Semana Laudato Si’: 5º aniversario de la Encíclica del Papa Francisco
24 de mayo, momento de oración mundial
(19 mayo 2020)-. La Semana Laudato Si’, celebrada del 17 al 24 de mayo, es una iniciativa global impulsada por el Papa Francisco para celebrar el 5º aniversario de esta Carta Encíclica que profundiza en la necesidad del cuidado de la casa común.
Bajo el lema “Todo está conectado”, esta propuesta convoca a los católicos y personas de buena voluntad de todo el mundo a que se unan a la reflexión, la oración y las acciones necesarias para proteger la casa común.
Agenda de eventos
Para ello, en la página oficial de este proyecto, se ha dispuesto una agenda de eventos interactivos en línea que culminarán con un espacio de oración mundial el próximo 24 de mayo al mediodía (hora de Roma).
Las actividades pueden ser encontrados por fecha o palabra clave en el buscador, pero también está disponible una lista de los eventos en español y los links para acceder a ellos.
Entre las citas programadas se encuentran webinars, reflexiones, experiencias, rezo del Rosario por la tierra, momentos de oración…en torno al tema señalado y celebradas en España y Latinoamérica.
Preámbulo al “Tiempo de la Creación”
De acuerdo al sitio oficial de la iniciativa, la Semana Laudato Si’ inaugura un proceso de transformación de un año de duración, “a medida que atravesamos la crisis del momento actual rezando, reflexionando y preparándonos juntos para un mundo mejor en el futuro”.
Esta constituye una preparación para actuar en septiembre de 2020 en el Tiempo de la Creación, al cual el Papa Francisco llama a celebrar anualmente desde la oración y la acción a favor de la casa común.
El Tiempo de la Creación constituye una celebración anual de oración y acción para proteger la creación que se celebra entre el 1 de septiembre y el 4 de octubre de cada año. Promovida por varios líderes religiosos de distintas partes del mundo, en ella participan cristianos de todas las denominaciones.
Enseñanzas de la Encíclica
El Dicasterio para el Servicio de Desarrollo Humano Integral, por su parte y según Vatican News, insiste en el valor de las enseñanzas de la Encíclica dado el contexto que estamos viviendo a raíz de la expansión del coronavirus y la visión de la encíclica Laudato Si’, que exhorta a construir y vivir en un mundo mucho más justo y sostenible.
Esto, indican, depende en gran parte de nuestras prácticas cotidianas y la adopción de políticas públicas que estén más allá de las buenas intenciones.
Invitación del Papa Francisco
“Cuidemos la creación, don de nuestro buen Dios Creador. Celebremos juntos la Semana Laudato Si’”. Con estas palabras, el propio Francisco invitó a participar en esta iniciativa en un videomensaje difundido el pasado 3 de marzo de 2020.
Igualmente, el pasado domingo, durante el Regina Coeli, el Santo Padre recordó el comienzo de este evento semanal indicando que “en estos tiempos de pandemia, en los que estamos más consciente de la importancia de cuidar nuestro hogar común, espero que toda la reflexión y compromiso común ayuden a crear y fortalecer actitudes constructivas para el cuidado de la creación”.
De acuerdo a una nota difundida por Movimiento Católico Mundial por el Clima, con cerca de un sexto de la población mundial organizada en más de 220.000 parroquias en todo el mundo, la Iglesia Católica desempeña un papel único y vital para hacer frente a la crisis ambiental.
20.05.20
Audiencia general: Tercera catequesis del Papa Francisco sobre la oración
Texto completo
(20 mayo 2020).- “¿Qué es el hombre para que de él te acuerdes, el hijo de Adán, para que de él te cuides?”: Es el verso del Salmo 8 sobre el que se detiene el Papa hoy en la audiencia general para reflexionar sobre el misterio de la creación.
En su catequesis, la tercera del ciclo sobre la oración, pronunciada el 20 de mayo de 2020 en la biblioteca del Palacio Apostólico Vaticano, el Santo Padre ha indicado que la “belleza” y el “misterio” de la Creación “generan en el corazón del hombre el primer movimiento que suscita la oración”.
Grandeza y pequeñez del hombre
El hombre orante, ha expresado el Papa, contempla el misterio de la existencia a su alrededor, porque “está estrechamente ligada al sentimiento de asombro”. Continúa Francisco: “Ve el cielo estrellado que lo cubre y se pregunta qué diseño de amor debe haber detrás de una obra tan poderosa…”.
Tal y como plantea el salmo octavo, la grandeza del hombre es “infinitesimal cuando se compara con las dimensiones del universo”, afirma el Pontífice. “Sus conquistas más grandes parecen poca cosa… Pero el hombre no es nada”. Por ello, en la oración, “se afirma rotundamente un sentimiento de misericordia”, asegura.
Gracias, “hermosa oración”
Asimismo, el Obispo de Roma ha expresado que la oración es signo de “alabanza” y gratitud a Dios: “Es necesario sentir esa inquietud del corazón que lleva a dar gracias y a alabar a Dios”, y ese “gracias” es una “hermosa oración”.
“Todos somos portadores de alegría”, ha recordado Francisco. “Esta vida es el regalo que Dios nos ha dado: y es demasiado corta para consumirla en la tristeza, en la amargura. Alabemos a Dios, contentos simplemente de existir”.
Después de resumir su meditación en diversas lenguas, el Santo Padre ha saludado a los fieles. La audiencia general ha terminado con el rezo del Pater Noster y la bendición apostólica.
A continuación, sigue la catequesis completa del Santo Padre, traducida al español por la Oficina de Prensa de la Santa Sede.
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Catequesis del Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Continuamos nuestra catequesis sobre la oración, meditando sobre el misterio de la Creación. La vida, el simple hecho de existir, abre el corazón del ser humano a la oración.
La primera página de la Biblia se parece a un gran himno de acción de gracias. El relato de la Creación está ritmado por ritornelos donde se reafirma continuamente la bondad y la belleza de todo lo que existe. Dios, con su palabra, llama a la vida, y todas las cosas entran en la existencia. Con la palabra, separa la luz de las tinieblas, alterna el día y la noche, intervala las estaciones, abre una paleta de colores con la variedad de las plantas y de los animales. En este bosque desbordante que rápidamente derrota al caos, el hombre aparece en último lugar. Y esta aparición provoca un exceso de exultación que amplifica la satisfacción y el gozo: “Vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien” (Gn 1:31). Bueno, pero también bello: Se ve la belleza de toda la Creación.
La belleza y el misterio de la Creación generan en el corazón del hombre el primer movimiento que suscita la oración (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 2566). Así dice el Salmo octavo que hemos escuchado al principio: “Al ver tu cielo, hechura de tus dedos, la luna y las estrellas que fijaste tú, ¿qué es el hombre para que de él te acuerdes, el hijo de Adán, para que de él te cuides?”. (vv. 4-5). El hombre orante contempla el misterio de la existencia a su alrededor, ve el cielo estrellado que lo cubre -que los astrofísicos nos muestran hoy en día en toda su inmensidad- y se pregunta qué diseño de amor debe haber detrás de una obra tan poderosa… Y, en esta inmensidad ilimitada ¿qué es el hombre?. “Qué poco”, dice otro salmo (cf. 89:48): un ser que nace, un ser que muere, una criatura fragilísima. Y, sin embargo, en todo el universo, el ser humano es la única criatura consciente de tal profusión de belleza. Un ser pequeño que nace, muere, hoy está y mañana ya no, es el único consciente de esta belleza. ¡Nosotros somos conscientes de esta belleza!.
La oración del hombre está estrechamente ligada al sentimiento de asombro. La grandeza del hombre es infinitesimal cuando se compara con las dimensiones del universo. Sus conquistas más grandes parecen poca cosa… Pero el hombre no es nada. En la oración, se afirma rotundamente un sentimiento de misericordia. Nada existe por casualidad: el secreto del universo reside en una mirada benévola que alguien cruza con nuestros ojos. El Salmo afirma que somos poco menos que un Dios, que estamos coronados de gloria y de esplendor (cf. 8:6). La relación con Dios es la grandeza del hombre: su entronización. Por naturaleza no somos casi nada, pequeños, pero por vocación, por llamada, ¡somos los hijos del gran Rey!.
Esta es una experiencia que muchos de nosotros ha tenido. Si la trama de la vida, con todas sus amarguras, corre a veces el riesgo de ahogar en nosotros el don de la oración, basta con contemplar un cielo estrellado, una puesta de sol, una flor…, para reavivar la chispa de la acción de gracias. Esta experiencia es quizás la base de la primera página de la Biblia.
Cuando se escribió el gran relato bíblico de la Creación, el pueblo de Israel no estaba atravesando por días felices. Una potencia enemiga había ocupado la tierra; muchos habían sido deportados, y se encontraban ahora esclavizados en Mesopotamia. No había patria, ni templo, ni vida social y religiosa, nada.
Y sin embargo, partiendo precisamente de la gran historia de la Creación, alguien comenzó a encontrar motivos para dar gracias, para alabar a Dios por la existencia. La oración es la primera fuerza de la esperanza. Tú rezas y la esperanza crece, avanza. Yo diría que la oración abre la puerta a la esperanza. La esperanza está ahí, pero con mi oración le abro la puerta. Porque los hombres de oración custodian las verdades basilares; son los que repiten, primero a sí mismos y luego a todos los demás, que esta vida, a pesar de todas sus fatigas y pruebas, a pesar de sus días difíciles, está llena de una gracia por la que maravillarse. Y como tal, siempre debe ser defendida y protegida.
Los hombres y las mujeres que rezan saben que la esperanza es más fuerte que el desánimo. Creen que el amor es más fuerte que la muerte, y que sin duda un día triunfará , aunque en tiempos y formas que nosotros no conocemos. Los hombres y mujeres de oración llevan en sus rostros destellos de luz: porque incluso en los días más oscuros el sol no deja de iluminarlos. La oración te ilumina: te ilumina el alma, te ilumina el corazón y te ilumina el rostro. Incluso en los tiempos más oscuros, incluso en los tiempos de dolor más grande.
Todos somos portadores de alegría. ¿Lo habíais pensado? ¿Qué eres un portador de alegría? ¿O prefieres llevar malas noticias, cosas que entristecen? Todos somos capaces de portar alegría. Esta vida es el regalo que Dios nos ha dado: y es demasiado corta para consumirla en la tristeza, en la amargura. Alabemos a Dios, contentos simplemente de existir. Miremos el universo, miremos sus bellezas y miremos también nuestras cruces y digamos: “Pero, tú existes, tú nos hiciste así, para ti”. Es necesario sentir esa inquietud del corazón que lleva a dar gracias y a alabar a Dios. Somos los hijos del gran Rey, del Creador, capaces de leer su firma en toda la creación; esa creación que hoy nosotros custodiamos, pero en esa creación está la firma de Dios que lo hizo por amor. Qué el Señor haga que lo entendamos cada vez más profundamente y nos lleve a decir “gracias”: y ese “gracias” es una hermosa oración.
21.05.20
Mensaje del Papa a las Obras Misionales Pontificas
(21 mayo 2020).- El día de la solemnidad de la Ascensión del Señor, 21 de mayo, el Papa Francisco dirige un mensaje a las personas que integran las Obras Misionales Pontificas (OMP).
Este año, el Pontífice tenía previsto participar en la Asamblea general de la institución vaticana, que tradicionalmente celebran en esta fiesta litúrgica, que finalmente no ha sido posible debido a la pandemia del coronavirus.
“Esta fiesta cristiana, en estos tiempos inimaginables que estamos viviendo, me parece aún más rica de sugerencias para el camino y la misión de cada uno de nosotros y de toda la Iglesia”, anuncia Francisco, quien les ofrece 10 consejos indicados especialmente para el “proceso de reconsideración” que las OMP están llevando a cabo.
El misterio de la Ascensión, junto con la efusión del Espíritu en Pentecostés, aclara Francisco, “imprime y confiere para siempre a la misión de la Iglesia su rasgo genético más íntimo: el de ser obra del Espíritu Santo” y “no consecuencia de nuestras reflexiones e intenciones”.
Testigos de Cristo y de su Espíritu
Por ello, advierte el Papa: “Cuando, en la misión de la Iglesia, no se acoge ni se reconoce la obra real y eficaz del Espíritu Santo, quiere decir que, hasta las palabras de la misión se han convertido en una especie de ‘discursos de sabiduría humana’, usados para auto glorificarse o para quitar y ocultar los propios desiertos interiores”.
En este contexto, el Santo Padre anima a los misioneros de todo el mundo a encomendar la misión al Espíritu Santo y a ser “testigos de Cristo y de su Espíritu”. Para ello, recuerda algunos rasgos distintivos de la misión en su Exhortación apostólica Evangelii gaudium que “hacen del anuncio del Evangelio y de la confesión de la fe cristiana algo distinto a cualquier proselitismo político o cultural, psicológico o religioso”: atractivo, gratitud y gratuidad, humildad, facilitar y no complicar, cercanía en la vida cotidiana, el sensus fidei del Pueblo de Dios, y la predilección por los pequeños y por los pobres
Obras Misionales Pontificias
Las Obras Misionales Pontificias son el principal instrumento de la Iglesia Católica para atender las grandes necesidades con las que se encuentran los misioneros en su labor de evangelización por todo el mundo.
La institución vaticana ofrece un constante apoyo espiritual y material con el fin de que los misioneros puedan anunciar el Evangelio y colaborar en el desarrollo personal y social del pueblo en medio del cual realizan su labor, para lo que disponen de un Fondo Universal de Solidaridad, con las aportaciones de los fieles.
Sigue a continuación el texto completo del Mensaje del Papa a las Obras Misionales Pontificas, publicado este 21 de mayo de 2020 por el Vaticano.
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Mensaje del Papa Francisco
Los que se habían reunido, le preguntaron, diciendo: “Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino a Israel?”. Les dijo: “No os toca a vosotros conocer los tiempos o momentos que el Padre ha establecido con su propia autoridad; en cambio, recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que va a venir sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría y hasta el confín de la tierra”. Dicho esto, a la vista de ellos, fue elevado al cielo, hasta que una nube se lo quitó de la vista (Hch 1,6-9).
Después de hablarles, el Señor Jesús fue llevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Ellos se fueron a predicar por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban (Mc 16,19-20).
Y los sacó hasta cerca de Betania y, levantando sus manos, los bendijo. Y mientras los bendecía, se separó de ellos, y fue llevado hacia el cielo. Ellos se postraron ante Él y se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios (Lc 24,50-53).
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Queridos hermanos y hermanas:
Este año había decidido participar en vuestra Asamblea general anual, el jueves 21 de mayo, fiesta de la Ascensión del Señor, pero se ha cancelado a causa de la pandemia que nos afecta a todos. Por eso, deseo enviaros a todos vosotros este mensaje, para haceros llegar, igualmente, lo que tengo en el corazón para deciros. Esta fiesta cristiana, en estos tiempos inimaginables que estamos viviendo, me parece aún más rica de sugerencias para el camino y la misión de cada uno de nosotros y de toda la Iglesia.
Celebramos la Ascensión como una fiesta y, sin embargo, en ella se conmemora la despedida de Jesús de sus discípulos y de este mundo. El Señor asciende al Cielo, y la liturgia oriental narra el estupor de los ángeles al ver a un hombre que con su cuerpo sube a la derecha del Padre. No obstante, mientras Cristo estaba para ascender al Cielo, los discípulos —que, además, lo habían visto resucitado— no parecían que hubiesen entendido aún lo sucedido. Él iba a dar inicio al cumplimiento de su Reino y ellos se perdían todavía en sus propias conjeturas. Le preguntaban si iba a restaurar el reino de Israel (cf. Hch 1,6). Pero, cuando Cristo los dejó, en vez de quedarse tristes, volvieron a Jerusalén “con gran alegría”, como escribe Lucas (24,52). Sería extraño que no hubiera ocurrido nada. En efecto, Jesús ya les había prometido la fuerza del Espíritu Santo, que descendería sobre ellos en Pentecostés. Este es el milagro que cambió las cosas. Y ellos cobraron seguridad, porque confiaron todo al Señor. Estaban llenos de alegría. Y la alegría en ellos era la plenitud de la consolación, la plenitud de la presencia del Señor.
Pablo escribe a los Gálatas que la plenitud del gozo de los Apóstoles no es el efecto de unas emociones que satisfacen y alegran. Es un gozo desbordante que se puede experimentar solamente como fruto y como don del Espíritu Santo (cf. 5,22). Recibir el gozo del Espíritu Santo es una gracia. Y es la única fuerza que podemos tener para predicar el Evangelio, para confesar la fe en el Señor. La fe es testimoniar la alegría que nos da el Señor. Un gozo como ese no nos lo podemos dar nosotros solos.
Jesús, antes de irse, dijo a los suyos que les mandaría el Espíritu, el Consolador. Y así entregó también al Espíritu la obra apostólica de la Iglesia, durante toda la historia, hasta su venida. El misterio de la Ascensión, junto con la efusión del Espíritu en Pentecostés, imprime y confiere para siempre a la misión de la Iglesia su rasgo genético más íntimo: el de ser obra del Espíritu Santo y no consecuencia de nuestras reflexiones e intenciones. Y este es el rasgo que puede hacer fecunda la misión y preservarla de cualquier presunta autosuficiencia, de la tentación de tomar como rehén la carne de Cristo —que asciende al Cielo— para los propios proyectos clericales de poder.
Cuando, en la misión de la Iglesia, no se acoge ni se reconoce la obra real y eficaz del Espíritu Santo, quiere decir que, hasta las palabras de la misión —incluso las más exactas y las más reflexionadas— se han convertido en una especie de “discursos de sabiduría humana”, usados para auto glorificarse o para quitar y ocultar los propios desiertos interiores.
La alegría del Evangelio
La salvación es el encuentro con Jesús, que nos ama y nos perdona, enviándonos el Espíritu, que nos consuela y nos defiende. La salvación no es la consecuencia de nuestras iniciativas misioneras, ni siquiera de nuestros razonamientos sobre la encarnación del Verbo. La salvación de cada uno puede ocurrir sólo a través de la perspectiva del encuentro con Él, que nos llama. Por esto, el misterio de la predilección inicia —y no puede no iniciar— con un impulso de alegría, de gratitud. La alegría del Evangelio, esa “alegría grande” de las pobres mujeres que, en la mañana de Pascua, fueron al sepulcro de Cristo y lo hallaron vacío, y que luego fueron las primeras en encontrarse con Jesús resucitado y corrieron a decírselo a los demás (cf. Mt 28,8-10). Sólo así, el ser elegidos y predilectos puede testimoniar ante todo el mundo, con nuestras vidas, la gloria de Cristo resucitado.
Los testigos, en cualquier situación humana, son aquellos que certifican lo que otro ha hecho. En este sentido —y sólo así—, podemos nosotros ser testigos de Cristo y de su Espíritu. Después de la Ascensión, como cuenta el final del Evangelio de Marcos, los apóstoles y los discípulos “se fueron a predicar por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban” (16,20). Cristo, con su Espíritu, da testimonio de sí mismo mediante las obras que lleva a cabo en nosotros y con nosotros. La Iglesia —explicaba ya san Agustín— no rogaría al Señor que les concediera la fe a aquellos que no conocen a Cristo, si no creyera que es Dios mismo el que dirige y atrae hacia sí la voluntad de los hombres. La Iglesia no haría rezar a sus hijos para pedir al Señor la perseverancia en la fe en Cristo, si no creyese que es el mismo Señor quien tiene en su mano nuestros corazones. En efecto, si la Iglesia le rogase estas cosas, pero pensara que se las puede dar a sí misma, significaría que sus oraciones no serían auténticas, sino solamente fórmulas vacías, frases hechas, formalismos impuestos por el conformismo eclesiástico (cf. El don de la perseverancia. A Próspero y a Hilario, 23.63).
Si no se reconoce que la fe es un don de Dios, tampoco tendrían sentido las oraciones que la Iglesia le dirige. Y no se manifestaría a través de ellas ninguna sincera pasión por la felicidad y por la salvación de los demás y de aquellos que no reconocen a Cristo resucitado, aunque se dedique mucho tiempo a organizar la conversión del mundo al cristianismo.
Es el Espíritu Santo quien enciende y custodia la fe en los corazones, y reconocer este hecho lo cambia todo. En efecto, es el Espíritu el que suscita y anima la misión, le imprime connotaciones “genéticas”, matices y movimientos particulares que hacen del anuncio del Evangelio y de la confesión de la fe cristiana algo distinto a cualquier proselitismo político o cultural, psicológico o religioso.
He recordado muchos de estos rasgos distintivos de la misión en la Exhortación apostólica Evangelii gaudium; retomo algunos de ellos.
Atractivo. El misterio de la Redención entró y continúa obrando en el mundo a través de un atractivo que puede fascinar el corazón de los hombres y de las mujeres, porque es y parece más atrayente que las seducciones basadas en el egoísmo, consecuencia del pecado. “Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me ha enviado”, dice Jesús en el Evangelio de Juan (6,44). La Iglesia siempre ha repetido que seguimos a Jesús y anunciamos su Evangelio por esto: por la fuerza de atracción que ejercen el mismo Cristo y su Espíritu. La Iglesia —afirmó el Papa Benedicto XVI—– crece en el mundo por atracción y no por proselitismo (cf. Homilía en la Misa de apertura de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, Aparecida, 13 mayo 2007: AAS 99 [2007], 437). San Agustín decía que Cristo se nos revela atrayéndonos. Y, para poner un ejemplo de este atractivo, citaba al poeta Virgilio, según el cual toda persona es atraída por aquello que le gusta. Jesús no sólo es atrayente para nuestra voluntad, sino también para nuestro gusto (cf. Comentario al Evangelio de San Juan, 26, 4). Cuando uno sigue a Jesús, contento por ser atraído por Él, los demás se darán cuenta y podrán asombrarse de ello. La alegría que se transparenta en aquellos que son atraídos por Cristo y por su Espíritu es lo que hace fecunda cualquier iniciativa misionera.
Gratitud y gratuidad. La alegría de anunciar el Evangelio brilla siempre sobre el fondo de una memoria agradecida. Los apóstoles nunca olvidaron el momento en el que Jesús les tocó el corazón: “Era como la hora décima” (Jn 1,39). El acontecimiento de la Iglesia resplandece cuando en él se manifiesta el agradecimiento por la iniciativa gratuita de Dios, porque “Él nos amó” primero (1 Jn 4,10), porque “fue Dios quien hizo crecer” (1 Co 3,6). La predilección amorosa del Señor nos sorprende, y el asombro —por su propia naturaleza— no podemos poseerlo por nosotros mismos ni imponerlo. No es posible “asombrarse a la fuerza”. Sólo así puede florecer el milagro de la gratuidad, el don gratuito de sí. Tampoco el fervor misionero puede obtenerse como consecuencia de un razonamiento o de un cálculo. Ponerse en “estado de misión” es un efecto del agradecimiento, es la respuesta de quien, en función de su gratitud, se hace dócil al Espíritu Santo y, por tanto, es libre. Si no se percibe la predilección del Señor, que nos hace agradecidos, incluso el conocimiento de la verdad y el conocimiento mismo de Dios —ostentados como posesión que hay que adquirir con las propias fuerzas— se convertirían, de hecho, en “letra que mata” (cf. 2 Co 3,6), como demostraron por vez primera san Pablo y san Agustín. Sólo en la libertad del agradecimiento se conoce verdaderamente al Señor. Y resulta inútil —y, más que nada, inapropiado— insistir en presentar la misión y el anuncio del Evangelio como si fueran un deber vinculante, una especie de “obligación contractual” de los bautizados.
Humildad. Si la verdad y la fe, la felicidad y la salvación no son una posesión nuestra, una meta alcanzada por nuestros méritos, entonces el Evangelio de Cristo se puede anunciar solamente desde la humildad. Nunca se podrá pensar en servir a la misión de la Iglesia con la arrogancia individual y a través de la ostentación, con la soberbia de quien desvirtúa también el don de los sacramentos y las palabras más auténticas de la fe, haciendo de ellos un botín que ha merecido. No se puede ser humilde por buena educación o por querer parecer cautivadores. Se es humilde si se sigue a Cristo, que dijo a los suyos: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mt 11,29). San Agustín se pregunta cómo es posible que, después de la Resurrección, Jesús se dejó ver sólo por sus discípulos y no, en cambio, por los que lo habían crucificado. Responde que Jesús no quería dar la impresión de querer “burlarse de quienes le habían dado muerte. Era más importante enseñar la humildad a los amigos que echar en cara a los enemigos la verdad” (Discurso 284, 6).
Facilitar, no complicar. Otro rasgo de la auténtica obra misionera es el que nos remite a la paciencia de Jesús, que también en las narraciones del Evangelio acompañaba siempre con misericordia las etapas de crecimiento de las personas. Un pequeño paso, en medio de las grandes limitaciones humanas, puede alegrar el corazón de Dios más que las zancadas de quien va por la vida sin grandes dificultades. Un corazón misionero reconoce la condición actual en la que se encuentran las personas reales, con sus límites, sus pecados, sus debilidades, y se hace “débil con los débiles” (1 Co 9,22). “Salir” en misión para llegar a las periferias humanas no quiere decir vagar sin dirección ni sentido, como vendedores impacientes que se quejan de que la gente es muy ruda y anticuada como para interesarse por su mercancía. A veces se trata de aminorar el paso para acompañar a quien se ha quedado al borde del camino. A veces hay que imitar al padre de la parábola del hijo pródigo, que deja las puertas abiertas y otea todos los días el horizonte, con la esperanza de la vuelta de su hijo (cf. Lc 15,20). La Iglesia no es una aduana, y quien participa de algún modo en la misión de la Iglesia está llamado a no añadir cargas inútiles a las vidas ya difíciles de las personas, a no imponer caminos de formación sofisticados y pesados para gozar de aquello que el Señor da con facilidad. No pongamos obstáculos al deseo de Jesús, que ora por cada uno de nosotros y nos quiere curar a todos, salvar a todos.
Cercanía en la vida “cotidiana”. Jesús encontró a sus primeros discípulos en la orilla del lago de Galilea, mientras estaban ocupados en su trabajo. No los encontró en un convenio, ni en un seminario de formación, ni en el templo. Desde siempre, el anuncio de salvación de Jesús llega a las personas allí donde se encuentran y así como son en la vida de cada día. La vida ordinaria de todos, la participación en las necesidades, esperanzas y problemas de todos, es el lugar y la condición en la que quien ha reconocido el amor de Cristo y ha recibido el don del Espíritu Santo puede dar razón a quien le pregunte de la fe, de la esperanza y de la caridad. Caminando juntos, con los demás. Principalmente en este tiempo en el que vivimos, no se trata de inventar itinerarios de adiestramiento “dedicados”, de crear mundos paralelos, de construir burbujas mediáticas en las que hacer resonar los propios eslóganes, las propias declaraciones de intenciones, reducidas a tranquilizadores “nominalismos declaratorios”. He recordado ya otras veces –a modo de ejemplo–, que en la Iglesia hay quien continúa a evocar enfáticamente el eslogan: “Es la hora de los laicos”, pero mientras tanto parece que el reloj se hubiera parado.
El “sensus fidei” del Pueblo de Dios. Hay una realidad en el mundo que tiene una especie de “olfato” para el Espíritu Santo y su acción. Es el Pueblo de Dios, predilecto y llamado por Jesús, que, a su vez, sigue buscándolo y clama siempre por Él en las angustias de la vida. El Pueblo de Dios mendiga el don de su Espíritu; confía su espera a las sencillas palabras de las oraciones y nunca se acomoda en la presunción de la propia autosuficiencia. El santo Pueblo de Dios reunido y ungido por el Señor, en virtud de esta unción, se hace infalible “in credendo”, como enseña la Tradición de la Iglesia. La acción del Espíritu Santo concede al Pueblo de los fieles un “instinto” de la fe —el sensus fidei— que le ayuda a no equivocarse cuando cree lo que es de Dios, aunque no conozca los razonamientos ni las formulaciones teológicas para definir los dones que experimenta. Es el misterio del pueblo peregrino que, con su espiritualidad popular, camina hacia los santuarios y se encomienda a Jesús, a María y a los santos; que recurre y se revela connatural a la libre y gratuita iniciativa de Dios, sin tener que seguir un plan de movilización pastoral.
Predilección por los pequeños y por los pobres. Todo impulso misionero, si está movido por el Espíritu Santo, manifiesta predilección por los pobres y por los pequeños, como signo y reflejo de la preferencia que el Señor tiene por ellos. Las personas directamente implicadas en las iniciativas y estructuras misioneras de la Iglesia no deberían justificar nunca su falta de atención a los pobres con la excusa —muy usada en ciertos ambientes eclesiásticos— de tener que concentrar sus propias energías en los cometidos prioritarios de la misión. La predilección por los pobres no es algo opcional en la Iglesia.
Las dinámicas y los criterios arriba descritos forman parte de la misión de la Iglesia, animada por el Espíritu Santo. Normalmente, en los enunciados y en los discursos eclesiásticos, se reconoce y afirma la necesidad del Espíritu Santo como fuente de la misión de la Iglesia, pero también sucede que tal reconocimiento se reduce a una especie de “homenaje formal” a la Santísima Trinidad, una fórmula introductoria convencional para las intervenciones teológicas y para los planes pastorales. Hay en la Iglesia muchas situaciones en las que el primado de la gracia se reduce a un postulado teórico, a una fórmula abstracta. Sucede que muchos proyectos y organismos vinculados a la Iglesia, en vez de dejar que se transparente la obra del Espíritu Santo, acaban confirmando solamente la propia autorreferencialidad. Muchos mecanismos eclesiásticos a todos los niveles parecen estar absorbidos por la obsesión de promocionarse a sí mismos y sus propias iniciativas, como si ese fuera el objetivo y el horizonte de su misión.
Hasta aquí he querido retomar y volver a proponer criterios y sugerencias sobre la misión de la Iglesia que ya había expuesto de forma más extensa en la Exhortación apostólica Evangelii gaudium. Lo he hecho porque creo que también para las OMP puede ser útil y fecundo —y no aplazable— confrontarse con esos criterios y sugerencias en esta etapa de su camino.
Las OMP y el tiempo presente:
Talentos a desarrollar, tentaciones y enfermedades a evitar
¿Hacia dónde conviene mirar de cara al presente y al futuro de las OMP? ¿Cuáles son los estorbos que hacen el camino más gravoso?
En la fisionomía, es decir, en la identidad de las Obras Misionales Pontificias, se aprecian ciertos rasgos distintivos —algunos, por así decirlo, genéticos; otros, adquiridos durante el largo recorrido histórico— que con frecuencia se descuidan o se dan por supuestos. Pues bien, esos rasgos justamente pueden custodiar y hacer preciosa —sobre todo en el momento presente— la contribución de esta “red” a la misión universal, a la que toda la Iglesia está llamada.
- Las Obras Misionales nacieron de forma espontánea del fervor misionero manifestado por la fe de los bautizados. Existe y permanece una íntima afinidad, una familiaridad entre las Obras Misionales y el sensus fidei infalible in credendo del Pueblo fiel de Dios.
- Las Obras Misionales, desde el principio, avanzaron sobre dos “binarios” o, mejor dicho, sobre dos vías que van siempre paralelas y que, en su sencillez, han sido siempre familiares al corazón del Pueblo de Dios: la oración y la caridad, en la forma de limosna, que “libra de la muerte y purifica del pecado” (Tb 12,9), el “amor intenso” que “tapa multitud de pecados” (cf. 1 P 4,8). Los fundadores de las Obras Misionales, empezando por Pauline Jaricot, no se inventaron las oraciones y las obras a las que confiar sus intenciones de anunciar el Evangelio, sino que las tomaron simplemente del tesoro inagotable de los gestos más cercanos y habituales para el Pueblo de Dios en camino por la historia.
- Las Obras Misionales, surgidas de forma gratuita en la trama de la vida del Pueblo de Dios, por su configuración simple y concreta, han sido reconocidas y valoradas por la Iglesia de Roma y por sus obispos, quienes, en el último siglo, han pedido poder adoptarlas como peculiar instrumento del servicio que ellos prestan a la Iglesia universal. De aquí que se haya atribuido a tales Obras la calificación de “Pontificias”. Desde ese momento, resalta en la fisionomía de las OMP su característica de instrumento de servicio para sostener a las Iglesias particulares en la obra del anuncio del Evangelio. De este modo, las Obras Misionales Pontificias se ofrecieron con docilidad como instrumento de servicio a la Iglesia, dentro del ministerio universal desempeñado por el Papa y por la Iglesia de Roma, que “preside en la caridad”. Así, con su propio itinerario y sin entrar en complicadas disputas teológicas, las OMP han desmentido los argumentos de aquellos que, también en los ambientes eclesiásticos, contraponen de modo inadecuado carismas e instituciones, leyendo siempre las relaciones entre ambas realidades a través de una engañosa “dialéctica de principios”. En cambio, en la Iglesia, incluso los elementos estructurales permanentes —como los sacramentos, el sacerdocio y la sucesión apostólica— son continuamente recreados por el Espíritu Santo y no están a disposición de la Iglesia como un objeto de posesión adquirida (cf. CARD. J. RATZINGER, Los movimientoseclesiales y su colocación teológica. Intervención durante el Convenio mundial de movimientos eclesiales, Roma, 27-29 mayo 1998).
- Las Obras Misioneras, desde su primera difusión, se estructuraron como una red capilar extendida en el Pueblo de Dios, totalmente sujeta y, de hecho, “inmanente” a las redes de las instituciones y realidades ya presentes en la vida eclesial, como las diócesis, las parroquias, las comunidades religiosas. La vocación peculiar de las personas implicadas en las Obras Misionales nunca se ha vivido ni percibido como una vía alternativa, como una pertenencia “externa” a las formas ordinarias de la vida de las Iglesias particulares. La invitación a la oración y a la colecta de recursos para la misión siempre se ha ejercido como un servicio a la comunión eclesial.
- Las Obras Misionales, convertidas con el tiempo en una red extendida por todos los continentes, manifiestan por su propia configuración la variedad de matices, condiciones, problemas y dones que caracterizan la vida de la Iglesia en los diferentes lugares del mundo. Una pluralidad que puede proteger contra homogenizaciones ideológicas y unilateralismos culturales. En este sentido, también a través de las OMP se puede experimentar el misterio de la universalidad de la Iglesia, en la que la obra incesante del Espíritu Santo crea armonía entre las distintas voces, mientras que el Obispo de Roma, con su servicio de caridad, ejercido también a través de las Obras Misionales Pontificias, custodia la unidad de la fe.
Todas las características hasta aquí descritas pueden ayudar a las Obras Misionales Pontificias a evitar las insidias y patologías que amenazan su camino y el de otras muchas instituciones eclesiales. Señalaré algunas de ellas.
Insidias a evitar
- Autorreferencialidad. Las organizaciones y los entes eclesiásticos, más allá de las buenas intenciones de cada particular, acaban a veces replegándose sobre sí mismos, dedicando sus fuerzas y su atención, sobre todo, a su propia promoción y a la celebración de sus propias iniciativas en clave publicitaria. Otros parecen dominados por la obsesión de redefinir continuamente su propia relevancia y sus propios espacios en el seno de la Iglesia, con la justificación de querer relanzar mejor su propia misión. Por estas vías —dijo una vez el entonces cardenal Joseph Ratzinger— se alimenta también la idea falsa de que una persona es más cristiana si está más comprometida en estructuras intraeclesiales, cuando en realidad casi todos los bautizados viven la fe, la esperanza y la caridad en su vida ordinaria, sin haber formado parte nunca de comisiones eclesiásticas y sin interesarse por las últimas novedades de política eclesial (cf. Una compañía siempre reformable, Conferencia en el “Meeting de Rimini”, 1 septiembre 1990).
- Ansia de mando. Sucede a veces que las instituciones y los organismos surgidos para ayudar a la comunidad eclesial, poniendo al servicio los dones suscitados en ellos por el Espíritu Santo, pretenden ejercer con el tiempo supremacías y funciones de control en las comunidades a las que deberían servir. Esta postura suele ir acompañada por la presunción de ejercitar el papel de “depositarios” dispensadores de certificados de legitimidad hacia los demás. De hecho, en estos casos, se comportan como si la Iglesia fuera un producto de nuestros análisis, de nuestros programas, acuerdos y decisiones.
- Elitismo. Entre aquellos que forman parte de organismos o entidades estructuradas de la Iglesia, gana terreno, en diversas ocasiones, un sentimiento elitista, la idea no declarada de pertenecer a una aristocracia, a una clase superior de especialistas que busca ampliar sus propios espacios en complicidad o competencia con otras élites eclesiásticas, y que adiestra a sus miembros con los sistemas y las lógicas mundanas de la militancia o de la competencia técnico-profesional, con el propósito principal de promover siempre sus propias prerrogativas oligárquicas.
- Aislamiento del pueblo. La tentación elitista en algunas realidades vinculadas a la Iglesia va a veces acompañada por un sentimiento de superioridad y de intolerancia hacia la multitud de los bautizados, hacia el Pueblo de Dios que quizás asiste a las parroquias y a los santuarios, pero que no está compuesto de “activistas” comprometidos en organizaciones católicas. En estos casos, también se mira al Pueblo de Dios como a una masa inerte, que tiene siempre necesidad de ser reanimada y movilizada por medio de una “toma de conciencia” que hay que estimular a través de razonamientos, llamadas de atención, enseñanzas. Se actúa como si la certeza de la fe fuera consecuencia de palabras persuasivas o de métodos de adiestramiento.
- Abstracción. Los organismos y las realidades vinculadas a la Iglesia, cuando son autorreferenciales, pierden el contacto con la realidad y se enferman de abstracción. Se multiplican encuentros inútiles de planificación estratégica, para producir proyectos y directrices que sólo sirven como instrumentos de autopromoción de quien los inventa. Se toman los problemas y se seccionan en laboratorios intelectuales donde todo se manipula y se barniza según las claves ideológicas de preferencia; donde todo, se puede convertir en simulacro fuera de su contexto real, incluso las referencias a la fe y las menciones a Jesús y al Espíritu Santo.
- Funcionalismo. Las organizaciones autorreferenciales y elitistas, incluso en la Iglesia, frecuentemente acaban dirigiendo todo hacia la imitación de los modelos de eficiencia mundanos, como aquellos impuestos por la exacerbada competencia económica y social. La opción por el funcionalismo garantiza la ilusión de “solucionar los problemas” con equilibrio, de tener las cosas bajo control, de acrecentar la propia relevancia, de mejorar la administración ordinaria de lo que se tiene. Pero, como ya os dije en el encuentro que tuvimos en 2016, una Iglesia que tiene miedo a confiarse a la gracia de Cristo y que apuesta por la eficacidad del sistema está ya muerta, aun cuando las estructuras y los programas en favor de clérigos y laicos “auto-afanados” durase todavía siglos.
Consejos para el camino
Mirando al presente y al futuro, y buscando también dentro del itinerario de las OMP los recursos para superar las insidias del camino y seguir adelante, me permito daros algunas sugerencias, para ayudaros en vuestro discernimiento. Puesto que habéis iniciado también un proceso de reconsideración de las OMP que queréis que esté inspirado por las indicaciones del Papa, ofrezco a vuestra consideración criterios y sugerencias generales, sin entrar en detalles, porque los contextos diferentes pueden requerir de igual modo adaptaciones y variaciones.
- En la medida en que podáis, y sin hacer demasiadas conjeturas, custodiad o redescubrid la inserción de las OMP en el seno del Pueblo de Dios, su inmanencia respecto a la trama de la vida real en que nacieron. Sería buena una “inmersión” más intensa en la vida real de las personas, tal como es. A todos nos hace bien salir de la cerrazón de las propias problemáticas internas cuando se sigue a Jesús. Conviene adentrarse en las circunstancias y en las condiciones concretas, cuidando o procurando también restituir la capilaridad de la acción y de los contactos de las OMP en su entrelazamiento con la red eclesial —diócesis, parroquias, comunidades, grupos—. Si se da preferencia a la propia inmanencia al Pueblo de Dios, con sus luces y sus dificultades, se puede huir mejor de la insidia de la abstracción. Es necesario dar respuesta a las preguntas y a las exigencias reales, más que formular o multiplicar propuestas. Quizás, desde el cuerpo a cuerpo con la vida ordinaria, y no desde cenáculos cerrados o a partir de análisis teóricos sobre las propias dinámicas internas, podrán surgir además intuiciones útiles para cambiar y mejorar los propios procedimientos operativos, adaptándolos a los diversos contextos y a las diversas circunstancias.
- Mi sugerencia es encontrar el modo en el que la estructura esencial de las OMP siga unida a las prácticas de la oración y de la colecta de recursos para las misiones, algo valioso y apreciado, debido a su elementalidad y concreción. Esto manifiesta la afinidad de las OMP con la fe del Pueblo de Dios. Aun con toda la flexibilidad y demás adaptaciones que se requieran, conviene que este modelo elemental de las OMP no se olvide ni se altere. Orar al Señor para que Él abra los corazones al Evangelio y suplicar a todos para que sostengan también en lo concreto la obra misionera. En esto hay una sencillez y una concreción que todos pueden percibir con gozo en el tiempo presente, en el cual, incluso en la circunstancia del flagelo de la pandemia, se nota por todas partes el deseo de estar y de quedarse cerca de todo aquello que es, simplemente, Iglesia. Buscad también nuevos caminos, nuevas formas para vuestro servicio; pero, al hacerlo, no es necesario complicar lo que es simple.
- Las OMP son —y así deben experimentarse— un instrumento de servicio a la misión de las Iglesias particulares, en el horizonte de la misión de la Iglesia, que abarca siempre todo el mundo. En esto consiste su contribución siempre preciosa al anuncio del Evangelio. Todos estamos llamados a custodiar por amor y gratitud, también con nuestras obras, los brotes de vida teologal que el Espíritu de Cristo hace germinar y crecer donde Él quiere, incluso en los desiertos. Por favor, en la oración, pedid primero que el Señor nos disponga a discernir las señales de su obrar, para después indicárselas a todo el mundo. Sólo esto puede ser útil: pedir que, para nosotros, en lo íntimo de nuestro corazón, la invocación al Espíritu Santo no se reduzca a un postulado estéril y redundante de nuestras reuniones y de nuestras homilías. Sin embargo, no es útil hacer conjeturas y teorías sobre grandes estrategias o “directivas centrales” de la misión a las que delegar, como a presuntos y fatuos “depositarios” de la dimensión misionera de la Iglesia, la tarea de volver a despertar el espíritu misionero o de dar licencias misioneras a los demás. Si, en alguna situación, el fervor de la misión disminuye, es signo de que está menguando la fe. Y, en tales casos, la pretensión de reanimar la llama que se apaga con estrategias y discursos acaba por debilitarla aún más y hace avanzar sólo el desierto.
- El servicio llevado a cabo por las OMP, por su naturaleza, pone a los agentes en contacto coninnumerables realidades, situaciones y acontecimientos que forman parte del gran flujo de la vida de la Iglesia en todos los continentes. En este flujo podemos encontrarnos con muchas lentitudes y esclerosis que acompañan a la vida eclesial, pero también con los dones gratuitos de curación y consolación que el Espíritu Santo esparce en la vida cotidiana de lo que podría llamarse la “clase media de la santidad”. Y vosotros podéis alegraros y exultar saboreando los encuentros que puedan surgir gracias al trabajo de las OMP, dejándoos sorprender por ellos. Pienso en las historias que he escuchado de muchos milagros que ocurren entre los niños, que quizás se encuentran con Jesús a través de las iniciativas propuestas por la Infancia misionera. Por eso, vuestra acción no se puede “esterilizar” en una dimensión exclusivamente burocrática-profesional. No pueden existir burócratas o funcionarios de la misión. Y vuestra gratitud puede hacerse a la vez don y testimonio para todos. Podéis indicar para el consuelo de todos —con los medios que tenéis, sin artificiosidad—, las vicisitudes de personas y comunidades que vosotros podéis encontrar con mayor facilidad que otros; personas y comunidades en las que brilla gratuitamente el milagro de la fe, de la esperanza y de la caridad.
- La gratitud ante los prodigios que realiza el Señor entre sus predilectos, los pobres y los pequeños a los que Él revela lo que es escondido a los sabios (cf. Mt 11,25-26), también os puede ayudar a sustraeros de las insidias de los replegamientos autorreferenciales y a salir de vosotros mismos en el seguimiento a Jesús. La idea de una acción misionera autorreferencial, que se pasa el tiempo contemplándose e incensándose por sus propias iniciativas, sería en sí misma un absurdo. No dediquéis demasiado tiempo y recursos a “miraros” y a redactar planes centrados en los propios mecanismos internos, en la funcionalidad y en las competencias del propio sistema. Mirad hacia fuera, no os miréis al espejo. Romped todos los espejos de vuestra casa. Los criterios a seguir, también en la realización de los programas, tienen que mirar a aligerar, a hacer más flexibles las estructuras y los procesos, más que a cargar con adicionales elementos estructurales la red de las OMP. Por ejemplo, que cada director nacional, durante su mandato, se comprometa a individuar algún potencial sucesor, teniendo como único criterio el de indicar no a personas de su círculo de amigos o compañeros de “cordada” eclesiástica, sino a personas que le parezca que tienen más fervor misionero que él.
- Con referencia a la colecta de recursos para ayudar a la misión, ya en ocasión de otros encuentros pasados, llamé la atención sobre el riesgo de transformar las OMP en una ONG dedicada sólo a la recaudación y a la asignación de fondos. Esto depende del ánimo con que se hacen las cosas, más que de lo que se hace. En cuanto a la recaudación de fondos puede ser ciertamente aconsejable, y aún más oportuno, utilizar con creatividad incluso metodologías actualizadas de búsqueda de financiaciones por parte de potenciales y beneméritos patrocinadores. Pero, si en algunas zonas disminuye la recaudación de donativos —también por el debilitamiento de la memoria cristiana—, en esos casos, podemos estar tentados de resolver nosotros el problema “cubriendo” la realidad y poniendo todo el esfuerzo en un sistema de colecta más eficaz, que busque grandes donantes. Sin embargo, el sufrimiento por la pérdida de la fe y por la disminución de los recursos no hay que eliminarlo, sino hay que ponerlo en las manos del Señor. Y, de todas formas, es bueno que la petición de donativos para las misiones siga dirigiéndose prioritariamente a toda la multitud de los bautizados, buscando también una forma nueva para la colecta en favor de las misiones que se realiza en las Iglesias de todos los países en octubre, con ocasión de la Jornada Mundial de las Misiones. La Iglesia continúa, desde siempre, yendo hacia adelante también gracias al óbolo de la viuda, a la contribución de todala multitud de personas que se sienten sanadas y consoladas por Jesús y que, por ello, por su inmensa gratitud, donan lo que tienen.
- Con respecto al uso de las donaciones recibidas, discernid siempre con un apropiado sensus Ecclesiae la distribución de los fondos, para sostener las estructuras y los proyectos que, de distintos modos, realizan la misión apostólica y el anuncio del Evangelio en las distintas partes del mundo. Tened siempre en cuenta las verdaderas necesidades primarias de las comunidades y, al mismo tiempo, evitad formas de asistencialismo que, en vez de ofrecer instrumentos al fervor misionero, acaban por entibiar los corazones y alimentar también dentro de la Iglesia fenómenos de clientela parasitaria. Con vuestra contribución, buscad dar respuestas concretas a exigencias objetivas, sin dilapidar los recursos en iniciativas con connotaciones abstractas, replegadas sobre sí mismas o fabricadas por el narcisismo clerical de alguien. No cedáis al complejo de inferioridad ni a las tentaciones de imitar a aquellas organizaciones tan funcionales que recogen fondos para causas justas y luego destinan un buen porcentaje de ellos para financiar su estructura y promocionar su propia identidad. También esto se convierte a veces en un modo para cuidar los propios intereses, aunque hagan ver que trabajan en favor de los pobres y necesitados.
- Por lo que respecta a los pobres, no os olvidéis de ellos tampoco vosotros. Esta fue la recomendación que, en el Concilio de Jerusalén, los apóstoles Pedro, Juan y Santiago dieron a Pablo, Bernabé y Tito, que discutían sobre su misión entre los incircuncisos: “Sólo nos pidieron que nos acordáramos de los pobres” (Ga2,10). Después de aquella recomendación, Pablo organizó las colectas en favor de los hermanos de la Iglesia de Jerusalén (cf. 1 Co 16,1). La predilección por los pobres y los pequeños es parte de la misión de anunciar el Evangelio, que está desde el principio. Las obras de caridad espirituales y corporales hacia ellos manifiestan una “preferencia divina” que interpela la vida de fe de todo cristiano, llamado a tener los mismos sentimientos de Jesús (cf. Flp 2,5).
- Las OMP, con su red difundida por todo el mundo, reflejan la rica variedad del “pueblo con muchos rostros” reunido por la gracia de Cristo, con su fervor misionero. Fervor que no es igual de intenso ni vivaz en todo tiempo y lugar. Y, además, la misma urgencia compartida de confesar a Cristo muerto y resucitado, se manifiesta con tonos diversos, según los diversos contextos. La revelación del Evangelio no se identifica con ninguna cultura y, en el encuentro con nuevas culturas que no han acogido la predicación cristiana, no es necesario imponer una forma determinada cultural junto con la propuesta evangélica. Hoy, también en el trabajo de las OMP, conviene no llevar cargas pesadas; conviene custodiar su perfil variado y su referencia común a los rasgos esenciales de la fe. También puede ofuscar la universalidad de la fe cristiana la pretensión de estandarizar la forma del anuncio, tal vez orientado todo hacia clichés o a eslóganes que están de moda en algunos círculos de ciertos países cultural o políticamente dominantes. A este respecto, también la relación especial que une a las OMP con el Papa y con la Iglesia de Roma representa un recurso y un apoyo a la libertad, que ayuda a todos a sustraerse de modas pasajeras, de servilismos a escuelas de pensamiento unilateral o a homogeneizaciones culturales con características neocolonialistas; fenómenos que, por desgracia, se dan también en contextos eclesiásticos.
- Las OMP no son en la Iglesia un ente independiente, suspendido en el vacío. Dentro de su especificidad, que conviene cultivar y renovar siempre, está el vínculo especial que las une al Obispo de la Iglesia de Roma, que preside en la caridad. Es hermoso y confortante reconocer que este vínculo se manifiesta en una labor llevada a cabo con la alegría, sin buscar aplausos o reclamar pretensiones; una obra que, justamente en su gratuidad, se entrelaza con el servicio del Papa, siervo de los siervos de Dios. Os pido que el carácter distintivo de vuestra cercanía al Obispo de Roma sea precisamente este: compartir el amor a la Iglesia, reflejo del amor a Cristo, vivido y manifestado en el silencio, sin jactarse, sin delimitar el “terreno propio”; con un trabajo cotidiano que se inspire en la caridad y en su misterio de gratuidad; con una obra que sostenga a innumerables personas interiormente agradecidas, pero que quizás no saben a quién dar las gracias, porque desconocen hasta el nombre de las OMP. El misterio de la caridad en la Iglesia se lleva a cabo así. Sigamos caminando juntos hacia adelante, felices de avanzar en medio de las pruebas, gracias a los dones y a las consolaciones del Señor. Mientras tanto, reconocemos con alegría en cada paso, que todos somos siervos inútiles, empezando por mí.
Conclusión
Id con ardor: en el camino que os espera hay mucho que hacer. Si hubiera que experimentar cambios en los procedimientos, sería bueno que estos mirasen a aligerar y no a aumentar los pesos; que se dirigiesen a ganar flexibilidad operativa y no a producir nuevos sistemas rígidos y siempre amenazados de introversión; teniendo presente que una excesiva centralización, más que ayudar, puede complicar la dinámica misionera. Y también que una articulación a escala puramente nacional de las iniciativas pondría en peligro la fisionomía misma de la red de las OMP, además del intercambio de dones entre las Iglesias y comunidades locales, algo que se experimenta como fruto y signo tangible de la caridad entre hermanos, en comunión con el Obispo de Roma.
En cualquier caso, pedid siempre que toda consideración relativa a la organización operativa de las OMP esté iluminada por lo único necesario: un poco de amor verdadero a la Iglesia, como reflejo del amor a Cristo. Vuestra tarea se realiza al servicio del fervor apostólico, es decir, al impulso de vida teologal que sólo el Espíritu Santo puede operar en el Pueblo de Dios. Preocupaos de hacer bien vuestro trabajo, «como si todo dependiese de vosotros, sabiendo que, en realidad, todo depende de Dios» (S. Ignacio de Loyola). Como ya os dije en otro encuentro, tened la prontitud de María. Cuando fue a casa de Isabel, María no lo hizo como un gesto propio: fue como sierva del Señor Jesús, al que llevaba en su seno. No dijo nada de sí misma, sólo llevó al Hijo y alabó a Dios. Ella no era la protagonista. Fue como la sierva de aquel que es también el único protagonista de la misión. Pero no perdió el tiempo, fue de prisa, para asistir a su pariente. Ella nos enseña esta prontitud, la prisa de la fidelidad y de la adoración.
Que la Virgen os custodie a vosotros y a las Obras Misionales Pontificias, y que su Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, os bendiga. Él, antes de subir al Cielo, nos prometió que estaría siempre con nosotros hasta el final de los tiempos.
Dado en Roma, en San Juan de Letrán, el 21 de mayo de 2020, Solemnidad de la Ascensión del Señor.
FRANCISCO
Regina Coeli: “Jesús nos promete permanecer siempre con nosotros”
Palabras del Papa antes de la oración mariana
(24 mayo 2020).- En este VII domingo de Pascua, el Papa desde la Biblioteca del Palacio Apostólico Vaticano medita el Evangelio de hoy, con esta promesa consoladora de la presencia de Jesús entre nosotros.: “Id por todo el mundo haciendo discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado, porque Yo estaré con nosotros todos los días hasta el final de los tiempos”.
A continuación las palabras del Papa:
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Palabras del Papa antes del Regina Coeli
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy, en Italia y en otros países, celebramos la solemnidad de la Ascensión del Señor. El pasaje del Evangelio (cf. Mt 28, 16-20) nos muestra a los Apóstoles reunidos en Galilea, “en la montaña que Jesús les había indicado” (v. 16). Aquí tiene lugar el último encuentro del Señor Resucitado con los suyos. La “Montaña” tiene una fuerte carga simbólica y evocadora. En una montaña Jesús proclamó las Bienaventuranzas (cf. Mt 5:1-12); en la montaña se retiraba a orar (cf. Mt 14:23); allí acogía a las multitudes y curaba a los enfermos (cf. Mt 15,29). Pero esta vez, en la montaña, ya no es el Maestro quien actúa y enseña y cura, sino que es Aquel resucitado que pide a los discípulos que actúen y anuncien, confiándoles a ellos el mandato de continuar su obra.
Los inviste con la misión a todo el pueblo. Dice: “Id, pues, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observa todo lo que os he mandado” (vv. 19-20). El contenido de la misión confiada a los apóstoles son éstos: anunciar, bautizar, enseñar a caminar por el camino trazado por el Maestro, que es el Evangelio, el Evangelio vivo. Este mensaje de salvación implica, en primer lugar, el deber del testimonio, sin testimonio no se puede anunciar a lo que también nosotros, discípulos de hoy, estamos llamados a dar cuenta de nuestra fe. Ante una tarea tan exigente, y pensando en nuestras debilidades, nos sentimos inadecuados, como seguramente se sintieron también los mismos Apóstoles. Pero no hay que desanimarse, recordando las palabras que Jesús les dirigió antes de ascender al Cielo: “Estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (v. 20).
Esta promesa asegura la constante y consoladora presencia de Jesús entre nosotros. Pero, ¿de qué modo se realiza esta presencia? A través de su Espíritu, que conduce a la Iglesia a caminar en la historia como la compañera de cada hombre. Ese Espíritu que, enviado por Cristo y el Padre, obra la remisión de los pecados y santifica a todos aquellos que, arrepentidos, se abren con confianza a su don.
Con la promesa de permanecer con nosotros hasta el final de los tiempos, Jesús inaugura el estilo de su presencia en el mundo como el Resucitado, Jesús está presente en el mundo pero con otro estilo, con el estilo del Resucitado, es decir: una presencia que se revela en la Palabra, en los Sacramentos, en la constante e interior acción del Espíritu Santo. La fiesta de la Ascensión nos dice que Jesús, aunque habiendo ascendido al Cielo para morar gloriosamente a la derecha del Padre, está todavía y siempre entre nosotros, de ahí derivan nuestra fuerza, nuestra perseverancia y nuestra alegría, justamente en la presencia de Jesús entre nosotros con la fuerza del Espíritu Santo.
Que la Virgen María acompañe nuestro camino con su protección maternal: de Ella aprendemos la dulzura y el coraje de ser testigos en el mundo del Señor resucitado.
El Papa vuelve a saludar con fieles en la Plaza San Pedro
Palabras del Papa después de la oración mariana
(24 mayo 2020).- Al final del Regina Coeli de este domingo 24 de mayo de 2020, el Papa se ha dirigido a la ventana del estudio del palacio Apostólico Vaticano asomándose para bendecir a los primeros fieles que se han congregado en la Plaza de San Pedro después de este tiempo de confinamiento.
He aquí las palabras del Papa después del Regina Coeli:
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Palabras del Papa después del Regina Coeli
Queridos hermanos y hermanas,
Unámonos espiritualmente con los fieles católicos de China, que están celebrando hoy, con particular devoción, la fiesta de la Santísima Virgen María, Auxilio de los Cristianos y Patrona de China, venerada en el santuario de Sheshan en Shanghai. Confiamos a la guía y a la protección de nuestra Madre Celestial a los pastores y fieles de la Iglesia Católica en ese gran país, para que sean fuertes en la fe y firmes en la unión fraternal, testigos alegres y promotores de caridad y fraterna y buenos ciudadanos.
Queridos hermanos y hermanas católicos en China, deseo aseguraros que la Iglesia universal, de la cual son parte integrante, comparten sus esperanzas y los sostiene en sus pruebas de la vida. Ella os acompaña con la oración por una nueva efusión del Espíritu Santo, para que en vosotros pueda resplandecer la luz y la belleza del Evangelio, el poder de Dios para la salvación de todos los que creen.
Al expresaros a todos vosotros una vez más mi gran y sincero afecto, les imparto una especial Bendición. ¡Que Nuestra Señora os proteja siempre!
Finalmente, confiamos a la intercesión de María Auxiliadora a todos los discípulos del Señor y a todas las personas de buena voluntad que, en estos tiempos difíciles, en todas partes del mundo trabajan con pasión y compromiso por la paz, por el diálogo entre las naciones, por el servicio a los pobres, por el cuidado de la creación y por la victoria de la humanidad sobre toda enfermedad del cuerpo, el corazón y el alma.
Hoy también se celebra la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, dedicada este año al tema de la narración. Que este evento nos anime a narrar y compartir historias constructivas, que nos ayuden a entender que todos somos parte de una historia más grande que nosotros mismos y que podemos mirar hacia el futuro con esperanza, si realmente nos cuidamos como hermanos los unos a los otros.
Hoy, en el día de María Auxiliadora, dirijo un afectuoso y cordial saludo a los Salesianos y Salesianas. Recuerdo con gratitud la formación espiritual que recibí de los hijos de Don Bosco.
Hoy habría tenido que ir a Acerra, para apoyar la fe de esa población y el compromiso de todos los que trabajan para combatir la tragedia de la contaminación en la llamada Tierra de fuego. Mi visita ha sido pospuesta; sin embargo, envío al Obispo, a los sacerdotes, a las familias y a toda la comunidad diocesana mis saludos, mi bendición y mi ánimo, en espera de encontrarnos lo antes posible. ¡Iré, seguro!
Y hoy es también el quinto aniversario de la Encíclica Laudato sí´, con la que intentamos llamar la atención sobre el clamor de la Tierra y los pobres. Gracias a la iniciativa del Dicasterio para el Desarrollo Humano Integral, la “Semana Laudato sí´”, que acabamos de celebrar, desembocará en un año especial de la Laudato sí´, un año especial para reflexionar sobre la Encíclica, desde el 24 de mayo de este año hasta el 24 de mayo del próximo año, por ello Invito a todas las personas de buena voluntad a unirse, para cuidar de nuestro casa común y de nuestros hermanos más frágiles. En la página web se publicará la oración dedicada a este año, hay que rezarla.
Les deseo a todos un buen domingo y por favor no se olviden de rezar por mí, buen almuerzo y adios..
25.05.20
Carta del Papa: 25 aniversario de la Encíclica de Juan Pablo II ‘Ut unum sint’
Sobre la unidad de los cristianos
(25 mayo 2020)-. Con motivo del 25 aniversario de la Encíclica de san Juan Pablo II Ut unum sint, el Papa Francisco ha enviado una carta al presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, el cardenal Kurt Koch.
La Encíclica Ut unum sint sobre ecumenismo fue publicada por Juan Pablo en 1995 y constituye un llamamiento para lograr la unidad de los cristianos, como respuesta a la propia oración de Jesús por la unidad de los discípulos: “¡Qué todos sean uno!”.
En su misiva, el Santo Padre expone que esta Encíclica del papa polaco “confirmó ‘de modo irreversible’ (UUS, 3) el compromiso ecuménico de la Iglesia Católica” y la publicó en la Solemnidad de la Ascensión del Señor, “colocándola bajo el signo del Espíritu Santo, el artífice de la unidad en la diversidad, y en este mismo contexto litúrgico y espiritual la conmemoramos y proponemos al Pueblo de Dios”.
Unidad, don del Espíritu
En este sentido, Francisco señala que “la unidad no es principalmente el resultado de nuestra acción, sino que es don del Espíritu Santo. Sin embargo, esta ‘no vendrá como un milagro al final: la unidad viene en el camino, la construye el Espíritu Santo en el camino’ (Homilía en las vísperas, San Pablo extramuros, 25 enero 2014)”.
El Pontífice da gracias a Dios “por el camino que nos ha permitido recorrer como cristianos en busca de la comunión plena”, consciente de que “podríamos y deberíamos esforzarnos más”.
En particular, en Pontífice anuncia en esa misiva dos iniciativas recientes del Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos: La primera es un “Vademécum ecuménico para obispos, que se publicará el próximo otoño como estímulo y guía para el ejercicio de sus responsabilidades ecuménicas”. En segundo lugar, Francisco presenta la revista Acta Œcumenica, que, “en la renovación del Servicio de Información del Dicasterio, se propone como un subsidio para quienes trabajan para el servicio de la unidad”.
Publicamos a continuación la carta completa del Papa con motivo del aniversario de la Encíclica Ut unum sint.
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Carta del Santo Padre
Cardenal KURT KOCH
Presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos
Mañana se cumplen veinticinco años de la firma por parte de san Juan Pablo II de la Carta encíclica Ut unum sint. Con la mirada puesta en el horizonte del Jubileo de 2000, quería que la Iglesia, en su camino hacia el tercer milenio, tuviera en cuenta la oración insistente de su Maestro y Señor: “¡Que todos sean uno!” (cf. Jn 17,21). Por ello, escribió esa Encíclica que confirmó “de modo irreversible” (UUS, 3) el compromiso ecuménico de la Iglesia Católica. La publicó en la Solemnidad de la Ascensión del Señor, colocándola bajo el signo del Espíritu Santo, el artífice de la unidad en la diversidad, y en este mismo contexto litúrgico y espiritual la conmemoramos y proponemos al Pueblo de Dios.
El Concilio Vaticano II reconoció que el movimiento para el restablecimiento de la unidad de todos los cristianos “ha surgido […] con ayuda de la gracia del Espíritu Santo” (Unitatis redintegratio, 1). También afirmó que el Espíritu, mientras “obra la distribución de gracias y servicios”, es “el principio de la unidad de la Iglesia” (ibíd., 2). Y la Encíclica Ut unum sint reitera que “la legítima diversidad no se opone de ningún modo a la unidad de la Iglesia, sino que por el contrario aumenta su honor y contribuye no poco al cumplimiento de su misión” (n. 50). De hecho, “solo el Espíritu Santo puede suscitar la diversidad, la multiplicidad y, al mismo tiempo, producir la unidad. […] Es él el que armoniza la Iglesia”. Me viene a la mente aquella bella palabra de san Basilio, el Grande: “Ipse harmonia est, él mismo es la armonía” (Homilía en la catedral católica del Espíritu Santo, Estambul, 29 noviembre 2014).
En este aniversario, doy gracias al Señor por el camino que nos ha permitido recorrer como cristianos en busca de la comunión plena. Yo también comparto la sana impaciencia de aquellos que a veces piensan que podríamos y deberíamos esforzarnos más. Sin embargo, no debemos dejar de confiar y de agradecer: se han dado muchos pasos en estas décadas para sanar heridas seculares y milenarias; ha crecido el conocimiento y la estima mutua, favoreciendo la superación de prejuicios arraigados; se ha desarrollado el diálogo teológico y el de la caridad, así como diversas formas de colaboración en el diálogo de la vida, en el ámbito de la pastoral y cultural. En este momento, pienso en mis queridos Hermanos que presiden las diversas Iglesias y Comunidades Cristianas; y también en todos los hermanos y hermanas de todas las tradiciones cristianas que son nuestros compañeros de viaje. Al igual que los discípulos de Emaús, podemos sentir la presencia del Cristo resucitado que camina a nuestro lado y nos explica las Escrituras, y reconocerlo en la fracción del pan, en la espera de compartir juntos la mesa eucarística.
Renuevo mi agradecimiento a todos los que han trabajado y siguen haciéndolo en ese Dicasterio para mantener viva la conciencia de este objetivo irrenunciable dentro de la Iglesia. En particular, me complace acoger dos iniciativas recientes. La primera es un Vademécum ecuménico para obispos, que se publicará el próximo otoño como estímulo y guía para el ejercicio de sus responsabilidades ecuménicas. En efecto, el servicio de la unidad es un aspecto esencial de la misión del obispo, quien es “el principio fundamento perpetuo y visible de unidad” en su Iglesia particular (Lumen gentium, 23; cf. CIC 383§3; CCEO 902-908). La segunda iniciativa es la presentación de la revista Acta Œcumenica, que, en la renovación del Servicio de Información del Dicasterio, se propone como un subsidio para quienes trabajan para el servicio de la unidad.
En el camino hacia la comunión plena es importante recordar el trayecto recorrido, pero también se necesita escudriñar el horizonte con la encíclica Ut unum sint, preguntándose: “Quanta est nobis via?” (n. 77), “¿cuánto camino nos separa todavía?”. Algo es cierto, la unidad no es principalmente el resultado de nuestra acción, sino que es don del Espíritu Santo. Sin embargo, esta “no vendrá como un milagro al final: la unidad viene en el camino, la construye el Espíritu Santo en el camino” (Homilía en las vísperas, San Pablo extramuros, 25 enero 2014). Por lo tanto, invoquemos al Espíritu con confianza, para que guíe nuestros pasos y cada uno escuche con renovado vigor el llamado a trabajar por la causa ecuménica; que Él inspire nuevos gestos proféticos y fortalezca la caridad fraterna entre todos los discípulos de Cristo, “para que el mundo crea” (Jn 17,21) y se acreciente la alabanza al Padre que está en el Cielo.
Vaticano, 24 de mayo de 2020.
FRANCISCO
26.05.20
Coronavirus: Rosario con el Papa Francisco el próximo 30 de mayo
Para pedir ayuda a la Virgen ante la pandemia
(26 mayo 2020)-. El próximo 30 de mayo, desde la gruta de Lourdes en los Jardines Vaticanos, el Papa Francisco rezará el Rosario en directo para todo el mundo, a las 17:30 horas en Roma. Una vez más, el Santo Padre muestra su cercanía a la humanidad en oración, para pedir a la Virgen ayuda y socorro en medio de la pandemia de coronavirus.
La oración mariana, que será emitida online en Mundovisión y en la página de Facebook de zenit, es promovida por Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización en torno al tema “Asiduos y concordes en la oración, junto con María (Hechos 1,14)”, informa el propio Consejo en un comunicado difundido hoy, 26 de mayo de 2020.
“Unidos en la oración para invocar la ayuda y el socorro de la Virgen María en la pandemia y para confiar al Señor a la entera humanidad”, indica la citada nota, las personas y los santuarios están invitadas a acompañar al Pontífice durante el Rosario, con una especial participación de las familias.
De este modo, tendrá lugar “un momento de oración mundial para aquellos que deseen unirse al Papa Francisco en la víspera del Domingo de Pentecostés”, subraya el texto.
Representantes de distintos sectores
Las decenas serán recitadas por algunas mujeres y hombres que representan diversas categorías de personas particularmente afectadas por el virus, describe el Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización.
Estarán presentes un médico y una enfermera, en representación de todo el personal sanitario que ha trabajado en primera línea en los hospitales; una persona curada y una que ha perdido un familiar, por todos aquellos que hayan sido tocados personalmente por el coronavirus; un sacerdote, un capellán hospitalario y una religiosa enfermera, por todos los sacerdotes y personas consagradas cercanas a los que padecen la enfermedad.
Un farmacéutico y un periodista representarán a todos aquellos que durante el período de la pandemia siguieron prestando su servicio en nombre de los demás; un voluntario de la Protección Civil con su familia hará lo mismo por quienes trabajaron para hacer frente a esta emergencia y por todo el vasto mundo del voluntariado; y una familia joven, en la que un niño nació precisamente este periodo, intervendrá como signo de esperanza y de la victoria de la vida sobre la muerte.
A los pies de María
“A los pies de María el Santo Padre pondrá las muchas angustias y dolores de la humanidad, agravados ulteriormente por la propagación de la COVID-19”, explica la nota.
“La cita para el final del mes mariano es un signo más de cercanía y consuelo para quienes, de diversas maneras, han sido afectados por el coronavirus, en la certeza de que la Madre Celestial no desatiende las peticiones de protección”, continúa.
Santuarios del mundo
Para el momento de oración junto al Santo Padre se conectarán los mayores santuarios de los cinco continentes: de Europa, Lourdes, Fátima, San Giovanni Rotondo, Pompeya, Czestochowa; de los Estados Unidos de América, el santuario de la Inmaculada Concepción (Washington D.C.).
En África, el santuario de Elele (Nigeria) y de Notre-Dame de la Paix (Costa de Marfil); y de América Latina, el santuario de Nuestra Señora de Guadalupe (México), Chiquinquirá (Colombia), de Luján y Milagro (Argentina).
27.05.20
Audiencia general: Ciclo de catequesis del Papa sobre la oración (4)
( 27 mayo 2020).- En la audiencia general de esta mañana, el Papa Francisco continuó con el ciclo de catequesis sobre la oración, resaltando que esta “tiene el poder de escribir el destino de la humanidad de modo diferente”.
Hoy, 27 de mayo de 2020, el Santo Padre meditó sobre “La oración de los justos”(Sal 17,1-3.5) durante la tradicional audiencia de los miércoles, celebrada en la biblioteca del Palacio Apostólico debido a la pandemia del coronavirus y emitida por zenit.
Así, Francisco expuso que en los primeros capítulos del Libro del Génesis, “observamos cómo el plan de Dios para la humanidad era bueno”, pero, “la presencia del mal se expandía sin remedio”.
Adán y Eva “dudaron de las buenas intenciones de Dios y cedieron ante el maligno” y ese mal pasó a la segunda generación: “Caín sintió envidia de su hermano Abel y lo mató”.
De este modo, continúa el Papa, el mal “se fue extendiendo como un incendio que arrasa todo” tal y como demuestran las narraciones posteriores del diluvio universal y de la torre de Babel en las que “se revela una humanidad corrompida y la necesidad de una nueva creación”.
Escribir el destino de forma diferente
No obstante, el Pontífice subraya que también en la Biblia “se escribe otra historia, que es menos notoria, pero que representa la redención de la esperanza a través de personas que se opusieron al mal y rezaban a Dios, siendo capaces de escribir el destino de la humanidad de modo diferente”.
Y puso el ejemplo de Abel, “que ofreció a Dios un sacrificio de primicias” y de Noé, un hombre justo que “caminó con Dios” y “ante quien Dios cambió su intención de arrasar todo el género humano”.
En estos relatos, se constata “cómo la oración es vivida por una multitud de justos y el poder de Dios pasa por estos hombres y mujeres que, a menudo, son incomprendidos o marginados por sus contemporáneos”. Pero, gracias a su oración, “Dios muestra su misericordia y su bondad al mundo. Su oración transforma el desierto del odio en un oasis de vida y paz”, concluyó el Obispo de Roma.
(zenit – 27 mayo 2020).- En la audiencia general, durante la cuarta catequesis del Papa sobre la oración, el Pontífice ha resaltado que la oración parece ser “el dique, el refugio del hombre ante la oleada de maldad que crece en el mundo” y que “también rezamos para ser salvados de nosotros mismos”.
Hoy, 27 de mayo de 2020, la audiencia general, tal y como ocurre desde la irrupción de la pandemia del coronavirus, ha sido celebrada en la biblioteca del Palacio Apostólico y emitida en directo por zenit. Concretamente, la reflexión del Santo Padre ha versado sobre “La oración de los justos” (Sal 17,1-3.5).
En primer lugar, Francisco ha resaltado que el plan de Dios para la humanidad es bueno, “pero en nuestra vida diaria experimentamos la presencia del mal” y cómo los primeros capítulos del libro del Génesis describen la expansión progresiva del pecado en las vivencias humanas: Adán y Eva “dudan de las intenciones benévolas de Dios” y se rebelan contra Él; Caín siente envidia de su hermano Abel y termina asesinándolo…
Una nueva creación
El mal, prosigue, “se propaga como un incendio hasta ocupar todo el cuadro”, de manera que los relatos del diluvio universal y de la torre de Babel “revelan que es necesario un nuevo comienzo, como una nueva creación, que tendrá su cumplimiento en Cristo”.
No obstante, el Papa Francisco afirma que en la Biblia también aparece la historia “que representa el rescate de la esperanza”. Y que, “aunque casi todos se comportan con brutalidad, haciendo del odio y la conquista el gran motor de las vivencias humanas, hay personas capaces de rezar a Dios con sinceridad, capaces de escribir de otra manera el destino del hombre”, sostiene.
En esta línea, se encuentra el ejemplo de Abel, que ofrece a Dios “un sacrificio de primicias” y el de Noé, “un hombre justo que ‘andaba con Dios’, frente al cual Dios detiene su propósito de borrar a la humanidad”.
Salvarnos de nosotros mismos
Con estas historias, apunta el Obispo de Roma, “uno tiene la impresión de que la oración sea el dique, el refugio del hombre ante la oleada de maldad que crece en el mundo” y añade que, “pensándolo bien, también rezamos para ser salvados de nosotros mismos.”
Por ello, es importante rezar: “Señor, por favor, sálvame de mí mismo, de mis ambiciones, de mis pasiones”. “Los orantes de las primeras páginas de la Biblia son hombres artífices de paz: en efecto, la oración, cuando es auténtica, libera de los instintos de violencia y es una mirada dirigida a Dios, para que vuelva a ocuparse del corazón del hombre”, añade.
La oración, explica el Santo Padre, “es poderosa, porque atrae el poder de Dios y el poder de Dios da siempre vida; siempre. Es el Dios de la vida y hace renacer” y por eso “el señorío de Dios pasa por la cadena de estos hombres y mujeres, a menudo incomprendidos o marginados en el mundo”,
Cadena de vida
Además, remarca que “el mundo vive y crece gracias al poder de Dios que estos servidores suyos atraen con sus oraciones. Son una cadena que no hace ruido, que rara vez salta a los titulares, y sin embargo ¡es tan importante para devolver la confianza al mundo!” .
Para el Pontífice la oración es “una cadena de vida, siempre: muchos hombres y mujeres que rezan, siembran la vida. La oración siembra vida, la pequeña oración: por eso es tan importante enseñar a los niños a rezar. Me duele cuando me encuentro con niños que no saben hacerse la señal de la cruz”.
Abrir la puerta a Dios
“Es importante que los niños aprendan a rezar. Luego, a lo mejor, pueden olvidarse, tomar otro camino; pero las primeras oraciones aprendidas de niño permanecen en el corazón, porque son una semilla de vida, la semilla del diálogo con Dios”, insiste.
Finalmente, Francisco concluye: “La oración abre la puerta a Dios, transformando nuestro corazón tantas veces de piedra, en un corazón humano. Y se necesita mucha humanidad, y con la humanidad se reza bien”.
A continuación, sigue la la cuarta catequesis completa del Papa.
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Catequesis del Santo Padre
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Dedicamos la catequesis de hoy a la oración de los justos.
El plan de Dios para la humanidad es bueno, pero en nuestra vida diaria experimentamos la presencia del mal: es una experiencia diaria. Los primeros capítulos del Libro del Génesis describen la expansión progresiva del pecado en las vivencias humanas. Adán y Eva (cf. Gn 3, 1-7) dudan de las intenciones benévolas de Dios, pensando que se trate de una deidad envidiosa que impide su felicidad. De ahí la rebelión: ya no creen en un Creador generoso que desea su felicidad. Su corazón, cediendo a la tentación del Maligno, es presa de delirios de omnipotencia: «Si comemos el fruto del árbol, nos haremos semejantes a Dios» (cf. v. 5). Y esta es la tentación: esta es la ambición que penetra en el corazón. Pero la experiencia va en la dirección opuesta: sus ojos se abren y descubren que están desnudos (v. 7), sin nada. No lo olvidéis: el tentador es un mal pagador, paga mal.
El mal se vuelve aún más atroz con la segunda generación humana, es más fuerte: es la historia de Caín y Abel (cf. Génesis 4:1-16). Caín tiene envidia de su hermano; aunque es el primogénito, ve a Abel como un rival, uno que amenaza su primacía. El mal se asoma a su corazón y Caín es incapaz de dominarlo. El mal empieza a penetrar en el corazón: los pensamientos son siempre los de mirar mal al otro, con sospecha. Y esto sucede también con el pensamiento: “Este es malo, me perjudicará”… Y este pensamiento se va abriendo paso en el corazón..Y así la historia de la primera fraternidad termina con un asesinato. Pienso, hoy, en la fraternidad humana…guerras por doquier.
En la descendencia de Caín se desarrollan los oficios y las artes, pero también se desarrolla la violencia, expresada en el siniestro cántico de Lamec, que suena como un himno de venganza: “Yo maté a un hombre por una herida que me hizo y a un muchacho por un cardenal que recibí. […] Caín será vengado siete veces, mas Lámek lo será setenta y siete”. La venganza. “Lo has hecho ¡vas a pagarlo!”. Pero eso no lo dice el juez, lo digo yo. Y yo me vuelvo juez de la situación. Y así el mal se propaga como un incendio hasta ocupar todo el cuadro: “Viendo Yahveh que la maldad del hombre cundía en la tierra, y que todos los pensamientos que ideaba su corazón eran puro mal de continuo” (Gen 6,5). Los grandes frescos del diluvio universal (cap. 6-7) y la torre de Babel (cap. 11) revelan que es necesario un nuevo comienzo, como una nueva creación, que tendrá su cumplimiento en Cristo.
Y sin embargo, en estas primeras páginas de la Biblia, también está escrita otra historia, menos llamativa, mucho más humilde y devota, que representa el rescate de la esperanza. Aunque casi todos se comportan con brutalidad, haciendo del odio y la conquista el gran motor de las vivencias humanas, hay personas capaces de rezar a Dios con sinceridad, capaces de escribir de otra manera el destino del hombre. Abel ofrece a Dios un sacrificio de primicias. Después de su muerte, Adán y Eva tuvieron un tercer hijo, Set, de quien nació Enos (que significa “mortal”), y se dice: “En aquel tiempo comenzaron a invocar el nombre del Señor” (4:26). Entonces aparece Enoc, un personaje que “anduvo con Dios” y fue arrebatado al cielo (cf. 5:22.24). Y finalmente está la historia de Noé, un hombre justo que “andaba con Dios” (6:9), frente al cual Dios detiene su propósito de borrar a la humanidad (cf. 6:7-8).
Leyendo estas historias, uno tiene la impresión de que la oración sea el dique, el refugio del hombre ante la oleada de maldad que crece en el mundo. Pensándolo bien también rezamos para ser salvados de nosotros mismos. Es importante rezar: “Señor, por favor, sálvame de mí mismo, de mis ambiciones, de mis pasiones”. Los orantes de las primeras páginas de la Biblia son hombres artífices de paz: en efecto, la oración, cuando es auténtica, libera de los instintos de violencia y es una mirada dirigida a Dios, para que vuelva a ocuparse del corazón del hombre. Se lee en el Catecismo: “Este carácter de la oración ha sido vivido en todas las religiones, por una muchedumbre de hombres piadosos” (CCC, 2569). La oración cultiva prados de renacimiento en lugares donde el odio del hombre solo ha sido capaz de ensanchar el desierto. Y la oración es poderosa, porque atrae el poder de Dios y el poder de Dios da siempre vida; siempre. Es el Dios de la vida y hace renacer.
Por eso el señorío de Dios pasa por la cadena de estos hombres y mujeres, a menudo incomprendidos o marginados en el mundo. Pero el mundo vive y crece gracias al poder de Dios que estos servidores suyos atraen con sus oraciones. Son una cadena que no hace ruido, que rara vez salta a los titulares, y sin embargo ¡es tan importante para devolver la confianza al mundo! Recuerdo la historia de un hombre: un jefe de gobierno, importante, no de esta época, del pasado. Un ateo que no tenía sentido religioso en su corazón, pero de niño escuchaba a su abuela rezar, y eso permaneció en su corazón. Y en un momento difícil de su vida, ese recuerdo volvió a su corazón y dijo: “Pero la abuela rezaba…”. Así que empezó a rezar con las fórmulas de su abuela y allí encontró a Jesús. La oración es una cadena de vida, siempre: muchos hombres y mujeres que rezan, siembran la vida. La oración siembra vida, la pequeña oración: por eso es tan importante enseñar a los niños a rezar. Me duele cuando me encuentro con niños que no saben hacerse la señal de la cruz. Hay que enseñarles a hacer bien la señal de la cruz, porque es la primera oración. Es importante que los niños aprendan a rezar. Luego, a lo mejor, pueden olvidarse, tomar otro camino; pero las primeras oraciones aprendidas de niño permanecen en el corazón, porque son una semilla de vida, la semilla del diálogo con Dios.
El camino de Dios en la historia de Dios ha pasado por ellos: ha pasado por un “resto” de la humanidad que no se uniformó a la ley del más fuerte, sino que pidió a Dios que hiciera sus milagros, y sobre todo que transformara nuestro corazón de piedra en un corazón de carne (cf. Ez 36,26). Y esto ayuda a la oración: porque la oración abre la puerta a Dios, transformando nuestro corazón tantas veces de piedra, en un corazón humano. Y se necesita mucha humanidad, y con la humanidad se reza bien.
28.05.20
El Papa destaca la labor de acogida de migrantes y refugiados del Centro Astalli
Ejemplo de hospitalidad y solidaridad
(28 mayo 2020).- El Papa Francisco escribe al P. Ripamonti, director del Centro Astalli de Roma, perteneciente al Servicio Jesuita a Refugiados (JRC), y destaca su labor de acogida de migrantes y refugiados.
Este mensaje ha sido enviado por el Santo Padre con motivo de la presentación último Informe anual del Centro Astalli. Este lugar se reunió con 20.000 personas en 2019, incluidos refugiados y solicitantes de asilo, 11.000 solamente en Roma.
Ejemplo de hospitalidad
En sus palabras dirigidas al padre Camillo Ripamonti, Francisco aprecia especialmente el coraje con el que este espacio “enfrenta el ‘desafío’ de la migración, especialmente en este delicado momento para el derecho al asilo, ya que miles de personas, continúa, huyen de la guerra, las persecuciones y las graves crisis humanitarias”.
El Papa también muestra su cercanía a las personas que el derecho internacional define como “refugiados” y que el Centro Astali acoge “con amor fraternal: estoy espiritualmente cerca de todos con oración y afecto y los insto a tener confianza y esperanza en un mundo de paz, justicia y fraternidad entre los pueblos”.
La última “caricia” del Pontífice a este lugar de acogida es un deseo universal, pues, “su ejemplo puede provocar un compromiso renovado en la sociedad por una auténtica cultura de hospitalidad y solidaridad”.
Informe anual del Centro Astalli
Las cifras del citado informe narran las “vidas suspendidas” de los migrantes, invadidos por los efectos de la pandemia, que bloquea o ralentiza la vida cotidiana y la incertidumbre de tener que inventar una vida cotidiana desde cero en un nuevo país, informa Vatican News.
Asimismo, el análisis expone que “las políticas migratorias, restrictivas, cerradas – incluso discriminatorias – que han caracterizado el último año, agravan la precariedad de la vida, la exclusión y las irregularidades, haciendo más vulnerable a toda la sociedad”.
Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado
El pasado 15 de mayo, la Oficina de Prensa de la Santa Sede difundió el mensaje del Papa Francisco para la 106ª Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado, que se celebrará el 27 de septiembre de 2020.
Este año, el texto del Pontífice desea inspirar y animar las acciones pastorales de la Iglesia en el ámbito de los desplazamientos internos, de ahí su título: “Como Jesucristo, obligados a huir. Acoger, proteger, promover e integrar a los desplazados internos” .
29.05.20
Rezo del Rosario con el Papa Francisco por el fin de la pandemia
( 29 mayo 2020).- El próximo sábado, 30 de mayo, el Papa Francisco insta de nuevo a la humanidad al rezo del Rosario, unidos para obtener la ayuda divina frente a la pandemia de coronavirus.
A las 17:30 (hora de Roma), el Santo Padre dirigirá el rezo del Rosario a todo el mundo desde la Gruta de Lourdes en los jardines del Vaticano. La oración mariana podrá ser seguida en directo a través de Vatican News y de la página de Facebook de zenit.
Esta cita, organizada por el Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización, tiene lugar bajo el título: “Perseverantes y unidos en la oración junto a María” (cfr. Hch 1, 14).
Participación de los fieles
Francisco será acompañado en este momento de oración por algunos fieles, en representación de las diversas categorías de personas particularmente afectadas por el virus.
Así, a lo largo del rezo del Rosario, se sucederán un neumólogo del Hospital San Felipe Neri y una enfermera del Policlínico Humberto I, en nombre de todo el personal sanitario que trabaja en primera línea en los hospitales; una persona que ha superado la COVID-19 y una persona que ha sufrido la pérdida de un ser querido por el coronavirus, que representa a aquellos personalmente golpeados por el virus.
También participarán un voluntario de Protección Civil con su familia, como muestra de los que han trabajado para hacer frente a la emergencia sanitaria y a los voluntarios; un farmacéutico y una periodista de televisión, para recordar a todas las personas que durante la pandemia siguieron prestando sus servicios para los demás; y una joven familia que tuvo un hijo durante la pandemia, como signo de esperanza y de la victoria de la vida sobre la muerte.
Del mismo modo, con el fin de subrayar el compromiso de los sacerdotes y religiosos cercanos a los afectados por el virus, intervendrán también el capellán del Hospital Spallanzani y la superiora general de las Hijas de San Camilo de Grottaferrata, que fueron infectadas en masa por el virus.
Cercanía y consuelo
“A los pies de María el Santo Padre pondrá las muchas angustias y dolores de la humanidad, agravados ulteriormente por la propagación de la COVID-19”, explica una nota el Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización.
“La cita para el final del mes mariano es un signo más de cercanía y consuelo para quienes, de diversas maneras, han sido afectados por el coronavirus, en la certeza de que la Madre Celestial no desatiende las peticiones de protección”, añade.
30.05.20
Rosario: El Papa y la Iglesia rezan por la salud de la humanidad
En medio de la pandemia
(30 mayo 2020).- Hoy, víspera del Domingo de Pentecostés, a las 17:30 el Papa Francisco ha presidido el rezo del Santo Rosario desde la Gruta de Lourdes en los Jardines del Vaticano para pedir a la Virgen por la salud de toda la humanidad.
A su llegada a esta gruta, que contaba con la presencia de fieles, el Santo Padre, acompañado por Mons. Rino Fisichela, presidente del Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización, ha colocado unas flores frente a la imagen de Nuestra Señora de Lourdes y ha rezado ante ella.
Antes de comenzar la oración mariana, transmitida por zenit, Francisco ha dirigido una plegaria a la Virgen. Santuarios marianos de todo el mundo se han unido a Francisco telemáticamente en este momento de oración.
Rezo de los misterios
El rezo de los Misterios Dolorosos ha sido dirigido por un total de 14 personas que representan a grupospgrupos implicados en la emergencia sanitaria causada por la COVID-19.
Así, el primer misterio ha sido ofrecido por los médicos, las enfermeras y todo el personal médico y enunciado por Giuseppe Culla, neumólogo, y la enfermera Giulia Pintus.
Maurizio Fiorda, voluntario de Protección Civil , su mujer y su hija, junto con Giovanni De Cerce, superviviente del coronavirus, han dirigido el segundo misterio. Este se ha rezado por el ejército, la policía, los bomberos y todos los voluntarios.
El tercer misterio, en el que se ha recordado a los sacerdotes y personas consagradas que han traído los sacramentos y palabras de consuelo a los enfermos y a los que han perdido sus vidas al servicio de su comunidad, ha sido conducido por don Gerardo Rodríguez Hernández, capellán de hospital y Zelia Andrighetti, superiora general de las Hijas de San Camilo, comunidad infectada en masa por el virus.
El cuarto misterio, ofrecido por los moribundos, por los fallecidos y por todas las familias que han sufrido el dolor de una pérdida, fue pronunciado por Francesco Scarpino, farmaceútico y por Tea Pompeo, que perdió a su madre a causa de la consabida enfermedad.
El último misterio fue llevado por Vania De Luca, periodista, y la familia Bartoli, que tuvo un bebé durante la pandemia. De este modo, se oró por los que necesitan ser apoyados en la fe y la esperanza, por los desempleados, por los que se han quedado solos y por los niños que han venido al mundo en tiempos de COVID-19.
Invocación a la Virgen
Al término del rezo de la oración mariana, el Papa Francisco rezó frente a la Virgen la segunda oración propuesta por él mismo en su carta escrita con motivo del mes de mayo, dedicado a la Virgen, y que comienza con las palabras “Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios”.
Finalmente, el Papa ha impartido su bendición y se ha dirigido especialmente a los santuarios de América Latina conectados con este momento de oración: “A todos ustedes en los santuarios de América Latina, veo Guadalupe y tantos otros, que están
comunicados con nosotros, unidos en la oración. En mi lengua materna los saludo. Gracias por estar
cerca a todos nosotros. Que nuestra Madre de Guadalupe nos acompañe”.
Santuarios del mundo
Entre los numerosos santuarios que han acompañado al Pontífice en este acto, se encuentran: de Europa, Lourdes, Fátima, Santa Rita de Casia, Pompeya, Czestochowa; de Estados Unidos, el santuario de la Inmaculada Concepción (Washington D.C.).
En África, el santuario de Elele (Nigeria) y de Notre-Dame de la Paix (Costa de Marfil); y de América Latina, el santuario de Nuestra Señora de Guadalupe (México), Chiquinquirá (Colombia), de Luján y Milagro (Argentina).
31.05.20
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