Ángelus: “Buscar a Jesús, encontrarle y seguirle: este es el camino”
Comentario
del Evangelio del domingo, 14 de enero
(14
enero 2018).- “Buscar a Jesús, encontrar a Jesús, seguir a Jesús:
este es el camino”: el Papa Francisco ha comentado el Evangelio del
hoy, este domingo 14 de enero de 2018, desde la ventana del despacho
del Vaticano que da a la Plaza San Pedro, antes de la oración del
Ángelus del mediodía, en presencia de decenas de miles de
visitantes.
“El
Evangelio de hoy nos introduce perfectamente en el tiempo litúrgico
ordinario, un tiempo que sirve para estimular y verificar nuestro
camino de fe en la vida ordinaria, en una dinámica que se mueve
entre la Epifanía
y
sigue entre manifestación
y
vocación”,
ha explicado el Papa, releyendo este domingo las dos fiestas
precedentes que han concluido el tiempo litúrgico de Navidad.
El
Papa ha invocado la ayuda de la Virgen María diciendo: “Que la
Virgen María nos sostenga en nuestro propósito de seguir a Jesús,
de ir y de permanecer allí donde Él habite, para escuchar su
Palabra de vida, para adherirnos a Él que quita el pecado del mundo,
para encontrar en Él esperanza e impulso espiritual”.
Palabras
del Papa Francisco antes del Ángelus
¡Queridos
hermanos y hermanas, buenos días!
Como
en la fiesta de la Epifanía y la del Bautismo de Jesús, la página
del Evangelio de hoy (cf. Jn 1,35-42) propone también el tema de la
manifestación
del
Señor.
Esta
vez, es Juan Bautista quien le designa a sus discípulos como “el
Cordero de Dios” (v.36), invitándoles a seguirle.
Esto
es así para nosotros: Este que hemos contemplado en el misterio de
la Navidad, estamos ahora invitados a seguirle en la vida cotidiana.
El
Evangelio de hoy nos introduce perfectamente en el tiempo litúrgico
ordinario, un tiempo que sirve para estimular y verificar nuestro
camino de fe en la vida habitual, en una dinámica que se mueve entre
la Epifanía
y
sigue entre manifestación
y
vocación”.
El
del Evangelio indica las características esenciales del itinerario
de fe de los discípulos de todos los tiempos, incluso el nuestro, a
partir de la pregunta que Jesús dirige a los discípulos que,
impulsados por Juan Bautista, comienzan a seguirle: “¿Qué
buscáis?” (v.38).
En la mañana de Pascua, el resucitado dirigirá la misma pregunta a
María Magdalena: “Mujer,
¿Qué buscas?” (Ju
20, 15).
Cada
uno de nosotros, en tanto que ser humano, está en búsqueda:
búsqueda de felicidad, búsqueda de amor, de una vida buena y plena.
Dios Padre nos ha dado todo esto en su Hijo Jesús.
En
esta búsqueda, el rol de un verdadero
testigo
es fundamental: De una persona que ha hecho primero el camino y que
ha encontrado al Señor. En el Evangelio, Juan Bautista es ese
testigo y por eso ha podido orientar a sus discípulos hacia Jesús,
que les lleva hacia una nueva experiencia diciendo: “Venid
y ved” (v.
39). Y estos dos no pudieron olvidar la belleza de este encuentro,
hasta el punto que el Evangelista anota incluso la hora: “Eran
alrededor de las cuatro de la tarde” (ibid).
Solo
un encuentro
personal
con
Jesús genera
un camino de fe y de vida de discípulo. Podemos tener muchas
experiencias, realizar muchas cosas, establecer relaciones con muchas
personas, pero solo el encuentro con Jesús, en esta hora que Dios
conoce, puede dar un sentido pleno a nuestra vida y hacer fecundos
nuestros proyectos y nuestras iniciativas.
Construirse
una imagen de Dios fundada sobre rumores no es suficiente: es
necesario ir en busca del Divino Maestro e ir donde vive. La pregunta
de los dos discípulos a Jesús, “¿Dónde
vives?” (v.38)
tiene un sentido espiritual fuerte: expresa el deseo de saber dónde
vive el Maestro, para poder estar
con Él.
La vida de fe consiste en el deseo de estar con el Señor y en una
búsqueda continua del lugar donde Él habita. Esto significa que
estamos llamados a ir más allá de la religiosidad habitual,
reviviendo el encuentro con Jesús en la oración, en la meditación
de la Palabra de Dios y frecuentando los sacramentos para estar con
Él y dar fruto gracias a Él, a su ayuda y a su gracia.
Buscar
a Jesús, encontrar a Jesús, seguir a Jesús: este es el camino.
Buscar a Jesús, encontrar a Jesús, seguir a Jesús.
Que
la Virgen María nos sostenga en nuestra intención de seguir a
Jesús, de ir y de permanecer allí donde Él habita, para escuchar
su Palabra de vida, para adherirse a Él, que quita el pecado del
mundo, para encontrar en Él esperanza e impulso espiritual.
Angelus
Domininuntiavit Mariae…
16.01.18
16.01.18
Misa en Santiago de Chile: “¿Quieres paz? Trabaja por la paz”
Homilía
del Papa en la Misa del parque O´Higgins
(16
enero 2018).- “¿Quieres dicha? ¿Quieres felicidad? Felices los
que trabajan para que otros puedan tener una vida dichosa. ¿Quieres
paz?, trabaja por la paz”, ha exhortado el Santo Padre.
El
Papa Francisco ha reflexionado a partir del pasaje de las
bienaventuranzas del Evangelio, en la Misa celebrada hoy, 16 de enero
de 2018, en el parque O´Higgins de Santiago de Chile.
“La
bienaventuranza nos hace artífices de paz; nos invita a
comprometernos para que el espíritu de la reconciliación gane
espacio entre nosotros”, anuncia Francisco en la Misa que preside
el segundo día en Santiago de Chile.
Así,
el Papa ha recordado una frase del Cardenal chileno Raúl Silva
Henríquez: «“Si quieres la paz, trabaja por la justicia” … Y
si alguien nos pregunta: “¿qué es la justicia?” o si acaso
consiste solamente en “no robar”, le diremos que existe otra
justicia: la que exige que cada hombre sea tratado como hombre».
“Jesús
nos dice: bienaventurados los que se comprometen por la
reconciliación. Felices aquellos que son capaces de ensuciarse las
manos y trabajar para que otros vivan en paz. Felices aquellos que se
esfuerzan por no sembrar división. De esta manera”, ha señalado
el Sumo Pontífice.
Homilía
del Papa Francisco
«Al
ver a la multitud» (Mt 5,1). En estas primeras palabras del
Evangelio encontramos la actitud con la que Jesús quiere salir a
nuestro encuentro, la misma actitud con la que Dios siempre ha
sorprendido a su pueblo (cf. Ex 3,7). La primera actitud de Jesús es
ver, es mirar el rostro de los suyos. Esos rostros ponen en
movimiento el amor visceral de Dios. No fueron ideas o conceptos los
que movieron a Jesús… son los rostros, son personas; es la vida
que clama a la Vida que el Padre nos quiere transmitir.
Al
ver a la multitud, Jesús encuentra el rostro de la gente que lo
seguía y lo más lindo es ver que ellos, a su vez, encuentran en la
mirada de Jesús el eco de sus búsquedas y anhelos. De ese encuentro
nace este elenco de bienaventuranzas que son el horizonte hacia el
cual somos invitados y desafiados a caminar. Las bienaventuranzas
no nacen de una actitud pasiva frente a la realidad, ni tampoco
pueden nacer de un espectador que se vuelve un triste autor de
estadísticas de lo que acontece. No nacen de los profetas de
desventuras que se contentan con sembrar desilusión. Tampoco de
espejismos que nos prometen la felicidad con un «clic», en un abrir
y cerrar de ojos. Por el contrario, las bienaventuranzas nacen del
corazón compasivo de Jesús que se encuentra con el corazón de
hombres y mujeres que quieren y anhelan una vida bendecida; de
hombres y mujeres que saben de sufrimiento; que conocen el
desconcierto y el dolor que se genera cuando «se te mueve el piso»
o «se inundan los sueños» y el trabajo de toda una vida se viene
abajo; pero más saben de tesón y de lucha para salir adelante; más
saben de reconstrucción y de volver a empezar.
¡Cuánto
conoce el corazón chileno de reconstrucciones y de volver a empezar;
cuánto conocen ustedes de levantarse después de tantos derrumbes!
¡A ese corazón apela Jesús; para ese corazón son las
bienaventuranzas!
Las
bienaventuranzas no nacen de actitudes criticonas ni de la
«palabrería barata» de aquellos que creen saberlo todo pero no se
quieren comprometer con nada ni con nadie, y terminan así bloqueando
toda posibilidad de generar procesos de transformación y
reconstrucción en nuestras comunidades, en nuestras vidas. Las
bienaventuranzas nacen del corazón misericordioso que no se cansa de
esperar. Y experimenta que la esperanza «es el nuevo día, la
extirpación de una inmovilidad, el sacudimiento de una postración
negativa» (Pablo Neruda, El habitante y su esperanza, 5).
Jesús,
al decirle bienaventurado al pobre, al que ha llorado, al afligido,
al paciente, al que ha perdonado… viene a extirpar la inmovilidad
paralizante del que cree que las cosas no pueden cambiar, del que ha
dejado de creer en el poder transformador de Dios Padre y en sus
hermanos, especialmente en sus hermanos más frágiles, en sus
hermanos descartados. Jesús, al proclamar las bienaventuranzas viene
a sacudir esa postración negativa llamada resignación que nos hace
creer que se puede vivir mejor si nos escapamos de los problemas, si
huimos de los demás; si nos escondemos o encerramos en nuestras
comodidades, si nos adormecemos en un consumismo tranquilizante (cf.
Exhort. ap. Evangelii
gaudium,
2). Esa resignación que nos lleva a aislarnos de todos, a
dividirnos, separarnos; a hacernos los ciegos frente a la vida y al
sufrimiento de los otros.
Las
bienaventuranzas son ese nuevo día para todos aquellos que siguen
apostando al futuro, que siguen soñando, que siguen dejándose tocar
e impulsar por el Espíritu de Dios.
Qué
bien nos hace pensar que Jesús desde el Cerro Renca o Puntilla viene
a decirnos: bienaventurados… Sí, bienaventurado vos y vos;
bienaventurados ustedes que se dejan contagiar por el Espíritu de
Dios y luchan y trabajan por ese nuevo día, por ese nuevo Chile,
porque de ustedes será el reino de los cielos. «Bienaventurados los
que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios» (Mt
5,9).
Frente
a la resignación que como un murmullo grosero socava nuestros lazos
vitales y nos divide, Jesús nos dice: bienaventurados los que se
comprometen por la reconciliación. Felices aquellos que son capaces
de ensuciarse las manos y trabajar para que otros vivan en paz.
Felices aquellos que se esfuerzan por no sembrar división. De esta
manera, la bienaventuranza nos hace artífices de paz; nos invita a
comprometernos para que el espíritu de la reconciliación gane
espacio entre nosotros. ¿Quieres dicha? ¿Quieres felicidad? Felices
los que trabajan para que otros puedan tener una vida dichosa.
¿Quieres paz?, trabaja por la paz.
No
puedo dejar de evocar a ese gran pastor que tuvo Santiago cuando en
un Te
Deum decía:
«“Si quieres la paz, trabaja por la justicia” … Y si alguien
nos pregunta: “¿qué es la justicia?” o si acaso consiste
solamente en “no robar”, le diremos que existe otra justicia: la
que exige que cada hombre sea tratado como hombre» (Card. Raúl
Silva Henríquez, Homilía en el Te
Deum Ecuménico,
18 septiembre 1977).
¡Sembrar
la paz a golpe de proximidad (gran aplauso al Papa), a golpe de
vecindad! A golpe de salir de casa y mirar rostros, de ir al
encuentro de aquel que lo está pasando mal, que no ha sido tratado
como persona, como un digno hijo de esta tierra. Esta es la única
manera que tenemos de tejer un futuro de paz, de volver a hilar una
realidad que se puede deshilachar. El trabajador de la paz sabe que
muchas veces es necesario vencer grandes o sutiles mezquindades y
ambiciones, que nacen de pretender crecer y «darse un nombre», de
tener prestigio a costa de otros. El trabajador de la paz sabe que no
alcanza con decir: no le hago mal a nadie, ya que como decía san
Alberto Hurtado: «Está muy bien no hacer el mal, pero está muy mal
no hacer el bien» (el Papa recibe un gran aplauso) (Meditación
radial, abril 1944).
Construir
la paz es un proceso que nos convoca y estimula nuestra creatividad
para gestar relaciones capaces de ver en mi vecino no a un extraño,
a un desconocido, sino a un hijo de esta tierra.
Encomendémonos
a la Virgen Inmaculada que desde el Cerro San Cristóbal cuida y
acompaña esta ciudad. Que ella nos ayude a vivir y a desear el
espíritu de las bienaventuranzas; para que en todos los rincones de
esta ciudad se escuche como un susurro: «Bienaventurados los que
trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios» (Mt 5,9). 17.01.18
Misa en Temuco, Chile: “Señor, haznos artesanos de unidad”
Homilía
de Francisco en el Aeródromo de Maquehue
/17
enero 2018).- “Nos necesitamos desde nuestras diferencias para que
esta tierra siga siendo bella. Es la única arma que tenemos contra
la «deforestación» de la esperanza. Por eso pedimos: Señor,
haznos artesanos de unidad”.
Son
palabras del Papa Francisco en la homilía que ha ofrecido a las
150.000 personas que han participado en la “Misa por el progreso de
los pueblos”, celebrada en el Aeródromo de Maquehue, en Temuco,
capital de La Araucanía (sur de Chile), en la mañana de este
miércoles 17 de enero de 2018.
Francisco
ha comenzado su reflexión con unas palabras en lengua mapuche:
«Mari, Mari» (Buenos días); «Küme tünngün ta niemün» (La paz
esté con ustedes), y ha recordado a “todos los que sufrieron y
murieron” en este aeródromo de Maquehue, en el cual tuvieron lugar
graves violaciones de derechos humanos, y ha pedido “por los que
cada día llevan sobre sus espaldas el peso de tantas injusticias”.
Solidaridad
para tejer la unidad
El
Santo Padre ha señalado de la importancia de la “unidad” al
pueblo chileno: “La unidad que nuestros pueblos necesitan reclama
que nos escuchemos, pero principalmente que nos reconozcamos. Esto
nos introduce en el camino de la solidaridad como forma de tejer la
unidad, como forma de construir la historia”.
“La
unidad, si quiere construirse desde el reconocimiento y la
solidaridad, no puede aceptar cualquier medio para lograr este fin”,
ha anunciado Francisco.
Cultura
del reconocimiento mutuo
En
primer lugar –ha explicado–“Debemos estar atentos a la
elaboración de ‘bellos’ acuerdos que nunca llegan a concretarse.
Bonitas palabras, planes acabados, sí —y necesarios—, pero que
al no volverse concretos terminan `borrando con el codo, lo escrito
con la mano´. Esto también es violencia, porque frustra la
esperanza”, ha advertido el Pontífice.
Es
imprescindible defender –en segundo lugar– que una cultura del
reconocimiento mutuo no puede construirse en base a la violencia y
destrucción que termina cobrándose vidas humanas.
La
violencia termina volviendo mentirosa la causa más justa”, ha
asegurado el Papa. “La violencia –ha continuado– termina
volviendo mentirosa la causa más justa. Por eso decimos `no a la
violencia que destruye´, en ninguna de sus dos formas”.
Homilía
del Papa Francisco
«Mari,
Mari» (Buenos días)
«Küme tünngün ta niemün» (La paz esté con ustedes) (Lc 24,36).
Doy
gracias a Dios por permitirme visitar esta linda parte de nuestro
continente, la Araucanía: Tierra bendecida por el Creador con la
fertilidad de inmensos campos verdes, con bosques cuajados de
imponentes araucarias —el quinto elogio realizado por Gabriela
Mistral a esta tierra chilena—,[1] sus majestuosos volcanes
nevados, sus lagos y ríos llenos de vida. Este paisaje nos eleva a
Dios y es fácil ver su mano en cada criatura. Multitud de
generaciones de hombres y mujeres han amado y aman este suelo con
celosa gratitud. Y quiero detenerme y saludar de manera especial a
los miembros del pueblo Mapuche, así como también a los demás
pueblos originarios que viven en estas tierras australes: rapanui
(Isla de Pascua), aymara, quechua y atacameños, y tantos otros.
Esta
tierra, si la miramos con ojos de turistas, nos dejará extasiados,
pero luegoseguiremos
nuestro rumbo sin más; pero si nos acercamos a su suelo, lo
escucharemos cantar: «Arauco tiene una pena que no la puedo callar,
son injusticias de siglos que todos ven aplicar».[2]
En
este contexto de acción de gracias por esta tierra y por su gente,
pero también de pena y dolor, celebramos la Eucaristía. Y lo
hacemos en este aeródromo de Maquehue, en el cual tuvieron
lugar graves violaciones de derechos humanos. Esta celebración la
ofrecemos por todos los que sufrieron y murieron, y por los que cada
día llevan sobre sus espaldas el peso de tantas injusticias. La
entrega de Jesús en la cruz carga con todo el pecado y el dolor de
nuestros pueblos, un dolor para ser redimido.
En
el Evangelio que hemos escuchado, Jesús ruega al Padre para que
«todos sean uno» (Jn 17,21). En una hora crucial de su vida se
detiene a pedir por la unidad. Su corazón sabe que una de las peores
amenazas que golpea y golpeará a los suyos y a la humanidad toda
será la división y el enfrentamiento, el avasallamiento de unos
sobre otros. ¡Cuántas lágrimas derramadas! Hoy nos queremos
agarrar a esta oración de Jesús, queremos entrar con Él en este
huerto de dolor, también con nuestros dolores, para pedirle al Padre
con Jesús: que también nosotros seamos uno; no permitas que nos
gane el enfrentamiento ni la división.
Esta
unidad clamada por Jesús es un don que hay que pedir con insistencia
por el bien de nuestra tierra y de sus hijos. Y es necesario estar
atentos a posibles tentaciones que pueden aparecer y «contaminar
desde la raíz» este don que Dios nos quiere regalar y con el que
nos invita a ser auténticos protagonistas de la historia.
1.
Los falsos sinónimos
Una
de las principales tentaciones a enfrentar es confundir unidad con
uniformidad. Jesús no le pide a su Padre que todos sean iguales,
idénticos; ya que la unidad no nace ni nacerá de neutralizar o
silenciar las diferencias. La unidad no es un simulacro ni de
integración forzada ni de marginación armonizadora. La riqueza de
una tierra nace precisamente de que cada parte se anime a compartir
su sabiduría con los demás. No es ni será una uniformidad
asfixiante que nace normalmente del predominio y la fuerza del más
fuerte, ni tampoco una separación que no reconozca la bondad de los
demás. La unidad pedida y ofrecida por Jesús reconoce lo que cada
pueblo, cada cultura está invitada a aportar en esta bendita tierra.
La unidad es una diversidad reconciliada porque no tolera que en su
nombre se legitimen las injusticias personales o comunitarias.
Necesitamos de la riqueza que cada pueblo tenga para aportar, y dejar
de lado la lógica de creer que existen culturas superiores o
inferiores. Un bello «chamal» requiere de tejedores que sepan el
arte de armonizar los diferentes materiales y colores; que sepan
darle tiempo a cada cosa y a cada etapa. Se podrá imitar
industrialmente, pero todos reconoceremos que es una prenda
sintéticamente compactada. El arte de la unidad necesita y reclama
auténticos artesanos que sepan armonizar las diferencias en los
«talleres» de los poblados, de los caminos, de las plazas y
paisajes. No es un arte de escritorio, ni tan solo de documentos, es
un arte de la escucha y del reconocimiento. En eso radica su belleza
y también su resistencia al paso del tiempo y de las inclemencias
que tendrá que enfrentar.
La
unidad que nuestros pueblos necesitan reclama que nos escuchemos,
peroprincipalmente
que nos reconozcamos, que no significa tan sólo «recibir
información sobre los demás… sino de recoger lo que el Espíritu
ha sembrado en ellos como un don también para nosotros».[3] Esto
nos introduce en el camino de la solidaridad como forma de tejer la
unidad, como forma de construir la historia; esa solidaridad que nos
lleva a decir: nos necesitamos desde nuestras diferencias para que
esta tierra siga siendo bella. Es la única arma que tenemos contra
la «deforestación» de la esperanza. Por eso pedimos: Señor,
haznos artesanos de unidad. (Aplauso)
Otra
tentación puede venir en la consideración de cuales son las armas
de la unidad.
- Las armas de la unidadLa unidad, si quiere construirse desde el reconocimiento y la solidaridad, no puede aceptar cualquier medio para lograr este fin. Existen dos formas de violencia que más que impulsar los procesos de unidad y reconciliación terminan amenazándolos. En primer lugar, debemos estar atentos a la elaboración de «bellos» acuerdos que nunca llegan a concretarse. Bonitas palabras, planes acabados, sí —y necesarios—, pero que al no volverse concretos terminan «borrando con el codo, lo escrito con la mano». Esto también es violencia, porque frustra la esperanza (Aplauso)
En
segundo lugar, es imprescindible defender que una cultura del
reconocimiento mutuo no puede construirse en base a la violencia y
destrucción que termina cobrándose vidas humanas. No se puede pedir
reconocimiento aniquilando al otro, porque esto lo único que
despierta es mayor violencia y división. La violencia llama a la
violencia, la destrucción aumenta la fractura y separación. La
violencia termina volviendo mentirosa la causa más justa. Por eso
decimos «no a la violencia que destruye», en ninguna de sus dos
formas.
Estas
actitudes son como lava de volcán que todo arrasa, todo quema,
dejando a su paso sólo esterilidad y desolación. Busquemos, en
cambio, el camino de la no violencia activa, «como un estilo de
política para la paz».[4] Busquemos, en cambio, y no nos cansemos
de buscar el diálogo para la unidad. Por eso decimos con fuerza:
Señor, haznos artesanos de unidad.
Todos
nosotros que, en cierta medida, somos pueblo de la tierra (Gn 2,7)
estamos llamados al Buen vivir (Küme Mongen) como nos los recuerda
la sabiduría ancestral del pueblo Mapuche. ¡Cuánto camino a
recorrer, cuánto camino para aprender! Küme Mongen, un anhelo hondo
que brota no sólo de nuestros corazones, sino que resuena como un
grito, como un canto en toda la creación. Por eso, hermanos, por los
hijos de esta tierra, por los hijos de sus hijos digamos con Jesús
al Padre: que también nosotros seamos uno; Señor, haznos artesanos
de unidad. (Aplausos)
18.01.18
18.01.18
Misa en Iquique: El Papa exhorta a “estar atentos” como María en Caná
Homilía
del Papa en la ‘Misa por la integración de los pueblos’
(18
enero 2018).- “Iquique es tierra de sueños, tierra que ha sabido
albergar a gente de distintos pueblos y culturas que han tenido que
dejar a los suyos, marcharse”, ha recordado el Papa. “Busquemos
que siga siendo también tierra de hospitalidad”, ha exhortado.
Homilía
del Papa Francisco en la “Misa por la integración de los pueblos”,
celebrada en el Campus de Lobito, en Iquique, al norte de Chile, a
las 11:30 horas del jueves, 18 de enero de 2018, último día del
Santo Padre en el país.
“El
Evangelio es una constante invitación a la alegría”, una alegría
que se contagia de generación en generación y de la cual somos
herederos porque somos cristiano, ha señalado Francisco. “¡Cómo
saben ustedes, queridos hermanos del norte chileno a vivir la fe y la
vida en clima de fiesta!”, ha indicado.
Estar
atentos”
Así,
ha pedido que como María en Caná, “busquemos aprender a estar
atentos en nuestras plazas y poblados, y reconocer a aquellos que
tienen la vida «aguada»; que han perdido —o les han robado— las
razones para celebrar”.
El
Papa ha exhortado a “estar atentos”: “Estemos atentos a todas
las situaciones de injusticia y a las nuevas formas de explotación
que exponen a tantos hermanos a perder la alegría de la fiesta”.
“Estemos
atentos –ha continuado el Pontífice– frente a la precarización
del trabajo que destruye vidas y hogares”; “Estemos atentos a los
que se aprovechan de la irregularidad de muchos migrantes porque no
conocen el idioma o no tienen los papeles en «regla»”; “Estemos
atentos a la falta de techo, tierra y trabajo de tantas familias, y
como María digamos con fe: no tienen vino, Señor”.
Homilía
del Papa Francisco
«Este
fue el primero de los signos de Jesús, y lo hizo en la ciudad de
Caná de Galilea» (Jn 2,11).
Así
termina el Evangelio que hemos escuchado, y que nos muestra la
aparición pública de Jesús: nada más y nada menos que en una
fiesta. No podría ser de otra forma, ya que el Evangelio es una
constante invitación a la alegría. Desde el inicio, el Ángel le
dice a María: «Alégrate» (Lc 1,28). Alégrense, le dijo a
los pastores; alégrate, le dijo a Isabel, mujer anciana y estéril…;
alégrate, le hizo sentir Jesús al ladrón, porque hoy estarás
conmigo en el paraíso (cf. Lc 23,43).
El
mensaje del Evangelio es fuente de gozo: «Les he dicho estas cosas
para que mi alegría esté en ustedes, y esa alegría sea plena» (Jn
15,11). Una alegría que se contagia de generación en generación
y de la cual somos herederos. Porque somos cristianos.
¡Cómo
saben ustedes de esto, queridos hermanos del norte chileno! ¡Cómo
saben vivir la fe y la vida en clima de fiesta! Vengo como peregrino
a celebrar con ustedes esta manera hermosa de vivir la fe. Sus
fiestas patronales, sus bailes religiosos —que se prolongan hasta
por una semana—, su música, sus vestidos hacen de esta zona un
santuario de piedad y espiritualidad popular. Porque no es una fiesta
que queda encerrada dentro del templo, sino que ustedes logran vestir
a todo el poblado de fiesta. Ustedes saben celebrar cantando y
danzando «la paternidad, la providencia, la presencia amorosa y
constante de Dios. Así llegan a engendrar actitudes interiores que
raramente pueden observarse en el mismo grado en quienes no poseen
esa religiosidad: paciencia, sentido de la cruz en la vida cotidiana,
desapego, aceptación de los demás, devoción».[1] Cobran vida las
palabras del profeta Isaías: «Entonces el desierto será un vergel
y el vergel parecerá un bosque» (32,
Esta
tierra, abrazada por el desierto más seco del mundo, logra vestirse
de fiesta. En
este clima de fiesta, el Evangelio nos presenta la acción de María
para que la alegría prevalezca. Ella está atenta a todo lo que pasa
a su alrededor y, como buena Madre, no se queda quieta y así logra
darse cuenta de que en la fiesta, en la alegría compartida, algo
estaba pasando: había algo que estaba por «aguar» la fiesta. Y,
acercándose a su Hijo, las únicas palabras que le escuchamos decir
son: «No tienen vino» (Jn
2,3).
Y
así María anda por nuestros poblados, calles, plazas, casas,
hospitales. María es la Virgen de la Tirana; la Virgen Ayquina en
Calama; la Virgen de las Peñas en Arica, que anda por todos nuestros
entuertos familiares, esos que parecen ahogarnos el corazón para
acercarse al oído de Jesús y decirle: mira, «no tienen vino».
Y
luego no se queda callada, se acerca a los que servían en la fiesta
y les dice: «Hagan todo lo que Él les diga» (Jn 2,5).
María, mujer de pocas palabras, pero bien concretas, también se
acerca a cada uno de nosotros a decirnos tan sólo: «Hagan todo lo
que Él les diga». Y de este modo se desata el primer milagro de
Jesús: hacer sentir a sus amigos que ellos también son parte del
milagro. Porque Cristo «vino a este mundo no para hacer una obra
solo, sino con nosotros –el milagro lo hace con nosotros–, con
todos nosotros, para ser la cabeza de un cuerpo cuyas células vivas
somos nosotros, libres y activas».[2] Así hace el milagro Jesús.
Con nosotros.
El
milagro comienza cuando los servidores acercan los barriles con agua
que estaban destinados a la purificación. Así también cada uno de
nosotros puede comenzar el milagro, es más, cada uno de nosotros
está invitado a ser parte del milagro para otros.
Hermanos,
Iquique es tierra de sueños —eso significa el nombre en aymara—;
tierra que ha sabido albergar a gente de distintos pueblos y
culturas. Gente que han tenido que dejar a los suyos, marcharse. Una
marcha siempre basada en la esperanza por obtener una vida mejor,
pero sabemos que va siempre acompañada de mochilas cargadas con
miedo e incertidumbre por lo que vendrá.
Iquique
es una zona de inmigrantes que nos recuerda la grandeza de hombres y
mujeres; de familias enteras que, ante la adversidad, no se dan por
vencidas y se abren paso buscando vida. Ellos —especialmente los
que tienen que dejar su tierra porque no encuentran lo mínimo
necesario para vivir— son imagen de la Sagrada Familia que tuvo que
atravesar desiertos para poder seguir con vida.
Esta
tierra es tierra de sueños, pero busquemos que siga siendo también
tierra de hospitalidad. Hospitalidad festiva, porque sabemos bien que
no hay alegría cristiana cuando se cierran puertas; no hay alegría
cristiana cuando se les hace sentir a los demás que sobran o que
entre nosotros no tienen lugar (cf. Lc
16,19-31).
Como
María en Caná, busquemos aprender a estar atentos en nuestras
plazas y poblados, y reconocer a aquellos que tienen la vida
«aguada»; que han perdido —o les han robado— las razones para
celebrar; Los tristes de corazón. Y no tengamos miedo de alzar
nuestras voces para decir: «no tienen vino». El clamor del pueblo
de Dios, el clamor del pobre, que tiene forma de oración y ensancha
el corazón y nos enseña a estar atentos. Estemos atentos a todas
las situaciones de injusticia y a las nuevas formas de explotación
que exponen a tantos hermanos a perder la alegría de la fiesta.
Estemos atentos frente a la precarización del trabajo que destruye
vidas y hogares. Estemos atentos a los que se aprovechan de la
irregularidad de muchos inmigrantes porque no conocen el idioma o no
tienen los papeles en «regla». Estemos atentos a la falta de techo,
tierra y trabajo de tantas familias. Y como María digamos con fe: no
tienen vino, Señor. Como
los servidores de la fiesta aportemos lo que tengamos, por poco que
parezca. Al igual que ellos, no tengamos miedo a «dar una mano», y
que nuestra solidaridad y nuestro compromiso con la justicia sean
parte del baile o la canción que podamos entonarle a nuestro Señor.
Aprovechemos también a aprender y a dejarnos impregnar por los
valores, la sabiduría y la fe que los inmigrantes traen consigo. Sin
cerrarnos a esas «tinajas» llenas de sabiduría e historia que
traen quienes siguen arribando a estas tierras. No nos privemos de
todo lo bueno que tienen para aportar.
Y
después dejemos a Jesús que termine el milagro, transformando
nuestras comunidades y nuestros corazones en signo vivo de su
presencia, que es alegre y festiva porque hemos experimentado que
Dios-está-con-nosotros, porque hemos aprendido a hospedarlo en medio
de nuestro corazón. Alegría y fiesta contagiosa que nos lleva a no
dejar a nadie fuera del anuncio de esta Buena Nueva; y a trasmitirle
todo lo que hay de nuestra cultura originaria, para enriquecerlo
también con lo nuestro, con nuestras tradiciones, con nuestra
sabiduría ancestral, para que el que viene encuentre sabiduría y dé
sabiduría. Eso es fiesta. Eso es agua convertida en vino. Eso es el
milagro que hace Jesús.
Que
María, bajo las distintas advocaciones de esta bendecida tierra del
norte, siga susurrando al oído de su Hijo Jesús: «no tienen vino»,
y en nosotros sigan haciéndose carne sus palabras: «hagan todo lo
que Él les diga».
19.01.18
19.01.18
Pueblos amazónicos de Perú: “La Iglesia no es ajena a vuestras vidas”
Discurso
del Papa a los indígenas de la selva
(19
enero 2018).-“He deseado mucho este momento, quise empezar por aquí
mi visita a Perú” dijo el Papa Francisco a los cerca de 4.000
representantes de los diferentes pueblos amazónicos de Perú, en el
encuentro celebrado en el Coliseo Madre de Dios, en Puerto Maldonado,
a las 10:30 horas.
Así,
Francisco ha saludado a todos los pueblos amazónicos: Harakbut,
Esse-ejas, Matsiguenkas, Yines, Shipibos, Asháninkas, Yaneshas,
Kakintes, Nahuas, Yaminahuas, Juni Kuin, Madijá, Manchineris,
Kukamas, Kandozi, Quichuas, Huitotos, Shawis, Achuar, Boras, Awajún,
Wampís, entre otros.
“Permítanme
decir: ¡Alabado seas Señor por esta obra maravillosa de tus pueblos
amazónicos y por toda la biodiversidad que estas tierras
envuelven!”, les ha dicho.
“Cada
cultura y cada cosmovisión que recibe el Evangelio enriquece a la
Iglesia con la visión de una nueva faceta del rostro de Cristo. La
Iglesia no es ajena a vuestra problemática y a vuestras vidas, no
quiere ser extraña a vuestra forma de vida y organización”, han
sido las palabras del Papa.
En
el Coliseo, después de los cánticos y danzas de bienvenida a cargo
de los ancianos Arambut, el Vicario Apostólico de Puerto Maldonado,
Mons. David Martínez de Aguirre Guinea, ha dirigido su discurso
de bienvenida al Papa Francisco.
“Le
pedimos que nos defienda”
Asimismo,
han ofrecido unas palabras al Santo Padre Héctor Sueyo y Yésica
Patiachi del Pueblo Harakbut, y le han pedido que les defienda: “Los
foráneos nos ven débiles e insisten en quitarnos nuestro territorio
de distintas formas. Si logran quitarnos nuestras tierras, podemos
desaparecer”, han denunciado los indígenas de la Amazonía.
También
ha saludado al Papa la indígena awajún María Luzmila Bermeo,
procedente de Condorcanqui, de la Amazonia peruana, quien le ha
confesado: “Me preocupa que perdamos la oportunidad de aprender
valores cristianos necesarios para criar bien a los hijos, el respeto
a la familia, el orden, la obediencia a los padres. Los mismos awajun
también hemos perdido muchos valores y ahora está peor, los jóvenes
están aprendiendo vicios y malas costumbres que afectan a nuestra
comunidad”.
Además,
4 representantes de los pueblos amazónicos han leído al Papa
algunos fragmentos de su Encíclica ‘Laudato Si´’ sobre el
cuidado de la Casa Común.
Finalmente,
han puesto al Papa una corona de flores en la cabeza y dos collares
rojos artesanales, y le han regalado un gran pergamino grande de
colores en el que está dibujado el rostro de Francisco, una estola
hecha a mano, y un trozo de madera de árbol grabado, entre otros
dones.
Discurso
del Papa Francisco
Queridos
hermanos y hermanas:
Junto
a ustedes me brota el canto de san Francisco: «Alabado seas, mi
Señor». Sí, alabado seas por la oportunidad que nos regalas con
este encuentro. Gracias Mons. David Martínez de Aguirre Guinea,
señor Héctor, señora Yésica y señora María Luzmila por sus
palabras de bienvenida y por sus testimonios. En ustedes quiero
agradecer y saludar a todos los habitantes de la Amazonia.
Veo
que han venido de los diferentes pueblos originarios de la Amazonia:
Harakbut, Esse-ejas, Matsiguenkas, Yines, Shipibos, Asháninkas,
Yaneshas, Kakintes, Nahuas, Yaminahuas, Juni Kuin, Madijá,
Manchineris, Kukamas, Kandozi, Quichuas, Huitotos, Shawis, Achuar,
Boras, Awajún, Wampís, entre otros. También veo que nos acompañan
pueblos procedentes del Ande que se han venido a la selva y se han
hecho amazónicos. He deseado mucho este encuentro. Gracias por
vuestra presencia y por ayudarme a ver más de cerca, en vuestros
rostros, el reflejo de esta tierra. Un rostro plural, de una variedad
infinita y de una enorme riqueza biológica, cultural, espiritual.
Quienes no habitamos estas tierras necesitamos de vuestra sabiduría
y conocimiento para poder adentrarnos, sin destruir, el tesoro que
encierra esta región, y se hacen eco las palabras del Señor a
Moisés: «Quítate las sandalias, porque el suelo que estás pisando
es una tierra santa» (Ex 3,5).
Permítanme
una vez más decir: ¡Alabado seas Señor por esta obra maravillosa
de tus pueblos amazónicos y por toda la biodiversidad que estas
tierras envuelven!
Este
canto de alabanza se entrecorta cuando escuchamos y vemos las hondas
heridas que llevan consigo la Amazonia y sus pueblos. Y he querido
venir a visitarlos y escucharlos, para estar juntos en el corazón de
la Iglesia, unirnos a sus desafíos y con ustedes reafirmar una
opción sincera por la defensa de la vida, defensa de la tierra y
defensa de las culturas.
Probablemente
los pueblos originarios amazónicos nunca hayan estado tan amenazados
en sus territorios como lo están ahora. La Amazonia es tierra
disputada desde varios frentes: por una parte, el neo-extractivismo y
la fuerte presión por grandes intereses económicos que dirigen su
avidez sobre petróleo, gas, madera, oro, monocultivos
agroindustriales. Por otra parte, la amenaza contra sus territorios
también viene por la perversión de ciertas políticas que promueven
la «conservación» de la naturaleza sin tener en cuenta al ser
humano y, en concreto, a ustedes hermanos amazónicos que habitan en
ellas. Sabemos de movimientos que, en nombre de la conservación de
la selva, acaparan grandes extensiones de bosques y negocian con
ellas generando situaciones de opresión a los pueblos originarios
para quienes, de este modo, el territorio y los recursos naturales
que hay en ellos se vuelven inaccesibles. Esta problemática provoca
asfixia a sus pueblos y migración de las nuevas generaciones ante la
falta de alternativas locales. Hemos de romper con el paradigma
histórico que considera la Amazonia como una despensa inagotable de
los Estados sin tener en cuenta a sus habitantes.
Considero
imprescindible realizar esfuerzos para generar espacios
institucionales de respeto, reconocimiento y diálogo con los pueblos
nativos; asumiendo y rescatando la cultura, lengua, tradiciones,
derechos y espiritualidad que les son propias. Un diálogo
intercultural en el cual ustedes sean los «principales
interlocutores, sobre todo a la hora de avanzar en grandes proyectos
que afecten a sus espacios». [1] El reconocimiento y el diálogo
será el mejor camino para transformar las históricas relaciones
marcadas por la exclusión y la discriminación.
Como
contraparte, es justo reconocer que existen iniciativas
esperanzadoras que surgen de vuestras bases y organizaciones, y
propician que sean los propios pueblos originarios y comunidades los
guardianes de los bosques, y que los recursos que genera la
conservación de los mismos revierta en beneficio de sus familias, en
la mejora de sus condiciones de vida, en la salud y educación de sus
comunidades. Este «buen hacer» va en sintonía con las prácticas
del «buen vivir» que descubrimos en la sabiduría de nuestros
pueblos. Y permítanme decirles que si, para algunos, ustedes son
considerados un obstáculo o un «estorbo», en verdad, con sus vidas
son un grito a la conciencia de un estilo de vida que no logra
dimensionar los costes del mismo. Ustedes son memoria viva de la
misión que Dios nos ha encomendado a todos: cuidar la Casa Común.
La
defensa de la tierra no tiene otra finalidad que no sea la defensa de
la vida. Sabemos del sufrimiento que algunos de ustedes padecen por
los derrames de hidrocarburos que amenazan seriamente la vida de sus
familias y contaminan su medio natural.
Paralelamente,
existe otra devastación de la vida que viene acarreada con esta
contaminación ambiental propiciada por la minería ilegal. Me
refiero a la trata de personas: la mano de obra esclava o el abuso
sexual. La violencia contra las adolescentes y contra las mujeres es
un clamor que llega al cielo. «Siempre me angustió la situación de
los que son objeto de las diversas formas de trata de personas.
Quisiera que se escuchara el grito de Dios preguntándonos a todos:
“¿Dónde está tu hermano?” (Gn 4,9). ¿Dónde está tu hermano
esclavo? […] No nos hagamos los distraídos. Hay mucha complicidad.
¡La pregunta es para todos!». [2]
Cómo
no recordar a santo Toribio cuando constataba con gran pesar en el
tercer Concilio Limense «que no solamente en tiempos pasados se les
hayan hecho a estos pobres tantos agravios y fuerzas con tanto
exceso, sino también hoy muchos procuran hacer lo mismo…» (Ses.
III, c.3). Por desgracia, después de cinco siglos estas palabras
siguen siendo actuales. Las palabras proféticas de aquellos hombres
de fe —como nos lo han recordado Héctor y Yésica—, son el grito
de esta gente, que muchas veces está silenciada o se les quita la
palabra. Esa profecía debe permanecer en nuestra Iglesia, que nunca
dejará de clamar por los descartados y por los que sufren.
De
esta preocupación surge la opción primordial por la vida de los más
indefensos. Estoy pensando en los pueblos a quienes se refiere como
«Pueblos Indígenas en Aislamiento Voluntario» (PIAV). Sabemos que
son los más vulnerables de entre los vulnerables. El rezago de
épocas pasadas les obligó a aislarse hasta de sus propias etnias,
emprendieron una historia de cautiverio en los lugares más
inaccesibles del bosque para poder vivir en libertad. Sigan
defendiendo a estos hermanos más vulnerables. Su presencia nos
recuerda que no podemos disponer de los bienes comunes al ritmo de la
avidez del consumo. Es necesario que existan límites que nos ayuden
a preservarnos de todo intento de destrucción masiva del hábitat
que nos constituye.
El
reconocimiento de estos pueblos —que nunca pueden ser considerados
una minoría, sino auténticos interlocutores— así como de todos
los pueblos originarios nos recuerda que no somos los poseedores
absolutos de la creación. Urge asumir el aporte esencial que le
brindan a la sociedad toda, no hacer de sus culturas una idealización
de un estado natural ni tampoco una especie de museo de un estilo de
vida de antaño. Su cosmovisión, su sabiduría, tienen mucho que
enseñarnos a quienes no pertenecemos a su cultura. Todos los
esfuerzos que hagamos por mejorar la vida de los pueblos amazónicos
serán siempre pocos. [3]
La
cultura de nuestros pueblos es un signo de vida. La Amazonia, además
de ser una reserva de la biodiversidad, es también una reserva
cultural que debe preservarse ante los nuevos colonialismos. La
familia es y ha sido siempre la institución social que más ha
contribuido a mantener vivas nuestras culturas. En momentos de crisis
pasadas, ante los diferentes imperialismos, la familia de los pueblos
originarios ha sido la mejor defensa de la vida. Se nos pide un
especial cuidado para no dejarnos atrapar por colonialismos
ideológicos disfrazados de progreso que poco a poco ingresan
dilapidando identidades culturales y estableciendo un pensamiento
uniforme, único… y débil. Escuchen a los ancianos. Ellos tienen
una sabiduría que les pone en contacto con lo trascendente y les
hace descubrir lo esencial de la vida. No nos olvidemos que «la
desaparición de una cultura puede ser tanto o más grave que la
desaparición de una especie animal o vegetal».[4] Y la única
manera de que las culturas no se pierdan es porque se mantienen en
dinamismo, en constante movimiento. ¡Qué importante es lo que nos
decían Yésica y Héctor: «queremos que nuestros hijos estudien,
pero no queremos que la escuela borre nuestras tradiciones, nuestras
lenguas, no queremos olvidarnos de nuestra sabiduría ancestral»!
La
educación nos ayuda a tender puentes y a generar una cultura del
encuentro. La escuela y la educación de los pueblos originarios debe
ser una prioridad y compromiso del Estado; compromiso integrador e
inculturado que asuma, respete e integre como un bien de toda la
nación su sabiduría ancestral, nos lo señalaba María Luzmila.
Pido
a mis hermanos obispos que, como se viene haciendo incluso en los
lugares más alejados de la selva, sigan impulsando espacios de
educación intercultural y bilingüe en las escuelas y en los
institutos pedagógicos y universidades. [5] Felicito las iniciativas
que desde la Iglesia Amazónica peruana se llevan a cabo para la
promoción de los pueblos originarios: escuelas, residencias de
estudiantes, centros de investigación y promoción como el Centro
Cultural José Pío Aza, el CAAAP y CETA, novedosos e importantes
espacios universitarios interculturales como NOPOKI, dirigidos
expresamente a la formación de los jóvenes de las diferentes etnias
de nuestra Amazonia.
Felicito
también a todos aquellos jóvenes de los pueblos originarios que se
esfuerzan por hacer, desde el propio punto de vista, una nueva
antropología y trabajan por releer la historia de sus pueblos desde
su perspectiva. También felicito a aquellos que, por medio de la
pintura, la literatura, la artesanía, la música, muestran al mundo
su cosmovisión y su riqueza cultural. Muchos han escrito y hablado
sobre ustedes. Está bien, que ahora sean ustedes mismos quienes se
autodefinan y nos muestren su identidad. Necesitamos escucharles.
¡Cuántos
misioneros y misioneras se han comprometido con sus pueblos y han
defendido sus culturas! Lo han hecho inspirados en el Evangelio.
Cristo también se encarnó en una cultura, la hebrea, y a partir de
ella, se nos regaló como novedad a todos los pueblos de manera que
cada uno, desde su propia identidad, se sienta autoafirmado en Él.
No sucumban a los intentos que hay por desarraigar la fe católica de
sus pueblos. [6] Cada cultura y cada cosmovisión que recibe el
Evangelio enriquece a la Iglesia con la visión de una nueva faceta
del rostro de Cristo. La Iglesia no es ajena a vuestra problemática
y a sus vidas, no quiere ser extraña a vuestra forma de vida y
organización. Necesitamos que los pueblos originarios moldeen
culturalmente las Iglesias locales amazónicas. Ayuden a sus obispos,
misioneros y misioneras, para que se hagan uno con ustedes, y de esta
manera dialogando entre todos, puedan plasmar una Iglesia con rostro
amazónico y una Iglesia con rostro indígena. Con este espíritu
convoqué un Sínodo para la Amazonia para el año 2019.
Confío
en la capacidad de resiliencia de los pueblos y su capacidad de
reacción ante los difíciles momentos que les toca vivir. Así lo
han demostrado en los diferentes embates de la historia, con sus
aportes, con su visión diferenciada de las relaciones humanas, con
el medio ambiente y con la vivencia de la fe.
Rezo
por ustedes, por su tierra bendecida por Dios, y les pido, por favor,
no se olviden de rezar por mí.
Muchas
gracias.
20.01.18
20.01.18
Misa en Trujillo: “Los peruanos no tienen derecho a dejarse robar la esperanza”
Homilía
del Papa en la explanada de Huanchaco
(20
enero 2018).- “Los peruanos, en este momento de la historia, no
tienen derecho a dejarse robar la esperanza”, ha señalado el Papa
Francisco en la Misa de Trujillo. “No hay otra salida mejor
que la del Evangelio: se llama Jesucristo”.
El
Papa argentino, ha reflexionado en la homilía a partir del pasaje
del Evangelio de las vírgenes prudentes, en la Misa celebrada en la
explanada de Huanchaco, el sábado 20 de enero de 2018, en Trujillo,
ciudad costera del norte de Perú.
En
Jesús, tenemos la fuerza del Espíritu para no naturalizar lo que
nos hace daño, lo que nos seca el espíritu y lo que es peor, nos
roba la esperanza”. El m«sicariato», la falta de oportunidades
educativas y laborales,
o
la falta de techo seguro para tantas familias “pueden estar
azotando estas costas”; ha advertido el Papa Francisco.
El
Pontífice ha invitado a llenar siempre las vidas de Evangelio:
“Quiero estimularlos a que sean una comunidad que se deje ungir por
su Señor con el aceite del Espíritu. Él lo transforma todo, lo
renueva todo, lo conforta todo”.
Así,
Francisco ha asegurado que en Jesús, “tenemos el Espíritu que nos
mantiene unidos para sostenernos unos a otros” y en Jesús, “Dios
nos hace comunidad creyente que sabe sostenerse; comunidad que espera
y por lo tanto lucha para revertir y transformar las múltiples
adversidades”.
Homilía
del Papa Francisco
Estas
tierras tienen sabor a Evangelio. Todo el entorno que nos rodea, con
este inmenso mar de fondo, (aplauso) nos ayuda a comprender mejor la
vivencia que los apóstoles tuvieron con Jesús; y hoy, también
nosotros, estamos invitados a vivirla. Me alegra saber que han venido
desde distintos lugares del norte peruano para celebrar esta alegría
del Evangelio.
Los
discípulos de ayer, como tantos de ustedes hoy, se ganaban la vida
con la pesca. Salían en barcas, como algunos de ustedes siguen
saliendo en los «caballitos de totora», y tanto ellos como ustedes
con el mismo fin: ganarse el pan de cada día. En eso se juegan
muchos de nuestros cansancios cotidianos: poder sacar adelante a
nuestras familias y darles lo que las ayudará a construir un futuro
mejor.
Esta
«laguna con peces dorados», como la han querido llamar, ha sido
fuente de vida y bendición para muchas generaciones. Supo nutrir los
sueños y las esperanzas a lo largo del tiempo.
Ustedes,
al igual que los apóstoles, conocen la bravura de la naturaleza y
han experimentado sus golpes. Así como ellos enfrentaron la
tempestad sobre el mar, a ustedes les tocó enfrentar el duro golpe
del «Niño costero», cuyas consecuencias dolorosas todavía están
presentes en tantas familias, especialmente aquellas que todavía no
pudieron reconstruir sus hogares. También por esto quise estar y
rezar aquí con ustedes (aplauso).
A
esta eucaristía traemos también ese momento tan difícil que
cuestiona y pone muchas veces en duda nuestra fe. Queremos unirnos a
Jesús. Él conoce el dolor y las pruebas; Él atravesó todos los
dolores para poder acompañarnos en los nuestros. Jesús en la cruz
quiere estar cerca de cada situación dolorosa para darnos su mano y
ayudar a levantarnos. Porque Él entró en nuestra historia, quiso
compartir nuestro camino y tocar nuestras heridas. No tenemos un Dios
ajeno a lo que sentimos y sufrimos, al contrario, en medio del dolor
nos entrega su mano.
Estos
sacudones cuestionan y ponen en juego el valor de nuestro espíritu y
de nuestras actitudes más elementales. Entonces nos damos cuenta de
lo importante que es no estar solos sino unidos, estar llenos de esa
unión que es fruto del Espíritu Santo.
¿Qué
les pasó a las muchachas del Evangelio que hemos escuchado? De
repente, sienten un grito que las despierta y las pone en movimiento.
Algunas se dieron cuenta que no tenían el aceite necesario para
iluminar el camino en la oscuridad, otras en cambio, llenaron sus
lámparas y pudieron encontrar e iluminar el camino que las llevaba
hacia el esposo. En el momento indicado cada una mostró de qué
había llenado su vida.
Lo
mismo nos pasa a nosotros. En determinadas circunstancias nos damos
cuenta con qué hemos llenado nuestra vida. ¡Qué importante es
llenar nuestras vidas con ese aceite que permite encender nuestras
lámparas en las múltiples situaciones de oscuridad y encontrar los
caminos para salir adelante!
Sé
que, en el momento de oscuridad, cuando sintieron el golpe del Niño,
estas tierras supieron ponerse en movimiento y estas tierras tenían
el aceite para ir corriendo y ayudarse como verdaderos hermanos.
Estaba el aceite de la solidaridad, de la generosidad que los puso en
movimiento y fueron al encuentro del Señor con innumerables gestos
concretos de ayuda. En medio de la oscuridad junto a tantos otros
fueron cirios vivos que iluminaron el camino con manos abiertas y
disponibles para paliar el dolor y compartir lo que tenían desde su
pobreza.
En
la lectura del Evangelio, podemos observar cómo las muchachas que no
tenían aceite se fueron al pueblo a comprarlo. En el momento crucial
de su vida, se dieron cuenta de que sus lámparas estaban vacías, de
que les faltaba lo esencial para encontrar el camino de la auténtica
alegría. Estaban solas y así quedaron fuera de la fiesta. Hay
cosas, como bien saben, que no se improvisan y mucho menos se
compran. El alma de una comunidad se mide en cómo logra unirse para
enfrentar los momentos difíciles, de adversidad, para mantener viva
la esperanza. Con esa actitud dan el mayor testimonio evangélico:
El
Señor nos dice: «En esto todos reconocerán que ustedes son mis
discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros» (Jn
13,35). Porque la fe nos abre a tener un amor concreto, de obras, de
manos tendidas, de compasión; que sabe construir y reconstruir la
esperanza cuando parece que todo se pierde. Así nos volvemos
partícipes de la acción divina, esa que nos describe el apóstol
Juan cuando nos muestra a Dios que enjuga las lágrimas de sus hijos.
Y esta tarea divina Dios la hace con la misma ternura que una madre
busca secar las lágrimas de sus hijos. Qué linda pregunta la que
nos hará el Señor: ¿cuántas lágrimas has secado hoy?
Otras
tormentas pueden estar azotando estas costas y, en la vida de los
hijos de estas tierras, tienen efectos devastadores. Tormentas que
también nos cuestionan como comunidad y ponen en juego el valor de
nuestro espíritu. Se llaman violencia organizada como el «sicariato»
y la inseguridad que esto genera; la falta de oportunidades
educativas y laborales, especialmente en los más jóvenes, que les
impide construir un futuro con dignidad; o la falta de techo seguro
para tantas familias forzadas a vivir en zonas de alta inestabilidad
y sin accesos seguros; así como tantas otras situaciones que ustedes
conocen y sufren, que como los peores huaicos destruyen la confianza
mutua tan necesaria para construir una red de contención y
esperanza. Huaicos que afectan el alma y nos preguntan por el aceite
que tenemos para hacerles frente.
Muchas
veces nos interrogamos sobre cómo enfrentar estas tormentas, o cómo
ayudar a nuestros hijos a salir adelante frente a estas situaciones.
Quiero decirles: no hay otra salida mejor que la del Evangelio: se
llama Jesucristo. Llenen siempre sus vidas de Evangelio. Quiero
estimularlos a que sean una comunidad que se deje ungir por su Señor
con el aceite del Espíritu. Él lo transforma todo, lo renueva todo,
lo conforta todo. En Jesús, tenemos la fuerza del Espíritu para no
naturalizar lo que nos hace daño, lo que nos seca el espíritu y lo
que es peor, nos roba la esperanza. Los peruanos, en este momento de
la historia no tienen derecho a dejarse robar la esperanza.
En
Jesús, tenemos el Espíritu que nos mantiene unidos para sostenernos
unos a otros y hacerle frente a aquello que quiere llevarse lo mejor
de nuestras familias. En Jesús, Dios nos hace comunidad creyente que
sabe sostenerse; comunidad que espera y por lo tanto lucha para
revertir y transformar las múltiples adversidades; comunidad amante
porque no permite que nos crucemos de brazos. Con Jesús, el alma de
este pueblo de Trujillo podrá seguir llamándose «la ciudad de la
eterna primavera», porque con Él todo es una oportunidad para la
esperanza. (Aplauso)
Sé
del amor que esta tierra tiene a la Virgen, y sé cómo la devoción
a María los sostiene siempre llevándolos a Jesús. Pidámosle a
ella que nos ponga bajo su manto y que nos lleve siempre a su Hijo;
pero digámoselo cantando con esa hermosa marinera: «Virgencita de
la puerta, échame tu bendición. Virgencita de la puerta, danos paz
y mucho amor».
¿Se
animan a cantarla? La cantamos juntos. ¿Quién empieza a cantar?
Virgencita de la puerta… ¿El coro tampoco? Pues entonces se lo
decimos, no lo cantamos.
«Virgencita
de la puerta, échame tu bendición. Virgencita de la puerta, danos
paz y mucho amor». Otra vez: «Virgencita de la puerta, échame tu
bendición. Virgencita de la puerta, danos paz y mucho amor».
21.01.18
21.01.18
Misa en Lima: “El Señor te invita a caminar con Él en tu ciudad”
Homilía
del Papa en la última celebración en Perú
(21
enero 2018).- “El Reino de los cielos está entre ustedes” es el
mensaje de esperanza que Francisco ha querido dejar a los peruanos en
la última celebración de este viaje apostólico.
“Hoy
el Señor te invita a caminar con Él la ciudad, tu ciudad” –ha
invitado el Papa Francisco–. “Jesús invita a involucrarnos como
fermento allí donde estemos, donde nos toque vivir, en ese
rinconcito de todos los días”.
La
homilía del Santo Padre en la última celebración de la Eucaristía
de este viaje a Chile y a Perú, el domingo, 21 de enero de 2018, en
la base aérea de “Las Palmas”, en Lima, ha sido breve y concisa.
El
Santo Padre ha indicado que el Reino de los cielos “está allí
donde nos animemos a tener un poco de ternura y compasión, donde no
tengamos miedo a generar espacios para que los ciegos vean, los
paralíticos caminen, los leprosos sean purificados y los sordos
oigan”.
“Conviértanse”
“¡Alégrate,
el Señor está contigo!” El Pontífice ha destacado que el Señor
viene a tu encuentro “en medio de los caminos polvorientos de la
historia”.
El
Señor ha llegado hasta Lima –ha anunciado Francisco– hasta
nosotros para comprometerse nuevamente como un renovado “antídoto
contra la globalización de la indiferencia”. Porque “ante ese
Amor, no se puede permanecer indiferentes”.
“Conviértanse
–ha exhortado el Papa a los fieles peruanos– el Reino de los
Cielos es encontrar en Jesús a Dios que se mezcla vitalmente con su
pueblo, se implica e implica a otros a no tener miedo de hacer de
esta historia, una historia de salvación”.
Homilía
del Papa Francisco
«Levántate
y vete a Nínive, la gran ciudad, y predícales el mensaje que te
digo» (Jon 3,2). Con estas palabras, el Señor se dirigía a
Jonás poniéndolo en movimiento hacia esa gran ciudad que estaba a
punto de ser destruida por sus muchos males. También vemos a Jesús
en el Evangelio de camino hacia Galilea para predicar su buena
noticia (cf. Mc 1,14). Ambas lecturas nos revelan a Dios en
movimiento de cara a las ciudades de ayer y de hoy. El Señor se pone
en camino: va a Nínive, a Galilea… a Lima, a Trujillo, a Puerto
Maldonado… aquí viene el Señor. Se pone en movimiento para entrar
en nuestra historia personal y concreta. Lo hemos celebrado hace
poco: es el Emmanuel, el Dios que quiere estar siempre con
nosotros. Sí, aquí en Lima, o en donde estés viviendo, en la
vida cotidiana del trabajo rutinario, en la educación esperanzadora
de los hijos, entre tus anhelos y desvelos; en la intimidad del hogar
y en el ruido ensordecedor de nuestras calles. Es allí, en medio de
los caminos polvorientos de la historia, donde el Señor viene a tu
encuentro.
Algunas
veces nos puede pasar lo mismo que a Jonás. Nuestras ciudades, con
las situaciones de dolor e injusticia que a diario se repiten, nos
pueden generar la tentación de huir, de escondernos, de zafar. Y
razones, ni a Jonás ni a nosotros nos faltan. Mirando la ciudad
podríamos comenzar a constatar que existen «ciudadanos que
consiguen los medios adecuados para el desarrollo de la vida personal
y familiar —y eso nos alegra—, el problema está en que son
muchísimos los “no ciudadanos”, “los ciudadanos a medias” o
los “sobrantes urbanos”»1 que están al borde de nuestros
caminos, que van a vivir a las márgenes de nuestras ciudades sin
condiciones necesarias para llevar una vida digna y duele constatar
que muchas veces entre estos «sobrantes humanos» se encuentran
rostros de tantos niños y adolescentes. Se encuentra el rostro del
futuro.
Y
al ver estas cosas en nuestras ciudades, en nuestros barrios —que
podrían ser un espacio de encuentro y solidaridad, de alegría— se
termina provocando lo que podemos llamar el síndrome de Jonás: un
espacio de huida y desconfianza (cf. Jon1,3).
Un espacio para la indiferencia, que nos transforma en anónimos y
sordos ante los demás, nos convierte en seres impersonales de
corazón cauterizado y, con esta actitud, lastimamos el alma del
pueblo, de este pueblo noble. Como nos lo señalaba Benedicto XVI,
«la grandeza de la humanidad está determinada esencialmente por su
relación con el sufrimiento y con el que sufre. […] Una sociedad
que no logra aceptar a los que sufren y no es capaz de contribuir
mediante la compasión a que el sufrimiento sea compartido y
sobrellevado también interiormente, es una sociedad cruel e
inhumana».2 Cuando
arrestaron a Juan, Jesús se dirigió a Galilea a proclamar el
Evangelio de Dios. A diferencia de Jonás, Jesús, frente a un
acontecimiento doloroso e injusto como fue el arresto de Juan, entra
en la ciudad, entra en Galilea y comienza desde ese pequeño pueblo a
sembrar lo que sería el inicio de la mayor esperanza: El Reino de
Dios está cerca, Dios está entre nosotros. Y el Evangelio mismo nos
muestra la alegría y el efecto en cadena que esto produce: comenzó
con Simón y Andrés, después Santiago y Juan (cf. Mc 1,14-20)
y, desde esos días, pasando por santa Rosa de Lima, santo Toribio,
san Martín de Porres, san Juan Macías, san Francisco Solano, ha
llegado hasta nosotros anunciado por esa nube de testigos que han
creído en Él. Ha llegado hasta Lima, hasta nosotros para
comprometerse nuevamente como un renovado antídoto contra la
globalización de la indiferencia. Porque ante este Amor, no se puede
permanecer indiferentes.
Jesús
invitó a sus discípulos a vivir hoy lo que tiene sabor a eternidad:
el amor a Dios y al prójimo; y lo hace de la única manera que lo
puede hacer, a la manera divina: suscitando la ternura y el amor de
misericordia, suscitando la compasión y abriendo sus ojos para que
aprendan a mirar la realidad a la manera divina. Los invita a generar
nuevos lazos, nuevas alianzas portadoras de eternidad.
Jesús
camina la ciudad con sus discípulos y comienza a ver, a
escuchar, a prestar atención a aquellos que habían sucumbido bajo
el manto de la indiferencia, lapidados por el grave pecado de la
corrupción. Comienza a develar muchas situaciones que asfixiaban la
esperanza de su pueblo suscitando una nueva esperanza. Llama a sus
discípulos y los invita a ir con Él, los invita a caminar la
ciudad, pero les cambia el ritmo, les enseña a mirar lo que hasta
ahora pasaban por alto, les señala nuevas urgencias. Conviértanse,
les dice, el Reino de los Cielos es encontrar en Jesús a Dios que se
mezcla vitalmente con su pueblo, se implica e implica a otros a no
tener miedo de hacer de esta historia, una historia de salvación
(cf. Mc1,15.21 y ss.).
Jesús
sigue caminando por nuestras calles, sigue al igual que ayer
golpeando puertas, golpeando corazones para volver a encender la
esperanza y los anhelos: que la degradación sea superada por la
fraternidad, la injusticia vencida por la solidaridad y la violencia
callada con las armas de la paz. Jesús sigue invitando y quiere
ungirnos con su Espíritu para que también Mnosotros salgamos a
ungir con esa unción, capaz de sanar la esperanza herida y renovar
nuestra mirada.
Jesús
sigue caminando y despierta la esperanza que nos libra de
conexiones vacías y de análisis impersonales e invita a
involucrarnos como fermento allí donde estemos, donde nos toque
vivir, en ese rinconcito de todos los días. El Reino de los cielos
está entre ustedes —nos dice— está allí donde nos animemos a
tener un poco de ternura y compasión, donde no tengamos miedo a
generar espacios para que los ciegos vean, los paralíticos caminen,
los leprosos sean purificados y los sordos oigan (cf. Lc 7,22)
y así todos aquellos que dábamos por perdidos gocen de la
Resurrección. Dios no se cansa ni se cansará de caminar para llegar
a sus hijos. A cada uno. ¿Cómo encenderemos la esperanza si faltan
profetas? ¿Cómo encararemos el futuro si nos falta unidad? ¿Cómo
llegará Jesús a tantos rincones, si faltan audaces y valientes
testigos?
Hoy
el Señor te invita a caminar con Él la ciudad, te invita a caminar
con Él tu ciudad. Te invita a que seas su discípulo misionero, y
así te vuelvas parte de ese gran susurro que quiere seguir resonando
en los distintos rincones de nuestra vida: ¡Alégrate, el Señor
está contigo! 22.01.18
Perú, “una fe que impresiona” y Chile, una impresión “muy fuerte y gratificante”
Palabras
del Papa en el avión de vuelta a Roma
(22
enero 2018).- “Una fe que impresiona” ha dicho Francisco del
pueblo peruano. “Me llevo la impresión de un pueblo creyente, que
pasa muchas dificultades y las pasó históricamente”.
El
Pontífice ha ofrecido una rueda de prensa en el avión que le
llevaba de regreso a Roma, en la noche del domingo 21 al lunes, 22 de
enero de 2018, tras su 22º viaje apostólico, a Chile y a Perú, que
tuvo lugar del 15 al 21 de enero.
“Yo
me llevo de Perú una impresión de alegría, de fe, de esperanza, de
volver a andar, y sobretodo muchos chicos”. El Santo Padre ha
descrito –recoge el diario italiano ‘La Stampa’– que volvió
a esa imagen que vio en Filipinas y en Colombia, “los papás y las
mamás a mi paso levantando los chicos, y eso dice futuro, dice
esperanza, porque nadie trae hijo al mundo si no tiene esperanza”.
El
Papa destacó –recoge ‘Vatican Media’– por un lado, el
encuentro en la cárcel con las mujeres afirmando que es muy sensible
a las cárceles y a los encarcelados, ya que siempre se pregunta por
qué ellos y no él, han terminado en esa situación.
Ver
a estas mujeres, su capacidad para cambiar de vida, de reinsertarse
en la sociedad con la fuerza del Evangelio, le hicieron ver
precisamente “la alegría del Evangelio que tanto lo ha conmivido
en el viaje”, señala el medio del Vaticano.
Por
otro lado, la visita al Hogar ‘El Principito’ tocó su corazón
ya que la mayoría de los niños que vive allí han sido abandonados
y sintió una gran emoción “al ver a estos pequeños que logran, a
través de la educación, salir adelante”.
“La
fe de las calles”
“Un
pueblo que salió a expresar su alegría y su fe”, así lo ha
sentido Francisco, quien ha indicado que le impresionó ver a tantas
personas en la calle, no solo en Trujillo, donde la piedad popular
“es muy rica y muy fuerte”, sino también “la fe de las
calles”, y no solo en Lima, donde “evidentemente se nota”,
también en Puerto Maldonado, que estaba lleno, también en las
calles.
El
Papa Francisco, primer Pontífice americano, asegura que Perú es una
“tierra ensantada”: “Son el pueblo de Latinoamérica que tiene
más santos, y santos de alto nivel. Toribio, Rosa, Martin, Juan. De
alto nivel. Creo que la fe la tienen muy calada dentro”, ha
señalado.
“Lo
único que les pido es que cuiden la riqueza”, ha apuntado el
Obispo de Roma. “No solo la de las iglesias y los museos, que las
obras de arte son geniales, y no solo de los sufrimientos, que los
han enriquecido mucho, sino la que yo vi en estos días también”,
ha indicado refiriéndose a la fe y los valores del pueblo peruano.
Impresión
de Chile “fuerte y gratificante”
El
Papa Francisco, quien se formó durante varios años para el
sacerdocio en Chile, asegura que vuelve del país “contento”, y
que no esperaba tanta gente en la calle.
“Esa
gente no fue pagada y llevada en colectivo. La espontaneidad de Chile
fue muy bonita. Incluso en Iquique. En el sur lo mismo. Y en Santiago
lo mismo. Las calles de Santiago hablaban por sí mismas”, ha
relatado Francisco, según algunos periodistas que iban en el avión.
“La
responsabilidad del informador es ir a los hechos concretos –ha
dicho el Santo Padre–. Hubo esto, y esto. Lo del pueblo dividido,
no sé de donde sale, es la primera vez que lo oigo. Quizá lo de
Barros es causa de esto. Pero la impresión de Chile fue muy fuerte y
gratificante”.
23.01.18
23.01.18
Francisco en el vuelo papal: “Pecador sí, corrupto no. Todos somos pecadores”
Rueda
de prensa a la vuelta de su viaje a Chile y Perú
(23
enero 2018).- “La corrupción es como esos pantanos chupadizos que
vos pisás y querés salir, y das un paso y te vas más adentro, más
adentro, más adentro, y te chupó. Es una ciénaga… Ese sí es la
destrucción de la persona humana”, ha dicho el Papa Francisco.
El
Santo Padre respondió a una periodista de ‘La República’, de
Perú, en la rueda de prensa que ofreció en el vuelo papal de vuelta
de Lima a Roma, del 21 al 22 de enero de 2018.
El
periodista quiso saber la opinión del Papa los actos de corrupción
e indultos negociados por parte de la clase política del país, que
ha defraudado al pueblo.
El
Pontífice argentino confesó que él al pecado no le tiene miedo, le
tiene miedo a la corrupción, porque la corrupción ya “te va
viciando el alma y el cuerpo; y un corrupto está tan seguro de sí
mismo que no puede volver atrás”.
Así,
el Papa contó a los medios de comunicación que él escribió un
librito llamado “Corrupción y pecado” y el lema que saca es que
es: “pecador sí, corrupto no”. “Todos somos pecadores”,
afirmó.
“Pero
yo sé que todos nosotros, los que estamos acá, –también yo hago
la voluntad de mi parte, y… pienso bien de ustedes que lo hacen–,
cuando se encuentran en “off side”, en un pecado fuerte: “Bueno,
‘esto’ está mal, acá me porte mal con un amigo o robé, o hice
‘esto’ o me drogué”, y entonces me freno y trato de no
hacerlo. Bueno, pero está el perdón de Dios sobre todo eso”,
explicó Francisco.
En
este sentido, el Santo Padre señaló que el político tiene mucho
poder, también el empresario. “Un empresario que le paga la mitad
a sus obreros es un corrupto, y un ama de casa que está acostumbrada
y cree que es lo más normal explotar a las mucamas, ya sea con el
sueldo ya sea con el modo de tratar, es una corrupta, porque ya lo
toma como normal”, describió.
“¿Y
en la Iglesia, hay corrupción?” –ha preguntado el Papa–. “Sí.
Hay casos de corrupción en la Iglesia. En la historia de la Iglesia
siempre los hubo. Siempre los hubo, porque hombres y mujeres de
iglesia entraron en el juego de la corrupción”.
24.01.18
24.01.18
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