende a tus
discípulos» y él responde: «Yo les digo que, si éstos callan,
gritarán las piedras» (Lc 19,39-40).
Hacer
callar a los jóvenes es una tentación que siempre ha existido. Los
mismos fariseos increpan a Jesús y le piden que los calme y
silencie.
Hay
muchas formas de silenciar y de volver invisibles a los jóvenes.
Muchas formas de anestesiarlos y adormecerlos para que no hagan
«ruido», para que no se pregunten y cuestionen. Hay muchas formas
de tranquilizarlos para que no se involucren y sus sueños pierdan
vuelo y se vuelvan ensoñaciones rastreras, pequeñas, tristes.
En
este Domingo de ramos, festejando la Jornada Mundial de la Juventud,
nos hace bien escuchar la respuesta de Jesús a los fariseos de ayer
y de todos los tiempos: «Si ellos callan, gritarán las piedras»
(Lc 19,40).
Queridos
jóvenes: Está en ustedes la decisión de gritar, está en ustedes
decidirse por el Hosanna del domingo para no caer en el «crucifícalo»
del viernes… Y está en ustedes no quedarse callados. Si los demás
callan, si nosotros los mayores y los dirigentes callamos, si el
mundo calla y pierde alegría, les pregunto: ¿Ustedes gritarán?
Por
favor, decídanse antes de que griten las piedras.
26.03.18
26.03.18
Francia: El Papa condena los “actos de violencia ciega” de Carcasona y Trèbes
Telegrama
de pésame al Obispo de Carcasona y Narbona
(26
marzo 2018).- El Papa Francisco ha manifestado su tristeza al recibir
la noticia de los trágicos atentados que han tenido lugar en
Carcasona y Trèbes, causando 3 víctimas mortales y 16 heridos
(según el periódico ABC).
El
Pontífice ha enviado un telegrama de condolencias a Mons. Alain
Planet, obispo de Carcasona y Narbona, que la Santa Sede ha publicado
hoy, lunes, 26 de marzo de 2018.
El
Santo Padre confía a la misericordia de Dios a los que han perdido
la vida, uniéndose con la oración al dolor de sus seres queridos y
expresa su cercanía a los heridos y a sus familias, así como a
todos los afectados por esta tragedia, pidiéndole al Señor que les
brinde consuelo y conforto.
Acto
heroico del coronel Beltrame
En
el telegrama, el Papa ha escrito que le conmueve, en particular, el
acto generoso y heroico del teniente coronel Arnaud Beltrame, “que
ha dado su vida intentando proteger a las personas”.
Beltrame,
de 44 años, tomó voluntariamente el lugar de una mujer como rehén
durante el secuestro del supermercado en la tranquila ciudad cerca de
los Pirineos. Beltrame murió el sábado después de recibir un
disparo durante el asedio, informa el diario español ABC.
Francisco
condena nuevamente esos actos de violencia ciega “que causan
tanto sufrimiento” y, pidiendo fervientemente a Dios el don de la
paz, “invoco sobre las familias sometidas a pruebas tan duras y
sobre todos los franceses el consuelo de las bendiciones divinas”,
ha señalado en el telegrama.
27.03.18
27.03.18
Secretaría de Estado: El Papa saluda a los trabajadores en las oficinas
El
Papa ha saludado a los 300 trabajadores de la Secretaría
(27
marzo 2018).- Francisco visitó por sorpresa las oficinas de la
Secretaría de Estado Vaticano, en la mañana del Martes Santo, 27 de
marzo de 2018, informa ‘Vatican News’ en español.
Al
llegar, el Santo Padre saludó a todos los oficiales y los empleados,
felicitándoles la Pascua, y agradeciéndoles el trabajo que
desempeñan.
Acompañado
de Mons. Paolo Borgia, el Pontífice dialogó con los superiores y
los empleados, laicos y sacerdotes, y se interesó especialmente en
las tareas que desempeña cada uno de ellos.
300
trabajadores
La
visita inició en la tercera sección de la Secretaría de Estado,
constituida recientemente para el personal de rol diplomático de la
Santa Sede, donde bendijo los ambientes de esta sección.
En
la Secretaría de Estado trabajan alrededor de 300 personas, entre
sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos.
Esta
no es la primera vez que el Papa visita las oficinas de la Secretaría
de Estado –recuerda la plataforma de noticia del Vaticano ‘Vatican
News’–.
Visitas
anteriores
El 12
de abril de 2013,
poco después de ser elegido Pontífice, mantuvo un encuentro en la
biblioteca de la Secretaría de Estado con el personal. La última
visita que realizó por sorpresa el Papa fue al Dicasterio para los
Laicos, la Familia y la Vida, el pasado 30 de octubre de 2017.
El
15 de abril de 2014, el Papa visitó de nuevo algunas oficinas de la
Secretaría de Estado, y el 6 de mayo de 2014 continuó su visita,
pues le faltó conocer
algunos despachos de la Secretaría durante
la visita que realizó precedentemente el 15 de abril, durante la
Semana Santa.
28.03.18
Audiencia: El Triduo Pascual anuncia que “todo ha sido renovado en Cristo”
Resumen
en español de la catequesis del Papa
(28
marzo 2018).- El anuncio de alegría y esperanza que culmina el
triduo invita a “despojarnos del hombre viejo para vivir como
hombres resucitados”, ha anunciado el Papa Francisco en la
Audiencia General.
Esta
mañana, Miércoles Santo, 28 marzo de 2018, el Papa Francisco ha
celebrado la Audiencia General, en la plaza de San Pedro, con la
participación de miles de peregrinos, provenientes de países de los
cinco continentes.
Los
días del Triduo Pascual –ha explicado el Papa– constituyen la
memoria celebrativa del único y gran misterio de la muerte y
resurrección de Cristo, y marcan las etapas fundamentales de nuestra
fe y de nuestra vocación en el mundo.
Estos
tres días nos recuerdan los grandes eventos de la salvación
realizados por Cristo y nos proyectan a nuestro destino futuro,
reforzando nuestro compromiso y testimonio en la historia, ha
descrito el Santo Padre.
El
anuncio de alegría y esperanza que culmina el triduo, nos recuerda
que “las cosas viejas han pasado y todo ha sido renovado en Cristo,
muerto por nuestros pecados y resucitado para nuestra glorificación”.
Asimismo,
este anuncio renueva en todos los bautizados el sentido de nuestra
nueva condición –ha recordado el Papa–. Por lo tanto, es
también una “llamada a la responsabilidad en la misión”.
La
Resurrección del Señor invita a “despojarnos del hombre viejo
para vivir como hombres resucitados”, que hacen del mundo un
“espacio nuevo” donde ser, gracias a Cristo y con Él,
“instrumentos de consuelo y esperanza” para aquellos que sufren
todavía hoy la humillación y la soledad, ha invitado el Papa.
Con
la ayuda de María
Dispongámonos
a vivir bien este Triduo Santo para que, con la ayuda de la Virgen
María, entremos de lleno en el misterio de Cristo muerto y
resucitado por nosotros y así dejemos que él trasforme nuestra
vida”, ha exhortado Francisco.
El
Santo Padre ha saludado a los peregrinos de lengua española
presentes en la Audiencia General, en particular a los grupos
provenientes de España y Latinoamérica, y ha deseado a todos los
presentes, sus familias y comunidades una “profunda vivencia” del
Triduo Pascual, y a todos una “feliz y Santa Pascua”.
29.03.18
29.03.18
Misa Crismal: “La cercanía es la clave del evangelizador”
Misa
Crismal celebrada en la Basílica de San Pedro
Homilía
del Papa Francisco
Queridos
hermanos, sacerdotes de la diócesis de Roma y de las demás diócesis
del mundo:
Leyendo
los textos de la liturgia de hoy me venía a la mente, de manera
insistente, el pasaje del Deuteronomio que dice: «Porque ¿dónde
hay una nación tan grande que tenga unos dioses tan cercanos como el
Señor, nuestro Dios, siempre que lo invocamos?» (4,7). La cercanía
de Dios… nuestra cercanía apostólica.
En
el texto del profeta Isaías contemplamos al enviado de Dios ya
«ungido y enviado», en medio de su pueblo, cercano a los pobres, a
los enfermos, a los prisioneros… y al Espíritu que «está sobre
él», que lo impulsa y lo acompaña por el camino.
En
el Salmo 88 vemos cómo la compañía de Dios, que ha conducido al
rey David de la mano desde que era joven y que le prestó su brazo,
ahora que es anciano, toma el nombre de fidelidad: la cercanía
mantenida a lo largo del tiempo se llama fidelidad.
El
Apocalipsis nos acerca, hasta que podemos verlo, al «Erjómenos»,
al Señor que siempre «está viniendo» en Persona. La alusión a
que «lo verán los que lo traspasaron» nos hace sentir que siempre
están a la vista las llagas del Señor resucitado, siempre está
viniendo a nosotros el Señor si nos queremos «hacer próximos» en
la carne de todos los que sufren, especialmente de los niños.
En
la imagen central del Evangelio de hoy, contemplamos al Señor a
través de los ojos de sus paisanos que estaban «fijos en él»
(Lc 4,20).
Jesús se alzó para leer en su sinagoga de Nazaret.
Le
fue dado el rollo del profeta Isaías. Lo desenrolló hasta que
encontró el pasaje del enviado de Dios. Leyó en voz alta: «El
Espíritu del Señor está sobre mí, me ha ungido y enviado…»
(61,1). Y terminó estableciendo la cercanía tan provocadora de esas
palabras: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír»
(Lc 4,21).
Jesús
encuentra el pasaje y lee con la competencia de los escribas. Él
habría podido perfectamente ser un escriba o un doctor de la ley,
pero quiso ser un «evangelizador», un predicador callejero, el
«portador de alegres noticias» para su pueblo, el predicador cuyos
pies son hermosos, como dice Isaías (cf. 52,7).
Esta
es la gran opción de Dios: el Señor eligió ser alguien cercano a
su pueblo. ¡Treinta años de vida oculta! Después comenzará a
predicar. Es la pedagogía de la encarnación,de
la inculturación; no solo en las culturas lejanas, también en la
propia parroquia, en la nueva cultura de los jóvenes…
La
cercanía es más que el nombre de una virtud particular, es una
actitud que involucra a la persona entera, a su modo de vincularse,
de estar a la vez en sí mismo y atento al otro. Cuando la gente dice
de un sacerdote que «es cercano» suele resaltar dos cosas: la
primera es que «siempre está» (contra el que «nunca está»: «Ya
sé, padre, que usted está muy ocupado», suelen decir). Y otra es
que sabe encontrar una palabra para cada uno. «Habla con todos»,
dice la gente: con los grandes, los chicos, los pobres, con los que
no creen… Curas cercanos, que están, que hablan con todos… Curas
callejeros.
Uno
que aprendió bien de Jesús a ser predicador callejero fue Felipe.
Dicen los Hechos que recorría anunciando la Buena Nueva de la
Palabra predicando en todas las ciudades y que estas se llenaban de
alegría (cf. 8,4.5-8). Felipe era uno de esos a quienes el Espíritu
podía «arrebatar» en cualquier momento y hacerlo salir a
evangelizar, yendo de un lado para otro, uno capaz hasta de bautizar
gente de buena fe, como el ministro de la reina de Etiopía, y
hacerlo ahí mismo, en la calle (cf. Hch 8,5;
36-40).
La
cercanía es la clave del evangelizador porque es una actitud clave
en el Evangelio (el Señor la usa para describir el Reino). Nosotros
tenemos incorporado que la proximidad es la clave de la misericordia,
porque la misericordia no sería tal si no se las ingeniara siempre,
como «buena samaritana», para acortar distancias. Pero creo que nos
falta incorporar más el hecho de que la cercanía es también la
clave de la verdad. ¿Se pueden acortar distancias en la verdad? Sí
se puede. Porque la verdad no es solo la definición que hace nombrar
las situaciones y las cosas a distancia de concepto y de razonamiento
lógico. No es solo eso. La verdad es también fidelidad (emeth),
esa que te hace nombrar a las personas con su nombre propio, como las
nombra el Señor, antes de ponerles una categoría o definir «su
situación».
Hay
que estar atentos a no caer en la tentación de hacer ídolos con
algunas verdades abstractas. Son ídolos cómodos que están a mano,
que dan cierto prestigio y poder y son difíciles de discernir.
Porque la «verdad-ídolo» se mimetiza, usa las palabras evangélicas
como un vestido, pero no deja que le toquen el corazón. Y, lo que es
mucho
peor, aleja a la gente simple de la cercanía sanadora de la Palabra
y de los sacramentos de Jesús.
En
este punto, acudimos a María, Madre de los sacerdotes. La podemos
invocar como «Nuestra Señora de la Cercanía»: «Como una
verdadera madre, ella camina con nosotros, lucha con nosotros, y
derrama incesantemente la
cercanía del amor de Dios»
(Exhort. ap. Evangelii
gaudium, 286),
de modo tal que nadie se sienta excluido. Nuestra Madre no solo es
cercana por ir a servir con esa «prontitud» (ibíd., 288)
que es un modo de cercanía, sino también por su manera de decir las
cosas. En Caná, el momento oportuno y el tono suyo con el cual dice
a los servidores «Hagan todo lo que él les diga» (Jn 2,5),
hará que esas palabras sean el molde materno de todo lenguaje
eclesial. Pero para decirlas como ella, además de pedirle la gracia,
hay que saber estar allí donde «se cocinan» las cosas importantes,
las de cada corazón, las de cada familia, las de cada cultura. Solo
en esta cercanía uno puede discernir cuál es el vino que falta y
cuál es el de mejor calidad que quiere dar el Señor.
Les
sugiero meditar tres ámbitos de cercanía sacerdotal en los que
estas palabras: «Hagan todo lo que Jesús les diga» deben resonar
―de mil modos distintos pero con un mismo tono materno― en
el corazón de las personas con las que hablamos: el ámbito del
acompañamiento espiritual, el de la confesión y el de la
predicación.
La
cercanía en la conversación espiritual, la podemos meditar
contemplando el encuentro del Señor con la Samaritana. El Señor le
enseña a discernir primero cómo adorar, en Espíritu y en verdad;
luego, con delicadeza, la ayuda a poner nombre a su pecado y, por
fin, se deja contagiar por su espíritu misionero y va con ella a
evangelizar a su pueblo. Modelo de conversación espiritual es el del
Señor, que sabe hacer salir a la luz el pecado de la Samaritana sin
que proyecte su sombra sobre su oración de adoradora ni ponga
obstáculos a su vocación misionera.
La
cercanía en la confesión la podemos meditar contemplando
el pasaje de la mujer adúltera. Allí se ve claro cómo la cercanía
lo es todo porque las verdades de Jesús siempre acercan y se dicen
(se pueden decir siempre) cara a cara. Mirando al otro a los ojos
―como el Señor cuando se puso de pie después de haber estado de
rodillas junto a la
adúltera que querían apedrear, y puede decir: «Yo tampoco te
condeno» (Jn 8,11), no es ir contra la ley. Y se puede
agregar «En adelante no peques más» (ibíd.), no con un
tono que pertenece al ámbito jurídico de la verdad-definición ―el
tono de quien siente que tiene que determinar cuáles son los
condicionamientos de la Misericordia divina― sino que es una frase
que se dice en el ámbito de la verdad-fiel, que le permite al
pecador mirar hacia adelante y no hacia atrás. El tono justo de este
«no peques más» es el del confesor que lo dice dispuesto a
repetirlo setenta veces siete.
Por
último, el ámbito de la predicación. Meditamos en él
pensando en los que están lejos, y lo hacemos escuchando la primera
prédica de Pedro, que debe incluirse dentro del acontecimiento de
Pentecostés. Pedro anuncia que la palabra es «para los que están
lejos» (Hch 2,39), y predica de modo tal que el kerigma
les «traspasó el corazón» y les hizo preguntar: «¿Qué tenemos
que hacer?» (Hch 2,37). Pregunta que, como decíamos,
debemos hacer y responder siempre en tono mariano, eclesial. La
homilía es la piedra de toque «para evaluar la cercanía y la
capacidad de encuentro de un Pastor con su pueblo» (Exhort.
ap. Evangelii gaudium, 135). En la homilía se ve qué
cerca hemos estado de Dios en la oración y qué cerca estamos de
nuestro pueblo en su vida cotidiana.
La
buena noticia se da cuando estas dos cercanías se alimentan y se
curan mutuamente. Si te sientes lejos de Dios, acércate a su pueblo,
que te sanará de las ideologías que te
entibiaron
el fervor. Los pequeños te enseñarán a mirar de otra manera a
Jesús. Para sus ojos, la Persona de Jesús es fascinante, su buen
ejemplo da autoridad moral, sus enseñanzas sirven para la vida. Si
te sientes lejos de la gente, acércate al Señor, a su Palabra: en
el Evangelio, Jesús te enseñará su modo de mirar a la gente, qué
valioso es a sus ojos cada uno de aquellos por los que derramó su
sangre en la Cruz. En la cercanía con Dios, la Palabra se hará
carne en ti y te volverás un cura cercano a toda carne. En la
cercanía con el pueblo de Dios, su carne dolorosa se volverá
palabra en tu corazón y tendrás de qué hablar con Dios, te
volverás un cura intercesor.
Al
sacerdote cercano, ese que camina en medio de su pueblo con cercanía
y ternura de buen pastor (y unas veces va adelante, otras en medio y
otras veces va atrás, pastoreando), no es que la gente solamente lo
aprecie mucho; va más allá: siente por él una cosa especial, algo
que solo siente en presencia de Jesús. Por eso, no es una cosa más
esto de «discernir nuestra cercanía». En ella nos jugamos «hacer
presente a Jesús en la vida de la humanidad» o dejar que se quede
en el plano de las ideas, encerrado en letras de molde, encarnado a
lo sumo en alguna buena costumbre
que se va convirtiendo en rutina.
Le
pedimos a María, «Nuestra Señora de la Cercanía», que «nos
acerque» entre nosotros y, a la hora de decirle a nuestro pueblo que
«haga todo lo que Jesús le diga», nos unifique el tono, para que
en la diversidad de nuestras opiniones, se haga presente su cercanía
materna, esa que con su «sí» nos acercó a Jesús para siempre.
30.03.18
30.03.18
Vía Crucis: “Señor Jesús, danos siempre la gracia de la santa vergüenza”
Oración
del Vía Crucis en el Coliseo, escrito por jóvenes
(30
marzo 2018).- “Te pedimos Hijo de Dios, de identificarnos con el
buen ladrón que te ha mirado con ojos llenos de vergüenza, de
arrepentimiento y de esperanza; que, con los ojos de la fe, ha visto
en tu aparente derrota la divina victoria y así se ha arrodillado
ante tu misericordia y con honestidad ha robado el paraíso”, ha
rezado el Papa Francisco. El
Santo Padre ha presidido este Viernes Santo, a las 21:15 horas, la
meditación de las 14 estaciones del Vía Crucis en el Coliseo de
Roma, meditaciones escritas por un grupo de jóvenes y luego impartió
su bendición apostólica.
La
Oficina de Prensa del Vaticano ha informado de que 20.000 fieles han
participado en la oración de la contemplación de la Pasión del
Señor.
En
la meditación del Vía Crucis, Francisco ha orado: “Señor Jesús,
nuestra mirada se dirige a ti, llena de vergüenza, de
arrepentimiento y de esperanza”.
Ante
tu supremo amor –ha continuado reflexionando el Papa– nos invade
la vergüenza por haberte dejado solo sufriendo por nuestros pecados:
la vergüenza por haber huido ante la prueba a pesar de haberte dicho
miles de veces: “incluso si todos te dejan, yo no te dejaré
jamás”, ha orado el Pontífice según señala ‘Vatican News’
en español.
“La
vergüenza de haber elegido a Barrabas y no a ti, el poder y no a ti,
la apariencia y no a ti, el dios dinero y no a ti, la mundanidad y no
la eternidad; la vergüenza por haberte tentado con la boca y
con el corazón, cada vez que nos hemos encontrado ante una prueba,
diciéndote: `¡si tú eres el mesías, sálvate y nosotros
creeremos!´; la vergüenza porque tantas personas, e incluso
algunos de tus ministros, se han dejado engañar por la ambición y
por la vanagloria perdiendo su dignidad y su primer amor; la
vergüenza porque nuestras generaciones están dejando a los jóvenes
un mundo fracturado por las divisiones y por las guerras; un mundo
devorado por el egoísmo donde los jóvenes, los pequeños, los
enfermos, os ancianos son marginados; la vergüenza de haber perdido
la vergüenza; ¡Señor Jesús, danos siempre la gracia de la
santa vergüenza!”, ha orado el Obispo de Roma en el Coliseo.
Un
rayo de esperanza
Francisco
ha meditado entre los jóvenes, contemplando la Pasión del Señor en
el Vía Crucis: “Ante tu suprema majestad se enciende, en las
tinieblas de nuestra desesperación, un rayo de esperanza porque
sabemos que tu única medida de amarnos es aquella de amarnos sin
medida; la esperanza para que tu mensaje continúe inspirando,
incluso hoy, a tantas personas y pueblos a que sólo el bien puede
derrotar al mal y la maldad, sólo el perdón puede abatir el rencor
y la venganza, sólo el abrazo fraterno puede dispersar la hostilidad
y el miedo al otro; la esperanza para que tu sacrificio
continúe, también hoy, emanando el perfume de amor divino que
acaricia los corazones de tantos jóvenes que continúan consagrando
sus vidas convirtiéndose en ejemplos vivos de caridad y de gratuidad
en este nuestro mundo devorado por la lógica del provecho y de la
ganancia fácil; la esperanza para que tantos misioneros
y misioneras continúen, también hoy, desafiando la dormida
conciencia de la humanidad arriesgando la vida para servirte en los
pobres, en los descartados, en los emarginados, en los invisibles, en
los explotados, en los hambrientos y en los encarcelados; la
esperanza para que tu Iglesia, santa y hecha de pecadores, continúe,
también hoy, no obstante todos los intentos de desacreditarla, a ser
una luz que ilumina, anima, alivia, y testimonia tu amor ilimitado a
la humanidad, un modelo de altruismo, una arca de salvación y una
fuente de certeza y de verdad; la esperanza porque de tu cruz,
fruto de la avidez y cobardía de tantos doctores de la Ley e
hipócritas, ha surgido la Resurrección transformando las tinieblas
de la tumba en el esplendor del alba del Domingo sin ocaso,
enseñándonos que tu amor es nuestra esperanza.
¡Señor
Jesús, danos siempre la gracia de la santa esperanza!”
“Ayúdanos,
Hijo del hombre –ha pedido el Pontífice– a despojarnos de la
arrogancia del ladrón colocado a tu izquierda y de los miopes y de
los corruptos, que han visto en ti una oportunidad para aprovechar,
un condenado por criticar, un derrotado para burlarse, otra ocasión
para echar sobre los demás, e incluso sobre Dios, sus propias
culpas.
Te
pedimos en cambio, Hijo de Dios, de identificarnos con el buen ladrón
que te ha mirado con ojos llenos de vergüenza, de arrepentimiento y
de esperanza; que, con los ojos de la fe, ha visto en tu aparente
derrota la divina victoria y así se ha arrodillado ante tu
misericordia y con honestidad ha robado el paraíso. ¡Amen!”
31.03.18
31.03.18
Misa Crismal: “La cercanía es la clave del evangelizador”
Misa
Crismal celebrada en la Basílica de San Pedro
(29
marzo 2018).- El Santo Padre ha presidido la Misa del Santo
Crisma, en la mañana del Jueves Santo, 29 de marzo de 2018, a las 9
horas, en la Basílica de San Pedro, en el Vaticano, acompañado de
los Cardenales, Obispos y sacerdotes (diocesanos y religiosos) que
residen en Roma.
Homilía
del Papa Francisco
Queridos
hermanos, sacerdotes de la diócesis de Roma y de las demás diócesis
del mundo:
Leyendo
los textos de la liturgia de hoy me venía a la mente, de manera
insistente, el pasaje del Deuteronomio que dice: «Porque ¿dónde
hay una nación tan grande que tenga unos dioses tan cercanos como el
Señor, nuestro Dios, siempre que lo invocamos?» (4,7). La cercanía
de Dios… nuestra cercanía apostólica.
En
el texto del profeta Isaías contemplamos al enviado de Dios ya
«ungido y enviado», en medio de su pueblo, cercano a los pobres, a
los enfermos, a los prisioneros… y al Espíritu que «está sobre
él», que lo impulsa y lo acompaña por el camino.
En
el Salmo 88 vemos cómo la compañía de Dios, que ha conducido al
rey David de la mano desde que era joven y que le prestó su brazo,
ahora que es anciano, toma el nombre de fidelidad: la cercanía
mantenida a lo largo del tiempo se llama fidelidad.
El
Apocalipsis nos acerca, hasta que podemos verlo, al «Erjómenos»,
al Señor que siempre «está viniendo» en Persona. La alusión a
que «lo verán los que lo traspasaron» nos hace sentir que siempre
están a la vista las llagas del Señor resucitado, siempre está
viniendo a nosotros el Señor si nos queremos «hacer próximos» en
la carne de todos los que sufren, especialmente de los niños.
En
la imagen central del Evangelio de hoy, contemplamos al Señor a
través de los ojos de sus paisanos que estaban «fijos en él»
(Lc 4,20). Jesús se alzó para leer en su sinagoga de
Nazaret.
Le
fue dado el rollo del profeta Isaías. Lo desenrolló hasta que
encontró el pasaje del enviado de Dios. Leyó en voz alta: «El
Espíritu del Señor está sobre mí, me ha ungido yenviado…»
(61,1). Y terminó estableciendo la cercanía tan provocadora de esas
palabras: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír»
(Lc 4,21).
Jesús
encuentra el pasaje y lee con la competencia de los escribas. Él
habría podido perfectamente ser un escriba o un doctor de la ley,
pero quiso ser un «evangelizador», un predicador callejero, el
«portador de alegres noticias» para su pueblo, el predicador cuyos
pies son hermosos, como dice Isaías (cf. 52,7).
Esta
es la gran opción de Dios: el Señor eligió ser alguien cercano a
su pueblo. ¡Treinta años de vida oculta! Después comenzará a
predicar. Es la pedagogía de la encarnación, de la inculturación;
no solo en las culturas lejanas, también en la propia parroquia, en
la nueva cultura de los jóvenes…
La
cercanía es más que el nombre de una virtud particular, es una
actitud que involucra a la persona entera, a su modo de vincularse,
de estar a la vez en sí mismo y atento al otro. Cuando la gente dice
de un sacerdote que «es cercano» suele resaltar dos cosas: la
primera es que «siempre está» (contra el que «nunca está»: «Ya
sé, padre, que usted está muy ocupado», suelen decir). Y otra es
que sabe encontrar una palabra para cada uno. «Habla con todos»,
dice la gente: con los grandes, los chicos, los pobres, con los que
no creen… Curas cercanos, que están, que hablan con todos… Curas
callejeros.
Uno
que aprendió bien de Jesús a ser predicador callejero fue Felipe.
Dicen los Hechos que recorría anunciando la Buena Nueva de la
Palabra predicando en todas las ciudades y que estas se llenaban de
alegría (cf. 8,4.5-8). Felipe era uno de esos a quienes el Espíritu
podía «arrebatar» en cualquier momento y hacerlo salir a
evangelizar, yendo de un lado para otro, uno capaz hasta de bautizar
gente de buena fe, como el ministro de la reina de Etiopía, y
hacerlo ahí mismo, en la calle (cf. Hch 8,5;
36-40).
La
cercanía es la clave del evangelizador porque es una actitud clave
en el Evangelio (el Señor la usa para describir el Reino). Nosotros
tenemos incorporado que la proximidad es la clave de la misericordia,
porque la misericordia no sería tal si no se las ingeniara siempre,
como «buena samaritana», para acortar distancias. Pero creo que nos
falta incorporar más el hecho de que la cercanía es también la
clave de la verdad. ¿Se pueden acortar distancias en la verdad? Sí
se puede. Porque la verdad no es solo la definición que hace nombrar
las situaciones y las cosas a distancia de concepto y de razonamiento
lógico. No es solo eso. La verdad es también fidelidad (emeth),
esa que te hace nombrar a las personas con su nombre propio, como las
nombra el Señor, antes de ponerles una categoría o definir «su
situación».
Hay
que estar atentos a no caer en la tentación de hacer ídolos con
algunas verdades abstractas. Son ídolos cómodos que están a mano,
que dan cierto prestigio y poder y son difíciles de discernir.
Porque la «verdad-ídolo» se mimetiza, usa las palabras evangélicas
como un vestido, pero no deja que le toquen el corazón. Y, lo que es
mucho peor, aleja a la gente simple de la cercanía sanadora de la
Palabra y de los sacramentos de Jesús.
En
este punto, acudimos a María, Madre de los sacerdotes. La podemos
invocar como «Nuestra Señora de la Cercanía»: «Como una
verdadera madre, ella camina con nosotros, lucha con nosotros, y
derrama incesantemente la cercanía del amor de Dios»
(Exhort. ap. Evangelii gaudium, 286), de modo tal
que nadie se sienta excluido. Nuestra Madre no solo es cercana por ir
a servir con esa «prontitud» (ibíd., 288) que es un
modo de cercanía, sino también por su manera de decir las cosas. En
Caná, el momento oportuno y el tono suyo con el cual dice a los
servidores «Hagan todo lo que él les diga» (Jn 2,5),
hará que esas palabras sean el molde materno de todo lenguaje
eclesial. Pero para decirlas como ella, además de pedirle la gracia,
hay que saber estar allí donde «se cocinan» las cosas importantes,
las de cada corazón, las de cada familia, las de cada cultura. Solo
en esta cercanía uno puede discernir cuál es el vino que falta y
cuál es el de mejor calidad que quiere dar el Señor.
Les
sugiero meditar tres ámbitos de cercanía sacerdotal en los que
estas palabras: «Hagan todo lo que Jesús les diga» deben resonar
―de mil modos distintos pero con un mismo tono materno― en
el corazón de las personas con las que hablamos: el ámbito del
acompañamiento espiritual, el de la confesión y el de la
predicación.
La
cercanía en la conversación espiritual, la podemos meditar
contemplando el encuentro del Señor con la Samaritana. El Señor le
enseña a discernir primero cómo adorar, en Espíritu y en verdad;
luego, con delicadeza, la ayuda a poner nombre a su pecado y, por
fin, se deja contagiar por su espíritu misionero y va con ella a
evangelizar a su pueblo. Modelo de conversación espiritual es el del
Señor, que sabe hacer salir a la luz el pecado de la Samaritana sin
que proyecte su sombra sobre su oración de adoradora ni ponga
obstáculos a su vocación misionera.
La
cercanía en la confesión la podemos meditar contemplando
el pasaje de la mujer adúltera. Allí se ve claro cómo la cercanía
lo es todo porque las verdades de Jesús siempre acercan y se dicen
(se pueden decir siempre) cara a cara. Mirando al otro a los ojos
―como el Señor cuando se puso de pie después de haber estado de
rodillas junto a la adúltera que querían apedrear, y puede decir:
«Yo tampoco te condeno» (Jn 8,11), no es ir contra la
ley. Y se puede agregar «En adelante no peques más» (ibíd.),
no con un tono que pertenece al ámbito jurídico de la
verdad-definición ―el tono de quien siente que tiene que
determinar cuáles son los condicionamientos de la Misericordia
divina― sino que es una frase que se dice en el ámbito de la
verdad-fiel, que le permite al pecador mirar hacia adelante y no
hacia atrás. El tono justo de este «no peques más» es el del
confesor que lo dice dispuesto a repetirlo setenta veces siete.
Por
último, el ámbito de la predicación. Meditamos en él
pensando en los que están lejos, y lo hacemos escuchando la primera
prédica de Pedro, que debe incluirse
dentro del acontecimiento de Pentecostés. Pedro anuncia que la
palabra es «para los que están lejos» (Hch 2,39), y
predica de modo tal que el kerigma les «traspasó el corazón» y
les hizo preguntar: «¿Qué tenemos que hacer?» (Hch 2,37).
Pregunta que, como decíamos, debemos hacer y responder siempre en
tono mariano, eclesial. La homilía es la piedra de toque «para
evaluar la cercanía y la capacidad de encuentro de un Pastor con su
pueblo» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 135). En la
homilía se ve qué cerca hemos estado de Dios en la oración y qué
cerca estamos de nuestro pueblo en su vida cotidiana.
La
buena noticia se da cuando estas dos cercanías se alimentan y se
curan mutuamente. Si te sientes lejos de Dios, acércate a su pueblo,
que te sanará de las ideologías que te entibiaron el fervor. Los
pequeños te enseñarán a mirar de otra manera a Jesús. Para
sus ojos, la Persona de Jesús es fascinante, su buen ejemplo da
autoridad moral, sus enseñanzas sirven para la vida. Si te sientes
lejos de la gente, acércate al Señor, a su Palabra: en el
Evangelio, Jesús te enseñará su modo de mirar a la gente, qué
valioso es a sus ojos cada uno de aquellos por los que derramó su
sangre en la Cruz. En la
cercanía
con Dios, la Palabra se hará carne en ti y te volverás un cura
cercano a toda carne. En la cercanía con el pueblo de Dios, su carne
dolorosa se volverá palabra en tu corazón y tendrás de qué hablar
con Dios, te volverás un cura intercesor.
Al
sacerdote cercano, ese que camina en medio de su pueblo con cercanía
y ternura de buen pastor (y unas veces va adelante, otras en medio y
otras veces va atrás, pastoreando), no es que la gente solamente lo
aprecie mucho; va más allá: siente por él una cosa especial, algo
que solo siente en presencia de Jesús. Por eso, no es una cosa más
esto de «discernir nuestra cercanía». En ella nos jugamos «hacer
presente a Jesús en la vida de la humanidad» o dejar que se quede
en el plano de las ideas, encerrado en letras de molde, encarnado a
lo sumo en alguna buena costumbre que se va convirtiendo en rutina.
Le
pedimos a María, «Nuestra Señora de la Cercanía», que «nos
acerque» entre nosotros y, a la hora de decirle a nuestro pueblo que
«haga todo lo que Jesús le diga», nos unifique el tono, para que
en la diversidad de nuestras opiniones, se haga presente su cercanía
materna, esa que con su «sí» nos acercó a Jesús para siempre.
01.04.18
01.04.18
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