Francisco llama a los jóvenes lituanos a las filas de la “revolución de la ternura”
¡Vale la pena seguir a Cristo! –
Discurso del Papa
(22
sept. 2018).- “¡Queridos jóvenes, vale la pena seguir a Cristo,
no tengamos miedo a formar parte de la revolución a la que Él
nos invita: la revolución de la ternura!” ha dicho el Papa a los
jóvenes lituanos entre aplausos y vítores de “¡Viva el Papa!”
en español.
Su
Santidad llegó en papa móvil a la plaza de la Catedral de Vilna,
dedicada a Los Santos Estanislao y Ladislao, a las 17:30 (hora
local), para encontrarse con los 30.000 jóvenes que esperaban para
escuchar sus palabras.
“No
tengáis miedo a decidiros por Jesús, a abrazar su causa, la del
Evangelio”, ha exhortado el Papa con los más jóvenes de Lituania.
“Jesús nunca se va a bajar de la barca de nuestra vida, siempre va
a estar en el cruce de nuestros caminos, jamás va a dejar de
reconstruirnos, aunque a veces nos empeñemos en incendiarnos”.
Discurso
del Papa a los jóvenes
Muchas
gracias Mónica y Jonás por vuestro testimonio. Lo he recibido como
un amigo, como si hubiéramos estado sentados juntos, en algún bar,
contándonos cosas de la vida, mientras tomamos una cerveza o un
“gira”
después de haber ido al “Jaunimo
teatras”.
Pero
vuestras vidas no son una obra de teatro, son reales, concretas, como
las de cada uno de los que estamos acá, en esta hermosa plaza
situada entre estos dos ríos. Y quizá todo esto nos sirva para
releer vuestras historias y descubrir en ellas el paso de Dios…
porque Dios pasa siempre por nuestras vidas.
Como
esta iglesia catedral, vosotros habéis experimentado situaciones que
os derrumbaban, incendios de los que parecía que no hubierais podido
reponeros. Tantas veces este templo fue devorado por las llamas,
se derrumbó y, sin embargo, siempre hubo quienes decidieron volver a
levantarlo, no se dejaron vencer por las dificultades, no bajaron los
brazos. También la libertad de vuestra patria está construida sobre
aquellos que no se dejaron intimidar por el
terror y la desventura. La vida, el modo de ser y la muerte de tu
papá, Mónica; tu enfermedad, Jonás, os podría haber devastado…
Y, sin embargo, estáis aquí, compartiendo vuestra experiencia con
una mirada de fe, haciéndonos descubrir que Dios os dio la gracia
para aguantar, para levantaros, para seguir caminando en la vida.
¿Cómo
se derramó en vosotros esta gracia de Dios?
A
través de personas que se cruzaron en vuestras vidas, gente buena
que os nutrió de su experiencia de fe. Mónica: tu abuela y tu mamá,
la parroquia franciscana, fueron para ti como la confluencia de estos
dos ríos: así como el Vilna se une al Neris, tú te sumaste, te
dejaste llevar por esa corriente de gracia. Porque el Señor nos
salva haciéndonos parte de un pueblo. Nadie puede decir “yo me
salvo solo”, estamos todos interconectados, “en red”. Dios
quiso entrar en esta dinámica de relaciones y nos atrae hacia sí en
comunidad, dando pleno sentido de identidad y pertenencia a nuestra
vida (cf. Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 6). También
tú, Jonás, encontraste en otros ―en tu esposa y en la promesa
hecha el día del matrimonio― la razón para seguir, para luchar,
para vivir. No permitáis que el mundo os haga creer que es mejor
caminar solos. No cedáis a la tentación de ensimismaros, de
volveros egoístas o superficiales ante el dolor, la dificultad o el
éxito pasajero. Volvamos a afirmar que “lo que le pasa al otro, me
pasa a mí”, vayamos contra la corriente de ese individualismo que
aísla, que nos vuelve egocéntricos y vanidosos, preocupados
solamente por la imagen y el propio bienestar.
Apostad
por la santidad desde el encuentro y la comunión con los demás,
atentos a sus necesidades (cf. ibíd., 146). Nuestra
verdadera identidad supone la pertenencia a un pueblo. No existen
identidades “de laboratorio”, ni identidades “destiladas”. Cada
uno de nosotros conoce la belleza y también el cansancio, y muchas
veces el dolor de pertenecer a un pueblo. Aquí radica nuestra
identidad, no somos personas sin raíces.
También
los dos recordáis la presencia en el coro, la oración familiar, la
misa, la catequesis y la ayuda a los más necesitados; son armas
poderosas que el Señor nos da. La oración y el canto,
para no encerrarse en la inmanencia de este mundo: al suspirar por
Dios habéis salido de vosotros mismos y habéis podido contemplar
con los ojos de Dios lo que os pasaba en el corazón (cf. ibíd.,
147); practicando la música os abrís a la escucha y a la
interioridad, os dejáis impactar de tal modo en la sensibilidad y
eso es siempre una buena oportunidad para el discernimiento (cf.
Sínodo dedicado a los Jóvenes, Instrumentum laboris, 162).
Es cierto que la oración puede ser una experiencia de “batalla
espiritual”, pero es allí donde aprendemos a escuchar al Espíritu,
a discernir los signos de los tiempos y a recuperar las fuerzas para
seguir anunciando el Evangelio hoy. ¿De qué otro modo batallaríamos
contra el desaliento ante las enfermedades y dificultades propias y
ajenas, ante los horrores del mundo? ¿Cómo haríamos sin la oración
para no creer que todo depende de nosotros, que estamos solos ante el
cuerpo a cuerpo con la adversidad? “¡Jesús y yo, mayoría
completa!”, decía san Alberto Hurtado. Y el encuentro con él, con
su palabra, con la eucaristía nos recuerda que no importa la fuerza
del oponente; no importa que esté primero el “Žalgiris Kaunas”
o el “Vilnius Rytas”, no importa el resultado, sino que el Señor
está con nosotros.
También
a vosotros os ha sostenido en la vida la experiencia de ayudar
a otros, descubrir que cerca nuestro hay gente que lo pasa mal,
incluso mucho peor que nosotros. Mónica: nos has contado de tu tarea
con niños discapacitados. Ver la fragilidad de otros nos ubica, nos
evita vivir lamiéndonos las propias heridas. Cuántos jóvenes se
van del país por falta de oportunidades, cuántos son víctimas de
la depresión, el alcohol y las drogas. Cuántas personas mayores
solas, sin nadie con quien compartir el presente y miedosas de que
vuelva el pasado. Vosotros podéis responder a esos desafíos con
vuestra presencia y con el encuentro entre vosotros y los demás.
Jesús nos invita a salir de nosotros mismos, a arriesgar en el “cara
a cara” con los otros. Es verdad que creer en Jesús implica muchas
veces dar saltos de fe en el vacío, y eso da miedo. Otras veces nos
lleva a cuestionarnos, a salir de nuestros esquemas, y eso puede
hacernos sufrir y dejarnos tentar por el desánimo. Pero, sed
valientes. Seguir a Jesús es una aventura apasionante, que llena
nuestra vida de sentido, que nos hace sentir
parte de una comunidad que nos anima y acompaña, que nos compromete
a servir. Queridos jóvenes, vale la pena seguir a Cristo, no
tengamos miedo a formar parte de la revolución a la que él nos
invita: la revolución de la ternura (cf. Exhort. ap. Evangelii
gaudium, 88).
Si
la vida fuera una obra de teatro o un videojuego estaría acotada por
un tiempo preciso, un comienzo y un final donde se baja el telón o
alguien gana la partida. Pero la vida mide otros tiempos, la vida se
juega en tiempos parecidos al corazón de Dios; a veces se avanza,
otras se retrocede, se ensayan e intentan caminos, se cambian. La
indecisión pareciera que nace del miedo a que caiga el telón, a que
el cronómetro me deje fuera de la partida, o a que no pueda pasar de
nivel en el juego. En cambio, la vida es siempre caminar buscando la
dirección correcta, sin miedo a volver si me equivoqué. Lo más
peligroso es confundir el camino con un laberinto: ese andar dando
vueltas por la vida, sobre sí mismos, sin atinar por el camino que
conduce hacia adelante. No seáis jóvenes de laberinto, del cual es
difícil salir, sino jóvenes en camino.
No
tengáis miedo a decidiros por Jesús, a abrazar su causa, la del
Evangelio. Porque él nunca se va a bajar de la barca de nuestra
vida, siempre va a estar en el cruce de nuestros caminos, jamás va a
dejar de reconstruirnos, aunque a veces nos empeñemos en
incendiarnos. Jesús nos regala tiempos amplios y generosos, donde
hay espacios para los fracasos, donde nadie tiene que emigrar, pues
hay lugar para todos. Muchos querrán ocupar vuestros corazones,
inundar los campos de vuestras aspiraciones con cizaña, pero al
final, si le entregamos la vida al Señor, siempre vence el buen
trigo.
23.09.18
Ángelus: El cristiano debe “estar allí donde nadie quiere ir, sirviendo”
Palabras
del Papa antes del Ángelus
(23
sept 2018).- El Papa ha recordado la destrucción definitiva del
Gueto de Vilna, hace 75 años, y el aniquilamiento de los hebreos en
Lituania, al rezar el Ángelus en Kaunas, este domingo, 23 de
septiembre de 2018.
En
este contexto el Santo Padre ha propuesto: “Pidamos al Señor que
nos dé el don del discernimiento para detectar a tiempo cualquier
rebrote de esa perniciosa actitud, cualquier aire que enrarezca el
corazón de las generaciones que no han vivido aquello”.
Jesús
en el Evangelio nos recuerda una tentación sobre la que tendremos
que vigilar con insistencia: el afán de primacía, de sobresalir por
encima de los demás, que puede anidar en todo corazón humano, ha
señalado Francisco.
Palabras
antes del Ángelus
Queridos
hermanos y hermanas:
El
libro de la Sabiduría que hemos escuchado en la primera lectura nos
habla del justo perseguido, de aquel cuya “sola presencia”
molesta a los impíos. El impío es descrito como el que oprime al
pobre, no tiene compasión de la viuda ni respeta al anciano (cf.
2,17-20). El impío tiene la pretensión de creer que su “fuerza es
la norma de
la justicia”. Someter a los más frágiles, usar la fuerza en
cualquiera de sus formas: imponer un modo de pensar, una ideología,
un discurso dominante, usar la violencia o represión para doblegar a
quienes simplemente, con su hacer cotidiano honesto, sencillo,
trabajador y solidario, expresan que es posible otro mundo, otra
sociedad. Al impío no le alcanza con hacer lo que quiere, dejarse
llevar por sus caprichos; no quiere que los otros, haciendo el bien,
dejen en evidencia su modo de actuar. En el impío, el mal siempre
intenta aniquilar el bien.
Hace
75 años, esta nación presenciaba la destrucción definitiva del
Gueto de Vilna; así culminaba el aniquilamiento de miles de hebreos
que ya había comenzado dos años antes. Al igual que se lee en el
libro de la Sabiduría, el pueblo judío pasó por ultrajes y
tormentos. Hagamos memoria de aquellos tiempos, y pidamos al Señor
que nos dé el don del discernimiento para detectar a tiempo
cualquier rebrote de esa perniciosa actitud, cualquier aire que
enrarezca el corazón de las generaciones que no han vivido aquello y
que a veces pueden correr tras esos cantos de sirena.
Jesús
en el Evangelio nos recuerda una tentación sobre la que tendremos
que vigilar con insistencia: el afán de primacía, de sobresalir por
encima de los demás, que puede anidar en todo corazón humano.
Cuántas veces ha sucedido que un pueblo se crea superior, con
más derechos adquiridos, con más privilegios por preservar o
conquistar. ¿Cuál es el antídoto que propone Jesús cuando aparece
esa pulsión en nuestro corazón o en el latir de una sociedad o un
país? Hacerse el último de todos y el servidor de todos; estar allí
donde nadie quiere ir, donde nada llega, en lo más distante de las
periferias; y sirviendo, generando encuentro con los últimos, con
los descartados. Si el poder se decidiera por eso, si permitiéramos
que el Evangelio de Jesucristo llegara a lo hondo de nuestras vidas,
entonces sí sería una realidad la “globalización de la
solidaridad”. «Mientras en el mundo, especialmente en algunos
países, reaparecen diversas formas de guerras y enfrentamientos, los
cristianos insistimos en nuestra propuesta de reconocer al otro, de
sanar las heridas, de construir puentes, de estrechar lazos y de
ayudarnos “mutuamente a llevar las cargas” (Ga 6,2)» (Exhort.
ap. Evangelii gaudium, 67).
Aquí
en Lituania está la colina de las cruces, donde millares de
personas, a lo largo de los siglos, han plantado el signo de la cruz.
Los invito a que, al rezar el Ángelus, le pidamos a María que nos
ayude a plantar la cruz de nuestro servicio, de nuestra entrega allí
donde nos necesitan, en la colina donde habitan los últimos, donde
es preciso la atención delicada a los excluidos, a las minorías,
para que alejemos de nuestros ambientes y de nuestras culturas la
posibilidad de aniquilar al otro, de marginar, de seguir
descartando a quien nos molesta y amenaza nuestras comodidades.
Jesús
pone en medio a un pequeño, lo pone a la misma distancia de todos,
para que todos nos sintamos desafiados a dar una respuesta. Al
recordar el “sí” de María, pidámosle que haga nuestro “sí”
generoso y fecundo como el suyo.
Ángelus en Lituania: Francisco reza por la comunidad judía
Palabras del Papa después del
Ángelus
(23
sept. 2018).- Francisco ha agradecido a la Presidenta de la República
de Lituania y a las autoridades así como a los obispos y sus
colaboradores, por la preparación de esta visita, también a
todos los que de tantos modos han dado su contribución,
incluso con la oración.
Han
sido las palabras del Santo Padre al término de la oración del
Ángelus, pasadas las 12 horas (hora local) en Kaunas, Lituania,
donde ha celebrado la Santa Misa a las 10 horas, ante 250.000 fieles.
Asimismo,
el Pontífice ha manifestado que piensa “en modo particular”
durante estos días en la comunidad judía: “Esta tarde rezaré
delante del Monumento a las Víctimas del Gueto en Vilna, en el
75 aniversario de su destrucción. Que el Altísimo bendiga el
diálogo y el compromiso común por la justicia y la paz”.
[Angelus
Domini…]
Feliz
domingo. Buen almuerzo. — Gražaus sekmadienio! Skaniu pietu!
24.09.18
Letonia: Como María, estamos llamados a “tocar” el sufrimiento de los demás
Homilía
del Papa en el Santuario de la Madre de Dios
(24
sept. 2018).- “¡Muéstrate, Madre!” es el lema de esta visita,
que el Papa Francisco ha usado para invitar a los fieles de Letonia
en la Eucaristía celebrada en el Santuario Internacional de la Madre
de Dios de Aglona, el mayor de Letonia.
El
Pontífice ha llegado a las 16 horas (15 h. en Roma) al Santuario
Internacional de la Madre De Dios de Aglona, donde ha sido recibido
por el Obispo de Rēzekne-Aglona y Presidente de la Conferencia
Episcopal de Letonia, Mons. Jānis Bulis, y de dos niños,
vestidos con los atuendos tradicionales, que le han ofrecido un
tributo floral.
Francisco
ha saludado de manera cercana y cariñosa, como es propio de él, a
muchos de los miles de peregrinos allí presentes, desde el
papamóvil, antes de dirigirse al altar, donde ha presidido
la celebración eucarística para María Madre de la Iglesia en
latín y letón.
Santuario
de Aglona
La
Basílica de Aglona es el mayor santuario católico de Letonia. Los
peregrinos acuden al sitio el 15 de agosto de cada año para celebrar
la Asunción de la Santísima Virgen María al Cielo. En 1980, la
Iglesia celebró su 200 aniversario y el Papa Juan Pablo II le otorgó
oficialmente el estatus de una basílica menor. En 1986, fue el sitio
de la celebración del 800º aniversario del cristianismo en Letonia.
En septiembre de 1993, el Papa Juan Pablo II visitó el Santuario,
Homilía
del Santo Padre
Bien
podríamos decir que aquello que relata san Lucas en el comienzo del
libro de los Hechos de los Apóstoles se repite hoy aquí:
íntimamente unidos, dedicados a la oración, y en compañía de
María, nuestra Madre (cf. 1,14). Hoy hacemos nuestro el lema de esta
visita: “¡Muéstrate, Madre!”, haz evidente en qué lugar sigues
cantando el Magníficat,
en qué sitios está tu Hijo crucificado, para encontrar a sus pies
tu firme presencia.
El
evangelio de Juan relata solo dos momentos en que la vida de Jesús
se entrecruza con la de su Madre: las bodas de Caná (cf. Jn 2,1-12)
y el que acabamos de leer, María al pie de la cruz
(cf. Jn 19,25-27).
Pareciera que al evangelista le interesa mostrarnos a la Madre de
Jesús en esas situaciones de vida aparentemente opuestas: el gozo de
unas bodas y el dolor por la muerte de un hijo. Que, al adentrarnos
en el misterio de la Palabra, ella nos muestre cuál es la Buena
Noticia que el Señor hoy quiere compartirnos.
Lo
primero que señala el evangelista es que María está “firmemente
de pie” junto a su Hijo. No es un modo liviano de estar, tampoco
evasivo y menos aún pusilánime. Es con firmeza, “clavada” al
pie de la cruz, expresando con la postura de su cuerpo que nada ni
nadie podría moverla de ese lugar. María se muestra en primer lugar
así: al lado de los que sufren, de aquellos de los que todo el mundo
huye, incluso de los que son enjuiciados, condenados por todos,
deportados. No se trata solo de que sean oprimidos o explotados, sino
de estar directamente “fuera del sistema”, al margen de la
sociedad (cf. Exhort. ap. Evangelii
gaudium,
53). Con ellos está también la Madre, clavada junto a esa cruz de
la incomprensión y del sufrimiento.
También
María nos muestra un modo de estar al lado de estas realidades; no
es ir de paseo ni hacer una breve visita, ni tampoco es “turismo
solidario”. Se trata de que quienes padecen una realidad de dolor
nos sientan a su lado y de su lado, de modo firme, estable; todos los
descartados de la sociedad pueden hacer experiencia de esta Madre
delicadamente cercana, porque en el que sufre siguen abiertas las
llagas de su Hijo Jesús. Ella lo aprendió al pie de la cruz.
También nosotros estamos llamados a “tocar” el sufrimiento de
los demás. Vayamos al encuentro de nuestro pueblo para consolarlo y
acompañarlo; no tengamos miedo de experimentar la fuerza de la
ternura y de implicarnos y complicarnos la vida por los otros (cf.
ibíd., 270). Y, como María, permanezcamos firmes y de pie: con el
corazón puesto en Dios y animados, levantando al que está caído,
enalteciendo al humilde, ayudando a terminar con cualquier situación
de opresión que los hace vivir como crucificados.
María
es invitada por Jesús a recibir al discípulo amado como su hijo. El
texto nos dice que estaban juntos, pero Jesús percibe que no lo
suficiente, que no se han recibido mutuamente. Porque uno puede estar
al lado de muchísimas personas, puede incluso compartir la misma
vivienda, o el barrio, o el trabajo; puede compartir la fe,
contemplar y gozar de los mismos misterios, pero no acogerse, no
hacer el ejercicio de una aceptación amorosa del otro. Cuántos
matrimonios podrían relatar sus historias de estar cerca pero no
juntos; cuántos jóvenes sienten con dolor esta distancia con
los adultos, cuántos ancianos se sienten fríamente atendidos, pero
no amorosamente cuidados y recibidos.
Es
cierto que, a veces, cuando nos hemos abierto a los demás nos ha
hecho mucho daño. También es verdad que, en nuestras realidades
políticas, la historia de desencuentro de los pueblos todavía está
dolorosamente fresca. María se muestra como mujer abierta al perdón,
a dejar de lado rencores y desconfianzas; renuncia a hacer reclamos
por lo que “hubiera podido ser” si los amigos de su Hijo, si los
sacerdotes de su pueblo o si los gobernantes se hubieran comportado
de otra manera, no se deja ganar por la frustración o la impotencia.
María le cree a Jesús y recibe al discípulo, porque las relaciones
que nos sanan y liberan son las que nos abren al encuentro y a la
fraternidad con los demás, porque descubren en el otro al mismo Dios
(cf. ibíd., 92). Monseñor Sloskans, que descansa aquí, una vez
apresado y enviado lejos, escribía a sus padres: «Os lo pido desde
lo más hondo de mi corazón: no dejéis que la venganza o la
exasperación se abran camino en vuestro corazón. Si lo
permitiésemos no seríamos verdaderos cristianos, sino fanáticos».
En tiempos donde pareciera que vuelve a haber modos de pensar que nos
invitan a desconfiar de los otros, que con estadísticas nos quieren
demostrar que estaríamos mejor, seríamos más prósperos, habría
más seguridad si estuviéramos solos, María y los discípulos de
estas tierras nos invitan a acoger, a volver a apostar por el
hermano, por la fraternidad universal.
Pero
María se muestra también como la mujer que se deja recibir, que
humildemente acepta pasar a ser parte de las cosas del discípulo. En
aquella boda que se había quedado sin vino, con el peligro de
terminar llena de ritos pero seca de amor y de alegría, fue ella la
que les mandó que hicieran lo que él les dijera (cf. Jn 2,5).
Ahora, como discípula obediente, se deja recibir, se traslada, se
acomoda al ritmo del más joven. Siempre cuesta la armonía
cuando somos distintos, cuando los años, las historias y las
circunstancias nos ponen en modos de sentir, pensar y hacer que a
simple vista parecen opuestos. Cuando con fe escuchamos el mandato de
recibir y ser recibidos, es posible construir la unidad en la
diversidad, porque no nos frenan ni dividen las diferencias, sino que
somos capaces de mirar más allá, de ver a los otros en su dignidad
más profunda, como hijos de un mismo Padre (cf. Exhort.
ap. Evangelii
gaudium,
228). En
esta, como en cada eucaristía, hacemos memoria de aquel día. Al pie
de la cruz, María nos recuerda el gozo de haber sido reconocidos
como sus hijos, y su Hijo Jesús nos invita a traerla a casa, a
ponerla en medio de nuestra vida. Ella nos quiere regalar su
valentía, para estar firmemente de pie; su humildad, que la hace
adaptarse a las coordenadas de cada momento de la historia; y clama
para que en este, su santuario, todos nos comprometamos a acogernos
sin discriminarnos.
Que
todos en Letonia, sepan que estamos dispuestos a privilegiar a los
más pobres, levantar a los caídos y recibir a los demás así como
vienen y se presentan ante nosotros.
25.09.18
Estonia: “No habéis conquistado vuestra libertad para ser esclavos del consumismo o el individualismo”
Homilía
del Papa en Tallin
(25
sept. 2018).- “Vosotros no habéis conquistado vuestra
libertad para terminar esclavos del consumo, del individualismo, o
del afán de poder o dominio” ha dicho el Papa a los estonios en la
Misa celebrada en la Plaza de la Libertad, en Tallin, este martes, 25
de septiembre de 2018, última día de su viaje apostólico, en el
marco del centenario de la declaración de independencia de las 3
naciones: Lituania, Letonia y Estonia.
Homilía
del Santo Padre
Al
escuchar, en la primera lectura, la llegada del pueblo hebreo —una
vez liberado de la esclavitud en Egipto— al monte Sinaí
(cf. Ex 19,1) es imposible no pensar en vosotros
como pueblo; es imposible no pensar en toda la nación de Estonia y
en todos los países Bálticos. ¿Cómo no recordaros en aquella
“revolución cantada”, o en aquella fila de 2 millones de
personas desde aquí hasta Vilna? Vosotros sabéis de luchas por la
libertad, podéis identificaros con aquel pueblo. Nos hará bien,
entonces, escuchar qué le dice Dios a Moisés, para discernir qué
nos dice a nosotros como pueblo.
El
pueblo que llega hasta el Sinaí es un pueblo que ya ha visto el amor
de su Dios expresado en los milagros y portentos, es un pueblo que
decide hacer un pacto de amor porque Dios ya lo amó primero y le
expresó ese amor. No está obligado, Dios lo quiere libre. Cuando
decimos que somos cristianos, cuando abrazamos un estilo de vida, lo
hacemos sin presiones, sin que sea un intercambio donde cumplimos si
Dios cumple. Pero, sobre todo, sabemos que la propuesta de Dios no
nos quita nada, al contrario, lleva a la plenitud, potencia todas las
aspiraciones del hombre. Algunos se consideran libres cuando viven
sin Dios o al margen de él. No advierten que de ese modo transitan
por esta vida como huérfanos, sin un hogar donde volver. «Dejan de
ser peregrinos y se convierten en errantes, que giran siempre en
torno a sí mismos sin llegar a ninguna parte» (Exhort.
ap. Evangelii gaudium, 170).
Nos
toca a nosotros, al igual que al pueblo salido de Egipto, escuchar
y buscar. A veces algunos piensan que la fuerza de un pueblo se
mide hoy
desde otros parámetros. Hay quien habla con un tono más alto, quien
al hablar parece más seguro —sin fisuras ni titubeos—, hay quien
al gritar añade amenazas de armamento, despliegue de tropas,
estrategias… Este es el que parece más “firme”. Pero eso no es
“buscar” la voluntad de Dios; sino un acumular para imponerse
desde el tener. Esta actitud esconde en sí un rechazo a la ética y,
en ella, a Dios. Pues la ética nos pone en relación con un Dios que
espera de nosotros una respuesta libre y comprometida con los demás
y con nuestro entorno, que está fuera de las categorías del mercado
(cf. ibíd., 57). Vosotros no habéis conquistado vuestra
libertad para terminar esclavos del consumo, del individualismo, o
del afán de poder o dominio.
Dios
conoce lo que necesitamos, lo que a menudo escondemos detrás del
afán de tener; también nuestras inseguridades resueltas desde el
poder. Esa sed, que habita en todo corazón humano, Jesús, en el
Evangelio que hemos escuchado, nos anima a resolverla yendo a su
encuentro. Él es quien puede saciarnos, llenarnos de la plenitud que
tiene la fecundidad de su agua, su pureza, su fuerza arrolladora. La
fe es también caer en la cuenta de que él vive y nos ama; no nos
abandona y, por eso, es capaz de intervenir misteriosamente en
nuestra historia; él saca bien del mal con su poder y con su
infinita creatividad (cf. ibíd., 278).
En
el desierto, el pueblo de Israel va a caer en la tentación de
buscarse otros dioses, de adorar el becerro de oro, de confiar en sus
propias fuerzas. Pero Dios siempre lo atrae nuevamente, y ellos
recordarán lo que escucharon y vieron en el monte. Como aquel
pueblo, nosotros nos sabemos pueblo “elegido, sacerdotal y
santo” (cf. Ex 19,6; 1 P 2,9), el
Espíritu es el que nos recuerda todas estas cosas (cf. Jn 14,26).
Elegidos no
significa exclusivos, ni sectarios; somos la pequeña porción que
tiene que fermentar toda la masa, que no se esconde ni se aparta, que
no se considera mejor ni más pura. El águila pone a resguardo sus
polluelos, los lleva a lugares escarpados hasta que pueden valerse
por sí mismos, pero tiene que empujarlos para que salgan de ese
lugar de confort. Agita a su nidada, tira a los polluelos al vacío
para que pongan en juego sus alas; y se pone debajo para protegerlos,
para evitar que se hagan daño. Así es Dios con su pueblo elegido,
lo quiere en “salida”, arriesgado en su vuelo y siempre protegido
solo por él. Tenemos que perder el miedo y salir de los espacios
blindados, porque hoy la mayoría de los estonios no se reconocen
como creyentes. Salir
como sacerdotes;
lo somos por el bautismo. Salir a promover la relación con Dios, a
facilitarla, a favorecer un encuentro amoroso con aquel que está
gritando «venid a mí» (Mt 11,28).
Necesitamos crecer en una mirada cercana para contemplar, conmovernos
y detenernos ante el otro, cuantas veces sea necesario. Este es el
“arte del acompañamiento” que se realiza con el ritmo sanador de
la “projimidad”, con una mirada respetuosa y llena de compasión
que es capaz de sanar, desatar ataduras y hacer crecer en la vida
cristiana (cf. Exhort. ap. Evangelii
gaudium,
169). Y
dar testimonio de ser un pueblo santo.
Podemos caer en la tentación de pensar que la santidad es solo para
algunos. Sin embargo, «todos estamos llamados a ser santos viviendo
con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones de cada
día, allí donde cada uno se encuentra» (Exhort. ap. Gaudete
et exsultate,
14). Pero, así como el agua en el desierto no era un bien personal
sino comunitario, así como el maná no podía ser acumulado porque
se echaba a perder, del mismo modo la santidad vivida se expande,
fluye, fecunda todo lo que está a sus márgenes. Hoy elegimos ser
santos saneando los márgenes y las periferias de nuestra sociedad,
allí donde nuestro hermano yace y sufre el descarte. No dejemos que
sea el que viene detrás de mí el que dé el paso para socorrerlo,
ni tampoco que sea una cuestión para resolver desde las
instituciones; que seamos nosotros mismos los que fijemos nuestra
mirada en ese hermano y le tendamos la mano para levantarlo, pues en
él está la imagen de Dios, es un hermano redimido
por Jesucristo. Esto es ser cristianos y la santidad vivida en el día
a día (cf. ibíd.,
98).
Vosotros
habéis manifestado en vuestra historia el orgullo de ser estonios,
lo cantáis diciendo: “Soy estonio, me quedaré estonio, estonio es
algo bueno, somos estonios”. Qué bueno es sentirse parte de un
pueblo, qué bueno es ser independientes y libres. Vayamos a la
montaña santa, a la de Moisés, a la de Jesús, y pidámosle —como
dice el lema de esta visita—, que nos despierte el corazón, que
nos regale el don del Espíritu para discernir en cada momento de la
historia cómo ser libres, cómo abrazar el bien y sentirnos
elegidos, cómo dejar que Dios haga crecer, aquí en Estonia y en el
mundo entero, su nación santa, su pueblo sacerdotal.
“Gracias
por vuestra acogida”
Antes
de la bendición final, y de concluir este Viaje Apostólico en
Lituania, Letonia y Estonia, deseo expresaros mi gratitud, comenzando
por el administrador apostólico de Estonia. Gracias por vuestra
acogida, expresión de un pequeño rebaño con un corazón grande.
Renuevo mi gratitud a la señora Presidenta de la República y a las
demás autoridades del país. Pienso de modo especial en todos los
hermanos cristianos, en particular en los luteranos que, tanto aquí
en Estonia como en Letonia, han acogido los encuentros ecuménicos.
Que el Señor siga guiándonos por el camino de la comunión. Gracias
a todos.
26.09.18
su fidelidad por todas las edades»
(Salmo 100, 5).
Mensaje del Papa Francisco a los católicos chinos y a la Iglesia universal
Tras
el Acuerdo firmado por la Santa Sede y China
(26
sept. 2018).- Francisco dirige un mensaje de aliento a los hermanos
católicos de China: “En un momento tan significativo para la vida
de la Iglesia, y a través de este breve Mensaje, deseo, sobre todo,
aseguraros que cada día os tengo presentes en mi oración además de
compartir con vosotros los sentimientos que están en mi corazón”.
En
este contexto, el Papa ha hecho un llamamiento esta mañana, 26 de
septiembre de 2018, en la audiencia general: “¡Tenemos una tarea
importante! Estamos llamados a acompañar a nuestros hermanos y
hermanas en China con fervientes oraciones y amistad fraterna. Saben
que no están solos. Toda la Iglesia ora con ellos y por ellos”.
El
Acuerdo Provisional trata del nombramiento
de los obispos,
una cuestión de gran importancia para la vida de la Iglesia, y crea
las condiciones para una colaboración más amplia a nivel bilateral.
Mensaje
del Papa Francisco
«Su
misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades»
(Salmo 100, 5).
Queridos
hermanos en el episcopado, sacerdotes, personas consagradas y todos
los fieles de la Iglesia católica en China: damos
gracias al Señor, porque es eterna su misericordia y reconocemos que
«él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño»
(Sal 100,3).
En
este momento resuenan en mi interior las palabras con las que mi
venerado Predecesor os exhortaba en la Carta del 27 de mayo de 2007:
«Iglesia católica en China, pequeña grey presente y operante en la
vastedad de un inmenso Pueblo que camina en la historia, ¡cómo
resuenan alentadoras y provocadoras para ti las palabras de Jesús:
“No temas, pequeño rebaño; porque vuestro Padre ha tenido a bien
daros el Reino” (Lc 12,32)! Por tanto, “alumbre así
vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den
gloria a vuestro a Padre que está en el cielo” (Mt 5,16)»
(Benedicto XVI, Carta a los católicos chinos, 27 mayo
2007, 5).
1.
En los últimos tiempos, han circulado muchas voces opuestas sobre el
presente y, especialmente, sobre el futuro de la comunidad católica
en China. Soy consciente de que semejante torbellino de opiniones y
consideraciones habrá provocado mucha confusión, originando en
muchos corazones sentimientos encontrados. En algunos, surgen dudas y
perplejidad; otros, tienen la sensación de que han sido abandonados
por la Santa Sede y, al mismo tiempo, se preguntan inquietos sobre el
valor del sufrimiento vivido en fidelidad al Sucesor de Pedro. En
otros muchos, en cambio, predominan expectativas y reflexiones
positivas que están animadas por la esperanza de un futuro más
sereno a causa de un testimonio fecundo de la fe en tierra china.
Dicha
situación se ha ido acentuando sobre todo con referencia al Acuerdo
Provisional entre la Santa Sede y la República Popular China que,
como sabéis, se ha firmado recientemente en Pekín. En un momento
tan significativo para la vida de la Iglesia, y a través de este
breve Mensaje, deseo, sobre todo, aseguraros que cada día os tengo
presentes en mi oración además de compartir con vosotros los
sentimientos que están en mi corazón.
Son
sentimientos de gratitud al Señor y de sincera admiración —que es
la admiración de toda la Iglesia católica— por el don de vuestra
fidelidad, de la constancia en la prueba, de la arraigada confianza
en la Providencia divina, también cuando ciertos acontecimientos se
demostraron particularmente adversos y difíciles.
Tales
experiencias dolorosas pertenecen al tesoro espiritual de
la Iglesia en China y de todo el Pueblo de Dios que peregrina en la
tierra. Os aseguro que el Señor, precisamente a través del crisol
de las pruebas, no deja nunca de colmarnos de sus consolaciones y de
prepararnos para una alegría más grande. Con el Salmo 126 tenemos
la certeza de que «los que sembraban con lágrimas cosechan entre
cantares» (v. 5).
Sigamos,
entonces, con la mirada fija en el ejemplo de tantos fieles y
pastores que no han dudado en ofrecer su “testimonio maravilloso”
(cf. 1 Tm 6,13) al Evangelio, hasta el ofrecimiento
de la propia vida. Se han de considerar como verdaderos amigos de
Dios.
2 Por
mi parte, siempre he considerado a China como una tierra llena de
grandes oportunidades, y al Pueblo chino como artífice y protector
de un patrimonio inestimable de cultura y sabiduría, que se ha ido
acrisolando resintiendo a las adversidades e integrando las
diferencias, y que tomó contacto, no por casualidad, desde tiempos
remotos con el mensaje cristiano. Como decía con gran sutileza el P.
Mateo Ricci, S.J., desafiándonos a vivir la virtud de la confianza,
«antes de establecer una amistad, se necesita observar; después de
tenerla, se necesita confianza mutua» (De
Amicitia,
7).
Tengo
también la convicción de que el encuentro solo será auténtico y
fecundo si se realiza poniendo en práctica el diálogo, que
significa conocerse, respetarse y “caminar juntos” para construir
un futuro común de mayor armonía.
En
este surco se coloca el Acuerdo Provisional, que es fruto de un largo
y complejo diálogo institucional entre la Santa Sede y las
Autoridades chinas, iniciado ya por san Juan Pablo II y seguido por
el Papa Benedicto XVI. A lo largo de dicho recorrido, la Santa Sede
no tenía —ni tiene— otro objetivo, sino el de llevar a cabo los
fines espirituales y pastorales que le son propios; es decir,
sostener y promover el anuncio del Evangelio, así como el de
alcanzar y mantener la plena y visible unidad de la comunidad
católica en China.
Sobre
el valor y finalidades de dicho Acuerdo, deseo proponeros algunas
reflexiones, ofreciéndoos además alguna sugerencia de
espiritualidad pastoral para el camino que, en esta nueva fase,
estamos llamados a recorrer.
Se
trata de un camino que, como la etapa precedente, «requiere tiempo y
presupone la buena voluntad de las partes» (Benedicto XVI, Carta
a los católicos chinos, 27 mayo 2007, 4), pero para la Iglesia,
dentro y fuera de China, no se trata solo de adherirse a valores
humanos, sino de responder a una vocación espiritual: salir de sí
misma para abrazar «el gozo y la esperanza, la tristeza y la
angustia de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y
de todos los afligidos» (Conc. Ecum. Vat. II, Const. ap. Gaudium
et spes, 1), así como los desafíos del presente que Dios le
confía. Por tanto, es una llamada eclesial para que nos hagamos
peregrinos en los caminos de la historia, confiando ante todo en Dios
y en sus promesas, como hicieron Abrahán y nuestros padres en la fe.
Abrahán,
llamado por Dios, obedeció partiendo hacia una tierra desconocida
que tenía que recibir en heredad, sin conocer el camino que se abría
ante él. Si Abrahán hubiera pretendido condiciones, sociales y
políticas, ideales antes de salir de su tierra, quizás no hubiera
salido nunca. Él, en cambio, confió en Dios y por su Palabra dejó
su propia casa y sus seguridades. No fueron pues los cambios
históricos los que le permitieron confiar en Dios, sino que fue su
fe auténtica la que provocó un cambio en la historia. La fe, de
hecho, «es fundamento de lo que se espera y garantía de lo que no
se ve. Por ella son recordados los antiguos» (Heb 11,1-2).
3.
Como Sucesor de Pedro, deseo confirmaros en esta fe (cf. Lc 11,32)
—en la fe de Abrahán, en la fe de la Virgen María, en la fe que
habéis recibido—, para invitaros a que pongáis cada vez con mayor
convicción vuestra confianza en el Señor de la historia,
discerniendo su voluntad que se realiza en la Iglesia. Invoquemos el
don del Espíritu para que ilumine la mente, encienda el corazón y
nos ayude
a entender hacia dónde nos quiere llevar para superar los
inevitables momentos de cansancio y tener el valor de seguir
decididamente el camino que se abre ante nosotros.
Con
el fin de sostener e impulsar el anuncio del Evangelio en China y de
restablecer la plena y visible unidad en la Iglesia, era fundamental
afrontar, en primer lugar, la cuestión de los nombramientos
episcopales. Todos conocéis que, lamentablemente, la historia
reciente de la Iglesia católica en China ha estado dolorosamente
marcada por las profundas tensiones, heridas y divisiones que se han
polarizado, sobre todo, en torno a la figura del obispo como guardián
de la autenticidad de la fe y garante de la comunión eclesial.
Cuando,
en el pasado, se pretendió determinar también la vida interna de
las comunidades católicas, imponiendo el control directo más allá
de las legítimas competencias del Estado, surgió en la Iglesia en
China el fenómeno de la clandestinidad. Dicha experiencia —cabe
señalar— no es normal en la vida de la Iglesia y «la historia
enseña que pastores y fieles han recurrido a ella sólo con el
doloroso deseo de mantener íntegra la propia fe» (Benedicto
XVI, Carta a los católicos chinos, 27 mayo 2007, 8).
Quisiera
daros a conocer que, desde que me fue confiado el Ministerio Petrino,
he experimentado gran consuelo al constatar el sincero deseo de los
católicos chinos de vivir su fe en plena comunión con la Iglesia
universal y con el Sucesor de Pedro, que es «el principio y
fundamento perpetuo y visible de la unidad, tanto de los obispos como
de la muchedumbre de fieles» (Conc. Ecum. Vat. II, Const.
dogm. Lumen gentium, 23). De este deseo, he recibido
durante estos años numerosos signos y testimonios concretos, también
de parte de los que, incluso obispos, han herido la comunión en la
Iglesia, a causa de su debilidad y de sus errores, pero, además, no
pocas veces, por la fuerte e indebida presión externa.
Por
lo tanto, después de haber examinado atentamente cada situación
personal y escuchado distintos pareceres, he reflexionado y rezado
mucho buscando el verdadero bien de la Iglesia en China. Finalmente,
ante el Señor y con serenidad de juicio, en continuidad con las
directrices de mis Predecesores inmediatos, he decidido conceder la
reconciliación a los siete restantes obispos “oficiales”
ordenados sin mandato pontificio y, habiendo remitido toda sanción
canónica relativa, readmitirlos a la plena comunión eclesial. Al
mismo tiempo, les pido a ellos que manifiesten, a través de gestos
concretos y visibles, la restablecida unidad con la Sede Apostólica
y con las Iglesias dispersas por el mundo, y que se mantengan fieles
a pesar de las dificultades.
4.
En el sexto año de mi Pontificado, que ya desde los primeros pasos
puse bajo el amor misericordioso de Dios, invito por lo tanto a todos
los católicos chinos a que se hagan artífices de reconciliación,
recordando con renovado empuje apostólico las palabras de san Pablo:
«Dios nos reconcilió consigo por medio de Cristo y nos encargó el
ministerio de la reconciliación» (2 Co 5,18).
De
hecho, como escribí al concluir el Jubileo Extraordinario de la
misericordia, «no existe ley ni precepto que pueda impedir a Dios
volver a abrazar al hijo que regresa a él reconociendo que se ha
equivocado, pero decidido a recomenzar desde el principio. Quedarse
solamente en la ley equivale a banalizar la fe y la misericordia
divina. […] Incluso en los casos más complejos, en los que se
siente la tentación de hacer prevalecer una justicia que
deriva sólo de las normas, se debe creer en la fuerza que brota de
la gracia divina» (Carta ap. Misericordia et misera, 20
noviembre 2016, 11).
Con
este espíritu, y con las decisiones adoptadas, podemos iniciar un
camino inédito, que confiamos en que ayudará a sanar las heridas
del pasado, a restablecer la plena comunión de todos los católicos
chinos y a abrir una fase de mayor colaboración fraterna, para
asumir con renovado compromiso la misión de anunciar el Evangelio.
En efecto, la Iglesia existe para dar testimonio de Jesús y del amor
del Padre que perdona y salva.
5.
El Acuerdo Provisional
firmado con las Autoridades chinas, aun cuando está circunscrito a
algunos aspectos de la vida de la Iglesia y está llamado
necesariamente a ser mejorado, puede contribuir —por su parte— a
escribir esta nueva página de la Iglesia católica en China. Por
primera vez, se contemplan elementos estables de colaboración entre
las Autoridades del Estado y la Sede Apostólica, con la esperanza de
asegurar buenos pastores a la comunidad católica.
En
este contexto, la Santa Sede desea hacer lo que le corresponde hasta
el final, pero también vosotros, obispos, sacerdotes, personas
consagradas y fieles laicos, tenéis un papel importante: buscar de
forma conjunta buenos candidatos que sean capaces de asumir en la
Iglesia el delicado e importante servicio episcopal. No se trata, en
efecto, de nombrar funcionarios para la gestión de las cuestiones
religiosas, sino de tener pastores auténticos según el corazón de
Jesús, entregados con su trabajo generoso al servicio del Pueblo de
Dios, especialmente de los más pobres y débiles, teniendo en cuenta
las palabras del Señor: «El que quiera ser grande entre vosotros,
que sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de
todos» (Mc 10,43-44).
En
este sentido, es evidente que un Acuerdo no es nada más que un
instrumento, y por sí solo no podrá resolver todos los problemas
existentes. En realidad, este resultaría ineficaz y estéril si no
fuera acompañado por un compromiso profundo de renovación
de la conducta personal y del comportamiento eclesial.
6.
A nivel pastoral, la
comunidad católica en China está llamada a permanecer unida, para
superar las divisiones del pasado que tantos sufrimientos han
provocado y lo siguen haciendo en el corazón de muchos pastores y
fieles. Que todos los cristianos, sin distinción, hagan ahora gestos
de reconciliación y de comunión. En este sentido, tomemos en serio
la advertencia de san Juan de la Cruz: «A la tarde te examinarán en
el amor» (Palabras de luz y de amor, 1,60).
Que,
en el ámbito civil y político, los católicos chinos sean buenos
ciudadanos, amen totalmente a su Patria y sirvan a su País con
esfuerzo y honestidad, según sus propias capacidades. Que en
el plano ético, sean conscientes de que muchos compatriotas esperan
de ellos un grado más en el servicio del bien común y del
desarrollo armonioso de la sociedad entera. Que los católicos sepan,
de modo particular, ofrecer aquella aportación profética y
constructiva que ellos obtienen de su fe en el reino de Dios. Esto
puede exigirles también la dificultad de expresar una palabra
crítica, no por inútil contraposición, sino con el fin de edificar
una sociedad más justa, más humana y más respetuosa con la
dignidad de cada persona.
7.
Me dirijo a todos
vosotros, queridos hermanos obispos, sacerdotes y personas
consagradas, que «servís al Señor con alegría» (Sal 100,2).
Que nos reconozcamos como discípulos de Cristo en el servicio al
Pueblo de Dios. Que vivamos la caridad pastoral como brújula de
nuestro ministerio. Que superemos las contradicciones del pasado, la
búsqueda de intereses personales y atendamos a los fieles, haciendo
nuestras sus alegrías y sufrimientos. Que trabajemos humildemente
por la reconciliación y la unidad. Que retomemos con fuerza y pasión
el camino de la evangelización, como señaló el Concilio Ecuménico
Vaticano II.
A
todos vosotros os digo nuevamente con afecto: «Nos moviliza el
ejemplo de tantos sacerdotes, religiosas, religiosos y laicos que se
dedican a anunciar y a servir con gran fidelidad, muchas veces
arriesgando sus vidas y ciertamente a costa de su comodidad. Su
testimonio nos recuerda que la Iglesia no necesita tantos burócratas
y funcionarios, sino misioneros apasionados, devorados por el
entusiasmo de comunicar la verdadera vida. Los santos sorprenden,
desinstalan, porque sus vidas nos invitan a salir de la mediocridad
tranquila y anestesiante» (Exhort. ap. Gaudete et
exsultate, 19 marzo 2018, 138).
Os
ruego con convicción que pidáis la gracia de no vacilar cuando el
Espíritu nos reclame que demos un paso adelante: «Pidamos el valor
apostólico de comunicar el Evangelio a los demás y de renunciar a
hacer de nuestra vida cristiana un museo de recuerdos. En todo caso,
dejemos que el Espíritu Santo nos haga contemplar la historia en la
clave de Jesús resucitado. De ese modo la Iglesia, en lugar de
estancarse, podrá seguir adelante acogiendo las sorpresas del Señor»
(ibíd., 139).
8.
En este año, en el que
toda la Iglesia celebra el Sínodo de los Jóvenes, deseo dirigirme
especialmente a vosotros, jóvenes católicos chinos, que atravesáis
las puertas de la Casa del Señor «con himnos dándole gracias y
bendiciendo su nombre» (Sal 100,4). Os pido que
colaboréis en la construcción del futuro de vuestro País con los
dones personales que habéis recibido y con vuestra fe joven. Os
animo a llevar a todos, con vuestro entusiasmo, la alegría del
Evangelio.
Estad
dispuestos a acoger como guía segura al Espíritu Santo, que indica
al mundo de hoy el camino hacia la reconciliación y la paz. Dejaos
sorprender por la fuerza renovadora de la gracia, también cuando os
pueda parecer que el Señor os pide un compromiso superior a vuestras
fuerzas. No tengáis miedo de escuchar su voz que os pide
fraternidad, encuentro, capacidad de diálogo y de perdón, y
espíritu de servicio, a pesar de tantas experiencias dolorosas del
pasado reciente y de las heridas todavía abiertas.
Abrid
el corazón y la mente para discernir el plan misericordioso de Dios,
que nos pide superar los prejuicios personales y antagonismos entre
los grupos y las comunidades, para abrir un camino valiente y
fraterno a la luz de una auténtica cultura del encuentro.
Muchas
son las tentaciones de hoy: el orgullo del éxito mundano, la
cerrazón en las propias certezas, la supremacía dada a las cosas
materiales como si Dios no existiese. Id contracorriente y permaneced
firmes en el Señor: «Él solo es bueno», solo «su misericordia es
eterna», solo su fidelidad dura «por todas las edades»
(Sal 100,5).
9.
Queridos hermanos y hermanas de la Iglesia universal: todos debemos
reconocer como uno de los signos de nuestro tiempo lo que está
sucediendo hoy en la vida de la Iglesia en China. Tenemos una tarea
importante: acompañar con la oración fervorosa y la amistad
fraterna a nuestros hermanos y hermanas en China. De hecho, ellos
deben experimentar que no están solos en el camino que en este
momento se abre ante ellos. Es necesario que se
Estad
dispuestos a acoger como guía segura al Espíritu Santo, que indica
al mundo de hoy el camino hacia la reconciliación y la paz. Dejaos
sorprender por la fuerza renovadora de la gracia, también cuando os
pueda parecer que el Señor os pide un compromiso superior a vuestras
fuerzas. No tengáis miedo de escuchar su voz que os pide
fraternidad, encuentro, capacidad de diálogo y de perdón, y
espíritu de servicio, a pesar de tantas experiencias dolorosas del
pasado reciente y de las heridas todavía abiertas.
Abrid
el corazón y la mente para discernir el plan misericordioso de Dios,
que nos pide superar los prejuicios personales y antagonismos entre
los grupos y las comunidades, para abrir un camino valiente y
fraterno a la luz de una auténtica cultura del encuentro.
Muchas
son las tentaciones de hoy: el orgullo del éxito mundano, la
cerrazón en las propias certezas, la supremacía dada a las cosas
materiales como si Dios no existiese. Id contracorriente y permaneced
firmes en el Señor: «Él solo es bueno», solo «su misericordia es
eterna», solo su fidelidad dura «por todas las edades»
(Sal 100,5).
9.
Queridos hermanos y hermanas de la Iglesia universal: todos debemos
reconocer como uno de los signos de nuestro tiempo lo que está
sucediendo hoy en la vida de la Iglesia en China. Tenemos una tarea
importante: acompañar con la oración fervorosa y la amistad
fraterna a nuestros hermanos y hermanas en China. De hecho, ellos
deben experimentar que no están solos en el camino que en este
momento se abre ante ellos. Es necesario que sea acogidos y
ayudados como parte viva de la Iglesia: «Ved qué dulzura, qué
delicia, convivir los hermanos unidos» (Sal133,1).
Es
de suma importancia que también en China, a nivel local, se
profundicen cada vez más las relaciones entre los Responsables de
las comunidades eclesiales y las Autoridades civiles, mediante un
diálogo sincero y una escucha sin prejuicios que permita superar las
actitudes recíprocas de hostilidad. Se tiene que aprender un estilo
nuevo de colaboración sencilla y cotidiana entre las Autoridades
locales y las eclesiásticas —obispos, sacerdotes, ancianos de las
comunidades— de tal modo que se garantice el desarrollo ordenado de
las actividades pastorales, armonizando las expectativas legítimas
de los fieles y las decisiones que son competencia de las
Autoridades.
Esto
ayudará a comprender que la Iglesia en China no es ajena a la
historia china, ni pide ningún privilegio: su finalidad en el
diálogo con las Autoridades civiles es la de «llegar a una relación
basada en el respeto recíproco y en el conocimiento profundo»
(ibíd.).
Que
cada comunidad católica local, en todo el mundo, se comprometa a
valorizar y a acoger el tesoro espiritual y cultural específico de
los católicos chinos. Ha llegado la hora en que probemos juntos los
frutos genuinos del Evangelio sembrado en el seno del antiguo “Reino
del Medio” y que elevemos al Señor Jesucristo el canto de la fe y
de la acción de gracias, embellecido con auténticas notas chinas.
10.
Me dirijo con respeto a los que guían
la República Popular China y renuevo la invitación a continuar el
diálogo iniciado hace tiempo con confianza, valentía y amplitud de
miras. Deseo asegurar que la Santa Sede seguirá trabajando
sinceramente para crecer en la auténtica amistad con el Pueblo
chino.
Los
contactos actuales entre la Santa Sede y el Gobierno chino se están
revelando útiles para superar las contraposiciones del pasado,
también reciente, y para escribir una página de colaboración más
serena y concreta en la certeza de que «las incomprensiones no
favorecen ni a las Autoridades chinas ni a la Iglesia católica en
China» (Benedicto XVI, Carta a los católicos chinos, 27
mayo 2007, 4).
De
este modo, China y la Sede Apostólica, llamadas por la historia a
una tarea difícil pero apasionante, podrán actuar más
positivamente a favor del crecimiento ordenado y armonioso de la
comunidad católica en tierra china, y se esforzarán en promover el
desarrollo integral de la sociedad, asegurando un mayor respeto por
la persona humana también en el ámbito religioso, trabajando de
forma concreta en la
11.
En nombre de toda la Iglesia, pido al
Señor el don de la paz, a la vez que os invito a todos a invocar
conmigo la protección maternal de la Virgen María.
Madre
del cielo, escucha la voz de tus hijos, que humildemente invocan tu
nombre.
Virgen
de la esperanza, a ti confiamos el camino de los creyentes en la
noble tierra de China. Te pedimos que presentes al Señor de la
historia las tribulaciones y las fatigas, las
súplicas y las esperanzas de los fieles que te rezan, oh Reina del
cielo.
Madre
de la Iglesia, te consagramos el presente y el futuro de las familias
y de nuestras comunidades. Protégelas y ayúdalas en la
reconciliación fraterna y en el servicio hacia los pobres que
bendicen tu nombre, oh Reina del cielo.
Consoladora
de los afligidos, nos dirigimos a ti para que seas refugio de los que
lloran en la hora de la prueba. Vela sobre tus hijos que alaban tu
nombre, haz que lleven juntos el anuncio del Evangelio. Acompaña sus
pasos por un mundo más fraterno, haz que todos lleven la alegría
del perdón, oh Reina del cielo.
María,
Auxilio de los cristianos, te pedimos para China días de bendición
y de paz. Amén.
Vaticano,
26 de septiembre de 2018
FRANCISCO
27.09.18
El Papa a los ‘Patronos de las Artes’: El arte cristiano “nos devuelve al Amor que nos creó”
Discurso
a los Patronos de los Museos Vaticanos
(
28 sept. 2018).- “Contemplar el gran arte, expresión de la fe, nos
ayuda, en particular, a redescubrir lo que importa en la vida”, ha
asegurado el Papa Francisco, en presencia de los “Patronos de
las Artes” de los Museos Vaticanos.
De
hecho –ha explicado el Pontífice– el arte cristiano “nos
conduce a nuestro interior y nos eleva por encima de nosotros mismos:
nos devuelve al Amor que nos creó, a la Misericordia que nos salva,
a la Esperanza que nos aguarda”.
Este
viernes, 28 de septiembre de 2018, el Santo Padre Francisco recibió
en audiencia a los “Patronos de las Artes” de los Museos
Vaticanos con motivo del 35º aniversario de la Asociación, a las
11 horas en la Sala del Consistorio del Palacio Apostólico Vaticano.
Saludo
del Papa Francisco
Queridos
amigos,
Me
complace recibiros con motivo de vuestro encuentro en Roma, que
coincide con el XXXV aniversario de la Asociación.
A
lo largo de todos estos años, vuestra generosidad ha contribuido
enormemente a la restauración de numerosos tesoros artísticos que
se conservan en los Museos Vaticanos. Habéis continuado así una
tradición que atraviesa los siglos, imitando las gestas de quienes
pasaron a la historia de la Iglesia por la puerta del arte, por
ejemplo, subvencionando los frescos y sarcófagos en las catacumbas,
las grandes catedrales románicas y góticas, las obras de Miguel
Ángel, Rafael, Bernini y Canova.
El
arte, en la historia, ha sido solo superado por la vida a la
hora de dar testimonio del Señor. De hecho, ha sido y es un camino
prioritario que permite el acceso a la fe más que muchas palabras e
ideas, porque con la fe comparte el mismo sendero, el de la belleza.
Es una belleza, la del arte, que es buena para la vida y crea
comunión: porque une a Dios, al hombre y a la creación en una sola
sinfonía; porque conecta el pasado, el presente y el futuro, porque
atrae en el mismo lugar e involucra en la misma mirada a gentes y
pueblos distantes.
Celebrar
vuestro aniversario significa, pues, recordar con gratitud todo esto,
pero también significa renovar la conciencia de una misión
importante, la de preservar una belleza que es tan beneficiosa para
el hombre. Contemplar el gran arte, expresión de la fe, nos ayuda,
en particular, a redescubrir lo que importa en la vida. De hecho, el
arte cristiano nos conduce a nuestro interior y nos eleva por encima
de nosotros mismos: nos devuelve al Amor que nos creó, a la
Misericordia que nos salva, a la Esperanza que nos aguarda.
Así,
en nuestro mundo inquieto, hoy desafortunadamente tan desgarrado y
afeado por el egoísmo y la lógica del poder, el arte representa,
tal vez incluso más que en el pasado, una necesidad universal, ya
que es fuente de armonía y paz y es una expresión de la gratuidad.
Por lo tanto, os agradezco de todo corazón el bien que hacéis, y os
doy, así como a vuestras familias, mi bendición, mis mejores deseos
de paz, pidiéndoos que no os olvidéis de mí en vuestras oraciones.
29.09.18
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