27 de nov. 2015

A NAIROBI...






El Santo Padre: 'El terrorismo que se alimenta del miedo nace de la pobreza y la frustración'
 “La experiencia demuestra que la violencia, los conflictos y el terrorismo que se alimenta del miedo, la desconfianza y la desesperación, nacen de la pobreza y la frustración. En última instancia, la lucha contra estos enemigos de la paz y la prosperidad debe ser llevada a cabo por hombres y mujeres que creen en ella sin temor, y den testimonio creíble de los grandes valores espirituales y políticos que inspiraron el nacimiento de la nación”.
Con estas palabras el papa Francisco se ha dirigido a las autoridades y el cuerpo diplomático de Kenia, en su primer discurso de su gira en África, que ha comenzado hoy y concluye el 30 de noviembre.
El Pontífice ha llegado a Nairobi este miércoles por la tarde, primera etapa de una gira que le llevará también a otros dos países africanos, Uganda y República Centroafricana.
Desde el aeropuerto, se ha dirigido directamente a la State House, para reunirse con el presidente, Uhuru Kenyatta, y con las autoridades y los miembros del cuerpo diplomático del país.
En el discurso que les ha dirigido, el Santo Padre ha asegurado que “Kenia es una nación joven y vibrante, una sociedad de gran diversidad, que desempeña un papel significativo en la región”. En muchos aspectos --ha precisado-- su experiencia de dar forma a una democracia es compartida por muchas otras naciones africanas que al igual que Kenia, también están trabajando para construir, sobre las bases sólidas del respeto mutuo, el diálogo y la cooperación, una sociedad multiétnica que sea verdaderamente armoniosa, justa e inclusiva.
El Papa ha dedicado también unas palabras a los jóvenes de este país, a quienes espera poder alentar “sus esperanzas y aspiraciones para el futuro”. Señalando que los jóvenes son la riqueza más valiosa de una nación, ha asegurado que “protegerlos, invertir en ellos y tenderles una mano es la mejor manera que tenemos para garantizarles un futuro digno de la sabiduría y de los valores espirituales apreciados por sus mayores, valores que son el corazón y el alma de un pueblo”.
Por otro lado, ha subrayado que Kenia ha sido bendecida sino también con la abundancia de recursos naturales. “Los keniatas tienen gran aprecio por estos dones recibidos de Dios, y son conocidos por su cultura de la conservación, lo cual les honra”, ha indicado. Pero, también ha recordado que “la grave crisis ambiental que afronta nuestro mundo exige cada vez más una mayor sensibilidad por la relación entre los seres humanos y la naturaleza”.
El Pontífice ha asegurado que “renemos la responsabilidad de transmitir a las generaciones futuras la belleza de la naturaleza en su integridad, y la obligación de administrar adecuadamente los dones que hemos recibido”. Estos valores --ha precisado-- están profundamente arraigados en el alma africana.
A propósito, el Santo Padre ha explicado que en la medida en que nuestras sociedades experimentan divisiones, ya sea étnicas, religiosas o económicas,” todos los hombres y mujeres de buena voluntad están llamados a trabajar por la reconciliación y la paz, el perdón y la sanación”. El Santo Padre ha indicado que “la tarea de construir un orden democrático sólido, de fortalecer la cohesión y la integración, la tolerancia y el respeto por los demás, está orientada primordialmente a la búsqueda del bien común”.
Por todo ello, el Pontífice ha recordado a los presentes que la promoción y preservación de estos grandes valores se les confía a ellos de un modo especial.
Asimismo, les ha animado a trabajar con integridad y transparencia por el bien común, y fomentar un espíritu de solidaridad en todos los ámbitos de la sociedad. Y de forma particular, les ha exhortado a “preocuparse verdaderamente por las necesidades de los pobres, las aspiraciones de los jóvenes y una justa distribución de los recursos naturales y humanos con que el Creador ha bendecido a su país”. Al mismo tiempo, les ha asegurado el compromiso constante de la comunidad católica, a través de sus obras educativas y caritativas.
Para finalizar su discurso, el Santo Padre ha contado haber escuchado que en Kenia es una tradición que los escolares jóvenes planten árboles para la posteridad. Por eso, ha pedido que este signo elocuente de esperanza en el futuro y la confianza en que Dios acompaña su crecimiento, los sostenga en sus esfuerzos por cultivar una sociedad solidaria, justa y pacífica, en este país y en todo el gran continente africano.
El papa Francisco ha concluido diciendo “Mungu abariki Kenya” que quiere decir “Que Dios bendiga Kenia”.
26.11.15


El Papa pide oponerse a las prácticas que degradan a las mujeres

El papa Francisco ha hecho un llamado especial a los jóvenes de la nación. Así, ha pedido que “los grandes valores de la tradición africana, la sabiduría y la verdad de la Palabra de Dios, y el generoso idealismo de su juventud, los guíen en su esfuerzo por construir una sociedad que sea cada vez más justa, inclusiva y respetuosa de la dignidad humana”. Del mismo modo les ha pedido que se preocupen de las necesidades de los pobres y rechacen todo prejuicio y discriminación. Lo ha hecho durante la homilía de la misa celebrada en su segundo día en Kenia.

Igualmente ha recordado que “las familias cristianas tienen esta misión especial: irradiar el amor de Dios y difundir las aguas vivificantes de su Espíritu. Esto tiene hoy una importancia especial, cuando vemos el avance de nuevos desiertos creados por la cultura del materialismo y de la indiferencia hacia los demás”.

Después del encuentro ecuménico e interreligioso, el Santo Padre se ha dirigido esta mañana a la Universidad de Nairobi para celebrar la misa. Cantos y danzas tradicionales han precedido la llegada del Papa a esta celebración eucarística por la evangelización de los pueblos. La lluvia no ha impedido que miles de personas acudieran a compartir este momento con el Pontífice.
Durante su homilía, el Papa ha asegurado que la sociedad keniata “ha sido abundantemente bendecida con una sólida vida familiar, con un profundo respeto por la sabiduría de los ancianos y con un gran amor por los niños”. La salud de cualquier sociedad depende de la salud de sus familias, ha precisado. De este modo, ha afirmado que nuestra fe en la Palabra de Dios “nos llama a sostener a las familias en su misión en la sociedad, a recibir a los niños como una bendición para nuestro mundo, y a defender la dignidad de cada hombre y mujer, porque todos somos hermanos y hermanas en la única familia humana”.
También estamos llamados --ha precisado-- a oponernos a las prácticas que fomentan la arrogancia de los hombres, que hieren o degradan a las mujeres, y ponen en peligro la vida de los inocentes aún no nacidos. “Estamos llamados a respetarnos y apoyarnos mutuamente, y a estar cerca de todos los que pasan necesidad”, ha subrayado el Santo Padre.
Haciendo alusión a los dones de gracia que recibimos en elos sacramento, ha recordado que “nos hacen más fieles discípulos del divino Maestro, vasos de misericordia y de amorosa ternura en un mundo lacerado por el egoísmo, el pecado y la división”. Estos son los dones que Dios en su providencia --ha añadido-- les concede para que contribuyan, como hombres y mujeres de fe, en la construcción de su país, con la concordia civil y la solidaridad fraterna.
A propósito de la lectura del Evangelio, cuando Jesús resucitado afirma «Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra» , ha recordado que “nos está asegurando que Él, el Hijo de Dios, es la roca”.  Él quiere --ha indicado-- que todos nosotros construyamos nuestra vida sobre el cimiento firme de su palabra.
Asimismo, ha recordado el encargo que el Señor nos da a cada uno: “nos pide que seamos discípulos misioneros, hombres y mujeres que irradien la verdad, la belleza y el poder del Evangelio, que transforma la vida”
Hombres y mujeres --ha observado-- que sean canales de la gracia de Dios, que permitan que la misericordia, la bondad y la verdad divinas sean los elementos para construir una casa sólida. “Una casa que sea hogar, en la que los hermanos y hermanas puedan, por fin, vivir en armonía y respeto mutuo, en obediencia a la voluntad del verdadero Dios, que nos ha mostrado en Jesús el camino hacia la libertad y la paz que todo corazón ansía”, ha concluido el Santo Padre.
Para finalizar la homilía el papa Francisco ha exclamado ¡Mungu awabariki! (Que Dios los bendiga) y ¡Mungu abariki Kenya! (Que Dios bendiga a Kenia). 
27.11.15
               




Francisco en la periferia de Nairobi: Los niños son 'carne de cañón' para negocios ensangrentados

El santo padre Francisco inició este viernes el tercer día de su viaje apostólico en África. El miércoles llegó a Nairobi, la capital de Kenia, donde el jueves tuvo una intensa jornada llena de eventos. Y donde hoy viernes a primeras horas de la tarde concluye su viaje en el país. 
Por la mañana, después de haber celebrado la santa misa en privado en la Nunciatura, el papa Francisco se dirigió al barrio pobre de Kangemi, situado en la periferia de Nairobi.
Favela, villa de emergencia, bidonville, los nombres de estos barrios varía, pero en ellos viven personas, a quienes el Papa quiso encontrar. 
El Santo Padre que llegó a las 8,30 locales fue recibido por población del lugar que le esperaba demostrando gran alegría, cantando y agitando banderas. Francisco en un jeep descubierto pasó por las calles de tierra hasta la iglesia de San José Obrero, una parroquia católica en el interior de este barrio marginado, en donde trabajan sacerdotes jesuitas.
Allí el Papa ha sido recibido por el superior provincial de la Orden, para África orienta, el padre Joseph Oduor Afulo y por el párroco de Kangemi, P. Pascal Mwijage. Se encontraban allí presentes también la directora del Mukuru Promotion Centre, sor Mary Killeen, el arzobispo de Mombasa y presidente de Caritas Kenya, Mons. Martin Musonde Kivuva y el obispo encargado de la Comisión Justicia y Paz, Mons. Cornelius Arap Korir. 
El Santo Padre firmó el libro de los huéspedes y asistió a la proyección de un breve documental y un saludo de una señora de la bidonville de Kibera.
Francisco entonces dirigió unas palabras a los presentes en las que confió sentirse "como en casa compartiendo este momento con hermanos y hermanas", y de conocer las dificultades que tienen cada día, olvidados por una sociedad que vive en la opulencia.
Se refirió a "la sabiduría de los barrios populares" con los valores como la solidaridad; dar la vida por otro; preferir el nacimiento a la muerte; ofrecer un lugar para el enfermo en la propia casa; compartir el pan con el hambriento: “donde comen 10 comen 12”; la paciencia y la fortaleza frente a las grandes adversidades, etc. "Valores que se sustentan en que cada ser humano es más importante que el dios dinero", dijo el Papa.
Manifestaciones de vida buena que no implica desconocer la atroz injusticia de la marginación urbana. Así señaló los diversos abusos que sufren, y problemas como la falta de acceso al agua, a infraestructuras y servicios básicos. Situación que se agrava cuando la violencia se generaliza, y donde "no faltan, de hecho, presiones para que se adopten políticas de descarte, como la de la reducción de la natalidad".
Pidió por ello invitó a "pagar la deuda social, la deuda ambiental con los pobres de las ciudades" y para ello pidió "concretar acciones sistemáticas que mejoren el hábitat popular y planificar nuevas urbanizaciones de calidad para albergar a las futuras generaciones", para que todos puedan tener  "la paz y la seguridad que se merecen conforme a su infinita dignidad humana".

Texto completo: 
"Gracias por recibirme en su barrio. Gracias al Señor Arzobispo Kivuva y al Padre Pascal por sus palabras. En verdad, me siento como en casa compartiendo este momento con hermanos y hermanas que, no me avergüenza decirlo, tienen un lugar preferencial en mi vida y opciones. Estoy aquí porque quiero que sepan que sus alegrías y esperanzas, sus angustias y tristezas, no me son indiferentes. Sé de las dificultades que atraviesan día a día.
¿Cómo no denunciar las injusticias que sufren? Pero ante todo, quisiera detenerme en una realidad que los discursos excluyentes no logran reconocer o parecen desconocer.
Me quiero referir a la sabiduría de los barrios populares. Una sabiduría que brota de la «empecinada resistencia de lo auténtico», de valores evangélicos que la sociedad opulenta, adormecida por el consumo desenfrenado, pareciera haber olvidado.
Ustedes son capaces de tejer «lazos de pertenencia y de convivencia que convierten el hacinamiento en una experiencia comunitaria donde se rompen las paredes del yo y se superan las barreras del egoísmo».
La cultura de los barrios populares, impregnada con esa sabiduría particular, «tiene características muy positivas, que son un aporte para el tiempo que nos toca vivir, se expresa en valores como la solidaridad; dar la vida por otro; preferir el nacimiento a la muerte; dar un entierro cristiano a sus muertos. Ofrecer un lugar para el enfermo en la propia casa; compartir el pan con el hambriento: “donde comen 10 comen 12”; la paciencia y la fortaleza frente a las grandes adversidades, etc.»
Valores que se sustentan en que cada ser humano es más importante que el dios dinero. Gracias por recordarnos que hay otro tipo de cultura posible. Quisiera reivindicar en primer lugar estos valores que ustedes practican, valores que no cotizan en Bolsa, valores con los que no se especula ni tienen precio de mercado. Los felicito, los acompaño y quiero que sepan que el Señor nunca se olvida de ustedes.
El camino de Jesús comenzó en las periferias, va desde los pobres y con los pobres hacia todos. Reconocer estas manifestaciones de vida buena que crecen cotidianamente entre ustedes no implica, de ninguna manera, desconocer la atroz injusticia de la marginación urbana.
Son las heridas provocadas por minorías que concentran el poder, la riqueza y derrochan con egoísmo, mientras crecientes mayorías deben refugiarse en periferias abandonadas, contaminadas, descartadas. Esto se agrava cuando vemos la injusta distribución del suelo –tal vez no en este barrio pero sí en otros–, que lleva en muchos casos a familias enteras a pagar alquileres abusivos por viviendas en condiciones edilicias nada adecuadas.
También sé del grave problema del acaparamiento de tierras por parte de «desarrolladores privados» sin rostro, que hasta pretenden apropiarse del patio de las escuelas de sus hijos. Esto sucede porque se olvida que «Dios ha dado la tierra a todo el género humano para que ella sustente a todos sus habitantes, sin excluir a nadie ni privilegiar a ninguno».
En este sentido, es un grave problema la falta de acceso a infraestructuras y servicios básicos. Me refiero a baños, alcantarillado, desagües, recolección de residuos, luz, caminos, pero también a escuelas, hospitales, centros recreativos y deportivos, talleres artísticos.
Quiero referirme en particular al agua potable. «El acceso al agua potable y segura es un derecho humano básico, fundamental y universal, porque determina la sobrevivencia de las personas, y por lo tanto es condición para el ejercicio de los demás derechos humanos.
Este mundo tiene una grave deuda social con los pobres que no tienen acceso al agua potable, porque eso es negarles el derecho a la vida radicado en su dignidad inalienable». Negarle el agua a una familia, bajo cualquier pretexto burocrático, es una gran injusticia, sobre todo cuando se lucra con esta necesidad.
Este contexto de indiferencia y hostilidad que sufren los barrios populares se agrava cuando la violencia se generaliza y las organizaciones criminales, al servicio de intereses económicos o políticos, utilizan a niños y jóvenes como «carne de cañón» para sus negocios ensangrentados.
También conozco los padecimientos de las mujeres que luchan heroicamente para proteger a sus hijos e hijas de estos peligros. Pido a Dios que las autoridades asuman junto a ustedes el camino de la inclusión social, la educación, el deporte, la acción comunitaria y la protección de las familias, porque es esta la única garantía de una paz justa, verdadera y duradera.
Estas realidades que he enumerado no son una combinación casual de problemas aislados. Incluso son una consecuencia de nuevas formas de colonialismo que pretende que los países africanos sean «piezas de un mecanismo y de un engranaje gigantesco».
No faltan, de hecho, presiones para que se adopten políticas de descarte, como la de la reducción de la natalidad, que pretenden «legitimar el modelo distributivo actual, donde una minoría se cree con el derecho de consumir en una proporción que sería imposible generalizar».
En ese sentido, propongo retomar la idea de una respetuosa integración urbana. Ni erradicación, ni paternalismo, ni indiferencia, ni mera contención. Necesitamos ciudades integradas y para todos. Necesitamos superar la mera proclamación de derechos que en la práctica no se respetan, concretar acciones sistemáticas que mejoren el hábitat popular y planificar nuevas urbanizaciones de calidad para albergar a las futuras generaciones.
La deuda social, la deuda ambiental con los pobres de las ciudades se paga haciendo efectivo el derecho sagrado a las «tres T»: tierra, techo y trabajo. No es filantropía, es una obligación de todos.
Quiero llamar a todos los cristianos, en particular a los pastores, a renovar el impulso misionero, a tomar la iniciativa frente a tantas injusticias, a involucrarse con los problemas de los vecinos, a acompañarlos en sus luchas, a cuidar los frutos de su trabajo comunitario y celebrar juntos cada pequeña o gran victoria.
Sé que hacen mucho pero les pido que recuerden que no es una tarea más, sino tal vez la más importante, porque «los pobres son los destinatarios privilegiados del Evangelio».
Queridos vecinos, queridos hermanos. Recemos, trabajemos y comprometámonos juntos para que toda familia tenga un techo digno, tenga acceso al agua potable, tenga un baño, tenga energía segura para iluminarse, cocinar, para que puedan mejorar sus viviendas... para que todo barrio tenga caminos, plazas, escuelas, hospitales, espacios deportivos, recreativos y artísticos; para que los servicios básicos lleguen a cada uno de ustedes; para que se escuchen sus reclamos y su clamor de oportunidades; para que todos puedan gozar de la paz y la seguridad que se merecen conforme a su infinita dignidad humana.
Mungu awabariki (Que Dios los bendiga).
Y les pido, por favor, que no se olviden de rezar por mí". 
28.11.15



Homilía del Santo Padre en Namugongo, en el lugar de los mártires de Uganda

El santo padre Francisco celebró este sábado la santa misa en la basílica ubicada en la colina de Namugongo, lugar en el que fueron martirizados a fines del siglo XVIII 22 laícos católicos que no quisieron renunciar a la fe católica. Poco antes vistió el santuario de otros 23 mártires anglicanos ejecutados por el mismo rey.  El Papa les invitó siguiendo el ejemplo de los mártires a profesar la fe y dar el ejemplo. Recordó que no hace falta viajar como los misioneros para evangelizar, ya que en los propios lugares es posible encontrar oportunidades de hacer el bien y dar testimonio.

A continuación el texto de la homilía:
«Recibirán la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes, y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra» (Hch 1,8).
Desde la época Apostólica hasta nuestros días, ha surgido un gran número de testigos para proclamar a Jesús y manifestar el poder del Espíritu Santo. Hoy, recordamos con gratitud el sacrificio de los mártires ugandeses, cuyo testimonio de amor por Cristo y su Iglesia ha alcanzado precisamente «los extremos confines de la tierra». Recordamos también a los mártires anglicanos, su muerte por Cristo testimonia el ecumenismo de la sangre. Todos estos testigos han cultivado el don del Espíritu Santo en sus vidas y han dado libremente testimonio de su fe en Jesucristo, aun a costa de su vida, y muchos de ellos a muy temprana edad.
También nosotros hemos recibido el don del Espíritu, que nos hace hijos e hijas de Dios, y también para dar testimonio de Jesús y hacer que lo conozcan y amen en todas partes. Hemos recibido el Espíritu cuando renacimos por el bautismo, y cuando fuimos fortalecidos con sus dones en la Confirmación. Cada día estamos llamados a intensificar la presencia del Espíritu Santo en nuestra vida, a «reavivar» el don de su amor divino para convertirnos en fuente de sabiduría y fuerza para los demás.
El don del Espíritu Santo se da para ser compartido. Nos une mutuamente como fieles y miembros vivos del Cuerpo místico de Cristo. No recibimos el don del Espíritu sólo para nosotros, sino para edificarnos los unos a los otros en la fe, en la esperanza y en el amor. Pienso en los santos José Mkasa y Carlos Lwanga que, después de haber sido instruidos por otros en la fe, han querido transmitir el don que habían recibido. Lo hicieron en tiempos difíciles. No estaba amenazada solamente su vida, sino también la de los muchachos más jóvenes confiados a sus cuidados. Dado que ellos habían cultivado la propia fe y habían crecido en el amor de Cristo, no tuvieron miedo de llevar a Cristo a los demás, aun a precio de la propia vida. Su fe se convirtió en testimonio; venerados como mártires, su ejemplo sigue inspirando hoy a tantas personas en el mundo. Ellos siguen proclamando a Jesucristo y el poder de la cruz.
Si, a semejanza de los mártires, reavivamos cotidianamente el don del Espíritu Santo que habita en nuestros corazones, entonces llegaremos a ser de verdad los discípulos misioneros que Cristo quiere que seamos. Sin duda, lo seremos para nuestras familias y nuestros amigos, pero también para los que no conocemos, especialmente para quienes podrían ser poco benévolos e incluso hostiles con nosotros. Esta apertura hacia los demás comienza en la familia, en nuestras casas, donde se aprende a conocer la misericordia y el amor de Dios. Y se expresa también en el cuidado de los ancianos y de los pobres, de las viudas y de los huérfanos.
El testimonio de los mártires nuestra, a todos los que han conocido su historia, entonces y hoy, que los placeres mundanos y el poder terreno no dan alegría ni paz duradera. Es más, la fidelidad a Dios, la honradez y la integridad de la vida, así como la genuina preocupación por el bien de los otros, nos llevan a esa paz que el mundo no puede ofrecer. Esto no disminuye nuestra preocupación por las cosas de este mundo, como si mirásemos solamente a la vida futura. Al contrario, nos ofrece un objetivo para la vida en este mundo y nos ayuda a acercarnos a los necesitados, a cooperar con los otros por el bien común y a construir, sin excluir a nadie, una sociedad más justa, que promueva la dignidad humana, defienda la vida, don de Dios, y proteja las maravillas de la naturaleza, la creación, nuestra casa común.
Queridos hermanos y hermanas, esta es la herencia que han recibido de los mártires ugandeses: vidas marcadas por la fuerza del Espíritu Santo, vidas que también ahora siguen dando testimonio del poder transformador del Evangelio de Jesucristo. Esta herencia no la hacemos nuestra como un recuerdo circunstancial o conservándola en un museo como si fuese una joya preciosa. En cambio, la honramos verdaderamente, y a todos los santos, cuando llevamos su testimonio de Cristo a nuestras casas y a nuestros prójimos, a los lugares de trabajo y a la sociedad civil, tanto si nos quedamos en nuestras propias casas como si vamos hasta los más remotos confines del mundo.
Que los mártires ugandeses, junto con María, Madre de la Iglesia, intercedan por nosotros, y que el Espíritu Santo encienda en nosotros el fuego del amor divino.
¡Omukama abawe omukisa! (Que Dios los bendiga)". 
29.11.15





El Papa en Centroáfrica: 'La grandeza del ser humano es trabajar por la dignidad de sus semejantes'

 “Vengo como peregrino de la paz, y me presento como apóstol de la esperanza”. Con estas palabras el papa Francisco ha querido iniciar este domingo su primer discurso en la República Centroafricana, en su encuentro con las autoridades en el Palacio Presidencia. El Santo Padre ha llegado a Bangui, última etapa de su viaje a África. Después de aterrizar este domingo a las 10.00 de la mañana en el aeropuerto de Bangui, el Papa se ha dirigido directamente a la visita de cortesía a la Jefa de Estado de la Transición de la República Centroafricana, Catherine Samba-Panza.
A su llegada al palacio presidencial, después de escuchar los himnos y rendir homenaje a las banderas, el Papa ha sido recibido por la Jefe de Estado, con la que se ha reunidos en privado. A la vez, ha tenido un encuentro entre la delegación vaticana y la del Gobierno de Centroáfrica. Tras el encuentro privado, ha tenido lugar el intercambio de regalos. A continuación, el Santo Padre se ha reunido con las autoridades del Estado, la clase dirigente y el cuerpo diplomático de la nación, en el patio del palacio presidencial de Bangui.
En su discurso, el Papa ha observado que en este momento este país se encamina, poco a poco y a pesar de las dificultades, hacia la normalización de su vida social y política. Por ello ha querido felicitar a las diversas autoridades nacionales e internacionales “por los esfuerzos que han realizado para dirigir el país en esta etapa”. Y así, ha deseado que las diferentes consultas nacionales, que se celebrarán en las próximas semanas, “permitan al país entrar con serenidad en una nueva etapa de su historia”.
Haciendo referencia al lema de la República Centroafricana, «Unidad – Dignidad – Trabajo», el Santo Padre ha asegurado que “hoy más que nunca, esta trilogía expresa las aspiraciones de todos los centroafricanos y, por tanto, es una brújula segura para las autoridades que han de guiar los destinos del país”. De este modo, ha estructurado su discurso en estas tres ideas.
A propósito de la unidad, el Pontífice ha recordado que “es un valor fundamental para la armonía de los pueblos”. Se ha de vivir y construir “teniendo en cuenta la maravillosa diversidad del mundo circundante, evitando la tentación de tener miedo de los demás, del que no nos es familiar, del que no pertenece a nuestro grupo étnico, a nuestras opciones políticas o a nuestra religión”, ha indicado. Asimismo ha añadido que la unidad requiere “crear y promover una síntesis de la riqueza que cada uno lleva consigo”.
En segundo lugar, la dignidad. El Santo Padre ha subrayado que este valor moral es el que “caracteriza a los hombres y mujeres conscientes de sus derechos y de sus deberes, y que lleva al respeto mutuo”. Hay que hacer lo que sea --ha añadido-- para salvaguardar la condición y dignidad de la persona humana. De este modo, también ha asegurado que el que tiene los medios para vivir una vida digna “debe tratar de ayudar a los pobres para que puedan acceder también a una condición de vida acorde con la dignidad humana, mediante el desarrollo de su potencial humano, cultural, económico y social”. Por lo tanto, el Obispo de Roma ha reconocido que “el acceso a la educación y a la sanidad, la lucha contra la desnutrición y el esfuerzo por asegurar a todos una vivienda digna, ha de tener un puesto principal en un plan de desarrollo que se preocupe de la dignidad humana”. La grandeza del ser humano --ha precisado-- consiste en trabajar por la dignidad de sus semejantes.
Finalmente ha reflexionado sobre el trabajo. Así, Francisco ha indicado que los centroafricanos “pueden mejorar esta maravillosa tierra, usando con responsabilidad sus múltiples recursos”. Recordando que este país se encuentra en una zona que, por su excepcional riqueza en biodiversidad, está considerada como uno de los dos pulmones de la humanidad,  el Papa ha llamado la atención acerca de la grave responsabilidad que les corresponde en la explotación de los recursos medioambientales, en las opciones y proyectos de desarrollo. La construcción de una sociedad próspera --ha observado-- debe ser una obra solidaria.
Por otro lado, el Santo Padre ha hecho hincapié en la importancia crucial que tiene la conducta y la gestión de las autoridades públicas, ya que debeb ser las primeras que han de encarnar en sus vidas con coherencia los valores de la unidad, la dignidad y el trabajo, y ser un ejemplo para sus compatriotas.
Para concluir su discurso, el Santo Padre ha dedicado unas palabras al papel de la Iglesia en este país. Y junto con los obispos, ha renovado “el propósito de esta Iglesia particular de contribuir cada vez más a la promoción del bien común, especialmente a través de la búsqueda de la paz y la reconciliación”. También ha reconocido los esfuerzos realizados por la Comunidad internacional. Y les ha animado a que sigan avanzando todavía más en el camino de la solidaridad, “con la esperanza de que su compromiso, unido al de las Autoridades centroafricanas, sirva para que el país progrese, sobre todo en la reconciliación, el desarme, la preservación de la paz, la asistencia sanitaria y la cultura de una buena gestión en todos los ámbitos”.
30.11.15



El Papa pide a los cristianos centroafricanos ser artífices de la renovación humana y espiritual del país

“Ustedes, queridos centroafricanos, deben mirar sobre todo al futuro y, apoyándose en el camino ya recorrido, decidirse con determinación a abrir una nueva etapa en la historia cristiana de su País, a lanzarse hacia nuevos horizontes, a ir mar adentro, a aguas profundas”. Esta ha sido la última exhortación que el papa Francisco ha dejado al pueblo de República Centroafricana.
Lo ha hecho durante la celebración eucarística este lunes por la mañana en el Estadio “Barthélémy Boganda” de Bangui, República Centroafricana, como acto final de su viaje apostólico a África. Miles de personas han acudido para tener un último encuentro con el Pontífice.
En la homilía, el Santo Padre ha asegurado que “es bueno, sobre todo en tiempos difíciles, cuando abundan las pruebas y los sufrimientos, cuando el futuro es incierto y nos sentimos cansados, con miedo de no poder más” reunirse alrededor del Señor  para gozar de su presencia, de su vida nueva y de la salvación que nos propone, como esa otra orilla hacia la que debemos dirigirnos.
De este modo, ha precisado que la otra orilla es “la vida eterna, el Cielo que nos espera”. La vida eterna --ha asegurado-- no es una ilusión, no es una fuga del mundo, sino una poderosa realidad que nos llama y compromete a perseverar en la fe y en el amor.
Pero esa otra orilla más inmediata que buscamos alcanzar, la salvación que la fe nos obtiene y de la que nos habla san Pablo, “es una realidad que transforma ya desde ahora nuestra vida presente y el mundo en que vivimos”.
Y así, el Pontífice ha invitado a dar las gracias al Señor “por su presencia y por la fuerza que nos comunica en nuestra vida diaria, cuando experimentamos el sufrimiento físico o moral, la pena, el luto”. También “por los gestos de solidaridad y de generosidad que nos ayuda a realizar; por las alegrías y el amor que hace resplandecer en nuestras familias, en nuestras comunidades, a pesar de la miseria, la violencia que, a veces, nos rodea o del miedo al futuro”. Así como “por el deseo que pone en nuestras almas de querer tejer lazos de amistad, de dialogar con el que es diferente, de perdonar al que nos ha hecho daño, de comprometernos a construir una sociedad más justa y fraterna en la que ninguno se sienta abandonado”.
El papa Francisco ha reconocido que “todavía no hemos llegado a la meta, estamos como a mitad del río y, con renovado empeño misionero, tenemos que decidirnos a pasar a la otra orilla”. Todo bautizado, ha observado, ha de romper continuamente con lo que aún tiene del hombre viejo, del hombre pecador, siempre inclinado a ceder a la tentación del demonio –y cuánto actúa en nuestro mundo y en estos momentos de conflicto, de odio y de guerra–, que lo lleva al egoísmo, a encerrarse en sí mismo y a la desconfianza, a la violencia y al instinto de destrucción, a la venganza, al abandono y a la explotación de los más débiles.
Al respecto, ha indicado que también las comunidades cristianas, llamadas a la santidad, les queda todavía un largo camino por recorrer. “Es evidente que todos tenemos que pedir perdón al Señor por nuestras excesivas resistencias y demoras en dar testimonio del Evangelio”, ha asegurado. Por eso, el Papa ha deseado que el Año Jubilar de la Misericordia ayude a ello.
Por otro lado, el Santo Padre ha invitado a los presentes a preguntarse sobre su relación personal con Jesús, y examinar “lo que ya ha aceptado –o tal vez rechazado– para poder responder a su llamado a seguirlo más de cerca”. Y ha recordado la invitación a perseverar con entusiasmo en la misión, una misión que necesita de nuevos mensajeros, más numerosos todavía, más generosos, más alegres, más santos. Todos y cada uno de nosotros --ha asegurado el Papa-- estamos llamados a ser este mensajero que nuestro hermano, de cualquier etnia, religión y cultura, espera a menudo sin saberlo.
Finalmente, el papa Francisco ha subrayado que “la otra orilla está al alcance de la mano, y Jesús atraviesa el río con nosotros”.  Y ha concluído diciendo a los cristianos de Centroáfrica, que cada uno de ellos está llamado a ser, con la perseverancia de su fe y de su compromiso misionero, “artífice de la renovación humana y espiritual de su país”.
01.12.15
                    
  
El   Papa agradece su viaje a la Virgen en Santa María la Mayor


Se ha convertido en una tradición: de regreso del viaje a África, de camino del aeropuerto de Ciampino al Vaticano, el papa Francisco se detuvo en la basílica de Santa María la Mayor, para dar las gracias a la Salus Populi Romani por su viaje apostólico al continente africano. Se trata de la 28ª vez que el Pontífice visita la basílica.
El vuelo de Alitalia en el que viajaba el Santo Padre, aterrizó en Roma este lunes a las 18.30 después de seis horas de vuelo.
De este modo prosigue la tradición que comenzó con su visita a  Brasil en julio de 2013, de encomendar y agradecer a la Virgen, antes y después de sus viajes.
02.12.15
     

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