Ángelus: Los padres son los guardianes de la vida de los niños, no los propietarios
“Solo
Dios es el Señor de la historia individual y familiar”
(31
dic. 2017).- “Todos los padres son los guardianes de la vida de los
niños, no son los propietarios” porque “solo Dios es el Señor
de la historia individual y familiar; todo nos viene de Él” ha
afirmado el Papa Francisco en el Ángelus del 31 de diciembre de
2017, domingo de la Sagrada Familia.
Para
el último Ángelus del año civil, que ha celebrado en la Plaza San
Pedro en presencia de unas 30.000 personas, el Papa ha llamado a cada
familia a “reconocer esta primacía” de Dios y educar a los niños
“a abrirse a Dios que es la fuente misma de la vida”.
“Jesús,
ha subrayado, ha venido para derribar las falsas imágenes que
tenemos de Dios y también de nosotros mismos; para “contradecir”
las seguridades mundanas….para hacernos “renacer” a un camino
humano y cristiano auténtico, basado en los valores del Evangelio.
No hay situación familiar que sea excluida de este nuevo camino….
Cada vez que las familias, incluso las que son heridas y marcadas por
debilidades, fracasos y dificultades regresen a la fuente de la
experiencia cristiana, se abren nuevos caminos y posibilidades
impensables”.
Palabras
del Papa Francisco
¡Queridos
hermanos y hermanas, buenos días!
En
este primer domingo después de la Navidad, celebramos la Sagrada
Familia de Nazaret, y el Evangelio nos invita a reflexionar sobre la
experiencia vivida por María, José y Jesús, mientras crecen juntos
como familia en el amor recíproco y en la confianza en Dios. El rito
cumplido por María y José con la ofrenda de su hijo Jesús a Dios
es la expresión de esta confianza, el Evangelio dice: “llevaron al
niño a Jerusalén para presentarlo al Señor” (Luc. 2,22) como
mandaba la ley de Moisés. Los padres de Jesús van al templo para
atestiguar que el hijo pertenece a Dios y que ellos son los
guardianes de su vida y no sus propietarios. Y esto nos hace
reflexionar. Todos los padres son guardianes de la vida del hijo, no
propietarios, y deben ayudarlos a crecer y a madurar.
Este
gesto subraya que solo Dios es el Señor de la historia individual y
familiar; todo nos viene de Él. Cada familia está llamada a
reconocer esta primacía, protegiendo y educando a los hijos para
abrirse a Dios que es la fuente misma de la vida. El secreto de la
juventud interior se encuentra ahí, como da testimonio de ello en el
Evangelio una pareja de ancianos, Simeón y Ana. El viejo Simeón, en
particular, inspirado por el Espíritu Santo, dice a propósito del
niño Jesús: “He aquí que este niño ha sido puesto para que
muchos en Israel caigan y se levanten y será como signo de
contradicción para que se ponga de manifiesto los pensamientos de
muchos corazones (vv. 34-35).
Estas
palabras proféticas revelan que Jesús ha venido para hacer caer las
falsas imágenes que nos hacemos de Dios incluso de nosotros mismos;
para “contradecir” las seguridades mundanas sobre las cuales
pretendemos apoyarnos para hacernos renacer a un camino humano y
cristiano auténtico, fundado sobre los valores del Evangelio. No hay
situación familiar que esté excluida de este nuevo camino de
renacimiento y resurrección. Cada vez que las familias, incluso las
que están heridas y marcadas por fragilidades, de fracasos y
debilidades, vuelven a la fuente de la experiencia cristiana, se
abren a nuevos caminos y a posibilidades impensables.
El
relato del Evangelio del día relata que María y José, “cuando
terminaron todo lo que prescribía la ley del Señor, regresaron a
Galilea, a su ciudad de Nazaret”. El niño crecía y se
fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con él”
(vv. 39-40)
Una
de las grandes alegrías de la familia es el crecimiento de los
niños. Están destinados a crecer y fortalecerse, a adquirir
sabiduría y a recibir la gracia de Dios, como le sucedió a Jesús.
Él es verdaderamente uno de nosotros: el Hijo de Dios se hace niño,
acepta crecer, fortalecerse, está lleno de sabiduría y la gracia de
Dios está sobre él. María y José tienen la alegría de ver todo
esto en su hijo, y es la misión hacia la cual está orientada la
familia: crear las condiciones favorables para el crecimiento
armonioso y completo de los niños, para que puedan vivir una vida
nueva, digna de Dios y constructiva para el mundo.
Y
es el deseo que dirijo a todas las familias, acompañándolas con la
invocación a María, Reina de la Familia.
01.01.18
01.01.18
Año nuevo: “El hombre no está solo, nunca más huérfano”
Misa
en la solemnidad de Santa María Madre de Dios
(01
enero 2018).- “En su Madre, el Dios del cielo, el Dios infinito se
ha hecho pequeño, se ha hecho materia, para estar no solamente con
nosotros, sino también como nosotros. Este es el milagro, la
novedad: el hombre no está solo; nunca más huérfano, es hijo por
siempre”. Es lo que ha subrayado el Papa Francisco en la
celebración de la misa en la Solemnidad de Santa María Madre de
Dios, octava de Navidad, y primer día del año 2018, este primero de
enero de 2018.
En
su homilía, en la Basílica de San Pedro, el Papa ha afirmado que
desde la Encarnación, “servir a la vida humana es servir a Dios; y
que toda vida, desde la que está en el seno de la madre hasta que es
anciana, la que sufre y está enferma, también la que es incómoda y
hasta repugnante, debe ser acogida, amada y ayudada.
Homilía
del Papa Francisco
El
año se abre en el nombre de la Madre. Madre de Dios es el título
más importante de la Virgen. Pero nos podemos plantear una cuestión:
¿Por qué decimos Madre de Dios y no Madre de Jesús? Algunos en el
pasado pidieron limitarse a esto, pero la Iglesia afirmó: María es
Madre de Dios. Tenemos que dar gracias porque estas palabras
contienen una verdad espléndida sobre Dios y sobre nosotros. Y es
que, desde que el Señor se encarnó en María, y por siempre,
nuestra humanidad está indefectiblemente unida a él. Ya no existe
Dios sin el hombre: la carne que Jesús tomó de su Madre es suya
también ahora y lo será para siempre. Decir Madre de Dios nos
recuerda esto: Dios se ha hecho cercano con la humanidad como un niño
a su madre que lo lleva en el seno.
La
palabra madre (mater)
hace referencia también a la palabra materia. En su Madre, el Dios
del cielo, el Dios infinito se ha hecho pequeño, se ha hecho
materia, para estar no solamente con nosotros, sino también para ser
como nosotros. He aquí el milagro, la novedad: el hombre ya no está
solo; ya no es huérfano, sino que es hijo para siempre. El año se
abre con esta novedad. Y nosotros la proclamamos diciendo: ¡Madre de
Dios! Es el gozo de saber que nuestra soledad ha sido derrotada. Es
la belleza de sabernos hijos amados, de conocer que no nos podrán
quitar jamás esta infancia nuestra. Es reconocerse en el Dios frágil
y niño que está en los brazos de su Madre y ver que para el Señor
la humanidad es preciosa y sagrada. Por lo tanto, servir a la vida
humana es servir a Dios, y que toda vida, desde la que está en el
seno de la madre hasta que es anciana, la que sufre y está enferma,
también la que es incómoda y hasta repugnante, debe ser acogida,
amada y ayudada.
Dejémonos
ahora guiar por el Evangelio de hoy. Sobre la Madre de Dios se dice
una sola frase: «Guardaba todas estas cosas, meditándolas en su
corazón» (Lc 2,19). Guardaba. Simplemente guardaba. María no
habla: el Evangelio no nos menciona ni tan siquiera una sola palabra
suya en todo el relato de la Navidad. También en esto la Madre está
unida al Hijo: Jesús es infante, es decir «sin palabra». Él, el
Verbo, la Palabra de Dios que «muchas veces y en diversos modos en
los tiempos antiguos había hablado» (Hb 1,1), ahora, en
la «plenitud de los tiempos» (Ga 4,4), está mudo. El Dios
ante el cual se guarda silencio es un niño que no habla. Su majestad
está sin palabras, su misterio de amor se revela en la pequeñez.
Esta pequeñez silenciosa es el lenguaje de su realeza. La Madre se
asocia a su Hijo y lo guarda en silencio.
Y
el silencio nos dice que también nosotros, si queremos guardarnos,
tenemos necesidad de silencio. Tenemos necesidad de permanecer en
silencio mirando el pesebre. Porque delante del pesebre nos
descubrimos amados, saboreamos el sentido genuino de la vida. Y
contemplando en silencio, dejamos que Jesús nos hable al corazón:
que su pequeñez desarme nuestra soberbia, que su pobreza
desconcierte nuestra fastuosidad, que su ternura sacuda nuestro
corazón insensible.
Reservar
cada día un momento de silencio con Dios es guardar nuestra alma; es
guardar nuestra libertad frente a las banalidades corrosivas del
consumo y la ruidosa confusión de la publicidad, frente a la
abundancia de palabras vacías y las olas impetuosas de las
murmuraciones y quejas.
El
Evangelio sigue diciendo que María guardaba todas estas cosas, y las
meditaba. la vida cristiana. Contemplando a la Madre¿Cuáles eran
estas cosas? Eran gozos y dolores: por una parte, el nacimiento de
Jesús, el amor de José, la visita de los pastores, aquella noche
luminosa. Pero por otra parte: el futuro incierto, la falta de un
hogar, «porque para ellos no había sitio en la posada» (Lc 2,7),
la desolación del rechazo, la desilusión de ver nacer a Jesús en
un establo. Esperanzas y angustias, luz y tiniebla: todas estas cosas
poblaban el corazón de María. Y ella, ¿qué hizo? Las meditaba, es
decir las repasaba con Dios en su corazón. No se guardó nada para
sí misma, no ocultó nada en la soledad ni lo ahogó en la amargura,
sino que todo lo llevó a Dios. Así se guardaba. Confiando se
guardaba: no dejando que la vida caiga presa del miedo, del
desconsuelo o de la superstición, no cerrándose o tratando de
olvidar, sino haciendo de toda ocasión un diálogo con Dios. Y Dios
que se preocupa de nosotros, viene a habitar nuestras vidas.
Este
es el secreto de la Madre de Dios: guardar en el silencio y llevar a
Dios. Y como concluye el Evangelio, todo esto sucedía en su corazón.
El corazón invita a mirar al centro de la persona, de los afectos,
de la vida. También nosotros, cristianos en camino, al inicio del
año sentimos la necesidad de volver a comenzar desde el centro, de
dejar atrás los fardos del pasado y de empezar de nuevo desde lo que
importa. Aquí está hoy, frente a nosotros, el punto de partida: la
Madre de Dios. Porque María es exactamente como Dios quiere que
seamos nosotros, como quiere que sea su Iglesia: Madre tierna,
humilde, pobre de cosas y rica de amor, libre del pecado, unida a
Jesús, que guarda a Dios en su corazón y al prójimo en su vida.
Para recomenzar, contemplemos a la Madre. En su corazón palpita el
corazón de la Iglesia. La fiesta de hoy nos dice que para ir hacia
delante es necesario volver de nuevo al pesebre, a la Madre que lleva
en sus brazos a Dios.
La
devoción a María no es una cortesía espiritual, es una exigencia
de la vida cristiana. Contemplando a la Madre¿Cuáles eran estas
cosas? Eran gozos y dolores: por una parte, el nacimiento de Jesús,
el amor de José, la visita de los pastores, aquella noche luminosa.
Pero por otra parte: el futuro incierto, la falta de un hogar,
«porque para ellos no había sitio en la posada» (Lc 2,7), la
desolación del rechazo, la desilusión de ver nacer a Jesús en un
establo. Esperanzas y angustias, luz y tiniebla: todas estas cosas
poblaban el corazón de María. Y ella, ¿qué hizo? Las meditaba, es
decir las repasaba con Dios en su corazón. No se guardó nada para
sí misma, no ocultó nada en la soledad ni lo ahogó en la amargura,
sino que todo lo llevó a Dios. Así se guardaba. Confiando se
guardaba: no dejando que la vida caiga presa del miedo, del
desconsuelo o de la superstición, no cerrándose o tratando de
olvidar, sino haciendo de toda ocasión un diálogo con Dios. Y Dios
que se preocupa de nosotros, viene a habitar nuestras vidas. nos
sentimos animados a soltar tantos pesos inútiles y a encontrar lo
nos sentimos animados a soltar tantos pesos inútiles y a encontrar
lo que verdaderamente cuenta. El don de la Madre, el don de toda
madre y de toda mujer es muy valioso para la Iglesia, que es madre y
mujer. Y mientras el hombre frecuentemente abstrae, afirma e impone
ideas; la mujer, la madre, sabe guardar, unir en el corazón,
vivificar. Para que la fe no se reduzca sólo a una idea o doctrina,
todos necesitamos de un corazón de madre, que sepa guardar la
ternura de Dios y escuchar los latidos del hombre. Que la Madre, que
es el sello especial de Dios sobre la humanidad, guarde este año y
traiga la paz de su Hijo al corazón de todos los hombres y al mundo
entero.
Y
como niños, os invito a saludarla hoy, como los fieles de
Éfeso….digamos tres veces “Santa Madre de Dios, Santa Madre de
Dios, Santa Madre de Dios”.
02.01.18
02.01.18
Ángelus: María intercede entre Jesús y los hombres
Especialmente
por los más débiles y los más necesitados
(1
enero 2018).- “Como madre, María tiene una función muy especial,
explica el Papa Francisco para la Solemnidad de Santa María Madre de
Dios: que surge de su Hijo Jesús y los hombres en la realidad de sus
privaciones, su indigencia y el sufrimiento. Ella intercede,
consciente de que como madre puede, o mejor dicho, debe hacer
presente al Hijo las necesidades de los hombres, especialmente de los
más débiles y necesitados. ”
El
primer día del año 2018, este 1 de enero, el Papa presidió la
oración del Ángelus, desde una ventana del Palacio Apostólico con
vistas a la Plaza de San Pedro. Ha enfatizado que “la Virgen nos
hace comprender cómo debe ser acogido el evento de la Navidad: no
superficialmente sino en el corazón. Nos dice la verdadera manera de
recibir el don de Dios: de guardarlo en el corazón y meditarlo.
Esta
es nuestra traducción de las palabras pronunciadas por el Papa antes
de la oración mariana.
Palabras
del Papa Francisco
Queridos
hermanos y hermanas, ¡Buenos días!
En
la primera página del calendario del Año Nuevo que el Señor nos
da, la Iglesia pone, como una magnífica iluminación, la solemnidad
litúrgica de Santa María Madre de Dios.En este primer día del año
del calendario, fijemos nuestra mirada en ella, para reanudar, bajo
su protección materna, el camino a lo largo de los senderos del
tiempo.
El
Evangelio de hoy (cf Lc 2,16-21) nos lleva de vuelta al establo de
Belén. Los pastores llegan a toda prisa y encuentran a María, José
y al Niño; e informan del anuncio que los ángeles les han dado, es
decir, que este recién nacido es el Salvador. Todos están
asombrados, mientras que “María, sin embargo, retiene todos estos
acontecimientos y los medita en su corazón” (v. 19). La Virgen nos
hace comprender cómo acoger el evento de la Navidad: no
superficialmente sino en el corazón. Nos dice la verdadera manera de
recibir el don de Dios: guardarlo en el corazón y meditarlo. Es una
invitación dirigida a cada uno de nosotros para orar contemplando y
saboreando el regalo que es el mismo Jesús.
Es
a través de María que el Hijo de Dios asume la corporalidad. Pero
la maternidad de María no se reduce a esto: gracias a su fe, ella es
también la primera discípula de Jesús y
esto
“dilata” su maternidad. Será la fe de María la que provocará
en Caná la primera “señal” milagrosa que ayude a despertar la
fe de los discípulos. Con la misma fe, María está presente al pie
de la cruz y recibe como hijo al apóstol Juan; y finalmente, después
de la Resurrección, se convierte en madre orante de la Iglesia sobre
la cual el Espíritu Santo desciende con poder, en Pentecostés.
Como
madre, María tiene una función muy especial: se encuentra entre su
Hijo Jesús y los hombres en la realidad de sus privaciones, sus
indignidades y sus sufrimientos. Ella intercede, consciente de que
como madre puede, o mejor dicho, debe hacer presente al Hijo las
necesidades de los hombres, especialmente los más débiles y
necesitados. Es a estas personas qué está dedicado el tema del Día
Mundial de la Paz que celebramos hoy: “Migrantes y refugiados:
hombres y mujeres en busca de paz”. Este es el lema del día.
Deseo, una vez más, hacerme voz de nuestros hermanos y hermanas que
invocan para su futuro un horizonte de paz. Para esta paz, que es
derecho para todos, muchos de ellos están dispuestos a arriesgar sus
vidas en un viaje que en la mayoría de los casos es largo y
peligroso a afrontar penalidades y sufrimientos (cf. Mensaje para la
Jornada Mundial de la Paz 2018, 1).
No
extingamos las esperanzas en sus corazones; ¡no ahoguemos sus
expectativas de paz! Es importante que en todas las instituciones
civiles, realidades educativas, de asistencia y eclesiales, haya un
compromiso para asegurar a los refugiados, a los migrantes, a todos,
un futuro de paz. Que el Señor nos conceda trabajar generosamente en
este nuevo año para lograr un mundo más unido y acogedor.
Os
invito a orar por esto, mientras que os confío a María, Madre de
Dios y madre nuestra, el año 2018 recién comenzado. Los antiguos
monjes decían que en tiempos de turbulencias espirituales, uno tenía
que refugiarse bajo el manto de María …: “Bajo tu protección
buscamos refugio, Santa Madre de Dios. No rechaces nuestras oraciones
y nuestras necesidades, sino sálvanos de todo peligro, Virgen
gloriosa y bendita”.
03.01.18
03.01.18
Epifanía: “¿Sabemos desear a Dios y esperar su novedad?”
No
a la “pereza de no pedir nada a la vida”
(6
enero 2018).- “¿Sabemos todavía mirar al cielo? ¿sabemos soñar,
desear a Dios, esperamos su novedad …?” ha preguntado el Papa
Francisco para la Epifanía, celebrada el 6 de enero de 2018 en el
Vaticano. Presidiendo la Misa de 10 h en la Basílica de San Pedro,
ha subrayado: ”Los Reyes Magos no se conformaron con ir tirando,
con vivir al día”. Y el Papa advirtió contra “el miedo a
involucrarnos, la satisfacción de sentirse ya al final, la pereza de
no pedir ya nada a la vida”.
Los
Reyes Magos, agregó el Papa en su homilía, “hablan poco y caminan
mucho … siempre en movimiento”. Por lo tanto, “Jesús se deja
encontrar por aquellos que lo buscan, pero para encontrarlo, debemos
movernos, salir. No esperar; arriesgarse; no quedarse quieto;
avanzar. Jesús es exigente: propone a quienes lo buscan abandonar la
silla de la comodidad mundana y la calidez tranquilizadora de
nuestras chimeneas”.
Homilía
del Papa Francisco
Son
tres los gestos de los Magos que guían nuestro viaje al encuentro
del Señor, que hoy se nos manifiesta como luz y salvación para
todos los pueblos. Los Reyes Magos ven la estrella, caminan y ofrecen
presentes.
Ver
la estrella. Es el punto de partida. Pero podríamos preguntarnos,
¿por qué sólo vieron la estrella los Magos? Tal vez porque eran
pocas las personas que alzaron la vista al cielo. Con frecuencia en
la vida nos contentamos con mirar al suelo: nos basta la salud, algo
de dinero y un poco de diversión. Y me pregunto: ¿Sabemos todavía
levantar la vista al cielo? ¿Sabemos soñar, desear a Dios, esperar
su novedad, o nos dejamos llevar por la vida como una rama seca al
viento? Los Reyes Magos no se conformaron con ir tirando, con vivir
al día. Entendieron que, para vivir realmente, se necesita una meta
alta y por eso hay que mirar hacia arriba.
Y
podríamos preguntarnos todavía, ¿por qué, de entre los que
miraban al cielo, muchos no siguieron esa estrella, «su estrella»
(Mt 2, 2)? Quizás porque no era una estrella llamativa, que brillaba
más que otras. El Evangelio dice que era una estrella que los Magos
vieron «salir» (vv. 2.9). La estrella de Jesús no ciega, no
aturde, sino que invita suavemente. Podemos preguntarnos qué
estrella seguimos en la vida. Hay estrellas deslumbrantes, que
despiertan emociones fuertes, pero que no orientan en el camino. Esto
es lo que sucede con el éxito, el dinero, la carrera, los honores,
los placeres buscados como finalidad en la vida. Son meteoritos:
brillan un momento, pero pronto se estrellan y su brillo se
desvanece. Son estrellas fugaces que, en vez de orientar, despistan.
En cambio, la estrella del Señor no siempre es deslumbrante, pero
está siempre presente: te lleva de la mano en la vida, te acompaña.
No promete recompensas materiales, pero garantiza la paz y da, como a
los Magos, una «inmensa alegría» (Mt 2,10). Nos pide, sin embargo,
que caminemos.
Caminar,
la segunda acción de los Magos, es esencial para encontrar a Jesús.
Su estrella, de hecho, requiere la decisión de ponerse en camino, el
esfuerzo diario de la marcha; pide que nos liberemos del peso inútil
y de la fastuosidad gravosa, que son un estorbo, y que aceptemos los
imprevistos que no aparecen en el mapa de una vida tranquila. Jesús
se deja encontrar por quien lo busca, pero para buscarlo hay que
moverse, salir. No esperar; arriesgar. No quedarse quieto; avanzar.
Jesús es exigente: a quien lo busca, le propone que deje el sillón
de las comodidades mundanas y el calor agradable de sus estufas.
Seguir a Jesús no es como un protocolo de cortesía que hay que
respetar, sino un éxodo que hay que vivir. Dios, que liberó a su
pueblo a través de la travesía del éxodo y llamó a nuevos pueblos
para que siguieran su estrella, da la libertad y distribuye la
alegría siempre y sólo en el camino. En otras palabras, para
encontrar a Jesús debemos dejar el miedo a involucrarnos, la
satisfacción de sentirse ya al final, la pereza de no pedir ya nada
a la vida. Tenemos que arriesgarnos, para encontrarnos sencillamente
con un Niño. Pero vale inmensamente la pena, porque encontrando a
ese Niño, descubriendo su ternura y su amor, nos encontramos a
nosotros mismos.
Ponerse
en camino no es fácil. El Evangelio nos lo muestra a través de
diversos personajes. Está Herodes, turbado por el temor de que el
nacimiento de un rey amenace su poder. Por eso organiza reuniones y
envía a otros a que se informen; pero él no se mueve, está
encerrado en su palacio. Incluso «toda Jerusalén» (v. 3) tiene
miedo: miedo a la novedad de Dios. Prefiere que todo permanezca como
antes y nadie tiene el valor de ir. La tentación de los sacerdotes y
de los escribas es más sutil. Ellos conocen el lugar exacto y se lo
indican a Herodes, citando también la antigua profecía. Lo saben,
pero no dan un paso hacia Belén.
Puede
ser la tentación de los que creen desde hace mucho tiempo: se
discute de la fe, como de algo que ya se sabe, pero no se arriesga
personalmente por el Señor. Se habla, pero no se reza; hay queja,
pero no se hace el bien. Los Magos, sin embargo, hablan poco y
caminan mucho. Aunque desconocen las verdades de la fe, están
ansiosos y en camino, como lo demuestran los verbos del Evangelio:
«Venimos a adorarlo» (v. 2), «se pusieron en camino; entrando,
cayeron de rodillas; volvieron» (cf. vv. 9.11.12): siempre en
movimiento.
Ofrecer.
Cuando los Magos llegan al lugar donde está Jesús, después del
largo viaje, hacen como él: dan. Jesús está allí para ofrecer la
vida, ellos ofrecen sus valiosos bienes: oro, incienso y mirra. El
Evangelio se realiza cuando el camino de la vida se convierte en don.
Dar gratuitamente, por el Señor, sin esperar nada a cambio: esta es
la señal segura de que se ha encontrado a Jesús, que dice: «Gratis
habéis recibido, dad gratis» (Mt 10,8). Hacer el bien sin cálculos,
incluso cuando nadie nos lo pide, incluso cuando no ganamos nada con
ello, incluso cuando no nos gusta. Dios quiere esto. Él, que se ha
hecho pequeño por nosotros, nos pide que ofrezcamos algo para sus
hermanos más pequeños. ¿Quiénes son? Son precisamente aquellos
que no tienen nada para dar a cambio, como el necesitado, el que pasa
hambre, el forastero, el que está en la cárcel, el pobre (cf. Mt
25,31-46). Ofrecer un don grato a Jesús es cuidar a un enfermo,
dedicarle tiempo a una persona difícil, ayudar a alguien que no nos
resulta interesante, ofrecer el perdón a quien nos ha ofendido. Son
dones gratuitos, no pueden faltar en la vida cristiana. De lo
contrario, nos recuerda Jesús, si amamos a los que nos aman, hacemos
como los paganos (cf. Mt 5,46-47). Miremos nuestras manos, a menudo
vacías de amor, y tratemos de pensar hoy en un don gratuito, sin
nada a cambio, que podamos ofrecer. Será agradable al Señor. Y
pidámosle a él: «Señor, haz que descubra de nuevo la alegría de
dar».
Queridos
hermanos y hermanas, hagamos como los Magos, miremos hacia arriba;
caminemos; ofrezcamos dones gratuitos.
07.01.18
07.01.18
Ángelus: el Bautismo, día de fiesta, gran perdón
“¿Conocéis la fecha de vuestro bautismo?”
(7enero, 2018).- El Papa Francisco aconseja al cristiano que tenga en cuenta su fecha bautismal, “porque es una fecha de fiesta, es la fecha de nuestra santificación inicial, es la fecha en que el Padre nos ha dado el Espíritu Santo que nos impulsa a caminar, es la fecha del gran perdón”.
En la celebración del Ángelus en la Plaza San Pedro, este 7 de enero de 2018, en presencia de unas 20.000 personas, el Papa, ha preguntado, “¿Conocéis la fecha de vuestro bautismo?”, si no conocéis la fecha, o bien la habéis olvidado, cuando volváis a casa, preguntad a vuestra madre, abuela, tío, tía, abuelo, madrina, etc.”
Con motivo de la fiesta del bautismo del Señor, celebrada este domingo en el Vaticano, ha deseado “que todos los cristianos puedan entender cada vez más el don del Bautismo y comprometerse a vivirlo con coherencia”.
Esta es nuestra traducción íntegra de las palabras del Papa antes de la oración mariana.
Palabras del Papa antes del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Con la fiesta de hoy del Bautismo del Señor, concluye el tiempo de Navidad y nos invita a pensar en nuestro bautismo, Jesús ha querido recibir el bautismo predicado y administrado por Juan Bautista en el rio Jordán. Se trataba de un bautismo de penitencia, los que se acercaban experimentaban el deseo de ser purificados de sus pecados y con la ayuda de Dios se comprometían a iniciar una vida nueva.
Entendemos ahora la gran humildad de Jesús, aquél que no tenía pecado se puso en fila con los penitentes, mezclado entre ellos para ser bautizado en las aguas del rio, haciendo así, Él ha manifestado lo que hemos celebrado en la Navidad: la disponibilidad de Jesús a sumergirse en el rio de la humanidad, para asumir sobre sí las faltas y las debilidades de los hombres, para compartir su deseo de liberación y de superación de todo lo que aleja de Dios y nos hace extraños a los hermanos. Como en Belén, también a lo largo de la orilla del Jordán, Dios mantiene la promesa de hacerse cargo de la suerte del ser humano, y Jesús es el signo tangible y definitivo. Él se ha hecho cargo de todos nosotros, se hace cargo en la vida, en las jornadas.
El evangelio de hoy subraya que Jesús, “saliendo del agua ve abrirse los cielos y al Espíritu descender sobre él como una paloma” (Mc 1:10). El Espíritu Santo que había obrado desde el comienzo de la creación y había guiado a Moisés y al pueblo en el desierto, ahora desciende en plenitud sobre Jesús, para darle la fuerza de cumplir su misión en el mundo.
Es el Espíritu el artífice del bautismo de Jesús y también de nuestro bautismo. Es el Espíritu el que abre los ojos del corazón a la verdad, toda la verdad. Es el Espíritu el que mueve nuestra vida en el camino de la caridad. Es el Espíritu el don que el Padre ha dado a cada uno de nosotros en el día de nuestro bautismo. El Espíritu nos transmite la ternura del perdón divino. Es también el Espíritu, el que nos hace resonar la Palabra reveladora del Padre: “Tú eres mi Hijo muy amado” (v.11).
La fiesta del bautismo de Jesús invita a cada cristiano a recordar su bautismo. No os puedo hacer la pregunta de cuándo fuisteis bautizados porque la mayoría erais pequeños, niños cuando fuisteis bautizados, pero os hago otra pregunta: ¿Sabes el día de tu bautismo? ¿Conoces qué día fuisteis bautizados?, que cada uno piense. Y si no conocéis la fecha o la habéis olvidado, cuando volváis a casa, preguntad a vuestra madre o al abuelo, la abuela, padrino o madrina… y esa fecha tenemos que tenerla en la memoria, porque es una fecha de fiesta, de nuestra santificación inicial, en la cual el Padre nos ha dado el Espíritu Santo que nos empuja a caminar, es la fiesta del gran perdón, no os olvidéis: cuál es el día de mi bautismo!.
Invocamos la materna protección de María Santísima para que todos los cristianos puedan comprender siempre más el don del bautismo, y comprometerse a vivirlo con coherencia, dando testimonio del amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
08.01.18
Santa Marta: “Mofarse del más débil”, comportamiento propio del diablo
Homilía
del Papa en la Misa del segundo lunes de enero
(8
enero 2018).- El Papa Francisco ha advertido de que es el diablo el
que está detrás del comportamiento de “mofarse de los más
débiles”, puesto que, en efecto, “en él no hay compasión”.
El
Santo Padre lo ha dicho esta mañana, 8 de enero de 2018, en su
homilía de la Misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de
Santa Marta, mientras comentaba los diversos episodios presentes en
la Biblia en los que el más fuerte humilla al más frágil, señala
Radio Vaticano en su edición en español.
El
Pontífice ha reflexionado ante los fieles: “Yo me pregunto: ¿qué
hay dentro de estas personas? ¿Qué hay dentro de nosotros, que nos
lleva a despreciar, a maltratar, a mofarnos de los más débiles? Se
comprende que uno pueda reñir con otro que es más fuerte: puede ser
la envidia que te conduce a esto… ¿Pero los más débiles? ¿Qué
hay dentro que nos lleva a esto? Es algo habitual, como si yo tuviera
necesidad de despreciar al otro para sentirme seguro. Como una
necesidad…”.
El
Santo Padre ha comentado la Primera Lectura propuesta por la liturgia
del día y tomada del primer libro de Samuel, en la que se relata la
historia de los padres del profeta, Elcaná y Ana. Su padre tenía
dos esposas: Ana era estéril, y la otra, sí tenía hijos, pero en
lugar de consolar a Ana, no pierde la ocasión y la humilla y
maltrata con dureza recordándole su esterilidad.
Asimismo,
el Francisco ha recordado otras historias que como esta, están
escritas en las páginas de la Biblia. Por ejemplo, la de Agar y
Sara, las mujeres de Abraham, cuya segunda esposa era estéril. El
Papa ha descrito que además de referirse a la mofa y al hecho de
despreciar al débil, también se trata de una actitud de los hombres
como en el caso de Goliat frente a David, a lo que invitó a pensar
en la mujer de Job, o en la de Tobías, que desprecian a sus maridos
que sufren.
En
este contexto, el Papa ha alertado de que entre los niños también
sucede esto, “mofarse del más débil”. Así, ha explicado que
hoy lo vemos continuamente, en las escuelas, con el fenómeno del
bullying, del acoso psicológico, agredir al débil, “porque tú
eres gordo o porque tú eres así o tú extranjero o porque tú eres
negro, por esto… agredir, agredir… (…) Esto significa hay algo
dentro de nosotros que nos conduce a esto. A la agresión del débil.
Y creo que sea una de las huellas del pecado original”.
El
Santo Padre ha indicado que aunque los psicólogos tengan sus
explicaciones a esta voluntad de aniquilar al otro porque es débil,
“ésta es una de las huellas del pecado original. Ésta es obra de
Satanás”. En Satanás, en efecto, no hay compasión.
Para
concluir, el Papa Francisco ha invitado a pedirle al Señor “que
nos dé la gracia de la compasión: eso es de Dios”, Él que “tiene
compasión de nosotros y nos ayuda a caminar”. 09.01.18
Santa Marta: El pastor debe tener “conmoción, cercanía y coherencia”
“Es
feo ver pastores con doble vida: es una herida en la Iglesia”
(9
enero 2018).- El Papa Francisco ha explicado que Jesús “tenía
autoridad porque se acercaba a la gente”, comprendía sus
problemas, sus dolores y sus pecados.
El
Santo Padre ha reflexionado sobre esto en la Misa celebrada esta
mañana en la capilla de Santa Marta, martes 9 de enero de 2018.
“Conmoción,
cercanía y coherencia”: Son las tres características que debe
tener el pastor y su “autoridad”, ha afirmado el Papa en su
homilía al comentar el Evangelio según San Marcos propuesto por la
liturgia del día, señala Radio Vaticano en español.
El
Santo Padre se ha referido a Jesús, que enseñaba “como uno que
tiene autoridad”, lo que representa “una enseñanza nueva”. Sí,
porque la “novedad” de Cristo –ha dicho– es precisamente el
“don de la autoridad” recibido del Padre.
El
Francisco ha explicado que Jesucristo “Porque era cercano,
comprendía. Acogía, curaba y enseñaba, con la cercanía. Lo que da
autoridad a un pastor, o lo que despierta la autoridad que es dada
por el Padre, es la cercanía: cercanía a Dios en la oración – un
pastor que no reza, un pastor que no busca a Dios – ha perdido en
parte la cercanía a la gente”.
En
este sentido, Francisco ha afirmado que “El pastor separado de la
gente no llega a la gente con el mensaje. Cercanía, esta doble
cercanía. Ésta es la unción del pastor que se conmueve ante el don
de Dios en la oración, y se puede conmover ante los pecados, ante
los problemas, ante las enfermedades de la gente: conmueve al
pastor”.
Los
escribas –ha advertido el Pontífice– habían perdido la
“capacidad” de conmoverse precisamente porque “no estaban cerca
de la gente ni de Dios”. Y cuando se pierde esa cercanía “el
pastor termina en una vida incoherente”, ha afirmado.
“Jesús
es claro en esto: ‘Hagan lo que dicen’ –dicen la verdad–
‘pero no lo que hacen”. La doble vida. Es feo ver pastores con
doble vida: es una herida en la Iglesia. Los pastores enfermos, que
han perdido la autoridad y van adelante en esta doble vida. Hay
tantos modos de llevar adelante la doble vida: pero es doble… Y
Jesús es muy severo con ellos. No sólo dice a la gente que los
escuchen, sino que no hagan lo que hacen ellos. ¿Y a ellos qué les
dice? ‘Ustedes son sepulcros blanqueados’: hermosos en la
doctrina, vistos desde afuera. Pero por dentro, podredumbre. Así
termina el pastor que no tiene cercanía a Dios en la oración y con
la gente en la compasión”.
Sin
embargo, Francisco ha concluido con un mensaje esperanzador su
reflexión: “Yo diré a los pastores que han vivido su vida
separados de Dios y del pueblo, de la gente: No pierdan la esperanza.
Siempre hay otra posibilidad” y ha recordado que la autoridad es
“don de Dios” y “sólo viene de Él”.
10.01.18
10.01.18
Audiencia general, 10 enero 2018
Catequesis
del Papa Francisco dedicada a la Misa
(10
enero 2018).-“¡Ojalá la liturgia se convierta para todos nosotros
en una verdadera escuela de oración!”, es el deseo que ha
expresado el Papa Francisco en la audiencia general, dedicada a la
Eucaristía y en concreto al “Gloria a Dios” y a la oración de
la colecta.
El
Santo Padre Francisco ha celebrado la audiencia general esta mañana,
10 de enero de 2018, en el aula Pablo VI, como es habitual en
invierno, ante miles de peregrinos provenientes de Italia y de otros
países del mundo.
La
catequesis de hoy ha sido la 6ª catequesis que Francisco dedica a la
Santa Misa. La última de este ciclo, dedicado a la Eucaristía, tuvo
lugar el pasado miércoles, 3 de enero de 2018, dedicada al acto
penitencial, al que ha hecho referencia también al comienzo de la
reflexión de hoy.
Catequesis
del Papa Francisco
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En
el recorrido de las catequesis sobre la celebración eucarística
hemos visto que el Acto penitencial nos ayuda a despojarnos de
nuestras presunciones y a presentarnos ante Dios como realmente
somos, conscientes de ser pecadores, con la esperanza de ser
perdonados.
Precisamente
del encuentro entre la miseria humana y la misericordia divina brota
la gratitud expresada en el “Gloria”, “un himno antiquísimo y
venerable con el que la Iglesia, congregada en el Espíritu Santo,
glorifica a Dios Padre y glorifica y le suplica al Cordero.”
(Instrucción General del Misal Romano, 53).
El
inicio de este himno –“Gloria a Dios en el alto del cielo”-
retoma el canto de los ángeles en el nacimiento de Jesús en Belén,
el anuncio gozoso del abrazo entre el cielo y la tierra. Este canto
también nos involucra reunidos en oración: “Gloria a Dios en el
alto del cielo y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”.
Después
del “Gloria”, o cuando no lo hay, inmediatamente después del
Acto penitencial, la oración asume una forma particular en la
llamada “colecta” que expresa el carácter propio de la
celebración, variable según los días y tiempos del año (ver
ibid., 54). Con la invitación “oremos”, el sacerdote exhorta al
pueblo a recogerse con él en un momento de silencio,
para hacerse conscientes de que están en la presencia de Dios y
para que emerjan, del corazón de cada uno, las intenciones
personales con las que participa en la misa (cf. ibid., 54). El
sacerdote dice “oremos”; y después hay unos instantes de
silencio y cada uno piensa en lo que necesita, en lo que quiere
pedir, en la oración.
El
silencio no se limita a la ausencia de palabras; es estar dispuesto a
escuchar otras voces: la de nuestro corazón y, sobre todo, la voz
del Espíritu Santo. En la liturgia, la naturaleza del silencio
sagrado depende del momento en que se observa: “En el acto
penitencial y después de la invitación a orar, cada uno se recoge
en sí mismo; pero terminada la lectura o la homilía, todos meditan
brevemente lo que escucharon; y después de la Comunión, alaban a
Dios en su corazón y oran” (ibid., 45). Por lo tanto, antes de la
oración inicial, el silencio nos ayuda a recogernos en nosotros
mismos y a pensar en por qué estamos allí. De ahí la importancia
de escuchar nuestro ánimo para abrirlo luego al Señor. Tal vez
venimos de días fatigosos, o de alegría, de dolor, y queremos
decírselo al Señor, invocar su ayuda, pedirle que esté cerca de
nosotros; tenemos familiares y amigos que están enfermos o que
atraviesan pruebas difíciles; deseamos confiarle a Dios las suertes
de la Iglesia y del mundo. Para esto sirve el breve silencio antes de
que el sacerdote,recogiendo las intenciones de cada uno,
exprese en voz alta a Dios, en nombre de todos, la oración común
que concluye los ritos de introducción, haciendo la “colecta” de
las intenciones individuales. Recomiendo encarecidamente a los
sacerdotes que observen este momento de silencio y no vayan deprisa:
“oremos”, y que se haga silencio. Se lo recomiendo a los
sacerdotes. Sin ese silencio corremos el peligro de descuidar el
recogimiento del alma.
El
sacerdote reza esta súplica, esta oración de colecta, con los
brazos abiertos y la actitud del orante, asumido por los cristianos
desde los primeros siglos – como demuestran los frescos de las
catacumbas romanas- para imitar a Cristo con los brazos abiertos en
el madero de la cruz. Está allí. ¡Cristo es el Orante y al mismo
tiempo la oración!. En el Crucificado reconocemos al Sacerdote que
ofrece a Dios el culto que le agrada, es decir la obediencia filial.
En
el Rito romano las oraciones son concisas, pero repletas de
significado: se pueden hacer tantas meditaciones hermosas sobre estas
oraciones ¡Tan bellas! Volver a meditar sobre los textos, incluso
fuera de la misa, puede ayudarnos a aprender cómo acudir a Dios, qué
pedir, qué palabras usar. ¡Ojalá la liturgia se convierta para
todos nosotros en una verdadera escuela de oración!
11.01.18
11.01.18
Santa Marta: “No recemos como papagayos”
El
Papa asegura que “todo es posible para quien cree”
(12
enero 2018).- “El Evangelio nos lleva a interrogarnos acerca de
nuestro modo de rezar. No lo hagamos como `papagayos´ y `sin
interés´ en lo que pedimos, sino que Msupliquemos al Señor que nos
ayude con nuestra poca fe, incluso ante las dificultades”, ha
sugerido el Papa Francisco esta mañana.
El
Santo Padre ha reflexionado en torno a la oración cristiana en la
homilía de la Misa matutina celebrada en Santa Marta este viernes,
12 de enero de 2018.
En
este contexto, Francisco ha lanzado la pregunta “¿Cómo es en el
Evangelio la oración de los que logran obtener del Señor lo que
desean?” y ha asegurado que “todo es posible para quien cree”,
como enseña el Evangelio.
“Siempre,
cuando nos acercamos al Señor para pedir algo –ha explicado el
Papa– se debe partir de la fe y hacerlo en la fe: ‘Yo tengo fe de
que puedes curarme, yo creo que tú puedes hacer esto’ y tener el
coraje de desafiarlo, como el leproso de ayer, o este hombre de hoy,
este paralítico de hoy. La oración en la fe”.
El
Papa se ha basado en las curaciones del Evangelio para su reflexión
de hoy: En el Evangelio de Marcos se relatan, tanto ayer como
hoy, dos curaciones, ha recordado el Pontífice. Ayer la del leproso
y hoy la del paralítico. Ambos rezan para obtener y lo hacen con fe:
el leproso –ha destacado el Santo Padre– desafía incluso a Jesús
con valor, diciendo: “¡Si quieres puedes purificarme!”. Y la
respuesta del Señor es inmediata: “Lo quiero”.
“Oración
valerosa”
Así,
el Papa argentino ha señalado recordado que Santa Mónica, la madre
de Agustín, rezó y lloró tanto por la conversión de su hijo. “Y
logró obtenerla”. El Papa Francisco la citó de entre tantos
santos que han tenido gran valor en su fe. Coraje “para desafiar al
Señor”, coraje para “ponerse en juego”, incluso si no se
obtiene inmediatamente lo que se pide, porque en la “oración se
juega de modo fuerte” y “si la oración no es valerosa, no es
cristiana”:
“La
oración cristiana nace de la fe en Jesús y va siempre con la fe más
allá de las dificultades. Una frase para llevarla hoy en nuestro
corazón nos ayudará, de nuestro padre Abraham, a quien se le
prometió la herencia, es decir, tener un hijo a los 100 años. Dice
el apóstol Pablo: ‘Crean’ y con esto fue justificado. La fe y
‘se puso en camino’: fe y hacer de todo para llegar a aquella
gracia que estoy pidiendo. El Señor nos ha dicho: ‘Pidan y les
será dado’. Tomemos también esta Palabra y tengamos confianza,
pero siempre con fe y poniéndose en juego. Éste es el coraje que
tiene la oración cristiana. Si una oración no es valerosa no es
cristiana”, ha descrito Francisco.
13.01.18
13.01.18
Jornada Mundial del Migrante: “No es pecado tener dudas y temores”
Homilía
del Papa en la Misa, 14 de enero de 2018
(14
enero 2018).- “No es pecado tener dudas y miedos. El pecado es
dejar que nuestros temores determinen nuestras respuestas,
condicionen nuestras elecciones, comprometan el respeto y la
generosidad, aviven el odio y el rechazo”, ha dicho el Papa en su
homilía del domingo.
El
Papa Francisco ha presidido la Misa, por primera vez en la Jornada
Mundial del Migrante y del Refugiado, este 14 de enero de 2018, en la
Basílica de San Pedro.
El
Papa ha reconocido estas dudas y temores como “legítimos” por
parte del que le acoge y por parte del que llega a un país
extranjero: “No es fácil entrar en la cultura de los otros, de
ponerse en el lugar de las personas diferentes a nosotros, de
comprender sus pensamientos y sus experiencias. Así es que a menudo
renunciamos a encontrar al otro y levantamos las barreras para
defendernos. Las comunidades locales, a veces tienen miedo a que los
nuevos llegados perturben el orden establecido, “roben” alguna
cosa que hemos construido con sufrimiento. Los recién llegados
también tienen miedos: temen la confrontación, el juicio, la
discriminación, el fracaso. Estos temores son legítimos, se basan
en dudas perfectamente comprensibles desde el punto de vista humano.
No es pecado tener dudas y miedos”.
“El
pecado, es renunciar al encuentro con el otro, con el que es
diferente, mientras que esta es, de hecho, una oportunidad
privilegiada para encontrarse con el Señor”, ha añadido el Papa.
Homilía
del Papa Francisco
Este
año, he querido celebrar la Jornada Mundial del Migrante y del
Refugiado, con una misa a la cuál vosotros habéis sido invitados,
vosotros en particular, migrantes, refugiados y solicitantes de
asilo. Algunos de entre vosotros habéis llegado hace poco a Italia y
otros residen y trabajan desde hace años, y otros constituyen lo que
llamamos la “segunda generación”.
Todos
hemos oído resonar en esta asamblea, la Palabra de Dios, que nos
invita hoy a profundizar en la llamada especial que el Señor dirige
a cada uno de nosotros. Como lo ha hecho con Samuel (IS 3, 3b-10,19),
nos llama por nuestro nombre y nos pide honrar el hecho de que
nosotros hemos sido creados como seres absolutamente únicos, todos
diferentes entre nosotros y con un rol singular en la historia del
mundo. En el Evangelio (J 1,35-42), los dos discípulos de Juan le
preguntan a Jesús: “¿Dónde vives?” (v.38), dejando entender
que, de la respuesta a esta pregunta, dependen sus juicios sobre el
maestro de Nazaret. La respuesta de Jesús: “¡Ven y verás!”
(v.39) se abre a un encuentro personal, que incluye un momento
apropiado para acoger, conocer y reconocer al otro.
En
el mensaje para la jornada de hoy, he escrito: “Todo inmigrante que
llama a nuestra puerta es una ocasión de encuentro con Jesucristo,
que se identifica en el extranjero de toda época acogido o rechazado
(Mt 25, 35-43). Y, para el extranjero, el inmigrante, el refugiad, el
exiliado y el que pide asilo, cada puerta de la nueva tierra es
también una ocasión de encontrarse con Jesús. Son invitaciones
“¡Venid y ved!” Esto nos es dirigido hoy a todos, comunidades
locales y recién llegados. Es una invitación a superar nuestros
miedos para poder ir al encuentro del otro, para acogerle, conocerle
y encontrarle. Es una invitación que ofrece la oportunidad de
hacerse el prójimo del otro para ver dónde y cómo viven. En el
mundo de hoy, para los recién llegados, acoger, conocer y
reencontrar significa conocer y respetar las leyes, la cultura y las
tradiciones de los países donde son acogidos. Esto significa
igualmente comprender sus miedos y sus aprensiones de cara al futuro.
Para las comunidades locales, acoger, conocer, y reencontrar
significa abrirse a la riqueza de la diversidad sin prejuicios,
comprender los potenciales y las esperanzas de los recién llegados,
lo mismo que su vulnerabilidad y sus miedos.
El
verdadero encuentro con el otro no se para en la acogida, sino que
nos invita a todos a comprometernos en las tres acciones que he
puesto en evidencia en el mensaje para esta jornada: proteger,
promover e integrar. Y, en el verdadero encuentro con el prójimo,
¿seremos capaces de reconocer a Jesucristo, que pide ser acogido,
protegido, promovido e integrado?, como nos enseña la parábola
evangélica del Juicio Final: el Señor tenía hambre, estaba
sediento, enfermo, extranjero y en prisión y fue socorrido por
algunos, pero no por otros (Mt 25, 31-46) este verdadero encuentro
con Cristo es fuente de salvación, una salvación que debe ser
anunciada y aportada a todos, como nos enseña el apóstol Andrés.
Después de haber revelado a su hermano Simón: “Hemos encontrado
al Mesías” (Jn 1,41) Andrés le conduce a Jesús, para que tenga,
él también, esta misma experiencia del encuentro.
No
es fácil entrar en la cultura de los otros, de ponerse en el lugar
de las personas diferentes a nosotros, de comprender sus pensamientos
y sus experiencias. Así que a menudo renunciamos a encontrar al otro
y levantamos barreras para defendernos. Las comunidades locales a
veces tienen miedo de que los nuevos perturben el orden establecido,
“roben” algo que hemos construido con sufrimiento. Los recién
llegados también tienen miedos: temen la confrontación, el juicio,
la discriminación, el fracaso. Estos temores son legítimos, se
fundan sobre dudas perfectamente comprensibles desde el punto de
vista humano. No es un pecado tener dudas y temores. El pecado, es
dejar que estos miedos determinen nuestras respuestas, condicionen
nuestras elecciones, comprometan el respeto y la generosidad,
alimenten el odio y el rechazo. El pecado, es renunciar al encuentro
con el otro, con el que es diferente, entonces esto constituye, de
hecho, una ocasión privilegiada de encuentro con el Señor.
Es
de este encuentro con Jesús presente en el pobre, en el que es
rechazado, en el refugiado, en el que piden asilo, que brota nuestra
oración de hoy. Es una oración recíproca: migrantes y refugiados
oran por las comunidades locales, y las comunidades locales oran por
los recién llegados y por los migrantes de larga estancia. Confiamos
a la intercesión maternal de la Virgen María las esperanzas de
todos los migrantes y de todos los refugiados del mundo, así como de
las aspiraciones de las comunidades que les acogen para que, conforme
al mandamiento divino el más elevado el de la caridad y del amor al
prójimo, aprendamos todos a amar al otro, al extranjero, como nos
amamos a nosotros mismos. 15.01.18
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