1 de febr. 2018

PAPA HIVERN...

Santa Marta: “La muerte nos salva de la ilusión de ser dueños del tiempo”

Reflexión del Papa en la Misa, 1 de febrero de 2018

(1 febrero 2018).- “Nosotros no somos ni eternos ni efímeros: somos hombres y mujeres en camino en el tiempo, tiempo que comienza y tiempo que termina”.
Homilía del Papa Francisco en la Misa celebrada en Santa Marta el jueves, 1 de febrero de 2018.
El Santo Padre ha afrontado el pensamiento de la muerte que “nos salva de la ilusión de ser dueños del tiempo”. En este sentido, Francisco ha señalado que “La muerte es un hecho, la muerte es una herencia y la muerte es una memoria”.
En su homilía, el Papa se ha inspirado en el pasaje del Primer Libro de los Reyes, que aborda el tema de la muerte de David, el Papa Francisco invitó a la asamblea a “rezar y pedir la gracia del sentido del tiempo” para no permanecer “encarcelados” por el momento presente, “encerrados en sí mismos”. “La muerte es un hecho que atañe a todos – recordó el Pontífice – y dijo que “antes o después llega”.
El camino termina en la muerte”
Pero está la tentación del momento que se adueña de la vida y te lleva a ir girando en este laberinto egoísta del momento sin futuro, siempre ida y vuelta, ida y vuelta, ¿no? Y el camino termina en la muerte, todos lo sabemos. Por esta razón la Iglesia siempre ha tratado de hacer reflexionar sobre este fin nuestro: la muerte, ¿no?”, ha comentado el Pontífice.
Yo no soy el dueño del tiempo, repetir esto ayuda” –ha recomendado el Papa– porque “nos salva de esa ilusión del momento, de tomar la vida como una cadena de eslabones de momentos, que no tiene sentido”.
Yo estoy en camino y debo mirar hacia adelante”, pero también debo considerar que “la muerte es una herencia”, no la herencia material, sino la herencia del testimonio, ha señalado Francisco.
02.02.18


Vida Consagrada: “Todo comenzó gracias al encuentro con el Señor”

Homilía del Papa en la Misa de la XXII Jornada Mundial

(2 febrero 2018).- “Todo comenzó gracias al encuentro con el Señor. De un encuentro y de una llamada nació el camino de la consagración. Es necesario hacer memoria de ello”, ha dicho el Santo Padre.
En la Fiesta de la Presentación del Señor, el Papa Francisco ha presidido la Misa en la Jornada por la Vida Consagrada, el 2 de febrero de 2018, a las 17 horas en la Basílica del Vaticano.
La XXII Jornada Mundial de la Vida Consagrada se ha celebrado en la Basílica con la participación de cientos de miembros de Institutos de Vida Consagrada y de Sociedad de vida apostólica, y ha estado concelebrada por obispos, cardenales y sacerdotes de órdenes, congregaciones e institutos religiosos.
Mirar a los ojos
La vida frenética de hoy lleva a cerrar muchas puertas al encuentro, a menudo por el miedo al otro, ha explicado el Pontífice. “Que no sea así en la vida consagrada: el hermano y la hermana que Dios me da son parte de mi historia, son dones que hay que custodiar. No vaya a suceder que miremos más la pantalla del teléfono que los ojos del hermano, o que nos fijemos más en nuestros programas que en el Señor”.
El pensamiento principal del Papa –ha meditado– es que esta es una “fiesta del encuentro”. El Papa ha explicado que es el encuentro entre el Niño Dios y la humanidad que espera, a la vez que se da el encuentro que se da en el templo entre los ancianos y los jóvenes: María y José con Simeón y Ana. “Los ancianos reciben de los jóvenes, y los jóvenes de los ancianos”, ha comentado Francisco.
Nuestra respuesta
El Papa ha compartido con los consagrados y consagradas que la vida consagrada “nace y renace” del encuentro con Jesús tal como es: “pobre, casto y obediente”.
Y ha añadido: “Se mueve por una doble vía: por un lado, la iniciativa amorosa de Dios, de la que todo comienza y a la que siempre debemos regresar; por otro lado, nuestra respuesta, que es de amor verdadero cuando se da sin peros ni excusas, y cuando imita a Jesús pobre, casto y obediente”.
El Papa ha regalado a las religiosas que trabajan en el Vaticano una prímula, una de las primeras flores que florecen después del invierno y que es símbolo de la belleza y la juventud. La ceremonia se ha iniciado con la bendición de las velas y la procesión.
Homilía del Papa Francisco
Cuarenta días después de Navidad celebramos al Señor que, entrando en el templo, va al encuentro de su pueblo. En el Oriente cristiano, a esta fiesta se la llama precisamente la «Fiesta del encuentro»: es el encuentro entre el Niño Dios, que trae novedad, y la humanidad que espera, representada por los ancianos en el templo.
En el templo sucede también otro encuentro, el de dos parejas: por una parte, los jóvenes María y José, por otra, los ancianos Simeón y Ana. Los ancianos reciben de los jóvenes, y los jóvenes de los ancianos. María y José encuentran en el templo las raíces del pueblo, y esto es importante, porque la promesa de Dios no se realiza individualmente y de una sola vez, sino juntos y a lo largo de la historia. Y encuentran también las raíces de la fe, porque la fe no es una noción que se aprende en un libro, sino el arte de vivir con Dios, que se consigue por la experiencia de quien nos ha precedido en el camino. Así los dos jóvenes, encontrándose con los ancianos, se encuentran a sí mismos. Y los dos ancianos, hacia el final de sus días, reciben a Jesús, que es el sentido a sus vidas. En este episodio se cumple así la profecía de Joel: «Vuestros hijos e hijas profetizarán, vuestros ancianos tendrán sueños y visiones» (3,1). En ese encuentro los jóvenes descubren su misión y los ancianos realizan sus sueños. Y todo esto porque en el centro del encuentro está Jesús.
Mirémonos a nosotros, queridos hermanos y hermanas consagrados. Todo comenzó gracias al encuentro con el Señor. De un encuentro y de una llamada nació el camino de la consagración. Es necesario hacer memoria de ello. Y si recordamos bien veremos que en ese encuentro no estábamos solos con Jesús: estaba también el pueblo de Dios —la Iglesia—, jóvenes y ancianos, como en el Evangelio. Allí hay un detalle interesante: mientras los jóvenes María y José observan fielmente las prescripciones de la Ley —el Evangelio lo dice cuatro veces—, y no hablan nunca, los ancianos Simeón y Ana acuden y profetizan. Parece que debería ser al contrario: en general, los jóvenes son quienes hablan con ímpetu del futuro, mientras los ancianos custodian el pasado. En el Evangelio sucede lo contrario, porque cuando uno se encuentra en el Señor no tardan en llegar las sorpresas de Dios. Para dejar que sucedan en la vida consagrada es bueno recordar que no se puede renovar el encuentro con el Señor sin el otro: nunca dejar atrás, nunca hacer descartes generacionales, sino acompañarse cada día, con el Señor en el centro. Porque si los jóvenes están llamados a abrir nuevas puertas, los ancianos tienen las llaves. Y la juventud de un instituto está en ir a las raíces, escuchando a los ancianos. No hay futuro sin este encuentro entre ancianos y jóvenes; no hay crecimiento sin raíces y no hay florecimiento sin brotes nuevos. Nunca profecía sin memoria, nunca memoria sin profecía; y, siempre encontrarse.
La vida frenética de hoy lleva a cerrar muchas puertas al encuentro, a menudo por el miedo al otro —las puertas de los centros comerciales y las conexiones de red permanecen siempre abiertas—. Que no sea así en la vida consagrada: el hermano y la hermana que Dios me da son parte de mi historia, son dones que hay que custodiar. No vaya a suceder que miremos más la pantalla del teléfono que los ojos del hermano, o que nos fijemos más en nuestros programas que en el Señor. Porque cuando se ponen en el centro los proyectos, las técnicas y las estructuras, la vida consagrada deja de atraer y ya no comunica; no florece porque olvida «lo que tiene sepultado», es decir, las raíces.
La vida consagrada nace y renace del encuentro con Jesús tal como es: pobre, casto y obediente. Se mueve por una doble vía: por un lado, la iniciativa amorosa de Dios, de la que todo comienza y a la que siempre debemos regresar; por otro lado, nuestra respuesta, que es de amor verdadero cuando se da sin peros ni excusas, y cuando imita a Jesús pobre, casto y obediente. Así, mientras la vida del mundo trata de acumular, la vida consagrada deja las riquezas que son pasajeras para abrazar a Aquel que permanece. La vida del mundo persigue los placeres y los deseos del yo, la vida consagrada libera el afecto de toda posesión para amar completamente a Dios y a los demás. La vida del mundo se  empecina en hacer lo que quiere, la vida consagrada elige la obediencia humilde como la libertad más grande. Y mientras la vida del mundo deja pronto con las manos y el corazón vacíos, la vida según Jesús colma de paz hasta el final, como en el Evangelio, en el que los ancianos llegan felices al ocaso de la vida, con el Señor en sus manos y la alegría en el corazón.
Cuánto bien nos hace, como Simeón, tener al Señor «en brazos» (Lc 2,28). No sólo en la cabeza y en el corazón, sino en las manos, en todo lo que hacemos: en la oración, en el trabajo, en la comida, al teléfono, en la escuela, con los pobres, en todas partes. Tener al Señor en las manos es el antídoto contra el misticismo aislado y el activismo desenfrenado, porque el encuentro real con Jesús endereza tanto al devoto sentimental como al frenético factótum. Vivir el encuentro con Jesús es también el remedio para la parálisis de la normalidad, es abrirse a la cotidiana agitación de la gracia. Dejarse encontrar por Jesús, ayudar a encontrar a Jesús: este es el secreto para mantener viva la llama de la vida espiritual. Es la manera de escapar a una vida asfixiada, dominada por los lamentos, la amargura y las inevitables decepciones. Encontrarse en Jesús como hermanos y hermanas, jóvenes y ancianos, para superar la retórica estéril de los «viejos tiempos pasados», para acabar con el «aquí no hay nada bueno». Si Jesús y los hermanos se encuentran todos los días, el corazón no se polariza en el pasado o el futuro, sino que vive el hoy de Dios en paz con todos.

Al final de los Evangelios hay otro encuentro con Jesús que puede ayudar a la vida consagrada: el de las mujeres en el sepulcro. Fueron a encontrar a un muerto, su viaje parecía inútil. También vosotros vais por el mundo a contracorriente: la vida del mundo rechaza fácilmente la pobreza, la castidad y la obediencia. Pero, al igual que aquellas mujeres, vais adelante, a pesar de la preocupación por las piedras pesadas que hay que remover (cf. Mc 16,3). Y al igual que aquellas mujeres, las primeras que encontraron al Señor resucitado y vivo, os abrazáis a Él (cf. Mt 28,9) y lo anunciáis inmediatamente a los hermanos, con los ojos que brillan de alegría (cf. v. 8). Sois por tanto el amanecer perenne de la Iglesia. Os deseo que reavivéis hoy mismo el encuentro con Jesús, caminando juntos hacia Él: así se iluminarán vuestros ojos y se fortalecerán vuestros pasos.                             
03.02.18




Papa Francisco: “La violencia es la negación de toda auténtica religiosidad”

Discurso sobre “Combatir la violencia cometida en nombre de la religión”

(2 febrero 2018).- “La violencia es la negación de toda auténtica religiosidad”, asegura el Santo Padre.
Esta mañana, a las 9:30 horas, en la Sala Clementina del Palacio Apostólico  Vaticano, el Santo Padre Francisco ha recibido en audiencia a los participantes en la conferencia “Combatir la violencia cometida en nombre de la religión”.
La violencia como tal –indica Francisco– debería ser condenada por todos y, con especial convicción, por el hombre auténticamente religioso, que sabe que Dios es solo “bondad, amor, compasión”, y que en Él no puede haber espacio para el “odio, el rencor y la venganza”.
Pertenecer a una religión
El Pontífice ha aclarado que “pertenecer a una determinada religión no otorga dignidad ni derechos adicionales a quienes se adhieren a ella, así como el no pertenecer no los quitan ni los disminuyen”.
Francisco señala que todas las religiones están llamadas a poner en práctica este imperativo, “ya que mientras sentimos la urgente necesidad de lo Absoluto, es indispensable excluir cualquier absolutización que justifique cualquier forma de violencia”.
Discurso del Papa Francisco
Queridos amigos,
Os doy la bienvenida y os agradezco vuestra presencia. Es muy significativo que los líderes políticos y religiosos se encuentran y debatan sobre cómo contrarrestar la violencia cometida en nombre de la religión.
Me gustaría recordar aquí lo que he afirmado en diversas circunstancias, particularmente con ocasión de mi viaje a Egipto: “Dios, que ama la vida, no deja de amar al hombre y por ello lo insta a contrastar el camino de la violencia como requisito previo fundamental de toda alianza en la tierra. Siempre, pero sobre todo ahora, todas las religiones están llamadas a poner en práctica este imperativo, ya que mientras sentimos la urgente necesidad de lo Absoluto, es indispensable excluir cualquier absolutización que justifique cualquier forma de violencia. La violencia, de hecho, es la negación de toda auténtica religiosidad.”(Discurso a la Conferencia Internacional por la Paz, Al -Azhar Conference Center, El Cairo, 28 de abril de 2017).
La violencia proclamada y llevada a cabo en nombre de la religión solo puede desacreditar a la religión misma; como tal, debería ser condenada por todos y, con especial convicción, por el hombre auténticamente religioso, que sabe que Dios es solo bondad, amor, compasión, y que en Él no puede haber espacio para el odio, el rencor y la venganza. La persona religiosa sabe que una de las mayores blasfemias es invocar a Dios como garante de los pecados y crímenes propios, invocarlo para justificar el homicidio, la matanza, la esclavitud, la explotación en todas sus formas, la opresión y la persecución de personas y poblaciones enteras.
La persona religiosa sabe que Dios es el Santo y que nadie puede pretender apelarse a su nombre para hacer el mal. Todo líder religioso está llamado a desenmascarar cualquier intento de manipular a Dios para fines que no tienen nada que ver con Él y su gloria. Debemos enseñar, sin cansarnos nunca, que cada vida humana tiene en sí misma un carácter sagrado, merece respeto, consideración, compasión, solidaridad, independientemente de su origen étnico, religión, cultura, orientación ideológica o política.
Pertenecer a una determinada religión no otorga dignidad ni derechos adicionales a quienes se adhieren a ella, así como el no pertenecer no los quitan ni los disminuyen.
Por lo tanto, es necesario que los líderes políticos y religiosos, los maestros y responsables de la educación, de la formación y de la información aúnen sus esfuerzos para advertir a cualquiera que fuera tentado por formas perversas de religiosidad equivocada, de que esas no tienen nada que ver con el testimonio de una religión digna de ese nombre.
Esto ayudará a todos los que con buena voluntad buscan a Dios a encontrarlo verdaderamente, a encontrar a Aquel que libera del miedo, del odio y de la violencia, que quiere servirse de la creatividad y de las energías de cada uno para difundir su designio de amor y de paz que se dirige a todos.
Estimados señoras y señores, una vez más expreso mi agradecimiento por vuestra voluntad de reflexionar y dialogar sobre un tema tan dramáticamente importante, y por haber dado una aportación tan significativa al crecimiento de una cultura de la paz basada siempre en la verdad y en el amor. Dios os bendiga así como a vuestro trabajo. Gracias.                   
04.02.18


Ángelus: la misión de la Iglesia no es estática, siempre está en movimiento

Jesús no ha venido a traer la salvación en un laboratorio

(4 febrero 2018).- La misión de la Iglesia está bajo el signo de “partida, del camino, bajo el signo del “movimiento” y nunca de un estado estático, ha dicho el Papa Francisco en el Ángelus de este domingo 4 de febrero de 2018.
Meditando, desde la Plaza San Pedro, sobre el Evangelio del día, el Papa ha señalado que “la gente, marcada por los sufrimientos físicos y las miserias espirituales” constituía “el ambiente de vida” de la misión de Jesús: “Jesús no ha venido a traer la salvación en un laboratorio; él no predica en un laboratorio, separado de la gente: ¡está en medio de la gente! ¡En medio del pueblo!”
Esta es nuestra traducción completa de las palabras que el Papa ha pronunciado para introducir la oración mariana.
Palabras del Papa antes del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de este domingo continúa la descripción de una jornada de Jesús en Cafarnaúm, un sábado, fiesta semanal para los judíos (cf. Mc 1,21-39). Esta vez el evangelista Marcos pone de relieve la relación entre la actividad taumatúrgica de Jesús y el despertar de la fe en las personas que encuentra. En efecto, con los signos de curación que cumple en los enfermos de todo tipo, el Señor quiere suscitar como respuesta la fe.
La jornada de Jesús en Cafarnaúm comienza por la curación de la suegra de Pedro y termina con la escena de toda la ciudad que se agolpa delante de la casa donde él se alojaba, para llevarle a todos los enfermos (cf. V. 33). La gente, marcada por sufrimientos físicos y miserias espirituales, constituye, por así decir, “el ambiente vital” en el que se cumple la misión de Jesús, hechos de palabras y de gestos que sanan y consuelan. Jesús no ha venido a traer la salvación en un laboratorio; no predica en un laboratorio, separado de la gente: ¡está en medio de la multitud en medio del pueblo! Pensad que la mayor parte de la vida pública de Jesús la ha pasado en el camino, para estar con la gente, para predicar el Evangelio, para curar las heridas físicas y espirituales. Es una humanidad marcada por los sufrimientos, que Jesús quiere acercar a esa pobre humanidad la acción poderosa, liberadora, y renovadora de Jesús está dirigida hacia esta pobre humanidad. Así, en medio de la gente hasta el anochecer, se concluye ese sábado. ¿Y qué hace Jesús después?.
Antes del alba del día siguiente, sale de incógnito por la puerta de la ciudad y se retira a un lugar apartado para orar. Jesús ora. De esta manera, aleja su persona y su misión a una visión triunfalista, que malinterpreta el sentido de los milagros y de su poder carismático. Los milagros, en efecto, son “signos” que invitan a la respuesta de la fe; signos que están siempre acompañados por la palabra, que les ilumina; y juntos, signos y palabras, provocan la fe y la conversión por la fuerza divina de la gracia de Dios.
La conclusión del pasaje evangélico de hoy (vv.35-39) indica que el anuncio del Reino de Dios por parte de Jesús encuentra su lugar propio en el camino. A los discípulos que le buscan para llevarle a la ciudad – los discípulos han ido a buscarle al lugar donde oraba, querían llevarle a la ciudad – ¿qué responde Jesús? “Vamos a otra parte a las aldeas cercanas para que también allí yo proclame el Evangelio” (v. 38). Este ha sido el camino del Hijo de Dios y este será el camino de sus discípulos. Y este deberá ser el camino de todo cristiano. El camino, como lugar del anuncio gozoso del Evangelio, coloca la misión de la Iglesia bajo el signo del “ír”, la Iglesia en camino, bajo el signo de “movimiento” y nunca de la inmovilidad.
Que la Virgen María nos ayude a estar abiertos a la voz del Espíritu Santo, que impulsa a la Iglesia a dirigir siempre más su tienda en medio de la gente, para llevar a todos la palabra de curación de Jesús, médico de las almas y de los cuerpos.                                              
05.02.18


Santa Marta: “Enseñen a adorar en silencio”

Escucha y perdona” sugiere el Papa

(5 feb 2018).- El Papa Francisco ha invitado a los párrocos a “enseñar a adorar en silencio”.
En la homilía de la misa matutina celebrada por el Santo Padre en la capilla de Santa Marta, una reflexión que parte de la Primera Lectura del día (1 Re 8,1-7.9-13) en la que se narra que el Rey Salomón convoca al pueblo para subir hacia el Templo, para trasladar el Arca de la Alianza del Señor.
Sí, les enseñamos a rezar, a cantar, a alabar a Dios, pero a adorar… La oración de adoración, ésta que nos aniquila sin aniquilarnos: en el aniquilamiento de la adoración nos da nobleza y grandeza. Y aprovecho, hoy, ustedes, con tantos párrocos de nombramiento reciente, para decir: enseñen al pueblo a adorar en silencio, adorar”, ha sugerido el Papa.
La invitación que ha hecho el Pontífice, “ir adelante por el camino en subida, hacia la oración de adoración, con la memoria de la elección y de la alianza, en el corazón”, se inspira en la Sagrada Escritura: “La alianza desnuda: yo te amo, tú me amas”: el primer mandamiento, amar a Dios y, segundo, amar al prójimo. En efecto, en el arca, no había nada más que las dos tablas de piedra.
Entonces introdujeron el arca en el santuario –continuó Francisco– y apenas los sacerdotes salieron del recinto, la nube, la gloria del Señor, llenó el Templo. Entonces el pueblo entró en adoración: “de los sacrificios que hacía en el camino en subida al silencio, a la humillación de la adoración”.
Siempre en camino”
Muchas veces pienso –ha reflexionado el Papa– que nosotros no enseñamos a nuestro pueblo a adorar”. Por ello, el Santo Padre exhortó a aprender desde ahora lo que haremos en el Cielo: la oración de adoración.
Pero, sólo podemos llegar allí con la memoria de haber sido elegidos, de tener dentro del corazón una promesa que nos impulsa a ir y con la alianza en la mano y en el corazón. Siempre en camino: camino difícil, camino en subida, pero en camino hacia la adoración”.

El Santo Padre ha explicado que ante la gloria de Dios, las palabras desaparecen, no se sabe qué decir. “Escucha y perdona”, imitando a Salomón, el Papa ha invitado a “adorar en silencio con toda la historia encima y pedir: `Escucha y perdona´”.
06.02.18




¿Cómo se enfría en nosotros la caridad?”

Mensaje de Cuaresma: Francisco advierte de los “falsos profetas”

(6 feb. 2018).- “¿Cómo se enfría en nosotros la caridad? ¿Cuáles son las señales que nos indican que el amor corre el riesgo de apagarse en nosotros?”.
El Papa Francisco plantea estas preguntas en el Mensaje de Cuaresma para el 2018, presentado este martes, 6 de febrero de 2018, en la Santa Sede.
Cuántos hijos de Dios se dejan fascinar por las lisonjas de un placer momentáneo, al que se le confunde con la felicidad. Cuántos hombres y mujeres viven como encantados por la ilusión del dinero, que los hace en realidad esclavos del lucro o de intereses mezquinos. Cuántos viven pensando que se bastan a sí mismos y caen presa de la soledad”, Francisco advierte de los “falsos profetas”.
Estos se aprovechan de las emociones humanas para esclavizar a las personas y llevarlas adonde ellos quieren –describe el Pontífice–. Cada uno de nosotros, por tanto, está llamado a “discernir y a examinar en su corazón” si se siente amenazado por las mentiras de estos falsos profetas.
El Papa anima a “aprender a no quedarnos en un nivel inmediato, superficial”, sino a reconocer qué cosas son las que dejan en nuestro interior una huella buena y más duradera, porque vienen de Dios y ciertamente sirven para nuestro bien.
«Al crecer la maldad, se enfriará el amor en la mayoría» (24,12)
Esta frase, que da título al Mensaje, se encuentra en el discurso que habla del fin de los tiempos y que está ambientado en Jerusalén, en el Monte de los Olivos, precisamente allí donde tendrá comienzo la pasión del Señor.
Jesús, respondiendo a una pregunta de sus discípulos, anuncia una gran tribulación y describe la situación en la que podría encontrarse la comunidad de los fieles: frente a acontecimientos dolorosos, algunos falsos profetas engañarán a mucha gente hasta amenazar con “apagar la caridad en los corazones, que es el centro de todo el Evangelio”, advierte Francisco en su Mensaje.
Dinero, raíz de todos los males”
Lo que apaga la caridad es ante todo la avidez por el dinero, «raíz de todos los males» (1 Tm6,10); a esta le sigue el rechazo de Dios y, por tanto, el no querer buscar consuelo en él, prefiriendo quedarnos con nuestra desolación antes que sentirnos confortados por su Palabra y sus Sacramentos.
Francisco profundiza aun más: “Todo esto se transforma en violencia que se dirige contra aquellos que consideramos una amenaza para nuestras «certezas»: el niño por nacer, el anciano enfermo, el huésped de paso, el extranjero, así como el prójimo que no corresponde a nuestras expectativas”.
El amor se enfría también en nuestras comunidades. Algunas señales son: la “acedía egoísta”, el “pesimismo estéril”, la “tentación de aislarse y de entablar continuas guerras fratricidas”, la mentalidad mundana que induce a “ocuparse sólo de lo aparente”, disminuyendo de este modo el entusiasmo misionero, enumera el Papa.
Dulce remedio
La Iglesia, nuestra madre y maestra nos ofrece en este tiempo de Cuaresma el “dulce remedio” de la oración, la limosna y el ayuno –anima Francisco–: “Dios siempre nos da una nueva oportunidad para que podamos empezar a amar de nuevo”.
El hecho de dedicar más tiempo a la oración hace que “nuestro corazón descubra las mentiras secretas con las cuales nos engañamos a nosotros mismos”, para buscar finalmente el consuelo en Dios.
El ejercicio de la limosna “nos libera de la avidez” y nos ayuda a “descubrir que el otro es mi hermano: nunca lo que tengo es sólo mío” –describe Francisco–. “El ayuno, por último, debilita nuestra violencia, nos desarma, y constituye una importante ocasión para crecer”.
24 horas para el Señor’
Este año, el Santo Padre convoca la iniciativa «24 horas para el Señor», que nos invita nuevamente a celebrar el Sacramento de la Reconciliación en un contexto de adoración eucarística.
Tendrá lugar el viernes 9 y el sábado 10 de marzo, inspirándose en las palabras del Salmo 130,4: «De ti procede el perdón». En cada diócesis, al menos una iglesia permanecerá abierta durante 24 horas seguidas, para permitir la oración de adoración y la confesión sacramental.
Mensaje del Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas:
Una vez más nos sale al encuentro la Pascua del Señor. Para prepararnos a recibirla, la Providencia de Dios nos ofrece cada año la Cuaresma, «signo sacramental de nuestra conversión»,[1] que anuncia y realiza la posibilidad de volver al Señor con todo el corazón y con toda la vida.
Como todos los años, con este mensaje deseo ayudar a toda la Iglesia a vivir con gozo y con verdad este tiempo de gracia; y lo hago inspirándome en una expresión de Jesús en el Evangelio de Mateo: «Al crecer la maldad, se enfriará el amor en la mayoría» (24,12).
Esta frase se encuentra en el discurso que habla del fin de los tiempos y que está ambientado en Jerusalén, en el Monte de los Olivos, precisamente allí donde tendrá comienzo la pasión del Señor. Jesús, respondiendo a una pregunta de sus discípulos, anuncia una gran tribulación y describe la situación en la que podría encontrarse la comunidad de los fieles: frente a acontecimientos dolorosos, algunos falsos profetas engañarán a mucha gente hasta amenazar con apagar la caridad en los corazones, que es el centro de todo el Evangelio.
Los falsos profetas
Escuchemos este pasaje y preguntémonos: ¿qué formas asumen los falsos profetas?
Son como «encantadores de serpientes», o sea, se aprovechan de las emociones humanas para esclavizar a las personas y llevarlas adonde ellos quieren. Cuántos hijos de Dios se dejan fascinar por las lisonjas de un placer momentáneo, al que se le confunde con la felicidad. Cuántos hombres y mujeres viven como encantados por la ilusión del dinero, que los hace en realidad esclavos del lucro o de intereses mezquinos. Cuántos viven pensando que se bastan a sí mismos y caen presa de la soledad.
Otros falsos profetas son esos «charlatanes» que ofrecen soluciones sencillas e inmediatas para los sufrimientos, remedios que sin embargo resultan ser completamente inútiles: cuántos son los jóvenes a los que se les ofrece el falso remedio de la droga, de unas relaciones de «usar y tirar», de ganancias fáciles pero deshonestas. Cuántos se dejan cautivar por una vida completamente virtual, en que las relaciones parecen más sencillas y rápidas pero que después resultan dramáticamente sin sentido. Estos estafadores no sólo ofrecen cosas sin valor sino que quitan lo más valioso, como la dignidad, la libertad y la capacidad de amar. Es el engaño de la vanidad, que nos lleva a pavonearnos… haciéndonos caer en el ridículo; y el ridículo no tiene vuelta atrás. No es una sorpresa: desde siempre el demonio, que es «mentiroso y padre de la mentira» (Jn 8,44), presenta el mal como bien y lo falso como verdadero, para confundir el corazón del hombre. Cada uno de nosotros, por tanto, está llamado a discernir y a examinar en su corazón si se siente amenazado por las mentiras de estos falsos profetas. Tenemos que aprender a no quedarnos en un nivel inmediato, superficial, sino a reconocer qué cosas son las que dejan en nuestro interior una huella buena y más duradera, porque vienen de Dios y ciertamente sirven para nuestro bien.
Un corazón frío
Dante Alighieri, en su descripción del infierno, se imagina al diablo sentado en un trono de hielo;[2] su morada es el hielo del amor extinguido. Preguntémonos entonces: ¿cómo se enfría en nosotros la caridad? ¿Cuáles son las señales que nos indican que el amor corre el riesgo de apagarse en nosotros?
Lo que apaga la caridad es ante todo la avidez por el dinero, «raíz de todos los males» (1 Tm 6,10); a esta le sigue el rechazo de Dios y, por tanto, el no querer buscar consuelo en él, prefiriendo quedarnos con nuestra desolación antes que sentirnos confortados por su Palabra y sus Sacramentos.[3] Todo esto se transforma en violencia que se dirige contra aquellos que consideramos una amenaza para nuestras «certezas»: el niño por nacer, el anciano enfermo, el huésped de paso, el extranjero, así como el prójimo que no corresponde a nuestras expectativas.
También la creación es un testigo silencioso de este enfriamiento de la caridad: la tierra está envenenada a causa de los desechos arrojados por negligencia e interés; los mares, también contaminados, tienen que recubrir por desgracia los restos de tantos náufragos de las migraciones forzadas; los cielos —que en el designio de Dios cantan su gloria— se ven surcados por máquinas que hacen llover instrumentos de muerte.
El amor se enfría también en nuestras comunidades: en la Exhortación apostólica Evangelii Gaudium traté de describir las señales más evidentes de esta falta de amor. Estas son: la acedia egoísta, el pesimismo estéril, la tentación de aislarse y de entablar continuas guerras fratricidas, la mentalidad mundana que induce a ocuparse sólo de lo aparente, disminuyendo de este modo el entusiasmo misionero.[4]
¿Qué podemos hacer?
Si vemos dentro de nosotros y a nuestro alrededor los signos que antes he descrito, la Iglesia, nuestra madre y maestra, además de la medicina a veces amarga de la verdad, nos ofrece en este tiempo de Cuaresma el dulce remedio de la oración, la limosna y el ayuno.
El hecho de dedicar más tiempo a la oración hace que nuestro corazón descubra las mentiras secretas con las cuales nos engañamos a nosotros mismos,[5] para buscar finalmente el consuelo en Dios. Él es nuestro Padre y desea para nosotros la vida.
El ejercicio de la limosna nos libera de la avidez y nos ayuda a descubrir que el otro es mi hermano: nunca lo que tengo es sólo mío. Cuánto desearía que la limosna se convirtiera para todos en un auténtico estilo de vida. Al igual que, como cristianos, me gustaría que siguiésemos el ejemplo de los Apóstoles y viésemos en la posibilidad de compartir nuestros bienes con los demás un testimonio concreto de la comunión que vivimos en la Iglesia. A este propósito hago mía la exhortación de san Pablo, cuando invitaba a los corintios a participar en la colecta para la comunidad de Jerusalén: «Os conviene» (2 Co 8,10). Esto vale especialmente en Cuaresma, un tiempo en el que muchos organismos realizan colectas en favor de iglesias y poblaciones que pasan por dificultades. Y cuánto querría que también en nuestras relaciones cotidianas, ante cada hermano que nos pide ayuda, pensáramos que se trata de una llamada de la divina Providencia: cada limosna es una ocasión para participar en la Providencia de Dios hacia sus hijos; y si él hoy se sirve de mí para ayudar a un hermano, ¿no va a proveer también mañana a mis necesidades, él, que no se deja ganar por nadie en generosidad?[6]
El ayuno, por último, debilita nuestra violencia, nos desarma, y constituye una importante ocasión para crecer. Por una parte, nos permite experimentar lo que sienten aquellos que carecen de lo indispensable y conocen el aguijón del hambre; por otra, expresa la condición de nuestro espíritu, hambriento de bondad y sediento de la vida de Dios. El ayuno nos despierta, nos hace estar más atentos a Dios y al prójimo, inflama nuestra voluntad de obedecer a Dios, que es el único que sacia nuestra hambre.
Querría que mi voz traspasara las fronteras de la Iglesia Católica, para que llegara a todos ustedes, hombres y mujeres de buena voluntad, dispuestos a escuchar a Dios. Si se sienten afligidos como nosotros, porque en el mundo se extiende la iniquidad, si les preocupa la frialdad que paraliza el corazón y las obras, si ven que se debilita el sentido de una misma humanidad, únanse a nosotros para invocar juntos a Dios, para ayunar juntos y entregar juntos lo que podamos como ayuda para nuestros hermanos.
El fuego de la Pascua
Invito especialmente a los miembros de la Iglesia a emprender con celo el camino de la Cuaresma, sostenidos por la limosna, el ayuno y la oración. Si en muchos corazones a veces da la impresión de que la caridad se ha apagado, en el corazón de Dios no se apaga. Él siempre nos da una nueva oportunidad para que podamos empezar a amar de nuevo.
Una ocasión propicia será la iniciativa «24 horas para el Señor», que este año nos invita nuevamente a celebrar el Sacramento de la Reconciliación en un contexto de adoración eucarística. En el 2018 tendrá lugar el viernes 9 y el sábado 10 de marzo, inspirándose en las palabras del Salmo 130,4: «De ti procede el perdón». En cada diócesis, al menos una iglesia permanecerá abierta durante 24 horas seguidas, para permitir la oración de adoración y la confesión sacramental.
En la noche de Pascua reviviremos el sugestivo rito de encender el cirio pascual: la luz que proviene del «fuego nuevo» poco a poco disipará la oscuridad e iluminará la asamblea litúrgica. «Que la luz de Cristo, resucitado y glorioso, disipe las tinieblas de nuestro corazón y de nuestro espíritu»,[7] para que todos podamos vivir la misma experiencia de los discípulos de Emaús: después de escuchar la Palabra del Señor y de alimentarnos con el Pan eucarístico nuestro corazón volverá a arder de fe, esperanza y caridad.
Los bendigo de todo corazón y rezo por ustedes. No se olviden de rezar por mí.
Vaticano, 1 de noviembre de 2017

Solemnidad de Todos los Santos
FRANCISCO
07.02.12




Liturgia de la Palabra: Homilía “breve” pero “bien preparada”

Audiencia General

(7 feb. 2018).- “¿Qué es la homilía? Es un retomar ese diálogo que ya está entablado entre el Señor y su pueblo, para que encuentre su cumplimiento en la vida”.
Ese “diálogo entre Dios y su pueblo”, ya entablado, se desarrolla en la Liturgia de la Palabra en la misa, y llega al “culmen en la proclamación del Evangelio”, ha explicado Francisco en su 8ª catequesis sobre la Misa, en la Audiencia General del miércoles, 7 de febrero de 2018.
Homilía breve
El Santo Padre ha animado a los sacerdotes a que hagan la homilía breve, pero bien preparada. Para ello, les indica: “Se prepara con la oración, con el estudio de la Palabra de Dios y haciendo una síntesis clara y breve; no tiene que durar más de diez minutos, por favor”.
Esta mañana, el Papa ha recordado que Cristo es el centro y plenitud de toda la Escritura, y también de toda celebración litúrgica, “Jesucristo está siempre en el centro, siempre”.
Si escuchamos la “buena noticia” –ha señalado el Papa– ella nos convertirá y transformará y así podremos cambiarnos a nosotros mismos y al mundo. ¿Por qué? Porque la Buena Noticia, la Palabra de Dios “entra por los oídos, va al corazón y llega a las manos para hacer buenas obras”.
Catequesis del Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Seguimos con las catequesis sobre la santa misa. Habíamos llegado a las lecturas.
El diálogo entre Dios y su pueblo, desarrollado en la Liturgia de la Palabra en la misa, llega al culmen en la proclamación del Evangelio. Lo precede el canto del Aleluya – o, en Cuaresma, otra aclamación – con el cual “la asamblea de los fieles acoge y saluda al Señor quién le hablará en el Evangelio”[1]. Como los misterios de Cristo iluminan toda la revelación bíblica, así, en la Liturgia de la Palabra, el Evangelio es la luz para entender el significado de los textos bíblicos que lo preceden, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. Efectivamente “Cristo es el centro y plenitud de toda la Escritura, y también de toda celebración litúrgica”[2]. Jesucristo está siempre en el centro, siempre.
Por lo tanto, la misma liturgia distingue el Evangelio de las otras lecturas y lo rodea de un honor y una veneración particular[3]. En efecto, sólo el ministro ordenado puede leerlo y cuando termina besa el libro; hay que ponerse en pie para escucharlo y hacemos la señal de la cruz sobre la frente, la boca y el pecho; las velas y el incienso honran a Cristo que, mediante la lectura evangélica, hace resonar su palabra eficaz. A través de estos signos, la asamblea reconoce la presencia de Cristo que le anuncia la “buena noticia” que convierte y transforma. Es un diálogo directo, como atestiguan las aclamaciones con las que se responde a la proclamación, “Gloria a Ti, Señor”, o “Alabado seas, Cristo”. Nos levantamos para escuchar el Evangelio: es Cristo que nos habla, allí. Y por eso prestamos atención, porque es un coloquio directo. Es el Señor el que nos habla.
Así, en la misa no leemos el Evangelio para saber cómo han ido las cosas, sino que escuchamos el Evangelio para tomar conciencia de que lo que Jesús hizo y dijo una vez; y esa Palabra está viva, la Palabra de Jesús que está en el Evangelio está viva y llega a mi corazón. Por eso escuchar el Evangelio es tan importante, con el corazón abierto, porque es Palabra viva. San Agustín escribe que “la boca de Cristo es el Evangelio”.[4] Él reina en el cielo, pero no deja de hablar en la tierra”. Si es verdad que en la liturgia “Cristo sigue anunciando el Evangelio” [5], se deduce que, al participar en la misa, debemos darle una respuesta. Nosotros escuchamos el Evangelio y tenemos que responder con nuestra vida.
Para que su mensaje llegue, Cristo también se sirve de la palabra del sacerdote que, después del Evangelio, pronuncia la homilía[6]. Vivamente recomendada por el Concilio Vaticano II como parte de la misma liturgia[7], la homilía no es un discurso de circunstancias, – ni tampoco una catequesis como la que estoy haciendo ahora- ni una conferencia, ni tampoco  una lección: la homilía es otra cosa. ¿Qué es la homilía? Es “un retomar ese diálogo que ya está entablado entre el Señor y su pueblo”,[8] para que encuentre su cumplimiento en la vida. ¡La auténtica exégesis del Evangelio es nuestra vida santa! La palabra del Señor termina su carrera haciéndose carne en nosotros, traduciéndose en obras, como sucedió en María y en los santos. Acordaos de lo que dije la última vez, la Palabra del Señor entra por los oídos, llega al corazón y va a las manos, a las buenas obras. Y también la homilía sigue a la Palabra del Señor y hace este recorrido para ayudarnos a que la Palabra del Señor llegue a las manos pasando por el corazón.
Ya he tratado el tema de la homilía en la Exhortación Evangelii gaudium, donde recordé que el contexto litúrgico “exige que la predicación oriente a la asamblea, y también al predicador, a una comunión con Cristo en la Eucaristía que transforme la vida. “[9]
El que pronuncia la homilía deben cumplir bien su ministerio – el que predica, el sacerdote, el diácono o el obispo- ofreciendo un verdadero servicio a todos los que participan en la misa, pero también quienes lo escuchan deben hacer su parte. En primer lugar, prestando la debida atención, es decir, asumiendo la justa disposición interior, sin pretensiones subjetivas, sabiendo que cada predicador tiene sus méritos y sus límites. Si a veces hay motivos para aburrirse por la homilía larga, no centrada o incomprensible, otras veces es el prejuicio el que constituye un obstáculo. Y el que pronuncia la homilía debe ser consciente de que no está diciendo algo suyo, está predicando, dando voz a Jesús, está predicando la Palabra de Jesús. Y la homilía tiene que estar bien preparada, tiene que ser breve ¡breve!. Me decía un sacerdote que una vez había ido a otra ciudad donde vivían sus padres y su papá le había dicho: “¿Sabes? Estoy contento porque mis amigos y yo hemos encontrado una iglesia donde si dice misa sin homilía”. Y cuántas veces vemos que durante la homilía algunos se duermen, otros charlan o salen a fumarse un cigarrillo… Por eso, por favor, que la homilía sea breve, pero esté bien preparada. Y ¿cómo se prepara una homilía, queridos sacerdotes, diáconos, obispos? ¿Cómo se prepara? Con la oración, con el estudio de la Palabra de Dios y haciendo una síntesis clara y breve; no tiene que durar más de diez minutos, por favor.
En conclusión, podemos decir que en la Liturgia de la Palabra, a través del Evangelio y la homilía, Dios dialoga con su pueblo, que lo escucha con atención y veneración y, al mismo tiempo, lo reconoce presente y activo. Si, por lo tanto, escuchamos la “buena noticia”, ella nos convertirá y transformará y así podremos cambiarnos a nosotros mismos y al mundo. ¿Por qué? Porque la Buena Noticia, la Palabra de Dios entra por los oídos, va al corazón y llega a las manos para hacer buenas obras.
08.02.18




Santa Marta: “Vigilar sobre tu corazón” todos los días

Homilía en la Misa celebrada el 8 de febrero de 2018

(8 feb. 2018).- “¿Cómo está tu corazón? ¿Fuerte? ¿Permanece fiel al Señor? ¿O tú resbalas lentamente?”.
Este jueves, 8 de febrero de 2018, Francisco ha reflexionado en la Misa matutina a partir de la lectura del primer Libro de los Reyes, que refiere acerca de Salomón y de su desobediencia.
Francisco ha matizado que cuando el corazón comienza a debilitarse, no es como una situación de pecado: tú cometes un pecado, y te das cuenta enseguida: “Yo he cometido este pecado”, está claro. El debilitamiento del corazón es un camino lento, que resbala poco a poco, poco a poco, poco a poco…
Vigilar tu corazón
El Papa recomienda vigilancia: “Vigilar sobre tu corazón. Vigilar. Todos los días, estar atento a lo que sucede en tu corazón”. El drama del debilitamiento del corazón puede sucedernos a todos nosotros en la vida, señala.
Paradójicamente “es mejor la claridad de un pecado, que el debilitamiento del corazón” –afirmó Francisco– porque “el gran Rey Salomón terminó corrupto: tranquilamente corrupto, porque el corazón se le había debilitado”.
Y un hombre y una mujer con el corazón débil, o debilitado, es una mujer, un hombre derrotado”, añadió Francisco.
David es santo –ha indicado el Papa– a pesar de haber sido un pecador, mientras en cambio, el grande y sabio Salomón fue rechazado por el Señor porque se había vuelto corrupto”.
Corazón íntegro
El Papa expuso que “el corazón de Salomón no permaneció íntegro con el Señor, su Dios, como el corazón de David, su padre”, y explicó que es “extraño” porque Salomón cometió grandes pecados. “Era siempre equilibrado, mientras de David sabemos que tuvo una vida difícil, que fue un pecador. Y sin embargo, David es santo y de Salomón se dice que su corazón se había “desviado del Señor”. Él que había sido elogiado por el Señor cuando había pedido prudencia para gobernar, en lugar de las riquezas.                                             
09.02.18



Francisco apunta al “uso responsable de las tecnologías” para combatir la trata

Discurso al ‘Grupo Santa Marta’

(9 feb. 2018).- El Papa Francisco ha declarado que las iniciativas destinadas a combatir la trata de personas, en su objetivo concreto de desmantelar las redes criminales, deben tener en cuenta el “uso responsable de las tecnologías y los medios de comunicación”.
Esta mañana, 9 de febrero de 2018, a las 12 horas, el Santo Padre Francisco ha recibido en audiencia a los miembros del ‘Grupo Santa Marta’, creado por él para combatir el tráfico de personas y las redes de explotación.
Los días 8 y 9 de febrero, el ‘Grupo Santa Marta’ se ha reunido en el Vaticano para celebrar la conferencia sobre la “trata de seres humanos” y sobre las “formas modernas de esclavitud”.
Asimismo, el Santo Padre ha apuntado en este encuentro al estudio de las “implicaciones éticas de los modelos de crecimiento económico que dan la prioridad a los beneficios en lugar de a las personas”.
Es importante destacar de las palabras del Papa el agradecimiento al ‘Grupo Santa Marta’ por todos los esfuerzos realizados para llevar el “bálsamo de la misericordia” divina a los que sufren. El Pontífice ha apuntado que este también es un “paso esencial para la rehabilitación y la renovación de la sociedad en su conjunto”.
Publicamos a continuación el discurso que el Papa ha dirigido a los presentes en el encuentro.
Discurso del Papa Francisco
Queridos hermanos obispos:
Queridos amigos,
Os doy la bienvenida, miembros del Grupo Santa Marta, al concluir vuestra Conferencia, dedicada este año a ofrecer una perspectiva mundial sobre la trata de seres humanos y sobre las formas modernas de esclavitud. En calidad de líderes de las fuerzas del orden, de la investigación, de las políticas públicas y la asistencia pastoral, dais una contribución esencial para abordar las causas y los efectos de este flagelo moderno, que sigue causando indecibles sufrimientos humanos.
Mi esperanza es que estos días de reflexión e intercambio de experiencias hayan arrojado todavía más luz sobre la interacción de las problemáticas mundiales y locales de la trata de personas humanas. La experiencia demuestra que esas formas modernas de esclavitud están mucho más extendidas de lo que se podría imaginar, incluso -para nuestra vergüenza y escándalo- dentro de nuestras sociedades más prósperas.
El grito de Dios a Caín, que se encuentra en las primeras páginas de la Biblia – “¿Dónde está tu hermano?” – nos empuja a examinar seriamente las diversas formas de complicidad con las que la sociedad tolera y alienta, particularmente con respecto a la trata con fines sexuales, la explotación de hombres, mujeres y niños vulnerables (véase la Exhortación apostólica Evangelii Gaudium, 211). Las iniciativas destinadas a combatir la trata de personas, en su objetivo concreto de desmantelar las redes criminales, deben tener cada vez más en cuenta los amplios sectores relacionados, como, por ejemplo, el uso responsable de las tecnologías y los medios de comunicación, sin mencionar el estudio de las implicaciones éticas de los modelos de crecimiento económico que dan la prioridad a los beneficios en lugar de a las personas.
Confío en que vuestras discusiones de estos días también contribuirán a incrementar la toma de conciencia sobre la creciente necesidad de ayudar a las víctimas de estos crímenes, acompañándolas en un camino de reintegración en la sociedad y restableciendo su dignidad humana. La Iglesia está agradecida por todos los esfuerzos realizados para llevar el bálsamo de la misericordia divina a los que sufren, porque este es también un paso esencial para la rehabilitación y la renovación de la sociedad en su conjunto.
Queridos amigos, con gratitud por vuestro compromiso y vuestra colaboración en este sector crucial, os expreso mis mejores deseos, acompañados de la oración, para la continuación de vuestro trabajo. Sobre vosotros, vuestras familias y todos aquellos a quienes servís, invoco la bendición del Señor que da sabiduría, fuerza y paz. Y os pido, por favor, que recéis por mí.  
10.02.18



Ángelus: un instante de silencio para decir a Jesús: “Si quieres, puedes purificarme”

Una persona enferma puede estar todavía más unida a Dios

(11 febrero 2018).- “Hagamos un momento de silencio, y cada uno de nosotros…. puede pensar en su corazón, mirar en él y ver sus impurezas, sus pecados”. Y cada uno de nosotros…puede decir a Jesús: “si quieres puedes purificarme”. Esta es la invitación del Papa Francisco en el Ángelus de este domingo 11 de febrero de 2018, Día Mundial de los Enfermos.
Ante unas 30.000 personas participantes en la oración mariana en la Plaza San Pedro, el Papa ha afirmado que “ninguna enfermedad es causa de impureza…de ninguna manera socava o impide su relación con Dios” Al contrario, una persona enferma puede estar aún más unida a Dios”.
Pero por otro lado, agregó, el pecado “nos hace impuros”: “El egoísmo, el orgullo, la entrada en el mundo de la corrupción, son enfermedades del corazón que deben ser purificadas”.
Palabras del Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En este domingo, el Evangelio, según San Marcos, nos muestra a Jesús sanando todo tipo de enfermos. En este contexto, se sitúa la Jornada Mundial del enfermo, que se celebra hoy 11 de febrero, memoria de la Santa Virgen María de Lourdes. Por lo tanto, con el corazón vuelto a la gruta de Massabielle, contemplamos a Jesús como verdadero médico del cuerpo y del alma, que Dios Padre ha enviado al mundo para curar a la humanidad, marcada por el pecado y sus consecuencias.
El pasaje del Evangelio de hoy (cf. Mc 1,40-45) nos presenta la curación de un hombre enfermo de lepra, patología que en el Antiguo Testamento era considerada como una grave impureza y comportaba la separación del leproso de la comunidad: vivían solos. Su condición era verdaderamente penosa, porque la mentalidad de la época los hacía sentirse impuro no solo delante de los hombres sino también ante Dios, por eso el leproso del Evangelio suplica a Jesús con estas palabras: “Si quieres, puedes purificarme” (v. 40).
Al oír esto Jesús siente compasión (v. 41). Es muy importante fijar la atención sobre esta resonancia interior de Jesús, como hemos hecho a lo largo del Jubileo de la Misericordia. No se entiende la obra de Jesús, no se entiende a Cristo mismo, sino se entra en su corazón lleno de compasión y de misericordia. Esto es lo que le impulsa a extender la mano hacía aquel hombre enfermo de lepra, a tocarlo y decirle: “¡Quiero, queda purificado!” (v. 40). El hecho más sorprendente, es que Jesús toca al leproso, porque esto estaba absolutamente prohibido por la ley de Moisés. Tocar a un leproso significaba ser contagiado también dentro, en el espíritu, es decir, hacerse impuro. Pero en este caso el influjo no va del leproso a Jesús para transmitir el contagio, sino de Jesús al leproso para darle la purificación.
En esta curación, nosotros admiramos más allá de la compasión y de la misericordia, también la audacia de Jesús, que no se preocupa ni del contagio ni de las prescripciones, sino que está motivado por la voluntad de liberar a este hombre de la maldición que lo oprime.
Ninguna enfermedad es causa de impureza; la enfermedad ciertamente involucra a toda la persona, pero en ningún modo impide o prohíbe su relación con Dios. Al contrario, una persona enferma puede estar más unida a Dios. En cambio el pecado, esto sí nos hace impuros, el egoísmo, la soberbia, el entrar en el mundo de la corrupción, estas son enfermedades del corazón del cual se necesita ser purificado, dirigiéndonos a Jesús como el leproso: “¡Si quieres, puedes purificarme!”.
Y ahora, hagamos un momento de silencio y cada uno de nosotros – vosotros, todos, yo – podemos pensar y ver en su corazón, ver dentro de sí y ver las propias impurezas, los propios pecados, cada uno de nosotros, en silencio, con la voz del corazón, decir a Jesús: “¡Si quieres, puedes purificarme!”. Hagámoslo todos en silencio.
¡Si quieres, puedes purificarme!”
¡Si quieres, puedes purificarme!”
Y cada vez que nos dirigimos al sacramento de la Reconciliación con el corazón arrepentido, el Señor nos repite también a nosotros: “¡Quiero, queda purificado!”. Así la lepra del pecado desaparece, volvemos a vivir con alegría nuestra relación filial con Dios y somos admitidos plenamente en la comunidad.

Por intercesión de la Virgen María, nuestra Madre Inmaculada, pidamos al Señor, que ha traído a los enfermos la salud, sanar también nuestras heridas interiores con su infinita misericordia, para darnos así la esperanza y la paz del corazón.      
12.02.18






Santa Marta: “La paciencia cristiana no es resignación”

Francisco ha recordado a los cristianos perseguidos

(12 feb. 2018).- El Papa Francisco ha invitado a pedir al Señor “la virtud de la paciencia”, que es propia de quien está en camino y lleva sobre sus espaldas las dificultades y las pruebas, como muchos de los hermanos cristianos perseguidos en Oriente Medio.
Esta ha sido su reflexión en la misa matutina, celebrada en la Capilla de Santa Marta, el lunes, 12 de febrero de 2018. Francisco se inspiró a partir de la Primera Lectura propuesta por la liturgia del día en la que el Apóstol Santiago escribe que “su fe, puesta a la prueba, produce paciencia”.
¿Qué significa ser pacientes en la vida y ante las pruebas?”, ha planteado el Santo Padre. Haciendo una distinción entre la paciencia cristiana y la “resignación” y la actitud de la “derrota”, Francisco ha mostrado la “paciencia” como la “virtud” de “quien está en camino”, no de quien está “detenido” y “cerrado”.
Así, el Papa ha explicado que su significado lleva consigo el sentido de la responsabilidad, porque el “paciente no deja el sufrimiento, lo lleva consigo”, y lo hace “con gozo, regocijo, ‘perfecta alegría, como dice el Apóstol”:
Paciencia significa ‘llevar consigo’ y no encomendar a otro que lleve el problema, que lleve la dificultad: ‘La llevo yo, ésta es mi dificultad, es mi problema. ¿Me hace sufrir? ¡Ciertamente! Pero lo llevo’. Llevarlo. Y también la paciencia es la sabiduría de saber dialogar con el límite. Hay tantos límites en la vida, pero el impaciente no los quiere, los ignora porque no sabe dialogar con los límites. Hay alguna fantasía de omnipotencia o de pereza, no sabemos… Pero no sabe”, ha señalado el Pontífice.
Cristianos perseguidos
Francisco ha dirigido un pensamiento a nuestros hermanos perseguidos en Oriente Medio, expulsados por ser cristianos: “Han entrado en paciencia como el Señor ha entrado en paciencia”.

Así el Santo Padre ha animado a rezar con estas ideas y ha invitado a decir: ‘Señor, da a tu pueblo la paciencia para cargar con sus pruebas’. Y también rezar por nosotros. Tantas veces somos impacientes: cuando una cosa no va, regañamos… ‘Pero detente un poco’, piensa en la paciencia de Dios Padre, entra en paciencia como Jesús’. Es una bella virtud la paciencia. Pidámosla al Señor”.
13.02.18




Iglesia Greco-melquita: “El abrazo del padre de una Iglesia con Pedro”

Comunión eclesiástica en la Misa en Santa Marta

(13 feb. 2018).- “Esto es lo que significa la ceremonia de hoy: el abrazo del padre de una Iglesia con Pedro”.
El Papa Francisco ha explicado esta mañana, 13 de febrero de 2018, en la Santa Misa celebrada en la Casa de Santa Marta, el significado de la celebración de hoy, en lugar de ofrecer una homilía como de costumbre.
En la Misa de hoy, el patriarca Youssef Absi, patriarca de la Iglesia de Antioquía de los Greco-melquitas, ha hecho pública la Comunión eclesiástica (apostolica communio): “Él es padre de una Iglesia, de una Iglesia antiquísima y viene a abrazar a Pedro, para decir `estoy en comunión con Pedro´”, ha explicado Francisco.
El patriarca de la Iglesia Greco-melquita ha concelebrado la Eucaristía con el Papa Francisco. Al final de la Santa Misa, el Patriarca dio las gracias, en francés, al Santo Padre y, por invitación del Papa, impartieron juntos la bendición final.
Francisco concedió al recién elegido Patriarca Youssef Absi  mediante una carta del pasado 22 de junio.
El Patriarca de Antioquía y los Obispos greco melquitas católicos viajaron a Roma al término del Sínodo que celebraron en El Líbano a principios de este mes de febrero.
Publicamos a continuación las palabras del Santo Padre durante la Misa y las de agradecimiento del Patriarca.


Palabras del Papa Francisco
Esta misa con nuestro hermano, el patriarca Youssef, hará la apostolica communio: él es padre de una Iglesia, de una Iglesia antiquísima y viene a abrazar a Pedro, para decir “estoy en comunión con Pedro”. Esto es lo que significa la ceremonia de hoy: el abrazo del padre de una Iglesia con Pedro. Una Iglesia rica, con su propia teología dentro de la teología católica, con su propia liturgia maravillosa y con un pueblo, en este momento una gran parte de este pueblo está crucificada, como Jesús. Ofrecemos esta misa por el pueblo, por el pueblo que sufre, por los cristianos perseguidos en el Medio Oriente, que entregan sus vidas, sus bienes, sus propiedades porque son expulsados. Y también ofrecemos la misa por el ministerio de nuestro hermano Youssef.
Palabras del Patriarca al Papa Francisco
Santidad,
Me gustaría darle las gracias por esta hermosa misa de comunión, en nombre de todo el Sínodo de nuestra Iglesia greco-melquita católica. Personalmente, estoy realmente conmovido por su caridad fraterna, por los gestos de fraternidad, de solidaridad que ha demostrado a nuestra Iglesia durante esta misa. Prometemos mantenerla siempre en nuestros corazones, en los corazones de todos nosotros, clero y fieles, y siempre recordaremos este evento, estos momentos históricos, este momento que no puedo describir por lo hermoso que es: esta fraternidad, esta comunión que une a todos los discípulos de Cristo. Gracias, Santidad.   
14.02.18


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