14 de des. 2018

PAPA PER NADAL


El Papa llama a “formar una red con la educación” para que las personas “se levanten” y se pongan “en camino”

Discurso del Papa a los promotores del Concierto de Navidad

(14 dic. 2018).- Formar una red con la educación “significa hacer que las personas se levanten, que puedan volver a ponerse en camino con plena dignidad, con la fuerza y ​​el coraje de enfrentar la vida, valorizando sus talentos y su trabajo”, ha invitado el Papa.
Saludo del Papa Francisco
Queridos amigos,
Nos estamos preparando para la celebración de la Navidad. El evento del nacimiento de Jesús, hace dos mil años, tuvo lugar en un contexto cultural preciso. Hoy, la Navidad se celebra en todo el mundo y se manifiesta de acuerdo con las costumbres y tradiciones más diversas, generando representaciones múltiples, a las que también vosotros, los artistas, contribuís con vuestros talentos y vuestra pasión.
La Navidad siempre es nueva, porque nos invita a renacer en la fe, a abrirnos a la esperanza, a reavivar la caridad. Este año, en particular, nos llama a reflexionar sobre la situación de muchos hombres, mujeres y niños de nuestro tiempo, -migrantes, prófugos y refugiados-, en marcha para escapar de las guerras, de las miserias causadas por las injusticias sociales y del cambio climático. Para dejarlo todo, -hogar, parientes, patria- y enfrentar lo desconocido, ¡se debe haber padecido una situación muy grave!
También Jesús venía “de otro lugar”. Moraba en Dios el Padre, con el Espíritu Santo, en una comunión de sabiduría, luz y amor, que quiso traernos con su venida al mundo. Vino a morar entre nosotros, en medio de nuestros límites y nuestros pecados, para darnos el amor de la Santísima Trinidad. Y como hombre nos mostró el “camino” del amor, es decir,  el servicio, hecho con humildad,  hasta dar la vida.
Cuando la violenta ira de Herodes se abatió sobre el territorio de Belén, la Sagrada Familia de Nazaret experimentó la angustia de la persecución y, guiada por Dios, se refugió en Egipto. El pequeño Jesús nos recuerda que la mitad de los refugiados de hoy en el mundo son niños, víctimas inocentes de la injusticia humana.

La Iglesia responde a estos dramas con muchas iniciativas de solidaridad y asistencia, de hospitalidad y acogida. Siempre hay mucho por hacer, hay tanto sufrimiento que aliviar y problemas por resolver. Necesitamos una mayor coordinación, acciones más organizadas, capaces de abrazar a cada persona, grupo y comunidad, de acuerdo con el diseño de la fraternidad que nos une a todos. Por eso es necesario formar una red.
Formar una red con la educación, en primer lugar, para educar a los más pequeños entre los migrantes, es decir, aquellos que, en lugar de sentarse en las sillas de la escuela como tantos de sus coetáneos, pasan los días haciendo largas marchas a pie o en vehículos improvisados y peligrosos. También ellos necesitan formación para poder trabajar el día de mañana y participar como ciudadanos conscientes en el bien común. Y, al mismo tiempo, se trata de educarnos a todos en la acogida y la solidaridad, para evitar que los migrantes y los prófugos encuentren indiferencia o, peor aún, rechazo en su camino.
Formar una red con la educación significa hacer que las personas se levanten, que puedan volver a ponerse en camino con plena dignidad, con la fuerza y ​​el coraje de enfrentar la vida, valorizando sus talentos y su trabajo.
Formar una red con la educación es una solución válida para abrir de par en par las puertas de los campos de refugiados, hacer que los jóvenes migrantes se incorporen en las sociedades nuevas encontrando solidaridad y generosidad y promoviéndolas a su vez.
Agradezco el proyecto de las Misiones Don Bosco en Uganda y el de Scholas Occurrentes en Irak, porque se han hecho eco de este llamamiento a “formar una red con la educación“, cooperando en la transmisión del mensaje de esperanza de la Navidad.
Desde siempre la misión de la Iglesia se ha manifestado a través de la creatividad y el genio de los artistas, porque ellos, con sus obras, consiguen llegar a  los aspectos más íntimos de la conciencia de los hombres y de las mujeres de todas las edades. Por eso, a vosotros los aquí presentes, van mis gracias y mi aliento para que prosigáis con vuestro trabajo, para encnder en cada corazón el calor y la ternura de la Navidad. ¡Gracias y buen concierto!
15.12.18

Ángelus: Invitación a la alegría del Adviento

Palabras del Papa antes del Ángelus

(16 dic. 2018).- En este tercerviento antes del Ángelus, desde la ventana del despacho que da a la Plaza san Pedro y ante unas 25.000 personas, el papa nos invita a preguntarnos que podemos hacer nosotros para participar en la alegría del Adviento.
Palabras del Papa Francisco antes del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En este tercer domingo de Adviento la liturgia nos invita a la alegría. Con estas palabras, el profeta Sofonías se dirige a la pequeña porción del pueblo de Israel: “¡Alégrate, hija de Sión, clama de alegría, Israel, regocíjate y proclama con todo tu corazón, hija de Jerusalén!” (3:14) gritar de alegría, exultar, alegrarse.
Los habitantes de la ciudad santa están llamados a regocijarse porque el Señor ha revocado su condena (véase el versículo 15). Dios ha perdonado, no quiso castigar! En consecuencia, para la gente ya no hay una razón para la tristeza ni de desaliento, sino que todo conduce a una gratitud gozosa a Dios, que siempre quiere redimir y salvar a los que ama. Y el amor del Señor por su pueblo es incesante, comparable a la ternura del padre por los hijos, del novio por la novia, como dice Sofonías: “Se alegra y goza contigo, te renueva con su amor, exulta y se alegra contigo con gritos de alegría “(v. 17).
Como se llama hoy el domingo de la alegría, tercer domingo de adviento antes de Navidad. Este llamado del profeta es especialmente apropiado en el momento en que nos preparamos para la Navidad, porque se aplica a Jesús, Emmanuel, Dios con nosotros: su presencia es la fuente de alegría. De hecho, Sofonías proclama: “El rey de Israel el Señor esta en medio de ti”; y un poco más tarde, repite: “El Señor tu Dios está en medio de ti, valiente y salvador poderoso” (versículos 15.17).
Este mensaje encuentra su pleno significado en el momento de la Anunciación a María, narrado por el evangelista Lucas. Las palabras dirigidas por el ángel Gabriel a la Virgen, son como un eco de las del profeta: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo” (Lc 1, 28). Alégrate le dice a la Virgen en una aldea remota de Galilea, en el corazón de una joven desconocida para el mundo, Dios enciende la chispa de felicidad para todo el mundo. Y hoy, la misma proclamación está dirigida a la Iglesia, llamada a acoger el Evangelio para que se convierta en carne, en una vida concreta y dice a la Iglesia, a todos nosotros: “Alégrate, pequeña comunidad cristiana, pobre y humilde pero hermosa a mis ojos porque deseas ardientemente mi Reino, tienes hambre y sed de justicia, pacientemente teje la paz, no persigas a los poderosos de turno sino mantente fielmente cerca de los pobres.
Y entonces no tendrás miedo de nada, sino que tu corazón está en alegría”. Ante la presencia del Señor, nuestro corazón, está siempre en la alegría. La Paz es la alegría más pequeña. Hoy, también, san Pablo nos exhorta a no preocuparnos por nada, pero en todas las circunstancias a hacer presente a Dios nuestras peticiones, nuestras necesidades, nuestras preocupaciones “con oraciones y peticiones” (Fil 4,6). Con la conciencia de que en las dificultades siempre podemos recurrir al Señor y que Él nunca rechaza nuestras invocaciones, es una gran razón para la alegría.
Ninguna preocupación, ningún temor podrá quitarnos jamás la serenidad que proviene no de cosas humanas, de consuelos humanos, no, no, la serenidad que viene de Dios de saber que Dios guía amorosamente nuestra vida siempre, también en medio de los problemas y sufrimientos, esta certeza nutre la esperanza y el coraje. Pero para recibir la invitación del Señor a la alegría, necesitamos ser personas dispuestas a cuestionarnos a nosotros mismos. Pero, ¿Qué significa esto? Al igual que aquellos que, después de haber escuchado la predicación de Juan el Bautista, pregúntale: Tu predicas así pero nosotros “¿Qué debemos hacer?” “¿Qué debo hacer?”(Lc 3, 10). Esta pregunta es el primer paso en la conversión que estamos invitados a tomar en este tiempo de Adviento. Cada uno de nosotros se pregunte: ¿Qué puedo hacer?, algo pequeño. ¿Qué puedo hacer, que debo hacer? Que la Virgen María nos ayude a abrir nuestros corazones al Dios que viene, para que El inunde toda nuestra vida con alegría.
Palabras del Papa Francisco después del Angelus

Queridos hermanos y hermanas,
El Pacto Mundial para la Migración Segura, Regular y Ordinaria fue aprobado la semana pasada en Marrakech, Marruecos, el pacto mundial para una migración segura, ordenada y regular, que pretende ser un marco de referencia para la comunidad internacional. Espero que, gracias a este instrumento, ella pueda trabajar con responsabilidad, solidaridad y compasión hacia quienes, por diversas razones, han abandonado su país y confío esta intención a sus oraciones.
Os saludo a todos, familias, grupos parroquiales y asociaciones de Roma, Italia y el mundo entero. Saludo en particular a los peregrinos de Sevilla, Hamburgo, Múnich y Chapelle en Bélgica. Saludo a los fieles de Pescara, Potenza, Bucchianico, Fabriano y Blera; a los laicos misioneros combonianos; y a los scouts de jesolo y ca ‘savio.
Y ahora, les hablo especialmente a ustedes, queridos niños de Roma, que vinieron por la bendición de las estatuillas del “Niño Jesús”, acompañados por el obispo auxiliar Monseñor Ruzza. Agradezco al Centro del Patronato Romano y a los voluntarios. Queridos niños, cuando, en casa, se reúnan para orar frente al pesebre, fijando sus ojos en el Niño Jesús, sentirán estupor  y ustedes me preguntarán, ¿Qué es el estupor? un sentimiento, es más que una emoción, es ver a Dios con el corazón. Estupor por el gran gran misterio de Dios hecho hombre. Y el Espíritu Santo pondrá en tu corazón la humildad, la ternura y la bondad de Jesús, Jesús es bueno, Jesús es tierno, Jesús es humilde: ¡esta es la verdadera Navidad! no se olviden. Que sea así para ustedes y para los miembros de su familia.
Bendigo a todas las estatuillas del Niño Jesús y a todos ustedes les deseo un buen domingo y una buena tercera semana de Adviento con tanta alegría tanta paz. Por favor, no os olvides orar por mí. Buen almuerzo y adiós.
17.12.18




¡Feliz 82 cumpleaños, Papa Francisco!”



(17 dic. 2018).- Felicitaciones de todos los rincones del mundo llegan al Papa Francisco en su 82 cumpleaños, este lunes, 17 de diciembre de 2018: Un “feliz aniversario” que resuenan en todos los idiomas.
En este día tan especial para el Santo Padre, disfrutará de un pastel de cumpleaños de mango, hecho por la heladería Hedera, a pocos metros del Vaticano en la calle Borgo Pio, quienes tradicionalmente elaboran el pastel de cumpleaños del Pontífice.
Ya el año pasado, en el 81º aniversario de su nacimiento, el Papa argentino lo festejó tomando un pastel de Hedera, y celebró comiendo pizza con niños del Dispensario de Pediatría de Santa Marta, el mismo grupo que estuvo presente ayer, domingo 16 de diciembre de 2018, en el Aula Pablo VI del Vaticano ayer, antes de rezar el Angelus.
Los medios de comunicación del Vaticano emiten un video que alterna imágenes del Papa, desde su juventud hasta hoy, y algunos testimonios expresados por los empleados del Vaticano, en francés, inglés, español, portugués, alemán, árabe, chino…
Los institutos del Vaticano, como la Biblioteca Vaticano, extienden sus deseos a través de las redes sociales. Varias embajadas ante la Santa Sede también le desearon al Pontífice un feliz cumpleaños en Twitter.
El presidente de la República Italiana, Sergio Mattarella, envió un mensaje al Papa dándole la bienvenida a su invitación a “enfrentar con coraje y justicia, los desafíos de hoy, llamando al diálogo y la comprensión para curar las heridas sociales y llevar a las personas a la reconciliación”.
Hijo de emigrantes piamonteses
Tal día como hoy, hace 82 años, nació Jorge Mario Bergoglio en Buenos Aires, Argentina. Hijo de emigrantes piamonteses, cuando era niño “decía que de grande le gustaría ser carnicero”, recoge Vatican News en español. Lo recuerda respondiendo a la pregunta de un niño el 31 de diciembre de 2015.
También le apasiona el canto, nacido de la costumbre de escuchar cada semana en la radio, con sus hermanos y su madre, una emisión de música lírica. Su padre le enseñó, desde muy joven, la importancia del trabajo. Trabajó en varias profesiones y se graduó como técnico químico.
Su abuela Rosa
Fue su abuela Rosa Margherita Vassallo, quien le ayudó a forjar más profundamente la fe. En 1958 entró en el seminario y decide hacer el noviciado entre los Padres Jesuitas.
Durante ese período, la enfermera Cornelia Caraglio, salvó su vida al convencer a un médico para que le administrara la dosis correcta de antibiótico para tratar la neumonía. El Papa agradece a esta “buena mujer, lo suficientemente valiente como para discutir con los médicos”, así lo narró a una delegación de enfermeras el pasado 3 de marzo, en expresión de su agradecimiento.
Ordenación sacerdotal
El día que recibió la Ordenación sacerdotal, en 1969, recibió una carta de su abuela Rosa, dirigida a todos sus nietos, que el joven Jorge Mario guarda en su breviario: “Que tengan una vida larga y feliz. Pero si algún día el dolor, la enfermedad o la pérdida de un ser querido les llenan de tristeza, recuerden que un suspiro frente al Tabernáculo, donde está el mayor y más augusto mártir, y una mirada a María, que está al pie de la cruz, puede dejar caer una gota de bálsamo sobre las heridas más profundas y dolorosas”.
18.12.18



Mensaje del Papa Francisco para la 52 Jornada Mundial de la Paz

La buena política está al servicio de la paz”


(18 dic. 2018). El Mensaje del Santo Padre para la 52 Jornada Mundial de la Paz, con el lema La buena política está al servicio de la paz, se ha presentado esta mañana en la Oficina de Prensa Santa Sede.
La buena política está al servicio de la paz
  1. Paz a esta casa”
Jesús, al enviar a sus discípulos en misión, les dijo: «Cuando entréis en una casa, decid primero: “Paz a esta casa”. Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros» (Lc 10,5-6).
Dar la paz está en el centro de la misión de los discípulos de Cristo. Y este ofrecimiento está dirigido a todos los hombres y mujeres que esperan la paz en medio de las tragedias y la violencia de la historia humana.[1] La “casa” mencionada por Jesús es cada familia, cada comunidad, cada país, cada continente, con sus características propias y con su historia; es sobre todo cada persona, sin distinción ni discriminación. También es nuestra “casa común”: el planeta en el que Dios nos ha colocado para vivir y al que estamos llamados a cuidar con interés.
Por tanto, este es también mi deseo al comienzo del nuevo año: “Paz a esta casa”.
2. El desafío de una buena política
La paz es como la esperanza de la que habla el poeta Charles Péguy; [2] es como una flor frágil que trata de florecer entre las piedras de la violencia. Sabemos bien que la búsqueda de poder a cualquier precio lleva al abuso y a la injusticia. La política es un vehículo fundamental para edificar la ciudadanía y la actividad del hombre, pero cuando aquellos que se dedican a ella no la viven como un servicio a la comunidad humana, puede convertirse en un instrumento de opresión, marginación e incluso de destrucción.
Dice Jesús: «Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos» (Mc 9,35). Como subrayaba el Papa san Pablo VI: «Tomar en serio la política en sus diversos niveles ―local, regional, nacional y mundial― es afirmar el deber de cada persona, de toda persona, de conocer cuál es el contenido y el valor de la opción que se le presenta y según la cual se busca realizar colectivamente el bien de la ciudad, de la nación, de la humanidad».[3]
En efecto, la función y la responsabilidad política constituyen un desafío permanente para todos los que reciben el mandato de servir a su país, de proteger a cuantos viven en él y de trabajar a fin de crear las condiciones para un futuro digno y justo. La política, si se lleva a cabo en el respeto fundamental de la vida, la libertad y la dignidad de las personas, puede convertirse verdaderamente en una forma eminente de la caridad.
  3 Caridad y virtudes humanas para una política al servicio de los derechos humanos y de la paz
El Papa Benedicto XVI recordaba que «todo cristiano está llamado a esta caridad, según su vocación y sus posibilidades de incidir en la pólis. […] El compromiso por el bien común, cuando está inspirado por la caridad, tiene una valencia superior al compromiso meramente secular y político. […] La acción del hombre sobre la tierra, cuando está inspirada y sustentada por la caridad, contribuye a la edificación de esa ciudad de Dios universal hacia la cual avanza la historia de la familia humana».[4] Es un programa con el que pueden estar de acuerdo todos los políticos, de cualquier procedencia cultural o religiosa que deseen trabajar juntos por el bien de la familia humana, practicando aquellas virtudes humanas que son la base de una buena acción política: la justicia, la equidad, el respeto mutuo, la sinceridad, la honestidad, la fidelidad.
A este respecto, merece la pena recordar las “bienaventuranzas del político”, propuestas por el cardenal vietnamita François-Xavier Nguyễn Vãn Thuận, fallecido en el año 2002, y que fue un fiel testigo del Evangelio:
Bienaventurado el político que tiene una alta consideración y una profunda conciencia de su papel.
Bienaventurado el político cuya persona refleja credibilidad.
Bienaventurado el político que está comprometido en llevar a cabo un cambio radical.
Bienaventurado el político que sabe escuchar.
Bienaventurado el político que no tiene miedo.[5]
 Bienaventurado el político que trabaja por el bien común y no por su propio interés.
Bienaventurado el político que permanece fielmente coherente.
Bienaventurado el político que realiza la unidad.
Cada renovación de las funciones electivas, cada cita electoral, cada etapa de la vida pública es una oportunidad para volver a la fuente y a los puntos de referencia que inspiran la justicia y el derecho. Estamos convencidos de que la buena política está al servicio de la paz; respeta y promueve los derechos humanos fundamentales, que son igualmente deberes recíprocos, de modo que se cree entre las generaciones presentes y futuras un vínculo de confianza y gratitud.
4.         Los vicios de la política
En la política, desgraciadamente, junto a las virtudes no faltan los vicios, debidos tanto a la ineptitud personal como a distorsiones en el ambiente y en las instituciones. Es evidente para todos que los vicios de la vida política restan credibilidad a los sistemas en los que ella se ejercita, así como a la autoridad, a las decisiones y a las acciones de las personas que se dedican a ella. Estos vicios, que socavan el ideal de una democracia auténtica, son la vergüenza de la vida pública y ponen en peligro la paz social: la corrupción —en sus múltiples formas de apropiación indebida de bienes públicos o de aprovechamiento de las personas—, la negación del derecho, el incumplimiento de las normas comunitarias, el enriquecimiento ilegal, la justificación del poder mediante la fuerza o con el pretexto arbitrario de la “razón de Estado”, la tendencia a perpetuarse en el poder, la xenofobia y el racismo, el rechazo al cuidado de la Tierra, la explotación ilimitada de los recursos naturales por un beneficio inmediato, el desprecio de los que se han visto obligados a ir al exilio.
5.         La buena política promueve la participación de los jóvenes y la confianza en el otro
Cuando el ejercicio del poder político apunta únicamente a proteger los intereses de ciertos individuos privilegiados, el futuro está en peligro y los jóvenes pueden sentirse tentados por la desconfianza, porque se ven condenados a quedar al margen de la sociedad, sin la posibilidad de participar en un proyecto para el futuro.  En cambio, cuando la política se traduce, concretamente, en un estímulo de los jóvenes talentos y de las vocaciones que quieren realizarse, la paz se propaga en las conciencias y sobre los rostros. Se llega a una confianza dinámica, que significa “yo confío en ti y creo contigo” en la posibilidad de trabajar juntos por el bien común. La política favorece la paz si se realiza, por lo tanto, reconociendo los carismas y las capacidades de cada persona. «¿Hay acaso algo más bello que una mano tendida? Esta ha sido querida por Dios para dar y recibir. Dios no la ha querido para que mate (cf. Gn 4,1ss) o haga sufrir, sino para que cuide y ayude a vivir. Junto con el corazón y la mente, también la mano puede hacerse un instrumento de diálogo».[6]
Cada uno puede aportar su propia piedra para la construcción de la casa común. La auténtica vida política, fundada en el derecho y en un diálogo leal entre los protagonistas, se renueva con la convicción de que cada mujer, cada hombre y cada generación encierran en sí mismos una promesa que puede liberar nuevas energías relacionales, intelectuales, culturales y espirituales. Una confianza de ese tipo nunca es fácil de realizar porque las relaciones humanas son complejas. En particular, vivimos en estos tiempos en un clima de desconfianza que echa sus raíces en el miedo al otro o al extraño, en la ansiedad de perder beneficios personales y, lamentablemente, se manifiesta también a nivel político, a través de actitudes de clausura o nacionalismos que ponen en cuestión la fraternidad que tanto necesita nuestro mundo globalizado. Hoy más que nunca, nuestras sociedades necesitan artesanos de la paz” que puedan ser auténticos mensajeros y testigos de Dios Padre que quiere el bien y la felicidad de la familia humana.
6.         No a la guerra ni a la estrategia del miedo
Cien años después del fin de la Primera Guerra Mundial, y con el recuerdo de los jóvenes caídos durante aquellos combates y las poblaciones civiles devastadas, conocemos mejor que nunca la terrible enseñanza de las guerras fratricidas, es decir que la paz jamás puede reducirse al simple equilibrio de la fuerza y el miedo. Mantener al otro bajo amenaza significa reducirlo al estado de objeto y negarle la dignidad. Es la razón por la que reafirmamos que el incremento de la intimidación, así como la proliferación incontrolada de las armas son contrarios a la moral y a la búsqueda de una verdadera concordia. El terror ejercido sobre las personas más vulnerables contribuye al exilio de poblaciones enteras en busca de una tierra de paz. No son aceptables los discursos políticos que tienden a culpabilizar a los migrantes de todos los males y a privar a los pobres de la esperanza. En cambio, cabe subrayar que la paz se basa en el respeto de cada persona, independientemente de su historia, en el respeto del derecho y del bien común, de la creación que nos ha sido confiada y de la riqueza moral transmitida por las generaciones pasadas.
Asimismo, nuestro pensamiento se dirige de modo particular a los niños que viven en las zonas de conflicto, y a todos los que se esfuerzan para que sus vidas y sus derechos sean protegidos. En el mundo, uno de cada seis niños sufre a causa de la violencia de la guerra y de sus consecuencias, e incluso es reclutado para convertirse en soldado o rehén de grupos armados. El testimonio de cuantos se comprometen en la defensa de la dignidad y el respeto de los niños es sumamente precioso para el futuro de la humanidad.
7.         Un gran proyecto de paz
Celebramos en estos días los setenta años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que fue adoptada después del segundo conflicto mundial. Recordamos a este respecto la observación del Papa san Juan XXIII: «Cuando en un hombre surge la conciencia de los propios derechos, es necesario que aflore también la de las propias obligaciones; de forma que aquel que posee determinados derechos tiene asimismo, como expresión de su dignidad, la obligación de exigirlos, mientras los demás tienen el deber de reconocerlos y respetarlos».[7]
La paz, en efecto, es fruto de un gran proyecto político que se funda en la responsabilidad recíproca y la interdependencia de los seres humanos, pero es también un desafío que exige ser acogido día tras día. La paz es una conversión del corazón y del alma, y es fácil reconocer tres dimensiones inseparables de esta paz interior y comunitaria:
 La paz con nosotros mismos, rechazando la intransigencia, la ira, la impaciencia y ―como aconsejaba san Francisco de Sales― teniendo “un poco de dulzura consigo mismo”, para ofrecer “un poco de dulzura a los demás”;
La paz con el otro: el familiar, el amigo, el extranjero, el pobre, el que sufre…; atreviéndose al encuentro y escuchando el mensaje que lleva consigo;
La paz con la creación, redescubriendo la grandeza del don de Dios y la parte de responsabilidad que corresponde a cada uno de nosotros, como habitantes del mundo, ciudadanos y artífices del futuro.
La política de la paz ―que conoce bien y se hace cargo de las fragilidades humanas― puede recurrir siempre al espíritu del Magníficat que María, Madre de Cristo salvador y Reina de la paz, canta en nombre de todos los hombres: «Su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes; […] acordándose de la misericordia como lo había prometido a nuestros padres en favor de Abrahán y su descendencia por siempre» (Lc 1,50-55).
Vaticano, 8 de diciembre de 2018
FRANCISCO
19.12.18


Que María y José nos enseñen a acoger un regalo tan grande: Emmanuel, Dios con nosotros”

Saludos del Papa a ancianos, enfermos, jóvenes y esposos

(19 dic. 2018).- “Confiémonos a María y a José, para que nos enseñen a acoger un regalo tan grande: Emmanuel, Dios con nosotros”, es el pensamiento que ha expresado el Pontífice a los jóvenes, los ancianos, los enfermos y los recién casados, en la audiencia general, este miércoles, 19 de diciembre de 2018.
En italiano, el Santo Padre ha señalado que el nacimiento del Señor Jesús “es inminente”. Así, ha pedido que la fiesta que celebraremos de nuevo este año, en la Noche Santa de su Navidad, “despierte en nosotros la ternura de Dios por toda la humanidad, cuando, en Jesús, no desdeñó asumir, sin ninguna reserva, nuestra naturaleza humana”.
El saludo del Papa en Italian ha estado dirigido también a los grupos parroquiales, en particular a los de Collevecchio y Alvito y a los huéspedes de la Caritas de la Diócesis de Albano, acompañados por el obispo, Monseñor Marcello Semeraro.

Saludo a la Asociación Nacional de víctimas civiles de la guerra; al Grupo Scout de Jesolo y Ca ‘Savio; al Equipo Nacional Italiano de Personas Amputadas; a la delegación de la Municipalidad de Bolsena; al Grupo de Deportes Paralímpicos de la Defensa y a las escuelas, en particular las de San Benedetto del Tronto y Bitonto.

Audiencia general, 19 de diciembre de 2018 – Catequesis del Papa

¿Qué Navidad le gustaría a Dios?


(19 dic. 2018).- “Navidad es preferir la voz silenciosa de Dios al estruendo del consumismo”, ha subrayado el Papa Francisco en la catequesis ofrecida hoy en la audiencia general, este miércoles, 19 de diciembre de 2018.
La audiencia general se ha celebrado a las 9:30 horas en el Aula Pablo VI, donde el Santo Padre Francisco ha encontrado grupos de peregrinos y fieles de Italia y de todo el mundo, que han querido felicitarle su 82 cumpleaños –celebrado el 17 de diciembre– con canciones, regalos y tartas.
Catequesis del Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Dentro de seis días será Navidad. Árboles, decoraciones y luces por todas partes recuerdan que también este año será una fiesta. La máquina publicitaria invita a intercambiar siempre nuevos regalos para sorprenderse. Pero, me pregunto ¿es esta la fiesta que agrada a Dios? ¿Qué Navidad le gustaría, qué regalos y qué sorpresas?

Observemos la primera Navidad de la historia para descubrir los gustos de Dios. Esa primera Navidad de la historia estuvo llena de sorpresas. Comenzamos con María, que era la esposa prometida de José: llega el ángel y cambia su vida. De virgen será madre. Seguimos con José, llamado a ser el padre de un niño sin generarlo. Un hijo que, -golpe de efecto-, llega en el momento menos indicado, es decir, cuando María y José estaban prometidos y, de acuerdo con la Ley, no podían cohabitar. Ante el escándalo, el sentido común de la época invitaba a José a repudiar a María y salvar así su buena reputación, pero él, si bien tuviera derecho, sorprende: para no hacer daño a María piensa despedirla en secreto, a costa de perder su reputación. Luego, otra sorpresa: Dios en un sueño cambia sus planes y le pide que tome a María con él.  Una vez nacido Jesús, cuando tenía sus proyectos para la familia, otra vez en sueños le dicen que se levante y vaya a Egipto. En resumen, la Navidad trae cambios inesperados de  vida. Y si queremos vivir la Navidad, tenemos que abrir el corazón y estar dispuestos a las sorpresas, es decir, a un cambio de vida inesperado.
Pero cuando llega la sorpresa más grande es en Nochebuena: el Altísimo es un niño pequeño. La Palabra divina es un infante, que significa literalmente “incapaz de hablar”. Y la palabra divina se volvió incapaz de hablar. Para recibir al Salvador no están las autoridades de la época, o del lugar, o los embajadores: no, son simples pastores que, sorprendidos por los ángeles mientras trabajaban de noche, acuden sin demora. ¿Quién lo habría esperado? La Navidad es celebrar lo inédito de Dios, o mejor dicho, es celebrar a un Dios inédito, que cambia nuestra lógica y nuestras expectativas. Celebrar la Navidad, es, entonces, dar la bienvenida a las sorpresas del Cielo en la tierra. No se puede vivir “tierra, tierra”, cuando el Cielo trae sus noticias al mundo. La Navidad inaugura una nueva era, donde la vida no se planifica, sino que se da; donde ya no se vive para uno mismo, según los propios gustos, sino para Dios y con Dios, porque desde Navidad Dios es el Dios con nosotros, que vive con nosotros, que camina con nosotros. Vivir la Navidad es dejarse sacudir por su sorprendente novedad. La Navidad de Jesús no ofrece el calor seguro de la chimenea, sino el escalofrío divino que sacude la historia. La Navidad es la revancha de la humildad sobre la arrogancia, de la simplicidad sobre la abundancia, del silencio sobre el alboroto, de la oración sobre “mi tiempo”, de Dios sobre mi “yo”.
Celebrar la Navidad es hacer como Jesús, venido para nosotros, los necesitados, y bajar hacia aquellos que nos necesitan. Es hacer como María: fiarse, dócil a Dios, incluso sin entender lo que Él hará. Celebrar la Navidad es hacer como José: levantarse para realizar lo que Dios quiere, incluso si no está de acuerdo con nuestros planes. San José es sorprendente: nunca habla en el Evangelio: no hay una sola palabra de José en el Evangelio; y el Señor le habla en silencio, le habla precisamente en sueños. Navidad es preferir la voz silenciosa de Dios al estruendo del consumismo. Si sabemos estar en silencio frente al Belén, la Navidad será una sorpresa para nosotros, no algo que ya hayamos visto. Estar en silencio ante el Belén: esta es la invitación para Navidad. Tómate algo de tiempo, ponte delante del Belén y permanece en silencio. Y sentirás, verás la sorpresa. Desgraciadamente, sin embargo, nos podemos equivocar de fiesta, y prefiere las cosas usuales de la tierra a las novedades del Cielo. Si la Navidad es solo una buena fiesta tradicional, donde nosotros y no Él estamos en el centro, será una oportunidad perdida. Por favor, ¡no mundanicemos la Navidad! No dejemos de lado al Festejado, como entonces, cuando “vino entre los suyos, y los suyos no le recibieron” (Jn 1,11). Desde el primer Evangelio de Adviento, el Señor nos ha puesto en guardia, pidiéndonos que no nos cargásemos con “libertinajes” y “preocupaciones de la vida” (Lc 21,34). Durante estos días se corre, tal vez como  nunca durante el año. Pero así se hace lo contrario de lo que Jesús quiere. Culpamos a las muchas cosas que llenan los días, al mundo que va rápido. Y, sin embargo, Jesús no culpó  al mundo, nos pidió que no nos dejásemos arrastrar, que velásemos en todo momento rezando (cfr. v. 36).
He aquí, será Navidad si, como José, daremos espacio al silencio; si, como María, diremos “aquí estoy ” a Dios; si, como Jesús, estaremos cerca de los que están solos, si, como los pastores, dejaremos nuestros recintos para estar con Jesús. Será Navidad, si encontramos la luz en la pobre gruta de Belén. No será Navidad si buscamos el resplandor del mundo, si nos llenamos de regalos, comidas y cenas, pero no ayudamos al menos a un pobre, que se parece a Dios, porque en Navidad Dios vino pobre.
Queridos hermanos y hermanas, ¡os deseo una Feliz Navidad, una Navidad rica en las sorpresas de Jesús! Pueden parecer sorpresas incómodas, pero son los gustos de Dios. Si los hacemos nuestros, nos daremos a nosotros mismos una sorpresa maravillosa. Cada uno de nosotros tiene escondida en el corazón la capacidad de sorprenderse. Dejémonos sorprender por Jesús en esta Navidad.
20.12.18




Santa Marta: La Anunciación es el “momento decisivo de la historia”

Evangelio de Lucas (Lc 1, 26-38)

(20 dic. 2018).- Es el “momento decisivo de la historia, el más revolucionario”: El Santo Padre ha reflexionado en la Eucaristía sobre el misterio de la Anunciación, en el que el “Dios de las sorpresas” cambia el destino del hombre, ha descrito.
La Misa matutina ha sido celebrada por el Papa Francisco este jueves, 20 de diciembre de 2018, en la Capilla de la Casa Santa Marta. Hoy, el Pontífice ha leído el capítulo del Evangelio de Lucas (Lc 1, 26-38), en el que se relata el “sí” de la Virgen María al ángel Gabriel, un pasaje “difícil de predicar”.
Es el momento en que todo cambia, todo, desde la raíz”, ha revelado el Papa Francisco. Litúrgicamente hoy es el día de la raíz. La Antífona que hoy marca el sentido es la raíz de Jesé, “de la que nacerá un brote”. Dios se agacha, Dios entra en la historia y lo hace con su estilo original: una sorpresa. El Dios de las sorpresas nos sorprende una vez más.
El Pontífice ha relatado que “es una situación convulsa, todo cambia, la historia se invierte”. Es aquí donde se nos relata el “momento decisivo de la historia, el más revolucionario”. Por ello, cuando en Navidad o en el día de la Anunciación profesamos la fe para decir este misterio nos arrodillamos.
He aquí la esclava del Señor”
El Pontífice durante su homilía releyó el Evangelio del día a fin de que la asamblea pudiera reflexionar acerca de la envergadura del Anuncio:
El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios. También tu pariente Isabel ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios no hay nada imposible”. Entonces María contestó: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”. Y el ángel se retiró.
20.12.18




El Papa felicita a la Curia: La Navidad es la fiesta del “gran Dios que se hace pequeño”

Discurso del Papa a cardenales y obispos

(21 dic. 2018).- El Papa Francisco ha felicitado la Navidad en audiencia con los cardenales y superiores de la Curia Romana, este viernes, 21 de diciembre de 2018, a las 10:30 horas, en la Sala Clementina del Palacio Apostólico Vaticano.


«La noche está avanzada, el día está cerca: dejemos, pues, las obras de las tinieblas y pongámonos las armas de la luz» (Rm13,12).
Inundados por el gozo y la esperanza que brillan en la faz del Niño divino, nos reunimos nuevamente este año para expresarnos las felicitaciones navideñas, con el corazón puesto en las dificultades y alegrías del mundo y de la Iglesia.
Os deseo sinceramente una santa Navidad a vosotros, a vuestros colaboradores, a todas las personas que prestan servicio en la Curia, a los Representantes pontificios y a los colaboradores de las nunciaturas. Y deseo agradeceros vuestra dedicación diaria al servicio de la Santa Sede, de la Iglesia y del Sucesor de Pedro. Muchas gracias.
Permitidme también darle una cálida bienvenida al nuevo Sustituto de la Secretaría de Estado, Mons. Edgar Peña Parra, que el pasado 15 de octubre comenzó su delicado e importante servicio. Su origen venezolano refleja la catolicidad de la Iglesia y la necesidad de abrir cada vez más el horizonte hasta abarcar los confines de la tierra. Bienvenido, Excelencia, y buen trabajo.

La Navidad es la fiesta que nos llena de alegría y nos da la seguridad de que ningún pecado es más grande que la misericordia de Dios y que ningún acto humano puede impedir que el amanecer de la luz divina nazca y renazca en el corazón de los hombres. Es la fiesta que nos invita a renovar el compromiso evangélico de anunciar a Cristo, Salvador del mundo y luz del universo. Porque si «Cristo, “santo, inocente, inmaculado” (Hb 7,26), no conoció el pecado (cf. 2 Co 5,21), sino que vino únicamente a expiar los pecados del pueblo (cf. Hb 2,17), la Iglesia encierra en su propio seno a pecadores, y siendo al mismo tiempo santa y necesitada de purificación, avanza continuamente por la senda de la penitencia y de la renovación. La Iglesia “va peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios”, anunciando la cruz del Señor hasta que venga (cf. 1 Co 11,26). Está fortalecida, con la virtud del Señor resucitado, para triunfar con paciencia y caridad de sus aflicciones y dificultades, tanto internas como externas, y revelar al mundo fielmente su misterio, aunque sea entre penumbras, hasta que se manifieste en todo el esplendor al final de los tiempos» (Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium,8).
Apoyándonos en la firme convicción de que la luz es siempre más fuerte que la oscuridad, me gustaría reflexionar con vosotros sobre la luz que une la Navidad (primera venida en humildad) alaParusía(segundavenidaenesplendor)ynosconfirmaenlaesperanzaquenuncadefrauda.Esa esperanza de la que depende la vida de cada uno de nosotros y toda la historia de la Iglesia y del mundo.
Jesús, en realidad, nace en una situación sociopolítica y religiosa llena de tensión, agitación y oscuridad. Su nacimiento, por una parte esperado y por otra rechazado, resume la lógica divina que no se detiene ante el mal, sino que lo transforma radical y gradualmente en bien, y también la lógica maligna que transforma incluso el bien en mal para postrar a la humanidad en la desesperación y en la oscuridad: «La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió» (Jn1,5).
Sin embargo, la Navidad nos recuerda cada año que la salvación de Dios, dada gratuitamente a toda la humanidad, a la Iglesia y en particular a nosotros, personas consagradas, no actúa sin nuestra voluntad, sin nuestra cooperación, sin nuestra libertad, sin nuestro esfuerzo diario. La salvación es un don que hay que acoger, custodiar y hacer fructificar (cf. Mt 25,14-30). Por lo tanto, para el cristiano en general, y en particular para nosotros, el ser ungidos, consagrados por el Señor no significa comportarnos como un grupo de personas privilegiadas que creen que tienen a Dios en el bolsillo, sino como personas que saben que son amadas por el Señor a pesar de ser pecadores e indignos. En efecto, los consagrados no son más que servidores en la viña del Señor que deben dar, a su debido tiempo, la cosecha y lo obtenido al Dueño de la viña (cf. Mt20,1-16).
La Biblia y la historia de la Iglesia nos enseñan que muchas veces, incluso los elegidos, andando en el camino, empiezan a pensar, a creerse y a comportarse como dueños de la salvación y no como beneficiarios, como controladores de los misterios de Dios y no como humildes distribuidores, como aduaneros de Dios y no como servidores del rebaño que se les ha confiado.


Muchas veces ―por un celo excesivo y mal orientado― en lugar de seguir a Dios nos ponemos delante de él, como Pedro, que criticó al Maestro y mereció el reproche más severo que Cristo nunca dirigió a una persona: «¡Ponte detrás de mí, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!» (Mc8,33).
Queridos hermanos y hermanas:
Este año, en el mundo turbulento, la barca de la Iglesia ha vivido y vive momentos de dificultad, y ha sido embestida por tormentas y huracanes. Muchos se han dirigido al Maestro, que aparentemente duerme, para preguntarle: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?» (Mc 4,38); otros, aturdidos por las noticias comenzaron a perder la confianza en ella y a abandonarla; otros, por miedo, por intereses, por un fin ulterior, han tratado de golpear su cuerpo aumentando sus heridas; otros no ocultan su deleite al verla zarandeada; muchos otros, sin embargo, siguen aferrándose a  ella con la certeza de que «el poder del infierno no la derrotará» (Mt16,18).
Mientras tanto, la Esposa de Cristo continúa su peregrinación en medio de alegrías y aflicciones, externas e internas, éxitos y dificultades. Ciertamente, las dificultades internas siguen siendo siempre las más dolorosas y destructivas.
Las aflicciones
Son muchas las aflicciones: cuántos inmigrantes —obligados a abandonar sus países de origen y arriesgar sus vidas— hallan la muerte, o sobreviven pero se encuentran con las puertas cerradas y sus hermanos de humanidad entregados a las conquistas políticas y de poder. Cuánto miedo y prejuicio. Cuántas personas y cuántos niños mueren cada día por la falta de agua, alimentos y medicinas. Cuánta pobreza y miseria. Cuánta violencia contra los débiles y contra las mujeres. Cuántos escenarios de guerras, declaradas y no declaradas. Cuánta sangre inocente se derrama cada día. Cuánta inhumanidad y brutalidad nos rodean por todas partes. Cuántas personas son sistemáticamente torturadas todavía hoy en las comisarías de policía, en las cárceles y en los campos de refugiados en diferentes lugares del mundo.
Vivimos también, en realidad, una nueva era de mártires. Parece que la persecución cruel y atroz del imperio romano no tiene fin. Continuamente nacen nuevos Nerones para oprimir a los creyentes, solo por su fe en Cristo. Nuevos grupos extremistas se multiplican, tomando como punto de mira a iglesias, lugares de culto, ministros y simples fieles. Viejos y nuevos círculos y conciliábulos viven alimentándose del odio y la hostilidad hacia Cristo, la Iglesia y los creyentes.
Cuántos cristianos, en tantas partes del mundo, viven todavía hoy bajo el peso de la persecución, la marginación, la discriminación y la injusticia. Sin embargo, siguen abrazando valientemente la muerte para no negar a Cristo. Qué difícil es vivir hoy libremente la fe en tantas partes del mundo donde no hay libertad religiosa y libertad de conciencia.
Por otro lado, el ejemplo heroico de los mártires y de numerosos buenos samaritanos, es decir, de los jóvenes, de las familias, de los movimientos caritativos y de voluntariado, y de muchas personas fieles y consagradas, no nos hace olvidar, sin embargo, el antitestimonio y los escándalos de algunos hijos y ministros de la Iglesia.
Me limito aquí solo a las heridas de los abusos y de la infidelidad.
Desde hace varios años, la Iglesia se está comprometiendo seriamente por erradicar el mal de los abusos, que grita la venganza del Señor, del Dios que nunca olvida el sufrimiento experimentado por muchos menores a causa de los clérigos y personas consagradas: abusos de poder, de conciencia y sexuales.
Pensando en este tema doloroso me vino a la mente la figura del rey David, un «ungido del Señor» (cf. 1 S 16,13 – 2 S 11-12). Él, de cuyo linaje deriva el Niño divino —llamado también el “hijo de David”—, a pesar de ser un elegido, rey y ungido por el Señor, cometió un triple pecado, es decir, tres graves abusos a la vez: abuso sexual, de poder y de conciencia. Tres abusos distintos, que sin embargo convergen y se superponen.
La historia comienza —como sabemos— cuando el rey, siendo un guerrero experto, se quedó holgazaneando en casa en vez de ir a la batalla en medio del pueblo de Dios. David se aprovecha, para su conveniencia y su interés, de ser el rey (abuso de poder). El ungido, abandonándose a la comodidad, comienza un irrefrenable declive moral y de conciencia. Y es precisamente en este contexto que él, desde la terraza del palacio, ve a Betsabé, mujer de Urías, el hitita, mientras se bañaba y se siente atraído (cf. 2 S 11). Manda llamarla y se une a ella (otro abuso de poder, más abuso sexual). Así, abusa de una mujer casada y sola, para cubrir su pecado, llama a Urías e intenta sin conseguirlo convencerlo de que pase la noche con su mujer. Y, posteriormente, ordena al jefe del ejército que exponga a Urías a una muerte segura en la batalla (otro abuso de poder, más abuso de conciencia). La cadena del pecado se alarga como una mancha de aceite y rápidamente se convierte en una red de corrupción.
De las chispas de la pereza y de la lujuria, y del “bajar la guardiacomienza la cadena diabólica de pecados graves: adulterio, mentira y homicidio. Presumiendo que al ser rey puede hacer todo y obtener todo, David también trata de engañar al marido de Betsabé, a la gente, a sí mismo e incluso a Dios. El rey descuida su relación con Dios, infringe los mandamientos divinos, daña su propia integridad moral sin siquiera sentirse culpable. El ungido seguía ejerciendo su misión como si nada hubiera pasado. Lo único que le importaba era salvaguardar su imagen y su apariencia. «Porque quienes sienten que no cometen faltas graves contra la Ley de Dios, pueden descuidarse en una especie de atontamiento o adormecimiento. Como no encuentran algo grave que reprocharse, no advierten esa tibieza que poco a poco se va apoderando de su vida espiritual y terminan desgastándose y corrompiéndose» (Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 164). De pecadores acaban convirtiéndose en corruptos.
También hoy hay “ungidos del Señor”, hombres consagrados, que abusan de los débiles, valiéndose de su poder moral y de la persuasión. Cometen abominaciones y siguen ejerciendo su ministerio como si nada hubiera sucedido; no temen a Dios ni a su juicio, solo temen ser descubiertos y desenmascarados. Ministros que desgarran el cuerpo de la Iglesia, causando escándalo y desacreditando la misión salvífica de la Iglesia y los sacrificios de muchos de sus hermanos.
También hoy, muchos David, sin pestañear, entran en la red de corrupción, traicionan a Dios, sus mandamientos, su propia vocación, la Iglesia, el pueblo de Dios y la confianza de los pequeños y sus familiares. A menudo, detrás de su gran amabilidad, su labor impecable y su rostro angelical, ocultan descaradamente a un lobo atroz listo para devorar a las almas inocentes.
Los pecados y crímenes de las personas consagradas adquieren un tinte todavía más oscuro de infidelidad, de vergüenza, y deforman el rostro de la Iglesia socavando su credibilidad. En efecto, también la Iglesia, junto con sus hijos fieles, es víctima de estas infidelidades y de estos verdaderos y propios “reatos de malversación”.
 Queridos hermanos y hermanas:
Está claro que, ante estas abominaciones, la Iglesia no se cansará de hacer todo lo necesario para llevar ante la justicia a cualquiera que haya cometido tales crímenes. La Iglesia nunca intentará encubrir o subestimar ningún caso. Es innegable que algunos responsables, en el pasado,por ligereza, por incredulidad, por falta de preparación, por inexperiencia o por superficialidad espiritual y humana han tratado muchos casos sin la debida seriedad y rapidez. Esto nunca debe volver a suceder. Esta es la elección y la decisión de toda la Iglesia.
En el próximo mes de febrero, la Iglesia reiterará su firme voluntad de continuar, con toda  su fuerza, en el camino de la purificación.  La Iglesia se cuestionará, valiéndose también de  expertos, sobre cómo proteger a los niños; cómo evitar tales desventuras, cómo tratar y reintegrar a las víctimas; cómo fortalecer la formación en los seminarios. Se buscará transformar los errores cometidos en oportunidades para erradicar este flagelo no solo del cuerpo de la Iglesia sino también de la sociedad. De hecho, si esta gravísima desgracia ha golpeado algunos ministros consagrados, la pregunta es: ¿Cuánto podría ser profunda en nuestra sociedad y en nuestras familias? Por eso, la Iglesia no se limitará a curarse a sí misma, sino que tratará de afrontar este mal que causa la muerte lenta de tantas personas, a nivel moral, psicológico y humano.
Queridos hermanos y hermanas:
Hablando de esta herida, algunos, también dentro de la Iglesia, se alzan contra ciertos agentes de la comunicación, acusándolos de ignorar la gran mayoría de los casos de abusos, que no son cometidos por ministros de la Iglesia, las estadísticas hablan de más del 95%, y acusándolos de querer dar de forma intencional una falsa imagen, como si este mal golpeara solo a la Iglesia Católica. En cambio, me gustaría agradecer sinceramente a los trabajadores de los medios que han sido honestos y objetivos y que han tratado de desenmascarar a estos lobos y de dar voz a las víctimas. Incluso si se tratase solo de un caso de abuso ―que ya es una monstruosidad por sí mismo― la Iglesia pide que no se guarde silencio y salga a la luz de forma objetiva, porque el mayor escándalo en esta materia es encubrir la verdad.
Todos recordamos que fue solo a través del encuentro con el profeta Natán como David entendió la gravedad de su pecado. Hoy necesitamos nuevos Natán que ayuden a muchos David a despertarse de su vida hipócrita y perversa. Por favor, ayudemos a la santa Madre Iglesia en su difícil tarea, que es reconocer los casos verdaderos, distinguiéndolos de los falsos, las acusaciones de las calumnias, los rencores de las insinuaciones, los rumores de las difamaciones. Una tarea muy difícil porque los verdaderos culpables saben esconderse tan bien que muchas esposas, madres y hermanas no pueden  descubrirlos entre las personas más cercanas: esposos, padrinos, abuelos, tíos, hermanos, vecinos, maestros… Incluso las víctimas, bien elegidas por sus depredadores, a menudo prefieren el silencio e incluso, vencidas por el miedo, se ven sometidas a la vergüenza y al terror de ser abandonadas.
A los que abusan de los menores querría decirles: convertíos y entregaos a la justicia humana, y preparaos a la justicia divina, recordando las palabras de Cristo: «Al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que le colgasen una piedra de molino al cuello y lo arrojasen al fondo del mar. ¡Ay del mundo por los escándalos! Es inevitable que sucedan escándalos, ¡pero ay del hombre por el que viene el escándalo!» (Mt18,6-7).
Queridos hermanos y hermanas:
Ahora permitidme hablar también de otra aflicción, a saber, la infidelidad de quienes traicionan su vocación, su juramento, su misión, su consagración a Dios y a la Iglesia; aquellos que se esconden detrás de las buenas intenciones para apuñalar a sus hermanos y sembrar la discordia, la división y el desconcierto; personas que siempre encuentran justificaciones, incluso lógicas y espirituales, para seguir recorriendo sin obstáculos el camino de la perdición.
Esto no es nada nuevo en la historia de la Iglesia. San Agustín, hablando del trigo bueno y de la cizaña, afirma: «¿Pensáis, hermanos, que la cizaña no sube a las cátedras episcopales?
¿Pensáis que está abajo y no arriba? Ojalá no seamos cizaña. […] En las cátedras episcopales hay trigo y hay cizaña; y en las comunidades de fieles hay trigo y hay cizaña» (Sermo 73, 4: PL 38, 472).
Las palabras de san Agustín nos exhortan a recordar el proverbio: «El camino del infierno está lleno de buenas intenciones»; y nos ayudan a comprender que el Tentador, el Gran Acusador, es el que divide, siembra la discordia, insinúa la enemistad, persuade a los hijos y los lleva adudar.
En realidad, las treinta monedas de plata están casi siempre detrás de estos sembradores de cizaña. Aquí la figura de David nos lleva a la de Judas el Iscariote, otro elegido por el Señor que vende y entrega a su maestro a la muerte. David el pecador y Judas Iscariote siempre estarán presentes en la Iglesia, ya que representan la debilidad que forma parte de nuestro ser humano. Son iconos de los pecados y de los crímenes cometidos por personas elegidas y consagradas. Iguales en la gravedad del pecado, sin embargo, se distinguen en la conversión. David se arrepintió, confiando en la misericordia de Dios, mientras que Judas se suicidó.
Para hacer resplandecer la luz de Cristo, todos tenemos el deber de combatir cualquier corrupción espiritual, que «es peor que la caída de un pecador, porque se trata de una ceguera cómoda y autosuficiente donde todo termina pareciendo lícito: el engaño, la calumnia, el egoísmo y tantas formas sutiles de autorreferencialidad, ya que «el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz» (2 Co 11,14). Así acabó sus días Salomón, mientras el gran pecador David supo remontar su miseria» (Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 165).
Las alegrías
Han sido numerosas este año, por ejemplo la feliz culminación del Sínodo dedicado a los jóvenes. Los pasos que se han dado hasta ahora en la reforma de la Curia, ¿cuándo terminará? no terminará nunca, pero los pasos son buenos. Los ejemplos son: los trabajos de clarificación y transparencia en la economía; los encomiables esfuerzos realizados por la Oficina del Auditor General y del AIF; los buenos resultados logrados por el IOR; la nueva Ley del Estado de la Ciudad del Vaticano; el Decreto sobre el trabajo en el Vaticano, y tantos otros logros menos visibles. Recordamos los nuevos beatos y santos que son las “piedras preciosas” que adornan el rostro de la Iglesia e irradian esperanza, fe y luz al mundo. Es necesario mencionar aquí los diecinueve mártires de Argelia: «Diecinueve vidas entregadas por Cristo, por su evangelio y por el pueblo argelino… modelos de santidad común, la santidad de la “puerta de al lado”» (Thomas Georgeon, Nel segno della fraternitàL’Osservatore Romano, 8 diciembre 2018, p. 6); el elevado número de fieles que reciben el bautismo cada año y renuevan la juventud de la Iglesia como una madre siempre fecunda, y los numerosos hijos que regresan a casa y abrazan de nuevo la fe y la  vida cristiana; familias y padres que viven seriamente la fe y la transmiten diariamente a sus hijos a través de la alegría de su amor (cf. Exhort. ap. postsin. Amoris laetitia, 259-290); el testimonio de muchos jóvenes que valientemente eligen la vida consagrada y el sacerdocio.
Un gran motivo de alegría es también el gran número de personas consagradas, de obispos y sacerdotes, que viven diariamente su vocación en fidelidad, silencio, santidad y abnegación. Son personas que iluminan la oscuridad de la humanidad con su testimonio de fe, amor y caridad. Personas que trabajan pacientemente por amor a Cristo y a su Evangelio, en favor de los pobres, los oprimidos y los últimos, sin tratar de aparecer en las primeras páginas de los periódicos o de ocupar los primeros puestos. Personas que, abandonando todo y ofreciendo sus vidas, llevan la luz de la fe allí donde Cristo está abandonado, sediento, hambriento, encarcelado y desnudo (cf. Mt 25,31-46). Pienso especialmente en los numerosos párrocos que diariamente ofrecen un buen ejemplo al pueblo de Dios, sacerdotes cercanos a las familias, que conocen los nombres de todos y viven su vida con sencillez, fe, celo, santidad y caridad. Personas olvidadas por los medios de comunicación pero sin las cuales reinaría la oscuridad.
Queridos hermanos y hermanas:
Cuando hablaba de la luz, de las aflicciones, de David y de Judas, quise evidenciar el valor de la conciencia, que debe transformarse en un deber de vigilancia y de protección de quienes ejercen el servicio del gobierno en las estructuras de la vida eclesiástica y consagrada. En realidad, la fortaleza de cualquier institución no reside en la perfección de los hombres que la forman (esto es imposible), sino en su voluntad de purificarse continuamente; en su habilidad para reconocer humildemente los errores y corregirlos; en su capacidad para levantarse de las caídas; en ver la luz de la Navidad que comienza en el pesebre de Belén, recorre la historia y llega a la Parusía.
Por lo tanto, nuestro corazón necesita abrirse a la verdadera luz, Jesucristo: la luz que puede iluminar la vida y transformar nuestra oscuridad en luz; la luz del bien que vence al mal; la luz del amor que vence al odio; la luz de la vida que derrota a la muerte; la luz divina que transforma todo  y a todos en luz; la luz de nuestro Dios: pobre y rico, misericordioso y justo, presente y oculto, pequeño ygrande.
Recordamos las maravillosas palabras de san Macario el Grande, padre del desierto egipcio del siglo IV que, hablando de la Navidad, afirma: «Dios se hace pequeño. Lo inaccesible e increado, en su bondad infinita e inimaginable, ha tomado cuerpo y se ha hecho pequeño. En su bondad descendió de su gloria. Nadie en el cielo y en la tierra puede entender la grandeza de Dios y nadie en el cielo y en la tierra puede entender cómo Dios se hace pobre y pequeño para los pobres y los pequeños. Igual que su grandeza es incomprensible, también lo es su pequeñez» (cf. Homilías IV, 9- 10; XXXII, 7: en Spirito e fuoco. Omelie spirituali. Colección II, Qiqajon-Bose, Magnano 1995, pp.88-89.332-333).
Recordemos que la Navidad es la fiesta del «gran Dios que se hace pequeño y en su pequeñez no deja de ser grande. Y en esta dialéctica, lo grande es pequeño: está la ternura de Dios. El grande que se hace pequeño y lo pequeño que es grande» (Homilía en Santa Marta, 14 diciembre 2017; cf. Homilía en Santa Marta, 25 abril 2013).
La Navidad nos da cada año la certeza de que la luz de Dios seguirá brillando a pesar de nuestra miseria humana; la certeza de que la Iglesia saldrá de estas tribulaciones aún más bella, purificada y espléndida. Porque, todos los pecados, las caídas y el mal cometidos por algunos hijos de la Iglesia nunca pueden oscurecer la belleza de su rostro, es más, nos ofrecen la prueba cierta de que su fuerza no está en nosotros, sino que está sobre todo en Cristo Jesús, Salvador del mundo y Luz del universo, que la ama y dio su vida por ella. La Navidad es una manifestación de que los graves males cometidos por algunos nunca ocultarán todo el bien que la Iglesia realiza gratuitamente en el mundo. La Navidad nos da la certeza de que la verdadera fuerza de la Iglesia y de nuestro trabajo diario, a menudo oculto, reside en el Espíritu Santo, que la guía y protege a través de los siglos, transformando incluso los pecados en ocasiones de perdón, las caídas en ocasiones de renovación, el mal en ocasión de purificación y victoria.
Muchas gracias y Feliz Navidad a todos.
21.12.18

Ángelus: “El misterio del encuentro del hombre con Dios”


(23 dic. 2018).-  En este cuarto domingo de adviento desde la ventana del palacio apostólico que da a la plaza San Pedro y ante unas 20.000 personas, el Papa nos invita a centrarnos en la figura de María como modelo de fe y caridad.
En el encuentro con su prima Isabel esta alabó su fe “Bienaventurada la que creyó en el cumplimiento de lo que el Señor le había dicho”.
Palabras del Papa antes del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La liturgia de este cuarto domingo de Adviento se centra en la figura de María, la Virgen Madre, que espera dar a luz a Jesús, el Salvador del mundo. Fijemos nuestra mirada en ella, un modelo de fe y caridad; y podemos preguntarnos: ¿cuáles fueron sus pensamientos durante los meses de espera? La respuesta proviene del pasaje del Evangelio de hoy, el relato de la visita de María a su pariente anciana, Isabel (cf. Lc 1, 39-45). El ángel Gabriel le había dicho que Isabel estaba esperando un hijo y que ya estaba en el sexto mes (cf. Lc 1, 26.36). Y así, la Virgen, que acababa de concebir a Jesús por la obra de Dios, había salido apresuradamente de Nazaret, en Galilea, para llegar a las montañas de Judea para encontrarse con su prima.
El Evangelio dice: “Entró en la casa de Zacarías, saludó a Isabel” (v.40). Seguramente la felicitó por su maternidad, ya su vez Isabel saludó a María diciendo: “¡Bendita seas entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿A qué debo que la madre de mi Señor venga a mi?”(Vv. 42-43). E inmediatamente alabó su fe: “Bienaventurada la que creyó en el cumplimiento de lo que el Señor le había dicho” (v.45). Es evidente el contraste entre María, que tenía fe, y Zacarías, el esposo de Isabel, que no había creído en la promesa del ángel y, por lo tanto, permaneció mudo hasta el nacimiento de Juan.
Este episodio nos ayuda a leer con una luz muy especial el misterio del encuentro del hombre con Dios. Un encuentro que no está marcado por prodigios  asombrosos, sino en nombre de la fe y la caridad. De hecho, María es bendecida porque creyó: el encuentro con Dios es el fruto de la fe. En cambio, Zacarias, que no creía, permaneció sordo y mudo para crecer en la fe durante el largo silencio: sin fe, inevitablemente permanecemos sordos a la voz consoladora de Dios; y seguimos sin poder pronunciar palabras de consuelo y esperanza para nuestros hermanos y hermanas. Lo vemos todos los días, la gente que no tiene fe o que tiene la fe muy pequeña, cuando debe acercarse a una persona que sufre le dice palabras de circunstancia, pero no logra llegar al corazón porque no tiene fuerza porque no tiene fe y sino tiene fe no llegan las palabras ni llegan al corazón de los demás.
La fe, a su vez, se nutre de la caridad. El evangelista nos dice que “María se levantó y fue rápidamente a ver a Isabel” (v. 39) “Se levantó”: un gesto lleno de preocupación. Podría haberse quedado en casa para prepararse para el nacimiento de su hijo, en lugar de eso, se preocupa primero de los demás que de sí mismo, demostrando de hecho que ya es un discípulo del Señor que lleva en su vientre. El acontecimiento del nacimiento de Jesús comenzó así, con un simple gesto de caridad; Además, la auténtica caridad es siempre el fruto del amor de Dios. El evangelio de la visita de María a Isabel  que escuchamos hoy en la misa, nos prepara para vivir bien la Navidad, comunicándonos el dinamismo de la fe y de la caridad. Este dinamismo es obra del Espíritu Santo: el Espíritu de amor que fecundó el vientre virginal de María y que la instó a acudir al servicio de su anciana pariente.
Un dinamismo lleno de alegría, como se ve en el encuentro entre las dos madres, que es todo un himno de regocijo gozoso en el Señor, que hace grandes cosas con los pequeños que confían en Él. Que la Virgen María nos brinde la gracia de vivir una Navidad extrovertida pero no dispersa: que en el centro no esté nuestro “Yo”, sino el Tú de nuestros hermanos y hermanas, especialmente aquellos que necesitan una mano. Entonces dejaremos espacio para el amor que, incluso hoy, quiere hacerse carne y venir a vivir entre nosotros.
23.12.18


Misa de Navidad: “Jesús, Tú, recostado en un pesebre, eres el pan de mi vida”



(24 dic. 2018).- A las 21:30 horas, en la Basílica Vaticana, el Santo Padre Francisco ha celebrado la Santa Misa de la Noche en la Solemnidad del Nacimiento del Señor, el 24 de diciembre de 2018.

Homilía del Papa Francisco
José, con María su esposa, subió «a la ciudad de David, que se llama Belén» (Lc 2,4). Esta noche, también nosotros subimos a Belén para descubrir el misterio de la Navidad. 
1. Belén: el nombre significa casa del pan. En esta “casa” el Señor convoca hoy a la humanidad. Él sabe que necesitamos alimentarnos para vivir. Pero sabe también que los alimentos del mundo no sacian el corazón. En la Escritura, el pecado original de la humanidad está asociado precisamente con tomar alimento: «tomó de su fruto y comió», dice el libro del Génesis (3,6). Tomó y comió. El hombre se convierte en ávido y voraz. Parece que el tener, el acumular cosas es para muchos el sentido de la vida. Una insaciable codicia atraviesa la historia humana, hasta las paradojas de hoy, cuando unos pocos banquetean espléndidamente y muchos no tienen pan para vivir.
Belén es el punto de inflexión para cambiar el curso de la historia. Allí, Dios, en la casa del pan, nace en un pesebre. Como si nos dijera: Aquí estoy para vosotros, como vuestro alimento. No toma, sino que ofrece el alimento; no da algo, sino que se da él mismo. En Belén descubrimos que Dios no es alguien que toma la vida, sino aquel que da la vida. Al hombre, acostumbrado desde los orígenes a tomar y comer, Jesús le dice: «Tomad, comed: esto es mi cuerpo» (Mt 26,26). El cuerpecito del Niño de Belén propone un modelo de vida nuevo: no devorar y acaparar, sino compartir y dar. Dios se hace pequeño para ser nuestro alimento. Nutriéndonos de él, Pan de Vida, podemos renacer en el amor y romper la espiral de la avidez y la codicia. Desde la “casa del pan”, Jesús lleva de nuevo al hombre a casa, para que se convierta en un familiar de su Dios y en un hermano de su prójimo. Ante el pesebre, comprendemos que lo que alimenta la vida no son los bienes, sino el amor; no es la voracidad, sino la caridad; no es la abundancia ostentosa, sino la sencillez que se ha de preservar. 
El Señor sabe que necesitamos alimentarnos todos los días. Por eso se ha ofrecido a nosotros todos los días de su vida, desde el pesebre de Belén al cenáculo de Jerusalén. Y todavía hoy, en el altar, se hace pan partido para nosotros: llama a nuestra puerta para entrar y cenar con nosotros (cf. Ap 3,20). En Navidad recibimos en la tierra a Jesús, Pan del cielo: es un alimento que no caduca nunca, sino que nos permite saborear ya desde ahora la vida eterna. 
En Belén descubrimos que la vida de Dios corre por las venas de la humanidad. Si la acogemos, la historia cambia a partir de cada uno de nosotros. Porque cuando Jesús cambia el corazón, el centro de la vida ya no es mi yo hambriento y egoísta, sino él, que nace y vive por amor. Al estar llamados esta noche a subir a Belén, casa del pan, preguntémonos: ¿Cuál es el alimento de mi vida, del que no puedo prescindir?, ¿es el Señor o es otro? Después, entrando en la gruta, individuando en la tierna pobreza del Niño una nueva fragancia de vida, la de la sencillez, preguntémonos: ¿Necesito verdaderamente tantas cosas, tantas recetas complicadas para vivir? ¿Soy capaz de prescindir de tantos complementos superfluos, para elegir una vida más sencilla? En Belén, junto a Jesús, vemos gente que ha caminado, como María, José y los pastores. Jesús es el Pan del camino. No le gustan las digestiones pesadas, largas y sedentarias, sino que nos pide levantarnos rápidamente de la mesa para servir, como panes partidos por los demás. Preguntémonos: En Navidad, ¿parto mi pan con el que no lo tiene? 
2. Después de Belén casa de pan, reflexionemos sobre Belén ciudad de David. Allí David, que era un joven pastor, fue elegido por Dios para ser pastor y guía de su pueblo. En Navidad, en la ciudad de David, los que acogen a Jesús son precisamente los pastores. En aquella noche —dice el Evangelio— «se llenaron de gran temor» (Lc 2,9), pero el ángel les dijo: «No temáis» (v. 10). Resuena muchas veces en el Evangelio este no temáis: parece el estribillo de Dios que busca al hombre. Porque el hombre, desde los orígenes, también a causa del pecado, tiene miedo de Dios: «me dio miedo […] y me escondí» (Gn 3,10), dice Adán después del pecado. Belén es el remedio al miedo, porque a pesar del “no” del hombre, allí Dios dice siempre “sí”: será para siempre Dios con nosotros. Y para que su presencia no inspire miedo, se hace un niño tierno. No temáis: no se lo dice a los santos, sino a los pastores, gente sencilla que en aquel tiempo no se distinguía precisamente por la finura y la devoción. El Hijo de David nace entre pastores para decirnos que nadie estará jamás solo; tenemos un Pastor que vence nuestros miedos y nos ama a todos, sin excepción. 
Los pastores de Belén nos dicen también cómo ir al encuentro del Señor. Ellos velan por la noche: no duermen, sino que hacen lo que Jesús tantas veces nos pedirá: velar (cf. Mt 25,13; Mc 13,35; Lc 21,36). Permanecen vigilantes, esperan despiertos en la oscuridad, y Dios «los envolvió de claridad» (Lc 2,9). Esto vale también para nosotros. Nuestra vida puede ser una espera, que también en las noches de los problemas se confía al Señor y lo desea; entonces recibirá su luz. Pero también puede ser una pretensión, en la que cuentan solo las propias fuerzas y los propios medios; sin embargo, en este caso el corazón permanece cerrado a la luz de Dios. Al Señor le gusta que lo esperen y no es posible esperarlo en el sofá, durmiendo. De hecho, los pastores se mueven: «fueron corriendo», dice el texto (v. 16). No se quedan quietos como quien cree que ha llegado a la meta y no necesita nada, sino que van, dejan el rebaño sin custodia, se arriesgan por Dios. Y después de haber visto a Jesús, aunque no eran expertos en el hablar, salen a anunciarlo, tanto que «todos los que lo oían se admiraban de lo que les habían dicho los pastores» (v. 18). 
Esperar despiertos, ir, arriesgar, comunicar la belleza: son gestos de amor. El buen Pastor, que en Navidad viene para dar la vida a las ovejas, en Pascua le preguntará a Pedro, y en él a todos nosotros, la cuestión final: «¿Me amas?» (Jn 21,15). De la respuesta dependerá el futuro del rebaño. Esta noche estamos llamados a responder, a decirle también nosotros: “Te amo”. La respuesta de cada uno es esencial para todo el rebaño. 
«Vayamos, pues, a Belén» (Lc 2,15): así lo dijeron y lo hicieron los pastores. También nosotros, Señor, queremos ir a Belén. El camino, también hoy, es en subida: se debe superar la cima del egoísmo, es necesario no resbalar en los barrancos de la mundanidad y del consumismo. Quiero llegar a Belén, Señor, porque es allí donde me esperas. Y darme cuenta de que tú, recostado en un pesebre, eres el pan de mi vida. Necesito la fragancia tierna de tu amor para ser, yo también, pan partido para el mundo. Tómame sobre tus hombros, buen Pastor: si me amas, yo también podré amar y tomar de la mano a los hermanos. Entonces será Navidad, cuando podré decirte: “Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te amo” (cf. Jn 21,17). 
25.12.18





Cap comentari:

Publica un comentari a l'entrada