El Papa llama a “formar una red con la educación” para que las personas “se levanten” y se pongan “en camino”
Discurso del Papa a los promotores
del Concierto de Navidad
(14
dic. 2018).- Formar
una red con la educación “significa
hacer que las personas se levanten, que puedan volver a ponerse en
camino con plena dignidad, con la fuerza y el coraje de
enfrentar la vida, valorizando sus talentos y su trabajo”, ha
invitado el Papa.
Saludo
del Papa Francisco
Queridos
amigos,
Nos
estamos preparando para la celebración de la Navidad. El evento del
nacimiento de Jesús, hace dos mil años, tuvo lugar en un contexto
cultural preciso. Hoy, la Navidad se celebra en todo el mundo y se
manifiesta de acuerdo con las costumbres y tradiciones más diversas,
generando representaciones múltiples, a las que también vosotros,
los artistas, contribuís con vuestros talentos y vuestra pasión.
La
Navidad siempre es nueva, porque nos invita a renacer en la fe, a
abrirnos a la esperanza, a reavivar la caridad. Este año, en
particular, nos llama a reflexionar sobre la situación de muchos
hombres, mujeres y niños de nuestro tiempo, -migrantes, prófugos y
refugiados-, en marcha para escapar de las guerras, de las miserias
causadas por las injusticias sociales y del cambio climático. Para
dejarlo todo, -hogar, parientes, patria- y enfrentar lo desconocido,
¡se debe haber padecido una situación muy grave!
También
Jesús venía “de otro lugar”. Moraba en Dios el Padre, con el
Espíritu Santo, en una comunión de sabiduría, luz y amor, que
quiso traernos con su venida al mundo. Vino a morar entre nosotros,
en medio de nuestros límites y nuestros pecados, para darnos el amor
de la Santísima Trinidad. Y como hombre nos mostró el “camino”
del amor, es decir, el servicio, hecho con humildad, hasta
dar la vida.
Cuando
la violenta ira de Herodes se abatió sobre el territorio de Belén,
la Sagrada Familia de Nazaret experimentó la angustia de la
persecución y, guiada por Dios, se refugió en Egipto. El pequeño
Jesús nos
recuerda que la mitad de los refugiados de hoy en el mundo son niños,
víctimas inocentes de la injusticia humana.
La
Iglesia responde a estos dramas con muchas iniciativas de solidaridad
y asistencia, de hospitalidad y acogida. Siempre hay mucho por hacer,
hay tanto sufrimiento que aliviar y problemas por resolver.
Necesitamos una mayor coordinación, acciones más organizadas,
capaces de abrazar a cada persona, grupo y comunidad, de acuerdo con
el diseño de la fraternidad que nos une a todos. Por eso es
necesario formar una red.
Formar
una red con la educación, en primer lugar, para educar a los más
pequeños entre los migrantes, es decir, aquellos que, en lugar de
sentarse en las sillas de la escuela como tantos de sus coetáneos,
pasan los días haciendo largas marchas a pie o en vehículos
improvisados y peligrosos. También ellos necesitan formación para
poder trabajar el día de mañana y participar como ciudadanos
conscientes en el bien común. Y, al mismo tiempo, se trata de
educarnos a todos en la acogida y la solidaridad, para evitar que los
migrantes y los prófugos encuentren indiferencia o, peor aún,
rechazo en su camino.
Formar
una red con la educación significa hacer que las personas
se levanten, que puedan volver a ponerse en camino con plena
dignidad, con la fuerza y el coraje de enfrentar la vida,
valorizando sus talentos y su trabajo.
Formar
una red con la educación es una solución válida para
abrir de par en par las puertas de los campos de refugiados, hacer
que los jóvenes migrantes se incorporen en las sociedades nuevas
encontrando solidaridad y generosidad y promoviéndolas a su vez.
Agradezco
el proyecto de las Misiones Don Bosco en Uganda y el
de Scholas Occurrentes en Irak, porque se han hecho
eco de este llamamiento a “formar una red con la educación“,
cooperando en la transmisión del mensaje de esperanza de la Navidad.
Desde
siempre la misión de la Iglesia se ha manifestado a través de la
creatividad y el genio de los artistas, porque ellos, con sus obras,
consiguen llegar a los aspectos más íntimos de la conciencia
de los hombres y de las mujeres de todas las edades. Por eso, a
vosotros los aquí presentes, van mis gracias y mi aliento para que
prosigáis con vuestro trabajo, para encnder en cada corazón el
calor y la ternura de la Navidad. ¡Gracias y buen concierto!
15.12.18
Ángelus: Invitación a la alegría del Adviento
Palabras
del Papa antes del Ángelus
(16
dic. 2018).- En este tercerviento antes del Ángelus, desde la
ventana del despacho que da a la Plaza san Pedro y ante unas 25.000
personas, el papa nos invita a preguntarnos que podemos hacer
nosotros para participar en la alegría del Adviento.
Palabras
del Papa Francisco antes del Ángelus
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En
este tercer domingo de Adviento la liturgia nos invita a la alegría.
Con estas palabras, el profeta Sofonías se dirige a la pequeña
porción del pueblo de Israel: “¡Alégrate, hija de Sión, clama
de alegría, Israel, regocíjate y proclama con todo tu corazón,
hija de Jerusalén!” (3:14) gritar de alegría, exultar, alegrarse.
Los
habitantes de la ciudad santa están llamados a regocijarse porque el
Señor ha revocado su condena (véase el versículo 15). Dios ha
perdonado, no quiso castigar! En consecuencia, para la gente ya no
hay una razón para la tristeza ni de desaliento, sino que todo
conduce a una gratitud gozosa a Dios, que siempre quiere redimir y
salvar a los que ama. Y el amor del Señor por su pueblo es
incesante, comparable a la ternura del padre por los hijos, del novio
por la novia, como dice Sofonías: “Se alegra y goza contigo,
te renueva con su amor, exulta y se alegra contigo con gritos de
alegría “(v. 17).
Como
se llama hoy el domingo de la alegría, tercer domingo de adviento
antes de Navidad. Este llamado del profeta es especialmente apropiado
en el momento en que nos preparamos para la Navidad, porque se aplica
a Jesús, Emmanuel, Dios con nosotros: su presencia es la fuente de
alegría. De hecho, Sofonías proclama: “El rey de Israel el Señor
esta en medio de ti”; y un poco más tarde, repite: “El Señor tu
Dios está en medio de ti, valiente y salvador poderoso”
(versículos 15.17).
Este
mensaje encuentra su pleno significado en el momento de la
Anunciación a María, narrado por el evangelista Lucas. Las palabras
dirigidas por el ángel Gabriel a la Virgen, son como un eco de las
del profeta: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”
(Lc 1, 28). Alégrate le dice a la Virgen en una aldea remota de
Galilea, en el corazón de una joven desconocida para el mundo, Dios
enciende la chispa de felicidad para todo el mundo. Y hoy, la misma
proclamación está dirigida a la Iglesia, llamada a acoger el
Evangelio para que se convierta en carne, en una vida concreta y dice
a la Iglesia, a todos nosotros: “Alégrate, pequeña comunidad
cristiana, pobre y humilde pero hermosa a mis ojos porque deseas
ardientemente mi Reino, tienes hambre y sed de justicia,
pacientemente teje la paz, no persigas a los poderosos de turno sino
mantente fielmente cerca de los pobres.
Y
entonces no tendrás miedo de nada, sino que tu corazón está en
alegría”. Ante la presencia del Señor, nuestro corazón, está
siempre en la alegría. La Paz es la alegría más pequeña. Hoy,
también, san Pablo nos exhorta a no preocuparnos por nada, pero en
todas las circunstancias a hacer presente a Dios nuestras peticiones,
nuestras necesidades, nuestras preocupaciones “con oraciones y
peticiones” (Fil 4,6). Con la conciencia de que en las dificultades
siempre podemos recurrir al Señor y que Él nunca rechaza nuestras
invocaciones, es una gran razón para la alegría.
Ninguna
preocupación, ningún temor podrá quitarnos jamás la serenidad que
proviene no de cosas humanas, de consuelos humanos, no, no, la
serenidad que viene de Dios de saber que Dios guía amorosamente
nuestra vida siempre, también en medio de los problemas y
sufrimientos, esta certeza nutre la esperanza y el coraje. Pero para
recibir la invitación del Señor a la alegría, necesitamos ser
personas dispuestas a cuestionarnos a nosotros mismos. Pero, ¿Qué
significa esto? Al igual que aquellos que, después de haber
escuchado la predicación de Juan el Bautista, pregúntale: Tu
predicas así pero nosotros “¿Qué debemos hacer?” “¿Qué
debo hacer?”(Lc 3, 10). Esta pregunta es el primer paso en la
conversión que estamos invitados a tomar en este tiempo de Adviento.
Cada uno de nosotros se pregunte: ¿Qué puedo hacer?, algo pequeño.
¿Qué puedo hacer, que debo hacer? Que la Virgen María nos ayude a
abrir nuestros corazones al Dios que viene, para que El inunde toda
nuestra vida con alegría.
Palabras
del Papa Francisco después del Angelus
Queridos
hermanos y hermanas,
El
Pacto Mundial para la Migración Segura, Regular y Ordinaria fue
aprobado la semana pasada en Marrakech, Marruecos, el pacto mundial
para una migración segura, ordenada y regular, que pretende ser un
marco de referencia para la comunidad internacional. Espero que,
gracias a este instrumento, ella pueda trabajar con responsabilidad,
solidaridad y compasión hacia quienes, por diversas razones, han
abandonado su país y confío esta intención a sus oraciones.
Os
saludo a todos, familias, grupos parroquiales y asociaciones de Roma,
Italia y el mundo entero. Saludo en particular a los peregrinos
de Sevilla, Hamburgo, Múnich y Chapelle en Bélgica. Saludo a
los fieles de Pescara, Potenza, Bucchianico, Fabriano y Blera; a los
laicos misioneros combonianos; y a los scouts de jesolo y ca
‘savio.
Y
ahora, les hablo especialmente a ustedes, queridos niños de Roma,
que vinieron por la bendición de las estatuillas del “Niño
Jesús”, acompañados por el obispo auxiliar Monseñor
Ruzza. Agradezco al Centro del Patronato Romano y a los
voluntarios. Queridos niños, cuando, en casa, se reúnan para
orar frente al pesebre, fijando sus ojos en el Niño Jesús, sentirán
estupor y ustedes me preguntarán, ¿Qué es el estupor? un
sentimiento, es más que una emoción, es ver a Dios con el corazón.
Estupor por el gran gran misterio de Dios hecho hombre. Y el
Espíritu Santo pondrá en tu corazón la humildad, la ternura y la
bondad de Jesús, Jesús es bueno, Jesús es tierno, Jesús es
humilde: ¡esta es la verdadera Navidad! no se olviden. Que sea así
para ustedes y para los miembros de su familia.
Bendigo
a todas las estatuillas del Niño Jesús y a todos ustedes les deseo
un buen domingo y una buena tercera semana de Adviento con tanta
alegría tanta paz. Por favor, no os olvides orar por mí. Buen
almuerzo y adiós.
17.12.18
¡Feliz 82 cumpleaños, Papa Francisco!”
(17
dic. 2018).- Felicitaciones de todos los rincones del mundo
llegan al Papa Francisco en su 82 cumpleaños, este lunes, 17 de
diciembre de 2018: Un “feliz aniversario” que resuenan en todos
los idiomas.
En
este día tan especial para el Santo Padre, disfrutará de un pastel
de cumpleaños de mango, hecho por la heladería Hedera,
a pocos metros del Vaticano en la calle Borgo Pio, quienes
tradicionalmente elaboran el pastel de cumpleaños del Pontífice.
Ya
el año pasado, en el 81º aniversario de su nacimiento, el Papa
argentino lo festejó tomando un pastel de Hedera,
y celebró comiendo pizza con niños del Dispensario de Pediatría de
Santa Marta, el mismo grupo que estuvo presente ayer, domingo 16 de
diciembre de 2018, en el Aula Pablo VI del Vaticano ayer, antes de
rezar el Angelus.
Los
medios de comunicación del Vaticano emiten un video que
alterna imágenes del Papa, desde su juventud hasta hoy, y algunos
testimonios expresados por los empleados del Vaticano, en francés,
inglés, español, portugués, alemán, árabe, chino…
Los
institutos del Vaticano, como la Biblioteca Vaticano, extienden sus
deseos a través de las redes sociales. Varias embajadas ante la
Santa Sede también le desearon al Pontífice un feliz cumpleaños
en Twitter.
El
presidente de la República Italiana, Sergio Mattarella, envió un
mensaje al Papa dándole la bienvenida a su invitación a “enfrentar
con coraje y justicia, los desafíos de hoy, llamando al diálogo y
la comprensión para curar las heridas sociales y llevar a las
personas a la reconciliación”.
Hijo
de emigrantes piamonteses
Tal
día como hoy, hace 82 años, nació Jorge Mario Bergoglio en Buenos
Aires, Argentina. Hijo de emigrantes piamonteses, cuando era niño
“decía que de grande le gustaría ser carnicero”, recoge Vatican
News en
español. Lo recuerda respondiendo a la pregunta de un niño el 31 de
diciembre de 2015.
También
le apasiona el canto, nacido de la costumbre de escuchar cada semana
en la radio, con sus hermanos y su madre, una emisión de música
lírica. Su padre le enseñó, desde muy joven, la importancia del
trabajo. Trabajó en varias profesiones y se graduó como técnico
químico.
Su
abuela Rosa
Fue
su abuela Rosa Margherita Vassallo, quien le ayudó a forjar más
profundamente la fe. En 1958 entró en el seminario y decide
hacer el noviciado entre los Padres Jesuitas.
Durante
ese período, la enfermera Cornelia Caraglio, salvó su vida al
convencer a un médico para que le administrara la dosis correcta de
antibiótico para tratar la neumonía. El Papa agradece a esta “buena
mujer, lo suficientemente valiente como para discutir con los
médicos”, así lo narró a una delegación de enfermeras el pasado
3 de marzo, en expresión de su agradecimiento.
Ordenación
sacerdotal
El
día que recibió la Ordenación sacerdotal, en 1969, recibió una
carta de su abuela Rosa, dirigida a todos sus nietos, que el joven
Jorge Mario guarda en su breviario: “Que tengan una vida larga y
feliz. Pero si algún día el dolor, la enfermedad o la pérdida de
un ser querido les llenan de tristeza, recuerden que un suspiro
frente al Tabernáculo, donde está el mayor y más augusto mártir,
y una mirada a María, que está al pie de la cruz, puede dejar caer
una gota de bálsamo sobre las heridas más profundas y dolorosas”.
18.12.18
Mensaje del Papa Francisco para la 52 Jornada Mundial de la Paz
“La
buena política está al servicio de la paz”
(18
dic. 2018). El Mensaje del Santo Padre para la 52 Jornada Mundial de
la Paz, con el lema La
buena política está al servicio de la paz,
se ha presentado
esta mañana en
la Oficina de Prensa Santa Sede.
La
buena política está al servicio de la paz
- “Paz a esta casa”
Jesús,
al enviar a sus discípulos en misión, les dijo: «Cuando entréis
en una casa, decid primero: “Paz a esta casa”. Y si allí hay
gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a
vosotros» (Lc 10,5-6).
Dar
la paz está en el centro de la misión de los discípulos de Cristo.
Y este ofrecimiento está dirigido a todos los hombres y mujeres que
esperan la paz en medio de las tragedias y la violencia de la
historia humana.[1] La
“casa” mencionada por Jesús es cada familia, cada comunidad,
cada país, cada continente, con sus características propias y con
su historia; es sobre todo cada persona, sin distinción ni
discriminación. También es nuestra “casa común”: el planeta en
el que Dios nos ha colocado para vivir y al que estamos llamados a
cuidar con interés.
Por
tanto, este es también mi deseo al comienzo del nuevo año: “Paz a
esta casa”.
2.
El desafío de una buena política
La
paz es como la esperanza de la que habla el poeta Charles
Péguy; [2] es
como una flor frágil que trata de florecer entre las piedras de la
violencia. Sabemos bien que la búsqueda de poder a cualquier precio
lleva al abuso y a la injusticia. La política es un vehículo
fundamental para edificar la ciudadanía y la actividad del hombre,
pero cuando aquellos que se dedican a ella no la viven como un
servicio a la comunidad humana, puede convertirse en un instrumento
de opresión, marginación e incluso de destrucción.
Dice
Jesús: «Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y
el servidor de todos» (Mc 9,35). Como subrayaba el Papa
san Pablo VI: «Tomar en serio la política en sus diversos niveles
―local, regional, nacional y mundial― es afirmar el deber de cada
persona, de toda persona, de conocer cuál es el contenido y el valor
de la opción que se le presenta y según la cual se busca realizar
colectivamente el bien de la ciudad, de la nación, de la
humanidad».[3]
En
efecto, la función y la responsabilidad política constituyen un
desafío permanente para todos los que reciben el mandato de servir a
su país, de proteger a cuantos viven en él y de trabajar a fin de
crear las condiciones para un futuro digno y justo. La política, si
se lleva a cabo en el respeto fundamental de la vida, la libertad y
la dignidad de las personas, puede convertirse verdaderamente en una
forma eminente de la caridad.
3
Caridad
y virtudes humanas para una política al servicio de los derechos
humanos y de la paz
El
Papa Benedicto XVI recordaba que «todo cristiano está llamado a
esta caridad, según su vocación y sus posibilidades de incidir en
la pólis. […] El compromiso por el bien común, cuando
está inspirado por la caridad, tiene una valencia superior al
compromiso meramente secular y político. […] La acción del hombre
sobre la tierra, cuando está inspirada y sustentada por la caridad,
contribuye a la edificación de esa ciudad de Dios universal hacia la
cual avanza la historia de la familia humana».[4] Es
un programa con el que pueden estar de acuerdo todos los políticos,
de cualquier procedencia cultural o religiosa que deseen trabajar
juntos por el bien de la familia humana, practicando aquellas
virtudes humanas que son la base de una buena acción política: la
justicia, la equidad, el respeto mutuo, la sinceridad, la honestidad,
la fidelidad.
A
este respecto, merece la pena recordar las “bienaventuranzas del
político”, propuestas por el cardenal vietnamita François-Xavier
Nguyễn Vãn Thuận, fallecido en el año 2002, y que fue un fiel
testigo del Evangelio:
Bienaventurado
el político que tiene una alta consideración y una profunda
conciencia de su papel.
Bienaventurado
el político cuya persona refleja credibilidad.
Bienaventurado
el político que está comprometido en llevar a cabo un cambio
radical.
Bienaventurado
el político que sabe escuchar.
Bienaventurado
el político que no tiene miedo.[5]
Bienaventurado
el político que trabaja por el bien común y no por su propio
interés.
Bienaventurado
el político que permanece fielmente coherente.
Bienaventurado
el político que realiza la unidad.
Cada
renovación de las funciones electivas, cada cita electoral, cada
etapa de la vida pública es una oportunidad para volver a la fuente
y a los puntos de referencia que inspiran la justicia y el derecho.
Estamos convencidos de que la buena política está al servicio de la
paz; respeta y promueve los derechos humanos fundamentales, que son
igualmente deberes recíprocos, de modo que se cree entre las
generaciones presentes y futuras un vínculo de confianza y gratitud.
4.
Los vicios de la política
En
la política, desgraciadamente, junto a las virtudes no faltan los
vicios, debidos tanto a la ineptitud personal como a distorsiones en
el ambiente y en las instituciones. Es evidente para todos que los
vicios de la vida política restan credibilidad a los sistemas en los
que ella se ejercita, así como a la autoridad, a las decisiones y a
las acciones de las personas que se dedican a ella. Estos vicios, que
socavan el ideal de una democracia auténtica, son la vergüenza
de la vida pública y ponen en peligro la paz social: la corrupción
—en sus múltiples formas de apropiación indebida de bienes
públicos o de aprovechamiento de las personas—, la negación del
derecho, el incumplimiento de las normas comunitarias, el
enriquecimiento ilegal, la justificación del poder mediante la
fuerza o con el pretexto arbitrario de la “razón de Estado”, la
tendencia a perpetuarse en el poder, la xenofobia y el racismo, el
rechazo al cuidado de la Tierra, la explotación ilimitada de los
recursos naturales por un beneficio inmediato, el desprecio de los
que se han visto obligados a ir al exilio.
5.
La buena política promueve la participación de los jóvenes y la
confianza en el otro
Cuando
el ejercicio del poder político apunta únicamente a proteger los
intereses de ciertos individuos privilegiados, el futuro está en
peligro y los jóvenes pueden sentirse tentados por la desconfianza,
porque se ven condenados a quedar al margen de la sociedad, sin la
posibilidad de participar en un proyecto para el futuro. En
cambio, cuando la política se traduce, concretamente, en un estímulo
de los jóvenes talentos y de las vocaciones que quieren realizarse,
la paz se propaga en las conciencias y sobre los rostros. Se llega a
una confianza dinámica, que significa “yo confío en ti y creo
contigo” en la posibilidad de trabajar juntos por el bien común.
La política favorece la paz si se realiza, por lo tanto,
reconociendo los carismas y las capacidades de cada persona. «¿Hay
acaso algo más bello que una mano tendida? Esta ha sido querida por
Dios para dar y recibir. Dios no la ha querido para que mate
(cf. Gn 4,1ss) o haga sufrir, sino para que cuide y
ayude a vivir. Junto con el corazón y la mente, también la mano
puede hacerse un instrumento de diálogo».[6]
Cada
uno puede aportar su propia piedra para la construcción de la casa
común. La auténtica vida política, fundada en el derecho y en un
diálogo leal entre los protagonistas, se renueva con la convicción
de que cada mujer, cada hombre y cada generación encierran en sí
mismos una promesa que puede liberar nuevas energías relacionales,
intelectuales, culturales y espirituales. Una confianza de ese tipo
nunca es fácil de realizar porque las relaciones humanas son
complejas. En particular, vivimos en estos tiempos en un clima de
desconfianza que echa sus raíces en el miedo al otro o al extraño,
en la ansiedad de perder beneficios personales y, lamentablemente, se
manifiesta también a nivel político, a través de actitudes de
clausura o nacionalismos que ponen en cuestión la fraternidad que
tanto necesita nuestro mundo globalizado. Hoy más que nunca,
nuestras sociedades necesitan “artesanos
de la paz” que puedan ser auténticos mensajeros y testigos de Dios
Padre que quiere el bien y la felicidad de la familia humana.
6.
No a la guerra ni a la estrategia del miedo
Cien
años después del fin de la Primera Guerra Mundial, y con el
recuerdo de los jóvenes caídos durante aquellos combates y las
poblaciones civiles devastadas, conocemos mejor que nunca la terrible
enseñanza de las guerras fratricidas, es decir que la paz jamás
puede reducirse al simple equilibrio de la fuerza y el miedo.
Mantener al otro bajo amenaza significa reducirlo al estado de objeto
y negarle la dignidad. Es la razón por la que reafirmamos que el
incremento de la intimidación, así como la proliferación
incontrolada de las armas son contrarios a la moral y a la búsqueda
de una verdadera concordia. El terror ejercido sobre las personas más
vulnerables contribuye al exilio de poblaciones enteras en busca de
una tierra de paz. No son aceptables los discursos políticos que
tienden a culpabilizar a los migrantes de todos los males y a privar
a los pobres de la esperanza. En cambio, cabe subrayar que la paz se
basa en el respeto de cada persona, independientemente de su
historia, en el respeto del derecho y del bien común, de la creación
que nos ha sido confiada y de la riqueza moral transmitida por las
generaciones pasadas.
Asimismo,
nuestro pensamiento se dirige de modo particular a los niños que
viven en las zonas de conflicto, y a todos los que se esfuerzan para
que sus vidas y sus derechos sean protegidos. En el mundo, uno de
cada seis niños sufre a causa de la violencia de la guerra y de
sus consecuencias, e incluso es reclutado para convertirse en soldado
o rehén de grupos armados. El testimonio de cuantos se comprometen
en la defensa de la dignidad y el respeto de los niños es sumamente
precioso para el futuro de la humanidad.
7.
Un gran proyecto de paz
Celebramos
en estos días los setenta años de la Declaración Universal de los
Derechos Humanos, que fue adoptada después del segundo conflicto
mundial. Recordamos a este respecto la observación del Papa san Juan
XXIII: «Cuando en un hombre surge la conciencia de los propios
derechos, es necesario que aflore también la de las propias
obligaciones; de forma que aquel que posee determinados derechos
tiene asimismo, como expresión de su dignidad, la obligación de
exigirlos, mientras los demás tienen el deber de reconocerlos y
respetarlos».[7]
La
paz, en efecto, es fruto de un gran proyecto político que se funda
en la responsabilidad recíproca y la interdependencia de los seres
humanos, pero es también un desafío que exige ser acogido día tras
día. La paz es una conversión del corazón y del alma, y es fácil
reconocer tres dimensiones inseparables de esta paz interior y
comunitaria:
La
paz con nosotros mismos, rechazando la intransigencia, la ira, la
impaciencia y ―como aconsejaba san Francisco de Sales― teniendo
“un poco de dulzura consigo mismo”, para ofrecer “un poco de
dulzura a los demás”;
– La
paz con el otro: el familiar, el amigo, el extranjero, el pobre, el
que sufre…; atreviéndose al encuentro y escuchando el mensaje que
lleva consigo;
– La
paz con la creación, redescubriendo la grandeza del don de Dios y la
parte de responsabilidad que corresponde a cada uno de nosotros, como
habitantes del mundo, ciudadanos y artífices del futuro.
La
política de la paz ―que conoce bien y se hace cargo de las
fragilidades humanas― puede recurrir siempre al espíritu
del Magníficat que María, Madre de Cristo salvador
y Reina de la paz, canta en nombre de todos los hombres: «Su
misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Él
hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes; […]
acordándose de la misericordia como lo había prometido a nuestros
padres en favor de Abrahán y su descendencia por siempre»
(Lc 1,50-55).
Vaticano,
8 de diciembre de 2018
FRANCISCO
19.12.18
“Que María y José nos enseñen a acoger un regalo tan grande: Emmanuel, Dios con nosotros”
Saludos
del Papa a ancianos, enfermos, jóvenes y esposos
(19
dic. 2018).- “Confiémonos a María y a José, para que nos enseñen
a acoger un regalo tan grande: Emmanuel, Dios con nosotros”, es el
pensamiento que ha expresado el Pontífice a los jóvenes, los
ancianos, los enfermos y los recién casados, en la audiencia
general, este miércoles, 19 de diciembre de 2018.
En
italiano, el Santo Padre ha señalado que el nacimiento del Señor
Jesús “es inminente”. Así, ha pedido que la fiesta que
celebraremos de nuevo este año, en la Noche Santa de su Navidad,
“despierte en nosotros la ternura de Dios por toda la humanidad,
cuando, en Jesús, no desdeñó asumir, sin ninguna reserva, nuestra
naturaleza humana”.
El
saludo del Papa en Italian ha estado dirigido también a los grupos
parroquiales, en particular a los de Collevecchio y Alvito y a los
huéspedes de la Caritas de la Diócesis de Albano, acompañados por
el obispo, Monseñor Marcello Semeraro.
Saludo
a la Asociación Nacional de víctimas civiles de la guerra; al Grupo
Scout de Jesolo y Ca ‘Savio; al Equipo Nacional Italiano de
Personas Amputadas; a la delegación de la Municipalidad de Bolsena;
al Grupo de Deportes Paralímpicos de la Defensa y a las escuelas, en
particular las de San Benedetto del Tronto y Bitonto.
Audiencia general, 19 de diciembre de 2018 – Catequesis del Papa
¿Qué
Navidad le gustaría a Dios?
(19
dic. 2018).- “Navidad es preferir la voz silenciosa de Dios al
estruendo del consumismo”, ha subrayado el Papa Francisco en la
catequesis ofrecida hoy en la audiencia general, este miércoles, 19
de diciembre de 2018.
La
audiencia general se ha celebrado a las 9:30 horas en el Aula Pablo
VI, donde el Santo Padre Francisco ha encontrado grupos de peregrinos
y fieles de Italia y de todo el mundo, que han querido felicitarle su
82 cumpleaños –celebrado el 17 de diciembre– con canciones,
regalos y tartas.
Catequesis
del Papa Francisco
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Dentro
de seis días será Navidad. Árboles, decoraciones y luces por todas
partes recuerdan que también este año será una fiesta. La máquina
publicitaria invita a intercambiar siempre nuevos regalos para
sorprenderse. Pero, me pregunto ¿es esta la fiesta que agrada a
Dios? ¿Qué Navidad le gustaría, qué regalos y qué sorpresas?
Observemos
la primera Navidad de la historia para descubrir los gustos de Dios.
Esa primera Navidad de la historia estuvo llena
de sorpresas.
Comenzamos con María, que era la esposa prometida de José: llega el
ángel y cambia su vida. De virgen será madre. Seguimos con José,
llamado a ser el padre de un niño sin generarlo. Un hijo que, -golpe
de efecto-, llega en el momento menos indicado, es decir, cuando
María y José estaban prometidos y, de acuerdo con la Ley, no podían
cohabitar. Ante el escándalo, el sentido común de la época
invitaba a José a repudiar a María y salvar así su buena
reputación, pero él, si bien tuviera derecho, sorprende: para no
hacer daño a María piensa despedirla en secreto, a costa de perder
su reputación. Luego, otra sorpresa: Dios en un sueño cambia sus
planes y le pide que tome a María con él. Una vez nacido
Jesús, cuando tenía sus proyectos para la familia, otra vez en
sueños le dicen que se levante y vaya a Egipto. En resumen, la
Navidad trae cambios inesperados de vida. Y si queremos vivir
la Navidad, tenemos que abrir el corazón y estar dispuestos a las
sorpresas, es decir, a un cambio de vida inesperado.
Pero
cuando llega la sorpresa más grande es en Nochebuena: el Altísimo
es un niño pequeño. La Palabra divina es un infante, que significa
literalmente “incapaz de hablar”. Y la palabra divina se volvió
incapaz de hablar. Para recibir al Salvador no están las autoridades
de la época, o del lugar, o los embajadores: no, son simples
pastores que, sorprendidos por los ángeles mientras trabajaban de
noche, acuden sin demora. ¿Quién lo habría esperado? La Navidad es
celebrar lo
inédito de Dios,
o mejor dicho, es celebrar a un
Dios inédito,
que cambia nuestra lógica y nuestras expectativas.
Celebrar
la Navidad, es,
entonces, dar la bienvenida a las sorpresas del Cielo en la tierra.
No se puede vivir “tierra, tierra”, cuando el Cielo trae sus
noticias al mundo. La Navidad inaugura una nueva era, donde la vida
no se planifica, sino que se da; donde ya no se vive para uno mismo,
según los propios gustos, sino para Dios y con Dios, porque desde
Navidad Dios es el Dios con nosotros, que vive con nosotros, que
camina con nosotros. Vivir la Navidad es dejarse sacudir por su
sorprendente novedad. La Navidad de Jesús no ofrece el calor seguro
de la chimenea, sino el escalofrío divino que sacude la historia. La
Navidad es la revancha de la humildad sobre la arrogancia, de la
simplicidad sobre la abundancia, del silencio sobre el alboroto, de
la oración sobre “mi tiempo”, de Dios sobre mi “yo”.
Celebrar
la Navidad es
hacer como Jesús, venido para nosotros, los necesitados,
y bajar hacia
aquellos que nos necesitan. Es hacer como María: fiarse,
dócil a Dios, incluso sin entender lo que Él hará. Celebrar la
Navidad es hacer como José: levantarse para
realizar lo que Dios quiere, incluso si no está de acuerdo con
nuestros planes. San José es sorprendente: nunca habla en el
Evangelio: no hay una sola palabra de José en el Evangelio; y el
Señor le habla en silencio, le habla precisamente en sueños.
Navidad es preferir la voz silenciosa de Dios al estruendo del
consumismo. Si sabemos estar en silencio frente al Belén, la Navidad
será una sorpresa para nosotros, no algo que ya hayamos visto. Estar
en silencio ante el Belén: esta es la invitación para Navidad.
Tómate algo de tiempo, ponte delante del Belén y permanece en
silencio. Y sentirás, verás la sorpresa.
Desgraciadamente,
sin embargo, nos podemos equivocar
de fiesta,
y prefiere las cosas usuales de la tierra a las novedades del Cielo.
Si la Navidad es solo una buena fiesta tradicional, donde nosotros y
no Él estamos en el centro, será una oportunidad perdida. Por
favor, ¡no mundanicemos la
Navidad! No dejemos de lado al Festejado, como entonces, cuando “vino
entre los suyos, y los suyos no le recibieron” (Jn 1,11). Desde el
primer Evangelio de Adviento, el Señor nos ha puesto en guardia,
pidiéndonos que no nos cargásemos con “libertinajes” y
“preocupaciones de la vida” (Lc 21,34). Durante estos días
se corre, tal vez como nunca
durante el año. Pero así se hace lo contrario de lo que Jesús
quiere. Culpamos a las muchas cosas que llenan los días, al mundo
que va rápido. Y, sin embargo, Jesús no culpó al
mundo, nos pidió que no nos dejásemos arrastrar, que velásemos en
todo momento rezando (cfr. v. 36).
He
aquí, será Navidad si, como José, daremos espacio
al silencio; si, como María, diremos “aquí estoy ”
a Dios; si, como Jesús, estaremos cerca de los que están solos, si,
como los pastores, dejaremos nuestros recintos para estar con Jesús.
Será Navidad, si encontramos la luz en la pobre gruta de Belén. No
será Navidad si buscamos el resplandor del mundo, si nos
llenamos de regalos, comidas y cenas, pero no ayudamos al menos a un
pobre, que se parece a Dios, porque en Navidad Dios vino pobre.
Queridos
hermanos y hermanas, ¡os deseo una Feliz Navidad, una Navidad rica
en las sorpresas de Jesús! Pueden parecer sorpresas incómodas, pero
son los gustos de Dios. Si los hacemos nuestros, nos daremos a
nosotros mismos una sorpresa maravillosa. Cada uno de nosotros tiene
escondida en el corazón la capacidad de sorprenderse. Dejémonos
sorprender por Jesús en esta Navidad.
20.12.18
Santa Marta: La Anunciación es el “momento decisivo de la historia”
Evangelio
de Lucas (Lc 1, 26-38)
(20
dic. 2018).- Es el “momento decisivo de la historia, el más
revolucionario”: El Santo Padre ha reflexionado en la Eucaristía
sobre el misterio de la Anunciación, en el que el “Dios de
las sorpresas” cambia el destino del hombre, ha descrito.
La
Misa matutina ha sido celebrada por el Papa Francisco este jueves, 20
de diciembre de 2018, en la Capilla de la Casa Santa Marta. Hoy, el
Pontífice ha leído el capítulo del Evangelio de Lucas (Lc 1,
26-38), en el que se relata el “sí” de la Virgen María al ángel
Gabriel, un pasaje “difícil de predicar”.
“Es
el momento en que todo cambia, todo, desde la raíz”, ha revelado
el Papa Francisco. Litúrgicamente hoy es el día de la raíz. La
Antífona que hoy marca el sentido es la raíz de Jesé, “de la que
nacerá un brote”. Dios se agacha, Dios entra en la historia y lo
hace con su estilo original: una sorpresa. El Dios de las sorpresas
nos sorprende una vez más.
El
Pontífice ha relatado que “es una situación convulsa, todo
cambia, la historia se invierte”. Es aquí donde se nos relata
el “momento decisivo de la historia, el más revolucionario”.
Por ello, cuando en Navidad o en el día de la Anunciación
profesamos la fe para decir este misterio nos arrodillamos.
“He
aquí la esclava del Señor”
El
Pontífice durante su homilía releyó el Evangelio del día a fin de
que la asamblea pudiera reflexionar acerca de la envergadura del
Anuncio:
“El
Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te
cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer será llamado
Hijo de Dios. También tu pariente Isabel ha concebido un hijo en su
vejez, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para
Dios no hay nada imposible”. Entonces María contestó: “He aquí
la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”. Y el
ángel se retiró.
20.12.18
El Papa felicita a la Curia: La Navidad es la fiesta del “gran Dios que se hace pequeño”
Discurso
del Papa a cardenales y obispos
(21
dic. 2018).- El Papa Francisco ha felicitado la Navidad en audiencia
con los cardenales y superiores de la Curia Romana, este viernes, 21
de diciembre de 2018, a las 10:30 horas, en la Sala Clementina
del Palacio Apostólico Vaticano.
«La
noche está avanzada, el día está cerca: dejemos, pues, las obras
de las tinieblas y pongámonos las armas de la luz» (Rm13,12).
Inundados
por el gozo y la esperanza que brillan en la faz del Niño divino,
nos reunimos nuevamente este año para expresarnos las felicitaciones
navideñas, con el corazón puesto en las dificultades y alegrías
del mundo y de la Iglesia.
Os
deseo sinceramente una santa Navidad a vosotros, a vuestros
colaboradores, a todas las personas que prestan servicio en la Curia,
a los Representantes pontificios y a los colaboradores de las
nunciaturas. Y deseo agradeceros vuestra dedicación diaria al
servicio de la Santa Sede, de la Iglesia y del Sucesor de Pedro.
Muchas gracias.
Permitidme
también darle una cálida bienvenida al nuevo Sustituto de la
Secretaría de Estado, Mons. Edgar Peña Parra, que el pasado 15 de
octubre comenzó su delicado e importante servicio. Su origen
venezolano refleja la catolicidad de la Iglesia y la necesidad de
abrir cada vez más el horizonte hasta abarcar los confines de la
tierra. Bienvenido, Excelencia, y buen trabajo.
La
Navidad es la fiesta que nos llena de alegría y nos da la seguridad
de que ningún pecado es más grande que la misericordia de Dios y
que ningún acto humano puede impedir que el amanecer de la luz
divina nazca
y renazca en el corazón de los hombres. Es la fiesta que nos invita
a renovar el compromiso evangélico de
anunciar a Cristo, Salvador del mundo y luz del universo.
Porque si «Cristo, “santo, inocente, inmaculado” (Hb 7,26),
no conoció el pecado (cf. 2
Co 5,21),
sino que vino únicamente a expiar los pecados del pueblo
(cf. Hb 2,17),
la Iglesia encierra en su propio seno a pecadores, y siendo al mismo
tiempo santa y necesitada de purificación, avanza continuamente por
la senda de la penitencia y de la renovación. La Iglesia
“va peregrinando entre las persecuciones del mundo y los
consuelos de Dios”, anunciando la cruz del Señor hasta que venga
(cf. 1
Co 11,26).
Está fortalecida, con la virtud del Señor resucitado, para triunfar
con paciencia y caridad de sus aflicciones y dificultades, tanto
internas como externas, y revelar al mundo fielmente su misterio,
aunque sea entre penumbras, hasta que se manifieste en todo el
esplendor al final de los tiempos» (Conc. Ecum. Vat. II, Const.
dogm. Lumen
gentium,8).
Apoyándonos
en la firme convicción de que la luz es siempre más fuerte que la
oscuridad, me gustaría reflexionar con vosotros sobre la luz que une
la Navidad (primera venida en humildad)
alaParusía(segundavenidaenesplendor)ynosconfirmaenlaesperanzaquenuncadefrauda.Esa esperanza
de la que depende la vida de cada uno de nosotros y toda la historia
de la Iglesia y del mundo.
Jesús,
en realidad, nace en una situación sociopolítica y religiosa llena
de tensión, agitación y oscuridad. Su nacimiento, por una parte
esperado y por otra rechazado, resume la lógica
divina que
no se detiene ante el mal, sino que lo transforma radical y
gradualmente en bien, y también la lógica
maligna que
transforma incluso el bien en mal para postrar a la humanidad en la
desesperación y en la oscuridad: «La luz brilla en la tiniebla, y
la tiniebla no lo recibió» (Jn1,5).
Sin
embargo, la Navidad nos recuerda cada año que la salvación de Dios,
dada gratuitamente a toda la humanidad, a la Iglesia y en particular
a nosotros, personas consagradas, no actúa sin nuestra voluntad, sin
nuestra cooperación, sin nuestra libertad, sin nuestro esfuerzo
diario. La salvación es un don que hay que acoger,
custodiar y hacer fructificar (cf. Mt 25,14-30).
Por lo tanto, para el cristiano en general, y en particular para
nosotros, el ser ungidos, consagrados por el Señor no significa
comportarnos como un grupo de personas privilegiadas que creen que
tienen a Dios en el bolsillo, sino como personas que saben que son
amadas por el Señor a pesar de ser pecadores e indignos. En efecto,
los consagrados no son más que servidores en la viña del Señor que
deben dar, a su debido tiempo, la cosecha y lo obtenido al Dueño de
la viña (cf. Mt20,1-16).
La
Biblia y la historia de la Iglesia nos enseñan que muchas veces,
incluso los elegidos, andando en el camino, empiezan a pensar, a
creerse y a comportarse como dueños de la salvación y no como
beneficiarios, como controladores de los misterios de Dios y no como
humildes distribuidores, como aduaneros de Dios y no como servidores
del rebaño que se les ha confiado.
Muchas
veces ―por un celo excesivo y mal orientado― en lugar de seguir a
Dios nos ponemos delante de él, como Pedro, que criticó al Maestro
y mereció el reproche más severo que Cristo nunca dirigió a una
persona: «¡Ponte detrás de mí, Satanás! ¡Tú piensas como los
hombres, no como Dios!» (Mc8,33).
Queridos
hermanos y hermanas:
Este
año, en el mundo turbulento, la barca de la Iglesia ha vivido y vive
momentos de dificultad, y ha sido embestida por tormentas y
huracanes. Muchos se han dirigido al Maestro, que aparentemente
duerme, para preguntarle: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?»
(Mc 4,38);
otros, aturdidos por las noticias comenzaron a perder la confianza en
ella y a abandonarla; otros, por miedo, por intereses, por un fin
ulterior, han tratado de golpear su cuerpo aumentando sus heridas;
otros no ocultan su deleite al verla zarandeada; muchos otros, sin
embargo, siguen aferrándose a ella con la certeza de que «el
poder del infierno no la derrotará» (Mt16,18).
Mientras
tanto, la Esposa de Cristo continúa su peregrinación en
medio de alegrías y aflicciones, externas e internas, éxitos y
dificultades. Ciertamente,
las dificultades internas siguen siendo siempre las más dolorosas y
destructivas.
Las
aflicciones
Son
muchas las aflicciones:
cuántos inmigrantes —obligados a abandonar sus países de origen y
arriesgar sus vidas— hallan la muerte, o sobreviven pero se
encuentran con las puertas cerradas y sus hermanos de humanidad
entregados a las conquistas políticas y de poder. Cuánto miedo y
prejuicio. Cuántas personas y cuántos niños mueren cada día por
la falta de agua, alimentos y medicinas. Cuánta pobreza y miseria.
Cuánta violencia contra los débiles y contra las mujeres. Cuántos
escenarios de guerras, declaradas y no declaradas. Cuánta sangre
inocente se derrama cada día. Cuánta inhumanidad y brutalidad nos
rodean por todas partes. Cuántas personas son sistemáticamente
torturadas todavía hoy en las comisarías de policía, en las
cárceles y en los campos de refugiados en diferentes lugares del
mundo.
Vivimos
también, en realidad, una nueva era de mártires.
Parece que la persecución cruel y atroz del imperio romano no tiene
fin. Continuamente nacen nuevos Nerones para oprimir a los creyentes, solo
por su fe en Cristo. Nuevos grupos extremistas se multiplican,
tomando como punto de mira a iglesias, lugares de culto, ministros y
simples fieles. Viejos y nuevos círculos y conciliábulos viven
alimentándose del odio y la hostilidad hacia Cristo, la Iglesia y
los creyentes.
Cuántos
cristianos, en tantas partes del mundo, viven todavía hoy bajo el
peso de la persecución, la marginación, la discriminación y la
injusticia. Sin embargo, siguen abrazando valientemente la muerte
para no negar a Cristo. Qué difícil es vivir hoy libremente la fe
en tantas partes del mundo donde no hay libertad religiosa y libertad
de conciencia.
Por
otro lado, el ejemplo heroico de los mártires y de numerosos buenos
samaritanos,
es decir, de los jóvenes, de las familias, de los movimientos
caritativos y de voluntariado, y de muchas personas fieles y
consagradas, no nos hace olvidar, sin embargo, el antitestimonio y
los escándalos de algunos hijos y ministros de la Iglesia.
Me
limito aquí solo a las heridas de los abusos y de la infidelidad.
Desde
hace varios años, la Iglesia se está comprometiendo seriamente por
erradicar el mal de los abusos,
que grita la venganza del Señor, del Dios que nunca olvida el
sufrimiento experimentado por muchos menores a causa de los clérigos
y personas consagradas: abusos de poder, de conciencia y sexuales.
Pensando
en este tema doloroso me vino a la mente la figura del rey David, un
«ungido del Señor» (cf. 1
S 16,13
– 2
S 11-12).
Él, de cuyo linaje deriva el Niño
divino —llamado
también el “hijo
de David”—,
a pesar de ser un elegido, rey y ungido por el Señor, cometió un
triple pecado, es decir, tres graves abusos a la vez: abuso sexual,
de poder y de conciencia. Tres abusos distintos, que sin embargo
convergen y se superponen.
La
historia comienza —como sabemos— cuando el rey, siendo un
guerrero experto, se quedó holgazaneando en casa en vez de ir a la
batalla en medio del pueblo de Dios. David se aprovecha, para su
conveniencia y su interés, de ser el rey (abuso de poder). El
ungido, abandonándose a la comodidad, comienza un irrefrenable
declive moral y de conciencia. Y es precisamente en este contexto que
él, desde la terraza del palacio, ve a Betsabé, mujer de Urías, el
hitita, mientras se bañaba y se siente atraído (cf. 2
S 11).
Manda llamarla y se une a ella (otro abuso de poder, más abuso
sexual). Así, abusa de una mujer casada y sola, para cubrir su
pecado, llama a Urías e intenta sin conseguirlo convencerlo de que
pase la noche con su mujer. Y, posteriormente, ordena al jefe del
ejército que exponga a Urías a una muerte segura en la batalla
(otro abuso de poder, más abuso de conciencia). La cadena del pecado
se alarga como una mancha de aceite y rápidamente se convierte en
una red de corrupción.
De
las chispas de la pereza y de la lujuria, y del “bajar
la guardia”
comienza
la cadena diabólica de pecados graves: adulterio, mentira y
homicidio. Presumiendo que al ser rey puede hacer todo y obtener
todo, David también trata de engañar al marido de Betsabé, a la
gente, a sí mismo e incluso a Dios. El rey descuida su relación con
Dios, infringe los mandamientos divinos, daña su propia integridad
moral sin siquiera sentirse culpable. El
ungido seguía ejerciendo su misión como si nada hubiera pasado.
Lo único que le importaba era salvaguardar su imagen y su
apariencia. «Porque quienes sienten que no cometen faltas graves
contra la Ley de Dios, pueden descuidarse en una especie de
atontamiento o adormecimiento. Como no encuentran algo grave que
reprocharse, no advierten esa tibieza que poco a poco se va
apoderando de su vida espiritual y terminan desgastándose y
corrompiéndose» (Exhort. ap. Gaudete
et exsultate,
164). De pecadores acaban convirtiéndose en corruptos.
También
hoy hay “ungidos del Señor”, hombres consagrados, que abusan de
los débiles, valiéndose de su poder moral y de la persuasión.
Cometen abominaciones y siguen ejerciendo su ministerio como si nada
hubiera sucedido; no temen a Dios ni a su juicio, solo temen ser
descubiertos y desenmascarados. Ministros que desgarran el cuerpo de
la Iglesia, causando escándalo y desacreditando la misión salvífica
de la Iglesia y los sacrificios de muchos de sus hermanos.
También
hoy, muchos David, sin pestañear, entran en la red de corrupción,
traicionan a Dios, sus mandamientos, su propia vocación, la Iglesia,
el pueblo de Dios y la confianza de los pequeños y sus familiares.
A menudo, detrás de su gran amabilidad, su labor impecable y su
rostro angelical, ocultan descaradamente a un lobo atroz listo para
devorar a las almas inocentes.
Los
pecados y crímenes de las personas consagradas adquieren un tinte
todavía más oscuro de infidelidad, de vergüenza, y deforman el
rostro de la Iglesia socavando su credibilidad. En efecto,
también la Iglesia, junto con sus hijos fieles, es víctima de estas
infidelidades y de estos verdaderos y propios “reatos
de malversación”.
Queridos
hermanos y hermanas:
Está
claro que, ante estas abominaciones, la Iglesia no se cansará de
hacer todo lo necesario para llevar ante la justicia a cualquiera que
haya cometido tales crímenes. La Iglesia nunca intentará encubrir o
subestimar ningún caso. Es innegable que algunos responsables, en el
pasado,por ligereza, por incredulidad, por falta de preparación, por
inexperiencia o por superficialidad espiritual y humana han tratado
muchos casos sin la debida seriedad y rapidez. Esto nunca debe volver
a suceder. Esta es la elección y la decisión de toda la Iglesia.
En
el próximo mes de febrero, la Iglesia reiterará su firme voluntad
de continuar, con toda su fuerza, en el camino de la purificación. La
Iglesia se cuestionará, valiéndose también de expertos,
sobre cómo proteger a los niños; cómo evitar tales desventuras,
cómo tratar y reintegrar a las víctimas; cómo fortalecer la
formación en los seminarios. Se buscará transformar los errores
cometidos en oportunidades para erradicar este flagelo no solo del
cuerpo de la Iglesia sino también de la sociedad. De hecho, si
esta gravísima desgracia ha golpeado algunos ministros consagrados,
la pregunta es: ¿Cuánto podría ser profunda en nuestra sociedad y
en nuestras familias? Por
eso, la Iglesia no se limitará a curarse a sí misma, sino que
tratará de afrontar este mal que causa la muerte lenta de tantas
personas, a nivel moral, psicológico y humano.
Queridos
hermanos y hermanas:
Hablando
de esta herida, algunos, también dentro de la Iglesia, se alzan
contra ciertos agentes
de la comunicación,
acusándolos de ignorar la gran mayoría de los casos de abusos, que
no son cometidos por ministros de la Iglesia, las estadísticas
hablan de más del 95%, y acusándolos de querer dar de forma
intencional una falsa imagen, como si este mal golpeara solo a la
Iglesia Católica. En cambio, me gustaría agradecer sinceramente a
los trabajadores de los medios que
han sido honestos y objetivos y que han tratado de desenmascarar a
estos lobos y de dar voz a las víctimas. Incluso si se tratase solo
de un caso de abuso ―que ya es una monstruosidad por sí mismo―
la Iglesia pide que no se guarde silencio y salga a la luz de forma
objetiva, porque el mayor escándalo en esta materia es encubrir la
verdad.
Todos
recordamos que fue solo a través del encuentro con el profeta Natán
como David entendió la gravedad de su pecado. Hoy necesitamos nuevos
Natán que ayuden a muchos David a despertarse de su vida hipócrita
y perversa. Por favor, ayudemos a la santa Madre Iglesia en su
difícil tarea, que es reconocer los casos verdaderos,
distinguiéndolos de los falsos, las acusaciones de las calumnias,
los rencores de las insinuaciones, los rumores de las difamaciones.
Una tarea muy difícil porque los verdaderos culpables saben
esconderse tan bien que muchas esposas, madres y hermanas no pueden descubrirlos
entre las personas más cercanas: esposos, padrinos, abuelos, tíos,
hermanos, vecinos, maestros… Incluso las víctimas, bien elegidas
por sus depredadores, a menudo prefieren el silencio e incluso,
vencidas por el miedo, se ven sometidas a la vergüenza y al terror
de ser abandonadas.
A
los que abusan de los menores querría decirles: convertíos y
entregaos a la justicia humana, y preparaos a la justicia divina,
recordando las palabras de Cristo: «Al que escandalice a uno de
estos pequeños que creen en mí, más le valdría que le colgasen
una piedra de molino al cuello y lo arrojasen al fondo del mar. ¡Ay
del mundo por los escándalos! Es inevitable que sucedan escándalos,
¡pero ay del hombre por el que viene el escándalo!» (Mt18,6-7).
Queridos
hermanos y hermanas:
Ahora
permitidme hablar también de otra aflicción,
a saber, la infidelidad de
quienes traicionan su vocación, su juramento, su misión, su
consagración a Dios y a la Iglesia; aquellos que se esconden detrás
de las buenas intenciones para apuñalar a sus hermanos y sembrar la
discordia, la división y el desconcierto; personas que siempre
encuentran justificaciones, incluso lógicas y espirituales, para
seguir recorriendo sin obstáculos el camino de la perdición.
Esto
no es nada nuevo en la historia de la Iglesia. San Agustín, hablando
del trigo bueno y de la cizaña, afirma: «¿Pensáis, hermanos, que
la cizaña no sube a las cátedras episcopales?
¿Pensáis
que está abajo y no arriba? Ojalá no seamos cizaña. […] En las
cátedras episcopales hay trigo y hay cizaña; y en las comunidades
de fieles hay trigo y hay cizaña» (Sermo 73,
4: PL 38,
472).
Las
palabras de san Agustín nos exhortan a recordar el proverbio: «El
camino del infierno está lleno de buenas intenciones»; y nos ayudan
a comprender que el Tentador, el Gran Acusador, es el que divide,
siembra la discordia, insinúa la enemistad, persuade a los hijos y
los lleva adudar.
En
realidad, las treinta monedas de plata están casi siempre detrás de
estos sembradores de cizaña. Aquí la figura de David nos lleva a la
de Judas el Iscariote, otro elegido por el Señor que vende y entrega
a su maestro a la muerte. David el pecador y Judas Iscariote siempre
estarán presentes en la Iglesia, ya que representan la debilidad que
forma parte de nuestro ser humano. Son iconos de los pecados y de los
crímenes cometidos por personas elegidas y consagradas. Iguales en
la gravedad del pecado, sin embargo, se distinguen en la conversión.
David se arrepintió, confiando en la misericordia de Dios, mientras
que Judas se suicidó.
Para
hacer resplandecer la luz de Cristo, todos tenemos el deber de
combatir cualquier corrupción
espiritual,
que «es peor que la caída de un pecador, porque se trata de una
ceguera cómoda y autosuficiente donde todo termina pareciendo
lícito: el engaño, la calumnia, el egoísmo y tantas formas sutiles
de autorreferencialidad,
ya que «el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz» (2
Co 11,14).
Así acabó sus días Salomón, mientras el gran pecador David supo
remontar su miseria» (Exhort. ap. Gaudete
et exsultate, 165).
Las
alegrías
Han
sido numerosas este año, por ejemplo la feliz culminación del
Sínodo dedicado a los jóvenes. Los pasos que se han dado hasta
ahora en la reforma de la Curia, ¿cuándo terminará? no terminará
nunca, pero los pasos son buenos. Los ejemplos son: los trabajos de
clarificación y transparencia en la economía; los encomiables
esfuerzos realizados por la Oficina del Auditor General y del AIF;
los buenos resultados logrados por el IOR; la nueva Ley del Estado de
la Ciudad del Vaticano; el Decreto sobre el trabajo en el Vaticano, y
tantos otros logros menos visibles. Recordamos los nuevos beatos y
santos que son las “piedras
preciosas”
que adornan el rostro de la Iglesia e irradian esperanza, fe y luz al
mundo. Es necesario mencionar aquí los diecinueve mártires de
Argelia: «Diecinueve vidas entregadas por Cristo, por su evangelio y
por el pueblo argelino… modelos de santidad común, la santidad de
la “puerta de al lado”» (Thomas Georgeon, Nel
segno della fraternità: L’Osservatore
Romano,
8 diciembre 2018, p. 6); el elevado número de fieles que reciben el
bautismo cada año y renuevan la juventud de la Iglesia como una
madre siempre fecunda, y los numerosos hijos que regresan a casa y
abrazan de nuevo la fe y la vida cristiana; familias y padres
que viven seriamente la fe y la transmiten diariamente a sus hijos a
través de la alegría de su amor (cf. Exhort. ap. postsin. Amoris
laetitia,
259-290); el testimonio de muchos jóvenes que valientemente eligen
la vida consagrada y el sacerdocio.
Un
gran motivo de alegría es también el gran número de personas
consagradas, de obispos y sacerdotes, que viven diariamente su
vocación en fidelidad, silencio, santidad y abnegación. Son
personas que iluminan la oscuridad de la humanidad con su testimonio
de fe, amor y caridad. Personas que trabajan pacientemente por amor a
Cristo y a su Evangelio, en favor de los pobres, los oprimidos y los
últimos, sin tratar de aparecer en las primeras páginas de los periódicos
o de ocupar los primeros puestos. Personas que, abandonando todo y
ofreciendo sus vidas, llevan la luz de la fe allí donde Cristo está
abandonado, sediento, hambriento, encarcelado y desnudo
(cf. Mt 25,31-46).
Pienso especialmente en los numerosos párrocos que diariamente
ofrecen un buen ejemplo al pueblo de Dios, sacerdotes cercanos a las
familias, que conocen los nombres de todos y viven su vida con
sencillez, fe, celo, santidad y caridad. Personas olvidadas por los
medios de comunicación pero sin las cuales reinaría la oscuridad.
Queridos
hermanos y hermanas:
Cuando
hablaba de la luz, de las aflicciones, de David y de Judas, quise
evidenciar el valor de la conciencia, que debe transformarse en un
deber de vigilancia y de protección de quienes ejercen el servicio
del gobierno en las estructuras de la vida eclesiástica y
consagrada. En realidad, la fortaleza de cualquier institución no
reside en la perfección de los hombres que la forman (esto es
imposible), sino en su voluntad de purificarse continuamente; en su
habilidad para reconocer humildemente los errores y corregirlos; en
su capacidad para levantarse de las caídas; en ver la luz de la
Navidad que comienza en el pesebre de Belén, recorre la historia y
llega a la Parusía.
Por
lo tanto, nuestro corazón necesita abrirse a la verdadera luz,
Jesucristo: la luz que puede iluminar la vida y transformar nuestra
oscuridad en luz; la luz del bien que vence al mal; la luz del amor
que vence al odio; la luz de la vida que derrota a la muerte; la
luz divina que transforma todo y a todos en luz; la luz de
nuestro Dios: pobre y rico, misericordioso y justo, presente y
oculto, pequeño ygrande.
Recordamos
las maravillosas palabras de san Macario el Grande, padre del
desierto egipcio del siglo IV que, hablando de la Navidad, afirma:
«Dios se hace pequeño. Lo inaccesible e increado, en su bondad
infinita e inimaginable, ha tomado cuerpo y se ha hecho pequeño. En
su bondad descendió de su gloria. Nadie en el cielo y en la tierra
puede entender la grandeza de Dios y nadie en el cielo y en la tierra
puede entender cómo Dios se hace pobre y pequeño para los pobres y
los pequeños. Igual que su grandeza es incomprensible, también lo
es su pequeñez» (cf. Homilías
IV,
9- 10; XXXII, 7: en Spirito
e fuoco. Omelie spirituali. Colección
II, Qiqajon-Bose, Magnano 1995, pp.88-89.332-333).
Recordemos
que la Navidad es la fiesta del «gran Dios que se hace pequeño y en
su pequeñez no deja de ser grande. Y en esta dialéctica, lo grande
es pequeño: está la ternura de Dios. El grande que se hace pequeño
y lo pequeño que es grande» (Homilía
en Santa Marta,
14 diciembre 2017; cf. Homilía
en Santa Marta,
25 abril 2013).
La
Navidad nos da cada año la certeza de que la luz de Dios seguirá
brillando a pesar de nuestra miseria humana; la certeza de que la
Iglesia saldrá de estas tribulaciones aún más bella, purificada y
espléndida. Porque, todos los pecados, las caídas y el mal
cometidos por
algunos hijos de la Iglesia nunca pueden oscurecer la belleza de su
rostro, es más, nos ofrecen la prueba cierta de que su fuerza no
está en nosotros, sino que está sobre todo en Cristo
Jesús, Salvador del mundo y Luz del universo,
que la ama y dio su vida por ella. La Navidad es una manifestación
de que los graves males cometidos por algunos nunca ocultarán todo
el bien que la Iglesia realiza gratuitamente en el mundo. La Navidad
nos da la certeza de que la verdadera fuerza de la Iglesia y de
nuestro trabajo diario, a menudo oculto, reside en el Espíritu
Santo, que la guía y protege a través de los siglos, transformando
incluso los pecados en ocasiones de perdón, las caídas en ocasiones
de renovación, el mal en ocasión de purificación y victoria.
Muchas
gracias y Feliz Navidad a todos.
21.12.18
Ángelus: “El misterio del encuentro del hombre con Dios”
(23
dic. 2018).- En este cuarto domingo de adviento desde la
ventana del palacio apostólico que da a la plaza San Pedro y ante
unas 20.000 personas, el Papa nos invita a centrarnos en la figura de
María como modelo de fe y caridad.
En
el encuentro con su prima Isabel esta alabó su fe “Bienaventurada
la que creyó en el cumplimiento de lo que el Señor le había
dicho”.
Palabras
del Papa antes del Ángelus
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La
liturgia de este cuarto domingo de Adviento se centra en la figura de
María, la Virgen Madre, que espera dar a luz a Jesús, el Salvador
del mundo. Fijemos nuestra mirada en ella, un modelo de fe y caridad;
y podemos preguntarnos: ¿cuáles fueron sus pensamientos durante los
meses de espera? La respuesta proviene del pasaje del Evangelio de
hoy, el relato de la visita de María a su pariente anciana, Isabel
(cf. Lc 1, 39-45). El ángel Gabriel le había dicho que Isabel
estaba esperando un hijo y que ya estaba en el sexto mes (cf. Lc 1,
26.36). Y así, la Virgen, que acababa de concebir a Jesús por la
obra de Dios, había salido apresuradamente de Nazaret, en Galilea,
para llegar a las montañas de Judea para encontrarse con su prima.
El
Evangelio dice: “Entró en la casa de Zacarías, saludó a Isabel”
(v.40). Seguramente la felicitó por su maternidad, ya su vez Isabel
saludó a María diciendo: “¡Bendita seas entre todas las mujeres
y bendito es el fruto de tu vientre! ¿A qué debo que la madre de mi
Señor venga a mi?”(Vv. 42-43). E inmediatamente alabó su fe:
“Bienaventurada la que creyó en el cumplimiento de lo que el Señor
le había dicho” (v.45). Es evidente el contraste entre María, que
tenía fe, y Zacarías, el esposo de Isabel, que no había creído en
la promesa del ángel y, por lo tanto, permaneció mudo hasta el
nacimiento de Juan.
Este
episodio nos ayuda a leer con una luz muy especial el misterio del
encuentro del hombre con Dios. Un encuentro que no está marcado por
prodigios asombrosos, sino en nombre de la fe y la caridad. De
hecho, María es bendecida porque creyó: el encuentro con Dios es el
fruto de la fe. En cambio, Zacarias, que no creía, permaneció sordo
y mudo para crecer en la fe durante el largo silencio: sin fe,
inevitablemente permanecemos sordos a la voz consoladora de Dios; y
seguimos sin poder pronunciar palabras de consuelo y esperanza para
nuestros hermanos y hermanas. Lo vemos todos los días, la gente que
no tiene fe o que tiene la fe muy pequeña, cuando debe acercarse a
una persona que sufre le dice palabras de circunstancia, pero no
logra llegar al corazón porque no tiene fuerza porque no tiene fe y
sino tiene fe no llegan las palabras ni llegan al corazón de los
demás.
La
fe, a su vez, se nutre de la caridad. El evangelista nos dice que
“María se levantó y fue rápidamente a ver a Isabel” (v. 39)
“Se levantó”: un gesto lleno de preocupación. Podría haberse
quedado en casa para prepararse para el nacimiento de su hijo, en
lugar de eso, se preocupa primero de los demás que de sí mismo,
demostrando de hecho que ya es un discípulo del Señor que lleva en
su vientre. El acontecimiento del nacimiento de Jesús comenzó así,
con un simple gesto de caridad; Además, la auténtica caridad es
siempre el fruto del amor de Dios. El evangelio de la visita de María
a Isabel que escuchamos hoy en la misa, nos prepara para vivir
bien la Navidad, comunicándonos el dinamismo de la fe y de la
caridad. Este dinamismo es obra del Espíritu Santo: el Espíritu de
amor que fecundó el vientre virginal de María y que la instó a
acudir al servicio de su anciana pariente.
Un
dinamismo lleno de alegría, como se ve en el encuentro entre las dos
madres, que es todo un himno de regocijo gozoso en el Señor, que
hace grandes cosas con los pequeños que confían en Él. Que la
Virgen María nos brinde la gracia de vivir una Navidad extrovertida
pero no dispersa: que en el centro no esté nuestro “Yo”, sino el
Tú de nuestros hermanos y hermanas, especialmente aquellos que
necesitan una mano. Entonces dejaremos espacio para el amor que,
incluso hoy, quiere hacerse carne y venir a vivir entre nosotros.
23.12.18
Misa de Navidad: “Jesús, Tú, recostado en un pesebre, eres el pan de mi vida”
(24
dic. 2018).- A las 21:30 horas, en la Basílica Vaticana, el Santo
Padre Francisco ha celebrado la Santa Misa de la Noche en la
Solemnidad del Nacimiento del Señor, el 24 de diciembre de
2018.
Homilía
del Papa Francisco
José,
con María su esposa, subió «a la ciudad de David, que se llama
Belén» (Lc 2,4). Esta noche, también nosotros subimos
a Belén para descubrir el misterio de la Navidad.
1. Belén:
el nombre significa casa del pan. En esta “casa” el
Señor convoca hoy a la humanidad. Él sabe que necesitamos
alimentarnos para vivir. Pero sabe también que los alimentos del
mundo no sacian el corazón. En la Escritura, el pecado original de
la humanidad está asociado precisamente con tomar alimento: «tomó
de su fruto y comió», dice el libro del Génesis (3,6). Tomó y
comió. El hombre se convierte en ávido y voraz. Parece que el
tener, el acumular cosas es para muchos el sentido de la vida. Una
insaciable codicia atraviesa la historia humana, hasta las paradojas
de hoy, cuando unos pocos banquetean espléndidamente y muchos no
tienen pan para vivir.
Belén
es el punto de inflexión para cambiar el curso de la historia. Allí,
Dios, en la casa del pan, nace en un pesebre.
Como si nos dijera: Aquí estoy para vosotros, como vuestro alimento.
No toma, sino que ofrece el alimento; no da algo, sino que se da él
mismo. En Belén descubrimos que Dios no es alguien que toma la vida,
sino aquel que da la vida. Al hombre, acostumbrado desde los orígenes
a tomar y comer, Jesús le dice: «Tomad, comed: esto es mi cuerpo»
(Mt 26,26). El cuerpecito del Niño de Belén propone un
modelo de vida nuevo: no devorar y acaparar, sino compartir y dar.
Dios se hace pequeño para ser nuestro alimento. Nutriéndonos de él,
Pan de Vida, podemos renacer en el amor y romper la
espiral de la avidez y la codicia. Desde la “casa del pan”, Jesús
lleva de nuevo al hombre a casa, para que se convierta en un familiar
de su Dios y en un hermano de su prójimo. Ante el pesebre,
comprendemos que lo que alimenta la vida no son los bienes, sino el
amor; no es la voracidad, sino la caridad; no es la abundancia
ostentosa, sino la sencillez que se ha de preservar.
El
Señor sabe que necesitamos alimentarnos todos los días. Por eso se
ha ofrecido a nosotros todos los días de su vida, desde el pesebre
de Belén al cenáculo de Jerusalén. Y todavía hoy, en el altar, se
hace pan partido para nosotros: llama a nuestra puerta para entrar y
cenar con nosotros (cf. Ap 3,20). En Navidad
recibimos en la tierra a Jesús, Pan del cielo: es un alimento que no
caduca nunca, sino que nos permite saborear ya desde ahora la vida
eterna.
En
Belén descubrimos que la vida de Dios corre por las venas de la
humanidad. Si la acogemos, la historia cambia a partir de cada uno de
nosotros. Porque cuando Jesús cambia el corazón, el centro de la
vida ya no es mi yo hambriento y egoísta, sino él, que nace y vive
por amor. Al estar llamados esta noche a subir a Belén, casa del
pan, preguntémonos: ¿Cuál es el alimento de mi vida, del que no
puedo prescindir?, ¿es el Señor o es otro? Después, entrando en la
gruta, individuando en la tierna pobreza del Niño una nueva
fragancia de vida, la de la sencillez, preguntémonos: ¿Necesito
verdaderamente tantas cosas, tantas recetas complicadas para vivir?
¿Soy capaz de prescindir de tantos complementos superfluos, para
elegir una vida más sencilla? En Belén, junto a Jesús, vemos
gente que ha caminado, como María, José y los pastores. Jesús es
el Pan del camino. No le gustan las digestiones pesadas, largas y
sedentarias, sino que nos pide levantarnos rápidamente de la mesa
para servir, como panes partidos por los demás. Preguntémonos: En
Navidad, ¿parto mi pan con el que no lo tiene?
2.
Después de Belén casa de pan, reflexionemos sobre Belén ciudad
de David. Allí David, que era un joven pastor, fue elegido por
Dios para ser pastor y guía de su pueblo. En Navidad, en la ciudad
de David, los que acogen a Jesús son precisamente los pastores. En
aquella noche —dice el Evangelio— «se llenaron de gran temor»
(Lc 2,9), pero el ángel les dijo: «No temáis» (v.
10). Resuena muchas veces en el Evangelio este no temáis:
parece el estribillo de Dios que busca al hombre. Porque el hombre,
desde los orígenes, también a causa del pecado, tiene miedo de
Dios: «me dio miedo […] y me escondí» (Gn 3,10),
dice Adán después del pecado. Belén es el remedio al miedo, porque
a pesar del “no” del hombre, allí Dios dice siempre “sí”:
será para siempre Dios con nosotros. Y para que su presencia no
inspire miedo, se hace un niño tierno. No temáis: no se
lo dice a los santos, sino a los pastores, gente sencilla que en
aquel tiempo no se distinguía precisamente por la finura y la
devoción. El Hijo de David nace entre pastores para decirnos que
nadie estará jamás solo; tenemos un Pastor que vence nuestros
miedos y nos ama a todos, sin excepción.
Los
pastores de Belén nos dicen también cómo ir al encuentro del
Señor. Ellos velan por la noche: no duermen, sino que hacen lo que
Jesús tantas veces nos
pedirá: velar (cf. Mt 25,13; Mc 13,35; Lc 21,36).
Permanecen vigilantes, esperan despiertos en la oscuridad, y Dios
«los envolvió de claridad» (Lc 2,9). Esto vale también
para nosotros. Nuestra vida puede ser una espera, que
también en las noches de los problemas se confía al Señor y lo
desea; entonces recibirá su luz. Pero también puede ser
una pretensión, en la que cuentan solo las propias
fuerzas y los propios medios; sin embargo, en este caso el corazón
permanece cerrado a la luz de Dios. Al Señor le gusta que lo esperen
y no es posible esperarlo en el sofá, durmiendo. De hecho, los
pastores se mueven: «fueron corriendo», dice el texto (v. 16). No
se quedan quietos como quien cree que ha llegado a la meta y no
necesita nada, sino que van, dejan el rebaño sin custodia, se
arriesgan por Dios. Y después de haber visto a Jesús, aunque no
eran expertos en el hablar, salen a anunciarlo, tanto que «todos los
que lo oían se admiraban de lo que les habían dicho los pastores»
(v. 18).
Esperar
despiertos, ir, arriesgar, comunicar la belleza: son gestos
de amor. El buen Pastor, que en Navidad viene para dar la vida a
las ovejas, en Pascua le preguntará a Pedro, y en él a todos
nosotros, la cuestión final: «¿Me amas?» (Jn 21,15).
De la respuesta dependerá el futuro del rebaño. Esta noche estamos
llamados a responder, a decirle también nosotros: “Te amo”. La
respuesta de cada uno es esencial para todo el rebaño.
«Vayamos,
pues, a Belén» (Lc 2,15): así lo dijeron y lo hicieron
los pastores. También nosotros, Señor, queremos ir a Belén. El
camino, también hoy, es en subida: se debe superar la cima del
egoísmo, es necesario no resbalar en los barrancos de la mundanidad
y del consumismo. Quiero llegar a Belén, Señor, porque es allí
donde me esperas. Y darme cuenta de que tú, recostado en un pesebre,
eres el pan de mi vida. Necesito la fragancia tierna de
tu amor para ser, yo también, pan partido para el mundo. Tómame
sobre tus hombros, buen Pastor: si me amas, yo también podré amar y
tomar de la mano a los hermanos. Entonces será Navidad, cuando podré
decirte: “Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te amo”
(cf. Jn 21,17).
25.12.18
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