Vísperas de la Solemnidad de Santa María, Madre De Dios: “El amor da plenitud a todo”
Homilía
del Santo Padre
(31
dic. 2018).- “El
amor da plenitud a todo,
incluso al tiempo, y Jesús es el ‘concentrado’ de todo el amor
de Dios en un ser humano”, ha anunciado el Papa Francisco.
A
las 17 horas, en la Basílica Vaticana, el Santo Padre ha presidido
los primeras Vísperas de la Solemnidad de María Santísima Madre De
Dios, seguidas de la exposición del Santísimo Sacramento, y el
canto tradicional del himno Te
Deum,
al final del año civil, y la Bendición Eucarística.
El
Papa ha reflexionado en este último día del año 2018, sobre dos
versículos del apóstol Pablo (cf. Ga 4,4-5)
escritos en las lecturas litúrgicas del día. Son “expresiones
concisas y densas”, que dan sentido a un momento “crítico”,
como suele ser un cambio de año, ha aclarado el Pontífice.
Plenitud
del tiempo
La
«plenitud
del tiempo»
es la primera expresión que señala el Santo Padre, pues en estas
últimas horas del año “sentimos aún más la necesidad de algo
que llene de significado el transcurrir del tiempo”.
“Algo
o, mejor, alguien.
Y este ‘alguien’ ha venido, Dios lo ha enviado: es ‘su Hijo’,
Jesús”, ha aclarado el Papa. “Acabamos de celebrar su
nacimiento: nació de una mujer, la Virgen María; nació bajo la
ley, un niño judío, sujeto a la ley del Señor”.
“El
amor da plenitud a todo,
incluso al tiempo, y Jesús es el ‘concentrado’ de todo el amor
de Dios en un ser humano”, ha anunciado el Papa Francisco. “Dios
Padre ha enviado al mundo a su Hijo unigénito para erradicar del
corazón del hombre la esclavitud antigua del pecado y restituirle
así su dignidad”.
Así,
ha reflexionado: “¿Cómo llamar a todo esto, sino Amor?
Amor del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, a quien esta tarde
la santa madre Iglesia eleva en todo el mundo su himno de alabanza y
de agradecimiento”.
Maternidad
de la Iglesia
Al
celebrar la divina maternidad de la Virgen María, quiero animar esa
forma de maternidad de la Iglesia. Contemplando este misterio,
reconocemos que Dios ha «nacido de mujer» para que nosotros
pudiésemos recibir la plenitud de nuestra humanidad, «la adopción
filial».
A
continuación, publicamos la homilía completa que ha pronunciado el
Papa Francisco este 31 de diciembre de 2018:
***
Homilía
del Papa Francisco
Al
final del año, la Palabra de Dios nos acompaña con estos dos
versículos del apóstol Pablo (cf. Ga 4,4-5).
Son expresiones concisas y densas: una síntesis del Nuevo
Testamento, que da sentido a un momento “crítico”, como suele
ser un cambio de año.
La
primera expresión que nos llama la atención es «plenitud
del tiempo».
En estas últimas horas del año solar, en el que sentimos aún más
la necesidad de algo que llene de significado el transcurrir del
tiempo, dicha expresión tiene una resonancia especial.
Algo
o, mejor, alguien.
Y este “alguien” ha venido, Dios lo ha enviado: es “su Hijo”,
Jesús. Acabamos de celebrar su nacimiento: nació de una mujer, la
Virgen María; nació bajo la ley, un niño judío, sujeto a la ley
del Señor. Pero, ¿cómo es posible? ¿Cómo puede ser este el signo
de la «plenitud del tiempo»? Es cierto que por el momento
aquel Jesús es casi invisible e insignificante, pero en poco más de
treinta años desatará una fuerza sin precedentes, que todavía
permanece y perdurará a lo largo de toda la historia. Esta fuerza se
llama Amor. El
amor da plenitud a todo,
incluso al tiempo; y Jesús es el “concentrado” de todo el amor
de Dios en un ser humano.
San
Pablo dice claramente por
qué el
Hijo de Dios nació en el tiempo, y cuál es la misión que el Padre
le ha encomendado: nació «para rescatar». Esta es la segunda
palabra que nos llama la atención: rescatar,
es decir, sacar de una condición de esclavitud y devolver a la
libertad, a la dignidad y a la libertad propia de los hijos.
La esclavitud a la que se refiere el apóstol es la de la “ley”,
entendida como un conjunto de preceptos a observar, una ley que
ciertamente educa al hombre, que es pedagógica, pero que no lo
libera de su condición de pecador, sino que, en cierto modo, lo
“sujeta” a esta condición, impidiéndole alcanzar la libertad
dehijo.
Dios
Padre ha enviado al mundo a su Hijo unigénito para erradicar del
corazón del hombre la esclavitud antigua del pecado y restituirle
así su dignidad. En efecto, del corazón humano — como enseña
Jesús en el Evangelio (cf. Mc 7,21-23)—
salen todas las intenciones perversas, las maldades que corrompen la
vida y lasrelaciones.
Y
aquí debemos detenernos, detenernos a reflexionar con dolor y
arrepentimiento porque, también en este año que llega a su fin,
muchos hombres y mujeres han vivido y viven en condiciones de
esclavitud, indignas de personas humanas.
También
en nuestra ciudad de Roma hay hermanos y hermanas que, por distintos
motivos, se encuentran en esta situación. En particular, pienso en
tantas personas sin hogar. Son más de diez mil. Su situación es
especialmente dura en los meses de invierno. Todos son hijos e hijas
de Dios, pero diferentes formas de esclavitud, a veces muy complejas,
los han llevado a vivir al borde de la dignidad humana. También
Jesús nació en una condición análoga, pero no por casualidad o
por accidente: quiso nacer de esa manera para manifestar el amor de
Dios por los pequeños y los pobres, y lanzar así la semilla del
Reino de Dios en el mundo. Reino de justicia, de amor y de paz, donde
nadie es esclavo, sino todos hermanos, hijos del únicoPadre.
La
Iglesia que está en Roma no quiere ser indiferente a las
esclavitudes de nuestro tiempo, ni simplemente observarlas y
socorrerlas, sino que quiere estar dentro de
esa realidad, cercana a
esas personas y a esas situaciones.
Al
celebrar la divina maternidad de la Virgen María, quiero animar esa
forma de maternidad de la Iglesia. Contemplando este misterio,
reconocemos que Dios ha «nacido de mujer» para que nosotros
pudiésemos recibir la plenitud de nuestra humanidad, «la adopción
filial». Por su anonadamiento hemos sido exaltados. De su pequeñez
ha venido nuestra grandeza. De su fragilidad, nuestra fuerza. De su
hacerse siervo, nuestra libertad.
¿Cómo
llamar a todo esto, sino Amor?
Amor del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, a quien esta tarde
la santa madre Iglesia eleva en todo el mundo su himno de alabanza y
de agradecimiento.
01.01.19
Mostrándonos a Jesús, el Salvador del mundo, Ella, la Madre, nos bendice”
Palabras
del Papa antes de rezar el Ángelus
(1
enero 2019).- Hoy, octavo día después de la Navidad,
celebramos la Santa Madre de Dios. “Como los pastores de Belén,
permanecemos con la mirada fija sobre Ella y sobre el Niño que tiene
en brazos. Mostrándonos a Jesús, el Salvador del mundo, Ella, la
Madre, nos bendice”,
ha indicado el Papa Francisco.
Ante
40.000 personas reunidas en la Plaza de San Pedro, el Papa Francisco
se dirigió a ellos desde la ventana de estudio en el Palacio
Apostólico del Vaticano para recitar el Ángelus, al término de la
Santa Misa celebrada en la Basílica Vaticana con motivo de la
Solemnidad de María Santísima Madre de Dios, y coincidiendo con la
52ª Jornada Mundial de la Paz.
“El
icono de la Santa Madre de Dios nos muestra al Hijo, Jesucristo, el
Salvador del mundo. Él es la bendición para cada persona y
para toda la familia humana. Él, Jesús, es fuente de gracia,
misericordia y paz”, ha anunciado el Papa Francisco en la
Solemnidad de María, Santa Madre de Dios.
Palabras
del Papa antes del Ángelus
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días y buen año nuevo a todos!
Hoy,
octavo día después de la Navidad, celebramos la Santa Madre de
Dios. Como los pastores de Belén, permanecemos con la mirada fija
sobre Ella y sobre el Niño que tiene en brazos. De este modo,
mostrándonos a Jesús, el Salvador del mundo, Ella, la Madre,
nos bendice.
Hoy
la Virgen nos bendice a todos, a todos. Bendice el camino de cada
hombre y cada mujer en este año que empieza, y que será
bueno precisamente en la medida en que cada uno haya recibido la
bondad de Dios que Jesús vino a traer al mundo.
En
efecto, la bendición de Dios que da sustancia a todos los buenos
deseos que se intercambian estos días. Y hoy la liturgia narra la
antigua bendición con la que los sacerdotes israelitas bendecían al
pueblo. Escuchemos bien, así dice: “Te bendiga el Señor y te
custodie. Que el Señor haga brillar su rostro y te dé gracia. Que
el Señor le dirija su rostro y le conceda paz”. (Nm 6,24-26).
Esta es la bendición antiquísima.
Por
tres veces el sacerdote repetía el nombre de Dios, “Señor”,
extendiendo la mano hacia el pueblo reunido. En la Biblia, de hecho,
el nombre representa la realidad misma que viene invocada, y así,
“poner el nombre” del Señor en una persona, una familia,
una comunidad significa ofrecerles la fuerza benéfica que proviene
de Él.
En
esta misma fórmula, por dos veces se nombra el “rostro”, el
rostro del Señor. El sacerdote ora para que Dios “lo haga brillar”
y “lo convierta” en su pueblo, y así le conceda misericordia y
paz.
Sabemos
que según la Escritura el rostro de Dios es inaccesible al hombre:
ninguno puede ver a Dios y permanecer con vida. Esto expresa la
trascendencia de Dios, la grandeza infinita de su gloria. Pero la
gloria de Dios es toda Amor, y por lo tanto, permaneciendo
inaccesible, como un Sol que no se puede mirar, irradia su gracia
sobre cada criatura y, de modo especial, sobre todos los hombres y
las mujeres, en el que más se refleja.
Cuando
llegó la plenitud del tiempo” (Gal 4,4),
Dios se reveló mediante el rostro de un hombre, Jesús, “nacido de
mujer”. Y aquí volvemos al icono de la fiesta de hoy, del que
partimos: El icono de la Santa Madre de Dios, que nos muestra al
Hijo, Jesucristo, el Salvador del mundo. Él es la bendición
para cada persona y para toda la familia humana. Él, Jesús, es
fuente de gracia, misericordia y paz.
Por
eso el santo Papa Pablo VI quiso que el primero de enero fuera el Día
Mundial de la Paz; Y hoy celebramos el quincuagésimo segundo, que
tiene como tema: La buena política está al servicio de
la paz. No creemos que la política esté reservada solo a
los gobernantes: todos somos responsables de la vida de la “ciudad”,
del bien común; y la política también es buena en la medida en que
cada uno hace su parte al servicio de la paz. Que la Santa Madre de
Dios nos ayude en este compromiso diario.
Me
gustaría que todos la saluden ahora, diciendo tres veces: “Santa
Madre de Dios”. Juntos: “Santa Madre de Dios”, “Santa Madre
de Dios”, “Santa Madre de Dios”.
02.01.19
Audiencia general, 2 de enero de 2019 – Catequesis del Papa
Padre
Nuestro: “Basta con ponernos bajo la mirada de Dios”
(2
enero 2019).-“No sean como los hipócritas que, en las sinagogas y
en las esquinas de las plazas, les gusta orar de pie, ser vistos por
el pueblo”, ha recordado el Papa Francisco del Evangelio de San
Mateo. “Cuando vayas a orar, entra en tu aposento, y después de
cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto”.
(Mt 6: 6).
El
‘Padre Nuestro’, ha dicho, también puede ser una oración
silenciosa: basta con ponernos bajo la mirada de Dios, para recordar
el amor del Padre, y esto es suficiente para cumplir.
Catequesis
del Papa Francisco
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días y buen año!
Continuamos
nuestra catequesis sobre el ‘Padre Nuestro’, iluminados por el
misterio de Navidad que acabamos de celebrar.
El
Evangelio de Mateo coloca el texto del ‘Padre Nuestro’ en un
punto estratégico, al centro del discurso de la montaña (cfr
6,9-13). Mientras tanto observamos la escena: Jesús sale de la
colina en el lago, se sienta; en su alrededor, él tiene el círculo
de sus discípulos más íntimos, y después una gran multitud
de caras anónimas. Y esta asamblea heterogénea recibe primero
la entrega del “Padre Nuestro”.
La
colocación, come se mencionó, es muy significativa; porque en esta
larga enseñanza, que lleva el nombre de “lenguaje de
montaña” (cfr Mt 5,1-7,27),
Jesús condensa los aspectos fundamentales de su mensaje.
El debut es
como un arco decorado para la fiesta: las Bienaventuranzas. Jesús
corona con felicidad una serie de categorías de personas que en su
tiempo, –¡y también en la nuestra!– no estaban muy
consideradas. Beatos y pobres, los mansos, los misericordiosos, las
personas humildes de corazón… Y la revolución del
Evangelio. Todas las personas capaces de amar, los artesanos de
paz que hasta entonces habían estado al margen de la historia,
son en cambio los constructores del Reino de Dios. Es como si Jesús
dijera: “¡Adelante vosotros que traéis en el corazón el misterio
de un Dios que ha revelado su omnipotencia en el amor y el perdón!”
Desde
este portal de entrada, que revierte los valores de la historia,
surge la novedad del Evangelio. La Ley no debe ser abolida sino que
necesita una nueva interpretación, que la reconduzca a su
significado original. Si una persona tiene un buen corazón,
predispuesto al amor, entonces entiende que cada palabra de Dios debe
encarnarse hasta sus últimas consecuencias. El amor no tiene
límites: uno puede amar al cónyuge, al amigo e incluso al enemigo
con una perspectiva completamente nueva: “Pero yo les digo: amen a
sus enemigos y oren por quienes los persiguen, para que sean hijos de
su Padre que está en el cielo; hace que su sol salga sobre malos y
buenos, y llueva sobre justos e injustos “(Mt 5,44-45).
Aquí
está el gran secreto que subyace a todo lo que se habla de la
montaña: sed hijos de vuestro Padre que está en el cielo.
Aparentemente, estos capítulos del Evangelio de Mateo parecen ser un
discurso moral, parecen evocar una ética tan exigente que parece
impracticable, y en cambio encontramos que son sobre todo un discurso
teológico. El cristiano no está comprometido a ser mejor que los
demás: sabe que es un pecador como todos los demás. El cristiano es
simplemente el hombre que se detiene ante la nueva Zarza Ardiente,
ante la revelación de un Dios que no lleva el enigma de un nombre
impronunciable, pero que pide a sus hijos que lo invoquen con el
nombre de “Padre”, dejarse renovar por su poder y reflejar un
rayo de su bondad para este mundo tan sediento de bien, esperando tan
buenas noticias.
Aquí
es cómo Jesús introduce la enseñanza de la oración del ‘Padre
Nuestro’. Lo hace distanciándose de dos grupos de su tiempo. En
primer lugar, los hipócritas: “No sean como los hipócritas que,
en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, les gusta orar de
pie, ser vistos por el pueblo” (Mt 6, 5). Hay personas que pueden
pronunciar oraciones ateas, sin Dios: lo hacen para ser admirados por
los hombres. La oración cristiana, por otro lado, no tiene otro
testimonio creíble más que su propia conciencia, donde un diálogo
continuo con el Padre, que se entrelaza intensamente: «Cuando
vayas a orar, entra en tu aposento, y después de cerrar la puerta,
ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto» (Mt 6: 6).
Después
Jesús toma distancia de la oración de los paganos: “No hay una
palabra especial: […] los gentiles se figuran que por su palabrería
van a ser escuchados (Mt,6,7). Aquí
quizás Jesús alude a esa “captatio benevolentiae” (“de ganar
la buena voluntad”) que era la premisa necesaria de muchas
oraciones antiguas: la divinidad tenía que ser un tanto domada por
una larga serie de alabanzas. En cambio, vosotros –dice Jesús–
cuando oréis, no seáis como ellos, porque vuestro Padre sabe lo que
necesitáis antes de pedírselo (Mt,
6,8). También puede ser una
oración silenciosa, el ‘Padre Nuestro’: basta con ponernos bajo
la mirada de Dios, para recordar el amor del Padre, y esto es
suficiente para cumplir.
¡Qué
bueno pensar que nuestro Dios no necesita sacrificios para ganar su
favor! No necesita nada nuestro Dios: en la oración, solo pide que
mantengamos abierto un canal de comunicación con Él para descubrir
siempre a sus amados hijos.
03.01.19
Abusos en la Iglesia: Francisco llama a una “renovada y decidida actitud para resolver el conflicto”
Carta
a los obispos de los Estados Unidos de América del Norte
(3
enero 2019).- “La lucha contra la cultura del abuso, la herida en
la credibilidad, así como el desconcierto, la confusión y el
desprestigio en la misión reclaman y nos reclaman una renovada y
decidida actitud para resolver el conflicto”, escribe el Santo
Padre en una Carta dirigida a los obispos de la Conferencia
Episcopal de los Estados Unidos de América del Norte.
Carta
del Papa Francisco
A
los Obispos de la Conferencia Episcopal de los Estados Unidos de
Norte América
Queridos
hermanos,
El
pasado 13 de septiembre, durante el encuentro que mantuve con la
Presidencia de la Conferencia Episcopal, sugerí que Ustedes hicieran
juntos los Ejercicios Espirituales: un tiempo de retiro, oración y
discernimiento como eslabón necesario y fundamental en el camino
para afrontar y responder evangélicamente a la crisis de
credibilidad que atraviesan como Iglesia. Lo vemos en el Evangelio,
el Señor en momentos importantes de su misión se retiraba y pasaba
toda la noche en oración e invitaba a sus discípulos a hacer lo
mismo (Cf.Mc14,38). Sabemos que la envergadura de los acontecimientos
no resiste cualquier respuesta y actitud; por el contrario, exige de
nosotros pastores, la capacidad y especialmente la sabiduría de
gestar una palabra fruto de la escucha sincera, orante y comunitaria
de la Palabra de Dios y del dolor de nuestro pueblo. Una palabra
gestada en la oración del pastor que, como Moisés, lucha e
intercede por su pueblo (Cf. Ex 32,30-32).
En
el encuentro le manifesté al cardenal DiNardo y a los obispos
presentes mi deseo de acompañados personalmente un par de días, en
estos Ejercicios Espirituales, lo cual fue recibido con alegría y
esperanza. Como sucesor de Pedro quería unirme a Ustedes y con
Ustedes implorar al Señor que envíe su Espíritu capaz de
«hacer nuevas todas las cosas» (Cf. Ap 21,5) y mostrar los caminos
de vida que, como Iglesia, estamos Ilamados a recorrer para el bien
de todo el pueblo que nos fue confiado. A pesar de los esfuerzos
realizados, por problemas de logística no podré acompañados
personalmente. Esta carta quiere suplir, de alguna manera, el viaje
fallido. También me alegra que hayan aceptado el ofrecimiento que el
predicador de la Casa Pontifica sea quien guíe con su sapiente
experiencia espiritual estos Ejercicios Espirituales.
Con
estas líneas, quiero estar más cerca y como hermano reflexionar y
compartir algunos aspectos que considero importantes, así como
estimularlos en la oración y en los pasos que dan en la lucha contra
la «cultura del abuso» y en la manera de afrontar la crisis de la
credibilidad.
«Entre
Ustedes no debe suceder así, el que quiera ser grande, que se haga
servidor de Ustedes; y el que quiera ser el primero, que se haga
servidor de todos». (Mc 10, 43-44). Estas palabras, con las que
Jesús cierra el debate y pone luz a la indignación que se produjo
entre los discípulos al escuchar a Santiago y Juan pedir sentarse a
la derecha y a la izquierda del Maestro (Cf. Mc 10,37) nos servirán
de guía en esta reflexión que quiero realizar junto aUstedes.
El
Evangelio no teme desvelar y evidenciar ciertas tensiones,
contradicciones y reacciones que existen en la vida de la primera
comunidad discipular; es más, pareciera hacerlo exprofesso: búsqueda
de los primeros puestos, celos, envidias, arreglos y acomodos. Así
también como todas las intrigas y complots que, secretamente unas
veces y públicamente otras, se organizaron en tomo al mensaje y
persona de Jesús por parte de las autoridades políticas, religiosas
y de los mercaderes de la época (Cf. Mc 11, 15-18). Conflictos que
aumentaban a medida que se acercaba la Hora de Jesús en su entrega
en la cruz cuando el príncipe de este mundo, el pecado y la
corrupción parecían tener la última palabra contaminando todo de
amargura, desconfianza y murmuración.
Como
lo había profetizado el anciano Simeón, los momentos difíciles y
de encrucijada tienen la capacidad de sacar a la luz los pensamientos
íntimos, las tensiones y contradicciones que habitan personal y
comunitariamente en los discípulos (Cf.Lc2,35). Nadie puede darse
por eximido de esto; estamos invitados como comunidad a velar para
que, en esos momentos, nuestras decisiones, opciones, acciones e
intenciones no estén viciadas (o lo menos viciadas) por estos
conflictos y tenciones internas y sean, por sobre todo, una respuesta
al Señor que es vida para el mundo. En los momentos de mayor
turbación, es importante velar y discernir para tener un corazón
libre de compromisos y de aparentes certezas para escuchar qué es lo
que más le agrada al Señor en la misión que nos ha encomendado.
Muchas acciones pueden ser útiles, buenas y necesarias y hasta
pueden parecer justas, pero no todas tienen«sabor» a evangelio. Si
me permiten decirlo de manera coloquial: hay que tener cuidado de que
«el remedio no se vuelva peor que la enfermedad». Y eso nos pide
sabiduría, oración, mucha escucha y comunión fraterna.
- «Entre ustedes no debe suceder así».
En
los últimos tiempos la Iglesia en los Estados Unidos se ha visto
sacudida por múltiples escándalos que tocan en lo más íntimo su
credibilidad. Tiempos tormentosos en la vida de tantas víctimas que
sufrieron en su carne el abuso de poder, de conciencia y sexual por
parte de ministros ordenados, consagrados, consagradas y fieles
laicos; tiempos tormentosos y de cruz para esas familias y el Pueblo
de Dios todo.
La
credibilidad de la Iglesia se ha visto fuertemente cuestionada y
debilitada por estos pecados y crímenes, pero especialmente por la
voluntad de querer disimularlos y esconderlos, lo cual generó una
mayor sensación de inseguridad, desconfianza y desprotección en los
fieles. La actitud de encubrimiento, como sabemos, lejos de ayudar a
resolver los conflictos, permitió que los mismos se perpetuasen e
hirieran más profundamente el entramado de relaciones que hoy
estamos llamados a curar y recomponer.
Somos
conscientes que los pecados y crímenes cometidos y todas sus
repercusiones a nivel eclesial, social y cultural crearon una huella
y herida honda en el corazón del pueblo fiel. Lo llenaron de
perplejidad, desconcierto y confusión; y esto sirve también muchas
veces como excusa para desacreditar continuamente y poner en duda la
vida entregada de tantos cristianos que «muestran ese inmenso amor a
la humanidad que nos ha inspirado el Dios hecho hombre» (Cf. EG 76).
Cada vez que la palabra del Evangelio molesta o se vuelve
testimonio incómodo, no son pocas las voces que pretenden
silenciarla señalando el pecado y las incongruencias de los miembros
de la Iglesia y más todavía de sus pastores.
Huella
y herida que también se traslada al interior de la comunión
episcopal generando no precisamente la sana y necesaria confrontación
y las tensiones propias de un organismo vivo sino la división y la
dispersión (Cf. Mt 26, 31b), frutos y mociones no ciertamente del
Espíritu Santo, sino «del enemigo de natura humana»1 que saca
más provecho de la división y dispersión que de las tensiones y
desacuerdos lógicos y esperables en la coexistencia de los
discípulos de Cristo.
La
lucha contra la cultura del abuso, la herida en la credibilidad, así
como el desconcierto, la confusión y el desprestigio en la misión
reclaman y nos reclaman una renovada y decidida actitud para resolver
el conflicto. «Ustedes saben que aquellos a quienes se consideran
gobernantes — nos diría Jesús — dominan a las naciones como si
fueran sus dueños, y los poderosos los hacen sentir su autoridad.
Entre Ustedes no debe suceder así». La herida en la
credibilidad exige un abordaje particular pues no se resuelve por
decretos voluntaristas o estableciendo simplemente nuevas comisiones
o mejorando los organigramas de trabajo como si fuésemos jefes de
una agencia de recursos humanos. Tal visión termina reduciendo la
misión del pastor y de la Iglesia a mera tarea
administrativa/organizativa en la «empresa de la evangelización».
Dejémoslo claro, muchas de estas cosas son necesarias, pero
insuficientes, ya que no logran asumir y abordar la realidad en su
complejidad y corren el riesgo de terminar reduciéndolo todo a
problemas organizativos.
La
herida en la credibilidad toca neurálgicamente nuestras formas de
relacionarnos. Podemos constatar que existe un tejido vital que se
vio dañado y, como artesanos, estamos llamados a reconstruir. Esto
implica la capacidad — o no — que poseamos como comunidad de
construir vínculos y espacios sanos y maduros, que sepan respetar la
integridad e intimidad de cada persona. Implica la capacidad de
convocar para despertar y dar confianza en la construcción de un
proyecto común, amplio, humilde, seguro, sobrio y transparente. Y
esto exige no sólo una nueva organización sino la conversión de
nuestra mente (metánoia), de nuestra manera de rezar, de gestionar
el poder y el dinero, de vivir la autoridad así también de cómo
nos relacionamos entre nosotros y con el mundo.
Las
transformaciones en la Iglesia siempre tienen como horizonte suscitar
y estimular un estado constante de conversión misionera y pastoral
que permita nuevos itinerarios eclesiales cada día más conformes al
Evangelio y, por tanto, respetuosos de la dignidad humana. La
dimensión programática de nuestras acciones debe ir acompañada de
su dimensión paradigmática la cual muestra el espíritu y el
sentido de lo que se hace. Una y otra se reclaman y necesitan. Sin
este claro y decidido enfoque todo lo que se haga correrá el riesgo
de estar teñido de autoreferencialidad, autopreservación y
autodefensa y, por tanto, condenado a caer en «saco roto». Será
quizás un cuerpo bien estructurado y organizado, pero sin fuerza
evangélica, ya que no ayudará a ser una Iglesia más creíble y
testimonial sino «campana que resuena o platillo que retiñe» (1
Cor 13,1).
Una
nueva estación eclesial necesita, fundamentalmente, de pastores
maestros del discernimiento en el paso de Dios por la historia de su
pueblo y no de simples administradores, ya que las ideas se discuten,
pero las situaciones vitales se disciernen. De ahí que, en medio de
la desolación y confusión que viven nuestras comunidades, nuestro
deber es –en primer lugar– encontrar un espíritu común
capaz de ayudarnos en el discernimiento, no para obtener la
tranquilidad fruto de un equilibrio humano o de una votación
democrática que haga «vencer» a unos sobre otros, ¡esto no!
Sino una manera colegialmente paterna de asumir la situación
presente que proteja –sobre todo– de la desesperanza y de la
orfandad espiritual al pueblo que nos fue encomendado.
Esto
nos posibilita sumergirnos mejor en la realidad, intentando
comprenderla y escucharla desde dentro sin quedar presos de la
misma. Sabemos que los momentos de turbación y de prueba suelen
amenazar nuestra comunión fraterna, pero sabemos también que pueden
convertirse en momentos de gracia que afiancen nuestra entrega a
Cristo y la hagan creíble. Esta credibilidad no radicará en
nosotros mismos, ni en nuestros discursos, ni en nuestros méritos,
ni en nuestra honra personal o comunitaria, símbolos de nuestra
pretensión — casi siempre inconsciente — de justificamos a
nosotros mismos a partir de nuestras propias fuerzas y habilidades (o
de la desgracia ajena).
La
credibilidad será fruto de un cuerpo unido que, reconociéndose
pecador y limitado es capaz de proclamar la necesidad de la
conversión. Porque no queremos anunciarnos a nosotros mismos
sino a Aquel que por nosotros murió (2 Cor. 4, 5) y testimoniar cómo
en los momentos más oscuros de nuestra historia el Sector se hace
presente, abre caminos y unge la fe descreída, la esperanza herida y
la caridad adormecida. La conciencia personal y comunitaria de
nuestros límites nos recuerda, como dijo San Juan XXIII que «la
autoridad no puede consideras se exenta de sometimiento a otra
superior»3 y por tanto no puede aislarse en su discernimiento y en
la búsqueda del bien común. Una fe y una conciencia despojada
de la instancia comunitaria, como si fuese un «trascendental
kantiano», poco a poco termina anunciando «un Dios sin Cristo, un
Cristo sin Iglesia, una Iglesia sin pueblo» y presentará una falsa
y peligrosa oposición entre el ser personal y el ser eclesial, entre
un Dios puro amor y la carne entregada de Jesucristo. Es más,
se puede correr el riesgo de terminar haciendo de Dios un «ídolo»
de un determinado grupo existente. La constante referencia a la
comunión universal, como también al Magisterio y a la Tradición
milenaria de la Iglesia, salva a los creyentes de la absolutización
del «particularismo» de un grupo, de un tiempo, de una cultura
dentro de la Iglesia. La Catolicidad se juega también en la
capacidad que tengamos los pastores de aprender a escuchamos, ayudar
y ser ayudados, trabajar juntos y recibir las riquezas que las otras
Iglesias puedan aportar en el seguimiento de Jesucristo. La
Catolicidad en la
glesia
no puede reducirse solamente a una cuestión meramente doctrina lo
jurídica, si no que nos recuerda que en esta peregrinación no
estamos ni vamos solos: «¿Un miembro sufre? Todos los demás sufren
con él» (1 Cor 12,26).
Esta
conciencia colegial de hombres pecadores en permanente conversión,
pero también desconcertados y afligidos con todo lo sucedido, nos
permite entrar en comunión afectiva con nuestro pueblo y nos librará
de buscar falsos, rápidos y vanos triunfalismos que pretendan
asegurar espacios más que iniciar y despertar procesos. Nos
protegerá de recurrir a seguridades anestesiantes que impidan
acercamos y comprender el alcance y las ramificaciones de lo
acontecido. Por otra parte, favorecerá la búsqueda de medios aptos
no ligados a vanos apriorismos ni petrificados en expresiones
inmóviles que han perdido la capacidad de hablar y mover a los
hombres y mujeres de nuestro tiempo4.
La
comunión afectiva con el sentir de nuestro pueblo, con su
desconfianza, nos impulsa a ejercer una colegial paternidad
espiritual que no banalice las respuestas ni tampoco quede presa de
una actitud a la defensiva sino que busque aprender — como lo hizo
el profeta Elías en medio de su desolación — a escuchar la voz
del Señor que no se encuentra ni en las tempestades ni en los
terremotos si no en la calma que nace de confesar el dolor en su
situación presente y se deja convocar una vez más por Su palabra (1
Re 19,9-18).
Esta
actitud nos pide la decisión de abandonar como modus
operandi el
desprestigio y la deslegitimación, la victimización o el reproche
en la manera de relacionarse y, por el contrario, dar espacio a la
brisa suave que sólo el Evangelio nos puede brindar. No nos
olvidamos que «la falta colegial de un reconocimiento sincero,
dolorido y orante de nuestros límites es lo que impide a la gracia
actuar mejor en nosotros, ya que no le deja espacio para provocar ese
bien posible que integra en un camino sincero y real
decrecimiento»5. Todos los esfuerzos que hagamos para romper el
círculo vicioso del reproche, la deslegitimación y el desprestigio,
evitando la murmuración y la calumnia en pos de un camino de
aceptación orante y vergonzoso de nuestros límites y pecados y
estimulando el diálogo, la confrontación y el discernimiento, todo
esto nos dispondrá a encontrar caminos evangélicos que susciten y
promuevan la reconciliación y la credibilidad que nuestro pueblo y
la misión nos reclama. Eso lo haremos si somos capaces de dejar
de proyectar en los otros las propias confusiones e insatisfacciones,
que constituyen obstáculos para la unidad (Cf. EG 96), y nos
atrevamos a ponernos juntos de rodillas delante del Señor y dejarnos
interpelar por sus llagas, en las que podremos ver las llagas del
mundo. «Ustedes saben que aquellos a quienes se considera
gobernantes—nos diría Jesús—dominan a las naciones como si
fueran sus dueños, y los poderosos los hacen sentir su autoridad.
Entre Ustedes no debe suceder así».
2. «el
que quiera ser grande, que se haga servidor de Ustedes; y el que
quiera ser el primero, que se haga servidor de todos».
El
Pueblo fiel de Dios y la misión de la Iglesia han sufrido y sufren
mucho a causa de los abusos de poder, conciencia, sexual y de su mala
gestión como para que le sumemos el sufrimiento de encontrar un
episcopado desunido, centrado en desprestigiarse más que en
encontrar caminos de reconciliación. Esta realidad nos impulsa
a poner la mirada en lo esencial y a despojamos de todo aquello que
no ayuda a transparentar el Evangelio de Jesucristo.
Hoy
se nos pide una nueva presencia en el mundo conforme a la Cruz de
Cristo, que se cristalice en servicio a los hombres y mujeres de
nuestro tiempo. Recuerdo las palabras de san Pablo VI al inicio
de su pontificado: «hace falta hacerse hermanos de los hombres en el
momento mismo que queremos ser sus pastores, padres y maestros. El
clima del diálogo es la amistad. Más todavía: el servicio. Debemos
recordar todo esto y esforzarnos por practicarlo según el ejemplo y
el precepto que Cristo nos dejó (Jn. 13,14-17)»6.
Esta
actitud no reivindica para sí los primeros lugares ni el éxito o el
aplauso de nuestros actos sino que pide, de nosotros pastores, la
opción fundamental de querer ser semilla que germinará cuando y
donde el Señor mejor lo disponga. Se trata de una opción que
nos salva de caer en la trampa de medir el valor de nuestros
esfuerzos con los criterios de funcionalidad y eficiencia que rige el
mundo de los negocios; más bien el camino es abrirnos a la eficacia
y al poder transformador del Reino de Dios que al igual que un grano
de mostaza—la más pequeña e insignificante de todas las semillas—
logra convertirse en arbusto que sirve para cobijar (Cf. Mt 13,
32-33). No podemos permitirnos, en medio de la tormenta, perder
la fe en la fuerza silenciosa, cotidiana y operante del Espíritu
Santo en el corazón de los hombres y de la historia. La credibilidad
nace de la confianza, y la confianza nace del servicio sincero y
cotidiano, humilde y gratuito hacia todos, pero especialmente hacia
los preferidos del Señor (Mt 25,31-46). Un servicio que no
pretende ser marketinero o estratégico para recuperar el lugar
perdido o el reconocimiento vano en el entramado social sino —como
quise señalar lo en la última Exhortación Apostólica Gaudete
et Exsultate —
porque pertenece «a la sustancia misma del Evangelio de Jesús»7.
El
llamado a la santidad nos defiende de caer en falsas oposiciones o
reduccionismos y de callarnos ante un ambiente propenso al odio y a
la marginación, a la desunión y a la violencia entre hermanos. La
Iglesia«signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la
unidad de todo el género humano»(LG1) Lleva en su ser y en su seno
la sagrada misión de ser tierra de encuentro y hospitalidad no sólo
para sus miembros sino con todo el género humano. Pertenece a
su identidad y misión trabajar incansablemente por todo aquello que
contribuya a la unidad entre personas y pueblos como símbolo y
sacramento de la entrega de Cristo en la Cruz por todos los hombres
sin ningún tipo de distinción,«ya no hay judío o pagano, esclavo
ni hombre libre, varón y mujer, porque todos Ustedes no son más que
uno en Cristo Jesús» (Gal. 3,28). Este es su mayor servicio,
más aún cuando vemos el resurgimiento de nuevos y viejos discursos
fratricidas.
Nuestras
comunidades hoy deben testimoniar de modo concreto y creativo que
Dios es Padre de todos y que ante su mirada la única clasificación
posible es la de hijos y hermanos. La credibilidad se juega también
en la medida en que ayudemos, junto a otros actores, a hilar un
entramado social y cultural que no sólo se está resquebrajando sino
también alberga y posibilita nuevos odios. Como Iglesia no podemos
quedar presos de una u otra trinchera, sino velar y partir siempre
desde el más desamparado. Desde allí el Señor nos invita a ser,
como reza la Plegaria
Eucarística
Vd: «en medio de nuestro mundo, dividido por las guerras y
discordias, instrumentos de unidad, de concordia y de paz».
¡Qué
altísima tarea tenemos entre manos hermanos; no la podemos callar y
anestesiar por nuestros límites y faltas! Recuerdo las sabias
palabras de Madre Teresa de Calcuta que podemos repetir personal y
comunitariamente: «Sí, tengo muchas debilidades humanas, muchas
miserias humanas.[…] Pero él baja y nos usa, a Usted y a mí, para
ser su amor y su compasión en el mundo, a pesar de nuestros pecados,
a pesar de nuestras miserias y defectos. Él depende de nosotros para
amar al mundo y demostrarle lo mucho que lo ama. Si nos ocupamos
demasiado de nosotros mismos, no nos quedará tiempo para los
demás»8.
Queridos
hermanos, el Señor sabía muy bien que, en la hora de la cruz, la
falta de unidad, la división y la dispersión, así como las
estrategias para liberarse de esa hora serían las tentaciones más
grandes que vivirían sus discípulos; actitudes que desfigurarían y
dificultarían la misión. Por eso pidió Él mismo al Padre que
los cuidara para que, en esos momentos, fueran uno, como ellos dos
son uno, y ninguno se perdiese (Cf. Jn 17, 11-12). Confiados y
sumergiéndonos en la oración de Jesús al Padre queremos aprender
de Él y, con determinada deliberación, comenzar este tiempo de
oración, silencio y reflexión, de diálogo y comunión, de escucha
y discernimiento, para dejar que Él moldee el corazón a su imagen y
ayude a descubrir su voluntad.
En
este camino no vamos solos, María acompañó y sostuvo desde el
inicio a la comunidad de los discípulos; con su presencia maternal
ayudó a que la comunidad no se «desmadrara» por los caminos de los
encierros individualistas y la pretensión de salvarse a sí misma.
Ella protegió a la comunidad discipular de la orfandad espiritual
que desemboca en la auto-referencialidad y con su fe les permitió
perseverar en lo incomprensible, esperando que llegue la luz de Dios.
A ella le pedimos que nos mantenga unidos y perseverantes, como el
día de Pentecostés para que el Espíritu sea derramado en nuestros
corazones y nos ayude en todo momento y lugar a dar testimonio de su
Resurrección.
Queridos
hermanos, con estas reflexiones me uno a Ustedes en estos días de
Ejercicios Espirituales. Rezo por Ustedes; por favor háganlo por mí.
Que
Jesús los bendiga y la Virgen Santa los cuide.
Fraternalmente,
FRANCISCO
Ciudad
del Vaticano, 1° de enero de 2019.
1 San Ignacio, Ejercicios Espirituales, 135.
2 Cf. Jorge M. Bergoglio, Las cartas de la tribulación, 12. Ed. Diego De Torres, Buenos Aires (1987).
3 Juan XXIII, Pacem in Terris, 47.
4 Pablo vi, Ecclesiam Suam, 39
5 Francisco, Gaudete et Exsultate, 50.
6 Pablo VI, Ecclesiam Suam, 39.
7 Francisco, Gaudete et Exsultate, 97.
8 Madre Teresa de Calcuta, Cristo en los pobres, 37-38. Francisco, Gaudete et Exsultate, 107.
04.01.19
Epifanía del Señor: Para encontrar a Jesús hay que plantearse un “itinerario distinto” y “mantenerlo”
(6
enero 2019).- En la Epifanía del Señor, se desvela la “hermosa
realidad” de Dios que viene para todos: “Toda nación, lengua y
pueblo es acogido y amado por él. Su símbolo es la luz, que llega a
todas partes y las ilumina”, ha recordado el Papa Francisco.
Oro
El oro,
considerado el elemento más precioso, nos recuerda que a Dios hay
que darle siempre el primer lugar. “Se le adora”: Para hacerlo
“es necesario que nosotros mismos cedamos el primer puesto, no
considerándonos autosuficientes sino necesitados”, ha exhortado el
Santo Padre.
Incienso
Luego
está el incienso, que simboliza la relación con el
Señor, la oración, que como un perfume sube hasta Dios
(cf. Sal 141,2). Pero –ha advertido el Papa– así
como el incienso necesita quemarse para perfumar, la oración
necesita también “quemar” un poco de tiempo, “gastarlo para el
Señor”.
Mirra
La mirra es el
ungüento que se usará para “envolver con amor” el cuerpo de
Jesús bajado de la cruz (cf. Jn 19,39). “El Señor
agradece que nos hagamos cargo de los cuerpos probados por el
sufrimiento, de su carne más débil, del que se ha quedado atrás,
de quien solo puede recibir sin dar nada material a cambio”, ha
explicado el Santo Padre.
Homilía
del Papa Francisco
Epifanía: la
palabra indica la manifestación del Señor quien,
como dice san Pablo en la segunda lectura (cf. Ef 3,6),
se revela a todas las gentes, representadas hoy por los magos. Se
desvela de esa manera la hermosa realidad de Dios que viene para
todos: Toda nación, lengua y pueblo es acogido y amado por él. Su
símbolo es la luz, que llega a todas partes y las ilumina.
Ahora
bien, si nuestro Dios se manifiesta a todos, sin embargo, produce
sorpresa cómo se manifiesta. El evangelio narra un
ir y venir entorno al palacio del rey Herodes, precisamente cuando
Jesús es presentado como rey: «¿Dónde está el Rey de los judíos
que ha nacido?» (Mt2,2), preguntan los magos. Lo encontrarán,
pero no donde pensaban: no está en el palacio real de Jerusalén,
sino en una humilde morada de Belén. Asistimos a la misma paradoja
en Navidad, cuando el evangelio nos hablaba del censo de toda la
tierra en tiempos del emperador Augusto y del gobernador Quirino
(cf. Lc 2,2). Pero ninguno de los poderosos de
entonces se dio cuenta de que el Rey de la historia nacía en ese
momento. E incluso, cuando Jesús se manifiesta públicamente a los
treinta años, precedido por Juan el Bautista, el evangelio ofrece
otra solemne presentación del contexto, enumerando a todos los
“grandes” de entonces, poder secular y espiritual: el emperador
Tiberio, Poncio Pilato, Herodes, Filipo, Lisanio, los sumos
sacerdotes Anás y Caifás. Y concluye: «Vino la palabra de Dios
sobre Juan en el desierto» (Lc 3,2). Por tanto, no sobre
alguno de los grandes, sino sobre un hombre que se había retirado en
el desierto. Esta es la sorpresa: Dios no se manifiesta ocupando el
centro de la escena.
Al
oír esa lista de personajes ilustres, podríamos tener la tentación
de “poner el foco de luz” sobre ellos. Podríamos pensar: habría
sido mejor si la estrella de Jesús se hubiese aparecido en Roma
sobre el monte Palatino, desde el que Augusto reinaba en el mundo;
todo el imperio se habría hecho enseguida cristiano. O también, si
hubiese iluminado el palacio de Herodes, este podría haber hecho el
bien, en vez del mal. Pero la luz de Dios no va a aquellos que
brillan con luz propia. Dios se propone, no se impone; ilumina, pero
no deslumbra. Es siempre grande la tentación de confundir la luz de
Dios con las luces del mundo. Cuántas veces hemos seguido los
seductores resplandores del poder y de la fama, convencidos de
prestar un buen servicio al evangelio. Pero así hemos vuelto el foco
de luz hacia la parte equivocada, porque Dios no está allí. Su luz
tenue brilla en el amor humilde. Cuántas veces, incluso como
Iglesia, hemos intentado brillar con luz propia. Pero nosotros no
somos el sol de la humanidad. Somos la luna que,
a pesar de sus sombras, refleja la luz verdadera, el Señor: Él es
la luz de mundo (cf. Jn 9,5); él, no nosotros.
La
luz de Dios va a quien la acoge. En la primera lectura, Isaías nos
recuerda que la luz divina no impide que las tinieblas y la oscuridad
cubran la tierra, pero resplandece en quien está dispuesto a
recibirla (cf. 60,2). Por eso el profeta dirige una llamada, que nos
interpela a cada uno: «Levántate y resplandece, porque llega tu
luz» (60,1). Es necesario levantarse, es decir sobreponerse a
nuestro sedentarismo y disponerse a caminar, de lo contrario, nos
quedaremos parados, como los
escribas consultados por Herodes, que sabían bien dónde había
nacido el Mesías, pero no se movieron. Y después, es necesario
revestirse de Dios que es la luz, cada día, hasta que Jesús se
convierta en nuestro vestido cotidiano. Pero para vestir el traje de
Dios, que es sencillo como la luz, es necesario despojarse antes de
los vestidos pomposos, en caso contrario seríamos como Herodes, que
a la luz divina prefirió las luces terrenas del éxito y del poder.
Los magos, sin embargo, realizan la profecía, se levantan para ser
revestidos de la luz. Solo ellos ven la estrella en el cielo; no los
escribas, ni Herodes, ni ningún otro en Jerusalén. Para encontrar a
Jesús hay que plantearse un itinerario distinto, hay que tomar un
camino alternativo, el suyo, el camino del amor humilde. Y hay que
mantenerlo. De hecho, el Evangelio de este día concluye diciendo
que los magos, una vez que encontraron a Jesús, «se retiraron a su
tierra por
otro camino»
(Mt 2,12).
Otro camino, distinto al de Herodes. Un camino alternativo al mundo,
como el que han recorrido todos los que en Navidad están con Jesús:
María y José, los pastores. Ellos, como los magos, han dejado sus
casas y se han convertido en peregrinos por los caminos de Dios.
Porque solo quien deja los propios afectos mundanos para ponerse en
camino encuentra el misterio de Dios.
Vale
también para nosotros. No basta saber dónde nació Jesús, como los
escribas, si no alcanzamos ese dónde. No basta saber,
como Herodes, queJesús nació si no lo encontramos.
Cuando su dónde se convierte en nuestro dónde,
su cuándo en nuestro cuándo, su persona en nuestra
vida, entonces las profecías se cumplen en nosotros. Entonces Jesús
nace dentro y se convierte en Dios vivo para mí. Hoy
estamos invitados a imitar a los magos. Ellos no discuten, sino que
caminan; no se quedan mirando, sino que entran en la casa de Jesús;
no se ponen en el centro, sino que se postran ante él, que es el
centro; no se empecinan en sus planes, sino que se muestran
disponibles a tomar otros caminos. En sus gestos hay un contacto
estrecho con el Señor, una apertura radical a él, una implicación
total con él. Con él utilizan el lenguaje del amor, la misma lengua
que Jesús ya habla, siendo todavía un infante. De hecho, los magos
van al Señor no para recibir, sino para dar. Preguntémonos: ¿Hemos
llevado algún presente a Jesús para su fiesta en Navidad, o nos
hemos intercambiado regalos solo entre nosotros?
Si
hemos ido al Señor con las manos vacías, hoy lo podemos remediar.
El evangelio nos muestra, por así decirlo, una pequeña lista de
regalos: oro, incienso y mirra. El oro,
considerado el elemento más precioso, nos recuerda que a Dios hay
que darle siempre el primer lugar. Se le adora. Pero para hacerlo es
necesario que nosotros mismos cedamos el primer puesto, no
considerándonos autosuficientes sino necesitados. Luego está
el incienso,
que simboliza la
relación con el Señor, la oración, que como un perfume sube hasta
Dios (cf. Sal 141,2).
Pero, así como el incienso necesita quemarse para perfumar, la
oración necesita también “quemar” un poco de tiempo, gastarlo
para el Señor. Y hacerlo de verdad, no solo con palabras. A
propósito de hechos, ahí está la mirra,
el ungüento que se usará para envolver con amor el cuerpo de Jesús
bajado de la cruz (cf. Jn 19,39).
El Señor agradece que nos hagamos cargo de los cuerpos probados
por el sufrimiento, de su carne más débil, del que se ha quedado
atrás, de quien solo puede recibir sin dar nada material a cambio.
La gratuidad, la misericordia hacia el que no puede restituir es
preciosa a los ojos de Dios. En este tiempo de Navidad que llega a su
fin, no perdamos la ocasión de hacer un hermoso regalo a nuestro
Rey, que vino por nosotros, no sobre los fastuosos escenarios del
mundo, sino sobre la luminosa pobreza de Belén. Si lo hacemos así,
su luz brillará sobre nosotros. la
relación con el Señor, la oración, que como un perfume sube hasta
Dios (cf. Sal 141,2).
Pero, así como el incienso necesita quemarse para perfumar, la
oración necesita también “quemar” un poco de tiempo, gastarlo
para el Señor. Y hacerlo de verdad, no solo con palabras. A
propósito de hechos, ahí está la mirra,
el ungüento que se usará para envolver con amor el cuerpo de Jesús
bajado de la cruz (cf. Jn 19,39).
El Señor agradece que nos hagamos cargo de los cuerpos probados
por el sufrimiento, de su carne más débil, del que se ha quedado
atrás, de quien solo puede recibir sin dar nada material a cambio.
La gratuidad, la misericordia hacia el que no puede restituir es
preciosa a los ojos de Dios. En este tiempo de Navidad que llega a su
fin, no perdamos la ocasión de hacer un hermoso regalo a nuestro
Rey, que vino por nosotros, no sobre los fastuosos escenarios del
mundo, sino sobre la luminosa pobreza de Belén. Si lo hacemos así,
su luz brillará sobre nosotros.
06.01.19
Ángelus: El que encuentra a Jesús cambia de camino
Palabras
del Papa antes de la oración mariana
(6
enero 2019).- Al igual que los Magos, “cada vez que un hombre y una
mujer se encuentran con Jesús, cambia de camino y vuelve a la vida
de una manera diferente”, afirmó el Papa Francisco durante el
Ángelus de este 6 de enero de 2019 en la fiesta de la Epifanía.
“La
salvación ofrecida por Dios en Cristo es para todos los hombres,
cercanos y lejanos”, dijo en su meditación en la Plaza de San
Pedro ante unos 60.000 fieles. No es posible “tomar posesión”
de este Niño: es un regalo para todos”.
El
Papa invitó a la multitud a “dejarse iluminar con la luz de Cristo
que proviene de Belén”: “No permitamos que nuestros temores
cierren nuestros corazones, sino que tengamos el valor de abrirnos a
esta luz suave y discreta”.
Palabras
del Papa antes del Ángelus
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy,
la solemnidad de la Epifanía del Señor es la fiesta de la
manifestación de Jesús, simbolizada por la luz. En los textos
proféticos se promete esta luz. De hecho, Isaías se dirige a
Jerusalén con estas palabras: “Levántate, resplandece, porque ha
llegado tu luz, la gloria del Señor brilla sobre ti” (60,1). La
invitación del profeta parece sorprendente, ya que se coloca después
del duro exilio y el numeroso hostigamiento que la gente había
experimentado.
Esta
invitación resuena también para nosotros los que hemos celebrado la
Navidad de Jesús, esta invitación resuena para acercarnos a
la luz del Belén, también nosotros estamos invitados a no
detenernos en los signos exteriores del acontecimiento, sino a volver
a partir de él para recorrer en una nueva forma de vida nuestro
camino de hombres y de creyentes.
La
luz que el profeta Isaías había anunciado en el evangelio esta
presente y se encuentra en Jesús nacido en Belén ciudad de David y
vino para traer salvación a los lejanos y a los cercanos, a todos.
Mateo
muestra diferentes maneras en que uno puede encontrarse con Cristo y
reaccionar ante su presencia. Herodes y los escribas de Jerusalén
tienen un corazón duro, que persiste y rechaza la visita de ese
Niño, es una posibilidad cerrarse ante la luz de Dios. Representan a
quienes, incluso en nuestros días, temen a la venida de Jesús y
cierran sus corazones a los hermanos y hermanas que necesitan ayuda.
Herodes teme perder el poder y no piensa en el verdadero bien de las
personas, sino en su propio interés personal. Los escribas y los
líderes del pueblo tienen miedo porque no pueden mirar más allá de
sus certezas,al no poder captar la novedad que hay en Jesús.
La
experiencia de los Reyes Magos es muy diferente (ver Mt 2: 1-12).
Viniendo de Oriente, representan a todos los pueblos lejanos de la fe
judía tradicional. Sin embargo, se dejan guiar por la estrella y se
enfrentan a un largo y arriesgado viaje para llegar al destino y
conocer la verdad sobre el Mesías. Los Magos estaban abiertos a la
“novedad”, y a ellos se les revela la novedad más grande y
sorprendente de la historia: Dios hecho hombre. Los Magos se postran
ante Jesús y le ofrecen dones simbólicos: oro, incienso y mirra;
Porque la búsqueda del Señor implica no solo la perseverancia en el
camino, sino también la generosidad del corazón. Y dice el
Evangelio que finalmente, regresaron “a sus países” (v. 12) por
otros caminos. Hermanos y hermanas cada vez que un hombre y una mujer
encuentra a Jesús cambia de camino, regresa a la ciudad de un modo
diferente, regresa renovado por otro camino. Los Reyes regresaron a
sus países llevando dentro de sí el misterio de ese Rey humilde y
pobre; y podemos imaginar que les contaron a todos la experiencia
vivida: la salvación ofrecida por Dios en Cristo es para todos los
hombres, cercanos y lejanos. No es posible “tomar posesión” de
ese Niño: Él es un don para todos. También nosotros hagamos un
poco de silencio en nuestro corazón. Dejémonos iluminar por
la luz de Jesús que viene de Belén. No permitamos que nuestros
miedos cierren nuestros corazones, sino que tengamos el valor de
abrirnos a esta luz que es suave y discreta. Entonces, como los
Magos, experimentaremos “una alegría muy grande” (versículo 10)
que no podremos conservar para nosotros mismos. Que la Virgen María
nos sostenga en este viaje, ella que es estrella que nos lleva a
Jesús y hace ver a Jesús a los Magos y a todos aquellos que se
acercan a Él.
07.01.19
Santa Marta: “Lo opuesto del amor de Dios es la indiferencia”
El
Papa ha ofrecido la Misa por Mons. Giorgio Zur
(
8 enero 2019).- El Santo Padre ha invitado a los fieles presentes en
la Misa, esta mañana, ten la Capilla de Santa Marta a orar al Señor
“para que cure a la humanidad, comenzando por nosotros: que mi
corazón se cure de esta enfermedad que es la cultura de la
indiferencia”.
El
Papa Francisco ha ofrecido la Eucaristía de este martes, 8 de enero
de 2019, por el eterno descanso del Arzobispo Giorgio Zur, que fue
Nuncio Apostólico en Austria, quien vivía en la Casa de Santa
Marta, Residencia del Santo Padre, y que falleció ayer a medianoche.
Para
su reflexión, el Pontífice se ha inspirado en la lecturas
propuestas por la liturgia del día, en la exhortación al amor de la
Primera Carta de San Juan Apóstol y en el Evangelio de Marcos sobre
la multiplicación de los panes.
“Lo
opuesto más cotidiano del amor de Dios, de la compasión de Dios, es
la indiferencia”, ha anunciado Francisco. “Yo estoy
satisfecho, no me falta nada. Tengo todo, he asegurado esta vida, y
también la eterna, porque voy a Misa todos los domingos, soy un buen
cristiano”. “Pero, al salir del restaurante, mira para otro
lado”, si vemos a alguien necesitado o pidiendo limosna.
Pensemos
en este Dios que “da el primer paso” –ha indicado el Papa–
que tiene “compasión”, que tiene “misericordia” y tantas
veces nosotros, nuestra actitud es la “indiferencia”.
“Amémonos
unos a otros, porque el amor” proviene de Dios –ha exhortado
Francisco– citando las palabras de San Juan con las que el Apóstol
explica “cómo se ha manifestado el amor de Dios en nosotros”.
El
misterio del amor
Así,
el Pontífice recordó que “Dios ha enviado al mundo a su Hijo
unigénito, para que nosotros tengamos vida por medio de Él”. Y
aclaró que “éste es el misterio del amor”. Que “Dios nos ha
amado primero”, Él ha dado el “primer paso”. Un paso “hacia
la humanidad que no sabe amar”, que “tiene necesidad de las
caricias de Dios para amar”, del testimonio de Dios. “Y este
primer paso que ha dado Dios es su Hijo,
al que ha enviado para salvarnos y dar un sentido a la vida, para
renovarnos y para recrearnos”.
Ante
el pasaje de la multiplicación de los panes y de los peces, el Papa
se preguntó: “¿Por qué Dios ha hecho esto? “Por compasión,
compasión por la muchedumbre que ve al descender de la barca, en la
ribera del lago Tiberíades, porque estaba sola, y las personas “eran
como ovejas que no tienen pastor”, explicó Francisco.
El
corazón de Dios, el corazón de Jesús “se conmovió”, y ve
aquella gente, y “no puede permanecer indiferente”, ha señalado.
“El amor es inquieto. El amor no tolera la indiferencia. El amor
tiene compasión. Pero compasión significa poner en juego el
corazón; significa misericordia. Jugarse el propio corazón por los
demás: esto es amor. El amor es jugarse el corazón por los demás”.
80º
cumpleaños de Kiko
En
el marco de esta Eucaristía, al final de la celebración, el Santo
Padre ha enviado un saludo cordial a Kiko Argüello, iniciador del
Camino Neocatecumenal, con motivo de su 80° cumpleaños. Francisco
le ha agradecido “el celo apostólico con el que trabaja en la
Iglesia”.
09.01.19
27ª Jornada Mundial del Enfermo: La vida es un don, no “una mera posesión o propiedad privada”
Mensaje del Santo Padre
(8
enero 2019).- Gratis
habéis recibido; dad gratis es
el lema de la 27ª Jornada Mundial del Enfermo que se celebrará el
próximo 11 de febrero de 2019, en Calcuta, India.
Mensaje
del Papa Francisco
«Gratis
habéis recibido; dad gratis» (Mt 10,8)
Queridos
hermanos y hermanas:
«Gratis
habéis recibido; dad gratis» (Mt 10,8). Estas son las
palabras pronunciadas por Jesús cuando envió a los apóstoles a
difundir el Evangelio, para que su Reino se propagase a través de
gestos de amor gratuito.
Con
ocasión de la XXVII Jornada Mundial del Enfermo, que se celebrará
solemnemente en Calcuta, India, el 11 de febrero de 2019, la Iglesia,
como Madre de todos sus hijos, sobre todo los enfermos, recuerda que
los gestos gratuitos de donación, como los del Buen Samaritano, son
la vía más creíble para la evangelización. El cuidado de los
enfermos requiere profesionalidad y ternura, expresiones de
gratuidad, inmediatas y sencillas como la caricia, a través de las
cuales se consigue que la otra persona se sienta “querida”.
La
vida es un don de Dios —y como advierte san Pablo—: «¿Tienes
algo que no hayas recibido?» (1 Co 4,7). Precisamente
porque es un don, la existencia no se puede considerar una mera
posesión o una propiedad privada, sobre todo ante las conquistas de
la medicina y de la biotecnología, que podrían llevar al hombre a
ceder a la tentación de la manipulación del “árbol de la vida”
(cf. Gn 3,24).
Frente
a la cultura del descarte y de la indiferencia, deseo afirmar que el
don se sitúa como el paradigma capaz de desafiar el individualismo y
la contemporánea fragmentación social, para impulsar nuevos
vínculos y diversas formas de cooperación humana entre pueblos y
culturas. El diálogo, que es una premisa para el don, abre espacios
de relación
para el crecimiento y el desarrollo humano, capaces de romper los
rígidos esquemas del ejercicio del poder en la sociedad. La acción
de donar no se identifica con la de regalar, porque se define solo
como un darse a sí mismo, no se puede reducir a una simple
transferencia de una propiedad o de un objeto. Se diferencia de la
acción de regalar precisamente porque contiene el don de sí y
supone el deseo de establecer un vínculo. El don es ante todo
reconocimiento recíproco, que es el carácter indispensable del
vínculo social. En el don se refleja el amor de Dios, que culmina en
la encarnación del Hijo, Jesús, y en la efusión del Espíritu
Santo.
Cada
hombre es pobre, necesitado e indigente. Cuando nacemos, necesitamos
para vivir los cuidados de nuestros padres, y así en cada fase y
etapa de la vida, nunca podremos liberarnos completamente de la
necesidad y de la ayuda de los demás, nunca podremos arrancarnos del
límite de la impotencia ante alguien o algo. También esta es una
condición que caracteriza nuestro ser “criaturas”. El justo
reconocimiento de esta verdad nos invita a permanecer humildes y a
practicar con decisión la solidaridad, en cuanto virtud
indispensable de la existencia.
Frente
a la cultura del descarte y de la indiferencia, deseo afirmar que el
don se sitúa como el paradigma capaz de desafiar el individualismo y
la contemporánea fragmentación social, para impulsar nuevos
vínculos y diversas formas de cooperación humana entre pueblos y
culturas. El diálogo, que es una premisa para el don, abre espacios
de relación para el crecimiento y el desarrollo humano, capaces de
romper los rígidos esquemas del ejercicio del poder en la sociedad.
La acción de donar no se identifica con la de regalar, porque se
define solo como un darse a sí mismo, no se puede reducir a una
simple transferencia de una propiedad o de un objeto. Se diferencia
de la acción de regalar precisamente porque contiene el don de sí y
supone el deseo de establecer un vínculo. El don es ante todo
reconocimiento recíproco, que es el carácter indispensable del
vínculo social. En el don se refleja el amor de Dios, que culmina en
la encarnación del Hijo, Jesús, y en la efusión del Espíritu
Santo.
Cada
hombre es pobre, necesitado e indigente. Cuando nacemos, necesitamos
para vivir los cuidados de nuestros padres, y así en cada fase y
etapa de la vida, nunca podremos liberarnos completamente de la
necesidad y de la ayuda de los demás, nunca podremos
arrancarnos del límite de la impotencia ante alguien o algo. También
esta es una condición que caracteriza nuestro ser “criaturas”.
El justo reconocimiento de esta verdad nos invita a permanecer
humildes y a practicar con decisión la solidaridad, en cuanto virtud
indispensable de la existencia.
Santa
Madre Teresa nos ayuda a comprender que el único criterio de acción
debe ser el amor gratuito a todos, sin distinción de lengua,
cultura, etnia o religión. Su ejemplo sigue guiándonos para que
abramos horizontes de alegría y de esperanza a la humanidad
necesitada de comprensión y de ternura, sobre todo a quienes sufren.
La
gratuidad humana es la levadura de la acción de los voluntarios, que
son tan importantes en el sector socio-sanitario y que viven de
manera elocuente la espiritualidad del Buen Samaritano. Agradezco y
animo a todas las asociaciones de voluntariado que se ocupan del
transporte y de la asistencia de los pacientes, aquellas que proveen
las donaciones de sangre, de tejidos y de órganos. Un ámbito
especial en el que vuestra presencia manifiesta la atención de la
Iglesia es el de la tutela de los derechos de los enfermos, sobre
todo de quienes padecen enfermedades que requieren cuidados
especiales, sin olvidar el campo de la sensibilización social y la
prevención. Vuestros servicios de voluntariado en las estructuras
sanitarias y a domicilio, que van desde la asistencia sanitaria hasta
el apoyo espiritual, son muy importantes. De ellos se benefician
muchas personas enfermas, solas, ancianas, con fragilidades psíquicas
y de movilidad. Os exhorto a seguir siendo un signo de la presencia
de la Iglesia en el mundo secularizado. El voluntario es un amigo
desinteresado con quien se puede compartir pensamientos y emociones;
a través de la escucha, es capaz de crear las condiciones para que
el enfermo, de objeto pasivo de cuidados, se convierta en un sujeto
activo y protagonista de una relación de reciprocidad, que recupere
la esperanza, y mejor dispuesto para aceptar las terapias. El
voluntariado comunica valores, comportamientos y estilos de vida que
tienen en su centro el fermento de la donación. Así es como se
realiza también la humanización de los cuidados.
La
dimensión de la gratuidad debería animar, sobre todo, las
estructuras sanitarias católicas, porque es la lógica del Evangelio
la que cualifica su labor, tanto en las zonas más avanzadas como en
las más desfavorecidas del mundo. Las estructuras católicas están
llamadas a expresar el sentido del don, de la gratuidad y de la
solidaridad, en respuesta a la lógica del beneficio a toda costa,
del dar para recibir, de la explotación que no mira a las personas.
Os
exhorto a todos, en los diversos ámbitos, a que promováis la
cultura de la gratuidad y del don, indispensable para superar la
cultura del beneficio y del descarte. Las instituciones de salud
católicas no deberían caer en la trampa de anteponer los intereses
de empresa, sino más bien en proteger el cuidado de la persona en
lugar del beneficio. Sabemos que la salud es relacional, depende de
la interacción con los demás y necesita confianza, amistad y
solidaridad, es un bien que se puede disfrutar “plenamente” solo
si se comparte. La alegría del don gratuito es el indicador de la
salud del cristiano.
Os
encomiendo a todos a María, Salus infirmorum. Que ella
nos ayude a compartir los dones recibidos con espíritu de diálogo y
de acogida recíproca, a vivir como hermanos y hermanas atentos a las
necesidades de los demás, a saber dar con un corazón generoso, a
aprender la alegría del servicio desinteresado. Con afecto aseguro a
todos mi cercanía en la oración y os envío de corazón mi
Bendición Apostólica.
Vaticano,
25 de noviembre de 2018
Padre Nuestro: Jesús enseña a los discípulos a orar con “perseverancia” y “confianza”
Palabras del Papa en español, en
la audiencia general
(9
enero 2019).- Jesús enseña a los discípulos a orar –ha recordado
el Papa– y les muestra con qué palabras y sentimientos deben
dirigirse a Dios. Lo hace enseñándoles el Padrenuestro, las
actitudes que el creyente debe tener cuando ora, que son la
“perseverancia” y la “confianza”.
Dentro
del ciclo de catequesis sobre el ‘Padre Nuestro’, Francisco ha
titulado la reflexión de hoy en la audiencia general, 9 de enero de
2019, Llamad
y se os abrirá, del
Evangelio según Lucas 11, 9-13.
El
Santo Padre ha hablado de como Jesús es, sobre todo, “el
orante”, y ha indicado que en cada paso de su vida, “es el
Espíritu Santo quien lo guía en su actuar”. Antes de tomar
decisiones importantes, “Jesús ora, dialoga con el Padre”.
Perseverancia
y confianza
La
perseverancia en la oración, porque “aunque a veces pareciera que
Dios no nos escucha, sin embargo no es así, porque ninguna oración
queda desatendida”, ha asegurada Francisco. A la perseverancia se
une la confianza puesta en Dios, “porque Él es un Padre bueno y
nunca olvida a sus hijos que sufren”.
La
oración “cambia la realidad, y nos cambia también a nosotros”.
Es, ya desde ahora, la “victoria” sobre “la soledad y la
desesperación”; “un camino que nos lleva a Dios, nuestro Padre,
que espera todo y a todos con los brazos abiertos”, ha explicado el
Pontífice.
La
catequesis de hoy ha hecho referencia al Evangelio de san Lucas, del
que provienen los 3 himnos diarios de la Liturgia de las Horas:
el Benedictus,
el Magnificat y
el Nunc
dimittis,
y que nos muestra a Jesús en una atmósfera de oración.
10.01.19
Santa Marta: “El que no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve”
Francisco
hace una fuerte exhortación al amor
(10
enero 2019).- “El que no ama a su hermano a quien ve, no puede amar
a Dios a quien no ve”. “Si no puedes amar algo que ves, ¿cómo
es que vas a amar algo que no puedes ver? Esa es la fantasía”, ha
enfatizado Francisco, exhortando a amar “lo que ves, lo que puedes
tocar, lo que es real, y no las fantasías que no ves”.
Así
Francisco ha hecho una fuerte exhortación al amor, en su homilía de
la Misa celebrada esta mañana, 10 de enero de 2019, en la Casa Santa
Marta. “Es la fe, que da la fuerza de amar así, la fe la que vence
al espíritu del mundo, que miente y divide”.
A
partir de la Primera Carta de San Juan Apóstol (1 Jn 4, 19 – 5, 4)
propuesta por la Liturgia de hoy, el Santo Padre ha meditado en voz
alta: El apóstol Juan habla, en efecto, de “mundanidad”. Cuando
dice: “Los que son generados por Dios son capaces de vencer al
mundo”, habla de la “lucha de todos los días” contra el
espíritu del mundo, que es “mentiroso”, es un “espíritu de
apariencias, sin consistencia”, mientras que “el Espíritu de
Dios es verdadero”.
Hijo
del espíritu de este mundo
Juan
va más allá y dice: “Si uno dice: ‘Yo amo a Dios’ y odia a su
hermano, es un mentiroso”, es decir, “un hijo del espíritu del
mundo, que es pura mentira, pura apariencia”, ha asegurado el Papa.
“Y esto es algo sobre lo que os hará bien pensar: ¿Yo amo a Dios?
Vayamos a la piedra de comparación y veamos cómo tú amas al
hermano: veamos cómo tú lo amas”.
“El
espíritu del mundo es el espíritu de la vanidad, de las
cosas que no tienen fuerza, que no tienen fundamento y que caerán”,
subraya Francisco.
Tres
signos
El
Papa Francisco se detiene, por tanto, en los tres signos que indican
que no se ama al hermano.“La
primera señal, la pregunta que todos tenemos que hacernos es: ¿rezo
por las personas? Por todas ellas, concretas, las que me están
simpáticas y las que me están antipáticas, las que son amigas y
las que no lo son. Primero”.Así,
ha indicado la segunda señal: “cuando siento en mi interior
sentimientos de celos, envidia y quiero desearle daño o no… es una
señal de que no amas. Detente ahí. No dejes que estos sentimientos
crezcan. Son peligrosos. No dejes que crezcan”, ha advertido.
Dejar
de “chismorrear”
Y
entonces, la señal más diaria de que no amo a mi prójimo y por lo
tanto no puedo decir que amo a Dios, “son las habladurías”, ha
señalado el Santo Padre como la tercera señal. “Pongámonos en el
corazón y en la cabeza, claramente: si yo chismoseo, no amo a Dios
porque el chisme estoy destruyendo a esa persona”.
En
este sentido, el Pontífice ha aclarado que si una persona deja de
chismosear en su vida, “diría que está muy cerca de Dios”,
porque –explica Francisco– no hablar “custodia al prójimo,
custodia a Dios en su prójimo”.
11.01.19
Francisco: La comunidad internacional está llamada a “dar voz a quienes no tienen voz”
Discurso
al Cuerpo Diplomático en el Vaticano
(11
enero 2019).- El 7 de enero de 2019, a las 10:30 horas, en la Sala
Regia del Palacio Apostólico Vaticano, el Santo Padre recibió en
audiencia a los miembros del Cuerpo Diplomático acreditados ante la
Santa Sede para felicitarles el Año Nuevo.
Discurso
del Papa Francisco
Excelencias,
señoras y señores:
El
comienzo de un nuevo año nos permite detener por un instante el
frenético ritmo de las actividades cotidianas para realizar algunas
consideraciones sobre los acontecimientos pasados y reflexionar sobre
los desafíos que nos esperan en el futuro próximo. Doy las gracias
por la presencia numerosa a nuestro encuentro habitual, que quiere
ser sobre todo una ocasión propicia para intercambiarnos un
pensamiento cordial y halagüeño. A través de ustedes, quiero hacer
llegar mi cercanía a los pueblos que representan, junto a mi deseo
de que el año que comienza traiga paz y bienestar a todos los
miembros de la familia humana.
Agradezco
de forma particular al Embajador de Chipre, el excelentísimo señor
George Poulides, las amables palabras que por primera vez me ha
dirigido en nombre de todos ustedes, en calidad de Decano del Cuerpo
Diplomático acreditado ante la Santa Sede. A cada uno de ustedes
deseo manifestar la estima particular por el trabajo que
cotidianamente realizan para consolidar las relaciones entre sus
respectivos países y organizaciones con la Santa Sede, ulteriormente
reforzadas por la firma o ratificación de nuevos acuerdos.
Me
refiero en particular a la ratificación del Acuerdo marco
entre la Santa Sede y la República de Benín sobre el Estatuto
Jurídico de la Iglesia Católica en Benín, así como a la firma
y a la ratificación del Acuerdo entre la Santa Sede y la
República de San Marino para la enseñanza de la religión católica
en las escuelas públicas.
En
el ámbito multilateral, la Santa Sede ha ratificado también
el Convenio Regional de la UNESCO sobre la convalidación
de los títulos relativos a la Educación Superior en Asia y el
Pacífico, y en el pasado mes de marzo se ha adherido al Acuerdo
Parcial ampliado del Consejo de Europa sobre Itinerarios Culturales,
una iniciativa que tiene el objetivo de mostrar cómo la cultura está
al servicio de la paz y representa un factor unificador de las
distintas sociedades europeas, capaz de acrecentar la concordia entre
los pueblos. Se trata de un signo de particular atención hacia una
Organización que en este año celebra su 70 aniversario de
fundación, con la que la Santa Sede colabora desde hace muchos
decenios reconociéndole su papel específico en la promoción de los
derechos humanos, de la democracia y del Estado de derecho, en un
espacio que quiere abrazar a todo el continente europeo. Por último,
el pasado 30 de noviembre, el Estado de la Ciudad del Vaticano fue
admitido en la Zona única de Pagos en Euros (SEPA).
La
obediencia a la misión espiritual, que brota del imperativo que el
Señor Jesús ha dirigido al apóstol Pedro: «Apacienta mis
corderos» (Jn 21,15), impulsa al Papa —y por tanto a
la Santa Sede— a preocuparse por toda la familia humana y sus
necesidades, incluso en el ámbito material y social. Con todo, la
Santa Sede no busca interferir en la vida de los estados, sino que su
pretensión no es otra que la de ser un observador atento y sensible
de las problemáticas que afectan a la humanidad, con el sincero y
humilde deseo de ponerse al servicio del bien de todo ser humano.
Esta
solicitud es la que caracteriza la cita de hoy y que me sostiene en
los encuentros con la multitud de peregrinos que llegan al Vaticano
desde todas las partes de mundo, así como con los pueblos y las
comunidades que he tenido la alegría de encontrar el año pasado
durante los viajes apostólicos realizados a Chile, Perú, Suiza,
Irlanda, Lituania, Letonia y Estonia.
Esta
solicitud es la que impulsa a la Iglesia en cada lugar a trabajar por
favorecer la edificación de sociedades pacíficas y reconciliadas.
En este sentido, pienso particularmente en la amada Nicaragua, cuya
situación sigo de cerca, con el deseo de que las distintas
instancias políticas y sociales encuentren en el diálogo el camino
principal para empeñarse por el bien de toda la nación.
En
ese horizonte se coloca también la consolidación de las relaciones
entre la Santa Sede y Vietnam, con vistas al nombramiento, en un
futuro próximo, de un Representante Pontificio residente, cuya
presencia quiere ser ante todo una manifestación de la solicitud del
Sucesor de Pedro por la Iglesia local.
En
este sentido hay que entender la firma del Acuerdo
Provisional entre la Santa Sede y la República Popular de China
sobre el nombramiento de los Obispos en China, realizada el
pasado 22 de septiembre. Como se sabe, este último es fruto de un
largo y ponderado diálogo institucional, mediante el cual se han
llegado a fijar algunos elementos estables de colaboración entre la
Sede Apostólica y las Autoridades civiles. Como he podido mencionar
en el Mensaje que he dirigido a los católicos chinos y a la Iglesia
universal,[1] había
readmitido ya precedentemente a la plena comunión eclesial a los
restantes obispos oficiales ordenados sin mandato pontificio,
invitándolos a trabajar generosamente por la reconciliación de los
católicos chinos y por un renovado impulso en la evangelización.
Agradezco al Señor porque, por primera vez después de tantos años,
todos los obispos en China estén en plena comunión con el Sucesor
de Pedro y con la Iglesia universal. Y un signo visible de esto ha
sido también la participación de dos obispos de China continental
en el reciente Sínodo dedicado a los jóvenes. Esperemos que la
prosecución de los contactos para la aplicación del Acuerdo
Provisional firmado contribuya a resolver las cuestiones
abiertas y asegure los espacios necesarios para un desarrollo
efectivo de la libertad religiosa.
Queridos
Embajadores:
El
año que ahora comienza observa la llegada de diversos y
significativos aniversarios, además del ya recordado del Consejo de
Europa. Entre ellos quisiera destacar particularmente uno: el
centenario del nacimiento de la Sociedad de Naciones, instituida con
el tratado de Versalles y firmado el 28 de junio de 1919. ¿Por qué
recordar a una Organización que ya no existe? Porque representa el
inicio de la diplomacia moderna multilateral, mediante el cual los
estados intentan evitar que las relaciones recíprocas sean dominadas
por la lógica del dominio que conduce a la guerra. El experimento de
la Sociedad de Naciones sufrió enseguida esas dificultades, por
todos conocidas, que llevaron exactamente 20 años después de su
nacimiento a un nuevo y más doloroso conflicto, como fue la Segunda
Guerra Mundial. Sin embargo, abrió un camino, que fue recorrido
con mayor decisión con la institución en 1945 de la Organización
de las Naciones Unidas: un camino ciertamente cargado de dificultades
y de contrastes; no siempre eficaz, puesto que los conflictos por
desgracia permanecen todavía hoy, pero es una innegable oportunidad
para que las naciones se encuentren y busquen soluciones comunes.
La
premisa indispensable para el éxito de la diplomacia multilateral es
la buena voluntad y la buena fe de los interlocutores, la
disponibilidad a una discusión leal y sincera, y la voluntad de
aceptar las inevitables concesiones que nacen del diálogo entre las
partes. Allí donde falta incluso uno solo de estos elementos,
prevalece la búsqueda de soluciones unilaterales y, en definitiva,
el dominio del más fuerte sobre el más débil. La Sociedad de las
Naciones entró en crisis precisamente por estos motivos y, por
desgracia, también hoy se nota cómo la resiliencia de las
principales organizaciones internacionales se ve amenazada por las
mismas actitudes.
Así
pues, considero importante que en la actualidad no falte tampoco la
voluntad de un diálogo sereno y constructivo entre los estados, por
más que sea evidente que las relaciones en el seno de la comunidad
internacional y el sistema multilateral en su conjunto, estén
atravesando momentos de dificultad, con el resurgir de tendencias
nacionalistas que minan la vocación de las organizaciones
internacionales de ser un espacio de diálogo y encuentro para todos
los países. Esto es en parte debido a cierta incapacidad del sistema
multilateral para ofrecer soluciones eficaces a las distintas
situaciones que desde hace tiempo están pendientes de resolución,
como algunos conflictos “congelados”, y para afrontar los
desafíos actuales en modo satisfactorio para todos. En parte, es el
resultado de la evolución de las políticas nacionales,
condicionadas cada vez con mayor frecuencia por la búsqueda de un
consenso nmediato y sectario, en lugar de buscar pacientemente
el bien común con respuestas a largo plazo. En particular, es
también el resultado de la creciente preponderancia de poderes y
grupos de interés en los organismos internacionales que imponen la
propia visión e ideas, desencadenando nuevas formas de colonización
ideológica, que a menudo no respetan la identidad, la dignidad y la
sensibilidad de los pueblos. Concretamente, es la consecuencia de la
reacción en algunas zonas del mundo contra una globalización que se
ha desarrollado en ciertos aspectos demasiado rápido y de forma
desordenada, de modo que entre globalización y localismo se produce
siempre una tensión. Es necesario, por tanto, poner atención a la
dimensión global sin perder de vista lo que es local. Ante la idea
de una “globalización esférica”, que nivela las diferencias y
en la que las particularidades desaparecen, es fácil que resurjan
los nacionalismos, mientras que la globalización puede ser también
una fuente de oportunidades, puesto que es “poliédrica”; es
decir, favorece una tensión positiva entre la identidad de cada
pueblo y nación, y la globalización misma, según el principio de
que el todo es superior a la parte. [2]
Algunas
de estas actitudes evocan el periodo de entreguerras, en el que las
tendencias populistas y nacionalistas prevalecieron sobre la acción
de la Sociedad de Naciones. La reaparición de corrientes semejantes
está debilitando progresivamente el sistema multilateral, con el
fruto de una falta general de la confianza, una crisis de
credibilidad de la política internacional y una creciente
marginación de los miembros más vulnerables de la familia de las
naciones.
San
Pablo VI, que he tenido la alegría de canonizar el año pasado, en
su memorable discurso a la Asamblea de las Naciones Unidas —el
primero de un Pontífice ante esa asamblea—, trazó los objetivos
de la diplomacia multilateral, sus características y
responsabilidades en el contexto contemporáneo, evidenciando también
los elementos de contacto que existen con la misión espiritual del
Papa y, por tanto, de la Santa Sede.
El
primado de la justicia y del derecho
El
primer elemento de contacto que quisiera evocar es el primado de la
justicia y del derecho: «Vosotros —decía el Papa Montini—
habéis consagrado el gran principio de que las relaciones entre los
pueblos deben regularse por el derecho, la justicia, la razón, los
tratados, y no por la fuerza, la arrogancia, la violencia, la guerra
y ni siquiera, por el miedo o el engaño».[3]
En
nuestra época, suscita preocupación el resurgir de la tendencia a
hacer prevalecer y a perseguir los intereses de cada nación sin
recurrir a los instrumentos que el derecho internacional prevé para
resolver tales controversias y asegurar el respeto de la justicia,
también a través de los Tribunales internacionales. Dicha actitud
es a veces fruto de la reacción de los que han sido llamados a la
responsabilidad de gobernar ante el acentuado malestar que está
creciendo cada vez más entre los ciudadanos de muchos países, los
cuales perciben las dinámicas y las reglas que gobiernan la
comunidad internacional como lentas, abstractas y, también, lejanas
a sus necesidades reales. Es oportuno que los políticos escuchen la
voz de sus pueblos y busquen soluciones concretas para favorecer el
bien mayor. Eso exige, sin embargo, el respeto del derecho y de la
justicia, tanto dentro de la comunidad nacional como internacional,
porque soluciones relativas, emotivas y apresuradas pueden que
consigan acrecentar un consenso efímero, pero no contribuirán nunca
a la solución de los problemas más profundos, al contrario, los
aumentarán.
Precisamente
a partir de esta preocupación propuse dedicar el Mensaje para la LII
Jornada Mundial de la Paz, que se celebró el pasado uno de enero, al
tema: La buena política está al servicio de la paz,
porque hay una íntima relación entre la buena política y la
pacífica convivencia entre pueblos y naciones. La paz no es nunca un
bien parcial, sino que abraza a todo el género humano. Un aspecto
esencial, por tanto, de la buena política es perseguir el bien común
de todos, en cuanto «bien de todos los hombres y de todo el
hombre»[4] y
condición social que permite a cada persona y a toda la comunidad
alcanzar el bienestar material y espiritual.
A
la política se le pide tener altura de miras y no limitarse a buscar
soluciones de poco calado. El buen político no debe ocupar espacios,
sino que debe poner en marcha procesos; está llamado a hacer
prevalecer la unidad sobre el conflicto, que tiene como base «la
solidaridad, entendida en su sentido más hondo y desafiante». Esta
«se convierte así en un modo de hacer la historia, en un ámbito
viviente donde los conflictos, las tensiones y los opuestos pueden
alcanzar una unidad multiforme que engendra nueva vida».[5]
Esa
consideración tiene en cuenta la dimensión trascendente de la
persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios. El respeto, por
tanto, de la dignidad de cada ser humano es la premisa indispensable
para toda convivencia realmente pacífica, y el derecho constituye el
instrumento esencial para la consecución de la justicia social y
para alimentar los vínculos fraternos entre los pueblos. En este
ámbito, tienen un papel fundamental los derechos humanos, enunciados
en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, de
la que hemos celebrado hace poco el 70 aniversario, cuyo carácter
universal, objetivo y racional sería oportuno redescubrir, de modo
que no prevalezcan visiones parciales y subjetivas del hombre,
que corren el peligro de abrir el camino a nuevas desigualdades,
injusticias, discriminaciones y, llevadas al límite, también nuevas
violencias y atropellos.
La
defensa de los más débiles
El
segundo elemento que me gustaría mencionar es la defensa de los
débiles. «Hacemos nuestra también —afirmaba el Papa Montini—
la voz de los pobres, de los desheredados, de los desventurados, de
quienes aspiran a la justicia, a la dignidad de vivir, a la libertad,
al bienestar y al progreso».[6]
La
Iglesia siempre se ha comprometido a ayudar a los necesitados y la
misma Santa Sede se ha convertido, durante estos años, en promotora
de varios proyectos de ayuda para los más débiles, que también han
recibido el apoyo de diversas entidades a nivel internacional. Me
gustaría mencionar la iniciativa humanitaria en Ucrania a favor de
la población que está sufriendo, especialmente en las regiones
orientales del país, debido al conflicto que dura desde hace casi
cinco años y que ha tenido recientemente algunos episodios
preocupantes en el Mar Negro. Con la participación activa de las
Iglesias católicas de Europa y de fieles de otros lugares del mundo,
que escucharon mi llamamiento de mayo de 2016, y con la colaboración
de otras Confesiones y Organizaciones Internacionales, se ha
tratado de socorrer, de manera concreta, las necesidades básicas de
los habitantes de los territorios afectados, que son las primeras
víctimas de la guerra. La Iglesia y sus diversas instituciones
continuarán su misión, con el objetivo de atraer una mayor atención
sobre otras cuestiones humanitarias, como la que concierne a la
suerte de los prisioneros, todavía numerosos. Con su acción y su
cercanía con la población, la Iglesia busca fomentar, directa e
indirectamente, la apertura de caminos pacíficos para la solución
del conflicto, caminos que respeten la justicia y la legalidad,
incluida la internacional, que es la base de la seguridad y la
convivencia en toda la región. Para ello son importantes los
instrumentos que garantizan el libre ejercicio de los derechos
religiosos.
Por
su parte, también la comunidad internacional con sus organizaciones
está llamada a dar voz a quienes no tienen voz. Y entre los que no
tienen voz en nuestros días, me gustaría recordar a las víctimas
de las otras guerras en curso, especialmente la de Siria, con el gran
número de muertos que ha causado. Una vez más, hago un llamamiento
a la comunidad internacional para que promueva una solución política
a un conflicto que al final no tendrá más que vencidos. Sobre todo,
es fundamental que cesen las violaciones de los derechos humanos, que
causan sufrimientos inenarrables a la población civil, especialmente
a mujeres y niños, y afectan a estructuras esenciales como
hospitales, escuelas y campos de refugiados, así como a edificios
religiosos.
No
podemos olvidar a los numerosos refugiados que ha provocado el
conflicto, sometiendo a los países vecinos a una dura prueba. Una
vez más, quiero expresar mi gratitud a Jordania y al Líbano, que
con espíritu fraterno y con mucho sacrificio, han acogido a
numerosos grupos de personas, manifestando al mismo tiempo el deseo
de que los refugiados puedan regresar a la patria, con condiciones de
vida y de seguridad adecuadas. Pienso también en los diferentes
países europeos que generosamente han ofrecido hospitalidad a
aquellos que se encuentran en dificultades y en peligro.
Entre
los que se han visto afectados por la inestabilidad en la que desde
hace años está inmerso Oriente Medio están especialmente los
cristianos, que viven en esas tierras desde el tiempo de los
apóstoles y que han ayudado a edificarlas y forjarlas a lo largo de
los siglos. Es muy importante que los cristianos tengan un lugar en
el futuro de la región y, por lo tanto, aliento a los que han
buscado refugio en otras partes a hacer lo posible para regresar a
sus casas y mantener y fortalecer los lazos con sus comunidades de
origen. Al mismo tiempo, espero que las autoridades políticas no
dejen de garantizarles la seguridad necesaria y todos aquellos
requisitos que les permitan seguir viviendo en los países de los que
son plenamente ciudadanos y contribuir a su construcción.
A
lo largo de estos años, Siria, y en general todo Oriente Medio, han
sido desafortunadamente escenario de choque de múltiples intereses
opuestos. Además de los de carácter preeminentemente político y
militar, tampoco se debe descuidar el intento de crear enemistad
entre musulmanes y cristianos. Aunque «en el transcurso de los
siglos surgieron no pocas desavenencias y enemistades entre
cristianos y musulmanes»,[7] en
diferentes partes de Oriente Medio han podido vivir en paz durante
mucho tiempo. Dentro de poco tendré la oportunidad de ir a dos
países de mayoría musulmana, Marruecos y los Emiratos Árabes
Unidos. Serán dos importantes ocasiones para acrecentar aún más el
diálogo interreligioso y el entendimiento mutuo entre los fieles de
ambas religiones, en el octavo centenario del histórico encuentro
entre san Francisco de Asís y el sultán al-Malik al-Kāmil.
Entre
los débiles de nuestro tiempo que la comunidad internacional está
llamada a defender están también los migrantes y los refugiados.
Una vez más, deseo llamar la atención de los gobiernos para que se
ayude a quienes han emigrado a causa del flagelo de la pobreza, de
todo tipo de violencia y persecución, así como de los desastres
naturales y el cambio climático, y para que se tomen las medidas que
permitan su integración social en los países de acogida. Es
necesario asegurar que las personas no se vean obligadas a dejar sus
familias y naciones, o que puedan regresar de manera segura, siendo
respetada su dignidad y derechos humanos. Todo ser humano anhela una
vida mejor y más feliz, y no se puede resolver el desafío de la
migración con la lógica de la violencia y del descarte, ni con
soluciones parciales.
No
puedo dejar de agradecer los esfuerzos de muchos gobiernos e
instituciones que, impulsados por un espíritu generoso de
solidaridad y caridad cristiana, colaboran fraternamente en favor de
los migrantes. Entre estos, me gustaría mencionar a Colombia, que,
junto a otros países del continente, en los últimos meses ha
recibido a un gran número de personas de Venezuela. Al mismo tiempo,
soy consciente de que las olas migratorias de estos años han
causado desconfianza y preocupación entre la población de muchos
países, especialmente en Europa y América del Norte, y esto ha
llevado a varios gobiernos a limitar en gran medida los flujos
entrantes, incluso los de tránsito. Sin embargo, creo que no es
posible dar soluciones parciales a una cuestión tan universal. Las
emergencias recientes han demostrado que se necesita una respuesta
común, coordinada por todos los países, sin prevenciones y
respetando todas las instancias legítimas, tanto de los Estados como
de los migrantes y refugiados.
Teniendo
esto en cuenta, la Santa Sede ha participado activamente en las
negociaciones y en la adopción de los dos Pactos
Mundiales sobre los Refugiados y sobre
una Migración segura, ordenada y regular. En particular,
el Pacto sobre migración representa un importante paso adelante para
la comunidad internacional que, por primera vez a nivel multilateral
y en el ámbito de las Naciones Unidas, aborda el tema en un
documento relevante. A pesar de la naturaleza no vinculante de estos
documentos y la ausencia de varios gobiernos en la reciente
Conferencia de las Naciones Unidas en Marrakech, los dos Pactos serán
importantes puntos de referencia para el compromiso político y para
la acción concreta de organizaciones internacionales, legisladores y
políticos, así como para los que están comprometidos a favor de
una gestión más responsable, coordinada y segura de las diferentes
situaciones que afectan a los refugiados y migrantes. De ambos
Pactos, la Santa Sede aprecia la intención y el carácter que
facilita su puesta en práctica, a pesar de haber expresado sus
reservas sobre los documentos, mencionados en el Pacto relativo a la
Migración, que contienen terminologías y directrices que no
corresponden a sus principios sobre la vida y los derechos de las
personas.
Entre
otros débiles, «tenemos conciencia de hacer nuestra —continuaba
Pablo VI— la voz […] de las generaciones jóvenes de nuestros
días que avanzan confiadas, esperando con justo derecho una
humanidad mejor».[8] La
XV Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos estuvo
dedicada a los jóvenes, que a menudo se sienten perdidos y sin
certezas para el futuro. También serán los protagonistas del viaje
apostólico que haré a Panamá dentro de unos pocos días, con
motivo de la XXXIV Jornada Mundial de la Juventud. Los jóvenes son
el futuro, y la tarea de la política es abrir los caminos del
futuro. Por esto es absolutamente necesario invertir en iniciativas
que permitan a las nuevas generaciones construir su futuro, tener la
oportunidad de encontrar trabajo, formar una familia y criar a sus
hijos.
Además
de los jóvenes, los niños merecen una mención especial,
especialmente en este año en que se celebra el 30 aniversario de la
proclamación de la Convención sobre los Derechos del Niño.
Esta es una oportunidad favorable para reflexionar seriamente sobre
los pasos que se han dado para tutelar el bien de nuestros niños y
su desarrollo social e intelectual, así como su crecimiento físico,
psíquico y espiritual. En esta circunstancia, no puedo callar ante
una de las plagas de nuestro tiempo, que por desgracia ha visto
implicados también a varios miembros del clero. El abuso contra los
menores de edad es uno de los peores y más viles crímenes posibles.
Destruye inexorablemente lo mejor que la vida humana reserva para un
inocente, causando daños irreparables para el resto de su
existencia. La Santa Sede y toda la Iglesia están trabajando para
combatir y prevenir tales crímenes y su ocultamiento, para averiguar
la verdad de los hechos que implican a eclesiásticos y para hacer
justicia a los niños que han sufrido violencia sexual, agravada por
el abuso de poder y de conciencia. La reunión que tendré con los
episcopados de todo el mundo, en el próximo mes de febrero,
pretende cumplir un paso más en el camino de la Iglesia para arrojar
luz sobre los hechos y aliviar las heridas causadas por esos delitos.
Es
difícil ver que, en nuestra sociedad, tan a menudo caracterizada por
contextos familiares frágiles, se manifiestan también
comportamientos violentos contra las mujeres, cuya dignidad fue
puesta de relieve por la Carta apostólica Mulieris
dignitatem, publicada hace treinta años por el santo Pontífice
Juan Pablo II. Ante el flagelo del abuso físico y psicológico
causado a las mujeres, es urgente volver a encontrar formas de
relaciones justas y equilibradas, basadas en el respeto y el
reconocimiento mutuos, en las que cada uno pueda expresar su
identidad de manera auténtica, mientras que la promoción de algunas
formas de indiferenciación corre el riesgo de desnaturalizar el
mismo ser hombre o mujer.
El
cuidado de los más débiles nos impulsa a reflexionar sobre otra
plaga de nuestro tiempo, es decir, las condiciones de los
trabajadores. El trabajo, si no se protege adecuadamente, deja de ser
el medio por el que el hombre se realiza y se convierte en una forma
moderna de esclavitud. Hace cien años nació la Organización
Internacional del Trabajo, que se ha esforzado en promover unas
condiciones de trabajo adecuadas y en fomentar la dignidad de los
propios trabajadores. Frente a los desafíos de nuestro tiempo, ante
todo el creciente desarrollo tecnológico que hace disminuir los
puestos de trabajo y la pérdida de garantías económicas y sociales
para los trabajadores, tengo la esperanza de que la Organización
Internacional del Trabajo, más allá de intereses particulares,
seguirá siendo un ejemplo de diálogo y concertación para lograr
sus altos objetivos. En esta misión, ella está llamada también a
hacer frente, junto con otras instancias de la comunidad
internacional, a la plaga del trabajo infantil y a las nuevas formas
de esclavitud, así como a la disminución progresiva del valor de
los salarios, especialmente en los países desarrollados, y a la
discriminación persistente de las mujeres en el ámbito laboral.
Ser
puentes entre los pueblos y constructores de paz
En
su intervención en las Naciones Unidas, san Pablo VI indicó
claramente el objetivo principal de esa Organización internacional.
«Vosotros —dijo— existís y trabajáis para unir a las naciones,
para asociar a los Estados; […] para reunir los unos con los otros.
[…] Constituís un puente entre pueblos. […] Basta recordar que
la sangre de millones de hombres, que sufrimientos inauditos e
innumerables, que masacres inútiles y ruinas espantosas sancionan el
pacto que os une en un juramento que debe cambiar la historia futura
del mundo. ¡Nunca jamás guerra! ¡Nunca jamás guerra! Es la paz,
la paz, la que debe guiar el destino de los pueblos y de toda la
humanidad. […] La paz, como sabéis, no se construye solamente
mediante la política y el equilibrio de las fuerzas y de los
intereses. Se construye con el espíritu, las ideas, las obras de la
paz».[9]
Durante
el año pasado hubo algunas significativas señales de paz,
comenzando por el histórico acuerdo entre Etiopía y Eritrea, que
pone fin a veinte años de conflicto y restablece las relaciones
diplomáticas entre los dos países. El acuerdo firmado por los
líderes de Sudán del Sur, que permite la reanudación de la
convivencia civil y la reactivación del funcionamiento de las
instituciones nacionales, es también un signo de esperanza para el
continente africano, donde, sin embargo, siguen existiendo graves
tensiones y una pobreza generalizada. Sigo con especial atención la
evolución de la situación en la República Democrática del Congo,
y espero que el país pueda encontrar la reconciliación que tanto
desea y emprender un camino decisivo hacia el desarrollo, poniendo
fin al persistente estado de inseguridad que afecta a millones de
personas, entre los que se encuentran muchos niños. Para ello, el
respeto del resultado electoral es factor determinante para una paz
sostenible. Del mismo modo, manifiesto mi cercanía con aquellos que
sufren debido a la violencia fundamentalista, especialmente en Mali,
Níger y Nigeria, o a causa de las persistentes tensiones internas en
Camerún, que con frecuencia siembran la muerte entre la población
civil.
En
general, también debe señalarse que África, más allá de los
diferentes sucesos dramáticos, muestra un gran y positivo dinamismo,
arraigado en su cultura antigua y su tradicional hospitalidad. Un
ejemplo de solidaridad efectiva entre las naciones es la apertura de
fronteras en diferentes países para acoger generosamente a los
refugiados y personas desplazadas. Hay que apreciar en muchos Estados
el aumento de la coexistencia pacífica entre creyentes de diferentes
religiones y la animación de iniciativas solidarias conjuntas.
Además, la implementación de políticas inclusivas y el progreso de
los procesos democráticos están dando resultados efectivos en
muchas regiones para combatir la pobreza absoluta y promover la
justicia social. Por lo tanto, el apoyo de la comunidad internacional
es aún más urgente para favorecer el desarrollo de
infraestructuras, la construcción de perspectivas para las
generaciones más jóvenes y la emancipación de las clases más
débiles.
De
la península coreana han llegado signos positivos. La Santa Sede ve
favorablemente los diálogos y espera que puedan abordar incluso los
problemas más complejos con una actitud constructiva que lleve a
soluciones compartidas y duraderas, a fin de garantizar un futuro de
desarrollo y cooperación para todo el pueblo coreano y para toda la
región.
Lo
mismo deseo para la amada Venezuela, que se encuentren vías
institucionales y pacíficas para solucionar la crisis política,
social y económica, vías que consientan asistir sobre todo a los
que son probados por las tensiones de estos años y ofrecer a todo el
pueblo venezolano un horizonte de esperanza y de paz.
La
Santa Sede también espera que se reanude el diálogo entre israelíes
y palestinos, para que finalmente se llegue a un acuerdo que responda
a las aspiraciones legítimas de ambos pueblos, asegurando la
convivencia entre los dos estados y el logro de una paz tan esperada
y deseada. El compromiso unánime de la comunidad internacional es
más valioso y necesario que nunca para lograr este objetivo, así
como para promover la paz en toda la región, particularmente en
Yemen e Irak, y al mismo tiempo para permitir la ayuda humanitaria a
las poblaciones necesitadas.
Repensando
en nuestro destino común
Finalmente,
quisiera recordar un cuarto aspecto de la diplomacia multilateral,
que nos invita a repensar nuestro destino común. Pablo VI lo expresó
en estos términos: «Debemos habituarnos a pensar […] en una forma
nueva la vida en común de los hombres; en una forma nueva los
caminos de la historia y los destinos del mundo. […] Ha llegado la
hora en que se impone […] volver a pensar en nuestro común origen,
en nuestra historia, en nuestro destino común. Nunca como hoy, en
una época que se caracteriza por tal progreso humano, ha sido tan
necesario el recurso a la conciencia moral del hombre. Porque el
peligro no viene ni del progreso ni de la ciencia. […] El verdadero
peligro está en el hombre, que dispone de instrumentos cada vez más
poderosos, capaces de llevar tanto a la ruina como a las más altas
conquistas».[10]
En
el contexto de aquella época, el Papa se refirió esencialmente a la
proliferación de armas nucleares. «Las armas —decía—, sobre
todo las terribles armas que os ha dado la ciencia moderna, antes aún
de causar víctimas y ruinas, engendran malos sueños, alimentan
malos sentimientos, crean pesadillas, desconfianza, tristes
resoluciones, exigen gastos enormes, paralizan proyectos de
solidaridad y de trabajo útil, alteran la psicología de los
pueblos».[11]
Por
desgracia, es triste constatar cómo el mercado de armas no solo no
se detiene, sino que hay una tendencia cada vez más generalizada a
armarse, tanto por parte de personas individuales como de los
estados. Causa preocupación especialmente que el desarme nuclear,
tan deseado y perseguido en parte en las décadas pasadas, esté
ahora dando paso a armas nuevas, cada vez más sofisticadas y
destructivas. Quiero aquí reiterar que «no podemos no sentir un
vivo sentido de inquietud si consideramos las catastróficas
consecuencias humanitarias y ambientales que se derivan de cualquier
uso de las armas nucleares. Por tanto, también considerando el
riesgo de una detonación accidental de tales armas por un error de
cualquier tipo, se debe condenar con firmeza la amenazada de su uso –
–y diría la inmoralidad de su uso– así como su posesión,
precisamente porque su existencia es funcional a una lógica del
miedo que no tiene que ver solo con las partes en conflicto, sino con
todo el género humano. Las relaciones internacionales no pueden ser
dominadas por las fuerzas militares, por las intimidaciones
recíprocas, por la ostentación de los arsenales bélicos. Las armas
de destrucción masiva, en particular las atómicas, no generan otra
cosa que un engañoso sentido de seguridad y no poder constituir la
base de la pacífica convivencia entre los miembros de la familia
humana, que debe sin embargo inspirarse por una ética de
solidaridad».[12]
Repensar
nuestro destino común en el contexto actual significa repensar
además la relación con nuestro planeta. También en este año, las
poblaciones de varias regiones del continente americano y el sudeste
asiático han sufrido duramente indescriptibles dificultades y
sufrimientos, causados por aluviones, inundaciones, incendios,
terremotos y sequías. Por lo tanto, las cuestiones ambientales y el
cambio climático son algunos de los temas en los que se hace
particularmente urgente encontrar un acuerdo por parte de la
comunidad internacional. En este sentido, y a la luz del consenso
alcanzado en la reciente Conferencia internacional sobre el clima
(COP-24) celebrada en Katowice, espero un compromiso más decisivo de
los Estados que fortalezca la colaboración para hacer frente con
urgencia al fenómeno preocupante del calentamiento global. La Tierra
pertenece a todos y las consecuencias de su explotación recaen sobre
la población mundial, y de manera más dramática en algunas
regiones. Entre ellas se encuentra la Amazonia, que será la
protagonista de la próxima Asamblea Especial del Sínodo de los
Obispos en el Vaticano el próximo mes de octubre, y que, aun cuando
se ocupará principalmente de los caminos de la evangelización para
el Pueblo de Dios, no dejará de abordar los problemas ambientales en
estrecha relación con sus consecuencias sociales.
Excelencias,
señoras y señores:
El
9 de noviembre de 1989 cayó el muro de Berlín. Pocos meses después
se puso fin al último legado del segundo conflicto mundial: la
división lacerante de Europa decidida en Yalta y la guerra fría.
Los países al este del muro de Berlín recuperaron su libertad tras
décadas de opresión y muchos de ellos comenzaron a recorrer el
camino que los llevaría a su adhesión a la Unión Europea. Que, en
el contexto actual, donde prevalecen nuevos movimientos centrífugos
y la tentación de construir nuevos muros, no se pierda en Europa la
conciencia de los beneficios —el primero el de la paz— que ha
traído el camino de amistad y acercamiento entre los pueblos
emprendido después de la Segunda Guerra Mundial.
Me
gustaría mencionar hoy un último aniversario. El 11 de febrero,
hace noventa años, nacía el Estado de la Ciudad del Vaticano, tras
la firma de los Pactos de Letrán entre la Santa Sede e Italia. Así
terminó el largo período de la “cuestión romana” que siguió a
la toma de Roma y el fin del Estado Pontificio. Con el Tratado
lateranense, la Santa Sede pasaba a disponer de «aquella cantidad de
territorio material que es indispensable para el ejercicio de un
poder espiritual confiado a los hombres en beneficio de los
hombres»,[13] como afirmó
Pío XI, y con el Concordato la Iglesia podía de nuevo seguir
contribuyendo plenamente al crecimiento espiritual y material de Roma
y de toda Italia, una tierra rica de historia, arte y cultura, que el
cristianismo ha ayudado a forjar. En esta ocasión, le aseguro al
pueblo italiano una oración especial para que, en fidelidad a sus
tradiciones, mantenga vivo el espíritu de solidaridad fraterna que
lo ha distinguido siempre.
A
todos ustedes, estimados embajadores y distinguidos invitados aquí
reunidos, así como a sus países, les expreso mi cordial deseo de
que el nuevo año nos permita fortalecer los lazos de amistad que nos
unen y trabajar por la construcción de la paz a la que aspira el
mundo.
Gracias.
12.01.19
Ángelus: El Papa nos invita a renovar las promesas de nuestro bautismo
Palabras
del Papa antes del Ángelus
(13
enero 2019).- Concluida en la Capilla Sixtina la celebración de la
Santa Misa en la fiesta del Bautismo del Señor con el rito del
bautismo de los niños, a las 12 h el Santo Padre Francisco se ha
asomado a la ventana de su estudio del Palacio Apostólico Vaticano
para recitar el Ángelus con los fieles y peregrinos en la Plaza San
Pedro.
Palabras
del Papa antes del Ángelus
Queridos
hermanos y hermanas,¡ buenos días!
Hoy,
al final del tiempo litúrgico de Navidad, celebramos la fiesta del
Bautismo del Señor. La liturgia nos invita a conocer mejor a Jesús,
de quien recientemente celebramos el nacimiento; y por esta razón,
el Evangelio (cf. Lc 3, 15-16.21-22) ilustra dos elementos
importantes: la relación de Jesús con la gente y la relación de
Jesús con el Padre. En la narración del bautismo, otorgada por Juan
el Bautista a Jesús en las aguas del Jordán, primero vemos el papel
del pueblo. Jesús esta en medio del pueblo. Esto no es solo un fondo
de la escena, sino que es un componente esencial del evento. Antes de
sumergirse en el agua, Jesús “se sumerge” en la multitud, se une
a ella y asume plenamente la condición humana, compartiendo todo
excepto el pecado.
En
su santidad divina, llena de gracia y misericordia, el Hijo de Dios
se hizo carne para tomar sobre sí mismo y quitar el pecado del
mundo. Tomar nuestras miserias,tomar nuestra condición humana.Por lo
tanto, hoy también es una epifanía, porque al ser bautizado por
Juan, entre la gente penitente de su pueblo, Jesús manifiesta la
lógica y el significado de su misión. Al unirse al pueblo que le
pide a Juan el bautista la conversión, Jesús también comparte el
profundo deseo de renovación interior. Y el Espíritu Santo que
desciende sobre Él “en forma corporal, como una paloma” (v.22)
es la señal de que con Jesús comienza un mundo nuevo, una”Nueva
creación” que incluye a todos aquellos que acogen a Jesús en sus
vidas. También a cada uno de nosotros, que hemos renacido con Jesús
en el Bautismo, se dirigen las palabras del Padre: “Tú eres mi
Hijo amado: En ti he puesto mi complacencia” (v. 22). Este amor del
Padre, que recibimos el día de nuestro bautismo, es una llama que ha
sido encendida en nuestros corazones, y requiere que sea alimentada
mediante la oración y la caridad. El primer elemento era Jesús
en medio del pueblo
El
segundo elemento enfatizado por el evangelista Lucas es que después
de la inmersión en el pueblo y en las aguas del Jordán, Jesús se
“sumerge” a sí mismo en la oración, es decir, en comunión con
el Padre. El bautismo es el comienzo de la vida pública de Jesús,
de su misión en el mundo como enviado del Padre para manifestar su
bondad y su amor por los hombres. Esta misión se realiza en una
unión constante y perfecta con el Padre y el Espíritu Santo.
Incluso la misión de la Iglesia y la de cada uno de nosotros, para
ser fieles y fructíferos, está llamada a “injertarse” en la de
Jesús. Se trata de regenerar continuamente en la oración, la
evangelización y el apostolado, para dar un claro testimonio
cristiano, no según nuestros proyectos humanos, sino de acuerdo con
el plan y el estilo de Dios.
Queridos
hermanos y hermanas, la fiesta del Bautismo del Señor es una ocasión
propicia para renovar con gratitud y convicción las promesas de
nuestro Bautismo, comprometiéndonos a vivir diariamente en
coherencia. con ello. También es muy importante como ya les he dicho
varias veces conocer la fecha de nuestro bautismo. Yo les podría
preguntar, quién de ustedes conocen la fecha de su bautismo y no
todos estoy seguro lo conoce. Si alguno de ustedes no lo conocen,
regresando a casa pregunten a sus padres, a sus abuelos, a sus tíos,
a sus padrinos, a los amigos de la familia, pregunten en que fecha he
sido bautizado, en que fecha he sido bautizada y no lo olviden que
sea una fecha que lleven en el corazón para festejar cada año.
Jesús, que nos ha salvado no por nuestros méritos sino para llevar
a cabo la inmensa bondad del Padre, nos hace misericordiosos. Que la
Virgen María, Madre de la Misericordia, sea nuestra guía y nuestra
modelo.
Palabras
del Papa después del Ángelus
Queridos
hermanos y hermanas,
Les
extiendo a todos, queridos romanos y peregrinos, mi más cordial
saludo.
Saludo
a los profesores y alumnos de Los Santos de Maimona y Talavera la
Real, España; los grupos parroquiales de Polonia, y también
los miembros del Camino Neocatecumenal polaco, ¡deben haber venido
para celebrar el cumpleaños de Kiko! ; así como a los
fieles de Loreto y Vallemare, en la provincia de Rieti.
Esta
mañana, de acuerdo con la costumbre de esta festividad, tuve la
alegría de bautizar a un hermoso grupo de recién nacidos. Oremos
por ellos y por sus familias. Y en esta ocasión, renuevo a
todos la invitación a mantener vivo y actual el recuerdo de su
Bautismo. Estas las raíces de nuestra vida en Dios; Las
raíces de nuestra vida eterna, que Jesucristo nos dio a través de
su Encarnación, su Pasión, su Muerte y Resurrección. En el
bautismo, hay están las raíces! Y nunca olvidemos la fecha de
nuestro bautismo.
Mañana
se concluirá el tiempo de Navidad, reanudaremos en la liturgia el
camino del Tiempo Ordinario. Como Jesús después de su
bautismo, dejémonos guiar por el Espíritu Santo en todo lo que
hagamos. Pero para eso hay que invocarlo! Aprendamos a
invocar al Espíritu Santo con más frecuencia, en nuestros días,
para poder vivir con amor las cosas ordinarias y hacerlas
extraordinarias.
Buen
domingo a todos. No os olvidéis de orar por mí. Buen
apetito y adiós.
14.01.19
Guardia Suiza: El Papa nombra a Martin Kurmann como Mayor
Responsable
de planificar y ejecutar misiones y operaciones
(14
enero 2019).- El Santo Padre ha nombrado a Martin Kurmann como Mayor
de la Guardia Suiza Pontificia, informó la Oficina de Prensa de
la Santa Sede el sábado, 12 de enero de 2019.
Martin
Kurmann nació el 16 de agosto de 1983 en el cantón de Lucerna y es
originario de Wolhusen. Sirvió en la Guardia Suiza desde 2003 hasta
2005 como alabardero, luego fue primero en el Ejército Suizo y
más tarde y luego trabajó en la policía de Luzener, donde se ocupó
de la educación y la capacitación del personal subalterno, señala
la edición alemana de Vatican
News.
Como
comandante, no solo tomará el liderazgo de un escuadrón, sino que
también será responsable de planificar y ejecutar misiones y
operaciones, indica el medio de comunicación vaticano. El coronel
Christoph Graf (57) es el comandante de la tropa fundada en 1506,
mientras que el teniente coronel Philippe Morard (46) tiene el puesto
de comandante adjunto y jefe de estado mayor.
Guardia
Suiza
Al
igual que en cualquier ejército, la Guardia suiza se organiza
internamente en distintos mandos militares. Al ser un ejército muy
pequeño, no hace falta mucha estructura jerárquica.
Además
del comandante –máximo jefe de la Guardia Suiza–, el Teniente
Coronel, y el Capellán, la Guardia se divide en tres Secciones o
grupos, al frente de cada una se encuentra un oficial.
Teniente
con rango de Mayor
El
Teniente con rango de Mayor está al mando del primer grupo. La
principal tarea del Mayor es la del equipamiento de los guardias.
El
Teniente con el grado de Capitán es el oficial que se encuentra
al mando de las órdenes del segundo grupo, donde la mayoría de los
guardias son de habla francesa, y se ocupa de todos los asuntos
administrativos.
Un
último Capitán es el responsable del tercer grupo, cuyos
miembros pertenecen mayoritariamente a la Banda. Además,
realiza otras tareas en el Estado Mayor.
15.01.19
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