Abrir el corazón al Espíritu para que él nos enseñe a escuchar con el corazón
Misa de Vigilia de Pentecostés
con el Papa Francisco
(9
junio 2019).- “Abran sus ojos y oídos, pero especialmente su
corazón”, para escuchar el “grito oculto de la gente” en las
ciudades: este es el llamado del Papa Francisco en esta víspera de
Pentecostés, 8 de junio de 2019. Como Dios, el cristiano está
invitado a tener un corazón “atento y sensible a los sufrimientos
y sueños de los hombres”.
Celebrando
ayer la misa de vigilia de Pentecostés en la Plaza de San Pedro, el
Papa deseó que la Iglesia fuera “una madre con un corazón
abierto” para todos “: “¡Como me gustaría que los que viven
en Roma reconozcan a la Iglesia … por este ‘plus’ de
¡Misericordia, por ese ‘plus’ de humanidad y ternura, que tanto
necesitamos! No por otras cosas … Nos sentiríamos como en casa, el
“hogar materno” donde siempre somos bienvenidos y a donde siempre
podemos regresar”.
Homilía
del Papa Francisco
También
esta noche, la víspera del último día del tiempo de Pascua, la
fiesta de Pentecostés, Jesús está en medio de nosotros y
proclama en voz alta: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba el que
cree en mí. Como dice la Escritura, ríos de agua viva brotarán de
tu vientre” (Jn 7, 37-38). Es el “río de agua viva” del
Espíritu Santo que brota del vientre de Jesús, de su costado
traspasado por la lanza (cf. Jn 19,36), y que lava y fecunda a la
Iglesia, la Esposa Mística, representada por María, la nueva Eva,
al pie de la cruz.
El
Espíritu Santo brota del vientre de la misericordia de Jesús
Resucitado, llenando nuestro seno de una “buena medida, suave,
llena y desbordante” de misericordia (cf. Lc 6,38) y nos transforma
en una Iglesia-madre de misericordia, es decir, en una “madre de un
corazón abierto” para todos! Cuánto me gustaría que la gente que
vive en Roma reconociera a la Iglesia, que nos reconociera por esto
más por la Misericordia, no por otra cosa, por esto lo más de
humanidad y ternura, de lo cual hay tanta necesidad! Uno se sentiría
como en casa, en la “casa materna” donde siempre se es bienvenido
y donde siempre se puede volver. Se sentiría siempre bien recibida,
escuchada, bien interpretada, ayudada a dar un paso adelante en la
dirección del reino de Dios… Como sabe hacer una madre, incluso
con sus hijos que han crecido.
Este
pensamiento sobre la maternidad de la Iglesia me recuerda que hace 75
años, el 11 de junio de 1944, el Papa Pío XII hizo un acto especial
de acción de gracias y súplica a la Virgen María, para la
protección de la ciudad de Roma. Lo hizo en la iglesia de San
Ignacio, donde había sido traída la venerada imagen de Nuestra
Señora del Divino Amor. El Amor Divino es el Espíritu Santo, que
brota del Corazón de Cristo. Él es la “roca espiritual” que
acompaña al pueblo de Dios en el desierto para que sacando de él
agua viva sacie su sed a lo largo del camino (cf. 1 Co 10,4).
En
la zarza que no se consume imagen de la Virgen María y Madre está
el Cristo resucitado que nos habla, nos comunica el fuego del
Espíritu Santo, nos invita a descender en medio de la gente para
escuchar el grito, nos envía a abrir el sendero a caminos de
libertad que conducen a las tierras prometidas por Dios.
Lo
sabemos: también hoy, como en todos los tiempos, hay quienes
intentan construir “una ciudad y una torre que lleguen hasta el
cielo” (cf. Gn 11,4). Son proyectos humanos, también nuestros
proyectos, al servicio de un yo cada vez mayor, hacia un cielo donde
ya no hay lugar para Dios. Dios nos deja hacerlo por un tiempo, para
que podamos experimentar hasta qué punto del mal y de la tristeza
podemos llegar sin Él…. Pero el Espíritu de Cristo, Señor de la
historia, no puede esperar para tirarlo todo por la borda, para que
volvamos a empezar de nuevo. Siempre somos un poco cortos de vista y
de corazón;
Abandonados
a nosotros mismos, terminamos perdiendo el horizonte; llegamos a
convencernos de que lo hemos entendido todo, y acabamos de tomar en
consideración todas las variables, y nos preguntamos, qué cosa
sucederá y cómo va a pasar….
Estas
son todas construcciones nuestras que se engañan a sí mismos de
tocar el cielo. En cambio, el Espíritu irrumpe en el mundo desde lo
alto, desde el vientre de Dios, donde nació el Hijo, y hace nuevas
todas las cosas.
¿Qué
celebramos hoy, todos juntos, en nuestra ciudad de Roma? Celebramos
la primacía del Espíritu, que nos hace estar callados ante lo
imprevisible del designio de Dios, y luego nos estremece la alegría:
“Entonces esto fue lo que Dios tuvo en su seno para nosotros”,
este camino de la Iglesia, este pasaje, este Éxodo, esta llegada a
la tierra prometida, la ciudad-Jerusalén con puertas siempre
abiertas a todos, donde las diversas lenguas del hombre se componen
en la armonía del Espíritu, porque el Espíritu es la armonía. Y
si tenemos en mente los dolores del parto, entendemos que nuestro
gemido, el de la gente que vive en esta ciudad y el gemido de toda la
creación
no
son más que el gemido del mismo Espíritu: es el nacimiento del
nuevo mundo. Dios es el Padre y la madre, Dios es la partera, Dios es
el gemido,
Dios
es el Hijo engendrado en el mundo y nosotros, la Iglesia, estamos al
servicio de este nacimiento, no al servicio de nosotros mismos, no al
servicio de nuestras ambiciones, de tantos sueños de poder, no, al
servicio de esto, de lo que hace Dios, de estas maravillas que hace
Dios.
“Si
el orgullo y la presunta superioridad moral nos ofuscan nuestro oído,
nos daremos cuenta que bajo el grito de tanta gente no hay nada más
que un auténtico gemido del Espíritu Santo. Es el Espíritu que nos
impulsa una vez más a no contentarnos, a tratar de volver a nuestro
camino; es este Espíritu que nos salvará de toda “reorganización”
diocesana (Discurso a la Convención Diocesana, 9 Mayo de 2019). El
peligro es este, querer confundir la novedad del Espíritu con un
método de organizar todo, no, esto no es el Espíritu de Dios, el
Espíritu de Dios cambia todo, nos hace comenzar, no desde el inicio
sino de un nuevo camino
Dejémonos
llevar por la mano del Espíritu y llevemos en medio del corazón de
la ciudad para escuchar su grito, su gemido. A Moisés Dios le dice
que este clamor oculto del pueblo ha llegado hasta Él: Lo ha
escuchado, ha visto la opresión y el sufrimiento…. Y ha decidido
intervenir enviando a Moisés para levantar y alimentar el sueño de
libertad de los israelitas y para revelarles que este sueño es su
voluntad: hacer de Israel un pueblo libre, su pueblo, un pueblo unido
a él por una alianza de amor, llamado a dar testimonio de la
fidelidad del Señor ante todas las naciones.
Pero
para que Moisés pueda llevar a cabo su misión, Dios quiere que él
“descienda” con él en medio de los israelitas. El corazón de
Moisés debe volverse como el de Dios, atento y sensible a los
sufrimientos y sueños de los hombres, a lo que gritan en secreto
cuando levantan la mano al Cielo, porque ya no tienen ningún asidero
en la tierra. Es el gemido del Espíritu, y Moisés debe escuchar, no
con el oído sino con el corazón.
Hoy
nos pide a nosotros cristianos a aprender a escuchar con el corazón.
El Maestro de esta escucha es el Espíritu, abrir el corazón para
que él nos enseñe a escuchar con el corazón, abrirlo.
Para
escuchar el grito de la ciudad de Roma, necesitamos que el Señor nos
lleve de la mano y nos haga “descender” descender de
nuestras posiciones, bajar en medio de los hermanos que viven
en nuestra ciudad para escuchar su necesidad de salvación, el
grito que llega hasta Él y que nosotros normalmente no escuchamos.
No se trata de escuchar ni explicar cosas intelectuales ni
ideológicas Me hace llorar cuando veo a una Iglesia que cree
que es fiel al Señor, para actualizarse cuando se buscan caminos
puramente funcionalistas, caminos que no provienen del Espíritu de
Dios. Esta Iglesia no sabe descender, no sabe bajar y si no
descienden no es el Espíritu quien manda. Se trata de una cuestión
de abrir los ojos y los oídos, pero sobre todo el corazón,
escuchando con el corazón. Entonces nos pondremos en camino.
Entonces sentiremos dentro de nosotros el fuego de Pentecostés, que
nos impulsa a gritar a los hombres y mujeres de esta ciudad que su
esclavitud ha terminado y que Cristo es el camino que conduce a la
ciudad del cielo. Para esto necesitamos la fe, hermanos y
hermanas. Hoy pedimos el don de la fe para poder ir por este camino.
Amén!
10.06.19
Los aeropuertos, “puertas” y “puentes” de encuentro con Dios
Francisco a los capellanes de
aviación
(10
junio 2019).- El Papa Francisco ha exhortado a los trabajadores
de Aviación Civil a ejercer su ministerio observando los rostros de
las numerosas personas con las que se encuentran: “Con esta mirada,
los aeropuertos se convierten en ‘puertas’ y ‘puentes’ de
encuentro con Dios y con los hermanos, hijos del único Padre”.
El
Santo Padre ha recibido en audiencia hoy, 10 de junio de 2019, a los
participantes en el XVII Seminario Mundial “Los Capellanes
católicos y los trabajadores de pastoral de la Aviación Civil al
servicio del desarrollo humano integral”, promovido por el
Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, que se
celebra en Roma del 10 al 13 de junio.
Llevar
la palabra de Dios
El
Papa ha recordado a los presentes que en su lugar de trabajo, donde
hay mucha prisa, tránsito de personas y anonimato, están “llamados
a llevar la palabra y la presencia de Cristo, el Único que sabe lo
que hay en el corazón de cada hombre, a llevar a todos, fieles y
‘gentiles’, el evangelio de la ternura, la esperanza y la paz”.
“El
ahora de Dios”
Para
Francisco, este personal aeroportuario simboliza “la gratuidad del
amor de Dios en un entorno donde todos se encuentran por trabajo o
viajando por los intereses más diversos” y proporciona “la
posibilidad de cruzarse con ‘el ahora de Dios’… Vuestro
testimonio y el mensaje que dais, ‘aquí y ahora’, pueden dejar
un signo que dure toda la vida, precisamente con la fuerza de la
gratuidad”.
Oración
y sacramentos
Igualmente,
el Papa resaltó que en los aeródromos no se debe desperdiciar la
oportunidad de poder relacionarse con Dios a través de la oración y
los sacramentos, de manera que se pueda conseguir el “sueño
pastoral” de formar una “comunidad de creyentes” en este
ambiente tan específico.
Migrantes
y refugiados
El
Santo Padre también indicó a este grupo pastoral que forma parte de
su labor asegurar que la dignidad humana y los derechos de los
migrantes y refugiados que llegan a los aeropuertos son protegidos y
garantizados, respetando las creencias de todos: “Las obras de
caridad hacia ellos son un testimonio de la cercanía de Dios a todos
sus hijos”, concluyó.
11.06.19
Santa Marta: “Ensanchar el corazón” para recibir las “gracias gratuitas” del Señor
“La
vida cristiana es para servir”
(11
junio 2019).- El Santo Padre ha pedido “que nuestra vida de
santidad sea este ensanchar el corazón, para que la gratuidad de
Dios, las gracias de Dios que están allí, gratuitas, que Él quiere
dar, lleguen a nuestro corazón. Que así sea”.
En
la mañana de hoy, 11 de junio, el Papa Francisco ha celebrado la
habitual eucaristía en la capilla de la Casa de Santa Marta. Durante
la homilía, según Vatican News, el Obispo de Roma se ha referido,
entre otras, a la cuestión de la gratuidad en la relación con Dios
y de cómo debemos cultivarla para poder extenderla a nuestras
relaciones con el prójimo.
Misión
de servicio
A
través del Evangelio del día (Mt 10,
7-13), sobre la misión de los apóstoles, el Papa ha hablado acerca
de la misión de los cristianos. Para él, el cristiano “no puede
quedarse quieto”, la vida es “hacer camino, siempre” y su
misión es “de servicio”.
En
torno a ello, el Pontífice ha recalcado que “la vida cristiana es
para servir” y que resulta muy triste la actitud de aquellos que,
aunque al principio se muestran abiertos a dicha misión de servicio,
acaban “sirviéndose del pueblo de Dios”. “Esto hace mucho mal,
tanto mal al pueblo de Dios. La vocación es para ‘servir’, y no
para ‘servirse de’”, añadió.
Vida
de gratuidad
Igualmente,
el Santo Padre ha resaltado que la existencia cristiana es “una
vida de gratuidad” y, remitiendo al pasaje del evangelio de hoy, ha
hecho alusión a la descripción del Señor en torno al núcleo de la
salvación: dar gratuitamente lo que gratuitamente se ha recibido.
Francisco
ha continuado explicando que “la salvación no se compra”,
también es gratuita porque Dios “nos nos hace pagar”, “nos
salva gratis”.
Asimismo,
definió esta gratuidad de Dios como “una de las cosas más bellas”
e instó a que debemos hacer con los demás lo mismo que el Señor
hace con nosotros, darnos gratuitamente.
Abrir
el corazón
Francisco
manifestó que el Señor está “lleno de dones para darnos” y que
solo pide una cosa, “que nuestro corazón se abra”: “Cuando
decimos ‘Padre nuestro’ y rezamos, abrimos el corazón para que
esta gratuidad venga. No hay relación con Dios fuera de la
gratuidad”.
Asimismo,
en este sentido, describió que, a veces, si necesitamos algo,
ayunamos, hacemos penitencia o rezamos. Y esto “está bien, pero
estén atentos: esto no es para
‘pagar
por la gracia’, para ‘comprar’ la gracia. Esto es para
ensanchar tu corazón para que la gracia venga. La gracia es
gratuita”.
Con
Dios “no se trata”
El
Obispo de Roma reiteró que todos los bienes de Dios son gratuitos y
que el problema es la cerrazón de los corazones de las personas, que
no somos capaces de recibir “tanto amor gratuito” y que no se
debe regatear con Dios, pues con el Señor “no se trata”.
El
Pontífice subrayó el mal que provoca el caso de aquellos pastores
de la Iglesia que “hacen negocios con la gracia de Dios” y no la
dan gratuitamente.
“En
nuestra vida espiritual siempre tenemos el peligro de resbalar sobre
el pago, siempre, incluso hablando con el Señor, como si quisiéramos
dar un soborno al Señor. ¡No! ¡La cosa no va por allí! No va por
ese camino. ‘Señor, si tú me haces esto, te daré esto’. No. Yo
hago esta promesa, pero esto me ensancha el corazón para recibir lo
que está allí, gratis para nosotros”, recalcó.
Y
es esta relación de gratuidad con Dios la que nos llevará a tenerla
con los demás.
12.06.19
“Redescubrir la belleza de dar testimonio del Resucitado” – Catequesis
Ciclo
sobre los Hechos de los Apóstoles
(12
junio 2019).- “También nosotros debemos redescubrir la
belleza de dar testimonio del Resucitado, saliendo de actitudes
autorreferenciales, renunciar a retener los dones de Dios y sin ceder
a la mediocridad”.
Estas
son las palabras empleadas por el Papa Francisco para llamarnos a
seguir el ejemplo de los apóstoles y a “convertirnos en martyres,
es decir, testigos luminosos de Dios vivo y operativos en la
historia”.
Hoy,
miércoles 12 junio 2019, en la audiencia general, el Santo Padre ha
continuado la serie de catequesis en torno a los Hechos
de los Apóstoles, que
él define como el “viaje del Evangelio”.
En
concreto, el pasaje bíblico que se ha leído es “Fue agregado a
los once apóstoles” (Hechos de los Apóstoles 1, 21-22.26), que
narra la elección de Matías como nuevo apóstol.
Según
el Santo Padre, este libro comienza a partir la Resurrección de
Cristo, “fuente de una nueva vida”. Conscientes de ello, los
discípulos permanecen unidos en la oración junto a María y a la
espera del Espíritu Santo.
Se
trata de la primera comunidad de cristianos, constituida por los 120
hermanos y hermanas, entre los que se encontraban los 12 apóstoles,
reducidos a 11 después de la traición de Judas durante la pasión.
“Elegir
la vida y la bendición”
El
Santo Padre ha explicado cómo, a pesar de que Judas recibió la
gracia de formar parte de los amigos íntimos de Jesús, escogió
vender al Señor: “Dejó de pertenecer a Jesús con su corazón y
se colocó fuera de la comunión con Él y con los suyos”.
El
resto de los apóstoles, en contraposición, decidieron “elegir la
vida y la bendición” y se hicieron responsables “de que fluyese
en la historia, de generación en generación, del pueblo de Israel a
la Iglesia”, expresó el Pontífice
Discernimiento
comunitario
El
Papa explicó que, ante el abandono de Judas, era necesario que
alguien lo relevase en su misión y Pedro indicó que dicho puesto
debía ser ocupado por un discípulo de Jesús desde el principio, el
bautismo en el Jordán, hasta el final, la ascensión.
Así,
los apóstoles inician “la praxis del discernimiento
comunitario,
que consiste en ver la realidad con los ojos de Dios, en la
perspectiva de la unidad y la comunión”, relata el Papa.
Los
once se dirigieron entonces al Padre para que les revelase quién
entre los dos candidatos, Matías y José Barsabás, tenía que
ocupar el lugar del desertor.
La
comunión, primer testimonio de los apóstoles
“Y,
a través de las suertes, el Señor indica a Matías que se une con
los once. Así se reconstituye el cuerpo de los doce, signo de la
comunión, y la comunión supera las divisiones, el
aislamiento, la mentalidad que absolutiza el espacio privado, un
signo de que la comunión es el primer testimonio que ofrecen los
Apóstoles”, describió el Papa.
En
los Hechos de los Apóstoles, los doce “manifiestan el estilo del
Señor” y “a través de la gracia de la unidad, hacen que surja
un Otro que ahora vive de una manera nueva entre su pueblo. ¿Y quién
es este? Es el Señor Jesús”, concluyó Francisco.
13.06.19
Memoria litúrgica de San Antonio de Padua
“La esperanza de los pobres nunca se frustrará” – Mensaje del Papa Francisco
Para
la 3ª Jornada Mundial de los Pobres
(13
junio 2019).- «La esperanza de los pobres nunca se frustrará»
(Sal 9,19). “Las palabras del salmo se presentan con
una actualidad increíble”. Este es el tema elegido por el Papa
Francisco para el Mensaje de la 3ª Jornada Mundial de los Pobres,
que se celebrará el 17 de noviembre de 2019, XXXIII
domingo del Tiempo Ordinario.
Este
salmo se escribió en una época en la que la gente arrogante y sin
ningún sentido de Dios perseguía a los pobres para apoderarse
incluso de lo poco que tenían y reducirlos a la esclavitud. “Hoy
no es muy diferente”, aclara el Papa en su mensaje.
Las
palabras del salmo “no se refieren al pasado, sino a nuestro
presente, expuesto al juicio de Dios”, señala el Pontífice.
“También hoy debemos nombrar las numerosas formas de nuevas
esclavitudes a las que están sometidos millones de hombres, mujeres,
jóvenes y niños”.
Pobre,
“hombre de la confianza”
El
contexto que el salmo describe “se tiñe de tristeza por la
injusticia, el sufrimiento y la amargura que afecta a los pobres”.
A pesar de ello, –añade Francisco– se ofrece una “hermosa
definición del pobre”: Él es aquel que «confía en el Señor»
(cf. v. 11), porque tiene la certeza de que nunca será abandonado.
“El pobre, en la Escritura, es el hombre de la confianza”,
indica.
En
este sentido, la Sagrada Escritura recoge una descripción de la
acción de Dios en favor de los pobres: Él es aquel que “escucha”,
“interviene”, “protege”, “defiende”, “redime”,
“salva”… En definitiva, el pobre nunca encontrará a Dios
indiferente o silencioso ante su oración. “Dios es aquel que hace
justicia y no olvida”.
El
Reino de Dios les pertenece
Así,
Francisco cita la bienaventuranza: «Bienaventurados los pobres»
(Lc 6,20) y explica que el sentido de este anuncio
paradójico es que “el Reino de Dios pertenece precisamente a los
pobres, porque están en condiciones de recibirlo”.
Él ha
inaugurado, “pero nos ha confiado a nosotros, sus discípulos,
la tarea de llevarlo adelante, asumiendo la responsabilidad de dar
esperanza a los pobres”, explica Francisco. “Es necesario, sobre
todo en una época como la nuestra, reavivar la esperanza y restaurar
la confianza”.
Jean
Vanier, “santo de la puerta de al lado”
Asimismo,
en el mensaje, el Papa ha recordado a Jean
Vanier, recientemente fallecido,
quien “recibió de Dios el don de dedicar toda su vida a los
hermanos y hermanas con discapacidades graves, a quienes la sociedad
a menudo tiende a excluir”.
Este
laico suizo “fue un ‘santo de la puerta de al lado’ de la
nuestra; con su entusiasmo supo congregar en torno suyo a muchos
jóvenes, hombres y mujeres, que con su compromiso cotidiano dieron
amor y devolvieron la sonrisa a muchas personas débiles y frágiles,
ofreciéndoles una verdadera ‘arca’ de salvación contra la
marginación y la soledad”, escribe el Santo Padre.
A
continuación, reproducimos el Mensaje del Santo Padre Francisco,
publicado hoy por la Santa Sede.
***
La
esperanza de los pobres nunca se frustrará
1.
«La esperanza de los pobres nunca se frustrará» (Sal 9,19).
Las palabras del salmo se presentan con una actualidad increíble.
Ellas expresan una verdad profunda que la fe logra imprimir sobre
todo en el corazón de los más pobres: devolver la esperanza perdida
a causa de la injusticia, el sufrimiento y la precariedad de la vida.
El
salmista describe la condición del pobre y la arrogancia del que lo
oprime (cf. vv. 22-31); invoca el juicio de Dios para que se
restablezca la justicia y se supere la iniquidad (cf. vv. 35-36). Es
como si en sus palabras volviese de nuevo la pregunta que se ha
repetido a lo largo de los siglos hasta nuestros días: ¿cómo puede
Dios tolerar esta disparidad? ¿Cómo puede permitir que el pobre sea
humillado, sin intervenir para ayudarlo? ¿Por qué permite que quien
oprime tenga una vida feliz mientras su comportamiento debería ser
condenado precisamente ante el sufrimiento del pobre?
Este
salmo se compuso en un momento de gran desarrollo económico que,
como suele suceder, también produjo fuertes desequilibrios sociales.
La inequidad generó un numeroso grupo de indigentes, cuya condición
parecía aún más dramática cuando se comparaba con la riqueza
alcanzada por unos pocos privilegiados. El autor sagrado, observando
esta situación, dibuja un cuadro lleno de realismo y verdad.
Era
una época en la que la gente arrogante y sin ningún sentido de Dios
perseguía a los pobres para apoderarse incluso de lo poco que tenían
y reducirlos a la esclavitud. Hoy no es muy diferente. La crisis
económica no ha impedido a muchos grupos de personas un
enriquecimiento que con frecuencia aparece aún más anómalo si
vemos en las calles de nuestras ciudades el ingente número de pobres
que carecen de lo necesario y que en ocasiones son además
maltratados y explotados. Vuelven a la mente las palabras del
Apocalipsis: «Tú dices: “soy rico, me he enriquecido; y no tengo
necesidad de nada”; y no sabes que tú eres desgraciado, digno de
lástima, ciego y desnudo» (Ap 3,17). Pasan los siglos,
pero la condición de ricos y pobres se mantiene inalterada, como si
la experiencia de la historia no nos hubiera enseñado nada. Las
palabras del salmo, por lo tanto, no se refieren al pasado, sino a
nuestro presente, expuesto al juicio de Dios.
2.
También hoy debemos nombrar las numerosas formas de nuevas
esclavitudes a las que están sometidos millones de hombres, mujeres,
jóvenes y niños.
Todos
los días nos encontramos con familias que se ven
obligadas a abandonar su tierra para buscar formas de subsistencia en
otros lugares; huérfanos que han perdido a sus
padres o que han sido separados violentamente de ellos a causa de una
brutal explotación; jóvenes en busca de una
realización profesional a los que se les impide el acceso al trabajo
a causa de políticas económicas miopes; víctimas de
tantas formas de violencia, desde la prostitución hasta las drogas,
y humilladas en lo más profundo de su ser. ¿Cómo olvidar, además,
a los millones de inmigrantes víctimas de tantos
intereses ocultos, tan a menudo instrumentalizados con fines
políticos, a los que se les niega la solidaridad y la igualdad? ¿Y
qué decir de las numerosas personas marginadas y sin
hogar que deambulan por las calles de nuestras ciudades?
Con
frecuencia vemos a los pobres en los vertederos recogiendo
el producto del descarte y de lo superfluo, para encontrar algo que
comer o con qué vestirse. Convertidos ellos mismos en parte de un
vertedero humano son tratados como desperdicios, sin que exista
ningún sentimiento de culpa por parte de aquellos que son
cómplices en este escándalo. Considerados generalmente como
parásitos de la sociedad, a los pobres no se les perdona ni siquiera
su pobreza. Se está siempre alerta para juzgarlos. No pueden
permitirse ser tímidos o desanimarse; son vistos como una amenaza o
gente incapaz, sólo porque son pobres.
Para
aumentar el drama, no se les permite ver el final del túnel de la
miseria. Se ha llegado hasta el punto de teorizar y realizar
una arquitectura hostil para deshacerse de su
presencia, incluso en las calles, últimos lugares de acogida.
Deambulan de una parte a otra de la ciudad, esperando conseguir un
trabajo, una casa, un poco de afecto… Cualquier posibilidad que se
les ofrezca se convierte en un rayo de luz; sin embargo, incluso
donde debería existir al menos la justicia, a menudo se comprueba el
ensañamiento en su contra mediante la violencia de la arbitrariedad.
Se ven obligados a trabajar horas interminables bajo el sol abrasador
para cosechar los frutos de la estación, pero se les recompensa con
una paga irrisoria; no tienen seguridad en el trabajo ni condiciones
humanas que les permitan sentirse iguales a los demás. Para ellos no
existe el subsidio de desempleo, indemnizaciones, ni siquiera la
posibilidad de enfermarse.
El
salmista describe con crudo realismo la actitud de los ricos que
despojan a los pobres: «Están al acecho del pobre para robarle,
arrastrándolo a sus redes» (cf. Sal 10,9). Es como
si para ellos se tratara de una jornada de caza, en la que los pobres
son acorralados, capturados y hechos esclavos. En una condición como
esta, el corazón de muchos se cierra y se afianza el deseo de
volverse invisibles. Así, vemos a menudo a una multitud de pobres
tratados con retórica y soportados con fastidio. Ellos se vuelven
como transparentes y sus voces ya no tienen fuerza ni consistencia en
la sociedad. Hombres y mujeres cada vez más extraños entre nuestras
casas y marginados en nuestros barrios.
3.
El contexto que el salmo describe se tiñe de tristeza por la
injusticia, el sufrimiento y la amargura que afecta a los pobres. A
pesar de ello, se ofrece una hermosa definición del pobre. Él es
aquel que «confía en el Señor» (cf. v. 11), porque tiene la
certeza de que nunca será abandonado. El pobre, en la Escritura, es
el hombre de la confianza. El autor sagrado brinda también el motivo
de esta confianza: él “conoce a su Señor” (cf. ibíd.),
y en el lenguaje bíblico este “conocer” indica una relación
personal de afecto y amor.
Estamos
ante una descripción realmente impresionante que nunca nos
hubiéramos imaginado. Sin embargo, esto no hace sino manifestar la
grandeza de Dios cuando se encuentra con un pobre. Su fuerza creadora
supera toda expectativa humana y se hace realidad en el “recuerdo”
que él tiene de esa persona concreta (cf. v. 13). Es precisamente
esta confianza en el Señor, esta certeza de no ser abandonado, la
que invita a la esperanza. El pobre sabe que Dios no puede
abandonarlo; por eso vive siempre en la presencia de ese Dios que lo
recuerda. Su ayuda va más allá de la condición actual de
sufrimiento para trazar un camino de liberación que transforma
el corazón, porque lo sostiene en lo más profundo.
4.
La descripción de la acción de Dios en favor de los pobres es un
estribillo permanente en la Sagrada Escritura. Él es aquel que
“escucha”, “interviene”, “protege”, “defiende”,
“redime”, “salva”… En definitiva, el pobre nunca encontrará
a Dios indiferente o silencioso ante su oración. Dios es aquel que
hace justicia y no olvida (cf. Sal 40,18; 70,6); de
hecho, es para él un refugio y no deja de acudir en su ayuda
(cf. Sal 10,14).
Se
pueden alzar muchos muros y bloquear las puertas de entrada con la
ilusión de sentirse seguros con las propias riquezas en detrimento
de los que se quedan afuera. No será así para siempre. El “día
del Señor”, tal como es descrito por los profetas
(cf. Am 5,18; Is 2-5; Jl 1-3),
destruirá las barreras construidas entre los países y sustituirá
la arrogancia de unos pocos por la solidaridad de muchos. La
condición de marginación en la que se ven inmersas millones de
personas no podrá durar mucho tiempo. Su grito aumenta y alcanza a
toda la tierra. Como escribió D. Primo Mazzolari: «El pobre es una
protesta continua contra nuestras injusticias; el pobre es un
polvorín. Si le das fuego, el mundo estallará».
5.
No hay forma de eludir la llamada apremiante que la Sagrada Escritura
confía a los pobres. Dondequiera que se mire, la Palabra de Dios
indica que los pobres son aquellos que no disponen de lo necesario
para vivir porque dependen de los demás. Ellos son el oprimido, el
humilde, el que está postrado en tierra. Aun así, ante esta
multitud innumerable de indigentes, Jesús no tuvo miedo de
identificarse con cada uno de ellos: «Cada vez que lo hicisteis con
uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis»
(Mt 25,40). Huir de esta identificación equivale a
falsificar el Evangelio y atenuar la revelación. El Dios que Jesús
quiso revelar es éste: un Padre generoso, misericordioso, inagotable
en su bondad y gracia, que ofrece esperanza sobre todo a los que
están desilusionados y privados de futuro.
¿Cómo
no destacar que las bienaventuranzas, con las que Jesús inauguró la
predicación del Reino de Dios, se abren con esta expresión:
«Bienaventurados los pobres» (Lc 6,20)? El sentido de
este anuncio paradójico es que el Reino de Dios pertenece
precisamente a los pobres, porque están en condiciones de recibirlo.
¡Cuántas personas pobres encontramos cada día! A veces parece que
el paso del tiempo y las conquistas de la civilización aumentan su
número en vez de disminuirlo. Pasan los siglos, y la bienaventuranza
evangélica parece cada vez más paradójica; los pobres son cada vez
más pobres, y hoy día lo son aún más. Pero Jesús, que ha
inaugurado su Reino poniendo en el centro a los pobres, quiere
decirnos precisamente esto: Él ha inaugurado, pero nos
ha confiado a nosotros, sus discípulos, la tarea de llevarlo
adelante, asumiendo la responsabilidad de dar esperanza a los pobres.
Es necesario, sobre todo en una época como la nuestra, reavivar la
esperanza y restaurar la confianza. Es un programa que la comunidad
cristiana no puede subestimar. De esto depende que sea creíble
nuestro anuncio y el testimonio de los cristianos.
6.
La Iglesia, estando cercana a los pobres, se reconoce como un pueblo
extendido entre tantas naciones cuya vocación es la de no permitir
que nadie se sienta extraño o excluido, porque implica a todos en un
camino común de salvación. La condición de los pobres obliga a no
distanciarse de ninguna manera del Cuerpo del Señor que sufre en
ellos. Más bien, estamos llamados a tocar su carne para
comprometernos en primera persona en un servicio que constituye
auténtica evangelización. La promoción de los pobres, también en
lo social, no es un compromiso externo al anuncio del Evangelio, por
el contrario, pone de manifiesto el realismo de la fe cristiana y su
validez histórica. El amor que da vida a la fe en Jesús no permite
que sus discípulos se encierren en un individualismo asfixiante,
soterrado en segmentos de intimidad espiritual, sin ninguna
influencia en la vida social (cf. Exhort. ap. Evangelii
gaudium, 183).
Hace
poco hemos llorado la muerte de un gran apóstol de los pobres, Jean
Vanier, quien con su dedicación logró abrir nuevos caminos a la
labor de promoción de las personas marginadas. Jean Vanier recibió
de Dios el don de dedicar toda su vida a los hermanos y hermanas con
discapacidades graves, a quienes la sociedad a menudo tiende a
excluir. Fue un “santo de la puerta de al lado” de la nuestra;
con su entusiasmo supo congregar en torno suyo a muchos jóvenes,
hombres y mujeres, que con su compromiso cotidiano dieron amor y
devolvieron la sonrisa a muchas personas débiles y frágiles,
ofreciéndoles una verdadera “arca” de salvación contra la
marginación y la soledad. Este testimonio suyo ha cambiado la vida
de muchas personas y ha ayudado al mundo a mirar con otros ojos a las
personas más débiles y frágiles. El grito de los pobres ha sido
escuchado y ha producido una esperanza inquebrantable, generando
signos visibles y tangibles de un amor concreto que también hoy
podemos reconocer.
7.
«La opción por los últimos, por aquellos que la sociedad descarta
y desecha» (ibíd., 195) es una opción prioritaria que los
discípulos de Cristo están llamados a realizar para no traicionar
la credibilidad de la Iglesia y dar esperanza efectiva a tantas
personas indefensas. En ellas, la caridad cristiana encuentra su
verificación, porque quien se compadece de sus sufrimientos con el
amor de Cristo recibe fuerza y confiere vigor al anuncio del
Evangelio.
El
compromiso de los cristianos, con ocasión de esta Jornada
Mundial y sobre todo en la vida ordinaria de cada día, no
consiste sólo en iniciativas de asistencia que, si bien son
encomiables y necesarias, deben tender a incrementar en cada uno la
plena atención que le es debida a cada persona que se encuentra en
dificultad. «Esta atención amante es el inicio de una verdadera
preocupación» (ibíd., 199) por los pobres en la búsqueda
de su verdadero bien. No es fácil ser testigos de la esperanza
cristiana en el contexto de una cultura consumista y de descarte,
orientada a acrecentar el bienestar superficial y efímero. Es
necesario un cambio de mentalidad para redescubrir lo esencial y
darle cuerpo y efectividad al anuncio del Reino de Dios.
La
esperanza se comunica también a través de la consolación, que se
realiza acompañando a los pobres no por un momento, cargado de
entusiasmo, sino con un compromiso que se prolonga en el tiempo. Los
pobres obtienen una esperanza verdadera no cuando nos ven complacidos
por haberles dado un poco de nuestro tiempo, sino cuando reconocen en
nuestro sacrificio un acto de amor gratuito que no busca recompensa.
8.
A los numerosos voluntarios, que muchas veces tienen el mérito de
ser los primeros en haber intuido la importancia de esta preocupación
por los pobres, les pido que crezcan en su dedicación. Queridos
hermanos y hermanas: Os exhorto a descubrir en cada pobre que
encontráis lo que él realmente necesita; a no deteneros ante la
primera necesidad material, sino a ir más allá para descubrir la
bondad escondida en sus corazones, prestando atención a su cultura y
a sus maneras de expresarse, y así poder entablar un verdadero
diálogo fraterno. Dejemos de lado las divisiones que provienen de
visiones ideológicas o políticas, fijemos la mirada en lo esencial,
que no requiere muchas palabras sino una mirada de amor y una mano
tendida. No olvidéis nunca que «la peor discriminación que sufren
los pobres es la falta de atención espiritual» (ibíd.,
200).
Antes
que nada, los pobres tienen necesidad de Dios, de su amor hecho
visible gracias a personas santas que viven junto a ellos, las que en
la sencillez de su vida expresan y ponen de manifiesto la fuerza del
amor cristiano. Dios se vale de muchos caminos y de instrumentos
infinitos para llegar al corazón de las personas. Por supuesto, los
pobres se acercan a nosotros también porque les distribuimos comida,
pero lo que realmente necesitan va más allá del plato caliente o
del bocadillo que les ofrecemos. Los pobres necesitan nuestras manos
para reincorporarse, nuestros corazones para sentir de nuevo el calor
del afecto, nuestra presencia para superar la soledad. Sencillamente,
ellos necesitan amor.
9.
A veces se requiere poco para devolver la esperanza: basta con
detenerse, sonreír, escuchar. Por un día dejemos de lado las
estadísticas; los pobres no son números a los que se pueda recurrir
para alardear con obras y proyectos. Los pobres son personas a las
que hay que ir a encontrar: son jóvenes y ancianos solos a los que
se puede invitar a entrar en casa para compartir una comida; hombres,
mujeres y niños que esperan una palabra amistosa. Los pobres nos
salvan porque nos permiten encontrar el rostro de Jesucristo.
A
los ojos del mundo, no parece razonable pensar que la pobreza y la
indigencia puedan tener una fuerza salvífica; sin embargo, es lo que
enseña el Apóstol cuando dice: «No hay en ella muchos sabios en lo
humano, ni muchos poderosos, ni muchos aristócratas; sino que, lo
necio del mundo lo ha escogido Dios para humillar a los sabios, y lo
débil del mundo lo ha escogido Dios para humillar lo poderoso. Aún
más, ha escogido la gente baja del mundo, lo despreciable, lo que no
cuenta, para anular a lo que cuenta, de modo que nadie pueda
gloriarse en presencia del Señor» (1 Co 1,26-29). Con
los ojos humanos no se logra ver esta fuerza salvífica; con los ojos
de la fe, en cambio, se la puede ver en acción y experimentarla en
primera persona. En el corazón del Pueblo de Dios que camina late
esta fuerza salvífica, que no excluye a nadie y a todos congrega en
una verdadera peregrinación de conversión para reconocer y amar a
los pobres.
10.
El Señor no abandona al que lo busca y a cuantos lo invocan; «no
olvida el grito de los pobres» (Sal 9,13), porque sus
oídos están atentos a su voz. La esperanza del pobre desafía las
diversas situaciones de muerte, porque él se sabe amado
particularmente por Dios, y así logra vencer el sufrimiento y la
exclusión. Su condición de pobreza no le quita la dignidad que ha
recibido del Creador; vive con la certeza de que Dios mismo se la
restituirá plenamente, pues él no es indiferente a la suerte de sus
hijos más débiles, al contrario, se da cuenta de sus afanes y
dolores y los toma en sus manos, y a ellos les concede fuerza y valor
(cf. Sal 10,14). La esperanza del pobre se consolida
con la certeza de ser acogido por el Señor, de encontrar en él la
verdadera justicia, de ser fortalecido en su corazón para seguir
amando (cf. Sal 10,17).
La
condición que se pone a los discípulos del Señor Jesús, para ser
evangelizadores coherentes, es sembrar signos tangibles de esperanza.
A todas las comunidades cristianas y a cuantos sienten la necesidad
de llevar esperanza y consuelo a los pobres, pido que se comprometan
para que esta Jornada Mundial pueda reforzar en
muchos la voluntad de colaborar activamente para que nadie se sienta
privado de cercanía y solidaridad. Que nos acompañen las palabras
del profeta que anuncia un futuro distinto: «A vosotros, los que
teméis mi nombre, os iluminará un sol de usticia y hallaréis salud
a su sombra» (Mal 3,20).
Vaticano,
13 de junio de 2018
Memoria litúrgica de San Antonio de Padua
FRANCISCO
Francisco insta a los líderes petroleros a emprender una “transición energética radical”
“No
podemos permitirnos el lujo de esperar”
(14
junio 2019).- “¡El tiempo apremia! Las reflexiones deben ir más
allá de la mera exploración de lo que se puede hacer
y enfocarse en lo que se necesita hacer,
de hoy en adelante. No podemos permitirnos el lujo de esperar a que
otros se adelanten, o dar prioridad a los beneficios económicos a
corto plazo. La crisis climática requiere de nosotros una acción
específica ahora mismo”
Esta
es la advertencia que ha hecho el Papa Francisco a los jefes de las
compañías petrolíferas, este viernes, 14 de junio de 2019,
reunidos en la Casina Pío IV del Vaticano, en torno al curso La
transición energética y la protección de la casa común,
organizado organizado por el Dicasterio para el Servicio del
Desarrollo Humano Integral.
Transición
energética radical
“Hoy
se necesita una transición energética radical para salvar nuestra
casa común. Todavía hay esperanza y queda tiempo para evitar los
peores impactos del cambio climático, siempre que haya una acción
rápida y decidida”.
“No
es una exageración”
“La
crisis ecológica actual –ha continuado– especialmente el cambio
climático, amenaza el futuro de la familia humana y esto no es una
exageración. Durante demasiado tiempo hemos ignorado colectivamente
los frutos de los análisis científico, y las predicciones
catastróficas ya no pueden ser miradas con desprecio e ironía”.
Irresponsabilidad
Discurso
del Papa Francisco
Eminencia,
Distinguidos gerentes, inversores y expertos,
Distinguidos gerentes, inversores y expertos,
Señoras
y señores,
Extiendo
una calurosa bienvenida a todos vosotros con motivo de este Diálogo
sobre La transición energética y la defensa de la casa
común. Encontraros en Roma, después del encuentro del año
pasado, es una señal positiva de vuestro compromiso constante de
trabajar juntos en un espíritu de solidaridad con el fin de dar
pasos concretos para la protección de nuestro planeta. Os lo
agradezco.
Este
segundo Diálogo, tiene lugar en un momento crítico. La crisis
ecológica actual, especialmente el cambio climático, amenaza el
futuro de la familia humana y esto no es una exageración. Durante
demasiado tiempo hemos ignorado colectivamente los frutos de los
análisis científico, y “las predicciones catastróficas ya no
pueden ser miradas con desprecio e ironía” (Enc. Laudato
si ‘, 161). Por lo tanto, cualquier discusión sobre el
cambio climático y la transición energética debe asumir los
mejores frutos de la investigación científica actualmente
disponible y dejarnos interpelar por ella en profundidad (ver ibid.,
15).
Un
avance significativo en el último año ha sido la publicación
del Informe especial sobre el impacto del calentamiento
global de 1.5ºC sobre los niveles preindustriales por parte
del Grupo Intergubernamental sobre el Cambio Climático. Ese Informe
advierte claramente de que las repercusiones sobre el clima serán
catastróficas si superamos el umbral de 1.5ºC descrito en el
objetivo del Acuerdo de París. El Informe también advierte de que
falta solo poco más de una década para alcanzar esta barrera del
calentamiento global. Ante tal emergencia climática, debemos tomar
las medidas oportunas para no cometer una grave injusticia con los
pobres y las generaciones futuras. Debemos actuar con responsabilidad
y considerar muy bien el impacto de nuestras acciones a corto y largo
plazo.
Efectivamente,
son los pobres quienes sufren el peor impacto de la crisis climática.
Como demuestra la situación actual, los pobres son los más
vulnerables a los huracanes, las sequías, las inundaciones y otros
fenómenos meteorológicos extremos. Por eso, ciertamente, hace falta
valor para responder “a los gritos cada vez más angustiosos de la
tierra y de sus pobres” (Discurso
a los participantes en la Conferencia Internacional en el tercer
aniversario de Laudato Si’,
6 de julio de 2018). Al mismo tiempo, las generaciones futuras están
a punto de heredar un mundo en ruinas. Nuestros hijos y nietos no
deberían tener que pagar el costo de la irresponsabilidad de nuestra
generación. Me excuso pero quisiera subrayar esto: ellos, nuestros
hijos, nuestros nietos no deberían pagar, no es justo que paguen el
precio de nuestra irresponsabilidad. De hecho, como cada vez es más
evidente, los jóvenes nos reclaman un cambio (ver Laudato
si ‘,
13) “¡El futuro es nuestro”, gritan los jóvenes hoy y tienen
razón!.
Vuestro
encuentro se ha centrado en tres puntos interconectados: primero, una
transición correcta, segundo, el precio del carbón y tercero, la
transparencia en la notificación de riesgos climáticos. Son tres
problemas enormemente complejos y os agradezco que los hayáis
propuesto para la discusión y a vuestro nivel, que es un nivel
serio, científico.
Una
transición correcta, como sabéis, se menciona en el Preámbulo de
los Acuerdos de París. Esta transición implica gestionar el impacto
social y laboral del cambio a una sociedad de bajo consumo de
carbono. Si se gestiona bien, esta transición puede generar nuevas
oportunidades de empleo, reducir la desigualdad y aumentar la calidad
de vida de las personas afectadas por el cambio climático.
Segundo,
una política de los precios del carbón es esencial si la humanidad
quiere usar los recursos de la creación de manera inteligente. La
falta de gestión de las emisiones de carbono ha generado una enorme
deuda que ahora tendrán que pagar con intereses los que vienen
después de nosotros. Nuestra utilización de los recursos
ambientales comunes puede considerarse ética solo cuando los costes
económicos y sociales que se derivan del uso de los recursos
ambientales comunes se reconozcan de manera transparente y sean
sufragados totalmente por aquellos que se benefician, y no por otros
o por las futuras generaciones (ver ibid., 195).
El
tercer tema, la transparencia en la notificación de los
riesgos climáticos, es esencial porque los recursos económicos
deben ser explotados allí donde puedan aportar el bien mayor. Una
comunicación abierta, transparente, fundamentada científicamente y
regulada redunda en interés de todos, haciendo posible mover el
capital financiero a aquellas áreas que ofrecen las más amplias
posibilidades a la inteligencia humana para crear e innovar, a la vez
que protege el ambiente y crea más fuentes de trabajo. “(ibid.,
192).
Queridos
amigos, ¡el tiempo apremia! Las reflexiones deben ir más allá de
la mera exploración de lo que se puedehacer y enfocarse
en lo que se necesita hacer, de hoy en adelante. No
podemos permitirnos el lujo de esperar a que otros se adelanten, o
dar prioridad a los beneficios económicos a corto plazo. La crisis
climática requiere de nosotros una acción específica ahora mismo
(ver ibid., 161) y la Iglesia está totalmente comprometida a hacer
su parte.
En
nuestro encuentro del año pasado, expresé mi preocupación porque
“la civilización requiere energía, ¡pero el uso de la energía
no debe destruir la civilización!”. Hoy se necesita una transición
energética radical para salvar nuestra casa común. Todavía hay
esperanza y queda tiempo para evitar los peores impactos del cambio
climático, siempre que haya una acción rápida y decidida, porque
sabemos que «los seres humanos, capaces de degradarse hasta el
extremo también pueden sobreponerse, volver a optar por el bien y
regenerarse “(Laudato si ‘, 205).
Os
doy nuevamente las gracias por haber respondido generosamente una vez
más a la invitación del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo
Humano Integral. Os aseguro mis oraciones por vuestras decisiones; e
invoco de todo corazón las bendiciones del Señor sobre vosotros y
vuestras familias.
15.06.19
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