22 de set. 2018

PAPA NOU CURS


Francisco llama a los jóvenes lituanos a las filas de la “revolución de la ternura”

¡Vale la pena seguir a Cristo! – Discurso del Papa


(22 sept. 2018).- “¡Queridos jóvenes, vale la pena seguir a Cristo, no tengamos miedo a formar parte de la revolución a la que Él nos invita: la revolución de la ternura!” ha dicho el Papa a los jóvenes lituanos entre aplausos y vítores de “¡Viva el Papa!” en español.
Su Santidad llegó en papa móvil a la plaza de la Catedral de Vilna, dedicada a Los Santos Estanislao y Ladislao, a las 17:30 (hora local), para encontrarse con los 30.000 jóvenes que esperaban para escuchar sus palabras.
No tengáis miedo a decidiros por Jesús, a abrazar su causa, la del Evangelio”, ha exhortado el Papa con los más jóvenes de Lituania. “Jesús nunca se va a bajar de la barca de nuestra vida, siempre va a estar en el cruce de nuestros caminos, jamás va a dejar de reconstruirnos, aunque a veces nos empeñemos en incendiarnos”.


Discurso del Papa a los jóvenes
Muchas gracias Mónica y Jonás por vuestro testimonio. Lo he recibido como un amigo, como si hubiéramos estado sentados juntos, en algún bar, contándonos cosas de la vida, mientras tomamos una cerveza o un “gira” después de haber ido al “Jaunimo teatras”.
Pero vuestras vidas no son una obra de teatro, son reales, concretas, como las de cada uno de los que estamos acá, en esta hermosa plaza situada entre estos dos ríos. Y quizá todo esto nos sirva para releer vuestras historias y descubrir en ellas el paso de Dios… porque Dios pasa siempre por nuestras vidas. 
Como esta iglesia catedral, vosotros habéis experimentado situaciones que os derrumbaban, incendios de los que parecía que no hubierais podido reponeros. Tantas veces este templo fue devorado por las llamas, se derrumbó y, sin embargo, siempre hubo quienes decidieron volver a levantarlo, no se dejaron vencer por las dificultades, no bajaron los brazos. También la libertad de vuestra patria está construida sobre aquellos que no se dejaron intimidar por el terror y la desventura. La vida, el modo de ser y la muerte de tu papá, Mónica; tu enfermedad, Jonás, os podría haber devastado… Y, sin embargo, estáis aquí, compartiendo vuestra experiencia con una mirada de fe, haciéndonos descubrir que Dios os dio la gracia para aguantar, para levantaros, para seguir caminando en la vida.

¿Cómo se derramó en vosotros esta gracia de Dios? 
A través de personas que se cruzaron en vuestras vidas, gente buena que os nutrió de su experiencia de fe. Mónica: tu abuela y tu mamá, la parroquia franciscana, fueron para ti como la confluencia de estos dos ríos: así como el Vilna se une al Neris, tú te sumaste, te dejaste llevar por esa corriente de gracia. Porque el Señor nos salva haciéndonos parte de un pueblo. Nadie puede decir “yo me salvo solo”, estamos todos interconectados, “en red”. Dios quiso entrar en esta dinámica de relaciones y nos atrae hacia sí en comunidad, dando pleno sentido de identidad y pertenencia a nuestra vida (cf. Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 6). También tú, Jonás, encontraste en otros ―en tu esposa y en la promesa hecha el día del matrimonio― la razón para seguir, para luchar, para vivir. No permitáis que el mundo os haga creer que es mejor caminar solos. No cedáis a la tentación de ensimismaros, de volveros egoístas o superficiales ante el dolor, la dificultad o el éxito pasajero. Volvamos a afirmar que “lo que le pasa al otro, me pasa a mí”, vayamos contra la corriente de ese individualismo que aísla, que nos vuelve egocéntricos y vanidosos, preocupados solamente por la imagen y el propio bienestar.
Apostad por la santidad desde el encuentro y la comunión con los demás, atentos a sus necesidades (cf. ibíd., 146). Nuestra verdadera identidad supone la pertenencia a un pueblo. No existen identidades “de laboratorio”, ni identidades “destiladas”. Cada uno de nosotros conoce la belleza y también el cansancio, y muchas veces el dolor de pertenecer a un pueblo. Aquí radica nuestra identidad, no somos personas sin raíces. 
También los dos recordáis la presencia en el coro, la oración familiar, la misa, la catequesis y la ayuda a los más necesitados; son armas poderosas que el Señor nos da. La oración y el canto, para no encerrarse en la inmanencia de este mundo: al suspirar por Dios habéis salido de vosotros mismos y habéis podido contemplar con los ojos de Dios lo que os pasaba en el corazón (cf. ibíd., 147); practicando la música os abrís a la escucha y a la interioridad, os dejáis impactar de tal modo en la sensibilidad y eso es siempre una buena oportunidad para el discernimiento (cf. Sínodo dedicado a los Jóvenes, Instrumentum laboris, 162). Es cierto que la oración puede ser una experiencia de “batalla espiritual”, pero es allí donde aprendemos a escuchar al Espíritu, a discernir los signos de los tiempos y a recuperar las fuerzas para seguir anunciando el Evangelio hoy. ¿De qué otro modo batallaríamos contra el desaliento ante las enfermedades y dificultades propias y ajenas, ante los horrores del mundo? ¿Cómo haríamos sin la oración para no creer que todo depende de nosotros, que estamos solos ante el cuerpo a cuerpo con la adversidad? “¡Jesús y yo, mayoría completa!”, decía san Alberto Hurtado. Y el encuentro con él, con su palabra, con la eucaristía nos recuerda que no importa la fuerza del oponente; no importa que esté primero el “Žalgiris Kaunas” o el “Vilnius Rytas”, no importa el resultado, sino que el Señor está con nosotros.
También a vosotros os ha sostenido en la vida la experiencia de ayudar a otros, descubrir que cerca nuestro hay gente que lo pasa mal, incluso mucho peor que nosotros. Mónica: nos has contado de tu tarea con niños discapacitados. Ver la fragilidad de otros nos ubica, nos evita vivir lamiéndonos las propias heridas. Cuántos jóvenes se van del país por falta de oportunidades, cuántos son víctimas de la depresión, el alcohol y las drogas. Cuántas personas mayores solas, sin nadie con quien compartir el presente y miedosas de que vuelva el pasado. Vosotros podéis responder a esos desafíos con vuestra presencia y con el encuentro entre vosotros y los demás. Jesús nos invita a salir de nosotros mismos, a arriesgar en el “cara a cara” con los otros. Es verdad que creer en Jesús implica muchas veces dar saltos de fe en el vacío, y eso da miedo. Otras veces nos lleva a cuestionarnos, a salir de nuestros esquemas, y eso puede hacernos sufrir y dejarnos tentar por el desánimo. Pero, sed valientes. Seguir a Jesús es una aventura apasionante, que llena nuestra vida de sentido, que nos hace sentir parte de una comunidad que nos anima y acompaña, que nos compromete a servir. Queridos jóvenes, vale la pena seguir a Cristo, no tengamos miedo a formar parte de la revolución a la que él nos invita: la revolución de la ternura (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 88). 
Si la vida fuera una obra de teatro o un videojuego estaría acotada por un tiempo preciso, un comienzo y un final donde se baja el telón o alguien gana la partida. Pero la vida mide otros tiempos, la vida se juega en tiempos parecidos al corazón de Dios; a veces se avanza, otras se retrocede, se ensayan e intentan caminos, se cambian. La indecisión pareciera que nace del miedo a que caiga el telón, a que el cronómetro me deje fuera de la partida, o a que no pueda pasar de nivel en el juego. En cambio, la vida es siempre caminar buscando la dirección correcta, sin miedo a volver si me equivoqué. Lo más peligroso es confundir el camino con un laberinto: ese andar dando vueltas por la vida, sobre sí mismos, sin atinar por el camino que conduce hacia adelante. No seáis jóvenes de laberinto, del cual es difícil salir, sino jóvenes en camino.
No tengáis miedo a decidiros por Jesús, a abrazar su causa, la del Evangelio. Porque él nunca se va a bajar de la barca de nuestra vida, siempre va a estar en el cruce de nuestros caminos, jamás va a dejar de reconstruirnos, aunque a veces nos empeñemos en incendiarnos. Jesús nos regala tiempos amplios y generosos, donde hay espacios para los fracasos, donde nadie tiene que emigrar, pues hay lugar para todos. Muchos querrán ocupar vuestros corazones, inundar los campos de vuestras aspiraciones con cizaña, pero al final, si le entregamos la vida al Señor, siempre vence el buen trigo.
23.09.18





Ángelus: El cristiano debe “estar allí donde nadie quiere ir, sirviendo”

Palabras del Papa antes del Ángelus

(23 sept 2018).- El Papa ha recordado la destrucción definitiva del Gueto de Vilna, hace 75 años, y el aniquilamiento de los hebreos en Lituania, al rezar el Ángelus en Kaunas, este domingo, 23 de septiembre de 2018.
En este contexto el Santo Padre ha propuesto: “Pidamos al Señor que nos dé el don del discernimiento para detectar a tiempo cualquier rebrote de esa perniciosa actitud, cualquier aire que enrarezca el corazón de las generaciones que no han vivido aquello”.
Jesús en el Evangelio nos recuerda una tentación sobre la que tendremos que vigilar con insistencia: el afán de primacía, de sobresalir por encima de los demás, que puede anidar en todo corazón humano, ha señalado Francisco.
Palabras antes del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas:
El libro de la Sabiduría que hemos escuchado en la primera lectura nos habla del justo perseguido, de aquel cuya “sola presencia” molesta a los impíos. El impío es descrito como el que oprime al pobre, no tiene compasión de la viuda ni respeta al anciano (cf. 2,17-20). El impío tiene la pretensión de creer que su “fuerza es la norma de la justicia”. Someter a los más frágiles, usar la fuerza en cualquiera de sus formas: imponer un modo de pensar, una ideología, un discurso dominante, usar la violencia o represión para doblegar a quienes simplemente, con su hacer cotidiano honesto, sencillo, trabajador y solidario, expresan que es posible otro mundo, otra sociedad. Al impío no le alcanza con hacer lo que quiere, dejarse llevar por sus caprichos; no quiere que los otros, haciendo el bien, dejen en evidencia su modo de actuar. En el impío, el mal siempre intenta aniquilar el bien.

Hace 75 años, esta nación presenciaba la destrucción definitiva del Gueto de Vilna; así culminaba el aniquilamiento de miles de hebreos que ya había comenzado dos años antes. Al igual que se lee en el libro de la Sabiduría, el pueblo judío pasó por ultrajes y tormentos. Hagamos memoria de aquellos tiempos, y pidamos al Señor que nos dé el don del discernimiento para detectar a tiempo cualquier rebrote de esa perniciosa actitud, cualquier aire que enrarezca el corazón de las generaciones que no han vivido aquello y que a veces pueden correr tras esos cantos de sirena.
Jesús en el Evangelio nos recuerda una tentación sobre la que tendremos que vigilar con insistencia: el afán de primacía, de sobresalir por encima de los demás, que puede anidar en todo corazón humano. Cuántas veces ha sucedido que un pueblo se crea superior, con más derechos adquiridos, con más privilegios por preservar o conquistar. ¿Cuál es el antídoto que propone Jesús cuando aparece esa pulsión en nuestro corazón o en el latir de una sociedad o un país? Hacerse el último de todos y el servidor de todos; estar allí donde nadie quiere ir, donde nada llega, en lo más distante de las periferias; y sirviendo, generando encuentro con los últimos, con los descartados. Si el poder se decidiera por eso, si permitiéramos que el Evangelio de Jesucristo llegara a lo hondo de nuestras vidas, entonces sí sería una realidad la “globalización de la solidaridad”. «Mientras en el mundo, especialmente en algunos países, reaparecen diversas formas de guerras y enfrentamientos, los cristianos insistimos en nuestra propuesta de reconocer al otro, de sanar las heridas, de construir puentes, de estrechar lazos y de ayudarnos “mutuamente a llevar las cargas” (Ga 6,2)» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 67).
Aquí en Lituania está la colina de las cruces, donde millares de personas, a lo largo de los siglos, han plantado el signo de la cruz. Los invito a que, al rezar el Ángelus, le pidamos a María que nos ayude a plantar la cruz de nuestro servicio, de nuestra entrega allí donde nos necesitan, en la colina donde habitan los últimos, donde es preciso la atención delicada a los excluidos, a las minorías, para que alejemos de nuestros ambientes y de nuestras culturas la posibilidad de aniquilar al otro, de marginar, de seguir descartando a quien nos molesta y amenaza nuestras comodidades.
Jesús pone en medio a un pequeño, lo pone a la misma distancia de todos, para que todos nos sintamos desafiados a dar una respuesta. Al recordar el “sí” de María, pidámosle que haga nuestro “sí” generoso y fecundo como el suyo.

Ángelus en Lituania: Francisco reza por la comunidad judía

Palabras del Papa después del Ángelus


(23 sept. 2018).- Francisco ha agradecido a la Presidenta de la República de Lituania y a las autoridades así como a los obispos y sus colaboradores, por la preparación de esta visita, también a todos los que de tantos modos han dado su contribución, incluso con la oración.
Han sido las palabras del Santo Padre al término de la oración del Ángelus, pasadas las 12 horas (hora local) en Kaunas, Lituania, donde ha celebrado la Santa Misa a las 10 horas, ante 250.000 fieles.
Asimismo, el Pontífice ha manifestado que piensa “en modo particular” durante estos días en la comunidad judía: “Esta tarde rezaré delante del Monumento a las Víctimas del Gueto en Vilna, en el 75 aniversario de su destrucción. Que el Altísimo bendiga el diálogo y el compromiso común por la justicia y la paz”.
[Angelus Domini…]
Feliz domingo. Buen almuerzo. — Gražaus sekmadienio! Skaniu pietu!
24.09.18


Letonia: Como María, estamos llamados a “tocar” el sufrimiento de los demás

Homilía del Papa en el Santuario de la Madre de Dios


(24 sept. 2018).- “¡Muéstrate, Madre!” es el lema de esta visita, que el Papa Francisco ha usado para invitar a los fieles de Letonia en la Eucaristía celebrada en el Santuario Internacional de la Madre de Dios de Aglona, el mayor de Letonia.

El Pontífice ha llegado a las 16 horas (15 h. en Roma) al Santuario Internacional de la Madre De Dios de Aglona, donde ha sido recibido por el Obispo de Rēzekne-Aglona y Presidente de la Conferencia Episcopal de Letonia, Mons. Jānis Bulis, y de dos niños, vestidos con los atuendos tradicionales, que le han ofrecido un tributo floral.
Francisco ha saludado de manera cercana y cariñosa, como es propio de él, a muchos de los miles de peregrinos allí presentes, desde el papamóvil, antes de dirigirse al altar, donde ha presidido la celebración eucarística para María Madre de la Iglesia en latín y letón.
Santuario de Aglona
La Basílica de Aglona es el mayor santuario católico de Letonia. Los peregrinos acuden al sitio el 15 de agosto de cada año para celebrar la Asunción de la Santísima Virgen María al Cielo. En 1980, la Iglesia celebró su 200 aniversario y el Papa Juan Pablo II le otorgó oficialmente el estatus de una basílica menor. En 1986, fue el sitio de la celebración del 800º aniversario del cristianismo en Letonia. En septiembre de 1993, el Papa Juan Pablo II visitó el Santuario, 
Homilía del Santo Padre
Bien podríamos decir que aquello que relata san Lucas en el comienzo del libro de los Hechos de los Apóstoles se repite hoy aquí: íntimamente unidos, dedicados a la oración, y en compañía de María, nuestra Madre (cf. 1,14). Hoy hacemos nuestro el lema de esta visita: “¡Muéstrate, Madre!”, haz evidente en qué lugar sigues cantando el Magníficat, en qué sitios está tu Hijo crucificado, para encontrar a sus pies tu firme presencia.
El evangelio de Juan relata solo dos momentos en que la vida de Jesús se entrecruza con la de su Madre: las bodas de Caná (cf. Jn 2,1-12) y el que acabamos de leer, María al pie de la cruz (cf. Jn 19,25-27). Pareciera que al evangelista le interesa mostrarnos a la Madre de Jesús en esas situaciones de vida aparentemente opuestas: el gozo de unas bodas y el dolor por la muerte de un hijo. Que, al adentrarnos en el misterio de la Palabra, ella nos muestre cuál es la Buena Noticia que el Señor hoy quiere compartirnos.
Lo primero que señala el evangelista es que María está “firmemente de pie” junto a su Hijo. No es un modo liviano de estar, tampoco evasivo y menos aún pusilánime. Es con firmeza, “clavada” al pie de la cruz, expresando con la postura de su cuerpo que nada ni nadie podría moverla de ese lugar. María se muestra en primer lugar así: al lado de los que sufren, de aquellos de los que todo el mundo huye, incluso de los que son enjuiciados, condenados por todos, deportados. No se trata solo de que sean oprimidos o explotados, sino de estar directamente “fuera del sistema”, al margen de la sociedad (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 53). Con ellos está también la Madre, clavada junto a esa cruz de la incomprensión y del sufrimiento.
También María nos muestra un modo de estar al lado de estas realidades; no es ir de paseo ni hacer una breve visita, ni tampoco es “turismo solidario”. Se trata de que quienes padecen una realidad de dolor nos sientan a su lado y de su lado, de modo firme, estable; todos los descartados de la sociedad pueden hacer experiencia de esta Madre delicadamente cercana, porque en el que sufre siguen abiertas las llagas de su Hijo Jesús. Ella lo aprendió al pie de la cruz. También nosotros estamos llamados a “tocar” el sufrimiento de los demás. Vayamos al encuentro de nuestro pueblo para consolarlo y acompañarlo; no tengamos miedo de experimentar la fuerza de la ternura y de implicarnos y complicarnos la vida por los otros (cf. ibíd., 270). Y, como María, permanezcamos firmes y de pie: con el corazón puesto en Dios y animados, levantando al que está caído, enalteciendo al humilde, ayudando a terminar con cualquier situación de opresión que los hace vivir como crucificados.
María es invitada por Jesús a recibir al discípulo amado como su hijo. El texto nos dice que estaban juntos, pero Jesús percibe que no lo suficiente, que no se han recibido mutuamente. Porque uno puede estar al lado de muchísimas personas, puede incluso compartir la misma vivienda, o el barrio, o el trabajo; puede compartir la fe, contemplar y gozar de los mismos misterios, pero no acogerse, no hacer el ejercicio de una aceptación amorosa del otro. Cuántos matrimonios podrían relatar sus historias de estar cerca pero no juntos; cuántos jóvenes sienten con dolor esta distancia con los adultos, cuántos ancianos se sienten fríamente atendidos, pero no amorosamente cuidados y recibidos.
Es cierto que, a veces, cuando nos hemos abierto a los demás nos ha hecho mucho daño. También es verdad que, en nuestras realidades políticas, la historia de desencuentro de los pueblos todavía está dolorosamente fresca. María se muestra como mujer abierta al perdón, a dejar de lado rencores y desconfianzas; renuncia a hacer reclamos por lo que “hubiera podido ser” si los amigos de su Hijo, si los sacerdotes de su pueblo o si los gobernantes se hubieran comportado de otra manera, no se deja ganar por la frustración o la impotencia. María le cree a Jesús y recibe al discípulo, porque las relaciones que nos sanan y liberan son las que nos abren al encuentro y a la fraternidad con los demás, porque descubren en el otro al mismo Dios (cf. ibíd., 92). Monseñor Sloskans, que descansa aquí, una vez apresado y enviado lejos, escribía a sus padres: «Os lo pido desde lo más hondo de mi corazón: no dejéis que la venganza o la exasperación se abran camino en vuestro corazón. Si lo permitiésemos no seríamos verdaderos cristianos, sino fanáticos». En tiempos donde pareciera que vuelve a haber modos de pensar que nos invitan a desconfiar de los otros, que con estadísticas nos quieren demostrar que estaríamos mejor, seríamos más prósperos, habría más seguridad si estuviéramos solos, María y los discípulos de estas tierras nos invitan a acoger, a volver a apostar por el hermano, por la fraternidad universal. Pero María se muestra también como la mujer que se deja recibir, que humildemente acepta pasar a ser parte de las cosas del discípulo. En aquella boda que se había quedado sin vino, con el peligro de terminar llena de ritos pero seca de amor y de alegría, fue ella la que les mandó que hicieran lo que él les dijera (cf. Jn 2,5). Ahora, como discípula obediente, se deja recibir, se traslada, se acomoda al ritmo del más joven. Siempre cuesta la armonía cuando somos distintos, cuando los años, las historias y las circunstancias nos ponen en modos de sentir, pensar y hacer que a simple vista parecen opuestos. Cuando con fe escuchamos el mandato de recibir y ser recibidos, es posible construir la unidad en la diversidad, porque no nos frenan ni dividen las diferencias, sino que somos capaces de mirar más allá, de ver a los otros en su dignidad más profunda, como hijos de un mismo Padre (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 228). En esta, como en cada eucaristía, hacemos memoria de aquel día. Al pie de la cruz, María nos recuerda el gozo de haber sido reconocidos como sus hijos, y su Hijo Jesús nos invita a traerla a casa, a ponerla en medio de nuestra vida. Ella nos quiere regalar su valentía, para estar firmemente de pie; su humildad, que la hace adaptarse a las coordenadas de cada momento de la historia; y clama para que en este, su santuario, todos nos comprometamos a acogernos sin discriminarnos.
Que todos en Letonia, sepan que estamos dispuestos a privilegiar a los más pobres, levantar a los caídos y recibir a los demás así como vienen y se presentan ante nosotros.
25.09.18


Estonia: “No habéis conquistado vuestra libertad para ser esclavos del consumismo o el individualismo”

Homilía del Papa en Tallin

(25 sept. 2018).- “Vosotros no habéis conquistado vuestra libertad para terminar esclavos del consumo, del individualismo, o del afán de poder o dominio” ha dicho el Papa a los estonios en la Misa celebrada en la Plaza de la Libertad, en Tallin, este martes, 25 de septiembre de 2018, última día de su viaje apostólico, en el marco del centenario de la declaración de independencia de las 3 naciones: Lituania, Letonia y Estonia.
Homilía del Santo Padre
Al escuchar, en la primera lectura, la llegada del pueblo hebreo —una vez liberado de la esclavitud en Egipto— al monte Sinaí (cf. Ex 19,1) es imposible no pensar en vosotros como pueblo; es imposible no pensar en toda la nación de Estonia y en todos los países Bálticos. ¿Cómo no recordaros en aquella “revolución cantada”, o en aquella fila de 2 millones de personas desde aquí hasta Vilna? Vosotros sabéis de luchas por la libertad, podéis identificaros con aquel pueblo. Nos hará bien, entonces, escuchar qué le dice Dios a Moisés, para discernir qué nos dice a nosotros como pueblo. 
El pueblo que llega hasta el Sinaí es un pueblo que ya ha visto el amor de su Dios expresado en los milagros y portentos, es un pueblo que decide hacer un pacto de amor porque Dios ya lo amó primero y le expresó ese amor. No está obligado, Dios lo quiere libre. Cuando decimos que somos cristianos, cuando abrazamos un estilo de vida, lo hacemos sin presiones, sin que sea un intercambio donde cumplimos si Dios cumple. Pero, sobre todo, sabemos que la propuesta de Dios no nos quita nada, al contrario, lleva a la plenitud, potencia todas las aspiraciones del hombre. Algunos se consideran libres cuando viven sin Dios o al margen de él. No advierten que de ese modo transitan por esta vida como huérfanos, sin un hogar donde volver. «Dejan de ser peregrinos y se convierten en errantes, que giran siempre en torno a sí mismos sin llegar a ninguna parte» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 170). 

Nos toca a nosotros, al igual que al pueblo salido de Egipto, escuchar y buscar. A veces algunos piensan que la fuerza de un pueblo se mide hoy desde otros parámetros. Hay quien habla con un tono más alto, quien al hablar parece más seguro —sin fisuras ni titubeos—, hay quien al gritar añade amenazas de armamento, despliegue de tropas, estrategias… Este es el que parece más “firme”. Pero eso no es “buscar” la voluntad de Dios; sino un acumular para imponerse desde el tener. Esta actitud esconde en sí un rechazo a la ética y, en ella, a Dios. Pues la ética nos pone en relación con un Dios que espera de nosotros una respuesta libre y comprometida con los demás y con nuestro entorno, que está fuera de las categorías del mercado (cf. ibíd., 57). Vosotros no habéis conquistado vuestra libertad para terminar esclavos del consumo, del individualismo, o del afán de poder o dominio. 
Dios conoce lo que necesitamos, lo que a menudo escondemos detrás del afán de tener; también nuestras inseguridades resueltas desde el poder. Esa sed, que habita en todo corazón humano, Jesús, en el Evangelio que hemos escuchado, nos anima a resolverla yendo a su encuentro. Él es quien puede saciarnos, llenarnos de la plenitud que tiene la fecundidad de su agua, su pureza, su fuerza arrolladora. La fe es también caer en la cuenta de que él vive y nos ama; no nos abandona y, por eso, es capaz de intervenir misteriosamente en nuestra historia; él saca bien del mal con su poder y con su infinita creatividad (cf. ibíd., 278). 
En el desierto, el pueblo de Israel va a caer en la tentación de buscarse otros dioses, de adorar el becerro de oro, de confiar en sus propias fuerzas. Pero Dios siempre lo atrae nuevamente, y ellos recordarán lo que escucharon y vieron en el monte. Como aquel pueblo, nosotros nos sabemos pueblo “elegido, sacerdotal y santo” (cf. Ex 19,6; 1 P 2,9), el Espíritu es el que nos recuerda todas estas cosas (cf. Jn 14,26). 
Elegidos no significa exclusivos, ni sectarios; somos la pequeña porción que tiene que fermentar toda la masa, que no se esconde ni se aparta, que no se considera mejor ni más pura. El águila pone a resguardo sus polluelos, los lleva a lugares escarpados hasta que pueden valerse por sí mismos, pero tiene que empujarlos para que salgan de ese lugar de confort. Agita a su nidada, tira a los polluelos al vacío para que pongan en juego sus alas; y se pone debajo para protegerlos, para evitar que se hagan daño. Así es Dios con su pueblo elegido, lo quiere en “salida”, arriesgado en su vuelo y siempre protegido solo por él. Tenemos que perder el miedo y salir de los espacios blindados, porque hoy la mayoría de los estonios no se reconocen como creyentes. Salir como sacerdotes; lo somos por el bautismo. Salir a promover la relación con Dios, a facilitarla, a favorecer un encuentro amoroso con aquel que está gritando «venid a mí» (Mt 11,28). Necesitamos crecer en una mirada cercana para contemplar, conmovernos y detenernos ante el otro, cuantas veces sea necesario. Este es el “arte del acompañamiento” que se realiza con el ritmo sanador de la “projimidad”, con una mirada respetuosa y llena de compasión que es capaz de sanar, desatar ataduras y hacer crecer en la vida cristiana (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 169). Y dar testimonio de ser un pueblo santo. Podemos caer en la tentación de pensar que la santidad es solo para algunos. Sin embargo, «todos estamos llamados a ser santos viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones de cada día, allí donde cada uno se encuentra» (Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 14). Pero, así como el agua en el desierto no era un bien personal sino comunitario, así como el maná no podía ser acumulado porque se echaba a perder, del mismo modo la santidad vivida se expande, fluye, fecunda todo lo que está a sus márgenes. Hoy elegimos ser santos saneando los márgenes y las periferias de nuestra sociedad, allí donde nuestro hermano yace y sufre el descarte. No dejemos que sea el que viene detrás de mí el que dé el paso para socorrerlo, ni tampoco que sea una cuestión para resolver desde las instituciones; que seamos nosotros mismos los que fijemos nuestra mirada en ese hermano y le tendamos la mano para levantarlo, pues en él está la imagen de Dios, es un hermano redimido por Jesucristo. Esto es ser cristianos y la santidad vivida en el día a día (cf. ibíd., 98).  Vosotros habéis manifestado en vuestra historia el orgullo de ser estonios, lo cantáis diciendo: “Soy estonio, me quedaré estonio, estonio es algo bueno, somos estonios”. Qué bueno es sentirse parte de un pueblo, qué bueno es ser independientes y libres. Vayamos a la montaña santa, a la de Moisés, a la de Jesús, y pidámosle —como dice el lema de esta visita—, que nos despierte el corazón, que nos regale el don del Espíritu para discernir en cada momento de la historia cómo ser libres, cómo abrazar el bien y sentirnos elegidos, cómo dejar que Dios haga crecer, aquí en Estonia y en el mundo entero, su nación santa, su pueblo sacerdotal. 
Gracias por vuestra acogida”
Antes de la bendición final, y de concluir este Viaje Apostólico en Lituania, Letonia y Estonia, deseo expresaros mi gratitud, comenzando por el administrador apostólico de Estonia. Gracias por vuestra acogida, expresión de un pequeño rebaño con un corazón grande. Renuevo mi gratitud a la señora Presidenta de la República y a las demás autoridades del país. Pienso de modo especial en todos los hermanos cristianos, en particular en los luteranos que, tanto aquí en Estonia como en Letonia, han acogido los encuentros ecuménicos. Que el Señor siga guiándonos por el camino de la comunión. Gracias a todos. 
26.09.18




Mensaje del Papa Francisco a los católicos chinos y a la Iglesia universal

Tras el Acuerdo firmado por la Santa Sede y China

(26 sept. 2018).- Francisco dirige un mensaje de aliento a los hermanos católicos de China: “En un momento tan significativo para la vida de la Iglesia, y a través de este breve Mensaje, deseo, sobre todo, aseguraros que cada día os tengo presentes en mi oración además de compartir con vosotros los sentimientos que están en mi corazón”.
En este contexto, el Papa ha hecho un llamamiento esta mañana, 26 de septiembre de 2018, en la audiencia general: “¡Tenemos una tarea importante! Estamos llamados a acompañar a nuestros hermanos y hermanas en China con fervientes oraciones y amistad fraterna. Saben que no están solos. Toda la Iglesia ora con ellos y por ellos”.
El Acuerdo Provisional trata del nombramiento de los obispos, una cuestión de gran importancia para la vida de la Iglesia, y crea las condiciones para una colaboración más amplia a nivel bilateral.
Mensaje del Papa Francisco
«Su misericordia es eterna,

su fidelidad por todas las edades
»

(Salmo 100, 5).

Queridos hermanos en el episcopado, sacerdotes, personas consagradas y todos los fieles de la Iglesia católica en China: damos gracias al Señor, porque es eterna su misericordia y reconocemos que «él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño» (Sal 100,3).
En este momento resuenan en mi interior las palabras con las que mi venerado Predecesor os exhortaba en la Carta del 27 de mayo de 2007: «Iglesia católica en China, pequeña grey presente y operante en la vastedad de un inmenso Pueblo que camina en la historia, ¡cómo resuenan alentadoras y provocadoras para ti las palabras de Jesús: “No temas, pequeño rebaño; porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el Reino” (Lc 12,32)! Por tanto, “alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro a Padre que está en el cielo” (Mt 5,16)» (Benedicto XVI, Carta a los católicos chinos, 27 mayo 2007, 5).
1.         En los últimos tiempos, han circulado muchas voces opuestas sobre el presente y, especialmente, sobre el futuro de la comunidad católica en China. Soy consciente de que semejante torbellino de opiniones y consideraciones habrá provocado mucha confusión, originando en muchos corazones sentimientos encontrados. En algunos, surgen dudas y perplejidad; otros, tienen la sensación de que han sido abandonados por la Santa Sede y, al mismo tiempo, se preguntan inquietos sobre el valor del sufrimiento vivido en fidelidad al Sucesor de Pedro. En otros muchos, en cambio, predominan expectativas y reflexiones positivas que están animadas por la esperanza de un futuro más sereno a causa de un testimonio fecundo de la fe en tierra china.
Dicha situación se ha ido acentuando sobre todo con referencia al Acuerdo Provisional entre la Santa Sede y la República Popular China que, como sabéis, se ha firmado recientemente en Pekín. En un momento tan significativo para la vida de la Iglesia, y a través de este breve Mensaje, deseo, sobre todo, aseguraros que cada día os tengo presentes en mi oración además de compartir con vosotros los sentimientos que están en mi corazón.
Son sentimientos de gratitud al Señor y de sincera admiración —que es la admiración de toda la Iglesia católica— por el don de vuestra fidelidad, de la constancia en la prueba, de la arraigada confianza en la Providencia divina, también cuando ciertos acontecimientos se demostraron particularmente adversos y difíciles.
Tales experiencias dolorosas pertenecen al tesoro espiritual de la Iglesia en China y de todo el Pueblo de Dios que peregrina en la tierra. Os aseguro que el Señor, precisamente a través del crisol de las pruebas, no deja nunca de colmarnos de sus consolaciones y de prepararnos para una alegría más grande. Con el Salmo 126 tenemos la certeza de que «los que sembraban con lágrimas cosechan entre cantares» (v. 5).
Sigamos, entonces, con la mirada fija en el ejemplo de tantos fieles y pastores que no han dudado en ofrecer su “testimonio maravilloso” (cf. 1 Tm 6,13) al Evangelio, hasta el ofrecimiento de la propia vida. Se han de considerar como verdaderos amigos de Dios.


 2 Por mi parte, siempre he considerado a China como una tierra llena de grandes oportunidades, y al Pueblo chino como artífice y protector de un patrimonio inestimable de cultura y sabiduría, que se ha ido acrisolando resintiendo a las adversidades e integrando las diferencias, y que tomó contacto, no por casualidad, desde tiempos remotos con el mensaje cristiano. Como decía con gran sutileza el P. Mateo Ricci, S.J., desafiándonos a vivir la virtud de la confianza, «antes de establecer una amistad, se necesita observar; después de tenerla, se necesita confianza mutua» (De Amicitia, 7).
Tengo también la convicción de que el encuentro solo será auténtico y fecundo si se realiza poniendo en práctica el diálogo, que significa conocerse, respetarse y “caminar juntos” para construir un futuro común de mayor armonía.
En este surco se coloca el Acuerdo Provisional, que es fruto de un largo y complejo diálogo institucional entre la Santa Sede y las Autoridades chinas, iniciado ya por san Juan Pablo II y seguido  por el Papa Benedicto XVI. A lo largo de dicho recorrido, la Santa Sede no tenía —ni tiene— otro objetivo, sino el de llevar a cabo los fines espirituales y pastorales que le son propios; es decir, sostener y promover el anuncio del Evangelio, así como el de alcanzar y mantener la plena y visible unidad de la comunidad católica en China.
Sobre el valor y finalidades de dicho Acuerdo, deseo proponeros algunas reflexiones, ofreciéndoos además alguna sugerencia de espiritualidad pastoral para el camino que, en esta nueva fase, estamos llamados a recorrer.
Se trata de un camino que, como la etapa precedente, «requiere tiempo y presupone la buena voluntad de las partes» (Benedicto XVI, Carta a los católicos chinos, 27 mayo 2007, 4), pero para la Iglesia, dentro y fuera de China, no se trata solo de adherirse a valores humanos, sino de responder a una vocación espiritual: salir de sí misma para abrazar «el gozo y la esperanza, la tristeza y la angustia de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de todos los afligidos» (Conc. Ecum. Vat. II, Const. ap. Gaudium et spes, 1), así como los desafíos del presente que Dios le confía. Por tanto, es una llamada eclesial para que nos hagamos peregrinos en los caminos de la historia, confiando ante todo en Dios y en sus promesas, como hicieron Abrahán y nuestros padres en la fe.
Abrahán, llamado por Dios, obedeció partiendo hacia una tierra desconocida que tenía que recibir en heredad, sin conocer el camino que se abría ante él. Si Abrahán hubiera pretendido condiciones, sociales y políticas, ideales antes de salir de su tierra, quizás no hubiera salido nunca. Él, en cambio, confió en Dios y por su Palabra dejó su propia casa y sus seguridades. No fueron pues los cambios históricos los que le permitieron confiar en Dios, sino que fue su fe auténtica la que provocó un cambio en la historia. La fe, de hecho, «es fundamento de lo que se espera y garantía de lo que no se ve. Por ella son recordados los antiguos» (Heb 11,1-2).
3.         Como Sucesor de Pedro, deseo confirmaros en esta fe (cf. Lc 11,32) —en la fe de Abrahán, en la fe de la Virgen María, en la fe que habéis recibido—, para invitaros a que pongáis cada vez con mayor convicción vuestra confianza en el Señor de la historia, discerniendo su voluntad que se realiza en la Iglesia. Invoquemos el don del Espíritu para que ilumine la mente, encienda el corazón y nos ayude a entender hacia dónde nos quiere llevar para superar los inevitables momentos de cansancio y tener el valor de seguir decididamente el camino que se abre ante nosotros.
Con el fin de sostener e impulsar el anuncio del Evangelio en China y de restablecer la plena y visible unidad en la Iglesia, era fundamental afrontar, en primer lugar, la cuestión de los nombramientos episcopales. Todos conocéis que, lamentablemente, la historia reciente de la Iglesia católica en China ha estado dolorosamente marcada por las profundas tensiones, heridas y divisiones que se han polarizado, sobre todo, en torno a la figura del obispo como guardián de la autenticidad de la fe y garante de la comunión eclesial.
Cuando, en el pasado, se pretendió determinar también la vida interna de las comunidades católicas, imponiendo el control directo más allá de las legítimas competencias del Estado, surgió en la Iglesia en China el fenómeno de la clandestinidad. Dicha experiencia —cabe señalar— no es normal en la vida de la Iglesia y «la historia enseña que pastores y fieles han recurrido a ella sólo con el doloroso deseo de mantener íntegra la propia fe» (Benedicto XVI, Carta a los católicos chinos, 27 mayo 2007, 8).
Quisiera daros a conocer que, desde que me fue confiado el Ministerio Petrino, he experimentado gran consuelo al constatar el sincero deseo de los católicos chinos de vivir su fe en plena comunión con la Iglesia universal y con el Sucesor de Pedro, que es «el principio y fundamento perpetuo y visible de la unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de fieles» (Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, 23). De este deseo, he recibido durante estos años numerosos signos y testimonios concretos, también de parte de los que, incluso obispos, han herido la comunión en la Iglesia, a causa de su debilidad y de sus errores, pero, además, no pocas veces, por la fuerte e indebida presión externa.
Por lo tanto, después de haber examinado atentamente cada situación personal y escuchado distintos pareceres, he reflexionado y rezado mucho buscando el verdadero bien de la Iglesia en China. Finalmente, ante el Señor y con serenidad de juicio, en continuidad con las directrices de mis Predecesores inmediatos, he decidido conceder la reconciliación a los siete restantes obispos “oficiales” ordenados sin mandato pontificio y, habiendo remitido toda sanción canónica relativa, readmitirlos a la plena comunión eclesial. Al mismo tiempo, les pido a ellos que manifiesten, a través de gestos concretos y visibles, la restablecida unidad con la Sede Apostólica y con las Iglesias dispersas por el mundo, y que se mantengan fieles a pesar de las dificultades.
4.         En el sexto año de mi Pontificado, que ya desde los primeros pasos puse bajo el amor misericordioso de Dios, invito por lo tanto a todos los católicos chinos a que se hagan artífices de reconciliación, recordando con renovado empuje apostólico las palabras de san Pablo: «Dios nos reconcilió consigo por medio de Cristo y nos encargó el ministerio de la reconciliación» (2 Co 5,18).
De hecho, como escribí al concluir el Jubileo Extraordinario de la misericordia, «no existe ley ni precepto que pueda impedir a Dios volver a abrazar al hijo que regresa a él reconociendo que se ha equivocado, pero decidido a recomenzar desde el principio. Quedarse solamente en la ley equivale a banalizar la fe y la misericordia divina. […] Incluso en los casos más complejos, en los que se siente la tentación de hacer prevalecer una justicia  que deriva sólo de las normas, se debe creer en la fuerza que brota de la gracia divina» (Carta ap. Misericordia et misera, 20 noviembre 2016, 11).
Con este espíritu, y con las decisiones adoptadas, podemos iniciar un camino inédito, que confiamos en que ayudará a sanar las heridas del pasado, a restablecer la plena comunión de todos los católicos chinos y a abrir una fase de mayor colaboración fraterna, para asumir con renovado compromiso la misión de anunciar el Evangelio. En efecto, la Iglesia existe para dar testimonio de Jesús y del amor del Padre que perdona y salva.
5.         El Acuerdo Provisional firmado con las Autoridades chinas, aun cuando está circunscrito a algunos aspectos de la vida de la Iglesia y está llamado necesariamente a ser mejorado, puede contribuir —por su parte— a escribir esta nueva página de la Iglesia católica en China. Por primera vez, se contemplan elementos estables de colaboración entre las Autoridades del Estado y la Sede Apostólica, con la esperanza de asegurar buenos pastores a la comunidad católica.
En este contexto, la Santa Sede desea hacer lo que le corresponde hasta el final, pero también vosotros, obispos, sacerdotes, personas consagradas y fieles laicos, tenéis un papel importante: buscar de forma conjunta buenos candidatos que sean capaces de asumir en la Iglesia el delicado e importante servicio episcopal. No se trata, en efecto, de nombrar funcionarios para la gestión de las cuestiones religiosas, sino de tener pastores auténticos según el corazón de Jesús, entregados con su trabajo generoso al servicio del Pueblo de Dios, especialmente de los más pobres y débiles, teniendo en cuenta las palabras del Señor: «El que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos» (Mc 10,43-44).
En este sentido, es evidente que un Acuerdo no es nada más que un instrumento, y por sí solo no podrá resolver todos los problemas existentes. En realidad, este resultaría ineficaz y estéril si no fuera acompañado por un compromiso profundo de renovación de la conducta personal y del comportamiento eclesial.
6.         A nivel pastoral, la comunidad católica en China está llamada a permanecer unida, para superar las divisiones del pasado que tantos sufrimientos han provocado y lo siguen haciendo en el corazón de muchos pastores y fieles. Que todos los cristianos, sin distinción, hagan ahora gestos de reconciliación y de comunión. En este sentido, tomemos en serio la advertencia de san Juan de la Cruz: «A la tarde te examinarán en el amor» (Palabras de luz y de amor, 1,60).
Que, en el ámbito civil y político, los católicos chinos sean buenos ciudadanos, amen totalmente a su Patria y sirvan a su País con esfuerzo y honestidad, según sus propias capacidades. Que en el plano ético, sean conscientes de que muchos compatriotas esperan de ellos un grado más en el servicio del bien común y del desarrollo armonioso de la sociedad entera. Que los católicos sepan, de modo particular, ofrecer aquella aportación profética y constructiva que ellos obtienen de su fe en el reino de Dios. Esto puede exigirles también la dificultad de expresar una palabra crítica, no por inútil contraposición, sino con el fin de edificar una sociedad más justa, más humana y más respetuosa con la dignidad de cada persona.
7.         Me dirijo a todos vosotros, queridos hermanos obispos, sacerdotes y personas consagradas, que «servís al Señor con alegría» (Sal 100,2). Que nos reconozcamos como discípulos de Cristo en el servicio al Pueblo de Dios. Que vivamos la caridad pastoral como brújula de nuestro ministerio. Que superemos las contradicciones del pasado, la búsqueda de intereses personales y atendamos a los fieles, haciendo nuestras sus alegrías y sufrimientos. Que trabajemos humildemente por la reconciliación y la unidad. Que retomemos con fuerza y pasión el camino de la evangelización, como señaló el Concilio Ecuménico Vaticano II.
A todos vosotros os digo nuevamente con afecto: «Nos moviliza el ejemplo de tantos sacerdotes, religiosas, religiosos y laicos que se dedican a anunciar y a servir con gran fidelidad, muchas veces arriesgando sus vidas y ciertamente a costa de su comodidad. Su testimonio nos recuerda que la Iglesia no necesita tantos burócratas y funcionarios, sino misioneros apasionados, devorados por el entusiasmo de comunicar la verdadera vida. Los santos sorprenden, desinstalan, porque sus vidas nos invitan a salir de la mediocridad tranquila y anestesiante» (Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 19 marzo 2018, 138).
Os ruego con convicción que pidáis la gracia de no vacilar cuando el Espíritu nos reclame que demos un paso adelante: «Pidamos el valor apostólico de comunicar el Evangelio a los demás y de renunciar a hacer de nuestra vida cristiana un museo de recuerdos. En todo caso, dejemos que el Espíritu Santo nos haga contemplar la historia en la clave de Jesús resucitado. De ese modo la Iglesia, en lugar de estancarse, podrá seguir adelante acogiendo las sorpresas del Señor» (ibíd., 139).
8.         En este año, en el que toda la Iglesia celebra el Sínodo de los Jóvenes, deseo dirigirme especialmente a vosotros, jóvenes católicos chinos, que atravesáis las puertas de la Casa del Señor «con himnos dándole gracias y bendiciendo su nombre» (Sal 100,4). Os pido que colaboréis en la construcción del futuro de vuestro País con los dones personales que habéis recibido y con vuestra fe joven. Os animo a llevar a todos, con vuestro entusiasmo, la alegría del Evangelio.
Estad dispuestos a acoger como guía segura al Espíritu Santo, que indica al mundo de hoy el camino hacia la reconciliación y la paz. Dejaos sorprender por la fuerza renovadora de la gracia, también cuando os pueda parecer que el Señor os pide un compromiso superior a vuestras fuerzas. No tengáis miedo de escuchar su voz que os pide fraternidad, encuentro, capacidad de diálogo y de perdón, y espíritu de servicio, a pesar de tantas experiencias dolorosas del pasado reciente y de las heridas todavía abiertas.
Abrid el corazón y la mente para discernir el plan misericordioso de Dios, que nos pide superar los prejuicios personales y antagonismos entre los grupos y las comunidades, para abrir un camino valiente y fraterno a la luz de una auténtica cultura del encuentro.
Muchas son las tentaciones de hoy: el orgullo del éxito mundano, la cerrazón en las propias certezas, la supremacía dada a las cosas materiales como si Dios no existiese. Id contracorriente y permaneced firmes en el Señor: «Él solo es bueno», solo «su misericordia es eterna», solo su fidelidad dura «por todas las edades» (Sal 100,5).

9.         Queridos hermanos y hermanas de la Iglesia universal: todos debemos reconocer como uno de los signos de nuestro tiempo lo que está sucediendo hoy en la vida de la Iglesia en China. Tenemos una tarea importante: acompañar con la oración fervorosa y la amistad fraterna a nuestros hermanos y hermanas en China. De hecho, ellos deben experimentar que no están solos en el camino que en este momento se abre ante ellos. Es necesario que se
Estad dispuestos a acoger como guía segura al Espíritu Santo, que indica al mundo de hoy el camino hacia la reconciliación y la paz. Dejaos sorprender por la fuerza renovadora de la gracia, también cuando os pueda parecer que el Señor os pide un compromiso superior a vuestras fuerzas. No tengáis miedo de escuchar su voz que os pide fraternidad, encuentro, capacidad de diálogo y de perdón, y espíritu de servicio, a pesar de tantas experiencias dolorosas del pasado reciente y de las heridas todavía abiertas.
Abrid el corazón y la mente para discernir el plan misericordioso de Dios, que nos pide superar los prejuicios personales y antagonismos entre los grupos y las comunidades, para abrir un camino valiente y fraterno a la luz de una auténtica cultura del encuentro.
Muchas son las tentaciones de hoy: el orgullo del éxito mundano, la cerrazón en las propias certezas, la supremacía dada a las cosas materiales como si Dios no existiese. Id contracorriente y permaneced firmes en el Señor: «Él solo es bueno», solo «su misericordia es eterna», solo su fidelidad dura «por todas las edades» (Sal 100,5).
9.         Queridos hermanos y hermanas de la Iglesia universal: todos debemos reconocer como uno de los signos de nuestro tiempo lo que está sucediendo hoy en la vida de la Iglesia en China. Tenemos una tarea importante: acompañar con la oración fervorosa y la amistad fraterna a nuestros hermanos y hermanas en China. De hecho, ellos deben experimentar que no están solos en el camino que en este momento se abre ante ellos. Es necesario que sea acogidos  y ayudados como parte viva de la Iglesia: «Ved qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos» (Sal133,1).
Es de suma importancia que también en China, a nivel local, se profundicen cada vez más las relaciones entre los Responsables de las comunidades eclesiales y las Autoridades civiles, mediante un diálogo sincero y una escucha sin prejuicios que permita superar las actitudes recíprocas de hostilidad. Se tiene que aprender un estilo nuevo de colaboración sencilla y cotidiana entre las Autoridades locales y las eclesiásticas —obispos, sacerdotes, ancianos de las comunidades— de tal modo que se garantice el desarrollo ordenado de las actividades pastorales, armonizando las expectativas legítimas de los fieles y las decisiones que son competencia de las Autoridades.
Esto ayudará a comprender que la Iglesia en China no es ajena a la historia china, ni pide ningún privilegio: su finalidad en el diálogo con las Autoridades civiles es la de «llegar a una relación basada en el respeto recíproco y en el conocimiento profundo» (ibíd.).
Que cada comunidad católica local, en todo el mundo, se comprometa a valorizar y a acoger el tesoro espiritual y cultural específico de los católicos chinos. Ha llegado la hora en que probemos juntos los frutos genuinos del Evangelio sembrado en el seno del antiguo “Reino del Medio” y que elevemos al Señor Jesucristo el canto de la fe y de la acción de gracias, embellecido con auténticas notas chinas.
10.       Me dirijo con respeto a los que guían la República Popular China y renuevo la invitación a continuar el diálogo iniciado hace tiempo con confianza, valentía y amplitud de miras. Deseo asegurar que la Santa Sede seguirá trabajando sinceramente para crecer en la auténtica amistad con el Pueblo chino.
Los contactos actuales entre la Santa Sede y el Gobierno chino se están revelando útiles para superar las contraposiciones del pasado, también reciente, y para escribir una página de colaboración más serena y concreta en la certeza de que «las incomprensiones no favorecen ni a las Autoridades chinas ni a la Iglesia católica en China» (Benedicto XVI, Carta a los católicos chinos, 27 mayo 2007, 4).
De este modo, China y la Sede Apostólica, llamadas por la historia a una tarea difícil pero apasionante, podrán actuar más positivamente a favor del crecimiento ordenado y armonioso de la comunidad católica en tierra china, y se esforzarán en promover el desarrollo integral de la sociedad, asegurando un mayor respeto por la persona humana también en el ámbito religioso, trabajando de forma concreta en la
11.       En nombre de toda la Iglesia, pido al Señor el don de la paz, a la vez que os invito a todos a invocar conmigo la protección maternal de la Virgen María.
Madre del cielo, escucha la voz de tus hijos, que humildemente invocan tu nombre.
Virgen de la esperanza, a ti confiamos el camino de los creyentes en la noble tierra de China. Te pedimos que presentes al Señor de la historia las tribulaciones y las fatigas, las súplicas y las esperanzas de los fieles que te rezan, oh Reina del cielo.
Madre de la Iglesia, te consagramos el presente y el futuro de las familias y de nuestras comunidades. Protégelas y ayúdalas en la reconciliación fraterna y en el servicio hacia los pobres que bendicen tu nombre, oh Reina del cielo.
Consoladora de los afligidos, nos dirigimos a ti para que seas refugio de los que lloran en la hora de la prueba. Vela sobre tus hijos que alaban tu nombre, haz que lleven juntos el anuncio del Evangelio. Acompaña sus pasos por un mundo más fraterno, haz que todos lleven la alegría del perdón, oh Reina del cielo.
María, Auxilio de los cristianos, te pedimos para China días de bendición y de paz. Amén.
Vaticano, 26 de septiembre de 2018
FRANCISCO
27.09.18



El Papa a los ‘Patronos de las Artes’: El arte cristiano “nos devuelve al Amor que nos creó”

Discurso a los Patronos de los Museos Vaticanos

( 28 sept. 2018).- “Contemplar el gran arte, expresión de la fe, nos ayuda, en particular, a redescubrir lo que importa en la vida”, ha asegurado el Papa Francisco, en presencia de los “Patronos de las Artes” de los Museos Vaticanos.
De hecho –ha explicado el Pontífice– el arte cristiano “nos conduce a nuestro interior y nos eleva por encima de nosotros mismos: nos devuelve al Amor que nos creó, a la Misericordia que nos salva, a la Esperanza que nos aguarda”.
Este viernes, 28 de septiembre de 2018, el Santo Padre Francisco recibió en audiencia a los “Patronos de las Artes” de los Museos Vaticanos con motivo del 35º aniversario de la Asociación, a las 11 horas en la Sala del Consistorio del Palacio Apostólico Vaticano.
Saludo del Papa Francisco
Queridos amigos,
Me complace recibiros con motivo de vuestro encuentro en Roma, que coincide con el XXXV aniversario de la Asociación.

A lo largo de todos estos años, vuestra generosidad ha contribuido enormemente a la restauración de numerosos tesoros artísticos que se conservan en los Museos Vaticanos. Habéis continuado así una tradición que atraviesa los siglos, imitando las gestas de quienes pasaron a la historia de la Iglesia por  la puerta del arte, por ejemplo, subvencionando los frescos y sarcófagos en las catacumbas, las grandes catedrales románicas y góticas, las obras de Miguel Ángel, Rafael, Bernini y Canova.

El arte, en la historia, ha sido solo superado por la vida a la  hora de dar testimonio del Señor. De hecho, ha sido y es un camino prioritario que permite el acceso a la fe más que muchas palabras e ideas, porque con la fe comparte el mismo sendero, el de la belleza. Es una belleza, la del arte, que es buena para la vida y crea comunión: porque une a Dios, al hombre y a la creación en una sola sinfonía; porque conecta el pasado, el presente y el futuro, porque atrae en el mismo lugar e involucra en la misma mirada a gentes  y pueblos distantes.
Celebrar vuestro aniversario significa, pues, recordar con gratitud todo esto, pero también significa renovar la conciencia de una misión importante, la de preservar una belleza que es tan beneficiosa para el hombre. Contemplar el gran arte, expresión de la fe, nos ayuda, en particular, a redescubrir lo que importa en la vida. De hecho, el arte cristiano nos conduce a nuestro interior y nos eleva por encima de nosotros mismos: nos devuelve al Amor que nos creó, a la Misericordia que nos salva, a la Esperanza que nos aguarda.
Así, en nuestro mundo inquieto, hoy desafortunadamente tan desgarrado y afeado por el egoísmo y la lógica del poder, el arte representa, tal vez incluso más que en el pasado, una necesidad universal, ya que es fuente de armonía y paz y es una expresión de la gratuidad. Por lo tanto, os agradezco de todo corazón el bien que hacéis, y os doy, así como a vuestras familias, mi bendición, mis mejores deseos de paz, pidiéndoos que no os olvidéis de mí en vuestras oraciones.
29.09.18

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