Mensaje del Papa en Cuaresma: Llamados a “dejarnos reconciliar con Dios”
Conversión a “un diálogo
abierto y sincero” con Dios
(24
febrero 2020).- “Invoco la intercesión de la Bienaventurada Virgen
María sobre la próxima Cuaresma, para que escuchemos el llamado a
dejarnos reconciliar con Dios, fijemos la mirada del corazón en el
Misterio pascual y nos convirtamos a un diálogo abierto y sincero
con el Señor. De este modo podremos ser lo que Cristo dice de sus
discípulos: sal de la tierra y luz del mundo” expuso el Papa
Francisco.
Hoy,
24 de febrero de 2020, la Oficina de Prensa de la Santa Sede ha
presentado el mensaje del Santo Padre para Cuaresma, titulado “En
nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios” (2 Co
5,20).
Ante
la llegada de la Cuaresma, el próximo miércoles 26 de febrero, el
Santo Padre invita a volver continuamente, “con la mente y el
corazón” al Misterio de la muerte y la resurrección de Jesús.
Fundamento
de la conversión
En
el primer apartado, “El misterio, fundamento de la conversión”,
Francisco subraya que la alegría del cristiano “brota de la
escucha y de la aceptación de la Buena Noticia de la muerte y
resurrección de Jesús: el kerygma. En
este se resume el Misterio de un amor ‘tan real, tan verdadero, tan
concreto, que nos ofrece una relación llena de diálogo sincero y
fecundo’ (Exhort. ap. Christus vivit,
117)”.
Después,
el Papa remite a la Exhortación apostólica Christus
vivit:
“Mira los brazos abiertos de Cristo crucificado, déjate salvar una
y otra vez. Y cuando te acerques a confesar tus pecados, cree
firmemente en su misericordia que te libera de la culpa. Contempla su
sangre derramada con tanto cariño y déjate purificar por ella. Así
podrás renacer, una y otra vez (n. 123)”.
Urgencia
de conversión
El
Pontífice remarca la importancia de la oración en el tiempo
cuaresmal, pues el contemplar “la experiencia de la misericordia”,
solo es posible en dicha práctica, “en un ‘cara a cara’ con el
Señor crucificado y resucitado ‘que me amó y se entregó por mí’
(Ga 2,20)”,
en el “diálogo de corazón a corazón, de amigo a amigo”.
Orar,
“más que un deber, nos muestra la necesidad de corresponder al
amor de Dios, que siempre nos precede y nos sostiene”, apunta el
Obispo de Roma. Lo que verdaderamente cuenta a los ojos de Dios al
rezar “es que penetre dentro de nosotros, hasta llegar a tocar la
dureza de nuestro corazón, para convertirlo cada vez más al Señor
y a su voluntad”, explicó.
Diálogo
de Dios con sus hijos
Para
el Papa, esta nueva oportunidad de conversión debería suscitar “un
sentido de reconocimiento y sacudir nuestra modorra” ya que, a
pesar de la presencia del mal en nuestra realidad, “este espacio
que se nos ofrece para un cambio de rumbo manifiesta la voluntad
tenaz de Dios de no interrumpir el diálogo de salvación con
nosotros”.
Y
subraya que el diálogo que desea entablar con el hombre a través de
Misterio Pascual, no se parece al que se atribuye a los atenienses,
pues, se trata de una charlatanería que “caracteriza la mundanidad
de todos los tiempos, y en nuestros días puede insinuarse también
en un uso engañoso de los medios de comunicación”.
Riqueza
para compartir
Finalmente,
el Santo Padre afirma que poner el Misterio Pascual en el centro de
la vida significa “sentir compasión por las llagas de Cristo
crucificado”. Estas se encuentran presentes en las víctimas de las
guerras; de los abusos contra la vida; de todas las formas de
violencia; de los desastres medioambientales; de la distribución
injusta de los bienes de la tierra; de la trata de personas; y de la
idolatría de la “sed desenfrenada de ganancias”.
De
este modo, recuerda el deber de las personas de compartir los bienes
con los más necesitados a través de la limosna para construir “un
mundo más justo”: “Compartir con caridad hace al hombre más
humano, mientras que acumular conlleva el riesgo de que se
embrutezca, ya que se cierra en su propio egoísmo. Podemos y debemos
ir incluso más allá, considerando las dimensiones estructurales de
la economía”, aclara.
Por
todo ello, Francisco hace referencia a que en esta Cuaresma 2020, del
26 al 28 de marzo, ha convocado a los jóvenes empresarios Mensaje
del Santo Padre«
En
nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios» (2 Co
5,20)
Queridos
hermanos y hermanas:
El
Señor nos vuelve a conceder este año un tiempo propicio para
prepararnos a celebrar con el corazón renovado el gran Misterio de
la muerte y resurrección de Jesús, fundamento de la vida cristiana
personal y comunitaria. Debemos volver continuamente a este Misterio,
con la mente y con el corazón. De hecho, este Misterio no deja de
crecer en nosotros en la medida en que nos dejamos involucrar por su
dinamismo espiritual y lo abrazamos, respondiendo de modo libre y
generoso.
- El Misterio pascual, fundamento de la conversión
La
alegría del cristiano brota de la escucha y de la aceptación de la
Buena Noticia de la muerte y resurrección de Jesús: el kerygma.
En este se resume el Misterio de un amor «tan real, tan verdadero,
tan concreto, que nos ofrece una relación llena de diálogo sincero
y fecundo» (Exhort. ap. Christus
vivit,
117). Quien cree en este anuncio rechaza la mentira de pensar que
somos nosotros quienes damos origen a nuestra vida, mientras que en
realidad nace del amor de Dios Padre, de su voluntad de dar la vida
en abundancia (cf. Jn 10,10).
En cambio, si preferimos escuchar la voz persuasiva del «padre de la
mentira» (cf. Jn 8,45)
corremos el riesgo de hundirnos en el abismo del sinsentido,
experimentando el infierno ya aquí en la tierra, como
lamentablemente nos testimonian muchos hechos dramáticos de la
experiencia humana personal y colectiva.
Por
eso, en esta Cuaresma 2020 quisiera dirigir a todos y cada uno de los
cristianos lo que ya escribí a los jóvenes en la Exhortación
apostólica Christus
vivit:
«Mira los brazos abiertos de Cristo crucificado, déjate salvar una
y otra vez. Y cuando te acerques a confesar tus pecados, cree
firmemente en su misericordia que te libera de la culpa. Contempla su
sangre derramada con tanto cariño y déjate purificar por ella. Así
podrás renacer, una y otra vez» (n. 123). La Pascua de Jesús no es
un acontecimiento del pasado: por el poder del Espíritu Santo es
siempre actual y nos permite mirar y tocar con fe la carne de Cristo
en tantas personas que sufren.
- Urgencia de conversión
Es
saludable contemplar más a fondo el Misterio pascual, por el que
hemos recibido la misericordia de Dios. La experiencia de la
misericordia, efectivamente, es posible sólo en un «cara a cara»
con el Señor
crucificado y resucitado «que me amó y se entregó por mí»
(Ga 2,20).
Un diálogo de corazón a corazón, de amigo a amigo. Por eso la
oración es tan importante en el tiempo cuaresmal. Más que un deber,
nos muestra la necesidad de corresponder al amor de Dios, que siempre
nos precede y nos sostiene. De hecho, el cristiano reza con la
conciencia de ser amado sin merecerlo. La oración puede asumir
formas distintas, pero lo que verdaderamente cuenta a los ojos de
Dios es que penetre dentro de nosotros, hasta llegar a tocar la
dureza de nuestro corazón, para convertirlo cada vez más al Señor
y a su voluntad.
Así
pues, en este tiempo favorable, dejémonos guiar como Israel en el
desierto (cf. Os 2,16),
a fin de poder escuchar finalmente la voz de nuestro Esposo, para que
resuene en nosotros con mayor profundidad y disponibilidad. Cuanto
más nos dejemos fascinar por su Palabra, más lograremos
experimentar su misericordia gratuita hacia nosotros. No dejemos
pasar en vano este tiempo de gracia, con la ilusión presuntuosa de
que somos nosotros los que decidimos el tiempo y el modo de nuestra
conversión a Él.
- La apasionada voluntad de Dios de dialogar con sus hijos
El
hecho de que el Señor nos ofrezca una vez más un tiempo favorable
para nuestra conversión nunca debemos darlo por supuesto. Esta nueva
oportunidad debería suscitar en nosotros un sentido de
reconocimiento y sacudir nuestra modorra. A pesar de la presencia —a
veces dramática— del mal en nuestra vida, al igual que en la vida
de la Iglesia y del mundo, este espacio que se nos ofrece para un
cambio de rumbo manifiesta la voluntad tenaz de Dios de no
interrumpir el diálogo de salvación con nosotros. En Jesús
crucificado, a quien «Dios hizo pecado en favor nuestro» (2
Co 5,21),
ha llegado esta voluntad hasta el punto de hacer recaer sobre su Hijo
todos nuestros pecados, hasta “poner a Dios contra Dios”, como
dijo el papa Benedicto XVI (cf. Enc. Deus
caritas est,
12). En efecto, Dios ama también a sus enemigos (cf. Mt 5,43-48).
El
diálogo que Dios quiere entablar con todo hombre, mediante el
Misterio pascual de su Hijo, no es como el que se atribuye a los
atenienses, los cuales «no se ocupaban en otra cosa que en decir o en
oír la última novedad» (Hch 17,21).
Este tipo de charlatanería, dictado por una curiosidad vacía y
superficial, caracteriza la mundanidad de todos los tiempos, y en
nuestros días puede insinuarse también en un uso engañoso de los
medios de comunicación.
- Una riqueza para compartir, no para acumular sólo para sí mismo
Poner
el Misterio pascual en el centro de la vida significa sentir
compasión por las llagas de Cristo crucificado presentes en las
numerosas víctimas inocentes de las guerras, de los abusos contra la
vida tanto del no nacido como del anciano, de las múltiples formas
de violencia, de los desastres medioambientales, de la distribución
injusta de los bienes de la tierra, de la trata de personas en todas
sus formas y de la sed desenfrenada de ganancias, que es una forma de
idolatría.
Hoy
sigue siendo importante recordar a los hombres y mujeres de buena
voluntad que deben compartir sus bienes con los más necesitados
mediante la limosna, como forma de participación personal en la
construcción de un mundo más justo. Compartir con caridad hace al
hombre más humano, mientras que acumular conlleva
el
riesgo de que se embrutezca, ya que se cierra en su propio egoísmo.
Podemos y debemos ir incluso más allá, considerando las dimensiones
estructurales de la economía. Por este motivo, en la Cuaresma de
2020, del 26 al 28 de marzo, he convocado en Asís a los jóvenes
economistas, empresarios y change-makers,
con el objetivo de
contribuir a diseñar una economía más justa e inclusiva que la
actual. Como ha repetido muchas veces el magisterio de la Iglesia, la
política es una forma eminente de caridad (cf. Pío XI, Discurso
a la FUCI,
18 diciembre 1927). También lo será el ocuparse de la economía con
este mismo espíritu evangélico, que es el espíritu de las
Bienaventuranzas.
Invoco
la intercesión de la Bienaventurada Virgen María sobre la próxima
Cuaresma, para que escuchemos el llamado a dejarnos reconciliar con
Dios, fijemos la mirada del corazón en el Misterio pascual y nos
convirtamos a un diálogo abierto y sincero con el Señor. De este
modo podremos ser lo que Cristo dice de sus discípulos: sal de la
tierra y luz del mundo (cf. Mt 5,13-14).
FRANCISCO
Santa Marta: Un solo camino contra la mundanidad, “servir a los demás”
Reflexión
del Papa en la Misa
(25
febrero 2020).- “Contra el espíritu del mundo hay solo un camino:
la humildad. Servir a los demás, elegir el último lugar, no
trepar”, dijo el Papa Francisco.
Hoy,
25 de febrero de 2020, en la homilía de la Misa en la Casa Santa
Marta, el Santo Padre reflexionó en torno al pasaje del Evangelio de
hoy (Mc 9,30-37). En él, Jesús expone a los doce apóstoles que
quien quiera ser el primero está llamado a hacerse el último y el
servidor de todos.
En
este sentido, Francisco señaló que no se puede vivir el Evangelio
haciendo compromisos, sino que hay que elegir el camino del servicio.
De lo contrario, se termina en el espíritu del mundo, que apunta al
dominio de los demás y es “enemigo de Dios”.
Jesús
era consciente de que los discípulos habían discutido entre ellos
sobre quién era el más grande “por ambición”, describió el
Papa. Para él, esta disputa diciendo “yo debo ir adelante, yo debo
subir”, constituye el espíritu del mundo, la mundanidad.
Ansiedad
de mundanidad
Del
mismo modo, remitió a la primera lectura de la liturgia de hoy (Stg
4, 1-10), en la que el apóstol Santiago recuerda que el amor por el
mundo es el enemigo de Dios y que subraya esta cuestión.
“Esta
ansiedad de mundanidad, esta ansiedad de ser más importante que los
demás y decir: ‘¡No! Yo merezco esto, no lo merece el otro’.
Ésta es la mundanidad, éste es el espíritu del mundo y quien
respira este espíritu, respira la enemistad de Dios”, explica el
Pontífice.
Y
recordó que “Jesús, en otro pasaje, dice a los discípulos: ‘O
estáis conmigo o estáis contra mí’. No hay compromisos en el
Evangelio. Y cuando uno quiere vivir el Evangelio haciendo
compromisos, al final se encuentra con el espíritu mundano, que
siempre trata de hacer compromisos para trepar más, para dominar,
para ser más grande”.
Deseos
mundanos
Remitiendo
de nuevo a las palabras de Santiago, el Obispo de Roma remarcó que
tantas guerras y tantas peleas tienen su origen precisamente de
deseos mundanos, de pasiones. Y agregó que es cierto que “hoy en
día el mundo entero está sembrado de guerras. ¿Pero las guerras
que hay entre nosotros? Como aquella que había entre los
apóstoles: ¿quién es el más importante?”.
“’Mira
la carrera que hice. ¡Ahora no puedo volver atrás!’ Ese es el
espíritu del mundo y eso no es cristiano. ‘¡No! ¡Es mi turno!
Tengo que ganar más para tener más dinero y más poder’. Éste es
el espíritu del mundo”, expuso.
Después
se refirió a “la maldad de los chismes: las habladurías. ¿De
dónde viene? De la envidia. El gran envidioso es el diablo, lo
sabemos, la Biblia lo dice. Por envidia. Por la envidia del diablo
entra el mal en el mundo. La envidia es una termita que te lleva a
destruir, a hablar mal, a aniquilar al otro”.
Ocupar
el último lugar
Jesús
reprende a los discípulos porque en su conversación estaban
presentes todas estas pasiones. Así, los insta a convertirse en
servidores de todos y a ocupar el último lugar: “¿Quién es el
más importante de la Iglesia? El Papa, los obispos, los monseñores,
los cardenales, los párrocos de las más bellas parroquias, los
presidentes de asociaciones laicas… ¡No! El más grande de la
Iglesia es el que se hace servidor de todos, aquel que sirve a todos,
no el que tiene más títulos”, indicó
el Papa.
“Y
para hacer entender esto, tomó un niño, lo puso en medio de ellos
y, abrazándolo con ternura -porque Jesús hablaba con ternura, tenía
tanta – les dijo: ‘El que recibe a uno de estos pequeños, me
recibe a mí’, es decir, el que acoge al más humilde, al más
servidor. Éste es el camino”, describió.
Servidores
de todos
En
definitiva, Francisco indicó que no se debe “negociar con el
espíritu del mundo”.
La
mundanidad, de hecho, “es enemiga de Dios”. En contraposición,
es preciso escuchar las sabias y confortadoras de Jesús en el
Evangelio: “El que quiera ser el primero, debe hacerse el último
de todos y el servidor de todos”.
26.02.20
El “desierto cuaresmal”, “camino de caridad” – Catequesis completa
Miércoles de Ceniza
(26
de febrero 2020).- Para el Papa Francisco, el desierto cuaresmal “es
el lugar de la soledad” que nos lleva a los solitarios y
marginados, a los que, “acallados, piden silenciosamente nuestra
ayuda. Tantas miradas silenciosas que piden nuestra ayuda. El camino
en el desierto cuaresmal es un camino de caridad hacia los más
débiles”.
Hoy,
26 de febrero de 2020, Miércoles de Ceniza, en la plaza de San
Pedro, el Santo centró la reflexión de su catequesis en la
Cuaresma. Concretamente, el pasaje del Evangelio según san Lucas (Lc
4,1) en el que Jesús se adentra en el desierto.
Desierto
espiritual
En
primer lugar, Francisco resaltó que el camino de cuaresmal
constituye “un camino de cuarenta días hacia la Pascua, hacia el
corazón del año litúrgico y de la fe”, que sigue el retiro de
Jesús al desierto para rezar y ayunar y en el que fue tentado por el
diablo.
Después,
quiso explicar el significado del desierto desde un punto de vista
espiritual. Así, describió que el desierto es el lugar donde nos
separamos del ruido que nos rodea, donde se hace el silencio y “se
reencuentra la intimidad con Dios, el amor del Señor”.
De
este modo, el Papa señaló que la Cuaresma es el tiempo propicio
“para hacer sitio a la Palabra de Dios”, para “apagar el
televisor y abrir la Biblia”, “de desconectarnos del móvil y
conectarnos al Evangelio”. Y también de “dejar las palabras
inútiles, la charlatanería, los rumores, los chismes, y hablar y
habar de ‘tú’ al Señor”.
Distinguir
lo esencial
El
Pontífice también se refirió a que el ambiente actual “está
contaminado por demasiada violencia verbal, por tantas palabras
ofensivas y dañinas, que la red amplifica”. Estamos, continuó,
“acostumbrados a escuchar de todo sobre todos y nos arriesgamos a
caer en una mundanidad que nos atrofia el corazón” y ““nos
cuesta distinguir la voz del Señor que nos habla, la voz de la
conciencia, la voz del bien. Jesús, llamándonos al desierto, nos
invita a escuchar lo que importa, lo importante, lo esencial”.
“El
desierto es el lugar de lo esencial. Miremos nuestras vidas: ¡cuántas
cosas inútiles nos rodean! Perseguimos mil cosas que parecen
necesarias y en realidad no lo son. ¡Cuánto bien nos haría
deshacernos de tantas realidades superfluas, redescubrir lo que
importa, encontrar los rostros de los que están a nuestro lado!”.
Por eso, ayunar es saber renunciar “a las cosas vanas, a lo
superfluo, para ir a lo esencial”, “buscar la belleza de una vida
más simple”, expuso el Obispo de Roma.
Finalmente,
el Santo Padre apuntó que la oración, el ayuno y las obras de
misericordia constituyen el “camino en el desierto cuaresmal” y
animó a entrar en él con Jesús, “saboreando la Pascua, el poder
del amor de Dios que renueva la vida”.
Catequesis
del Santo Padre
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy,
Miércoles de Ceniza, comenzamos el camino de cuaresmal, un camino de
cuarenta días hacia la Pascua, hacia el corazón del año litúrgico
y de la fe. Es un camino que sigue al de Jesús, que al principio de
su ministerio se retiró durante cuarenta días para rezar y ayunar,
tentado por el diablo, en el desierto. Es precisamente del
significado espiritual del desierto lo que me gustaría hablarles
hoy. Lo que el desierto significa espiritualmente para todos
nosotros, incluso para los que vivimos en la ciudad, lo que el
desierto significa.
Imaginemos
que estamos en un desierto. La primera sensación sería encontrarnos
rodeados de un gran silencio: ningún ruido, aparte del viento y
nuestra respiración. Aquí, el desierto es el lugar de
separación del ruido que nos rodea. Es la ausencia de palabras para
dar espacio a otra Palabra, la Palabra de Dios, que como una suave
brisa acaricia nuestros corazones (cf. 1 Reyes 19:12). El desierto es
el lugar de la Palabra, con mayúscula. En la Biblia, de hecho, al
Señor le encanta hablarnos en el desierto. En el desierto le da a
Moisés las “diez palabras”, los diez mandamientos. Y cuando el
pueblo se aleja de Él, convirtiéndose en una novia infiel, Dios
dice: “He aquí que la conduciré al desierto y le hablaré al
corazón”. Allí me responderá, como en los días de su juventud”
(Os 2, 16-17). En el desierto se oye la Palabra de Dios, que es como
un sonido ligero. El Libro de los Reyes dice que la Palabra de Dios
es como un hilo de silencio sonoro. En el desierto se reencuentra la
intimidad con Dios, el amor del Señor. A Jesús le gustaba retirarse
todos los días a lugares desiertos para orar (cf. Lc 5:16). Nos
enseñó a buscar al Padre, que nos habla en silencio. Y no es fácil
estar en silencio en el corazón, porque siempre intentamos hablar un
poco, estar con los demás.
La
Cuaresma es el tiempo propicio para hacer sitio a la Palabra de Dios.
Es el tiempo de apagar el televisor y abrir la Biblia. Es el momento
de desconectarnos del móvil y conectarnos al Evangelio. Cuando era
niño no había televisión, pero existía el hábito de no escuchar
la radio. La Cuaresma es desierto, es hora de rendirse, de
desconectarse del móvil y conectarse al Evangelio. Es el momento de
dejar las palabras inútiles, la charlatanería, los rumores, los
chismes, y hablar y habar de “tú” al Señor. Es el momento de
dedicarnos a una sana ecología del corazón, hacer limpieza ahí.
Vivimos en un ambiente contaminado por demasiada violencia verbal,
por tantas palabras ofensivas y dañinas, que la red amplifica. Hoy
se insulta como si se dijese “Buenos días”. Estamos inundados de
palabras vacías, publicidad, mensajes falsos. Estamos acostumbrados
a escuchar de todo
sobre todos y nos arriesgamos a caer en una mundanidad que nos
atrofia el corazón y no hay un bypass para
curar esto, solo el silencio. Nos cuesta distinguir la voz del Señor
que nos habla, la voz de la conciencia, la voz del bien. Jesús,
llamándonos al desierto, nos invita a escuchar lo que importa, lo
importante, lo esencial. Al diablo que lo tentaba le respondió: “No
sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca
de Dios” (Mt 4,4). Como el pan, más que el pan necesitamos la
Palabra de Dios, necesitamos hablar con Dios: necesitamos rezar.
Porque solo ante Dios salen a la luz las inclinaciones del corazón y
caen las dobleces del alma. Aquí está el desierto, lugar de vida,
no de muerte, porque dialogar en silencio con el Señor nos devuelve
la vida.
Intentemos
de nuevo pensar en un desierto. El desierto es el lugar de lo
esencial. Miremos nuestras vidas: ¡cuántas cosas inútiles nos
rodean! Perseguimos mil cosas que parecen necesarias y en realidad no
lo son. ¡Cuánto bien nos haría deshacernos de tantas realidades
superfluas, redescubrir lo que importa, encontrar los rostros de los
que están a nuestro lado! Jesús también nos da un ejemplo de esto,
ayunando. Ayunar es saber renunciar a las cosas vanas, a lo
superfluo, para ir a lo esencial. El ayuno no es solo para perder
peso, el ayuno es ir precisamente a lo esencial, es buscar la belleza
de una vida más simple.
El
desierto, finalmente, es el lugar de la soledad. Incluso hoy, cerca
de nosotros, hay muchos desiertos. Son las personas solitarias y
abandonadas. ¡Cuántos pobres y ancianos están a nuestro lado y
viven en silencio, sin hacer escándalo, marginados y descartados!
Hablar de ellos no da audiencia. Pero el desierto nos lleva a ellos,
a aquellos
que, silenciados, piden silenciosamente nuestra ayuda. Tantas miradas
silenciosas que piden nuestra ayuda. El camino en el desierto
cuaresmal es un camino de caridad hacia los más débiles.
Oración,
ayuno, obras de misericordia: este es el camino en el desierto de
Cuaresma.
Queridos
hermanos y hermanas, con la voz del profeta Isaías, Dios ha hecho
esta promesa: “He aquí que hago algo nuevo, abriré camino en el
desierto” (Is 43,19). En el desierto se abre el camino que nos
lleva de la muerte a la vida. Entramos en el desierto con Jesús,
saldremos de él saboreando la Pascua, el poder del amor de Dios que
renueva la vida. Nos pasará como a esos desiertos que florecen en
primavera, haciendo germinar de repente, “de la nada”, los brotes
y las plantas. Ánimo, entremos en este desierto de Cuaresma, sigamos
a Jesús en el desierto: con Él nuestros desiertos florecerán.
26.02.20
Papa Francisco: “¿No crees que Dios puede transformar nuestro polvo en gloria?”
Homilía Miércoles de Ceniza
(26
feb. 2020).- “La ceniza nos recuerda así el trayecto de nuestra
existencia: del
polvo a la vida.
Somos polvo, tierra, arcilla, pero si nos dejamos moldear por las
manos de Dios, nos convertimos en una maravilla”, Francisco ha
celebrado la Eucaristía esta tarde, Miércoles de Ceniza, en la
iglesia de Santa Sabina, como es tradicional.
Este
miércoles, 26 de febrero de 2020, la Iglesia conmemora un momento
importante: El comienzo de la Cuaresma, 40 días de preparación para
el Misterio Pascual, que comenzará el Jueves Santo.
“Es
un tiempo de gracia, para acoger la mirada amorosa de Dios sobre
nosotros y, sintiéndonos mirados así, cambiar de
vida”.
El Papa alienta a vivir este tiempo con esperanza: “El Señor nos
anima: lo poco que somos tiene un valor infinito a sus ojos. Ánimo,
nacimos para ser amados, nacimos para ser hijos de Dios”.
Dos
pasos
De
este modo, en el camino hacia la Pascua, el Pontífice proponer dar
dos pasos:
El
primero, del
polvo a la vida,
“de nuestra frágil humanidad a la humanidad de Jesús, que nos
sana”. Y ofrece algunos gestos como ponernos delante del Crucifijo,
quedarnos allí, mirar y repetir: “Jesús, tú me amas,
transfórmame… Jesús, tú me amas, transfórmame…”.
“Después
de haber acogido su amor, después de haber llorado ante este amor”,
se da el segundo paso, invita Francisco, “para no volver a caer de
la vida al polvo”.
Entonces, “uno va a recibir el perdón de Dios, en la confesión,
porque allí el fuego del amor de Dios consume las cenizas de nuestro
pecado”.
Amor
que damos
Los
bienes terrenos –recuerda el Papa– que poseemos “no nos
servirán, son polvo que se desvanece”, pero el amor que damos —en
la familia, en el trabajo, en la Iglesia, en el mundo— “nos
salvará, permanecerá para siempre”.
El
Santo Padre llama a la reflexión interior: “Yo, ¿para qué
vivo?”. “Si vivo para las cosas del mundo que pasan, vuelvo al
polvo, niego lo que Dios ha hecho en mí. Si vivo sólo para traer
algo de dinero a casa y divertirme, para buscar algo de prestigio,
para hacer un poco de carrera, vivo del polvo. Si juzgo mal la vida
sólo porque no me toman suficientemente en consideración o no
recibo de los demás lo que creo merecer, sigo mirando el polvo”.
***
Homilía
del Papa
Comenzamos
la Cuaresma recibiendo las cenizas: “Recuerda que eres polvo y al
polvo volverás” (cf. Gn3,19).
El polvo en la cabeza nos devuelve a la tierra, nos recuerda que
procedemos de la tierra y que volveremos a la tierra. Es decir, somos
débiles, frágiles, mortales. Respecto al correr de los siglos y los
milenios, estamos de paso; ante la inmensidad de las galaxias y del
espacio, somos diminutos. Somos polvo en el universo. Pero somos
el polvo
amado por Dios.
Al Señor le complació recoger nuestro polvo en sus manos e
infundirle su aliento de vida (cf. Gn 2,7).
Así que somos polvo precioso, destinado a vivir para siempre. Somos
la tierra sobre la que Dios ha vertido su cielo, el polvo que
contiene sus sueños. Somos la esperanza de Dios, su tesoro, su
gloria.
La
ceniza nos recuerda así el trayecto de nuestra existencia: del
polvo a la vida.
Somos polvo, tierra, arcilla, pero si nos dejamos moldear por las
manos de Dios, nos convertimos en una maravilla. Y aún así,
especialmente en las dificultades y la soledad, solamente vemos
nuestro polvo. Pero el Señor nos anima: lo poco que somos tiene un
valor infinito a sus ojos. Ánimo, nacimos para ser amados, nacimos
para ser hijos de Dios.
Queridos
hermanos y hermanas: Al comienzo de la Cuaresma, necesitamos caer en
la cuenta de esto. Porque la Cuaresma no es el tiempo para cargar con
moralismos innecesarios a las personas, sino para reconocer que
nuestras pobres cenizas son amadas por Dios. Es un tiempo de
gracia, para acoger la mirada amorosa de Dios sobre nosotros y,
sintiéndonos mirados así, cambiar de
vida.
Estamos en el mundo para caminar de las cenizas a la vida. Entonces,
no pulvericemos la esperanza, no incineremos el sueño que Dios tiene
sobre nosotros. No caigamos en la resignación. Y te preguntas:
“¿Cómo puedo confiar? El mundo va mal, el miedo se extiende, hay
mucha crueldad y la sociedad se está descristianizando…”. Pero,
¿no crees que Dios puede transformar nuestro polvo en gloria?
La
ceniza que nos imponen en nuestras cabezas sacude los pensamientos
que tenemos en la mente. Nos recuerda que nosotros, hijos de Dios, no
podemos vivir para ir tras el polvo que se desvanece. Una pregunta
puede descender de nuestra cabeza al corazón: “Yo, ¿para qué
vivo?”. Si vivo para las cosas del mundo que pasan, vuelvo al
polvo, niego lo que Dios ha hecho en mí. Si vivo sólo para traer
algo de dinero a casa y divertirme, para buscar algo de prestigio,
para hacer un poco de carrera, vivo del polvo. Si juzgo mal la vida
sólo porque no me toman suficientemente en consideración o no
recibo de los demás lo que creo merecer, sigo mirando el polvo.
No
estamos en el mundo para esto. Valemos mucho más, vivimos para mucho
más: para realizar el sueño de Dios, para amar. La ceniza se posa
sobre nuestras cabezas para que el fuego del amor se encienda en los
corazones. Porque somos ciudadanos del cielo y el amor a Dios y al
prójimo es el pasaporte al cielo, es nuestro pasaporte. Los bienes
terrenos que poseemos no nos servirán, son polvo que se desvanece,
pero el amor que damos —en la familia, en el trabajo, en la
Iglesia, en el mundo— nos salvará, permanecerá para siempre.
La
ceniza que recibimos nos recuerda un segundo camino, el opuesto, el
que va de
la vida al polvo.
Miramos a nuestro alrededor y vemos polvo de muerte. Vidas reducidas
a cenizas. Ruinas, destrucción, guerra. Vidas de niños inocentes no
acogidos, vidas de pobres rechazados, vidas de ancianos descartados.
Seguimos destruyéndonos, volviéndonos de nuevo al polvo. ¡Y cuánto
polvo hay en nuestras relaciones! Miremos en nuestra casa, en
nuestras familias: cuántos litigios, cuánta incapacidad para calmar
los conflictos. ¡Qué difícil es disculparse, perdonar, comenzar de
nuevo, mientras que tan fácilmente reclamamos nuestros espacios y
nuestros derechos! Hay tanto polvo que ensucia el amor y destrozado
la vida. Incluso en la Iglesia, la casa de Dios, hemos dejado que se
deposite tanto polvo, el polvo de la mundanidad.
Y
mirémonos dentro, en el corazón: ¡cuántas veces sofocamos el
fuego de Dios con las cenizas de la hipocresía! La
hipocresía es
la inmundicia que hoy en el Evangelio Jesús nos pide que eliminemos.
De hecho, el Señor no dice sólo hacer obras de caridad, orar y
ayunar, sino cumplir todo esto sin simulación, sin doblez, sin
hipocresía (cf. Mt 6,2.5.16).
Sin embargo, cuántas veces hacemos algo sólo para ser estimados,
para aparentar, para alimentar nuestro ego. Cuántas veces nos
decimos cristianos y en nuestro corazón cedemos sin problemas a las
pasiones que nos esclavizan. Cuántas veces predicamos una cosa y
hacemos otra. Cuántas veces aparentamos ser buenos por fuera y
guardamos rencores por dentro. Cuánta doblez tenemos en nuestro
corazón… Es polvo que ensucia, ceniza que sofoca el fuego del
amor.
Necesitamos
limpiar el polvo que se deposita en el corazón. ¿Cómo hacerlo? Nos
ayuda la sincera llamada de san Pablo en la segunda lectura: “¡Dejaos
reconciliar con Dios!”. Pablo no lo sugiere, lo pide: «En nombre
de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios» ( 2
Co 5,20).
Nosotros habríamos dicho: “¡Reconciliaos con Dios!”. Pero no,
usa el pasivo: Dejaos
reconciliar.
Porque la santidad no es asunto nuestro, sino es gracia. Porque
nosotros solos no somos capaces de eliminar el polvo que ensucia
nuestros corazones. Porque sólo Jesús, que conoce y ama nuestro
corazón, puede sanarlo. La Cuaresma es tiempo de curación.
Entonces,
¿qué debemos hacer? En el camino hacia la Pascua podemos dar dos
pasos: el primero, del
polvo a la vida,
de nuestra frágil humanidad a la humanidad de Jesús, que nos sana.
Podemos ponernos delante del Crucifijo, quedarnos allí, mirar y
repetir: “Jesús, tú me amas, transfórmame… Jesús, tú me
amas, transfórmame …”. Y después de haber acogido su amor,
después de haber llorado ante este amor, se da el segundo paso, para
no volver a caer de
la vida al polvo.
Uno va a recibir el perdón de Dios, en la confesión, porque allí
el fuego del amor de Dios consume las cenizas de nuestro pecado. El
abrazo del Padre en la confesión nos renueva por dentro, limpia
nuestro corazón. Dejémonos reconciliar para vivir como hijos
amados, como pecadores perdonados, como enfermos sanados, como
caminantes acompañados. Dejémonos amar para amar. Dejémonos
levantar para caminar hacia la meta, la Pascua. Tendremos la alegría
de descubrir que Dios nos resucita de nuestras cenizas.
27.02.20
“Ligera indisposición” del Papa: se suspende el acto penitencial con el clero
En la Basílica de San Juan de
Letrán
(27
feb. 2020).- Esta mañana, el Papa Francisco, debido a una “ligera
indisposición”, no fue a la Basílica de San Juan de Letrán,
catedral de Roma, para la liturgia penitencial con el clero romano,
informó el director de la Oficina de Prensa, Matteo Bruni.
Así,
el Obispo de Roma “prefirió permanecer en las cercanías de Santa
Marta”, de todo que “los demás compromisos se llevan a cabo
regularmente”, especificó el portavoz del Vaticano en un breve
comunicado enviado a los periodistas, el jueves, 27 de febrero, a las
10:46 horas.
De
hecho, Francisco celebró la Misa matutina en la capilla de la
residencia Santa Marta y poco después recibió en audiencia a los
miembros del «Movimiento Católico Global del Clima» (Global
Catholic Climate Movement),
un organismo que colabora con la Iglesia para una mayor tutela de la
casa común, inspirado en los valores de la Laudato
Si’.
Por
su parte, el cardenal Angelo de Donatis, vicario de Roma, leyó el
discurso a los sacerdotes que el Papa había preparado para el
encuentro cuaresmal en la Basílica de San Juan de Letrán.
28.02.20
El Papa, indispuesto, suspende las audiencia oficiales para el día de hoy
Mantiene
las privadas en Santa Marta
(28
feb. 2020).- El Papa ha vuelto a cancelar este viernes, 28 de
febrero, la audiencia pública programada para esta mañana, como ya
lo hizo ayer, jueves, 27 de febrero, por una “ligera
indisposición”,
según comunicó Matteo Bruni, director de la Oficina de Prensa de la
Santa Sede.
No
obstante, indica el portavoz, el Pontífice ha celebrado la Santa
Misa a primera hora de la mañana en la capilla de Santa Marta, como
cada día, y ha saludado después a algunos asistentes. Además,
Francisco mantiene para hoy las reuniones que figuran en el orden del
día de la Casa Santa Marta.
El
pasado jueves, 27 de febrero de 2020, el Santo Padre no asistió a la
liturgia penitencial que tradicionalmente tiene con las sacerdotes de
su diócesis, Roma, en la Basílica de San Juan de Letrán, de modo
que el vicario para la diócesis, el cardenal Angelo De Donatis, leyó
el discurso preparado
por Francisco.
29.02.20
Ángelus: “Jesús no dialoga con el diablo”
Palabras antes del Ángelus
(1
marzo 2020).- A las 12 del mediodía de hoy, el Papa Francisco se
asoma a la ventana del estudio del Palacio Apostólico Vaticano para
recitar el Ángelus con los fieles y peregrinos reunidos en la Plaza
de San Pedro.
Estas
son las palabras del Papa al introducir la oración mariana:
***
Palabras
del Papa antes del Ángelus
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En
este primer domingo de Cuaresma, el Evangelio (cf. Mt 4,1-11)
cuenta que Jesús, después, del bautismo en el río Jordán, “fue
llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el diablo”
(v. 1). Se prepara para comenzar su misión de anunciador del Reino
de los Cielos y, como Moisés y Elías (cf. Ex 24:18;
1 Reyes 19:8),
lo hace con un ayuno de cuarenta días. Entra en “Cuaresma”
Al
final de este período de ayuno, el tentador, el diablo, irrumpe,
intenta tres veces poner en dificultad a Jesús. La primera tentación
se basa en el hecho de que Jesús tiene hambre, y le sugiere: “Si
eres el Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan”
(v. 3). Un desafío, pero la respuesta de Jesús es clara. Está
escrito: “No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra
que salga de la boca de Dios”. (4,4). Se refiere a Moisés, cuando
le recuerda al pueblo el largo camino realizado en el desierto, en el
que aprendió que su vida depende de la Palabra de Dios (cf. Dt 8,
3).
En
el segundo intento (vv. 5-6) el diablo se vuelve más astuto, citando
también él la Sagrada Escritura. La estrategia es clara: si tu
tienes tanta confianza en el poder de Dios, entonces experiméntala,
ya que la propia Escritura afirma que será socorrido por los ángeles
(v. 6). Pero incluso en este caso Jesús no que se deja confundir,
porque el que cree sabe que a Dios no se le pone a prueba, sino que
se confía en su bondad. Por lo tanto, a las palabras de la Biblia,
interpretadas instrumentalmente por satanás, Jesús responde con
otra cita: “También está escrito: ‘No tentarás al Señor tu
Dios’”. (v. 7).
Finalmente,
el tercer intento (vv. 8-9) revela el verdadero pensamiento del
diablo: porque la venida del Reino de los Cielos marca el
comienzo de su derrota, el Maligno querría desviar a Jesús de
llevar a cumplimiento su misión, ofreciéndole una perspectiva del
mesianismo político. Pero Jesús rechaza la idolatría del poder y
de la gloria humana y, al final, expulsa al tentador diciéndole:
“¡Vete, Satanás! Porque está escrito: “Al Señor, tu Dios,
adorarás: y sólo a Él rendirás culto” (v.10). Y en este punto,
con Jesús, fiel al mandato del Padre, se acercaron los ángeles para
servirlo (véase el v. 11).
Esto
nos enseña una cosa: Jesús no
dialoga con
el diablo, Jesús responde al diablo con la Palabra
de Dios,
no con su palabra y en la tentación, muchas veces nosotros
comenzamos a dialogar con la tentación, a dialogar con el diablo:
“sí, puedo hacer esto… pero luego me confieso, puedo hacer
esto y lo otro”, pero no,
dialogar con el diablo. Jesús hace dos cosas con el diablo: lo
expulsa o como en este caso responde, con la Palabra de Dios. Estén
atentos: jamás dialoguen
con la tentación, jamás dialoguen
con el diablo
También
hoy Satanás irrumpe en la vida de las personas para tentarlas con
sus propuestas tentadoras; mezcla la suya con las muchas voces que
tratan de domar la conciencia. Desde muchas partes llegan mensajes
que invitan a “dejarse tentar” para experimentar el placer de la
transgresión. La experiencia de Jesús nos enseña que la tentación
es el intento de ir por caminos alternativos a aquellos de Dios: “haz
esto, haz lo otro, no te preocupes, luego Dios te perdona!, un día
de alegría de gozo, tómalo…” – “¡Pero es un pecado!” –
“No, no es nada”. Caminos alternativos que nos dan la sensación
de autosuficiencia, del disfrute de la vida como un fin en sí mismo.
Pero todo esto es ilusorio: pronto nos damos cuenta de que cuanto más
nos alejamos de Dios, más nos sentimos indefensos e impotentes ante
los grandes problemas de la existencia.
Que
la Virgen María, la Madre de Aquel que aplastó la cabeza de la
serpiente, nos ayude en este Tiempo de Cuaresma para estar alerta
ante la tentación, a no someternos a ningún ídolo de este mundo,
para seguir a Jesús en la lucha contra el mal; y así nosotros
también seremos victoriosos como Jesús.
02.03.20
Discurso del Papa al Clero romano: “Las amarguras en la vida del sacerdote”
“Una
reflexión ‘ad intra’”
(2
de marzo 2020).- “Las amarguras en la vida de un sacerdote”, es
el tema del discurso del Papa Francisco en la tradicional Liturgia
Penitencial de inicio de Cuaresma reservada al clero de la diócesis
de Roma y celebrada el pasado jueves, 27 de febrero de 2020, en la
basílica de San Juan de Letrán.
Dado
que el Santo Padre no acudió a esta cita por encontrarse levemente
indispuesto,
el vicario para la diócesis de Roma, el cardenal Angelo De Donatis,
leyó el discurso preparado por Francisco.
A
continuación, sigue el discurso completo del Papa.
Discurso
del Santo Padre
Una
reflexión ad
intra
No
deseo reflexionar tanto sobre las tribulaciones que surgen de la
misión del presbítero: son cosas muy conocidas y ya ampliamente
diagnosticadas. Deseo hablaros, en esta ocasión, de un enemigo sutil
que encuentra muchas maneras de disfrazarse y esconderse y como un
parásito nos roba lentamente la alegría de la vocación a la que un
día fuimos llamados. Quiero hablaros de esa amargura centrada en la
relación con la fe, el obispo, los hermanos. Sabemos que pueden
existir otras raíces y situaciones. Pero estas resumen tantos
encuentros que he tenido con algunos de vosotros.
Señalo
inmediatamente dos cosas: la primera, que estas líneas son fruto de
la escucha de algunos seminaristas y sacerdotes de diferentes
diócesis italianas y que no pueden o no deben referirse a ninguna
situación específica. La segunda: que la mayor parte de los
sacerdotes que conozco son felices con sus vidas y consideran estas
amarguras como parte de la vida normal, sin drama. Preferí redundar
en aquello que escuché más que expresar mi opinión sobre el tema.
Mirar
a la cara de nuestra amargura y enfrentarla nos permite ponernos en
contacto con nuestra humanidad, con nuestra bendita humanidad. Y así
recordarnos que como sacerdotes no estamos llamados a ser
omnipotentes, sino hombres pecadores perdonados y enviados. Como
decía san Ireneo de Lyon: “lo que no se asume no se redime”.
Dejemos también que estas “amarguras” nos indiquen el camino
hacia una mayor adoración al Padre y nos ayuden a experimentar de
nuevo el poder de su unción misericordiosa (cf. Lc 15,11-32). Como
dice el salmista: “Has cambiado mi lamento en baile, me has quitado
el saco, me has vestido de alegría, para que mi corazón te cante,
sin callarse”. (Sal 30.12-13).
Primera
causa de amargura: problemas con la fe
“Creíamos
que era Él”, se confiaron los discípulos de Emaús (cf. Lc
24,21). Una esperanza decepcionada está en la raíz de su amargura.
Pero debemos reflexionar: ¿es el Señor quien nos ha decepcionado, o
hemos confundido la esperanza con nuestras expectativas? La esperanza
cristiana en realidad no decepciona y no falla. Esperar no es
convencerse de que las cosas mejorarán, sino de que todo lo que
sucede tiene sentido a la luz de la Pascua. Pero para esperar
cristianamente es preciso – como enseñaba san Agustín a
Proba – vivir una vida de oración sustancial. Es allí donde se
aprende a distinguir entre las expectativas y las esperanzas.
Ahora
bien, la relación con Dios, más que las decepciones pastorales,
puede ser una profunda causa de amargura. A veces parece que no se
respetan las expectativas de una vida plena y abundante que teníamos
el día de la ordenación. A veces una adolescencia nunca finalizada
no ayuda a transitar de los sueños a la spes.
Tal vez como sacerdotes somos demasiado “respetables” en nuestra
relación con Dios y no nos atrevemos a protestar en la oración,
como lo hace a menudo el salmista – no solo por nosotros, sino
también por nuestra gente; porque el pastor también carga con la
amargura de su pueblo – pero los salmos también han sido
“censurados” y difícilmente hacemos nuestra la espiritualidad de
la protesta. Así que caemos en el cinismo: infelices y un poco
frustrados. La verdadera protesta – del adulto – no es contra
Dios sino ante Él, porque nace precisamente de la confianza en Él:
el orante recuerda al Padre quién es y qué es digno de su nombre.
Debemos santificar su nombre, pero a veces depende de los discípulos
despertar al Señor y decirle: “¿No te importa que estemos
perdidos? (Mc 4:35-41)”. Así que el Señor quiere involucrarnos
directamente en su reino. No como espectadores, sino participando
activamente.
¿Cuál
es la diferencia entre la expectativa y la esperanza? La expectativa
nace cuando nos pasamos la vida salvando nuestras vidas: nos
enfadamos buscando seguridad, recompensas, avances… Cuando
recibimos lo que queremos casi sentimos que nunca moriremos, ¡que
siempre será así! Porque el punto de referencia somos nosotros. La
esperanza es algo que nace en el corazón cuando se decide no
defenderse más. Cuando reconozco mis límites y que no todo comienza
y termina conmigo, entonces reconozco la importancia de la confianza.
El teatino Lorenzo Scupoli ya enseñaba esto en su Combate
Espiritual:
la clave de todo está en un doble y simultáneo movimiento:
desconfiar de uno mismo, confiar en Dios. Espero no cuando no hay
nada más que hacer, sino cuando dejo de hacer cosas por mí mismo.
La esperanza descansa en un pacto: Dios me ha hablado y me ha
prometido el día de mi ordenación que la mía será una vida plena,
con la plenitud y el sabor de las Bienaventuranzas; ciertamente
atribulada – como la de todos los hombres – pero hermosa. Mi vida
es gustosa si hago Pascua, no si las cosas van como digo.
Y
aquí se comprende algo más: no basta con escuchar solamente la
historia para entender estos procesos. Debemos escuchar la historia y
nuestra vida a la luz de la Palabra de Dios. Los discípulos de Emaús
superaron su decepción cuando el Resucitado abrió sus mentes a la
inteligencia de las Escrituras. Entonces: las cosas mejorarán no
solo porque cambiaremos de superiores, o de misión, o de
estrategias, sino porque nos consolará la Palabra. El profeta
Jeremías confesó: “Tu Palabra fue la alegría y el gozo de mi
corazón” (15:16).
La
amargura, que no es una falta, debe ser aceptada. Puede ser una gran
oportunidad. Tal vez también es saludable, porque hace sonar la
campana de alarma interior: ten cuidado, has confundido la seguridad
con el pacto, te estás volviendo “tonto y tardío de corazón”.
Hay una tristeza que puede llevarnos a Dios. Acojámosla, no nos
enfademos con nosotros mismos. Puede ser un buen momento. San
Francisco de Asís también lo experimentó, nos lo recuerda en su
Testamento (cf. Fonti Francescane, 110). La amargura se convertirá
en una gran dulzura, y la dulzura fácil y mundana se convertirá en
amargura.
Segunda
causa de amargura: problemas con el obispo
No
quiero caer en la retórica ni buscar el chivo expiatorio, ni tampoco
quiero defenderme o defender a los de mi ámbito. El cliché que
encuentra la culpa de todo en los superiores ya no se sostiene. Todos
tenemos faltas en lo pequeño y en lo grande. Hoy en día parece que
se respira una atmósfera general (no solo entre nosotros) de
mediocridad generalizada, que no nos permite escalar sobre juicios
fáciles. Pero permanece el hecho de que mucha amargura en la vida
del sacerdote viene dada por las omisiones de los pastores.
Todos
experimentamos nuestras limitaciones y defectos. Nos enfrentamos a
situaciones en las que nos damos cuenta de que no estamos
adecuadamente preparados… Pero a medida que ascendemos a los
servicios y ministerios con mayor visibilidad, las deficiencias se
hacen más evidentes y ruidosas; y también es una consecuencia
lógica que se juega mucho en esta relación, para bien o para mal.
¿Qué omisiones? No estamos aludiendo aquí a las a menudo
inevitables diferencias en torno a los problemas de gestión o los
estilos de pastoreo. Esto es tolerable y parte de la vida en esta
tierra. Hasta que Cristo no esté en todos, todos intentarán
imponerse a todos. Es el Adán caído en nosotros que nos está
haciendo estas bromas.
El
verdadero problema que amarga no son las diferencias (y tal vez ni
siquiera los errores: ¡incluso un obispo tiene derecho a cometer
errores como todas las criaturas!), sino dos razones muy serias y
desestabilizadoras para los sacerdotes.
En
primer lugar una cierta deriva autoritaria soft:
no aceptamos a los que entre nosotros piensan de forma diferente. Por
una palabra se le transfiere a la categoría de los que reman en
contra, por una “distinción” se le inscribe entre los
descontentos. La parresia está enterrada por el frenesí de imponer
proyectos. El culto de las iniciativas está reemplazando lo
esencial: una fe, un Bautismo, un Dios Padre de todos. La adhesión a
las iniciativas corre el riesgo de convertirse en la vara de medir de
la comunión. Pero no siempre coincide con la unanimidad de opinión.
Tampoco se puede esperar que la comunión sea exclusivamente
unidireccional: los sacerdotes deben estar en comunión con el
obispo… y los obispos en comunión con los sacerdotes: no es un
problema de democracia, sino de paternidad.
San
Benito, en la Regla – estamos en el famoso Capítulo III -,
recomienda que el abad, cuando deba afrontar una cuestión
importante, consulte a toda la comunidad, incluso a los más jóvenes.
Luego reitera que la decisión final depende solo del abad, que todo
debe ser dispuesto con prudencia y justicia. Para Benito no se
cuestiona la autoridad, al contrario, es el abad quien responde ante
Dios por la dirección del monasterio; pero se dice que al decidir
debe ser “prudente y justo”. La primera palabra la conocemos
bien: la prudencia y el discernimiento son parte del vocabulario
común.
Menos
habitual es la “equidad”: la equidad significa tener en cuenta la
opinión de todos y salvaguardar la representatividad del rebaño,
sin hacer preferencias. La gran tentación del pastor es rodearse de
“los suyos”, de “los cercanos”; y así, desafortunadamente,
la verdadera competencia es suplantada por una cierta lealtad
presunta, sin distinguir ya entre los que se complacen y los que
aconsejan de manera desinteresada. Esto hace sufrir mucho al rebaño
que a menudo aceptan sin exteriorizar nada. El Código de Derecho
Canónico recuerda que los fieles “tienen el derecho, y a veces el
deber, de manifestar a los sagrados Pastores su pensamiento sobre lo
que concierne al bien de la Iglesia” (can. 212 § 3). Ciertamente,
en este tiempo de precariedad y fragilidad generalizadas, la solución
parece autoritaria (en el ámbito político esto es evidente). Pero
la verdadera cura – como aconseja San Benito – está en la
equidad, no en la uniformidad.[1]
Tercera
causa de amargura: problemas entre nosotros
El
presbítero ha sufrido en los últimos años los golpes de los
escándalos, financieros y sexuales. La sospecha ha hecho
drásticamente más frías y formales las relaciones; ya no se
disfruta de los dones de los demás; por el contrario, parece ser una
misión para destruir, minimizar, levantar sospechas. Frente a los
escándalos el maligno nos tienta empujándonos a una visión
“donatista” de la Iglesia: ¡dentro lo impecable, fuera quien se
equivoca! Tenemos falsas concepciones de la Iglesia militante, en una
especie de puritanismo eclesiológico. La esposa de Cristo es y sigue
siendo el campo en el que el grano y la cizaña crecen hasta la
parusía. Los que no han hecho suya esta visión evangélica de la
realidad se exponen a una amargura indecible e inútil.
Sin
embargo, los pecados públicos y publicitados del clero han hecho que
todos se muestren más cautelosos y menos dispuestos a forjar
vínculos significativos, sobre todo en lo que respecta a compartir
la fe. Se multiplican las citas comunes – formación continua y
otras – pero se participa con un corazón menos dispuesto. ¡Hay
más ”omunidad”, pero menos comunión! La pregunta que nos
hacemos cuando conocemos a un nuevo hermano surge silenciosamente:
“¿A quién tengo realmente delante de mí? ¿Puedo confiar?”.
No
se trata de la soledad: no es un problema sino un aspecto del
misterio de la comunión. La soledad cristiana – la de quien entra
en su habitación y reza al Padre en secreto – es una bendición,
el verdadero origen de la amorosa acogida del otro. El verdadero
problema radica en no encontrar tiempo para estar solo. Sin soledad
no hay amor gratuito y los demás se convierten en un sustituto del
vacío. En este sentido, como sacerdotes debemos siempre volver a
aprender a estar solos “evangélicamente”, como Jesús en la
noche con el Padre.[2]
Aquí
el drama es el aislamiento, que es algo más que la soledad. Un
aislamiento no solo y no tanto exterior – siempre estamos en medio
de la gente – como inherente al alma del sacerdote. Comienzo con el
aislamiento más profundo y luego toco su forma más visible.
Aislados
con respecto a la gracia:
ya no creemos ni nos sentimos rodeados por los amigos celestiales –
el “gran número de testigos” (cf. Heb 12:1) – nos parece
experimentar que nuestra experiencia, las aflicciones, no tocan a
nadie. El mundo de la gracia se ha vuelto poco a poco extraño para
nosotros, los santos nos parecen solo los “amigos imaginarios” de
los niños. El Espíritu que habita en el corazón – esencialmente
y no en la figura- es algo que quizás nunca hemos experimentado por
disipación o negligencia. Lo sabemos, pero no “tocamos”. La
distancia del poder de la gracia produce racionalismo o
sentimentalismo. Nunca una carne redimida.
Aislarse
de la historia:
todo parece consumirse en el aquí y ahora, sin esperanza en los
bienes prometidos y la recompensa futura. Todo se abre y se cierra
con nosotros. Mi muerte no es el traspaso de poder, sino una
interrupción injusta. Cuanto más te sientes especial, poderoso,
rico en dones, más cierras tu corazón al sentido continuo de la
historia del pueblo de Dios al que perteneces. Nuestra conciencia
individualizada nos hace creer que no hubo nada antes y no habrá
nada después. Por eso nos resulta tan difícil cuidar y conservar lo
que nuestro predecesor comenzó tan bien: a menudo llegamos a la
parroquia y nos sentimos obligados a hacer una tabla rasa, para
distinguirnos y marcar la diferencia. ¡No somos capaces de seguir
viviendo el bien que no hemos dado a luz nosotros! Empezamos de cero
porque no sentimos el gusto de pertenecer a un viaje de salvación
comunitario.
Aislados
con respecto a los demás:
el aislamiento con respecto a la gracia y la historia es una de las
causas de nuestra incapacidad de establecer relaciones significativas
de confianza y de comunión evangélica. Si estoy aislado, mis
problemas parecen únicos e insuperables: nadie puede entenderme.
Este es uno de los pensamientos favoritos del padre de las mentiras.
Recordemos las palabras de Bernanos: “Solo después de mucho tiempo
lo reconocemos, y la tristeza que lo anuncia, lo precede, ¡qué
dulce es! Es el más sustancial de los elixires del diablo, su
ambrosía” [3] Un pensamiento que poco a poco toma forma y nos
cierra en nosotros mismos, nos aleja de los demás y nos pone en una
posición de superioridad. Porque nadie estaría a la altura de las
exigencias. Un pensamiento que a fuerza de repetirse termina anidando
en nosotros. “El que oculta sus faltas no tendrá éxito, el que se
confiesa y las abandona encontrará misericordia” (Pr 28:13).
El
diablo no quiere que hables, que cuentes, que compartas. Así que
buscas un buen padre espiritual, un viejo “astuto” que te
acompañe. ¡Nunca aislarse, nunca! El profundo sentimiento de
comunión solo se puede experimentar cuando, personalmente, me doy
cuenta del “nosotros” que soy, he sido y seré. De lo contrario,
los otros problemas llegan en avalancha: del aislamiento, de una
comunidad sin comunión, nace la competencia y no la cooperación;
surge el deseo de reconocimiento y no la alegría de la santidad
compartida; se entra en una relación ya sea para compararse o para
apoyarse.
Recordemos
al pueblo de Israel cuando, caminando por el desierto durante tres
días, llegaron a Mara, pero no pudieron beber el agua porque era
amarga. Ante la protesta del pueblo, Moisés invocó al Señor y el
agua se volvió dulce (cf. Ex 15:22-25). El santo pueblo fiel de Dios
nos conoce mejor que nadie. Son muy respetuosos y saben cómo
acompañar y cuidar a sus pastores. Conocen nuestra amargura y
también rezan al Señor por nosotros. Añadimos a sus oraciones las
nuestras y pedimos al Señor que convierta nuestra amargura en agua
fresca para su pueblo. Pidamos al Señor que nos dé la capacidad de
reconocer lo que nos amarga y así seamos personas reconciliadas que
reconcilian, pacíficas que pacifican, llenas de esperanza que
infunden esperanza. El pueblo de Dios espera de nosotros maestros de
espíritu capaces de señalar los pozos de agua dulce en medio del
desierto.
__________________
[1] Un
segundo motivo de amargura proviene de una “pérdida” en el
ministerio de pastores: asfixiados por los problemas de gestión y
las emergencias de personal, corremos el riesgo de descuidar
el mundus
docendi.
El obispo es el maestro de la fe, de la ortodoxia y de la
“ortopatía”, del derecho a creer y del derecho a sentir en el
Espíritu Santo. En la ordenación episcopal se reza la epíclesis
con Evangeliario abierto sobre la cabeza del candidato y la
imposición de la mitra reafirma exteriormente el munus para
transmitir no creencias personales sino sabiduría evangélica.
¿Quién es el catequista de ese discípulo permanente que es el
sacerdote? ¡El obispo, por supuesto! ¿Pero quién lo recuerda? Se
podría objetar que los sacerdotes no suelen querer ser instruidos
por los obispos. Y es verdad. Pero eso – aún así – no es una
buena razón para renunciar al munus.
El pueblo santo de Dios tiene derecho a tener sacerdotes que enseñen
a creer; y los diáconos y sacerdotes tienen derecho a tener un
obispo que a su vez les enseñe a creer y esperar en el Único
Maestro, Camino, Verdad y Vida, que inflama su fe. Como sacerdote no
quiero que el obispo me complazca, sino que me ayude a creer.
¡Desearía poder encontrar en él mi esperanza teológica! A veces
se reduce a seguir solo a los hermanos en crisis (y eso es bueno),
pero también los “burros sanos” necesitarían una escucha más
específica, serena y fuera de las emergencias. He aquí entonces una
segunda omisión que puede causar amargura: la renuncia del munus
docendi con
respecto los sacerdotes (y no solo). ¿Pastores autoritarios que han
perdido la autoridad para enseñar?
[2]
Se trata de una soledad a medias – digámoslo sinceramente –
porque es la soledad del pastor que está lleno de nombres, rostros,
situaciones, del pastor que llega por la noche cansado para hablar
con su Señor de todas estas personas. La soledad del pastor es una
soledad habitada por la risa y los llantos de las personas y de la
comunidad; es una soledad con rostros para ofrecer al Señor.
03.03.20
El Papa está “resfriado” y “no presenta síntomas de otras enfermedades”
(3 marzo 2020).- Ante la polémica levantada en torno a que el Papa pudiera haberse contagiado del Coronavirus, la Oficina de Prensa de la Santa Sede ha confirmado que además del “resfriado diagnosticado”, el Pontífice no presenta “síntomas atribuibles a otras enfermedades”.
Matteo Bruni, director de la Oficina Vaticana, ha comunicado este martes, 3 de marzo de 2020, pasadas las 19 horas en Roma, que “el resfriado diagnosticado al Santo Padre en los días pasados está haciendo su curso, sin síntomas atribuibles a otras enfermedades”.
Mientras tanto –ha añadido– el Santo Padre celebra diariamente la Santa Misa y “sigue los ejercicios espirituales” que se están desarrollando en la Casa Divino Maestro en Ariccia.
05.03.20
“¡Joven, a ti te digo, levántate!”: Mensaje para la 35ª Jornada Mundial Juventud
El Domingo de Ramos se celebra a
nivel diocesano
(
5 marzo 2020).- En una cultura “que quiere a los jóvenes aislados
y replegados en mundos virtuales, hagamos circular esta palabra de
Jesús: ‘Levántate’”, sugiere el Papa Francisco a todos los
jóvenes del mundo.
“Joven,
a ti te digo, levántate”. (cf. Lc 7:14), es el lema escogido
por el Papa Francisco para su mensaje en la 35ª Jornada Mundial de
la Juventud 2020, que se celebra a nivel diocesano en todo el mundo
el 5 de abril, Domingo de Ramos.
“Levántate”
significa también “sueña”, comenta el Pontífice en el texto,
“arriesga”, “comprométete para cambiar el mundo”, enciende
de nuevo tus deseos, contempla el cielo, las estrellas, el mundo a tu
alrededor. “Levántate y sé lo que eres”.
El
verbo levantarse –que
también significa” resurgir, despertarse a la vida”– aparece
en tres lemas elegidos por el Santo Padre recientemente dirigidos a
los jóvenes: El tema de la JMJ de Lisboa será: “María se levantó
y partió sin demora” (Lc 1,39);
y en dos textos bíblicos que el Papa propone para reflexionar:
“¡Joven, a ti te digo, levántate!” (cf. Lc 7,14),
en el 2020, y “¡Levántate! ¡Te hago testigo de las cosas que has
visto!” (cf. Hch 26,16),
en el 2021.
Christus
vivit
Asimismo,
el versículo del Evangelio “Joven, a ti te digo, levántate”
ya fue citado por Francisco en la Christus
vivit:
“Si has perdido el vigor interior, los sueños, el entusiasmo, la
esperanza y la generosidad, ante ti se presenta Jesús como se
presentó ante el hijo muerto de la viuda, y con toda su potencia de
Resucitado el Señor te exhorta: ‘Joven,
a ti te digo, ¡levántate!’ (cf. Lc 7,14)”
(n. 20).
En
torno a este pasaje que narra cómo Jesús, entrando en Naín,
Galilea, sanó al hijo único de la viuda, impresionado por el dolor
desgarrador de esa mujer, el Papa invita a reflexionar sobre varios
puntos: “ver el dolor y la muerte”, “tener compasión”,
“acercarse y tocar”, “¡Joven, a ti te digo, levántate!”, y
“la vida nueva ‘de resucitados’”.
Después
de una elaborada propuesta, el Papa termina con una pregunta:
“Queridos jóvenes: ¿Cuáles son vuestras pasiones y vuestros
sueños?”.
“Hacedlos
surgir”, exhorta, “y, a través de ellos, proponed al mundo, a la
Iglesia, a los otros jóvenes, algo hermoso en el campo espiritual,
artístico, social. Os lo repito en mi lengua materna: ¡hagan
lío! Haced
escuchar vuestra voz”.
Sigue
el mensaje completo del Santo Padre para la 35ª Jornada Mundial de
la Juventud.
***
Mensaje
del Santo Padre
“¡Joven,
a ti te digo, levántate!” (cf. Lc 7,14)
Queridos
jóvenes:
En
octubre de 2018, con el Sínodo de los Obispos sobre el tema: Los
jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional,
la Iglesia comenzó un proceso de reflexión sobre vuestra condición
en el mundo actual, sobre vuestra búsqueda de sentido y de un
proyecto de vida, sobre vuestra relación con Dios. En enero de 2019,
encontré a cientos de miles de coetáneos vuestros de todo el mundo,
reunidos en Panamá para la Jornada Mundial de la Juventud. Eventos
de este tipo –Sínodo y JMJ– expresan una dimensión esencial de
la Iglesia: el “caminar juntos”.
En
este camino, cada vez que alcanzamos un hito importante, Dios y la
misma vida nos desafían a comenzar de nuevo. Vosotros los jóvenes
sois expertos en esto. Os gusta viajar, confrontaros con lugares y
rostros jamás vistos antes, vivir experiencias nuevas. Por eso,
elegí como meta de vuestra próxima peregrinación intercontinental,
en el 2022, la ciudad de Lisboa, capital de Portugal. Desde allí, en
los siglos XV y XVI, numerosos jóvenes, muchos de ellos misioneros,
partieron hacia tierras desconocidas, para compartir también su
experiencia de Jesús con otros pueblos y naciones. El tema de la JMJ
de Lisboa será: «María se levantó y partió sin demora»
(Lc 1,39).
En estos dos años precedentes, he pensado en que reflexionemos
juntos sobre otros dos textos bíblicos: “¡Joven, a ti te digo,
levántate!” (cf. Lc 7,14),
en el 2020, y “¡Levántate! ¡Te hago testigo de las cosas que has
visto!” (cf. Hch 26,16),
en el 2021.
Como
podéis comprobar, el verbo común en los tres temas es levantarse.
Esta expresión asume también el significado de resurgir,
despertarse a la vida. Es un verbo recurrente en la
Exhortación Christus
vivit (Vive
Cristo), que os he dedicado después del Sínodo de 2018 y que, junto
con el Documento final, la Iglesia os ofrece como un faro para
iluminar los senderos de vuestra existencia. Espero de todo corazón
que el camino que nos llevará a Lisboa concuerde en toda la Iglesia
con un fuerte compromiso para aplicar estos dos documentos,
orientando la misión de los animadores de la pastoral juvenil.
Pasemos
ahora a nuestro tema para este año: ¡Joven,
a ti te digo, levántate! (cf. Lc 7,14).
Ya cité este versículo del Evangelio en la Christus
vivit:
«Si has perdido el vigor interior, los sueños, el entusiasmo, la
esperanza y la generosidad, ante ti se presenta Jesús como se
presentó ante el hijo muerto de la viuda, y con toda su potencia de
Resucitado el Señor te exhorta: “Joven,
a ti te digo, ¡levántate!” (cf. Lc 7,14)»
(n. 20).
Este
pasaje nos cuenta cómo Jesús, entrando en la ciudad de Naín, en
Galilea, se encontró con un cortejo fúnebre que acompañaba a la
sepultura a un joven, hijo único de una madre viuda. Jesús,
impresionado por el dolor desgarrador de esa mujer, realizó el
milagro de resucitar a su hijo. Pero el milagro llegó después de
una secuencia de actitudes y gestos: «Al verla, el Señor se
compadeció de ella y le dijo: “No llores”. Y acercándose al
féretro, lo tocó (los que lo llevaban se pararon)» (Lc 7,13-14).
Detengámonos a meditar sobre alguno de estos gestos y palabras del
Señor.
Ver
el dolor y la muerte
Jesús
puso su mirada atenta, no distraída, en ese cortejo fúnebre. En
medio de la multitud percibió el rostro de una mujer con un
sufrimiento extremo. Su mirada provocó el encuentro, fuente de vida
nueva. No hubo necesidad de muchas palabras.
Y
mi mirada, ¿cómo es? ¿Miro con ojos atentos, o lo hago como cuando
doy un vistazo rápido a las miles de fotos de mi celular o de los
perfiles sociales? Cuántas veces hoy nos pasa que somos testigos
oculares de muchos eventos, pero nunca los vivimos en directo. A
veces, nuestra primera reacción es grabar la escena con el celular,
quizás omitiendo mirar a los ojos a las personas involucradas.
A
nuestro alrededor, pero a veces también en nuestro interior,
encontramos realidades de muerte: física, espiritual, emotiva,
social. ¿Nos damos cuenta o simplemente sufrimos las consecuencias
de ello? ¿Hay algo que podamos hacer para volver a dar vida?
Pienso
en tantas situaciones negativas vividas por vuestros coetáneos. Hay
quien, por ejemplo, se juega todo en el hoy, poniendo en peligro su
propia vida con experiencias extremas. Otros jóvenes, en cambio,
están “muertos” porque han perdido la esperanza. Escuché decir
a una joven: “Entre mis amigos veo que se ha perdido el empuje para
arriesgar, el valor para levantarse”. Por desgracia, también entre
los jóvenes se difunde la depresión, que en algunos casos puede
llevar incluso a la tentación de quitarse la vida. Cuántas
situaciones en las que reina la apatía, en las que caemos en el
abismo de la angustia y del remordimiento. Cuántos jóvenes lloran
sin que nadie escuche el grito de su alma. A su alrededor hay tantas
veces miradas distraídas, indiferentes, de quien quizás disfruta su
propia happy
hour manteniéndose
a distancia.
Hay
quien sobrevive en la superficialidad, creyéndose vivo mientras por
dentro está muerto (cf. Ap 3,1).
Uno se puede encontrar con veinte años arrastrando su vida por el
suelo, sin estar a la altura de la propia dignidad. Todo se reduce a
un “dejar pasar la vida” buscando alguna gratificación: un poco
de diversión, algunas migajas de atención y de afecto por parte de
los demás… Hay también un difuso narcisismo digital, que influye
tanto en los jóvenes como en los adultos. Muchos viven así. Algunos
de ellos puede que hayan respirado a su alrededor el materialismo de
quien sólo piensa en hacer dinero y alcanzar una posición, casi
como si fuesen las únicas metas de la vida. Con el tiempo aparecerá
inevitablemente un sordo malestar, una apatía, un aburrimiento de la
vida cada vez más angustioso.
Las
actitudes negativas también pueden ser provocadas por los fracasos
personales, cuando algo que nos importaba, para lo que nos habíamos
comprometido, no progresa o no alcanza los resultados esperados.
Puede suceder en el ámbito escolar, con las aspiraciones deportivas,
artísticas… El final de un “sueño” puede hacernos sentir
muertos. Pero los fracasos forman parte de la vida de todo ser
humano, y en ocasiones pueden revelarse también como una gracia.
Muchas veces, lo que pensábamos que nos haría felices resulta ser
una ilusión, un ídolo. Los ídolos pretenden todo de nosotros
haciéndonos esclavos, pero no dan nada a cambio. Y al final se
derrumban, dejando sólo polvo y humo. En este sentido los fracasos,
si derriban a los ídolos, son una bendición, aunque nos hagan
sufrir.
Podríamos
seguir con otras condiciones de muerte física o moral en las que un
joven se puede encontrar, como las dependencias, el crimen, la
miseria, una enfermedad grave… Pero dejo para vuestra reflexión
personal tomar conciencia de lo que ha causado “muerte” en
vosotros o en alguien cercano, en el presente o en el pasado. Al
mismo tiempo, recordemos que aquel muchacho del Evangelio, que estaba
verdaderamente muerto, volvió a la vida porque fue mirado por
Alguien que quería que viviera. Esto puede suceder incluso hoy y
cada día.
Tener
compasión
Con
frecuencia, las Sagradas Escrituras expresan el estado de ánimo de
quien se deja tocar “hasta las entrañas” por el dolor ajeno. La
conmoción de Jesús lo hace partícipe de la realidad del otro. Toma
sobre sí la miseria del otro. El dolor de esa madre se convierte en
su dolor. La muerte de ese hijo se convierte en su muerte.
En
muchas ocasiones los jóvenes demostráis que sabéis con-padecer.
Es suficiente ver cuántos de vosotros se entregan con generosidad
cuando las circunstancias lo exigen. No hay desastre, terremoto,
aluvión que no vea ejércitos de jóvenes voluntarios disponibles
para echar una mano. También la gran movilización de jóvenes que
quieren defender la creación testimonia vuestra capacidad para oír
el grito de la tierra.
Queridos
jóvenes: No os dejéis robar esa sensibilidad. Que siempre podáis
escuchar el gemido de quien sufre; dejaos conmover por aquellos que
lloran y mueren en el mundo actual. «Ciertas realidades de la vida
solamente se ven con los ojos limpios por las lágrimas» (Christus
vivit, 76).
Si sabéis llorar con quien llora, seréis verdaderamente felices.
Muchos de vuestros coetáneos carecen de oportunidades, sufren
violencia, persecución. Que sus heridas se conviertan en las
vuestras, y seréis portadores de esperanza para este mundo. Podréis
decir al hermano, a la hermana: “Levántate, no estás solo”, y
hacer experimentar que Dios Padre nos ama y que Jesús es su mano
tendida para levantarnos.
Acercarse
y “tocar”
Jesús
detiene el cortejo fúnebre. Se acerca, se hace prójimo. La cercanía
nos empuja más allá y se hace gesto valiente para que el otro viva.
Gesto profético. Es el toque de Jesús, el Viviente, que comunica la
vida. Un toque que infunde el Espíritu Santo en el cuerpo muerto del
muchacho y reaviva de nuevo sus funciones vitales.
Ese
toque penetra en la realidad del desánimo y de la desesperación. Es
el toque de la divinidad, que pasa también a través del auténtico
amor humano y abre espacios impensables de libertad, dignidad,
esperanza, vida nueva y plena. La eficacia de este gesto de Jesús es
incalculable. Esto nos recuerda que también un signo de cercanía,
sencillo pero concreto, puede suscitar fuerzas de resurrección.
Sí,
también vosotros jóvenes podéis acercaros a las realidades de
dolor y de muerte que encontráis, podéis tocarlas y generar vida
como Jesús. Esto es posible, gracias al Espíritu Santo, si vosotros
antes habéis sido tocados por su amor, si vuestro corazón ha sido
enternecido por la experiencia de su bondad hacia vosotros. Entonces,
si sentís dentro la conmovedora ternura de Dios por cada criatura
viviente, especialmente por el hermano hambriento, sediento, enfermo,
desnudo, encarcelado, entonces podréis acercaros como Él, tocar
como Él, y transmitir su vida a vuestros amigos que están muertos
por dentro, que sufren o han perdido la fe y la esperanza.
“¡Joven,
a ti te digo, levántate!”
El
Evangelio no dice el nombre del muchacho que Jesús resucitó en
Naín. Esto es una invitación al lector para que se identifique con
él. Jesús te habla a ti, a mí, a cada uno de nosotros, y nos dice:
«¡Levántate!». Sabemos bien que también nosotros cristianos
caemos y nos debemos levantar continuamente. Sólo quien no camina no
cae, pero tampoco avanza. Por eso es necesario acoger la ayuda de
Cristo y hacer un acto de fe en Dios. El primer paso es aceptar
levantarse. La nueva vida que Él nos dará será buena y digna de
ser vivida, porque estará sostenida por Alguien que también nos
acompañará en el futuro, sin dejarnos nunca, ayudándonos a gastar
nuestra existencia de manera digna y fecunda.
Es
realmente una nueva creación, un nuevo nacimiento. No es un
condicionamiento psicológico. Probablemente, en los momentos de
dificultad, muchos de vosotros habréis sentido repetir las palabras
“mágicas” que hoy están de moda y deberían solucionarlo todo:
“Debes creer en ti mismo”, “tienes que encontrar fuerza en tu
interior”, “debes tomar conciencia de tu energía positiva”…
Pero todas estas son simples palabras y para quien está
verdaderamente “muerto por dentro” no funcionan. La palabra de
Cristo es de otro espesor, es infinitamente superior. Es una palabra
divina y creadora, que sola puede devolver la vida allí donde se
había extinguido.
La
nueva vida “de resucitados”
El
joven, dice el Evangelio, «empezó a hablar» (Lc 7,15).
La primera reacción de una persona que ha sido tocada y restituida a
la vida por Cristo es expresarse, manifestar sin miedo y sin
complejos lo que tiene dentro, su personalidad, sus deseos, sus
necesidades, sus sueños. Tal vez nunca antes lo había hecho,
convencida de que nadie iba a poder entenderla.
Hablar
significa también entrar en relación con los demás. Cuando estamos
“muertos” nos encerramos en nosotros mismos, las relaciones se
interrumpen, o se convierten en superficiales, falsas, hipócritas.
Cuando Jesús vuelve a darnos vida, nos “restituye” a los demás
(cf. v. 15).
Hoy
a menudo hay “conexión” pero no comunicación. El uso de los
dispositivos electrónicos, si no es equilibrado, puede hacernos
permanecer pegados a una pantalla. Con este mensaje quisiera lanzar,
junto a vosotros, los jóvenes, el desafío de un giro cultural, a
partir de este “levántate” de Jesús. En una cultura que quiere
a los jóvenes aislados y replegados en mundos virtuales, hagamos
circular esta palabra de Jesús: “Levántate”. Es una invitación
a abrirse a una realidad que va mucho más allá de lo virtual. Esto
no significa despreciar la tecnología, sino utilizarla como un medio
y no como un fin. “Levántate” significa también “sueña”,
“arriesga”, “comprométete para cambiar el mundo”, enciende
de nuevo tus deseos, contempla el cielo, las estrellas, el mundo a tu
alrededor. “Levántate y sé lo que eres”. Gracias a este
mensaje, muchos rostros apagados de jóvenes que están a nuestro
alrededor se animarán y serán más hermosos que cualquier realidad
virtual.
Porque
si tú das la vida, alguno la acoge. Una joven dijo: “Si ves algo
bonito, te levantas del sofá y decides hacerlo tú también”. Lo
que es hermoso suscita pasión. Y si un joven se apasiona por algo, o
mejor, por Alguien, finalmente se levanta y comienza a hacer cosas
grandes; de muerto que estaba, puede convertirse en testigo de Cristo
y dar la vida por Él.
Queridos
jóvenes: ¿Cuáles son vuestras pasiones y vuestros sueños?
Hacedlos surgir y, a través de ellos, proponed al mundo, a la
Iglesia, a los otros jóvenes, algo hermoso en el campo espiritual,
artístico, social. Os lo repito en mi lengua materna: ¡hagan
lío! Haced
escuchar vuestra voz. De otro joven escuché: “Si Jesús hubiese
sido uno que no se implica, que va sólo a lo suyo, el hijo de la
viuda no habría resucitado”.
La
resurrección del muchacho lo reúne con su madre. En esta madre
podemos ver a María, nuestra Madre, a quien encomendamos a todos los
jóvenes del mundo. En ella podemos reconocer también a la Iglesia,
que quiere acoger con ternura a cada joven, sin excepción. Pidamos,
pues, a María por la Iglesia, para que sea siempre madre de sus
hijos que permanecen en la muerte, y que llora e invoca para que
vuelvan a la vida. Por cada uno de sus hijos que muere, muere también
la Iglesia, y por cada hijo que resurge, también ella resurge.
Bendigo
vuestro camino. Y vosotros, por favor, no os olvidéis de rezar por
mí.
Roma,
San Juan de Letrán, 11 de febrero de 2020, Memoria de la
Bienaventurada Virgen María de Lourdes.
06.03.20
Retiro cuaresmal: “Lucha y Oración” e “Intercesión”, temas de meditación
Predicaciones del 5 de marzo
(6
de marzo 2020).- En la séptima y octava meditación de los
Ejercicios Espirituales de la Curia Romana en Ariccia, Italia, el
predicador, el padre jesuita Pietro Bovati, se detuvo en el tema
“Lucha y Oración” y en el de la “Intercesión”,
respectivamente, indica Vatican
News.
El
Papa Francisco, recuperándose de su resfriado, sigue todas estas
predicaciones desde el Vaticano.
El
padre describió que el día de ayer, 5 de marzo de 2020, estaba
dedicado a meditar sobre el compromiso personal que el Señor exige a
cada uno, según la vocación recibida, “del don de la gracia, con
los deberes relacionados con esta gracia”.
Oración
El
jesuita indicó que la “oración” que, “además de ser la
condición de la escucha de Dios que hace posible la predicación
como testimonio auténtico, es en sí misma un ministerio apostólico
en su naturaleza de acogida, de gratitud por la gracia”.
Asimismo,
señaló que la Escritura ofrece un modelo de este ministerio
permanente de intercesión en el Libro del Éxodo, con Moisés, que
“reza continuamente y su oración es efectiva y salvadora”. El
teólogo actualizó este “ministerio orante de Moisés”, tal como
se presenta en el capítulo 17 de dicho libro, “un episodio inusual
para el Éxodo: la aparición de una lucha que debe repeler a un
pueblo enemigo, Amalek”.
Y
advirtió, que de él se debe extraer la enseñanza “sobre cómo
quien en la comunidad es sacerdote y guía debe actuar frente al
enemigo, aquel que socava la vida del pueblo de Dios”. Moisés se
enfrenta a “un adversario astuto que ataca a los más débiles”,
a los cansados, “a un enemigo que se aprovecha de un pueblo
cansado”.
Persecución
en la Iglesia
El
predicador apuntó que la Iglesia siempre ha sufrido persecuciones y
en su historia “el enemigo de la Iglesia” ha tomado varias formas
(poder político y judicial, falsos profetas que siembran el odio y
la burla contra las convicciones y el modo de vida de los
cristianos).
Y
esto continúa también en nuestros días, donde se produce una
persecución con notas de “virulencia inaudita” en la intención
“de demoler toda la Iglesia, atacando a los más débiles en la fe,
mal equipados desde el punto de vista espiritual para aceptar la
confrontación, el desprecio, la marginación”.
Después
subrayó que este adversario “tiene formas atractivas para muchos y
ataca astutamente a los que no están preparados. Enormes fuerzas
ideológicas y financieras, unidas para favorecer los intereses
partidistas, se han convertido en una amenaza, y utilizan todos los
medios, desde la información distorsionada hasta las represalias
económicas, para destruir lo que Cristo fundó”. La roca
sobre la que se construye la Iglesia “resistirá al mal, pero no
sin nuestra participación activa en la fe y la oración”, remarcó.
En
cuanto a los instrumentos a usar para enfrentar esta batalla por el
bien, sostuvo que “la preparación cultural en las ciencias humanas
y en las ciencias religiosas debe ser objeto de un discernimiento
adecuado si no queremos ser ingenuos e irresponsables ante una oleada
agresiva de doctrinas y prácticas contrarias al Evangelio, en
presencia de falsos profetas”. De este modo, “la formación
humana y espiritual de los clérigos y los laicos parece ser hoy una
prioridad apostólica”.
Comunión
El
padre Bovati se refirió también al perfil de Moisés en la oración,
con “su mirada hacia Dios, no porque no tenga interés en la
batalla, sino porque quiere dirigirla hacia la más completa
victoria. Moisés en la montaña representa la fuerza secreta que
lleva al ejército al triunfo: “la inmersión en Dios es la
condición indispensable para el éxito de la batalla en la tierra”.
Además,
apuntó que con “humildad”, Moisés fue ayudado en su misión por
los sacerdotes, Aarón y Cur, que “sostienen los brazos del hombre
de Dios”. En resumen, “cada
uno es indispensable, pero es en la comunión, expresión orante de
la alianza entre hermanos y con Dios, donde la oración es eficaz,
también porque expresa el amor, la solidaridad, la unidad, en un
servicio idéntico para todo el pueblo de Dios”.
Hace
falta fe
El
pasaje del Evangelio de Mateo (17, 14-21), según el sacerdote,
“habla de la lucha contra satanás”, con el caso de un muchacho
“guiado por impulsos que no puede controlar, símbolo de la persona
que sufre y está indefensa, en grave peligro porque carece de esos
recursos que le permitirían adherirse al bien”.
Su
padre se dirige a los discípulos, a los que el Señor había dotado
para expulsar demonios y curar las formas de maldad, pero en esta
ocasión no logran, su actividad es ineficaz. Y para justificar esta
ineficacia, remite a que “Jesús habla de la falta de fe, de la
‘generación incrédula y perversa”’. En este sentido, el padre
Bovati puntualizó que lo que falta “no es solo la oración”, la
cuestión, de hecho, es si los discípulos “tienen al menos una
migaja de fe”.
Finalmente,
concluyó esta reflexión invitando a la lectura del Salmo 121, “la
oración no es simple recitación”, pues, “si el corazón no se
adhiere al misterio de Dios, la oración es vana”. No obstante,
“incluso una oración débil, sincera y humilde, si es una
apelación a esa fuerza divina que solo puede estar en el Señor, es
el arma poderosa que se nos da para colaborar en la venida del
Reino”.
Perdón
y reconciliación
Por
la tarde, la octava predicación aludió al tema de la “Intercesión”,
entendida como “esa intervención de auxilio amorosa” que se
ejerce hacia las personas que “necesitan el perdón y la
reconciliación con Dios”.
Los
sacerdotes, recuerda el padre Bovati, están llamados al “ministerio
de la reconciliación”, el “más espiritual”, y lo ejercen en
el Sacramento, que debe ser vivido con “compromiso, dedicación y
amor”.
Así,
invitó a examinar el capítulo 32 del Éxodo, versículos 7-14,
reiterando que el pecado “solo se conoce verdaderamente en la
oración, en el encuentro cara a cara con el Señor”, mirando el
rostro de Dios, escuchando su voz, se comprende «la gravedad del
pecado”.
La
oración que hace comprender dicha gravedad y el “deber urgente”
de auxiliar a dicho pecado, “introduce, impulsa y promueve”
una “oración especial hacia el Señor”, la de intercesión.
Necesidad
de pedir
Con
respecto a la oración que el intercesor dirige al Señor, el padre
jesuita considera que “Dios concede antes de que la petición
llegue a los labios”, pues “Él sabe lo que necesitamos”. Aún
así, exhorta a pedir, “porque así tomamos conciencia de nuestras
necesidades, experimentamos la necesidad, le presentamos nuestras
heridas, nuestros sufrimientos, para que así se nos conceda el
sentir su compasión, gustar su amor, que escucha y cumple”.
La
intercesión, por lo tanto, “mira el rostro de Dios” y es testigo
de un “cambio”, del paso de la ira “a la misericordia”, a la
“ternura”, de modo que se hace un “cambio radical” en el
propio corazón. La intercesión, en resumen, observa “el
surgimiento del deseo de Dios de salvar al hombre”, para que en el
mundo “todos puedan ser atraídos por la luz de la misericordia
beneficiándose del mismo perdón”.
El
intercesor “obtiene de Dios” la misericordia en su oración: a
partir de allí pone en práctica una serie de “acciones”,
“modalidades”, “actitudes” y “operaciones” necesarias
“para que los pecadores accedan al don de la misericordia divina”.
Para ilustrarlo el propone el discurso de Jesús en el capítulo 18
del Evangelio de Mateo, que parte de la atención “al pequeño”,
es decir, a la persona vulnerable, frágil, débil, la cual no debe
ser despreciada. .
No
cansarse de perdonar
Del
mismo modo, con respecto a la cuestión de cuántas veces se debe
perdonar, recuerda que “la búsqueda del hermano que se ha
extraviado se realiza, según este texto de Mateo, con el ejercicio
del diálogo”, del hablar, del emprender un “proceso gradual”que
convenza al pecador pasando de la “conversación personal” a la
“implicación de los testigos”, de “mediadores que apoyen el
deseo de reconciliación y lo favorezcan”, hasta la implicación
“de toda la comunidad”. El Salvador cumple su misión
precisamente porque los pastores son “mediadores”, “unen” a
la comunidad.
Por
último, el padre Bovati remarcó que Jesús insta a “no cansarse”
de perdonar al hermano, haciendo así, en cierto sentido,
“permanente” el “ministerio de la reconciliación”. El número
70 veces 7 se entiende como “multiplicación”, pues “cuanto más
pecado hay, más se multiplica la misericordia”.
07.03.20
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada