15 de gen. 2018

PAPA GENER 2018

Ángelus: “Buscar a Jesús, encontrarle y seguirle: este es el camino”

Comentario del Evangelio del domingo, 14 de enero
(14 enero 2018).- “Buscar a Jesús, encontrar a Jesús, seguir a Jesús: este es el camino”: el Papa Francisco ha comentado el Evangelio del hoy, este domingo 14 de enero de 2018, desde la ventana del despacho del Vaticano que da a la Plaza San Pedro, antes de la oración del Ángelus del mediodía, en presencia de decenas de miles de visitantes.
El Evangelio de hoy nos introduce perfectamente en el tiempo litúrgico ordinario, un tiempo que sirve para estimular y verificar nuestro camino de fe en la vida ordinaria, en una dinámica que se mueve entre la Epifanía y sigue entre manifestación y vocación”, ha explicado el Papa, releyendo este domingo las dos fiestas precedentes que han concluido el tiempo litúrgico de Navidad.
El Papa ha invocado la ayuda de la Virgen María diciendo: “Que la Virgen María nos sostenga en nuestro propósito de seguir a Jesús, de ir y de permanecer allí donde Él habite, para escuchar su Palabra de vida, para adherirnos a Él que quita el pecado del mundo, para encontrar en Él esperanza e impulso espiritual”.


Palabras del Papa Francisco antes del Ángelus
¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
Como en la fiesta de la Epifanía y la del Bautismo de Jesús, la página del Evangelio de hoy (cf. Jn 1,35-42) propone también el tema de la manifestación del Señor.
Esta vez, es Juan Bautista quien le designa a sus discípulos como “el Cordero de Dios” (v.36), invitándoles a seguirle. Esto es así para nosotros: Este que hemos contemplado en el misterio de la Navidad, estamos ahora invitados a seguirle en la vida cotidiana.
El Evangelio de hoy nos introduce perfectamente en el tiempo litúrgico ordinario, un tiempo que sirve para estimular y verificar nuestro camino de fe en la vida habitual, en una dinámica que se mueve entre la Epifanía y sigue entre manifestación y vocación”.
El del Evangelio indica las características esenciales del itinerario de fe de los discípulos de todos los tiempos, incluso el nuestro, a partir de la pregunta que Jesús dirige a los discípulos que, impulsados por Juan Bautista, comienzan a seguirle: “¿Qué buscáis?” (v.38). En la mañana de Pascua, el resucitado dirigirá la misma pregunta a María Magdalena: “Mujer, ¿Qué buscas?” (Ju 20, 15).
Cada uno de nosotros, en tanto que ser humano, está en búsqueda: búsqueda de felicidad, búsqueda de amor, de una vida buena y plena. Dios Padre nos ha dado todo esto en su Hijo Jesús.
En esta búsqueda, el rol de un verdadero testigo es fundamental: De una persona que ha hecho primero el camino y que ha encontrado al Señor. En el Evangelio, Juan Bautista es ese testigo y por eso ha podido orientar a sus discípulos hacia Jesús, que les lleva hacia una nueva experiencia diciendo: “Venid y ved” (v. 39). Y estos dos no pudieron olvidar la belleza de este encuentro, hasta el punto que el Evangelista anota incluso la hora: “Eran alrededor de las cuatro de la tarde” (ibid).
Solo un encuentro personal con Jesús genera un camino de fe y de vida de discípulo. Podemos tener muchas experiencias, realizar muchas cosas, establecer relaciones con muchas personas, pero solo el encuentro con Jesús, en esta hora que Dios conoce, puede dar un sentido pleno a nuestra vida y hacer fecundos nuestros proyectos y nuestras iniciativas.
Construirse una imagen de Dios fundada sobre rumores no es suficiente: es necesario ir en busca del Divino Maestro e ir donde vive. La pregunta de los dos discípulos a Jesús, “¿Dónde vives?” (v.38) tiene un sentido espiritual fuerte: expresa el deseo de saber dónde vive el Maestro, para poder estar con Él. La vida de fe consiste en el deseo de estar con el Señor y en una búsqueda continua del lugar donde Él habita. Esto significa que estamos llamados a ir más allá de la religiosidad habitual, reviviendo el encuentro con Jesús en la oración, en la meditación de la Palabra de Dios y frecuentando los sacramentos para estar con Él y dar fruto gracias a Él, a su ayuda y a su gracia.
Buscar a Jesús, encontrar a Jesús, seguir a Jesús: este es el camino. Buscar a Jesús, encontrar a Jesús, seguir a Jesús.
Que la Virgen María nos sostenga en nuestra intención de seguir a Jesús, de ir y de permanecer allí donde Él habita, para escuchar su Palabra de vida, para adherirse a Él, que quita el pecado del mundo, para encontrar en Él esperanza e impulso espiritual.
Angelus Domininuntiavit Mariae…
16.01.18



Misa en Santiago de Chile: “¿Quieres paz? Trabaja por la paz”

Homilía del Papa en la Misa del parque O´Higgins
(16 enero 2018).- “¿Quieres dicha? ¿Quieres felicidad? Felices los que trabajan para que otros puedan tener una vida dichosa. ¿Quieres paz?, trabaja por la paz”, ha exhortado el Santo Padre.
El Papa Francisco ha reflexionado a partir del pasaje de las bienaventuranzas del Evangelio, en la Misa celebrada hoy, 16 de enero de 2018, en el parque O´Higgins de Santiago de Chile.
La bienaventuranza nos hace artífices de paz; nos invita a comprometernos para que el espíritu de la reconciliación gane espacio entre nosotros”, anuncia Francisco en la Misa que preside el segundo día en Santiago de Chile.
Así, el Papa ha recordado una frase del Cardenal chileno Raúl Silva Henríquez: «“Si quieres la paz, trabaja por la justicia” … Y si alguien nos pregunta: “¿qué es la justicia?” o si acaso consiste solamente en “no robar”, le diremos que existe otra justicia: la que exige que cada hombre sea tratado como hombre».
Jesús nos dice: bienaventurados los que se comprometen por la reconciliación. Felices aquellos que son capaces de ensuciarse las manos y trabajar para que otros vivan en paz. Felices aquellos que se esfuerzan por no sembrar división. De esta manera”, ha señalado el Sumo Pontífice.

Homilía del Papa Francisco
«Al ver a la multitud» (Mt 5,1). En estas primeras palabras del Evangelio encontramos la actitud con la que Jesús quiere salir a nuestro encuentro, la misma actitud con la que Dios siempre ha sorprendido a su pueblo (cf. Ex 3,7). La primera actitud de Jesús es ver, es mirar el rostro de los suyos. Esos rostros ponen en movimiento el amor visceral de Dios. No fueron ideas o conceptos los que movieron a Jesús… son los rostros, son personas; es la vida que clama a la Vida que el Padre nos quiere transmitir.
Al ver a la multitud, Jesús encuentra el rostro de la gente que lo seguía y lo más lindo es ver que ellos, a su vez, encuentran en la mirada de Jesús el eco de sus búsquedas y anhelos. De ese encuentro nace este elenco de bienaventuranzas que son el horizonte hacia el cual somos invitados y desafiados a caminar. Las bienaventuranzas no nacen de una actitud pasiva frente a la realidad, ni tampoco pueden nacer de un espectador que se vuelve un triste autor de estadísticas de lo que acontece. No nacen de los profetas de desventuras que se contentan con sembrar desilusión. Tampoco de espejismos que nos prometen la felicidad con un «clic», en un abrir y cerrar de ojos. Por el contrario, las bienaventuranzas nacen del corazón compasivo de Jesús que se encuentra con el corazón de hombres y mujeres que quieren y anhelan una vida bendecida; de hombres y mujeres que saben de sufrimiento; que conocen el desconcierto y el dolor que se genera cuando «se te mueve el piso» o «se inundan los sueños» y el trabajo de toda una vida se viene abajo; pero más saben de tesón y de lucha para salir adelante; más saben de reconstrucción y de volver a empezar.
¡Cuánto conoce el corazón chileno de reconstrucciones y de volver a empezar; cuánto conocen ustedes de levantarse después de tantos derrumbes! ¡A ese corazón apela Jesús; para ese corazón son las bienaventuranzas!
Las bienaventuranzas no nacen de actitudes criticonas ni de la «palabrería barata» de aquellos que creen saberlo todo pero no se quieren comprometer con nada ni con nadie, y terminan así bloqueando toda posibilidad de generar procesos de transformación y reconstrucción en nuestras comunidades, en nuestras vidas. Las bienaventuranzas nacen del corazón misericordioso que no se cansa de esperar. Y experimenta que la esperanza «es el nuevo día, la extirpación de una inmovilidad, el sacudimiento de una postración negativa» (Pablo Neruda, El habitante y su esperanza, 5).
Jesús, al decirle bienaventurado al pobre, al que ha llorado, al afligido, al paciente, al que ha perdonado… viene a extirpar la inmovilidad paralizante del que cree que las cosas no pueden cambiar, del que ha dejado de creer en el poder transformador de Dios Padre y en sus hermanos, especialmente en sus hermanos más frágiles, en sus hermanos descartados. Jesús, al proclamar las bienaventuranzas viene a sacudir esa postración negativa llamada resignación que nos hace creer que se puede vivir mejor si nos escapamos de los problemas, si huimos de los demás; si nos escondemos o encerramos en nuestras comodidades, si nos adormecemos en un consumismo tranquilizante (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 2). Esa resignación que nos lleva a aislarnos de todos, a dividirnos, separarnos; a hacernos los ciegos frente a la vida y al sufrimiento de los otros.
Las bienaventuranzas son ese nuevo día para todos aquellos que siguen apostando al futuro, que siguen soñando, que siguen dejándose tocar e impulsar por el Espíritu de Dios.
Qué bien nos hace pensar que Jesús desde el Cerro Renca o Puntilla viene a decirnos: bienaventurados… Sí, bienaventurado vos y vos; bienaventurados ustedes que se dejan contagiar por el Espíritu de Dios y luchan y trabajan por ese nuevo día, por ese nuevo Chile, porque de ustedes será el reino de los cielos. «Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios» (Mt 5,9).


Frente a la resignación que como un murmullo grosero socava nuestros lazos vitales y nos divide, Jesús nos dice: bienaventurados los que se comprometen por la reconciliación. Felices aquellos que son capaces de ensuciarse las manos y trabajar para que otros vivan en paz. Felices aquellos que se esfuerzan por no sembrar división. De esta manera, la bienaventuranza nos hace artífices de paz; nos invita a comprometernos para que el espíritu de la reconciliación gane espacio entre nosotros. ¿Quieres dicha? ¿Quieres felicidad? Felices los que trabajan para que otros puedan tener una vida dichosa. ¿Quieres paz?, trabaja por la paz.
No puedo dejar de evocar a ese gran pastor que tuvo Santiago cuando en un Te Deum decía: «“Si quieres la paz, trabaja por la justicia” … Y si alguien nos pregunta: “¿qué es la justicia?” o si acaso consiste solamente en “no robar”, le diremos que existe otra justicia: la que exige que cada hombre sea tratado como hombre» (Card. Raúl Silva Henríquez, Homilía en el Te Deum Ecuménico, 18 septiembre 1977).
¡Sembrar la paz a golpe de proximidad (gran aplauso al Papa), a golpe de vecindad! A golpe de salir de casa y mirar rostros, de ir al encuentro de aquel que lo está pasando mal, que no ha sido tratado como persona, como un digno hijo de esta tierra. Esta es la única manera que tenemos de tejer un futuro de paz, de volver a hilar una realidad que se puede deshilachar. El trabajador de la paz sabe que muchas veces es necesario vencer grandes o sutiles mezquindades y ambiciones, que nacen de pretender crecer y «darse un nombre», de tener prestigio a costa de otros. El trabajador de la paz sabe que no alcanza con decir: no le hago mal a nadie, ya que como decía san Alberto Hurtado: «Está muy bien no hacer el mal, pero está muy mal no hacer el bien» (el Papa recibe un gran aplauso) (Meditación radial, abril 1944).
Construir la paz es un proceso que nos convoca y estimula nuestra creatividad para gestar relaciones capaces de ver en mi vecino no a un extraño, a un desconocido, sino a un hijo de esta tierra.
Encomendémonos a la Virgen Inmaculada que desde el Cerro San Cristóbal cuida y acompaña esta ciudad. Que ella nos ayude a vivir y a desear el espíritu de las bienaventuranzas; para que en todos los rincones de esta ciudad se escuche como un susurro: «Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios» (Mt 5,9).   17.01.18


Misa en Temuco, Chile: “Señor, haznos artesanos de unidad”

Homilía de Francisco en el Aeródromo de Maquehue

/17 enero 2018).- “Nos necesitamos desde nuestras diferencias para que esta tierra siga siendo bella. Es la única arma que tenemos contra la «deforestación» de la esperanza. Por eso pedimos: Señor, haznos artesanos de unidad”.
Son palabras del Papa Francisco en la homilía que ha ofrecido a las 150.000 personas que han participado en la “Misa por el progreso de los pueblos”, celebrada en el Aeródromo de Maquehue, en Temuco, capital de La Araucanía (sur de Chile), en la mañana de este miércoles 17 de enero de 2018.
Francisco ha comenzado su reflexión con unas palabras en lengua mapuche: «Mari, Mari» (Buenos días); «Küme tünngün ta niemün» (La paz esté con ustedes), y ha recordado a “todos los que sufrieron y murieron” en este aeródromo de Maquehue, en el cual tuvieron lugar graves violaciones de derechos humanos, y ha pedido “por los que cada día llevan sobre sus espaldas el peso de tantas injusticias”.
Solidaridad para tejer la unidad
El Santo Padre ha señalado de la importancia de la “unidad” al pueblo chileno: “La unidad que nuestros pueblos necesitan reclama que nos escuchemos, pero principalmente que nos reconozcamos. Esto nos introduce en el camino de la solidaridad como forma de tejer la unidad, como forma de construir la historia”.
La unidad, si quiere construirse desde el reconocimiento y la solidaridad, no puede aceptar cualquier medio para lograr este fin”, ha anunciado Francisco.
Cultura del reconocimiento mutuo
En primer lugar –ha explicado–“Debemos estar atentos a la elaboración de ‘bellos’ acuerdos que nunca llegan a concretarse. Bonitas palabras, planes acabados, sí —y necesarios—, pero que al no volverse concretos terminan `borrando con el codo, lo escrito con la mano´. Esto también es violencia, porque frustra la esperanza”, ha advertido el Pontífice.

Es imprescindible defender –en segundo lugar– que una cultura del reconocimiento mutuo no puede construirse en base a la violencia y destrucción que termina cobrándose vidas humanas.
La violencia termina volviendo mentirosa la causa más justa”, ha asegurado el Papa. “La violencia –ha continuado– termina volviendo mentirosa la causa más justa. Por eso decimos `no a la violencia que destruye´, en ninguna de sus dos formas”.
Homilía del Papa Francisco
«Mari, Mari» (Buenos días)

«Küme tünngün ta niemün» (La paz esté con ustedes) (Lc 24,36).
Doy gracias a Dios por permitirme visitar esta linda parte de nuestro continente, la Araucanía: Tierra bendecida por el Creador con la fertilidad de inmensos campos verdes, con bosques cuajados de imponentes araucarias —el quinto elogio realizado por Gabriela Mistral a esta tierra chilena—,[1] sus majestuosos volcanes nevados, sus lagos y ríos llenos de vida. Este paisaje nos eleva a Dios y es fácil ver su mano en cada criatura. Multitud de generaciones de hombres y mujeres han amado y aman este suelo con celosa gratitud. Y quiero detenerme y saludar de manera especial a los miembros del pueblo Mapuche, así como también a los demás pueblos originarios que viven en estas tierras australes: rapanui (Isla de Pascua), aymara, quechua y atacameños, y tantos otros.
Esta tierra, si la miramos con ojos de turistas, nos dejará extasiados, pero luegoseguiremos nuestro rumbo sin más; pero si nos acercamos a su suelo, lo escucharemos cantar: «Arauco tiene una pena que no la puedo callar, son injusticias de siglos que todos ven aplicar».[2]
En este contexto de acción de gracias por esta tierra y por su gente, pero también de pena y dolor, celebramos la Eucaristía. Y lo hacemos en este aeródromo de Maquehue, en el cual tuvieron lugar graves violaciones de derechos humanos. Esta celebración la ofrecemos por todos los que sufrieron y murieron, y por los que cada día llevan sobre sus espaldas el peso de tantas injusticias. La entrega de Jesús en la cruz carga con todo el pecado y el dolor de nuestros pueblos, un dolor para ser redimido.
En el Evangelio que hemos escuchado, Jesús ruega al Padre para que «todos sean uno» (Jn 17,21). En una hora crucial de su vida se detiene a pedir por la unidad. Su corazón sabe que una de las peores amenazas que golpea y golpeará a los suyos y a la humanidad toda será la división y el enfrentamiento, el avasallamiento de unos sobre otros. ¡Cuántas lágrimas derramadas! Hoy nos queremos agarrar a esta oración de Jesús, queremos entrar con Él en este huerto de dolor, también con nuestros dolores, para pedirle al Padre con Jesús: que también nosotros seamos uno; no permitas que nos gane el enfrentamiento ni la división.
Esta unidad clamada por Jesús es un don que hay que pedir con insistencia por el bien de nuestra tierra y de sus hijos. Y es necesario estar atentos a posibles tentaciones que pueden aparecer y «contaminar desde la raíz» este don que Dios nos quiere regalar y con el que nos invita a ser auténticos protagonistas de la historia.
1. Los falsos sinónimos
Una de las principales tentaciones a enfrentar es confundir unidad con uniformidad. Jesús no le pide a su Padre que todos sean iguales, idénticos; ya que la unidad no nace ni nacerá de neutralizar o silenciar las diferencias. La unidad no es un simulacro ni de integración forzada ni de marginación armonizadora. La riqueza de una tierra nace precisamente de que cada parte se anime a compartir su sabiduría con los demás. No es ni será una uniformidad asfixiante que nace normalmente del predominio y la fuerza del más fuerte, ni tampoco una separación que no reconozca la bondad de los demás. La unidad pedida y ofrecida por Jesús reconoce lo que cada pueblo, cada cultura está invitada a aportar en esta bendita tierra. La unidad es una diversidad reconciliada porque no tolera que en su nombre se legitimen las injusticias personales o comunitarias. Necesitamos de la riqueza que cada pueblo tenga para aportar, y dejar de lado la lógica de creer que existen culturas superiores o inferiores. Un bello «chamal» requiere de tejedores que sepan el arte de armonizar los diferentes materiales y colores; que sepan darle tiempo a cada cosa y a cada etapa. Se podrá imitar industrialmente, pero todos reconoceremos que es una prenda sintéticamente compactada. El arte de la unidad necesita y reclama auténticos artesanos que sepan armonizar las diferencias en los «talleres» de los poblados, de los caminos, de las plazas y paisajes. No es un arte de escritorio, ni tan solo de documentos, es un arte de la escucha y del reconocimiento. En eso radica su belleza y también su resistencia al paso del tiempo y de las inclemencias que tendrá que enfrentar.
La unidad que nuestros pueblos necesitan reclama que nos escuchemos, peroprincipalmente que nos reconozcamos, que no significa tan sólo «recibir información sobre los demás… sino de recoger lo que el Espíritu ha sembrado en ellos como un don también para nosotros».[3] Esto nos introduce en el camino de la solidaridad como forma de tejer la unidad, como forma de construir la historia; esa solidaridad que nos lleva a decir: nos necesitamos desde nuestras diferencias para que esta tierra siga siendo bella. Es la única arma que tenemos contra la «deforestación» de la esperanza. Por eso pedimos: Señor, haznos artesanos de unidad. (Aplauso)
Otra tentación puede venir en la consideración de cuales son las armas de la unidad.
  1. Las armas de la unidad
    La unidad, si quiere construirse desde el reconocimiento y la solidaridad, no puede aceptar cualquier medio para lograr este fin. Existen dos formas de violencia que más que impulsar los procesos de unidad y reconciliación terminan amenazándolos. En primer lugar, debemos estar atentos a la elaboración de «bellos» acuerdos que nunca llegan a concretarse. Bonitas palabras, planes acabados, sí —y necesarios—, pero que al no volverse concretos terminan «borrando con el codo, lo escrito con la mano». Esto también es violencia, porque frustra la esperanza (Aplauso)
En segundo lugar, es imprescindible defender que una cultura del reconocimiento mutuo no puede construirse en base a la violencia y destrucción que termina cobrándose vidas humanas. No se puede pedir reconocimiento aniquilando al otro, porque esto lo único que despierta es mayor violencia y división. La violencia llama a la violencia, la destrucción aumenta la fractura y separación. La violencia termina volviendo mentirosa la causa más justa. Por eso decimos «no a la violencia que destruye», en ninguna de sus dos formas.
    Estas actitudes son como lava de volcán que todo arrasa, todo quema, dejando a su paso sólo esterilidad y desolación. Busquemos, en cambio, el camino de la no violencia activa, «como un estilo de política para la paz».[4] Busquemos, en cambio, y no nos cansemos de buscar el diálogo para la unidad. Por eso decimos con fuerza: Señor, haznos artesanos de unidad.
Todos nosotros que, en cierta medida, somos pueblo de la tierra (Gn 2,7) estamos llamados al Buen vivir (Küme Mongen) como nos los recuerda la sabiduría ancestral del pueblo Mapuche. ¡Cuánto camino a recorrer, cuánto camino para aprender! Küme Mongen, un anhelo hondo que brota no sólo de nuestros corazones, sino que resuena como un grito, como un canto en toda la creación. Por eso, hermanos, por los hijos de esta tierra, por los hijos de sus hijos digamos con Jesús al Padre: que también nosotros seamos uno; Señor, haznos artesanos de unidad. (Aplausos)
18.01.18


Misa en Iquique: El Papa exhorta a “estar atentos” como María en Caná

Homilía del Papa en la ‘Misa por la integración de los pueblos’

(18 enero 2018).- “Iquique es tierra de sueños, tierra que ha sabido albergar a gente de distintos pueblos y culturas que han tenido que dejar a los suyos, marcharse”, ha recordado el Papa. “Busquemos que siga siendo también tierra de hospitalidad”, ha exhortado.
Homilía del Papa Francisco en la “Misa por la integración de los pueblos”, celebrada en el Campus de Lobito, en Iquique, al norte de Chile, a las 11:30 horas del jueves, 18 de enero de 2018, último día del Santo Padre en el país.
El Evangelio es una constante invitación a la alegría”, una alegría que se contagia de generación en generación y de la cual somos herederos porque somos cristiano, ha señalado Francisco. “¡Cómo saben ustedes, queridos hermanos del norte chileno a vivir la fe y la vida en clima de fiesta!”, ha indicado.
Estar atentos”
Así, ha pedido que como María en Caná, “busquemos aprender a estar atentos en nuestras plazas y poblados, y reconocer a aquellos que tienen la vida «aguada»; que han perdido —o les han robado— las razones para celebrar”.
El Papa ha exhortado a “estar atentos”: “Estemos atentos a todas las situaciones de injusticia y a las nuevas formas de explotación que exponen a tantos hermanos a perder la alegría de la fiesta”.
Estemos atentos –ha continuado el Pontífice– frente a la precarización del trabajo que destruye vidas y hogares”; “Estemos atentos a los que se aprovechan de la irregularidad de muchos migrantes porque no conocen el idioma o no tienen los papeles en «regla»”; “Estemos atentos a la falta de techo, tierra y trabajo de tantas familias, y como María digamos con fe: no tienen vino, Señor”.
Homilía del Papa Francisco
«Este fue el primero de los signos de Jesús, y lo hizo en la ciudad de Caná de Galilea» (Jn 2,11).
Así termina el Evangelio que hemos escuchado, y que nos muestra la aparición pública de Jesús: nada más y nada menos que en una fiesta. No podría ser de otra forma, ya que el Evangelio es una constante invitación a la alegría. Desde el inicio, el Ángel le dice a María: «Alégrate» (Lc 1,28). Alégrense, le dijo a los pastores; alégrate, le dijo a Isabel, mujer anciana y estéril…; alégrate, le hizo sentir Jesús al ladrón, porque hoy estarás conmigo en el paraíso (cf. Lc 23,43).
El mensaje del Evangelio es fuente de gozo: «Les he dicho estas cosas para que mi alegría esté en ustedes, y esa alegría sea plena» (Jn 15,11). Una alegría que se contagia de generación en generación y de la cual somos herederos. Porque somos cristianos.
¡Cómo saben ustedes de esto, queridos hermanos del norte chileno! ¡Cómo saben vivir la fe y la vida en clima de fiesta! Vengo como peregrino a celebrar con ustedes esta manera hermosa de vivir la fe. Sus fiestas patronales, sus bailes religiosos —que se prolongan hasta por una semana—, su música, sus vestidos hacen de esta zona un santuario de piedad y espiritualidad popular. Porque no es una fiesta que queda encerrada dentro del templo, sino que ustedes logran vestir a todo el poblado de fiesta. Ustedes saben celebrar cantando y danzando «la paternidad, la providencia, la presencia amorosa y constante de Dios. Así llegan a engendrar actitudes interiores que raramente pueden observarse en el mismo grado en quienes no poseen esa religiosidad: paciencia, sentido de la cruz en la vida cotidiana, desapego, aceptación de los demás, devoción».[1] Cobran vida las palabras del profeta Isaías: «Entonces el desierto será un vergel y el vergel parecerá un bosque» (32,
Esta tierra, abrazada por el desierto más seco del mundo, logra vestirse de fiesta. En este clima de fiesta, el Evangelio nos presenta la acción de María para que la alegría prevalezca. Ella está atenta a todo lo que pasa a su alrededor y, como buena Madre, no se queda quieta y así logra darse cuenta de que en la fiesta, en la alegría compartida, algo estaba pasando: había algo que estaba por «aguar» la fiesta. Y, acercándose a su Hijo, las únicas palabras que le escuchamos decir son: «No tienen vino» (Jn 2,3). Y así María anda por nuestros poblados, calles, plazas, casas, hospitales. María es la Virgen de la Tirana; la Virgen Ayquina en Calama; la Virgen de las Peñas en Arica, que anda por todos nuestros entuertos familiares, esos que parecen ahogarnos el corazón para acercarse al oído de Jesús y decirle: mira, «no tienen vino».
Y luego no se queda callada, se acerca a los que servían en la fiesta y les dice: «Hagan todo lo que Él les diga» (Jn 2,5). María, mujer de pocas palabras, pero bien concretas, también se acerca a cada uno de nosotros a decirnos tan sólo: «Hagan todo lo que Él les diga». Y de este modo se desata el primer milagro de Jesús: hacer sentir a sus amigos que ellos también son parte del milagro. Porque Cristo «vino a este mundo no para hacer una obra solo, sino con nosotros –el milagro lo hace con nosotros–, con todos nosotros, para ser la cabeza de un cuerpo cuyas células vivas somos nosotros, libres y activas».[2] Así hace el milagro Jesús. Con nosotros.
El milagro comienza cuando los servidores acercan los barriles con agua que estaban destinados a la purificación. Así también cada uno de nosotros puede comenzar el milagro, es más, cada uno de nosotros está invitado a ser parte del milagro para otros.
Hermanos, Iquique es tierra de sueños —eso significa el nombre en aymara—; tierra que ha sabido albergar a gente de distintos pueblos y culturas. Gente que han tenido que dejar a los suyos, marcharse. Una marcha siempre basada en la esperanza por obtener una vida mejor, pero sabemos que va siempre acompañada de mochilas cargadas con miedo e incertidumbre por lo que vendrá.
Iquique es una zona de inmigrantes que nos recuerda la grandeza de hombres y mujeres; de familias enteras que, ante la adversidad, no se dan por vencidas y se abren paso buscando vida. Ellos —especialmente los que tienen que dejar su tierra porque no encuentran lo mínimo necesario para vivir— son imagen de la Sagrada Familia que tuvo que atravesar desiertos para poder seguir con vida.
Esta tierra es tierra de sueños, pero busquemos que siga siendo también tierra de hospitalidad. Hospitalidad festiva, porque sabemos bien que no hay alegría cristiana cuando se cierran puertas; no hay alegría cristiana cuando se les hace sentir a los demás que sobran o que entre nosotros no tienen lugar (cf. Lc 16,19-31).
Como María en Caná, busquemos aprender a estar atentos en nuestras plazas y poblados, y reconocer a aquellos que tienen la vida «aguada»; que han perdido —o les han robado— las razones para celebrar; Los tristes de corazón. Y no tengamos miedo de alzar nuestras voces para decir: «no tienen vino». El clamor del pueblo de Dios, el clamor del pobre, que tiene forma de oración y ensancha el corazón y nos enseña a estar atentos. Estemos atentos a todas las situaciones de injusticia y a las nuevas formas de explotación que exponen a tantos hermanos a perder la alegría de la fiesta. Estemos atentos frente a la precarización del trabajo que destruye vidas y hogares. Estemos atentos a los que se aprovechan de la irregularidad de muchos inmigrantes porque no conocen el idioma o no tienen los papeles en «regla». Estemos atentos a la falta de techo, tierra y trabajo de tantas familias. Y como María digamos con fe: no tienen vino, Señor. Como los servidores de la fiesta aportemos lo que tengamos, por poco que parezca. Al igual que ellos, no tengamos miedo a «dar una mano», y que nuestra solidaridad y nuestro compromiso con la justicia sean parte del baile o la canción que podamos entonarle a nuestro Señor. Aprovechemos también a aprender y a dejarnos impregnar por los valores, la sabiduría y la fe que los inmigrantes traen consigo. Sin cerrarnos a esas «tinajas» llenas de sabiduría e historia que traen quienes siguen arribando a estas tierras. No nos privemos de todo lo bueno que tienen para aportar. Y después dejemos a Jesús que termine el milagro, transformando nuestras comunidades y nuestros corazones en signo vivo de su presencia, que es alegre y festiva porque hemos experimentado que Dios-está-con-nosotros, porque hemos aprendido a hospedarlo en medio de nuestro corazón. Alegría y fiesta contagiosa que nos lleva a no dejar a nadie fuera del anuncio de esta Buena Nueva; y a trasmitirle todo lo que hay de nuestra cultura originaria, para enriquecerlo también con lo nuestro, con nuestras tradiciones, con nuestra sabiduría ancestral, para que el que viene encuentre sabiduría y dé sabiduría. Eso es fiesta. Eso es agua convertida en vino. Eso es el milagro que hace Jesús.
Que María, bajo las distintas advocaciones de esta bendecida tierra del norte, siga susurrando al oído de su Hijo Jesús: «no tienen vino», y en nosotros sigan haciéndose carne sus palabras: «hagan todo lo que Él les diga».           
19.01.18



Pueblos amazónicos de Perú: “La Iglesia no es ajena a vuestras vidas”

Discurso del Papa a los indígenas de la selva

(19 enero 2018).-“He deseado mucho este momento, quise empezar por aquí mi visita a Perú” dijo el Papa Francisco a los cerca de 4.000 representantes de los diferentes pueblos amazónicos de Perú, en el encuentro celebrado en el Coliseo Madre de Dios, en Puerto Maldonado, a las 10:30 horas.
Así, Francisco ha saludado a todos los pueblos amazónicos: Harakbut, Esse-ejas, Matsiguenkas, Yines, Shipibos, Asháninkas, Yaneshas, Kakintes, Nahuas, Yaminahuas, Juni Kuin, Madijá, Manchineris, Kukamas, Kandozi, Quichuas, Huitotos, Shawis, Achuar, Boras, Awajún, Wampís, entre otros.
Permítanme decir: ¡Alabado seas Señor por esta obra maravillosa de tus pueblos amazónicos y por toda la biodiversidad que estas tierras envuelven!”, les ha dicho.
Cada cultura y cada cosmovisión que recibe el Evangelio enriquece a la Iglesia con la visión de una nueva faceta del rostro de Cristo. La Iglesia no es ajena a vuestra problemática y a vuestras vidas, no quiere ser extraña a vuestra forma de vida y organización”, han sido las palabras del Papa.
En el Coliseo, después de los cánticos y danzas de bienvenida a cargo de los ancianos Arambut, el Vicario Apostólico de Puerto Maldonado, Mons. David Martínez de Aguirre Guinea, ha dirigido su discurso de bienvenida al Papa Francisco.
Le pedimos que nos defienda”
Asimismo, han ofrecido unas palabras al Santo Padre Héctor Sueyo y Yésica Patiachi del Pueblo Harakbut, y le han pedido que les defienda: “Los foráneos nos ven débiles e insisten en quitarnos nuestro territorio de distintas formas. Si logran quitarnos nuestras tierras, podemos desaparecer”, han denunciado los indígenas de la Amazonía.
También ha saludado al Papa la indígena awajún María Luzmila Bermeo, procedente de Condorcanqui, de la Amazonia peruana, quien le ha confesado: “Me preocupa que perdamos la oportunidad de aprender valores cristianos necesarios para criar bien a los hijos, el respeto a la familia, el orden, la obediencia a los padres. Los mismos awajun también hemos perdido muchos valores y ahora está peor, los jóvenes están aprendiendo vicios y malas costumbres que afectan a nuestra comunidad”.
Además, 4 representantes de los pueblos amazónicos han leído al Papa algunos fragmentos de su Encíclica ‘Laudato Si´’ sobre el cuidado de la Casa Común.
Finalmente, han puesto al Papa una corona de flores en la cabeza y dos collares rojos artesanales, y le han regalado un gran pergamino grande de colores en el que está dibujado el rostro de Francisco, una estola hecha a mano, y un trozo de madera de árbol grabado, entre otros dones.
Discurso del Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas:
Junto a ustedes me brota el canto de san Francisco: «Alabado seas, mi Señor». Sí, alabado seas por la oportunidad que nos regalas con este encuentro. Gracias Mons. David Martínez de Aguirre Guinea, señor Héctor, señora Yésica y señora María Luzmila por sus palabras de bienvenida y por sus testimonios. En ustedes quiero agradecer y saludar a todos los habitantes de la Amazonia.
Veo que han venido de los diferentes pueblos originarios de la Amazonia: Harakbut, Esse-ejas, Matsiguenkas, Yines, Shipibos, Asháninkas, Yaneshas, Kakintes, Nahuas, Yaminahuas, Juni Kuin, Madijá, Manchineris, Kukamas, Kandozi, Quichuas, Huitotos, Shawis, Achuar, Boras, Awajún, Wampís, entre otros. También veo que nos acompañan pueblos procedentes del Ande que se han venido a la selva y se han hecho amazónicos. He deseado mucho este encuentro. Gracias por vuestra presencia y por ayudarme a ver más de cerca, en vuestros rostros, el reflejo de esta tierra. Un rostro plural, de una variedad infinita y de una enorme riqueza biológica, cultural, espiritual. Quienes no habitamos estas tierras necesitamos de vuestra sabiduría y conocimiento para poder adentrarnos, sin destruir, el tesoro que encierra esta región, y se hacen eco las palabras del Señor a Moisés: «Quítate las sandalias, porque el suelo que estás pisando es una tierra santa» (Ex 3,5).
Permítanme una vez más decir: ¡Alabado seas Señor por esta obra maravillosa de tus pueblos amazónicos y por toda la biodiversidad que estas tierras envuelven!
Este canto de alabanza se entrecorta cuando escuchamos y vemos las hondas heridas que llevan consigo la Amazonia y sus pueblos. Y he querido venir a visitarlos y escucharlos, para estar juntos en el corazón de la Iglesia, unirnos a sus desafíos y con ustedes reafirmar una opción sincera por la defensa de la vida, defensa de la tierra y defensa de las culturas.
Probablemente los pueblos originarios amazónicos nunca hayan estado tan amenazados en sus territorios como lo están ahora. La Amazonia es tierra disputada desde varios frentes: por una parte, el neo-extractivismo y la fuerte presión por grandes intereses económicos que dirigen su avidez sobre petróleo, gas, madera, oro, monocultivos agroindustriales. Por otra parte, la amenaza contra sus territorios también viene por la perversión de ciertas políticas que promueven la «conservación» de la naturaleza sin tener en cuenta al ser humano y, en concreto, a ustedes hermanos amazónicos que habitan en ellas. Sabemos de movimientos que, en nombre de la conservación de la selva, acaparan grandes extensiones de bosques y negocian con ellas generando situaciones de opresión a los pueblos originarios para quienes, de este modo, el territorio y los recursos naturales que hay en ellos se vuelven inaccesibles. Esta problemática provoca asfixia a sus pueblos y migración de las nuevas generaciones ante la falta de alternativas locales. Hemos de romper con el paradigma histórico que considera la Amazonia como una despensa inagotable de los Estados sin tener en cuenta a sus habitantes.
Considero imprescindible realizar esfuerzos para generar espacios institucionales de respeto, reconocimiento y diálogo con los pueblos nativos; asumiendo y rescatando la cultura, lengua, tradiciones, derechos y espiritualidad que les son propias. Un diálogo intercultural en el cual ustedes sean los «principales interlocutores, sobre todo a la hora de avanzar en grandes proyectos que afecten a sus espacios». [1] El reconocimiento y el diálogo será el mejor camino para transformar las históricas relaciones marcadas por la exclusión y la discriminación.
Como contraparte, es justo reconocer que existen iniciativas esperanzadoras que surgen de vuestras bases y organizaciones, y propician que sean los propios pueblos originarios y comunidades los guardianes de los bosques, y que los recursos que genera la conservación de los mismos revierta en beneficio de sus familias, en la mejora de sus condiciones de vida, en la salud y educación de sus comunidades. Este «buen hacer» va en sintonía con las prácticas del «buen vivir» que descubrimos en la sabiduría de nuestros pueblos. Y permítanme decirles que si, para algunos, ustedes son considerados un obstáculo o un «estorbo», en verdad, con sus vidas son un grito a la conciencia de un estilo de vida que no logra dimensionar los costes del mismo. Ustedes son memoria viva de la misión que Dios nos ha encomendado a todos: cuidar la Casa Común.
La defensa de la tierra no tiene otra finalidad que no sea la defensa de la vida. Sabemos del sufrimiento que algunos de ustedes padecen por los derrames de hidrocarburos que amenazan seriamente la vida de sus familias y contaminan su medio natural.
Paralelamente, existe otra devastación de la vida que viene acarreada con esta contaminación ambiental propiciada por la minería ilegal. Me refiero a la trata de personas: la mano de obra esclava o el abuso sexual. La violencia contra las adolescentes y contra las mujeres es un clamor que llega al cielo. «Siempre me angustió la situación de los que son objeto de las diversas formas de trata de personas. Quisiera que se escuchara el grito de Dios preguntándonos a todos: “¿Dónde está tu hermano?” (Gn 4,9). ¿Dónde está tu hermano esclavo? […] No nos hagamos los distraídos. Hay mucha complicidad. ¡La pregunta es para todos!». [2]
Cómo no recordar a santo Toribio cuando constataba con gran pesar en el tercer Concilio Limense «que no solamente en tiempos pasados se les hayan hecho a estos pobres tantos agravios y fuerzas con tanto exceso, sino también hoy muchos procuran hacer lo mismo…» (Ses. III, c.3). Por desgracia, después de cinco siglos estas palabras siguen siendo actuales. Las palabras proféticas de aquellos hombres de fe —como nos lo han recordado Héctor y Yésica—, son el grito de esta gente, que muchas veces está silenciada o se les quita la palabra. Esa profecía debe permanecer en nuestra Iglesia, que nunca dejará de clamar por los descartados y por los que sufren.
De esta preocupación surge la opción primordial por la vida de los más indefensos. Estoy pensando en los pueblos a quienes se refiere como «Pueblos Indígenas en Aislamiento Voluntario» (PIAV). Sabemos que son los más vulnerables de entre los vulnerables. El rezago de épocas pasadas les obligó a aislarse hasta de sus propias etnias, emprendieron una historia de cautiverio en los lugares más inaccesibles del bosque para poder vivir en libertad. Sigan defendiendo a estos hermanos más vulnerables. Su presencia nos recuerda que no podemos disponer de los bienes comunes al ritmo de la avidez del consumo. Es necesario que existan límites que nos ayuden a preservarnos de todo intento de destrucción masiva del hábitat que nos constituye.
El reconocimiento de estos pueblos —que nunca pueden ser considerados una minoría, sino auténticos interlocutores— así como de todos los pueblos originarios nos recuerda que no somos los poseedores absolutos de la creación. Urge asumir el aporte esencial que le brindan a la sociedad toda, no hacer de sus culturas una idealización de un estado natural ni tampoco una especie de museo de un estilo de vida de antaño. Su cosmovisión, su sabiduría, tienen mucho que enseñarnos a quienes no pertenecemos a su cultura. Todos los esfuerzos que hagamos por mejorar la vida de los pueblos amazónicos serán siempre pocos. [3]
La cultura de nuestros pueblos es un signo de vida. La Amazonia, además de ser una reserva de la biodiversidad, es también una reserva cultural que debe preservarse ante los nuevos colonialismos. La familia es y ha sido siempre la institución social que más ha contribuido a mantener vivas nuestras culturas. En momentos de crisis pasadas, ante los diferentes imperialismos, la familia de los pueblos originarios ha sido la mejor defensa de la vida. Se nos pide un especial cuidado para no dejarnos atrapar por colonialismos ideológicos disfrazados de progreso que poco a poco ingresan dilapidando identidades culturales y estableciendo un pensamiento uniforme, único… y débil. Escuchen a los ancianos. Ellos tienen una sabiduría que les pone en contacto con lo trascendente y les hace descubrir lo esencial de la vida. No nos olvidemos que «la desaparición de una cultura puede ser tanto o más grave que la desaparición de una especie animal o vegetal».[4] Y la única manera de que las culturas no se pierdan es porque se mantienen en dinamismo, en constante movimiento. ¡Qué importante es lo que nos decían Yésica y Héctor: «queremos que nuestros hijos estudien, pero no queremos que la escuela borre nuestras tradiciones, nuestras lenguas, no queremos olvidarnos de nuestra sabiduría ancestral»!
La educación nos ayuda a tender puentes y a generar una cultura del encuentro. La escuela y la educación de los pueblos originarios debe ser una prioridad y compromiso del Estado; compromiso integrador e inculturado que asuma, respete e integre como un bien de toda la nación su sabiduría ancestral, nos lo señalaba María Luzmila.
Pido a mis hermanos obispos que, como se viene haciendo incluso en los lugares más alejados de la selva, sigan impulsando espacios de educación intercultural y bilingüe en las escuelas y en los institutos pedagógicos y universidades. [5] Felicito las iniciativas que desde la Iglesia Amazónica peruana se llevan a cabo para la promoción de los pueblos originarios: escuelas, residencias de estudiantes, centros de investigación y promoción como el Centro Cultural José Pío Aza, el CAAAP y CETA, novedosos e importantes espacios universitarios interculturales como NOPOKI, dirigidos expresamente a la formación de los jóvenes de las diferentes etnias de nuestra Amazonia.
Felicito también a todos aquellos jóvenes de los pueblos originarios que se esfuerzan por hacer, desde el propio punto de vista, una nueva antropología y trabajan por releer la historia de sus pueblos desde su perspectiva. También felicito a aquellos que, por medio de la pintura, la literatura, la artesanía, la música, muestran al mundo su cosmovisión y su riqueza cultural. Muchos han escrito y hablado sobre ustedes. Está bien, que ahora sean ustedes mismos quienes se autodefinan y nos muestren su identidad. Necesitamos escucharles.
¡Cuántos misioneros y misioneras se han comprometido con sus pueblos y han defendido sus culturas! Lo han hecho inspirados en el Evangelio. Cristo también se encarnó en una cultura, la hebrea, y a partir de ella, se nos regaló como novedad a todos los pueblos de manera que cada uno, desde su propia identidad, se sienta autoafirmado en Él. No sucumban a los intentos que hay por desarraigar la fe católica de sus pueblos. [6] Cada cultura y cada cosmovisión que recibe el Evangelio enriquece a la Iglesia con la visión de una nueva faceta del rostro de Cristo. La Iglesia no es ajena a vuestra problemática y a sus vidas, no quiere ser extraña a vuestra forma de vida y organización. Necesitamos que los pueblos originarios moldeen culturalmente las Iglesias locales amazónicas. Ayuden a sus obispos, misioneros y misioneras, para que se hagan uno con ustedes, y de esta manera dialogando entre todos, puedan plasmar una Iglesia con rostro amazónico y una Iglesia con rostro indígena. Con este espíritu convoqué un Sínodo para la Amazonia para el año 2019.
Confío en la capacidad de resiliencia de los pueblos y su capacidad de reacción ante los difíciles momentos que les toca vivir. Así lo han demostrado en los diferentes embates de la historia, con sus aportes, con su visión diferenciada de las relaciones humanas, con el medio ambiente y con la vivencia de la fe.
Rezo por ustedes, por su tierra bendecida por Dios, y les pido, por favor, no se olviden de rezar por mí.
Muchas gracias.
20.01.18


Misa en Trujillo: “Los peruanos no tienen derecho a dejarse robar la esperanza”

Homilía del Papa en la explanada de Huanchaco

(20 enero 2018).- “Los peruanos, en este momento de la historia, no tienen derecho a dejarse robar la esperanza”, ha señalado el Papa Francisco en la Misa de Trujillo. “No hay otra salida mejor que la del Evangelio: se llama Jesucristo”.
El Papa argentino, ha reflexionado en la homilía a partir del pasaje del Evangelio de las vírgenes prudentes, en la Misa celebrada en la explanada de Huanchaco, el sábado 20 de enero de 2018, en Trujillo, ciudad costera del norte de Perú.
En Jesús, tenemos la fuerza del Espíritu para no naturalizar lo que nos hace daño, lo que nos seca el espíritu y lo que es peor, nos roba la esperanza”. El m«sicariato», la falta de oportunidades educativas y laborales,
o la falta de techo seguro para tantas familias “pueden estar azotando estas costas”; ha advertido el Papa Francisco.
El Pontífice ha invitado a llenar siempre las vidas de Evangelio: “Quiero estimularlos a que sean una comunidad que se deje ungir por su Señor con el aceite del Espíritu. Él lo transforma todo, lo renueva todo, lo conforta todo”.
Así, Francisco ha asegurado que en Jesús, “tenemos el Espíritu que nos mantiene unidos para sostenernos unos a otros” y en Jesús, “Dios nos hace comunidad creyente que sabe sostenerse; comunidad que espera y por lo tanto lucha para revertir y transformar las múltiples adversidades”.
Homilía del Papa Francisco
Estas tierras tienen sabor a Evangelio. Todo el entorno que nos rodea, con este inmenso mar de fondo, (aplauso) nos ayuda a comprender mejor la vivencia que los apóstoles tuvieron con Jesús; y hoy, también nosotros, estamos invitados a vivirla. Me alegra saber que han venido desde distintos lugares del norte peruano para celebrar esta alegría del Evangelio.
Los discípulos de ayer, como tantos de ustedes hoy, se ganaban la vida con la pesca. Salían en barcas, como algunos de ustedes siguen saliendo en los «caballitos de totora», y tanto ellos como ustedes con el mismo fin: ganarse el pan de cada día. En eso se juegan muchos de nuestros cansancios cotidianos: poder sacar adelante a nuestras familias y darles lo que las ayudará a construir un futuro mejor.
Esta «laguna con peces dorados», como la han querido llamar, ha sido fuente de vida y bendición para muchas generaciones. Supo nutrir los sueños y las esperanzas a lo largo del tiempo.
Ustedes, al igual que los apóstoles, conocen la bravura de la naturaleza y han experimentado sus golpes. Así como ellos enfrentaron la tempestad sobre el mar, a ustedes les tocó enfrentar el duro golpe del «Niño costero», cuyas consecuencias dolorosas todavía están presentes en tantas familias, especialmente aquellas que todavía no pudieron reconstruir sus hogares. También por esto quise estar y rezar aquí con ustedes (aplauso).
A esta eucaristía traemos también ese momento tan difícil que cuestiona y pone muchas veces en duda nuestra fe. Queremos unirnos a Jesús. Él conoce el dolor y las pruebas; Él atravesó todos los dolores para poder acompañarnos en los nuestros. Jesús en la cruz quiere estar cerca de cada situación dolorosa para darnos su mano y ayudar a levantarnos. Porque Él entró en nuestra historia, quiso compartir nuestro camino y tocar nuestras heridas. No tenemos un Dios ajeno a lo que sentimos y sufrimos, al contrario, en medio del dolor nos entrega su mano.
Estos sacudones cuestionan y ponen en juego el valor de nuestro espíritu y de nuestras actitudes más elementales. Entonces nos damos cuenta de lo importante que es no estar solos sino unidos, estar llenos de esa unión que es fruto del Espíritu Santo.
¿Qué les pasó a las muchachas del Evangelio que hemos escuchado? De repente, sienten un grito que las despierta y las pone en movimiento. Algunas se dieron cuenta que no tenían el aceite necesario para iluminar el camino en la oscuridad, otras en cambio, llenaron sus lámparas y pudieron encontrar e iluminar el camino que las llevaba hacia el esposo. En el momento indicado cada una mostró de qué había llenado su vida.
Lo mismo nos pasa a nosotros. En determinadas circunstancias nos damos cuenta con qué hemos llenado nuestra vida. ¡Qué importante es llenar nuestras vidas con ese aceite que permite encender nuestras lámparas en las múltiples situaciones de oscuridad y encontrar los caminos para salir adelante!
Sé que, en el momento de oscuridad, cuando sintieron el golpe del Niño, estas tierras supieron ponerse en movimiento y estas tierras tenían el aceite para ir corriendo y ayudarse como verdaderos hermanos. Estaba el aceite de la solidaridad, de la generosidad que los puso en movimiento y fueron al encuentro del Señor con innumerables gestos concretos de ayuda. En medio de la oscuridad junto a tantos otros fueron cirios vivos que iluminaron el camino con manos abiertas y disponibles para paliar el dolor y compartir lo que tenían desde su pobreza.
En la lectura del Evangelio, podemos observar cómo las muchachas que no tenían aceite se fueron al pueblo a comprarlo. En el momento crucial de su vida, se dieron cuenta de que sus lámparas estaban vacías, de que les faltaba lo esencial para encontrar el camino de la auténtica alegría. Estaban solas y así quedaron fuera de la fiesta. Hay cosas, como bien saben, que no se improvisan y mucho menos se compran. El alma de una comunidad se mide en cómo logra unirse para enfrentar los momentos difíciles, de adversidad, para mantener viva la esperanza. Con esa actitud dan el mayor testimonio evangélico:
El Señor nos dice: «En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros» (Jn 13,35). Porque la fe nos abre a tener un amor concreto, de obras, de manos tendidas, de compasión; que sabe construir y reconstruir la esperanza cuando parece que todo se pierde. Así nos volvemos partícipes de la acción divina, esa que nos describe el apóstol Juan cuando nos muestra a Dios que enjuga las lágrimas de sus hijos. Y esta tarea divina Dios la hace con la misma ternura que una madre busca secar las lágrimas de sus hijos. Qué linda pregunta la que nos hará el Señor: ¿cuántas lágrimas has secado hoy?
Otras tormentas pueden estar azotando estas costas y, en la vida de los hijos de estas tierras, tienen efectos devastadores. Tormentas que también nos cuestionan como comunidad y ponen en juego el valor de nuestro espíritu. Se llaman violencia organizada como el «sicariato» y la inseguridad que esto genera; la falta de oportunidades educativas y laborales, especialmente en los más jóvenes, que les impide construir un futuro con dignidad; o la falta de techo seguro para tantas familias forzadas a vivir en zonas de alta inestabilidad y sin accesos seguros; así como tantas otras situaciones que ustedes conocen y sufren, que como los peores huaicos destruyen la confianza mutua tan necesaria para construir una red de contención y esperanza. Huaicos que afectan el alma y nos preguntan por el aceite que tenemos para hacerles frente.
Muchas veces nos interrogamos sobre cómo enfrentar estas tormentas, o cómo ayudar a nuestros hijos a salir adelante frente a estas situaciones. Quiero decirles: no hay otra salida mejor que la del Evangelio: se llama Jesucristo. Llenen siempre sus vidas de Evangelio. Quiero estimularlos a que sean una comunidad que se deje ungir por su Señor con el aceite del Espíritu. Él lo transforma todo, lo renueva todo, lo conforta todo. En Jesús, tenemos la fuerza del Espíritu para no naturalizar lo que nos hace daño, lo que nos seca el espíritu y lo que es peor, nos roba la esperanza. Los peruanos, en este momento de la historia no tienen derecho a dejarse robar la esperanza.
En Jesús, tenemos el Espíritu que nos mantiene unidos para sostenernos unos a otros y hacerle frente a aquello que quiere llevarse lo mejor de nuestras familias. En Jesús, Dios nos hace comunidad creyente que sabe sostenerse; comunidad que espera y por lo tanto lucha para revertir y transformar las múltiples adversidades; comunidad amante porque no permite que nos crucemos de brazos. Con Jesús, el alma de este pueblo de Trujillo podrá seguir llamándose «la ciudad de la eterna primavera», porque con Él todo es una oportunidad para la esperanza. (Aplauso)
Sé del amor que esta tierra tiene a la Virgen, y sé cómo la devoción a María los sostiene siempre llevándolos a Jesús. Pidámosle a ella que nos ponga bajo su manto y que nos lleve siempre a su Hijo; pero digámoselo cantando con esa hermosa marinera: «Virgencita de la puerta, échame tu bendición. Virgencita de la puerta, danos paz y mucho amor».
¿Se animan a cantarla? La cantamos juntos. ¿Quién empieza a cantar? Virgencita de la puerta… ¿El coro tampoco? Pues entonces se lo decimos, no lo cantamos.
«Virgencita de la puerta, échame tu bendición. Virgencita de la puerta, danos paz y mucho amor». Otra vez: «Virgencita de la puerta, échame tu bendición. Virgencita de la puerta, danos paz y mucho amor».                                                      
21.01.18


Misa en Lima: “El Señor te invita a caminar con Él en tu ciudad”

Homilía del Papa en la última celebración en Perú

(21 enero 2018).- “El Reino de los cielos está entre ustedes” es el mensaje de esperanza que Francisco ha querido dejar a los peruanos en la última celebración de este viaje apostólico.
Hoy el Señor te invita a caminar con Él la ciudad, tu ciudad” –ha invitado el Papa Francisco–. “Jesús invita a involucrarnos como fermento allí donde estemos, donde nos toque vivir, en ese rinconcito de todos los días”.
La homilía del Santo Padre en la última celebración de la Eucaristía de este viaje a Chile y a Perú, el domingo, 21 de enero de 2018, en la base aérea de “Las Palmas”, en Lima, ha sido breve y concisa.
El Santo Padre ha indicado que el Reino de los cielos “está allí donde nos animemos a tener un poco de ternura y compasión, donde no tengamos miedo a generar espacios para que los ciegos vean, los paralíticos caminen, los leprosos sean purificados y los sordos oigan”.
Conviértanse”
¡Alégrate, el Señor está contigo!” El Pontífice ha destacado que el Señor viene a tu encuentro “en medio de los caminos polvorientos de la historia”.
El Señor ha llegado hasta Lima –ha anunciado Francisco– hasta nosotros para comprometerse nuevamente como un renovado “antídoto contra la globalización de la indiferencia”. Porque “ante ese Amor, no se puede permanecer indiferentes”.
Conviértanse –ha exhortado el Papa a los fieles peruanos– el Reino de los Cielos es encontrar en Jesús a Dios que se mezcla vitalmente con su pueblo, se implica e implica a otros a no tener miedo de hacer de esta historia, una historia de salvación”.
Homilía del Papa Francisco
«Levántate y vete a Nínive, la gran ciudad, y predícales el mensaje que te digo» (Jon 3,2). Con estas palabras, el Señor se dirigía a Jonás poniéndolo en movimiento hacia esa gran ciudad que estaba a punto de ser destruida por sus muchos males. También vemos a Jesús en el Evangelio de camino hacia Galilea para predicar su buena noticia (cf. Mc 1,14). Ambas lecturas nos revelan a Dios en movimiento de cara a las ciudades de ayer y de hoy. El Señor se pone en camino: va a Nínive, a Galilea… a Lima, a Trujillo, a Puerto Maldonado… aquí viene el Señor. Se pone en movimiento para entrar en nuestra historia personal y concreta. Lo hemos celebrado hace poco: es el Emmanuel, el Dios que quiere estar siempre con nosotros. Sí, aquí en Lima, o en donde estés viviendo, en la vida cotidiana del trabajo rutinario, en la educación esperanzadora de los hijos, entre tus anhelos y desvelos; en la intimidad del hogar y en el ruido ensordecedor de nuestras calles. Es allí, en medio de los caminos polvorientos de la historia, donde el Señor viene a tu encuentro.
Algunas veces nos puede pasar lo mismo que a Jonás. Nuestras ciudades, con las situaciones de dolor e injusticia que a diario se repiten, nos pueden generar la tentación de huir, de escondernos, de zafar. Y razones, ni a Jonás ni a nosotros nos faltan. Mirando la ciudad podríamos comenzar a constatar que existen «ciudadanos que consiguen los medios adecuados para el desarrollo de la vida personal y familiar —y eso nos alegra—, el problema está en que son muchísimos los “no ciudadanos”, “los ciudadanos a medias” o los “sobrantes urbanos”»1 que están al borde de nuestros caminos, que van a vivir a las márgenes de nuestras ciudades sin condiciones necesarias para llevar una vida digna y duele constatar que muchas veces entre estos «sobrantes humanos» se encuentran rostros de tantos niños y adolescentes. Se encuentra el rostro del futuro.
Y al ver estas cosas en nuestras ciudades, en nuestros barrios —que podrían ser un espacio de encuentro y solidaridad, de alegría— se termina provocando lo que podemos llamar el síndrome de Jonás: un espacio de huida y desconfianza (cf. Jon1,3). Un espacio para la indiferencia, que nos transforma en anónimos y sordos ante los demás, nos convierte en seres impersonales de corazón cauterizado y, con esta actitud, lastimamos el alma del pueblo, de este pueblo noble. Como nos lo señalaba Benedicto XVI, «la grandeza de la humanidad está determinada esencialmente por su relación con el sufrimiento y con el que sufre. […] Una sociedad que no logra aceptar a los que sufren y no es capaz de contribuir mediante la compasión a que el sufrimiento sea compartido y sobrellevado también interiormente, es una sociedad cruel e inhumana».2 Cuando arrestaron a Juan, Jesús se dirigió a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. A diferencia de Jonás, Jesús, frente a un acontecimiento doloroso e injusto como fue el arresto de Juan, entra en la ciudad, entra en Galilea y comienza desde ese pequeño pueblo a sembrar lo que sería el inicio de la mayor esperanza: El Reino de Dios está cerca, Dios está entre nosotros. Y el Evangelio mismo nos muestra la alegría y el efecto en cadena que esto produce: comenzó con Simón y Andrés, después Santiago y Juan (cf. Mc 1,14-20) y, desde esos días, pasando por santa Rosa de Lima, santo Toribio, san Martín de Porres, san Juan Macías, san Francisco Solano, ha llegado hasta nosotros anunciado por esa nube de testigos que han creído en Él. Ha llegado hasta Lima, hasta nosotros para comprometerse nuevamente como un renovado antídoto contra la globalización de la indiferencia. Porque ante este Amor, no se puede permanecer indiferentes.
Jesús invitó a sus discípulos a vivir hoy lo que tiene sabor a eternidad: el amor a Dios y al prójimo; y lo hace de la única manera que lo puede hacer, a la manera divina: suscitando la ternura y el amor de misericordia, suscitando la compasión y abriendo sus ojos para que aprendan a mirar la realidad a la manera divina. Los invita a generar nuevos lazos, nuevas alianzas portadoras de eternidad.
Jesús camina la ciudad con sus discípulos y comienza a ver, a escuchar, a prestar atención a aquellos que habían sucumbido bajo el manto de la indiferencia, lapidados por el grave pecado de la corrupción. Comienza a develar muchas situaciones que asfixiaban la esperanza de su pueblo suscitando una nueva esperanza. Llama a sus discípulos y los invita a ir con Él, los invita a caminar la ciudad, pero les cambia el ritmo, les enseña a mirar lo que hasta ahora pasaban por alto, les señala nuevas urgencias. Conviértanse, les dice, el Reino de los Cielos es encontrar en Jesús a Dios que se mezcla vitalmente con su pueblo, se implica e implica a otros a no tener miedo de hacer de esta historia, una historia de salvación (cf. Mc1,15.21 y ss.).
Jesús sigue caminando por nuestras calles, sigue al igual que ayer golpeando puertas, golpeando corazones para volver a encender la esperanza y los anhelos: que la degradación sea superada por la fraternidad, la injusticia vencida por la solidaridad y la violencia callada con las armas de la paz. Jesús sigue invitando y quiere ungirnos con su Espíritu para que también Mnosotros salgamos a ungir con esa unción, capaz de sanar la esperanza herida y renovar nuestra mirada.
Jesús sigue caminando y despierta la esperanza que nos libra de conexiones vacías y de análisis impersonales e invita a involucrarnos como fermento allí donde estemos, donde nos toque vivir, en ese rinconcito de todos los días. El Reino de los cielos está entre ustedes —nos dice— está allí donde nos animemos a tener un poco de ternura y compasión, donde no tengamos miedo a generar espacios para que los ciegos vean, los paralíticos caminen, los leprosos sean purificados y los sordos oigan (cf. Lc 7,22) y así todos aquellos que dábamos por perdidos gocen de la Resurrección. Dios no se cansa ni se cansará de caminar para llegar a sus hijos. A cada uno. ¿Cómo encenderemos la esperanza si faltan profetas? ¿Cómo encararemos el futuro si nos falta unidad? ¿Cómo llegará Jesús a tantos rincones, si faltan audaces y valientes testigos?
Hoy el Señor te invita a caminar con Él la ciudad, te invita a caminar con Él tu ciudad. Te invita a que seas su discípulo misionero, y así te vuelvas parte de ese gran susurro que quiere seguir resonando en los distintos rincones de nuestra vida: ¡Alégrate, el Señor está contigo!   22.01.18

Perú, “una fe que impresiona” y Chile, una impresión “muy fuerte y gratificante”

Palabras del Papa en el avión de vuelta a Roma

(22 enero 2018).- “Una fe que impresiona” ha dicho Francisco del pueblo peruano. “Me llevo la impresión de un pueblo creyente, que pasa muchas dificultades y las pasó históricamente”.
El Pontífice ha ofrecido una rueda de prensa en el avión que le llevaba de regreso a Roma, en la noche del domingo 21 al lunes, 22 de enero de 2018, tras su 22º viaje apostólico, a Chile y a Perú, que tuvo lugar del 15 al 21 de enero.
Yo me llevo de Perú una impresión de alegría, de fe, de esperanza, de volver a andar, y sobretodo muchos chicos”. El Santo Padre ha descrito –recoge el diario italiano ‘La Stampa’– que volvió a esa imagen que vio en Filipinas y en Colombia, “los papás y las mamás a mi paso levantando los chicos, y eso dice futuro, dice esperanza, porque nadie trae hijo al mundo si no tiene esperanza”.
El Papa destacó –recoge ‘Vatican Media’– por un lado, el encuentro en la cárcel con las mujeres afirmando que es muy sensible a las cárceles y a los encarcelados, ya que siempre se pregunta por qué ellos y no él, han terminado en esa situación.
Ver a estas mujeres, su capacidad para cambiar de vida, de reinsertarse en la sociedad con la fuerza del Evangelio, le hicieron ver precisamente “la alegría del Evangelio que tanto lo ha conmivido en el viaje”, señala el medio del Vaticano.
Por otro lado, la visita al Hogar ‘El Principito’ tocó su corazón ya que la mayoría de los niños que vive allí han sido abandonados y sintió una gran emoción “al ver a estos pequeños que logran, a través de la educación, salir adelante”.
La fe de las calles”
Un pueblo que salió a expresar su alegría y su fe”, así lo ha sentido Francisco, quien ha indicado que le impresionó ver a tantas personas en la calle, no solo en Trujillo, donde la piedad popular “es muy rica y muy fuerte”, sino también “la fe de las calles”, y no solo en Lima, donde “evidentemente se nota”, también en Puerto Maldonado, que estaba lleno, también en las calles.
El Papa Francisco, primer Pontífice americano, asegura que Perú es una “tierra ensantada”: “Son el pueblo de Latinoamérica que tiene más santos, y santos de alto nivel. Toribio, Rosa, Martin, Juan. De alto nivel. Creo que la fe la tienen muy calada dentro”, ha señalado.
Lo único que les pido es que cuiden la riqueza”, ha apuntado el Obispo de Roma. “No solo la de las iglesias y los museos, que las obras de arte son geniales, y no solo de los sufrimientos, que los han enriquecido mucho, sino la que yo vi en estos días también”, ha indicado refiriéndose a la fe y los valores del pueblo peruano.
Impresión de Chile “fuerte y gratificante”
El Papa Francisco, quien se formó durante varios años para el sacerdocio en Chile, asegura que vuelve del país “contento”, y que no esperaba tanta gente en la calle.
Esa gente no fue pagada y llevada en colectivo. La espontaneidad de Chile fue muy bonita. Incluso en Iquique. En el sur lo mismo. Y en Santiago lo mismo. Las calles de Santiago hablaban por sí mismas”, ha relatado Francisco, según algunos periodistas que iban en el avión.

La responsabilidad del informador es ir a los hechos concretos –ha dicho el Santo Padre–. Hubo esto, y esto. Lo del pueblo dividido, no sé de donde sale, es la primera vez que lo oigo. Quizá lo de Barros es causa de esto. Pero la impresión de Chile fue muy fuerte y gratificante”.     
23.01.18



Francisco en el vuelo papal: “Pecador sí, corrupto no. Todos somos pecadores”

Rueda de prensa a la vuelta de su viaje a Chile y Perú

(23 enero 2018).- “La corrupción es como esos pantanos chupadizos que vos pisás y querés salir, y das un paso y te vas más adentro, más adentro, más adentro, y te chupó. Es una ciénaga… Ese sí es la destrucción de la persona humana”, ha dicho el Papa Francisco.
El Santo Padre respondió a una periodista de ‘La República’, de Perú, en la rueda de prensa que ofreció en el vuelo papal de vuelta de Lima a Roma, del 21 al 22 de enero de 2018.
El periodista quiso saber la opinión del Papa los actos de corrupción e indultos negociados por parte de la clase política del país, que ha defraudado al pueblo.
El Pontífice argentino confesó que él al pecado no le tiene miedo, le tiene miedo a la corrupción, porque la corrupción ya “te va viciando el alma y el cuerpo; y un corrupto está tan seguro de sí mismo que no puede volver atrás”.
Así, el Papa contó a los medios de comunicación que él escribió un librito llamado “Corrupción y pecado” y el lema que saca es que es: “pecador sí, corrupto no”. “Todos somos pecadores”, afirmó.
Pero yo sé que todos nosotros, los que estamos acá, –también yo hago la voluntad de mi parte, y… pienso bien de ustedes que lo hacen–, cuando se encuentran en “off side”, en un pecado fuerte: “Bueno, ‘esto’ está mal, acá me porte mal con un amigo o robé, o hice ‘esto’ o me drogué”, y entonces me freno y trato de no hacerlo. Bueno, pero está el perdón de Dios sobre todo eso”, explicó Francisco.
En este sentido, el Santo Padre señaló que el político tiene mucho poder, también el empresario. “Un empresario que le paga la mitad a sus obreros es un corrupto, y un ama de casa que está acostumbrada y cree que es lo más normal explotar a las mucamas, ya sea con el sueldo ya sea con el modo de tratar, es una corrupta, porque ya lo toma como normal”, describió.
¿Y en la Iglesia, hay corrupción?” –ha preguntado el Papa–. “Sí. Hay casos de corrupción en la Iglesia. En la historia de la Iglesia siempre los hubo. Siempre los hubo, porque hombres y mujeres de iglesia entraron en el juego de la corrupción”.
24.01.18





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