Santa Marta: “La muerte nos salva de la ilusión de ser dueños del tiempo”
Reflexión
del Papa en la Misa, 1 de febrero de 2018
(1
febrero 2018).-
“Nosotros
no somos ni eternos ni efímeros: somos hombres y mujeres en camino
en el tiempo, tiempo que comienza y tiempo que termina”.
Homilía
del Papa Francisco en la Misa celebrada en Santa Marta el jueves, 1
de febrero de 2018.
El
Santo Padre ha afrontado el pensamiento de la muerte que “nos salva
de la ilusión de ser dueños del tiempo”. En este sentido,
Francisco ha señalado que “La muerte es un hecho, la muerte es una
herencia y la muerte es una memoria”.
En
su homilía, el Papa se ha inspirado en el pasaje del Primer Libro de
los Reyes, que aborda el tema de la muerte de David, el Papa
Francisco invitó a la asamblea a “rezar y pedir la gracia del
sentido del tiempo” para no permanecer “encarcelados” por el
momento presente, “encerrados en sí mismos”. “La muerte es un
hecho que atañe a todos – recordó el Pontífice – y dijo que
“antes o después llega”.
“El
camino termina en la muerte”
“Pero
está la tentación del momento que se adueña de la vida y te lleva
a ir girando en este laberinto egoísta del momento sin futuro,
siempre ida y vuelta, ida y vuelta, ¿no? Y el camino termina en la
muerte, todos lo sabemos. Por esta razón la Iglesia siempre ha
tratado de hacer reflexionar sobre este fin nuestro: la muerte,
¿no?”, ha comentado el Pontífice.
“Yo
no soy el dueño del tiempo, repetir esto ayuda” –ha recomendado
el Papa– porque “nos salva de esa ilusión del momento, de tomar
la vida como una cadena de eslabones de momentos, que no tiene
sentido”.
“Yo
estoy en camino y debo mirar hacia adelante”, pero también
debo considerar que “la muerte es una herencia”, no la herencia
material, sino la herencia del testimonio, ha señalado Francisco.
02.02.18
02.02.18
Vida Consagrada: “Todo comenzó gracias al encuentro con el Señor”
Homilía
del Papa en la Misa de la XXII Jornada Mundial
(2
febrero 2018).- “Todo comenzó gracias al encuentro con el Señor.
De un encuentro y de una llamada nació el camino de la consagración.
Es necesario hacer memoria de ello”, ha dicho el Santo Padre.
En
la Fiesta de la Presentación del Señor, el Papa Francisco ha
presidido la Misa en la Jornada por la Vida Consagrada, el 2 de
febrero de 2018, a las 17 horas en la Basílica del Vaticano.
La
XXII Jornada Mundial de la Vida Consagrada se ha celebrado en la
Basílica con la participación de cientos de miembros de Institutos
de Vida Consagrada y de Sociedad de vida apostólica, y ha estado
concelebrada por obispos, cardenales y sacerdotes de órdenes,
congregaciones e institutos religiosos.
Mirar
a los ojos
La
vida frenética de hoy lleva a cerrar muchas puertas al encuentro, a
menudo por el miedo al otro, ha explicado el Pontífice. “Que no
sea así en la vida consagrada: el hermano y la hermana que Dios me
da son parte de mi historia, son dones que hay que custodiar. No vaya
a suceder que miremos más la pantalla del teléfono que los ojos del
hermano, o que nos fijemos más en nuestros programas que en el
Señor”.
El
pensamiento principal del Papa –ha meditado– es que esta es una
“fiesta del encuentro”. El Papa ha explicado que es el encuentro
entre el Niño Dios y la humanidad que espera, a la vez que se da el
encuentro que se da en el templo entre los ancianos y los jóvenes:
María y José con Simeón y Ana. “Los ancianos reciben de los
jóvenes, y los jóvenes de los ancianos”, ha comentado Francisco.
Nuestra
respuesta
El
Papa ha compartido con los consagrados y consagradas que la vida
consagrada “nace y renace” del encuentro con Jesús tal como es:
“pobre, casto y obediente”.
Y
ha añadido: “Se mueve por una doble vía: por un lado, la
iniciativa amorosa de Dios, de la que todo comienza y a la que
siempre debemos regresar; por otro lado, nuestra respuesta, que es de
amor verdadero cuando se da sin peros ni excusas, y cuando imita a
Jesús pobre, casto y obediente”.
El
Papa ha regalado a las religiosas que trabajan en el Vaticano una
prímula, una de las primeras flores que florecen después del
invierno y que es símbolo de la belleza y la juventud. La ceremonia
se ha iniciado con la bendición de las velas y la procesión.
Homilía
del Papa Francisco
Cuarenta
días después de Navidad celebramos al Señor que, entrando en el
templo, va al encuentro de su pueblo. En el Oriente cristiano, a esta
fiesta se la llama precisamente la «Fiesta del encuentro»: es el
encuentro entre el Niño Dios, que trae novedad, y la humanidad que
espera, representada por los ancianos en el templo.
En
el templo sucede también otro encuentro, el de dos parejas: por una
parte, los jóvenes María y José, por otra, los ancianos Simeón y
Ana. Los ancianos reciben de los jóvenes, y los jóvenes de los
ancianos. María y José encuentran en el templo las raíces del
pueblo, y esto es importante, porque la promesa de Dios no se realiza
individualmente y de una sola vez, sino juntos y a lo largo de la
historia. Y encuentran también las raíces de la fe, porque la fe no
es una noción que se aprende en un libro, sino el arte de vivir con
Dios, que se consigue por la experiencia de quien nos ha precedido en
el camino. Así los dos jóvenes, encontrándose con los ancianos, se
encuentran a sí mismos. Y los dos ancianos, hacia el final de sus
días, reciben a Jesús, que es el sentido a sus vidas. En este
episodio se cumple así la profecía de Joel: «Vuestros hijos e
hijas profetizarán, vuestros ancianos tendrán sueños y visiones»
(3,1). En ese encuentro los jóvenes descubren su misión y los
ancianos realizan sus sueños. Y todo esto porque en el centro del
encuentro está Jesús.
Mirémonos
a nosotros, queridos hermanos y hermanas consagrados. Todo comenzó
gracias al encuentro con el Señor. De un encuentro y de una llamada
nació el camino de la consagración. Es necesario hacer memoria de
ello. Y si recordamos bien veremos que en ese encuentro no estábamos
solos con Jesús: estaba también el pueblo de Dios —la Iglesia—,
jóvenes y ancianos, como en el Evangelio. Allí hay un detalle
interesante: mientras los jóvenes María y José observan fielmente
las prescripciones de la Ley —el Evangelio lo dice cuatro veces—,
y no hablan nunca, los ancianos Simeón y Ana acuden y profetizan.
Parece que debería ser al contrario: en general, los jóvenes son
quienes hablan con ímpetu del futuro, mientras los ancianos
custodian el pasado. En el Evangelio sucede lo contrario, porque
cuando uno se encuentra en el Señor no tardan en llegar las
sorpresas de Dios. Para dejar que sucedan en la vida consagrada es
bueno recordar que no se puede renovar el encuentro con el Señor sin
el otro: nunca dejar atrás, nunca hacer descartes generacionales,
sino acompañarse cada día, con el Señor en el centro. Porque si
los jóvenes están llamados a abrir nuevas puertas, los ancianos
tienen las llaves. Y la juventud de un instituto está en ir a las
raíces, escuchando a los ancianos. No hay futuro sin este encuentro
entre ancianos y jóvenes; no hay crecimiento sin raíces y no hay
florecimiento sin brotes nuevos. Nunca profecía sin memoria, nunca
memoria sin profecía; y, siempre encontrarse.
La
vida frenética de hoy lleva a cerrar muchas puertas al encuentro, a
menudo por el miedo al otro —las puertas de los centros comerciales
y las conexiones de red permanecen siempre abiertas—. Que no sea
así en la vida consagrada: el hermano y la hermana que Dios me da
son parte de mi historia, son dones que hay que custodiar. No vaya a
suceder que miremos más la pantalla del teléfono que los ojos del
hermano, o que nos fijemos más en nuestros programas que en el
Señor. Porque cuando se ponen en el centro los proyectos, las
técnicas y las estructuras, la vida consagrada deja de atraer y ya
no comunica; no florece porque olvida «lo que tiene sepultado», es
decir, las raíces.
La
vida consagrada nace y renace del encuentro con Jesús tal como es:
pobre, casto y obediente. Se mueve por una doble vía: por un lado,
la iniciativa amorosa de Dios, de la que todo comienza y a la que
siempre debemos regresar; por otro lado, nuestra respuesta, que es de
amor verdadero cuando se da sin peros ni excusas, y cuando imita a
Jesús pobre, casto y obediente. Así, mientras la vida del mundo
trata de acumular, la vida consagrada deja las riquezas que son
pasajeras para abrazar a Aquel que permanece. La vida del mundo
persigue los placeres y los deseos del yo, la vida consagrada libera
el afecto de toda posesión para amar completamente a Dios y a los
demás. La vida del mundo se
empecina
en hacer lo que quiere, la vida consagrada elige la obediencia
humilde como la libertad más grande. Y mientras la vida del mundo
deja pronto con las manos y el corazón vacíos, la vida según Jesús
colma de paz hasta el final, como en el Evangelio, en el que los
ancianos llegan felices al ocaso de la vida, con el Señor en sus
manos y la alegría en el corazón.
Cuánto
bien nos hace, como Simeón, tener al Señor «en brazos» (Lc 2,28).
No sólo en la cabeza y en el corazón, sino en las manos, en todo lo
que hacemos: en la oración, en el trabajo, en la comida, al
teléfono, en la escuela, con los pobres, en todas partes. Tener al
Señor en las manos es el antídoto contra el misticismo aislado y el
activismo desenfrenado, porque el encuentro real con Jesús endereza
tanto al devoto sentimental como al frenético factótum. Vivir el
encuentro con Jesús es también el remedio para la parálisis de la
normalidad, es abrirse a la cotidiana agitación de la gracia.
Dejarse encontrar por Jesús, ayudar a encontrar a Jesús: este es el
secreto para mantener viva la llama de la vida espiritual. Es la
manera de escapar a una vida asfixiada, dominada por los lamentos, la
amargura y las inevitables decepciones. Encontrarse en Jesús como
hermanos y hermanas, jóvenes y ancianos, para superar la retórica
estéril de los «viejos tiempos pasados», para acabar con el «aquí
no hay nada bueno». Si Jesús y los hermanos se encuentran todos los
días, el corazón no se polariza en el pasado o el futuro, sino que
vive el hoy de Dios en paz con todos.
Al
final de los Evangelios hay otro encuentro con Jesús que puede
ayudar a la vida consagrada: el de las mujeres en el sepulcro. Fueron
a encontrar a un muerto, su viaje parecía inútil. También vosotros
vais por el mundo a contracorriente: la vida del mundo rechaza
fácilmente la pobreza, la castidad y la obediencia. Pero, al igual
que aquellas mujeres, vais adelante, a pesar de la preocupación por
las piedras pesadas que hay que remover (cf. Mc 16,3). Y al igual que
aquellas mujeres, las primeras que encontraron al Señor resucitado y
vivo, os abrazáis a Él (cf. Mt 28,9) y lo anunciáis inmediatamente
a los hermanos, con los ojos que brillan de alegría (cf. v. 8). Sois
por tanto el amanecer perenne de la Iglesia. Os deseo que reavivéis
hoy mismo el encuentro con Jesús, caminando juntos hacia Él: así
se iluminarán vuestros ojos y se fortalecerán vuestros pasos.
03.02.18
Solemnidad de Todos los Santos
03.02.18
Papa Francisco: “La violencia es la negación de toda auténtica religiosidad”
Discurso
sobre “Combatir la violencia cometida en nombre de la religión”
(2
febrero 2018).- “La violencia es la negación de toda auténtica
religiosidad”, asegura el Santo Padre.
Esta
mañana, a las 9:30 horas, en la Sala Clementina del Palacio
Apostólico Vaticano, el Santo Padre Francisco ha recibido en
audiencia a los participantes en la conferencia “Combatir la
violencia cometida en nombre de la religión”.
La
violencia como tal –indica Francisco– debería ser condenada por
todos y, con especial convicción, por el hombre auténticamente
religioso, que sabe que Dios es solo “bondad, amor, compasión”,
y que en Él no puede haber espacio para el “odio, el rencor y la
venganza”.
Pertenecer
a una religión
El
Pontífice ha aclarado que “pertenecer a una determinada religión
no otorga dignidad ni derechos adicionales a quienes se adhieren a
ella, así como el no pertenecer no los quitan ni los disminuyen”.
Francisco
señala que todas las religiones están llamadas a poner en práctica
este imperativo, “ya que mientras sentimos la urgente necesidad de
lo Absoluto, es indispensable excluir cualquier absolutización que
justifique cualquier forma de violencia”.
Discurso
del Papa Francisco
Queridos
amigos,
Os
doy la bienvenida y os agradezco vuestra presencia. Es muy
significativo que los líderes políticos y religiosos se encuentran
y debatan sobre cómo contrarrestar la violencia cometida en nombre
de la religión.
Me
gustaría recordar aquí lo que he afirmado en diversas
circunstancias, particularmente con ocasión de mi viaje a Egipto:
“Dios, que ama la vida, no deja de amar al hombre y por ello lo
insta a contrastar el camino de la violencia como requisito previo
fundamental de toda alianza en la tierra. Siempre, pero sobre todo
ahora, todas las religiones están llamadas a poner en práctica este
imperativo, ya que mientras sentimos la urgente necesidad de lo
Absoluto, es indispensable excluir cualquier absolutización que
justifique cualquier forma de violencia. La violencia, de hecho, es
la negación de toda auténtica religiosidad.”(Discurso a la
Conferencia Internacional por la Paz, Al -Azhar Conference Center, El
Cairo, 28 de abril de 2017).
La
violencia proclamada y llevada a cabo en nombre de la religión solo
puede desacreditar a la religión misma; como tal, debería ser
condenada por todos y, con especial convicción, por el hombre
auténticamente religioso, que sabe que Dios es solo bondad, amor,
compasión, y que en Él no puede haber espacio para el odio, el
rencor y la venganza. La persona religiosa sabe que una de las
mayores blasfemias es invocar a Dios como garante de los pecados y
crímenes propios, invocarlo para justificar el homicidio, la
matanza, la esclavitud, la explotación en todas sus formas, la
opresión y la persecución de personas y poblaciones enteras.
La
persona religiosa sabe que Dios es el Santo y que nadie puede
pretender apelarse a su nombre para hacer el mal. Todo líder
religioso está llamado a desenmascarar cualquier intento de
manipular a Dios para fines que no tienen nada que ver con Él y su
gloria. Debemos enseñar, sin cansarnos nunca, que cada vida humana
tiene en sí misma un carácter sagrado, merece respeto,
consideración, compasión, solidaridad, independientemente de su
origen étnico, religión, cultura, orientación ideológica o
política.
Pertenecer
a una determinada religión no otorga dignidad ni derechos
adicionales a quienes se adhieren a ella, así como el no pertenecer
no los quitan ni los disminuyen.
Por
lo tanto, es necesario que los líderes políticos y religiosos, los
maestros y responsables de la educación, de la formación y de la
información aúnen sus esfuerzos para advertir a cualquiera que
fuera tentado por formas perversas de religiosidad equivocada, de que
esas no tienen nada que ver con el testimonio de una religión digna
de ese nombre.
Esto
ayudará a todos los que con buena voluntad buscan a Dios a
encontrarlo verdaderamente, a encontrar a Aquel que libera del miedo,
del odio y de la violencia, que quiere servirse de la creatividad y
de las energías de cada uno para difundir su designio de amor y de
paz que se dirige a todos.
Estimados
señoras y señores, una vez más expreso mi agradecimiento por
vuestra voluntad de reflexionar y dialogar sobre un tema tan
dramáticamente importante, y por haber dado una aportación tan
significativa al crecimiento de una cultura de la paz basada siempre
en la verdad y en el amor. Dios os bendiga así como a vuestro
trabajo. Gracias.
04.02.18
04.02.18
Ángelus: la misión de la Iglesia no es estática, siempre está en movimiento
Jesús
no ha venido a traer la salvación en un laboratorio
(4
febrero 2018).- La misión de la Iglesia está bajo el signo de
“partida, del camino, bajo el signo del “movimiento” y nunca de
un estado estático, ha dicho el Papa Francisco en el Ángelus de
este domingo 4 de febrero de 2018.
Meditando,
desde la Plaza San Pedro, sobre el Evangelio del día, el Papa ha
señalado que “la gente, marcada por los sufrimientos físicos y
las miserias espirituales” constituía “el ambiente de vida” de
la misión de Jesús: “Jesús no ha venido a traer la salvación en
un laboratorio; él no predica en un laboratorio, separado de la
gente: ¡está en medio de la gente! ¡En medio del pueblo!”
Esta
es nuestra traducción completa de las palabras que el Papa ha
pronunciado para introducir la oración mariana.
Palabras
del Papa antes del Ángelus
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El
Evangelio de este domingo continúa la descripción de una jornada de
Jesús en Cafarnaúm, un sábado, fiesta semanal para los judíos
(cf. Mc 1,21-39). Esta vez el evangelista Marcos pone de relieve la
relación entre la actividad taumatúrgica de Jesús y el despertar
de la fe en las personas que encuentra. En efecto, con los signos de
curación que cumple en los enfermos de todo tipo, el Señor quiere
suscitar como respuesta la fe.
La
jornada de Jesús en Cafarnaúm comienza por la curación de la
suegra de Pedro y termina con la escena de toda la ciudad que se
agolpa delante de la casa donde él se alojaba, para llevarle a todos
los enfermos (cf. V. 33). La gente, marcada por sufrimientos físicos
y miserias espirituales, constituye, por así decir, “el ambiente
vital” en el que se cumple la misión de Jesús, hechos de palabras
y de gestos que sanan y consuelan. Jesús no ha venido a traer la
salvación en un laboratorio; no predica en un laboratorio, separado
de la gente: ¡está en medio de la multitud en medio del pueblo!
Pensad que la mayor parte de la vida pública de Jesús la ha pasado
en el camino, para estar con la gente, para predicar el Evangelio,
para curar las heridas físicas y espirituales. Es una humanidad
marcada por los sufrimientos, que Jesús quiere acercar a esa pobre
humanidad la acción poderosa, liberadora, y renovadora de Jesús
está dirigida hacia esta pobre humanidad. Así, en medio de la gente
hasta el anochecer, se concluye ese sábado. ¿Y qué hace Jesús
después?.
Antes
del alba del día siguiente, sale de incógnito por la puerta de la
ciudad y se retira a un lugar apartado para orar. Jesús ora. De esta
manera, aleja su persona y su misión a una visión triunfalista, que
malinterpreta el sentido de los milagros y de su poder carismático.
Los milagros, en efecto, son “signos” que invitan a la respuesta
de la fe; signos que están siempre acompañados por la palabra, que
les ilumina; y juntos, signos y palabras, provocan la fe y la
conversión por la fuerza divina de la gracia de Dios.
La
conclusión del pasaje evangélico de hoy (vv.35-39) indica que el
anuncio del Reino de Dios por parte de Jesús encuentra su lugar
propio en el camino. A los discípulos que le buscan para llevarle a
la ciudad – los discípulos han ido a buscarle al lugar donde
oraba, querían llevarle a la ciudad – ¿qué responde Jesús?
“Vamos a otra parte a las aldeas cercanas para que también allí
yo proclame el Evangelio” (v. 38). Este ha sido el camino del Hijo
de Dios y este será el camino de sus discípulos. Y este deberá ser
el camino de todo cristiano. El camino, como lugar del anuncio gozoso
del Evangelio, coloca la misión de la Iglesia bajo el signo del
“ír”, la Iglesia en camino, bajo el signo de “movimiento” y
nunca de la inmovilidad.
Que
la Virgen María nos ayude a estar abiertos a la voz del Espíritu
Santo, que impulsa a la Iglesia a dirigir siempre más su tienda en
medio de la gente, para llevar a todos la palabra de curación de
Jesús, médico de las almas y de los cuerpos.
05.02.18
05.02.18
Santa Marta: “Enseñen a adorar en silencio”
“Escucha
y perdona” sugiere el Papa
(5
feb 2018).- El Papa Francisco ha invitado a los párrocos a “enseñar
a adorar en silencio”.
En
la homilía de la misa matutina celebrada por el Santo Padre en la
capilla de Santa Marta, una reflexión que parte de la Primera
Lectura del día (1 Re 8,1-7.9-13) en la que se narra que el Rey
Salomón convoca al pueblo para subir hacia el Templo, para trasladar
el Arca de la Alianza del Señor.
“Sí,
les enseñamos a rezar, a cantar, a alabar a Dios, pero a adorar…
La oración de adoración, ésta que nos aniquila sin aniquilarnos:
en el aniquilamiento de la adoración nos da nobleza y grandeza. Y
aprovecho, hoy, ustedes, con tantos párrocos de nombramiento
reciente, para decir: enseñen al pueblo a adorar en silencio,
adorar”, ha sugerido el Papa.
La
invitación que ha hecho el Pontífice, “ir adelante por el camino
en subida, hacia la oración de adoración, con la memoria de la
elección y de la alianza, en el corazón”, se inspira en la
Sagrada Escritura: “La alianza desnuda: yo te amo, tú me amas”:
el primer mandamiento, amar a Dios y, segundo, amar al prójimo. En
efecto, en el arca, no había nada más que las dos tablas de piedra.
Entonces
introdujeron el arca en el santuario –continuó Francisco– y
apenas los sacerdotes salieron del recinto, la nube, la gloria del
Señor, llenó el Templo. Entonces el pueblo entró en adoración:
“de los sacrificios que hacía en el camino en subida al silencio,
a la humillación de la adoración”.
“Siempre
en camino”
“Muchas
veces pienso –ha reflexionado el Papa– que nosotros no enseñamos
a nuestro pueblo a adorar”. Por ello, el Santo Padre exhortó a
aprender desde ahora lo que haremos en el Cielo: la oración de
adoración.
“Pero,
sólo podemos llegar allí con la memoria de haber sido elegidos, de
tener dentro del corazón una promesa que nos impulsa a ir y con la
alianza en la mano y en el corazón. Siempre en camino: camino
difícil, camino en subida, pero en camino hacia la adoración”.
El
Santo Padre ha explicado que ante la gloria de Dios, las palabras
desaparecen, no se sabe qué decir. “Escucha y perdona”, imitando
a Salomón, el Papa ha invitado a “adorar en silencio con toda la
historia encima y pedir: `Escucha y perdona´”.
06.02.18
06.02.18
“¿Cómo se enfría en nosotros la caridad?”
Mensaje
de Cuaresma: Francisco advierte de los “falsos profetas”
(6
feb. 2018).- “¿Cómo se enfría en nosotros la caridad? ¿Cuáles
son las señales que nos indican que el amor corre el riesgo de
apagarse en nosotros?”.
El
Papa Francisco plantea estas preguntas en el Mensaje
de Cuaresma para
el 2018, presentado este martes, 6 de febrero de 2018, en la Santa
Sede.
“Cuántos
hijos de Dios se dejan fascinar por las lisonjas de un placer
momentáneo, al que se le confunde con la felicidad. Cuántos hombres
y mujeres viven como encantados por la ilusión del dinero, que los
hace en realidad esclavos del lucro o de intereses mezquinos. Cuántos
viven pensando que se bastan a sí mismos y caen presa de la
soledad”, Francisco advierte de los “falsos profetas”.
Estos
se aprovechan de las emociones humanas para esclavizar a las personas
y llevarlas adonde ellos quieren –describe el Pontífice–. Cada
uno de nosotros, por tanto, está llamado a “discernir y a examinar
en su corazón” si se siente amenazado por las mentiras de estos
falsos profetas.
El
Papa anima a “aprender a no quedarnos en un nivel inmediato,
superficial”, sino a reconocer qué cosas son las que dejan en
nuestro interior una huella buena y más duradera, porque vienen de
Dios y ciertamente sirven para nuestro bien.
«Al
crecer la maldad, se enfriará el amor en la mayoría» (24,12)
Esta
frase, que da título al Mensaje,
se encuentra en el discurso que habla del fin de los tiempos y que
está ambientado en Jerusalén, en el Monte de los Olivos,
precisamente allí donde tendrá comienzo la pasión del Señor.
Jesús,
respondiendo a una pregunta de sus discípulos, anuncia una gran
tribulación y describe la situación en la que podría encontrarse
la comunidad de los fieles: frente a acontecimientos dolorosos,
algunos falsos profetas engañarán a mucha gente hasta amenazar con
“apagar la caridad en los corazones, que es el centro de todo el
Evangelio”, advierte Francisco en su Mensaje.
“Dinero,
raíz de todos los males”
Lo
que apaga la caridad es ante todo la avidez por el dinero, «raíz de
todos los males» (1 Tm6,10); a esta le sigue el rechazo de
Dios y, por tanto, el no querer buscar consuelo en él, prefiriendo
quedarnos con nuestra desolación antes que sentirnos confortados por
su Palabra y sus Sacramentos.
Francisco
profundiza aun más: “Todo esto se transforma en violencia que se
dirige contra aquellos que consideramos una amenaza para nuestras
«certezas»: el niño por nacer, el anciano enfermo, el huésped de
paso, el extranjero, así como el prójimo que no corresponde a
nuestras expectativas”.
El
amor se enfría también en nuestras comunidades. Algunas señales
son: la “acedía egoísta”, el “pesimismo estéril”, la
“tentación de aislarse y de entablar continuas guerras
fratricidas”, la mentalidad mundana que induce a “ocuparse sólo
de lo aparente”, disminuyendo de este modo el entusiasmo misionero,
enumera el Papa.
Dulce
remedio
La
Iglesia, nuestra madre y maestra nos ofrece en este tiempo de
Cuaresma el “dulce remedio” de la oración, la limosna y el ayuno
–anima Francisco–: “Dios siempre nos da una nueva oportunidad
para que podamos empezar a amar de nuevo”.
El
hecho de dedicar más tiempo a la oración hace que “nuestro
corazón descubra las mentiras secretas con las cuales nos engañamos
a nosotros mismos”, para buscar finalmente el consuelo en Dios.
El
ejercicio de la limosna “nos libera de la avidez” y nos ayuda a
“descubrir que el otro es mi hermano: nunca lo que tengo es sólo
mío” –describe Francisco–. “El ayuno, por último, debilita
nuestra violencia, nos desarma, y constituye una importante ocasión
para crecer”.
’24
horas para el Señor’
Este
año, el Santo Padre convoca la iniciativa «24 horas para el Señor»,
que nos invita nuevamente a celebrar el Sacramento de la
Reconciliación en un contexto de adoración eucarística.
Tendrá
lugar el viernes 9 y el sábado 10 de marzo, inspirándose en las
palabras del Salmo 130,4: «De ti procede el perdón». En cada
diócesis, al menos una iglesia permanecerá abierta durante 24 horas
seguidas, para permitir la oración de adoración y la confesión
sacramental.
Mensaje
del Papa Francisco
Queridos
hermanos y hermanas:
Una
vez más nos sale al encuentro la Pascua del Señor. Para prepararnos
a recibirla, la Providencia de Dios nos ofrece cada año la Cuaresma,
«signo sacramental de nuestra conversión»,[1] que anuncia y
realiza la posibilidad de volver al Señor con todo el corazón y con
toda la vida.
Como
todos los años, con este mensaje deseo ayudar a toda la Iglesia a
vivir con gozo y con verdad este tiempo de gracia; y lo hago
inspirándome en una expresión de Jesús en el Evangelio de Mateo:
«Al crecer la maldad, se enfriará el amor en la mayoría» (24,12).
Esta
frase se encuentra en el discurso que habla del fin de los tiempos y
que está ambientado en Jerusalén, en el Monte de los Olivos,
precisamente allí donde tendrá comienzo la pasión del Señor.
Jesús, respondiendo a una pregunta de sus discípulos, anuncia una
gran tribulación y describe la situación en la que podría
encontrarse la comunidad de los fieles: frente a acontecimientos
dolorosos, algunos falsos profetas engañarán a mucha gente hasta
amenazar con apagar la caridad en los corazones, que es el centro de
todo el Evangelio.
Los
falsos profetas
Escuchemos
este pasaje y preguntémonos: ¿qué formas asumen los falsos
profetas?
Son
como «encantadores de serpientes», o sea, se aprovechan de las
emociones humanas para esclavizar a las personas y llevarlas adonde
ellos quieren. Cuántos hijos de Dios se dejan fascinar por las
lisonjas de un placer momentáneo, al que se le confunde con la
felicidad. Cuántos hombres y mujeres viven como encantados por la
ilusión del dinero, que los hace en realidad esclavos del lucro o de
intereses mezquinos. Cuántos viven pensando que se bastan a sí
mismos y caen presa de la soledad.
Otros
falsos profetas son esos «charlatanes» que ofrecen soluciones
sencillas e inmediatas para los sufrimientos, remedios que sin
embargo resultan ser completamente inútiles: cuántos son los
jóvenes a los que se les ofrece el falso remedio de la droga, de
unas relaciones de «usar y tirar», de ganancias fáciles pero
deshonestas. Cuántos se dejan cautivar por una vida completamente
virtual, en que las relaciones parecen más sencillas y rápidas pero
que después resultan dramáticamente sin sentido. Estos estafadores
no sólo ofrecen cosas sin valor sino que quitan lo más valioso,
como la dignidad, la libertad y la capacidad de amar. Es el engaño
de la vanidad, que nos lleva a pavonearnos… haciéndonos caer en el
ridículo; y el ridículo no tiene vuelta atrás. No es una sorpresa:
desde siempre el demonio, que es «mentiroso y padre de la mentira»
(Jn 8,44), presenta el mal como bien y lo falso como verdadero, para
confundir el corazón del hombre. Cada uno de nosotros, por tanto,
está llamado a discernir y a examinar en su corazón si se siente
amenazado por las mentiras de estos falsos profetas. Tenemos que
aprender a no quedarnos en un nivel inmediato, superficial, sino a
reconocer qué cosas son las que dejan en nuestro interior una huella
buena y más duradera, porque vienen de Dios y ciertamente sirven
para nuestro bien.
Un
corazón frío
Dante
Alighieri, en su descripción del infierno, se imagina al diablo
sentado en un trono de hielo;[2] su morada es el hielo del amor
extinguido. Preguntémonos entonces: ¿cómo se enfría en nosotros
la caridad? ¿Cuáles son las señales que nos indican que el amor
corre el riesgo de apagarse en nosotros?
Lo
que apaga la caridad es ante todo la avidez por el dinero, «raíz de
todos los males» (1 Tm 6,10); a esta le sigue el rechazo de Dios y,
por tanto, el no querer buscar consuelo en él, prefiriendo quedarnos
con nuestra desolación antes que sentirnos confortados por su
Palabra y sus Sacramentos.[3] Todo esto se transforma en violencia
que se dirige contra aquellos que consideramos una amenaza para
nuestras «certezas»: el niño por nacer, el anciano enfermo, el
huésped de paso, el extranjero, así como el prójimo que no
corresponde a nuestras expectativas.
También
la creación es un testigo silencioso de este enfriamiento de la
caridad: la tierra está envenenada a causa de los desechos arrojados
por negligencia e interés; los mares, también contaminados, tienen
que recubrir por desgracia los restos de tantos náufragos de las
migraciones forzadas; los cielos —que en el designio de Dios cantan
su gloria— se ven surcados por máquinas que hacen llover
instrumentos de muerte.
El
amor se enfría también en nuestras comunidades: en la Exhortación
apostólica Evangelii
Gaudium traté de describir las señales más
evidentes de esta falta de amor. Estas son: la acedia egoísta, el
pesimismo estéril, la tentación de aislarse y de entablar continuas
guerras fratricidas, la mentalidad mundana que induce a ocuparse sólo
de lo aparente, disminuyendo de este modo el entusiasmo misionero.[4]
¿Qué
podemos hacer?
Si
vemos dentro de nosotros y a nuestro alrededor los signos que antes
he descrito, la Iglesia, nuestra madre y maestra, además de la
medicina a veces amarga de la verdad, nos ofrece en este tiempo de
Cuaresma el dulce remedio de la oración, la limosna y el ayuno.
El
hecho de dedicar más tiempo a la oración hace que nuestro corazón
descubra las mentiras secretas con las cuales nos engañamos a
nosotros mismos,[5] para buscar finalmente el consuelo en Dios. Él
es nuestro Padre y desea para nosotros la vida.
El
ejercicio de la limosna nos libera de la avidez y nos ayuda a
descubrir que el otro es mi hermano: nunca lo que tengo es sólo mío.
Cuánto desearía que la limosna se convirtiera para todos en un
auténtico estilo de vida. Al igual que, como cristianos, me gustaría
que siguiésemos el ejemplo de los Apóstoles y viésemos en la
posibilidad de compartir nuestros bienes con los demás un testimonio
concreto de la comunión que vivimos en la Iglesia. A este propósito
hago mía la exhortación de san Pablo, cuando invitaba a los
corintios a participar en la colecta para la comunidad de Jerusalén:
«Os conviene» (2 Co 8,10). Esto vale especialmente en Cuaresma, un
tiempo en el que muchos organismos realizan colectas en favor de
iglesias y poblaciones que pasan por dificultades. Y cuánto querría
que también en nuestras relaciones cotidianas, ante cada hermano que
nos pide ayuda, pensáramos que se trata de una llamada de la divina
Providencia: cada limosna es una ocasión para participar en la
Providencia de Dios hacia sus hijos; y si él hoy se sirve de mí
para ayudar a un hermano, ¿no va a proveer también mañana a mis
necesidades, él, que no se deja ganar por nadie en generosidad?[6]
El
ayuno, por último, debilita nuestra violencia, nos desarma, y
constituye una importante ocasión para crecer. Por una parte, nos
permite experimentar lo que sienten aquellos que carecen de lo
indispensable y conocen el aguijón del hambre; por otra, expresa la
condición de nuestro espíritu, hambriento de bondad y sediento de
la vida de Dios. El ayuno nos despierta, nos hace estar más atentos
a Dios y al prójimo, inflama nuestra voluntad de obedecer a Dios,
que es el único que sacia nuestra hambre.
Querría
que mi voz traspasara las fronteras de la Iglesia Católica, para que
llegara a todos ustedes, hombres y mujeres de buena voluntad,
dispuestos a escuchar a Dios. Si se sienten afligidos como nosotros,
porque en el mundo se extiende la iniquidad, si les preocupa la
frialdad que paraliza el corazón y las obras, si ven que se debilita
el sentido de una misma humanidad, únanse a nosotros para invocar
juntos a Dios, para ayunar juntos y entregar juntos lo que podamos
como ayuda para nuestros hermanos.
El
fuego de la Pascua
Invito
especialmente a los miembros de la Iglesia a emprender con celo el
camino de la Cuaresma, sostenidos por la limosna, el ayuno y la
oración. Si en muchos corazones a veces da la impresión de que la
caridad se ha apagado, en el corazón de Dios no se apaga. Él
siempre nos da una nueva oportunidad para que podamos empezar a amar
de nuevo.
Una
ocasión propicia será la iniciativa «24 horas para el Señor»,
que este año nos invita nuevamente a celebrar el Sacramento de la
Reconciliación en un contexto de adoración eucarística. En el 2018
tendrá lugar el viernes 9 y el sábado 10 de marzo, inspirándose en
las palabras del Salmo 130,4: «De ti procede el perdón». En cada
diócesis, al menos una iglesia permanecerá abierta durante 24 horas
seguidas, para permitir la oración de adoración y la confesión
sacramental.
En
la noche de Pascua reviviremos el sugestivo rito de encender el cirio
pascual: la luz que proviene del «fuego nuevo» poco a poco disipará
la oscuridad e iluminará la asamblea litúrgica. «Que la luz de
Cristo, resucitado y glorioso, disipe las tinieblas de nuestro
corazón y de nuestro espíritu»,[7] para que todos podamos vivir la
misma experiencia de los discípulos de Emaús: después de escuchar
la Palabra del Señor y de alimentarnos con el Pan eucarístico
nuestro corazón volverá a arder de fe, esperanza y caridad.
Los
bendigo de todo corazón y rezo por ustedes. No se olviden de rezar
por mí.
Vaticano,
1 de noviembre de 2017
Solemnidad de Todos los Santos
FRANCISCO
07.02.12
07.02.12
Liturgia de la Palabra: Homilía “breve” pero “bien preparada”
Audiencia
General
(7
feb. 2018).- “¿Qué es la homilía? Es un retomar ese diálogo que
ya está entablado entre el Señor y su pueblo, para que encuentre su
cumplimiento en la vida”.
Ese
“diálogo entre Dios y su pueblo”, ya entablado, se desarrolla en
la Liturgia de la Palabra en la misa, y llega al “culmen en la
proclamación del Evangelio”, ha explicado Francisco en su 8ª
catequesis sobre la Misa, en la Audiencia General del miércoles, 7
de febrero de 2018.
Homilía
breve
El
Santo Padre ha animado a los sacerdotes a que hagan la homilía
breve, pero bien preparada. Para ello, les indica: “Se prepara con
la oración, con el estudio de la Palabra de Dios y haciendo una
síntesis clara y breve; no tiene que durar más de diez minutos, por
favor”.
Esta
mañana, el Papa ha recordado que Cristo es el centro y plenitud de
toda la Escritura, y también de toda celebración litúrgica,
“Jesucristo está siempre en el centro, siempre”.
Si
escuchamos la “buena noticia” –ha señalado el Papa– ella nos
convertirá y transformará y así podremos cambiarnos a nosotros
mismos y al mundo. ¿Por qué? Porque la Buena Noticia, la Palabra de
Dios “entra por los oídos, va al corazón y llega a las manos para
hacer buenas obras”.
Catequesis
del Papa Francisco
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Seguimos
con las catequesis sobre la santa misa. Habíamos llegado a las
lecturas.
El
diálogo entre Dios y su pueblo, desarrollado en la Liturgia de la
Palabra en la misa, llega al culmen en la proclamación del
Evangelio. Lo precede el canto del Aleluya – o, en Cuaresma,
otra aclamación – con el cual “la asamblea de los fieles acoge y
saluda al Señor quién le hablará en el Evangelio”[1]. Como los
misterios de Cristo iluminan toda la revelación bíblica, así, en
la Liturgia de la Palabra, el Evangelio es la luz para entender el
significado de los textos bíblicos que lo preceden, tanto del
Antiguo como del Nuevo Testamento. Efectivamente “Cristo es el
centro y plenitud de toda la Escritura, y también de toda
celebración litúrgica”[2]. Jesucristo está siempre en el centro,
siempre.
Por
lo tanto, la misma liturgia distingue el Evangelio de las otras
lecturas y lo rodea de un honor y una veneración particular[3]. En
efecto, sólo el ministro ordenado puede leerlo y cuando termina besa
el libro; hay que ponerse en pie para escucharlo y hacemos la señal
de la cruz sobre la frente, la boca y el pecho; las velas y el
incienso honran a Cristo que, mediante la lectura evangélica, hace
resonar su palabra eficaz. A través de estos signos, la asamblea
reconoce la presencia de Cristo que le anuncia la “buena noticia”
que convierte y transforma. Es un diálogo directo, como atestiguan
las aclamaciones con las que se responde a la proclamación, “Gloria
a Ti, Señor”, o “Alabado seas, Cristo”. Nos levantamos para
escuchar el Evangelio: es Cristo que nos habla, allí. Y por eso
prestamos atención, porque es un coloquio directo. Es el Señor el
que nos habla.
Así,
en la misa no leemos el Evangelio para saber cómo han ido las cosas,
sino que escuchamos el Evangelio para tomar conciencia de que lo que
Jesús hizo y dijo una vez; y esa Palabra está viva, la Palabra de
Jesús que está en el Evangelio está viva y llega a mi corazón.
Por eso escuchar el Evangelio es tan importante, con el corazón
abierto, porque es Palabra viva. San Agustín escribe que “la boca
de Cristo es el Evangelio”.[4] Él reina en el cielo, pero no deja
de hablar en la tierra”. Si es verdad que en la liturgia “Cristo
sigue anunciando el Evangelio” [5], se deduce que, al participar en
la misa, debemos darle una respuesta. Nosotros escuchamos el
Evangelio y tenemos que responder con nuestra vida.
Para
que su mensaje llegue, Cristo también se sirve de la palabra del
sacerdote que, después del Evangelio, pronuncia la homilía[6].
Vivamente recomendada por el Concilio Vaticano II como parte de la
misma liturgia[7], la homilía no es un discurso de circunstancias, –
ni tampoco una catequesis como la que estoy haciendo ahora- ni una
conferencia, ni tampoco una lección: la homilía es otra cosa.
¿Qué es la homilía? Es “un retomar ese diálogo que ya está
entablado entre el Señor y su pueblo”,[8] para que encuentre su
cumplimiento en la vida. ¡La auténtica exégesis del Evangelio es
nuestra vida santa! La palabra del Señor termina su carrera
haciéndose carne en nosotros, traduciéndose en obras, como sucedió
en María y en los santos. Acordaos de lo que dije la última vez, la
Palabra del Señor entra por los oídos, llega al corazón y va a las
manos, a las buenas obras. Y también la homilía sigue a la Palabra
del Señor y hace este recorrido para ayudarnos a que la Palabra del
Señor llegue a las manos pasando por el corazón.
Ya
he tratado el tema de la homilía en la Exhortación Evangelii
gaudium, donde recordé que el contexto litúrgico “exige que
la predicación oriente a la asamblea, y también al predicador, a
una comunión con Cristo en la Eucaristía que transforme la vida.
“[9]
El
que pronuncia la homilía deben cumplir bien su ministerio – el que
predica, el sacerdote, el diácono o el obispo- ofreciendo un
verdadero servicio a todos los que participan en la misa, pero
también quienes lo escuchan deben hacer su parte. En primer lugar,
prestando la debida atención, es decir, asumiendo la justa
disposición interior, sin pretensiones subjetivas, sabiendo que
cada predicador tiene sus méritos y sus límites. Si a veces hay
motivos para aburrirse por la homilía larga, no centrada o
incomprensible, otras veces es el prejuicio el que constituye un
obstáculo. Y el que pronuncia la homilía debe ser consciente de que
no está diciendo algo suyo, está predicando, dando voz a Jesús,
está predicando la Palabra de Jesús. Y la homilía tiene que estar
bien preparada, tiene que ser breve ¡breve!. Me decía un sacerdote
que una vez había ido a otra ciudad donde vivían sus padres y su
papá le había dicho: “¿Sabes? Estoy contento porque mis amigos y
yo hemos encontrado una iglesia donde si dice misa sin homilía”. Y
cuántas veces vemos que durante la homilía algunos se duermen,
otros charlan o salen a fumarse un cigarrillo… Por eso, por favor,
que la homilía sea breve, pero esté bien preparada. Y ¿cómo se
prepara una homilía, queridos sacerdotes, diáconos, obispos? ¿Cómo
se prepara? Con la oración, con el estudio de la Palabra de Dios y
haciendo una síntesis clara y breve; no tiene que durar más de diez
minutos, por favor.
En
conclusión, podemos decir que en la Liturgia de la Palabra, a través
del Evangelio y la homilía, Dios dialoga con su pueblo, que lo
escucha con atención y veneración y, al mismo tiempo, lo reconoce
presente y activo. Si, por lo tanto, escuchamos la “buena noticia”,
ella nos convertirá y transformará y así podremos cambiarnos a
nosotros mismos y al mundo. ¿Por qué? Porque la Buena Noticia, la
Palabra de Dios entra por los oídos, va al corazón y llega a las
manos para hacer buenas obras.
08.02.18
08.02.18
Santa Marta: “Vigilar sobre tu corazón” todos los días
Homilía
en la Misa celebrada el 8 de febrero de 2018
(8
feb. 2018).- “¿Cómo está tu corazón? ¿Fuerte? ¿Permanece fiel
al Señor? ¿O tú resbalas lentamente?”.
Este
jueves, 8 de febrero de 2018, Francisco ha reflexionado en la Misa
matutina a partir de la lectura del primer Libro de los Reyes, que
refiere acerca de Salomón y de su desobediencia.
Francisco
ha matizado que cuando el corazón comienza a debilitarse, no es como
una situación de pecado: tú cometes un pecado, y te das cuenta
enseguida: “Yo he cometido este pecado”, está claro. El
debilitamiento del corazón es un camino lento, que resbala poco a
poco, poco a poco, poco a poco…
Vigilar
tu corazón
El
Papa recomienda vigilancia: “Vigilar sobre tu corazón. Vigilar.
Todos los días, estar atento a lo que sucede en tu corazón”. El
drama del debilitamiento del corazón puede sucedernos a todos
nosotros en la vida, señala.
Paradójicamente
“es mejor la claridad de un pecado, que el debilitamiento del
corazón” –afirmó Francisco– porque “el gran Rey Salomón
terminó corrupto: tranquilamente corrupto, porque el corazón se le
había debilitado”.
“Y
un hombre y una mujer con el corazón débil, o debilitado, es una
mujer, un hombre derrotado”, añadió Francisco.
“David
es santo –ha indicado el Papa– a pesar de haber sido un pecador,
mientras en cambio, el grande y sabio Salomón fue rechazado por el
Señor porque se había vuelto corrupto”.
Corazón
íntegro
El
Papa expuso que “el corazón de Salomón no permaneció íntegro
con el Señor, su Dios, como el corazón de David, su padre”, y
explicó que es “extraño” porque Salomón cometió grandes
pecados. “Era siempre equilibrado, mientras de David sabemos que
tuvo una vida difícil, que fue un pecador. Y sin embargo, David es
santo y de Salomón se dice que su corazón se había “desviado del
Señor”. Él que había sido elogiado por el Señor cuando había
pedido prudencia para gobernar, en lugar de las riquezas.
09.02.18
09.02.18
Francisco apunta al “uso responsable de las tecnologías” para combatir la trata
Discurso
al ‘Grupo Santa Marta’
(9
feb. 2018).- El Papa Francisco ha declarado que las iniciativas
destinadas a combatir la trata de personas, en su objetivo concreto
de desmantelar las redes criminales, deben tener en cuenta el “uso
responsable de las tecnologías y los medios de comunicación”.
Esta
mañana, 9 de febrero de 2018, a las 12 horas, el Santo Padre
Francisco ha recibido en audiencia a los miembros del ‘Grupo Santa
Marta’, creado por él para combatir el tráfico de personas y las
redes de explotación.
Los
días 8 y 9 de febrero, el ‘Grupo Santa Marta’ se ha reunido en
el Vaticano para celebrar la conferencia sobre la “trata de seres
humanos” y sobre las “formas modernas de esclavitud”.
Asimismo,
el Santo Padre ha apuntado en este encuentro al estudio de las
“implicaciones éticas de los modelos de crecimiento económico que
dan la prioridad a los beneficios en lugar de a las personas”.
Es
importante destacar de las palabras del Papa el agradecimiento al
‘Grupo Santa Marta’ por todos los esfuerzos realizados para
llevar el “bálsamo de la misericordia” divina a los que sufren.
El Pontífice ha apuntado que este también es un “paso esencial
para la rehabilitación y la renovación de la sociedad en su
conjunto”.
Publicamos
a continuación el discurso que el Papa ha dirigido a los presentes
en el encuentro.
Discurso
del Papa Francisco
Queridos
hermanos obispos:
Queridos amigos,
Queridos amigos,
Os
doy la bienvenida, miembros del Grupo Santa Marta, al concluir
vuestra Conferencia, dedicada este año a ofrecer una perspectiva
mundial sobre la trata de seres humanos y sobre las formas modernas
de esclavitud. En calidad de líderes de las fuerzas del orden, de la
investigación, de las políticas públicas y la asistencia pastoral,
dais una contribución esencial para abordar las causas y los efectos
de este flagelo moderno, que sigue causando indecibles sufrimientos
humanos.
Mi
esperanza es que estos días de reflexión e intercambio de
experiencias hayan arrojado todavía más luz sobre la interacción
de las problemáticas mundiales y locales de la trata de personas
humanas. La experiencia demuestra que esas formas modernas de
esclavitud están mucho más extendidas de lo que se podría
imaginar, incluso -para nuestra vergüenza y escándalo- dentro de
nuestras sociedades más prósperas.
El
grito de Dios a Caín, que se encuentra en las primeras páginas de
la Biblia – “¿Dónde está tu hermano?” – nos empuja a
examinar seriamente las diversas formas de complicidad con las que la
sociedad tolera y alienta, particularmente con respecto a la trata
con fines sexuales, la explotación de hombres, mujeres y niños
vulnerables (véase la Exhortación apostólica Evangelii Gaudium,
211). Las iniciativas destinadas a combatir la trata de personas, en
su objetivo concreto de desmantelar las redes criminales, deben tener
cada vez más en cuenta los amplios sectores relacionados, como, por
ejemplo, el uso responsable de las tecnologías y los medios de
comunicación, sin mencionar el estudio de las implicaciones éticas
de los modelos de crecimiento económico que dan la prioridad a los
beneficios en lugar de a las personas.
Confío
en que vuestras discusiones de estos días también contribuirán a
incrementar la toma de conciencia sobre la creciente necesidad de
ayudar a las víctimas de estos crímenes, acompañándolas en un
camino de reintegración en la sociedad y restableciendo su dignidad
humana. La Iglesia está agradecida por todos los esfuerzos
realizados para llevar el bálsamo de la misericordia divina a los
que sufren, porque este es también un paso esencial para la
rehabilitación y la renovación de la sociedad en su conjunto.
Queridos
amigos, con gratitud por vuestro compromiso y vuestra colaboración
en este sector crucial, os expreso mis mejores deseos, acompañados
de la oración, para la continuación de vuestro trabajo. Sobre
vosotros, vuestras familias y todos aquellos a quienes servís,
invoco la bendición del Señor que da sabiduría, fuerza y paz. Y
os pido, por favor, que recéis por mí.
10.02.18
10.02.18
Ángelus: un instante de silencio para decir a Jesús: “Si quieres, puedes purificarme”
Una
persona enferma puede estar todavía más unida a Dios
(11
febrero 2018).- “Hagamos un momento de silencio, y cada uno de
nosotros…. puede pensar en su corazón, mirar en él y ver sus
impurezas, sus pecados”. Y cada uno de nosotros…puede decir a
Jesús: “si quieres puedes purificarme”. Esta es la invitación
del Papa Francisco en el Ángelus de este domingo 11 de febrero de
2018, Día Mundial de los Enfermos.
Ante
unas 30.000 personas participantes en la oración mariana en la Plaza
San Pedro, el Papa ha afirmado que “ninguna enfermedad es causa de
impureza…de ninguna manera socava o impide su relación con Dios”
Al contrario, una persona enferma puede estar aún más unida a
Dios”.
Pero
por otro lado, agregó, el pecado “nos hace impuros”: “El
egoísmo, el orgullo, la entrada en el mundo de la corrupción, son
enfermedades del corazón que deben ser purificadas”.
Palabras
del Papa Francisco
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En
este domingo, el Evangelio, según San Marcos, nos muestra a Jesús
sanando todo tipo de enfermos. En este contexto, se sitúa la Jornada
Mundial del enfermo, que se celebra hoy 11 de febrero, memoria de la
Santa Virgen María de Lourdes. Por lo tanto, con el corazón vuelto
a la gruta de Massabielle, contemplamos a Jesús como verdadero
médico del cuerpo y del alma, que Dios Padre ha enviado al mundo
para curar a la humanidad, marcada por el pecado y sus consecuencias.
El
pasaje del Evangelio de hoy (cf. Mc 1,40-45) nos presenta la curación
de un hombre enfermo de lepra, patología que en el Antiguo
Testamento era considerada como una grave impureza y comportaba la
separación del leproso de la comunidad: vivían solos. Su condición
era verdaderamente penosa, porque la mentalidad de la época los
hacía sentirse impuro no solo delante de los hombres sino también
ante Dios, por eso el leproso del Evangelio suplica a Jesús con
estas palabras: “Si quieres, puedes purificarme” (v. 40).
Al
oír esto Jesús siente compasión (v. 41). Es muy importante fijar
la atención sobre esta resonancia interior de Jesús, como hemos
hecho a lo largo del Jubileo de la Misericordia. No se entiende la
obra de Jesús, no se entiende a Cristo mismo, sino se entra en su
corazón lleno de compasión y de misericordia. Esto es lo que le
impulsa a extender la mano hacía aquel hombre enfermo de lepra, a
tocarlo y decirle: “¡Quiero, queda purificado!” (v. 40). El
hecho más sorprendente, es que Jesús toca al leproso, porque esto
estaba absolutamente prohibido por la ley de Moisés. Tocar a un
leproso significaba ser contagiado también dentro, en el espíritu,
es decir, hacerse impuro. Pero en este caso el influjo no va del
leproso a Jesús para transmitir el contagio, sino de Jesús al
leproso para darle la purificación.
En
esta curación, nosotros admiramos más allá de la compasión y de
la misericordia, también la audacia de Jesús, que no se preocupa ni
del contagio ni de las prescripciones, sino que está motivado por la
voluntad de liberar a este hombre de la maldición que lo oprime.
Ninguna
enfermedad es causa de impureza; la enfermedad ciertamente involucra
a toda la persona, pero en ningún modo impide o prohíbe su relación
con Dios. Al contrario, una persona enferma puede estar más unida a
Dios. En cambio el pecado, esto sí nos hace impuros, el egoísmo, la
soberbia, el entrar en el mundo de la corrupción, estas son
enfermedades del corazón del cual se necesita ser purificado,
dirigiéndonos a Jesús como el leproso: “¡Si quieres, puedes
purificarme!”.
Y
ahora, hagamos un momento de silencio y cada uno de nosotros –
vosotros, todos, yo – podemos pensar y ver en su corazón, ver
dentro de sí y ver las propias impurezas, los propios pecados, cada
uno de nosotros, en silencio, con la voz del corazón, decir a
Jesús: “¡Si quieres, puedes purificarme!”. Hagámoslo todos en
silencio.
“¡Si
quieres, puedes purificarme!”
“¡Si
quieres, puedes purificarme!”
Y
cada vez que nos dirigimos al sacramento de la Reconciliación con el
corazón arrepentido, el Señor nos repite también a nosotros:
“¡Quiero, queda purificado!”. Así la lepra del pecado
desaparece, volvemos a vivir con alegría nuestra relación filial
con Dios y somos admitidos plenamente en la comunidad.
Por
intercesión de la Virgen María, nuestra Madre Inmaculada, pidamos
al Señor, que ha traído a los enfermos la salud, sanar también
nuestras heridas interiores con su infinita misericordia, para darnos
así la esperanza y la paz del corazón.
12.02.18
Santa Marta: “La paciencia cristiana no es resignación”
Francisco
ha recordado a los cristianos perseguidos
(12
feb. 2018).- El Papa Francisco ha invitado a pedir al Señor “la
virtud de la paciencia”, que es propia de quien está en camino y
lleva sobre sus espaldas las dificultades y las pruebas, como muchos
de los hermanos cristianos perseguidos en Oriente Medio.
Esta
ha sido su reflexión en la misa matutina, celebrada en la Capilla de
Santa Marta, el lunes, 12 de febrero de 2018. Francisco se inspiró a
partir de la Primera Lectura propuesta por la liturgia del día en la
que el Apóstol Santiago escribe que “su fe, puesta a la prueba,
produce paciencia”.
“¿Qué
significa ser pacientes en la vida y ante las pruebas?”, ha
planteado el Santo Padre. Haciendo una distinción entre la
paciencia cristiana y la “resignación” y la actitud de la
“derrota”, Francisco ha mostrado la “paciencia” como la
“virtud” de “quien está en camino”, no de quien está
“detenido” y “cerrado”.
Así,
el Papa ha explicado que su significado lleva consigo el sentido de
la responsabilidad, porque el “paciente no deja el sufrimiento, lo
lleva consigo”, y lo hace “con gozo, regocijo, ‘perfecta
alegría, como dice el Apóstol”:
“Paciencia
significa ‘llevar consigo’ y no encomendar a otro que lleve el
problema, que lleve la dificultad: ‘La llevo yo, ésta es mi
dificultad, es mi problema. ¿Me hace sufrir? ¡Ciertamente! Pero lo
llevo’. Llevarlo. Y también la paciencia es la sabiduría de saber
dialogar con el límite. Hay tantos límites en la vida, pero el
impaciente no los quiere, los ignora porque no sabe dialogar con los
límites. Hay alguna fantasía de omnipotencia o de pereza, no
sabemos… Pero no sabe”, ha señalado el Pontífice.
Cristianos
perseguidos
Francisco
ha dirigido un pensamiento a nuestros hermanos perseguidos en Oriente
Medio, expulsados por ser cristianos: “Han entrado en paciencia
como el Señor ha entrado en paciencia”.
Así
el Santo Padre ha animado a rezar con estas ideas y ha invitado a
decir: ‘Señor, da a tu pueblo la paciencia para cargar con sus
pruebas’. Y también rezar por nosotros. Tantas veces somos
impacientes: cuando una cosa no va, regañamos… ‘Pero detente un
poco’, piensa en la paciencia de Dios Padre, entra en paciencia
como Jesús’. Es una bella virtud la paciencia. Pidámosla al
Señor”.
13.02.18
Palabras del Papa Francisco
Iglesia Greco-melquita: “El abrazo del padre de una Iglesia con Pedro”
Comunión
eclesiástica en la Misa en Santa Marta
(13
feb. 2018).- “Esto es lo que significa la ceremonia de hoy: el
abrazo del padre de una Iglesia con Pedro”.
El
Papa Francisco ha explicado esta mañana, 13 de febrero de 2018, en
la Santa Misa celebrada en la Casa de Santa Marta, el significado de
la celebración de hoy, en lugar de ofrecer una homilía como de
costumbre.
En
la Misa de hoy, el patriarca Youssef Absi, patriarca de la Iglesia de
Antioquía de los Greco-melquitas, ha hecho pública la Comunión
eclesiástica (apostolica communio): “Él es padre de una
Iglesia, de una Iglesia antiquísima y viene a abrazar a Pedro, para
decir `estoy en comunión con Pedro´”, ha explicado Francisco.
El
patriarca de la Iglesia Greco-melquita ha concelebrado la Eucaristía
con el Papa Francisco. Al final de la Santa Misa, el Patriarca dio
las gracias, en francés, al Santo Padre y, por invitación del
Papa, impartieron juntos la bendición final.
Francisco
concedió al recién elegido Patriarca Youssef Absi mediante
una carta del pasado 22 de junio.
El
Patriarca de Antioquía y los Obispos greco melquitas católicos
viajaron a Roma al término del Sínodo que celebraron en El Líbano
a principios de este mes de febrero.
Publicamos
a continuación las palabras del Santo Padre durante la Misa y las de
agradecimiento del Patriarca.
Palabras del Papa Francisco
Esta
misa con nuestro hermano, el patriarca Youssef, hará la apostolica
communio: él es padre de una Iglesia, de una Iglesia antiquísima
y viene a abrazar a Pedro, para decir “estoy en comunión con
Pedro”. Esto es lo que significa la ceremonia de hoy: el abrazo del
padre de una Iglesia con Pedro. Una Iglesia rica, con su propia
teología dentro de la teología católica, con su propia liturgia
maravillosa y con un pueblo, en este momento una gran parte de este
pueblo está crucificada, como Jesús. Ofrecemos esta misa por el
pueblo, por el pueblo que sufre, por los cristianos perseguidos en el
Medio Oriente, que entregan sus vidas, sus bienes, sus propiedades
porque son expulsados. Y también ofrecemos la misa por el ministerio
de nuestro hermano Youssef.
Palabras
del Patriarca al Papa Francisco
Santidad,
Me
gustaría darle las gracias por esta hermosa misa de comunión, en
nombre de todo el Sínodo de nuestra Iglesia greco-melquita católica.
Personalmente, estoy realmente conmovido por su caridad fraterna, por
los gestos de fraternidad, de solidaridad que ha demostrado a nuestra
Iglesia durante esta misa. Prometemos mantenerla siempre en nuestros
corazones, en los corazones de todos nosotros, clero y fieles, y
siempre recordaremos este evento, estos momentos históricos, este
momento que no puedo describir por lo hermoso que es: esta
fraternidad, esta comunión que une a todos los discípulos de
Cristo. Gracias, Santidad.
14.02.18
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