Ángelus: «El Verbo eterno, se hizo carne»
Palabras del
Papa antes del Ángelus
Ángelus: «El Verbo eterno, se hizo carne»
Palabras del
Papa antes del Ángelus
(5
enero 2020).- A las 12 de la mañana de hoy, 5 de enero de 2020, el
Santo Padre Francisco se asoma a la ventana del estudio del Palacio
Vaticano Apostólico para rezar el Ángelus con los fieles y
peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro.
***Palabras
del Papa antes del Ángelus
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En
este segundo domingo del tiempo de Navidad, las lecturas de la Biblia
nos ayudan a ampliar la mirada, para tener una plena conciencia del
significado del nacimiento de Jesús. El libro de la Sirácide
celebra la venida de la Sabiduría divina en medio del pueblo (cf.
cap. 24); no está todavía encarnada, sino que está personificada,
y en cierto momento dice de sí misma: «El que me creó me hizo
plantar mi tienda…y me dijo: «Pon tu morada en Jacob y toma como
herencia a Israel». (24,8).
El
Evangelio, con el Prólogo de San Juan, nos muestra que la Palabra,
el Verbo eterno y el Creador, es el Hijo unigénito de Dios (cf.
1:1-18). No es una criatura, sino una Persona divina; pues de él se
dice: «El Verbo era con Dios y el Verbo era Dios» (v. 1). Ahora, la
novedad lo que resulta chocante es que precisamente este Verbo eterno
«se hizo carne» (v. 14). No sólo vino a habitar entre la gente,
sino que se hizo uno de ellos. Después de este evento, con el fin de
orientar nuestra vida ya no tenemos sólo una ley, una institución,
sino una Persona divina que ha asumido nuestra propia naturaleza y es
en todas las cosas como nosotros, excepto en el pecado.
Estos
dos grandes himnos, a la Sabiduría Divina – en Sirácide – y al
Verbo Encarnado – en el Evangelio – hoy se completan
igualmente este solemne Evangelio de San Pablo, que bendice a Dios
por su plan de amor realizado en Jesucristo (cf. Ef 1,3-6.15-18). En
este plan cada uno encontramos nuestra propia vocación fundamental:
estamos predestinados a ser hijos de Dios a través de la obra de
Jesucristo. Por eso el Hijo Eterno se hizo carne: para introducirnos
en su relación filial con el Padre.
Así
pues, hermanos y hermanas, mientras continuamos contemplando el
admirable signo del Pesebre, la liturgia de hoy nos dice que el
Evangelio de Cristo no es una fábula, o un mito, un cuento
edificante, no, es la plena revelación del plan de Dios sobre el
hombre y sobre el mundo. Es un mensaje a la vez simple y grandioso,
lo que nos lleva a preguntarnos: ¿qué proyecto concreto ha
puesto el Señor en mí, todavía actualizando su nacimiento entre
nosotros? Es el apóstol Pablo quien sugiere la respuesta: «[Dios]
nos ha elegido […] para que seamos santos e inmaculados ante él en
la caridad» (v. 4). Este es el significado de la Navidad.
Si
el Señor sigue viniendo entre nosotros, si continúa dándonos el
don de su Palabra, es para que cada uno de nosotros pueda responder a
esta llamada: llegar a ser santos en el amor. La santidad pertenece a
Dios, es comunión con Él, transparencia de su bondad infinita. La
santidad es custodiar el don que Dios nos ha dado, solo esto,
custodiar la gratuidad, esto es ser santos y el que acoge en sí esto
como don de gracia no puede dejar de traducirlo en acción concreta
en lo cotidiano, en el encuentro con los demás. Lo que Dios me ha
dado lo traduzco en acciones concretas en lo cotidiano, en el
encuentro con los demás, en la caridad, en la misericordia. Es esta
caridad, esta misericordia hacia el prójimo, reflejo del amor de
Dios, al mismo tiempo purifica nuestros corazones y nos dispone al
perdón, haciéndonos «inmaculados» día tras día, pero
inmaculados no en el sentido que yo me quito una mancha, inmaculado
en el sentido de que Dios entra en nosotros y nosotros custodiamos la
gratuidad con la que entra en Él y se la damos a los demás.
Que
la Virgen María nos ayude a acoger con alegría y gratitud el
proyecto divino de amor realizado en Jesucristo.
06.01.20
Significado de la Navidad: «Responder a esta llamada: ser santos en el amor»
Palabras antes
del Ángelus
(7
enero 2020).- El significado de la Navidad, recordó el Papa, es que
«si el Señor sigue viniendo entre nosotros, si sigue dándonos el
don de su Palabra, es para que cada uno de nosotros pueda responder a
esta llamada: ser santos en el amor».
El
6 de enero de 2020, solemnidad de la Epifanía del Señor y segundo
domingo de navidad, el Papa Francisco se asomó a mediodía a la
ventana de su estudio en el Palacio Apostólico Vaticano para rezar
el Ángelus con los 50.000 fieles –según la Gendarmería Vaticana–
reunidos en la plaza de San Pedro para la habitual cita dominical.
La
santidad, añadió, «es guardar el don que Dios nos ha dado.
Simplemente esto: guardar la gratuidad». Y aclaró: «En esto
consiste ser santo». Por tanto, «quien acepta la santidad en sí
mismo como un don de gracia, no puede dejar de traducirla en acciones
concretas en la vida cotidiana», explicó Francisco.
«Este
don, esta gracia que Dios me ha dado, la traduzco en una acción
concreta en la vida cotidiana, en el encuentro con los demás»,
matizó. «Esta caridad, esta misericordia hacia el prójimo, reflejo
del amor de Dios, al mismo tiempo que purifica nuestro corazón y nos
dispone al perdón», indicó el Papa.
Estas
han sido las palabras del Santo Padre durante la oración mariana:
***
Antes
del Ángelus
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En
este segundo domingo de la Navidad, las lecturas bíblicas nos ayudan
a alargar la mirada, para tomar una conciencia plena del significado
del nacimiento de Jesús.
El
comienzo del Evangelio de San Juan nos muestra una impactante
novedad: el Verbo eterno, el Hijo de Dios, «se hizo carne» (v. 14).
No sólo vino a vivir entre la gente, sino que se convirtió en uno
del pueblo, ¡uno de nosotros! Después de este acontecimiento, para dirigir
nuestras vidas, ya no tenemos sólo una ley, una institución, sino
una Persona, una Persona divina, Jesús, que guía nuestras vidas,
nos hace ir por el camino porque Él lo hizo antes.
San
Pablo bendice a Dios por su plan de amor realizado en Jesucristo
(cf. Efesios 1, 3-6; 15-18). En este plan, cada uno
de nosotros encuentra su vocación fundamental. ¿Y cuál es? Esto es
lo que dice Pablo: estamos predestinados a ser hijos de Dios por
medio de Jesucristo. El Hijo de Dios se hizo hombre para hacernos a
nosotros, hombres, hijos de Dios. Por eso el Hijo eterno se hizo
carne: para introducirnos en su relación filial con el Padre.
Así
pues, hermanos y hermanas, mientras continuamos contemplando el
admirable signo de la Natividad, la liturgia de hoy nos dice que el
Evangelio de Cristo no es una fábula, ni un mito, ni un cuento
moralizante, no. El Evangelio de Cristo es la plena revelación del
plan de Dios, el plan de Dios para el hombre y el mundo. Es un
mensaje a la vez sencillo y grandioso, que nos lleva a preguntarnos:
¿qué plan concreto tiene el Señor para mí, actualizando aún hoy
su nacimiento entre nosotros?
Es
el apóstol Pablo quien nos sugiere la respuesta: «[Dios] nos ha
elegido […] para ser santos e inmaculados en su presencia, en el
amor» (v. 4). Este es el significado de la Navidad. Si el Señor
sigue viniendo entre nosotros, si sigue dándonos el don de su
Palabra, es para que cada uno de nosotros pueda responder a esta
llamada: ser santos en el amor. La santidad pertenece a Dios, es
comunión con Él, transparencia de su infinita bondad. La santidad
es guardar el don que Dios nos ha dado. Simplemente esto: guardar la
gratuidad. En esto consiste ser santo. Por tanto, quien acepta la
santidad en sí mismo como un don de gracia, no puede dejar de
traducirla en acciones concretas en la vida cotidiana. Este don, esta
gracia que Dios me ha dado, la traduzco en una acción concreta en la
vida cotidiana, en el encuentro con los demás. Esta caridad, esta
misericordia hacia el prójimo, reflejo del amor de Dios, al mismo
tiempo que purifica nuestro corazón y nos dispone al perdón,
haciéndonos “inmaculados” día tras día. Pero inmaculados no en
el sentido de que yo elimino una mancha: inmaculados en el sentido de
que Dios entra en nosotros, el don, la gratuidad de Dios entra en
nosotros y nosotros lo guardamos y lo damos a los demás.
Que
la Virgen María nos ayude a acoger con alegría y gratitud el diseño
divino de amor realizado en Jesucristo.
07.01.20
Epifanía del Señor: «La adoración es un gesto de amor que cambia la vida»
Homilía del Papa Francisco
(7
enero 2020).- «Queridos hermanos», planteó el Papa, «¿Encontramos
momentos para la adoración en nuestros días y creamos espacios para
la adoración en nuestras comunidades?». Al adorar, aseguró,
«nosotros también descubriremos, como los Magos, el significado de
nuestro camino». Y, como los Magos, experimentaremos una ‘inmensa
alegría'».
El
Santo Padre celebró el 6 de enero de 2020, solemnidad de la Epifanía
del Señor, la Santa Misa en la Basílica Vaticana, a las 10 horas.
«La
adoración es un gesto de amor que cambia la vida», precisó el
Pontífice en su reflexión. «Es actuar como los Magos: es traer oro
al Señor, para decirle que nada es más precioso que Él; es
ofrecerle incienso, para decirle que sólo con Él puede elevarse
nuestra vida; es presentarle mirra, con la que se ungían los cuerpos
heridos y destrozados, para pedirle a Jesús que socorra a nuestro
prójimo que está marginado y sufriendo, porque allí está Él».
Así,
el Santo Padre recordó la importancia de la «adoración» en la
Iglesia: «Al inicio del año redescubrimos la adoración como una
exigencia de fe. Si sabemos arrodillarnos ante Jesús, venceremos la
tentación de ir cada uno por su camino. De hecho, adorar es hacer un
éxodo de la esclavitud más grande, la de uno mismo. Adorar es poner
al Señor en el centro para no estar más centrados en nosotros
mismos».
Publicamos
a continuación la homilía del Papa que ha pronunciado después de
la proclamación del Evangelio y del anuncio del día de Pascua, que
este año se celebrará el 12 de abril.
***
Homilía
del Papa
En
el Evangelio (Mt 2,1-12)
hemos escuchado que los Magos comienzan manifestando sus intenciones:
«Hemos visto salir su estrella
y venimos a adorarlo» (v. 2). La adoración es la finalidad de su
viaje, el objetivo de su camino. De hecho, cuando llegaron a Belén,
«vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo
adoraron» (v. 11). Si perdemos el sentido de la adoración,
perdemos el sentido de movimiento de la vida cristiana, que es un
camino hacia el Señor, no hacia nosotros. Es el riesgo del que nos
advierte el Evangelio, presentando, junto a los Reyes Magos, unos
personajes que no logran adorar.
En
primer lugar, está el rey Herodes, que usa el verbo adorar, pero de
manera engañosa. De hecho, le pide a los Reyes Magos que le informen
sobre el lugar donde estaba el Niño «para ir — dice— yo también
a adorarlo» (v. 8). En realidad, Herodes sólo se adoraba a sí
mismo y, por lo tanto, quería deshacerse del Niño con mentiras.
¿Qué nos enseña esto? Que el hombre, cuando no adora a Dios,
está orientado a adorar su yo.
E incluso la vida cristiana, sin adorar al Señor, puede convertirse
en una forma educada de alabarse a uno mismo y el talento que se
tiene: cristianos que no saben adorar, que no saben rezar adorando.
Es un riesgo grave: servirnos de Dios en lugar de servir a Dios.
Cuántas veces hemos cambiado los intereses del Evangelio por los
nuestros, cuántas veces hemos cubierto de religiosidad lo que era
cómodo para nosotros, cuántas veces hemos confundido el poder según
Dios, que es servir a los demás, con el poder según el mundo, que
es servirse a sí mismo.
Además
de Herodes, hay otras personas en el Evangelio que no logran adorar:
son los jefes de los sacerdotes y los escribas del pueblo. Ellos
indican a Herodes con extrema precisión dónde nacería el Mesías:
en Belén de Judea (cf. v. 5). Conocen las profecías y las citan
exactamente. Saben a dónde ir —grandes teólogos, grandes—, pero
no van. También de esto podemos aprender una lección. En la vida
cristiana no es suficiente saber: sin salir de uno mismo, sin
encontrar, sin adorar, no se conoce a Dios. La teología y la
eficiencia pastoral valen poco o nada si no se doblan las rodillas;
si no se hace como los Magos, que no sólo fueron sabios
organizadores de un viaje, sino que caminaron y adoraron. Cuando uno
adora, se da cuenta de que la fe no se reduce a un conjunto de
hermosas doctrinas, sino que es la relación con una Persona viva a
quien amar. Conocemos el rostro de Jesús estando cara a cara con Él.
Al adorar, descubrimos que la vida cristiana es una historia de amor
con Dios, donde las buenas ideas no son suficientes, sino que se
necesita ponerlo en primer lugar, como lo hace un enamorado con la
persona que ama. Así debe ser la Iglesia, una
adoradora enamorada de Jesús, su esposo.
Al
inicio del año redescubrimos la adoración como una exigencia de fe.
Si sabemos arrodillarnos ante Jesús, venceremos la tentación de ir
cada uno por su camino. De hecho, adorar es hacer un éxodo de la
esclavitud más grande, la de uno mismo. Adorar es poner al Señor en
el centro para no estar más centrados en nosotros mismos. Es poner
cada cosa en su lugar, dejando el primer puesto a Dios. Adorar es
poner los planes de Dios antes que mi tiempo, que mis derechos, que
mis espacios. Es aceptar la enseñanza de la Escritura: «Al Señor,
tu Dios, adorarás» (Mt 4,10).
Tu Dios: adorar es experimentar que, con Dios, nos pertenecemos
recíprocamente. Es darle del “tú” en la intimidad, es
presentarle la vida y permitirle entrar en nuestras vidas. Es hacer
descender su consuelo al mundo. Adorar es descubrir que para rezar
basta con decir: «¡Señor mío y Dios mío!» (Jn 20,28),
y dejarnos llenar de su ternura.
Adorar
es encontrarse con Jesús sin la lista de peticiones, pero con la
única solicitud de estar con Él. Es descubrir que la alegría y la
paz crecen con la alabanza y la acción de gracias. Cuando adoramos,
permitimos que Jesús nos sane y nos cambie. Al adorar, le damos al
Señor la oportunidad de transformarnos con su amor, de iluminar
nuestra oscuridad, de darnos fuerza en la debilidad y valentía en
las pruebas. Adorar es ir a lo esencial: es la forma de
desintoxicarse de muchas cosas inútiles, de adicciones que adormecen
el corazón y aturden la mente. De hecho, al adorar uno aprende a
rechazar lo que no debe ser adorado: el dios del dinero, el dios del
consumo, el dios del placer, el dios del éxito, nuestro yo erigido
en dios. Adorar es hacerse pequeño en presencia del Altísimo,
descubrir ante Él que la grandeza de la vida no consiste en tener,
sino en amar. Adorar es redescubrirnos hermanos y hermanas frente al
misterio del amor que supera toda distancia: es obtener el bien de la
fuente, es encontrar en el Dios cercano la valentía para
aproximarnos a los demás. Adorar es saber guardar silencio ante la
Palabra divina, para aprender a decir palabras que no duelen, sino
que consuelan.
La
adoración es un gesto de amor que cambia la vida. Es actuar como los
Magos: es traer oro al Señor, para decirle que nada es más precioso
que Él; es ofrecerle incienso, para decirle que sólo con Él puede
elevarse nuestra vida; es presentarle mirra, con la que se ungían
los cuerpos heridos y destrozados, para pedirle a Jesús que socorra
a nuestro prójimo que está marginado y sufriendo, porque allí está
Él. Por lo general, sabemos cómo orar —le pedimos, le agradecemos
al Señor—, pero la Iglesia debe ir aún más allá con la oración
de adoración, debemos crecer en la adoración. Es una sabiduría que
debemos aprender todos los días. Rezar adorando: la oración de
adoración.
Queridos
hermanos y hermanas, hoy cada uno de nosotros puede preguntarse:
“¿Soy un adorador cristiano?”. Muchos cristianos que oran
no saben adorar. Hagámonos esta pregunta. ¿Encontramos momentos
para la adoración en nuestros días y creamos espacios para la
adoración en nuestras comunidades? Depende de nosotros, como
Iglesia, poner en práctica las palabras que rezamos hoy en el Salmo:
«Señor, que todos los pueblos te adoren». Al adorar, nosotros
también descubriremos, como los Magos, el significado de nuestro
camino. Y, como los Magos, experimentaremos una «inmensa alegría»
(Mt 2,10).
08.01.20
«Pablo nos enseña a vivir las pruebas abrazándonos a Cristo» – Catequesis completa
Hechos
de los Apóstoles
(8
enero 2020).- «Pablo nos enseña a vivir las pruebas abrazándonos a
Cristo», ha anunciado el Pontífice en la primera
audiencia general celebrada
en el nuevo año.
De
esta manera, ha relatado el Papa este miércoles, 8 de enero de 2020,
el apóstol madura la «convicción de que Dios puede actuar en
cualquier circunstancia, también en medio de aparentes fracasos» y
la «certeza de que quien se ofrece y se entrega a Dios por amor será
seguramente fecundo».
El
Papa ha reanudado la catequesis sobre los Hechos de los Apóstoles,
este miércoles, 8 de enero de 2020, para la que ha elegido el
fragmento “Ninguna de vuestras vidas se perderá” (Hechos, 27,
22). La prueba del naufragio: entre la salvación de Dios y la
hospitalidad de los malteses (Hechos 27, 15-21-24).
Francisco
ha asegurado que «el amor a Dios siempre es fecundo y si te dejas
tomar por el Señor y recibes los dones del Señor, podrás así
darlos a los demás». En el marco del relato de San Pablo en la isla
de Malta, el Santo Padre ha exhortado: «El amor a Dios va siempre
más allá».
La
audiencia general de hoy ha tenido lugar a las 9:10 horas en el Aula
Pablo VI, donde el Papa ha encontrado grupos de peregrinos y fieles
de Italia y de todo el mundo.
A
continuación, sigue la catequesis completa del Papa Francisco,
traducida al español por la Oficina de Prensa de la Santa Sede:
***
Catequesis
del Santo Padre
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El
libro de los Hechos de los Apóstoles, en su última parte, nos dice
que el Evangelio continúa su camino no sólo por tierra sino también
por mar, en una nave que lleva a Pablo, prisionero de Cesarea a Roma
(cf. Hch 27,1-28,16), al corazón del Imperio, para que se cumpla la palabra
del Resucitado: «Seréis mis testigos… hasta los confines de la
tierra» (Hch 1,8). Leed el libro de los Hechos de los Apóstoles y
veréis como el Evangelio, con la fuerza del Espíritu Santo, llega a
todos los pueblos, se vuelve universal. Tomadlo. Leedlo.
La
navegación, desde el principio, halla condiciones desfavorables. El
viaje se vuelve peligroso. Paolo aconseja no continuar la navegación,
pero el centurión no le hace caso y se fía del piloto y del
armador. El viaje prosigue y se desencadena un viento tan furioso que
la tripulación pierde el control y deja que el barco vaya a la
deriva.
Cuando
la muerte ya parece cercana y la desesperación invade a todos
interviene Pablo que tranquiliza a sus compañeros diciendo lo que
hemos escuchado: «Esta noche se me ha presentado un ángel del Dios
a quien pertenezco y a quien doy culto… y me ha dicho: ‘No temas,
Pablo; tienes que comparecer ante el César, y mira, Dios te ha
concedido la vida de todos los que navegan contigo'». (Hechos
27:23-24). Incluso en la prueba, Pablo no deja de ser el custodio
de la vida de los demás y el que alienta su esperanza.
Lucas
nos muestra así que el proyecto que guía a Pablo a Roma pone a
salvo no solamente al Apóstol, sino también a sus compañeros de
viaje, y el naufragio, de una situación de desgracia, se convierte
en una oportunidad providencial por el anuncio del Evangelio.
Al
naufragio le sigue el desembarco en la isla de Malta, cuyos
habitantes demuestran una cálida acogida. Los malteses son buenos,
son humildes, son acogedores ya desde aquella época.
Llueve
y hace frío y encienden una hoguera para que los náufragos tengan,
por lo menos, calor y alivio. También aquí Pablo, como
verdadero discípulo de Cristo, contribuye a alimentar el fuego con
algunas ramas. Mientras lo hace es mordido por una víbora pero no
sufre ningún daño. La gente, al verlo, dice “¡Pero este es un
malhechor porque se salva de un naufragio y además le muerde una
víbora!”. Esperaban el momento en que cayese muerto, pero no sufre
daño alguno e incluso le toman por una deidad, en vez de por un
malhechor. En realidad, ese beneficio proviene del Señor resucitado
que le asiste, según la promesa hecha antes de subir al cielo y
dirigida a los creyentes: «Agarrarán serpientes en sus manos
y, aunque beban veneno, no les hará daño; impondrán las manos
sobre los enfermos y se pondrán bien». (Mc16.18). Dice la historia
que desde aquel momento no hay víboras en Malta; esta es la
bendición de Dios por la acogida de este pueblo tan bueno.
En
efecto, la estancia en Malta se convierte para Pablo en la ocasión
propicia para dar «carne» a la palabra que anuncia y ejercer así
un ministerio de compasión en la curación de los enfermos. Y esta
es una ley del Evangelio: cuando un creyente experimenta la salvación
no la guarda para sí mismo, sino que la pone en circulación. «El
bien siempre tiende a comunicarse. Toda experiencia auténtica de
verdad y belleza busca por sí misma su expansión, y cualquier
persona que viva una profunda liberación adquiere mayor sensibilidad
a las necesidades de los demás» (Exhortación Evangelii
gaudium, 9). Un cristiano «probado» puede ciertamente acercarse
a los que sufren y hacer que su corazón se abra y sea sensible a la
solidaridad con los demás.
Pablo
nos enseña a vivir las pruebas abrazándonos a Cristo, para madurar
la «convicción de que Dios puede actuar en cualquier circunstancia,
también en medio de aparentes fracasos» y la «certeza de que quien
se ofrece y se entrega a Dios por amor será seguramente fecundo”.
(ib., 279). El amor es siempre fecundo, el amor a Dios siempre es
fecundo y si te dejas tomar por el Señor y recibes los dones del
Señor, podrás así darlos a los demás. El amor a Dios va siempre
más allá.
Pidamos
hoy al Señor que nos ayude a vivir cada prueba sostenidos por la
energía de la fe; y a ser sensibles con los numerosos náufragos de
la historia que llegan a nuestras costas exhaustos, para que
también nosotros los recibamos con ese amor fraterno que proviene
del encuentro con Jesús. Esto es lo que nos salva del frío de la
indiferencia y de la inhumanidad.
08.01.20
Santa Marta: La “paz del pueblo” se siembra “en el corazón”
Meditación
del Papa en la Misa
(
9 enero 2020).- La “paz del pueblo” o de una nación “se
siembra en el corazón” y “si no tenemos paz en el corazón,
¿cómo pensamos que habrá paz en el mundo?”, planteó el Papa
Francisco.
Hoy,
9 de enero de 2020, en la homilía de la Misa en la Casa Santa Marta,
el Santo Padre ha reflexionado en torno a la primera lectura del día
en la que san Juan señala el camino para alcanzar la paz,
informa Vatican
News.
Una
“paz segura”
Francisco
resaltó que no podemos “ser cristianos” si somos “sembradores
de guerra” en la familia, en nuestro vecindario, en el lugar de
trabajo. Y pidió que “el Señor nos dé el Espíritu Santo para
permanecer en Él y nos enseñe a amar simplemente, sin declarar la
guerra a los demás”.
Del
mismo modo, según el citado medio vaticano, el Papa invocó a Dios
para que otorgue a todas las personas una “paz segura”. Para él,
al hablar de paz, “inmediatamente pensamos en guerras, que no haya
guerras en el mundo, que haya paz segura, es la imagen que nos viene
siempre, paz y no guerras, pero siempre afuera: en ese país, en esa
situación… Incluso en estos días que ha habido tantos fuegos de
guerra encendidos, la mente inmediatamente va allí cuando hablamos
de paz, [cuando oramos para que] el Señor nos dé la paz”.
Y
añadió que “debemos orar por la paz mundial, siempre debemos
tener ante nosotros este don de Dios que es la paz y pedirlo para todos”.
Por otra parte, el Pontífice exhortó a cuestionarse cómo la paz va
“a casa”, si nuestro corazón está “en paz” o “ansioso”,
“en guerra, en tensión por tener algo más, dominar, hacerse
sentir”.
Permanecer
en el Señor
La
primera lectura de san Juan de hoy, prosiguió, “nos muestra el
camino hacia la paz interior” que consiste en “permanecer en el
Señor”, pues donde está el Señor hay paz.
Dios
es el que hace la paz, recalcó el Obispo de Roma, “es el Espíritu
Santo que envía para hacer las paces dentro de nosotros. Si
permanecemos en el Señor, nuestro corazón estará en paz; y si
habitualmente permanecemos en el Señor cuando cometemos un pecado o
un defecto, será el Espíritu quien nos hará saber este error, este
desliz”.
Para
poder permanecer en el Señor, el apóstol dice que es preciso amarse
los unos a los otros, algo que Francisco considera “el secreto de
la paz”.
Amor
verdadero
El
Papa Francisco también se refirió al “amor verdadero”,
aclarando que no se trata del que aparece en las telenovelas o en el
“espectáculo”, sino el que empuja a hablar bien de los demás.
Así, subrayó que, “si no puedo hablar bien, cierro la boca”, ya
que hablar a las espaldas y criticar a otros es hacer “guerra”.
El
amor “se ve en las cosas pequeñas”, describió el Santo Padre y
afirmó que si la guerra está presente en nuestro corazón, “habrá
guerra en nuestra familia, habrá guerra en nuestro vecindario y
habrá guerra en nuestro lugar de trabajo”.
Hablar
con espíritu de paz
Además,
aludió a los celos, la envidia y los “chismes” y los
definió como “mugre”, malos hábitos que conducen a hacer guerra
entre nosotros y destruirnos. Frente a ello, el Papa invitó a
reflexionar sobre cuántas veces hablamos “con espíritu de paz”
y cuántas “con espíritu de guerra”, así como sobre cuántas
veces somos capaces de decir: “todos tienen sus pecados, yo miro
los míos y los
otros tendrán los suyos, así que cierro la boca”.
Asimismo,
Francisco recordó que “ensuciar” al otro “no es amor” y
tampoco es “la paz segura que hemos pedido en la oración”.
La
semilla del diablo
Finalmente,
de acuerdo a la citada fuente, el Santo Padre indicó que cuando el
diablo enciende el “fuego” de hacernos hacer la guerra, “está
feliz, porque ya no tiene que trabajar”. “Somos nosotros que
trabajamos para destruirnos”, “somos nosotros que llevamos a
delante la guerra, la destrucción, destruyéndonos primero a
nosotros mismos porque sacamos el amor y luego a los demás”,
puntualizó.
Santa Marta: El verdadero amor lleva “a hacer el bien”, no admite la indiferencia
Meditación
del Papa en la Misa
(
10 enero 2020).- El Papa Francisco citó una expresión de San
Alberto Hurtado que decía: “No hacer el mal es bueno; pero no
hacer el bien, es malo”, indicando que el verdadero amor “debe
llevar a hacer el bien (…), a ensuciarte las manos en las obras de
amor”.
Hoy,
10 de enero de 2020, en la homilía de la Misa en la Casa Santa
Marta, el Santo Padre ha reflexionado en torno a la primera lectura
del día, tomada de la Primera Carta de san Juan apóstol, que trata
sobre el tema del amor, informa Vatican
News.
Para
Francisco, el apóstol comprendió qué es el amor, lo experimentó
y, entrando en el corazón de Jesús, comprendió cómo se
manifestaba, de manera que en su carta cuenta cómo amamos y cómo
hemos sido amados.
Dios
ama primero
De
acuerdo a la misma fuente, el Papa propuso dos definiciones como
“claras” en torno a este tema. La primera se refiere al
fundamento del amor: “Amamos a Dios porque Él nos ha amado
primero”, el principio del amor viene de Él. “Yo empiezo a amar,
o puedo empezar a amar porque sé que Él me ha amado primero”,
explicó, y prosiguió: “Si no nos hubiera amado, ciertamente no
podríamos amar”.
En
este sentido, el Pontífice ofreció entonces un ejemplo: “Si un
recién nacido, de pocos días, pudiera hablar, seguramente
explicaría esta realidad: ‘Me siento amado por los padres’. Y lo
que los padres hacen con el niño es lo que Dios hizo con nosotros:
nos amó primero”.
“Y
esto hace nacer y hace crecer nuestra capacidad de amar. Esta es una
clara definición de amor: podemos amar a Dios porque Él nos amó
primero”, agregó.
Amar
a Dios y al prójimo
El
Obispo de Roma apuntó también que el apóstol describe “sin
medias palabras” que “si alguno dice: ‘Yo amo a Dios’ y odia
a su hermano, es un mentiroso”. Juan no dice que es un “mal
educado”, o “uno que se equivoca”, sino que lo califica como
“mentiroso”.
Ante
ello, el Papa aclaró que “esta palabra de la Biblia es clara,
porque ser un mentiroso es la forma de ser del diablo: es el Gran
Mentiroso, nos dice el Nuevo Testamento, es el padre de la mentira”.
Esta constituye “la definición de Satanás que nos da la Biblia. Y
si dices que amas a Dios y odias a tu hermano, estás del otro lado:
eres un mentiroso. No hay concesiones en esto”.
Odio
e indiferencia
Francisco
aludió al hecho de que muchos pueden tratar de justificarse para
odiar a los demás porque hay algunos que hieren o son maleducados.
No obstante, en esta línea, insiste en las palabras de Juan “el
que no ama a su hermano, a quien ha visto, no puede amar a Dios a
quien no ha visto”.
Además,
el Santo Padre recordó que no solo existe el sentimiento de odio,
sino que también la voluntad de no “entrometerse” en las cosas
de los demás, algo que tampoco es bueno porque el amor “se expresa
haciendo el bien”.
El
amor es concreto
De
nuevo utilizó un ejemplo para explicar esto último: “Si una
persona dice ‘Yo, para estar bien limpio, sólo bebo agua
destilada’: ¡morirás!, porque eso no sirve para la vida. El
verdadero amor no es agua destilada: es el agua de todos los días,
con los problemas, con los afectos, con los amores y con los odios,
pero es esto. Amar la concreción, el amor concreto: no es un amor de
laboratorio”
Y
continuó remarcando que “hay una forma de no amar a Dios y de no
amar al prójimo un poco escondida, que es la indiferencia. ‘No, no
quiero eso: quiero agua destilada. No me meto en los problemas de los
demás’. Tú debes, para ayudar, para rezar”.
El
camino de la fe
El
Pontífice resaltó que tratar de hacer el bien siempre es una tarea
difícil, pero a través del camino de la fe se presenta la
posibilidad de superar la mentalidad del mundo “que nos impide
amar”.
Este
es el camino, reiteró, “aquí no entran los indiferentes, los que
se lavan las manos de los problemas, los que no quieren inmiscuirse
en los problemas para ayudar, para hacer el bien; no entran los
falsos místicos, los de corazón destilado como el agua, que dicen
que aman a Dios pero prescinden de amar al prójimo”.
Ángelus: «Festejen en el corazón la fecha del Bautismo cada año»
Palabras del
Papa antes del Ángelus
(12
enero 2020).- “El que se jacta no es un buen discípulo. El buen
discípulo es humilde, gentil, hace el bien sin ser notado», dijo el
Papa Francisco en el Ángelus que presidió en la Plaza de San Pedro
este 12 de enero de 2020.
«En
la fiesta del Bautismo de Jesús, redescubrimos nuestro Bautismo»,
subrayó el Papa, evocando la fiesta del día, concluyendo el tiempo
de Navidad: «Somos hijos amados: ¡el Padre nos ama a todos!
– Objetos de la alegría de Dios, hermanos de muchos
hermanos, investidos de una gran misión para testimoniar y anunciar
a todos los hombres el amor infinito del Padre».
«Festejen
en su corazón la fecha de su Bautismo cada año», también
recomendó el Papa. Háganlo. También es un deber de justicia para
el Señor que ha sido tan bueno con nosotros».
***
Palabras
del Papa del Ángelus
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Una
vez más he tenido la alegría de bautizar a algunos niños en la
fiesta del Bautismo del Señor, hoy eran 32. Oremos por ellos y sus
familias.
La
liturgia de este año nos propone el acontecimiento del Bautismo de
Jesús según el relato del Evangelio de Mateo (cf. 3:13-17). El
evangelista describe el diálogo entre Jesús, que pide el Bautismo,
y Juan el Bautista, que quiere negarse y observa: «Soy yo quien
necesita ser bautizado por ti, y tu vienes a mí?» (v. 14). Esta
decisión de Jesús sorprende al Bautista: de hecho, el Mesías no
necesita ser purificado; es Él en cambio quien purifica. Pero Dios
es el Santo, sus caminos no son los nuestros y Jesús es el Camino de
Dios, un camino impredecible. Recordemos que Dios es el Dios de las
sorpresas.
Juan
había declarado que había una distancia abismal e insalvable entre
él y Jesús. «No soy digno de llevar sus sandalias». (Mt 3,11),
dijo. Pero el Hijo de Dios vino precisamente para salvar la brecha
entre el hombre y Dios. Si Jesús está del lado de Dios, también
está del lado del hombre, y reúne lo que estaba dividido. Por eso
le respondió a Juan: «Déjalo por ahora, porque conviene que
cumplamos con toda justicia» (v. 15). El Mesías pide ser bautizado,
para que toda la justicia se cumpla, es decir, se realice el plan del
Padre que pasa por el camino de la obediencia filial y de solidaridad
con el hombre frágil y pecador. Es el camino de la humildad y de la
total cercanía de Dios a sus hijos.
El
profeta Isaías proclama también la justicia del Siervo de Dios, que
cumple su misión en el mundo con un estilo contrario al espíritu
mundano: «No gritará ni elevará el tono, no hará que se oiga por
las calles, dice el profeta, no romperá la caña quebrada, no
apagará la mecha con una llama que arde débilmente» (42,2-3). Es
la actitud de mansedumbre, es lo que nos enseña Jesús con su
humildad, es la actitud de la gentileza, simplicidad, el
respeto, la moderación y ocultamiento, que pide también hoy
Jesús a los discípulos. Cuantos discípulos del Señor se pavonean
de ser discípulos del Señor. No es un buen discípulo el que se
pavonea, buen discípulo es el humilde, el manso, el que hace el bien
sin hacerse ver. En la acción misionera, la comunidad cristiana está
llamada a encontrarse con los demás siempre proponiendo y no
imponiendo, dando testimonio, compartiendo la vida concreta de las
personas.
Tan
pronto como Jesús fue bautizado en el río Jordán, los cielos se
abrieron y el Espíritu Santo descendió sobre Él como una paloma,
mientras que una voz resonaba desde lo alto diciendo: «Este es mi
Hijo», El amado: en quien tengo puesta toda mi complacencia» (Mt
3,17). En la Fiesta del Bautismo de Jesús redescubrimos nuestro
Bautismo. Como Jesús es el Hijo amado del Padre, nosotros también,
renacidos del agua y por el Espíritu Santo sabemos que somos hijos
amados; el Padre nos ama a todos, objeto de la complacencia de Dios,
hermanos de muchos otros hermanos, investidos con una gran misión
para dar testimonio y anunciar a todos los hombres el amor infinito
del Padre.
Esta
fiesta del Bautismo de Jesús, nos hace recordar nuestro Bautismo,
también nosotros hemos renacido, en el Bautismo vino el Espíritu
Santo a nosotros por eso es importante recordar, saber, cual es la
fecha de mi Bautismo. Sabemos cuál es la fecha de nuestro
nacimiento, pero no siempre sabemos cuando es la fecha de nuestro
Bautismo, seguramente algunos de ustedes, no lo saben, es una tarea
para que hagan en casa, cuando regresen, pregunten, ¿Cuándo fui
bautizada, cuándo me bautizaron? y festejen en el corazón la fecha
del Bautismo cada año, háganlo, porque es un deber de justicia
hacia el Señor que ha sido tan bueno con nosotros.
Que
María Santísima nos ayude a comprender cada vez más el don del
Bautismo y a vivirlo con coherencia en las situaciones cotidianas.
13.01.20
Santa Marta: La autoridad es “coherencia y testimonio”, no mandato
Meditación
del Papa en la Misa
(
14 enero 2020).- “La autoridad se ve en esto: coherencia y
testimonio”, afirmó el Papa Francisco y aclaró que dicha
autoridad “no consiste en mandar y hacerse oír, sino en ser
coherente, en ser testigo y, por ello, ser compañeros de camino del
Señor”.
Hoy,
14 de enero de 2020, en la homilía de la Misa en la Casa Santa
Marta, el Santo Padre se ha inspirado en el Evangelio del día,
“Jesús enseñaba como quien tiene autoridad”, indica Vatican
News.
En
él se relata la enseñanza de Jesús en el templo, así como la
reacción de la gente con respecto a su forma de actuar con
autoridad, diferenciándose de los escribas.
A
partir de este pasaje, Francisco explica la diferencia que existe
entre “tener autoridad”, “autoridad interior” como el mismo
Jesús, y “ejercer la autoridad sin tenerla”. Los escribas se
encontraban en este último grupo porque, a pesar de ser
especialistas en la enseñanza de la ley y escuchados por el pueblo,
no se les creía.
El
estilo de Jesús
De
este modo, de acuerdo a la misma fuente, el Papa planteó “¿Cuál
es la autoridad que tiene Jesús?” y respondió “es ese estilo
del Señor ese ‘señorío’ -digámoslo así- con el que el Señor
se movía, enseñaba, sanaba, escuchaba”.
Para
él, efectivamente, se trata de un estilo señorial que viene de
dentro y hace ver la “coherencia”. Jesús, describió, “tenía
autoridad porque
era coherente entre lo que enseñaba y lo que hacía, [es decir] cómo
vivía. Esa coherencia es la que da la expresión de una
persona que tiene autoridad: ‘Este tiene autoridad, esta tiene
autoridad, porque es coherente’, es decir, da testimonio”.
Hipocresía
y esquizofrenia pastoral
No
obstante, los escribas no eran coherentes y Jesús, dice el
Pontífice, llama al pueblo a “hacer lo que dicen pero no lo que
hacen” y les reprocha que “con esta actitud han caído en la
esquizofrenia pastoral: dicen una cosa y hacen otra”.
El
Obispo de Roma remitió a varios momentos del Evangelio en el que
Jesús reacciona ante los escribas, unas veces acorralándolos, otras
sin darle ninguna respuesta y otras “calificándolos”. “Y
la palabra que Jesús usa para calificar esta incoherencia, esta
esquizofrenia, es ‘hipocresía’. ¡Es un rosario de
calificaciones!
Tomemos
el capítulo veintitrés de San Mateo; muchas veces dice: ‘hipócritas
por esto, hipócritas por esto, hipócritas…’”, expuso.
Pueblo
de Dios tolerante
Jesús
los define como hipócritas porque “la hipocresía es el modo de
actuar de quienes tienen responsabilidad sobre las personas -en este
caso responsabilidad pastoral- pero no son coherentes, no son
señores, no tienen autoridad”, puntualizó el Santo Padre.
Y
añadió que “el pueblo de Dios es manso y tolerante; tolera a
tantos pastores hipócritas, a tantos pastores esquizofrénicos que
dicen y no hacen, sin coherencia”.
No
obstante, el Papa Francisco indicó que este pueblo de Dios “que
tanto tolera” es capaz de distinguir la fuerza de la gracia. Y
explicó esta cuestión aludiendo a la primera lectura del día, en
la que el anciano Elí que había perdido toda autoridad y solo le
quedaba la gracia de la unción y con ella “bendice y realiza el
milagro” a Ana, que rezaba para ser madre.
En
esta línea, Francisco considera que el pueblo de Dios, los
cristianos y los pastores, “distingue bien entre la autoridad de
una persona y la gracia de la unción. ‘¿Pero tú vas a confesarte
con aquél,que
es esto, y esto y esto?’ – ‘Para mí ese es Dios. Punto. Ese es
Jesús’”.
Coherencia
y testimonio
“Y
esta es la sabiduría de nuestro pueblo que tolera tantas veces,
tantos pastores incoherentes, pastores como escribas, y hasta
cristianos – que van a Misa todos los domingos y luego viven como
paganos. Y la gente dice: ‘Esto es un escándalo, una
incoherencia’. ¡Qué mal hacen los cristianos incoherentes que no
dan testimonio y los pastores incoherentes, esquizofrénicos que no
dan testimonio!”, subrayó el Pontífice.
De
este modo, según el citado medio vaticano, al final de la homilía,
el Papa elevó una oración para que todos los bautizados tengan la
autoridad de Jesús que él define, la de la coherencia y el
testimonio.
14.01.20
“La Palabra no está encadenada”, sino lista para sembrarse –
Catequesis completa
Final
del ciclo de los Hechos de los Apóstoles
(15
enero 2020).- En Roma, san Pablo estaba prisionero, pero era libre de
hablar porque “la Palabra no está encadenada- es una Palabra lista
para dejarse sembrar plenamente” y, por ello, el apóstol acoge en
su casa a los que quieren recibir el anuncio del Reino de Dios y
conocer a Cristo, indicó el Papa Francisco.
Hoy,
15 de enero de 2020, en la audiencia general celebrada en el Aula
Pablo VI, el Santo Padre, ha concluido el ciclo de catequesis sobre
los Hechos de los Apóstoles.
En
concreto, Francisco centró su reflexión en el pasaje “Pablo
recibía a todos los que acudían a él, predicaba el reino de
Dios...
Siembra
de la Palabra
Encuentro
con judíos
“Evangelizadores
valientes y gozosos”
Catequesis
del Santo Padre
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy
concluimos nuestra catequesis sobre los Hechos de los Apóstoles con
la última etapa misionera de san Pablo: o sea Roma (cf. Hch 28,14).
El
viaje de Pablo, que ha sido uno con el del Evangelio, es una prueba
de que las rutas de los hombres, si se viven en la fe, pueden
convertirse en un espacio de tránsito de la salvación de Dios, a
través de la Palabra de fe que es un fermento activo en la historia,
capaz de transformar las situaciones y de abrir caminos siempre
nuevos.
Con
la llegada de Pablo al corazón del Imperio, termina el relato de los
Hechos de los Apóstoles, que no se cierra con el martirio de Pablo,
sino con la siembra abundante de la Palabra. El final del relato de
Lucas, centrado en el viaje del Evangelio en el mundo, contiene y
recapitula todo el dinamismo de la Palabra de Dios, Palabra imparable
que quiere correr para comunicar la salvación a todos.
En
Roma, Pablo se encuentra ante todo con sus hermanos y hermanas en
Cristo, que lo acogen y le infunden valor (cf. Hch 28,15) y cuya
cálida hospitalidad hace pensar en lo mucho que se esperaba y
deseaba su llegada. Después se le concede que viva por su cuenta
bajo custodia
militaris,
es decir, con un soldado que le haga guardia, estaba en arresto
domiciliario. A pesar de su condición de prisionero, Pablo puede
encontrarse con los notables judíos para explicarles por qué se ha
visto obligado a apelar al César y para hablarles del reino de Dios.
Trata de convencerlos sobre Jesús, partiendo de las Escrituras y
mostrando la continuidad entre la novedad de Cristo y la «esperanza
de Israel» (Hechos 28, 20). Pablo se reconoce profundamente judío y
ve en el Evangelio que predica, es decir, en el anuncio de Cristo
muerto y resucitado, el cumplimiento de las promesas hechas al pueblo
elegido.
Después
de este primer encuentro informal que encuentra a los judíos bien
dispuestos, sigue otro más oficial durante el cual, durante todo un
día, Pablo anuncia el reino de Dios y trata de abrir a sus
interlocutores a la fe en Jesús, partiendo «de la ley de Moisés y
de los profetas» (Hch 28,23). Como no todos están convencidos,
denuncia el endurecimiento del corazón del pueblo de Dios, causa de
su condenación (cf. Is 6,9-10), y celebra con pasión la salvación
de las naciones que, en cambio, se muestran sensibles a Dios y
capaces de escuchar la palabra del Evangelio de la vida (cf. Hch
28,28).
En
este punto de la narración, Lucas concluye su obra mostrándonos no
la muerte de Pablo, sino el dinamismo de su predicación, de una
Palabra que «no está encadenada» (2 Tm 2,9),-Pablo no tiene
libertad de ir y venir, pero es libre de hablar porque la Palabra no
está encadenada- es una Palabra lista para dejarse sembrar
plenamente por el Apóstol. Pablo hace esto «con toda valentía y
sin estorbo alguno» (Hch 28, 31), en una casa donde acoge a los que
quieren recibir el anuncio del reino de Dios y conocer a Cristo. Esta
casa abierta a todos los corazones que buscan es la imagen de la
Iglesia que, aunque perseguida, incomprendida y encadenada, no se
cansa de acoger con corazón de madre a cada hombre y a cada mujer
para anunciarles el amor del Padre que se ha hecho visible en Jesús.
Queridos
hermanos y hermanas, al final de este itinerario, vivido juntos
siguiendo la carrera del Evangelio en el mundo, que el Espíritu
reavive en cada uno de nosotros la llamada a ser evangelizadores
valientes y gozosos. Que nos permita también a nosotros, como a
Pablo, impregnar de Evangelio nuestras casas y convertirlas en
cenáculos de fraternidad, donde podamos acoger a Cristo vivo, que
«sale a nuestro encuentro en todo hombre y en todo tiempo» (cf. II
Prefacio de Adviento).
15.01.20
Santa Marta: “Señor, si quieres, puedes”, confiar en la compasión de Dios
Reflexión del
Papa en la Misa
(16
enero 2020).- “Tengamos la costumbre de repetir esta oración,
siempre: ‘Señor, si quieres, puedes’. ‘Si quieres, puedes’,
con la confianza de que el Señor está cerca de nosotros y su
compasión tomará sobre sí nuestros problemas, nuestros pecados,
nuestras enfermedades interiores, todo”, indicó el Papa Francisco.
Hoy,
16 de enero de 2020, en la homilía de la Misa en la Casa Santa
Marta, el Santo Padre reflexionó sobre el episodio evangélico de la
curación del leproso y exhortó a mirar la compasión de Jesús, que
vino a dar su vida por nosotros, informa Vatican
News.
Oración
sencilla
Francisco
se refirió a la oración que el leproso dirige a Jesús para que le
cure: “Señor, si quieres, puedes”. Es una súplica sencilla, “un
acto de confianza”, dijo, y al mismo tiempo “un verdadero
desafío”.
Se
trata de una plegaria procedente de lo profundo del corazón del
enfermo y que muestra también el modo de actuar del Cristo, de su
compasión, “del sufrir con y por nosotros”, de “tomar el
sufrimiento del otro sobre sí” para calmarlo y curarlo en nombre
del amor del Padre, explicó el Papa.
Acto
de confianza
Para
el Pontífice, en el “si quieres” se encuentra la oración que
“atrae la atención de Dios” y está la solución: “Es un
desafío pero también es un acto de confianza. Yo sé que Él puede
y por esto me encomiendo a Él”.
Y
continuó: “Pero ¿por qué este hombre sintió dentro de sí mismo
hacer esta oración? Porque veía cómo actuaba Jesús. Este hombre
había visto la compasión de Jesús”. Compasión, no pena, es un
“estribillo del Evangelio” que tiene los rostros de la viuda de
Naín, del Buen Samaritano, del padre y del hijo pródigo.
“La
compasión involucra”
“La
compasión involucra, viene del corazón e involucra y te conduce a
hacer algo. Compasión es padecer con, tomar el sufrimiento del otro
sobre sí para resolverlo, para sanarlo. Y esta fue la misión de
Jesús. Jesús no vino a predicar la ley y después se fue. Jesús
vino en compasión, es decir, a padecer con y por nosotros y a dar su
propia vida. El amor de Jesús es tan grande que la compasión lo
llevó precisamente hasta la cruz, a dar su vida”, describió el
Obispo de Roma.
En
este sentido, agregó, Cristo “es capaz de involucrarse en los
dolores, en los problemas de los demás porque vino para esto, no
para lavarse las manos y dar tres o cuatro sermones y marcharse”,
está junto a nosotros siempre.
“Ten
piedad de mí”
Como
oración sencilla, que se puede usar muchas veces al día, el Santo
Padre propuso: “’Señor, si tú quieres puedes sanarme; si tú
quieres puedes perdonarme; si tú quieres puedes ayudarme’. O si
quieren que lo diga un poco más ampliamente: ‘Señor, soy pecador,
ten piedad de mí, ten compasión de mí’. ‘Señor, yo pecador,
te pido: ten piedad de mí’”.
E
insistió “Muchas veces al día, interiormente desde el corazón,
sin decirlo en voz alta: ‘Señor, si tú quieres, puedes; si
quieres, puedes. Ten piedad de mí’”.
Dios
no se avergüenza
Francisco
remarcó que el leproso obtuvo la curación con su oración sencilla
y milagrosa y gracias a la compasión de Jesús, que nos ama incluso
en el pecado.
Dios
“no se avergüenza de nosotros. ‘Oh padre, yo soy un pecador,
¿cómo iré a decir esto?’… ¡Mejor! Porque Él vino
precisamente por nosotros los pecadores, y cuanto más grande pecador
tú eres, más cerca de ti está el Señor, porque vino por ti, el
más grande pecador, por mí, el más grande pecador, por todos
nosotros”, puntualizó el Papa de acuerdo al citado medio.
17.01.20
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