Domingo de Ramos: “Para lograr el verdadero triunfo, debemos dejar espacio a Dios”: “Callar, rezar, humillarse”
Homilía del Papa en la plaza de
San Pedro
(14
abril 2019).-En su entrada en Jerusalén, Jesús “nos muestra el
camino”. Él “destruyó el triunfalismo con su Pasión”. El
Pontífice previene con la “mundanidad espiritual”, que ha
calificado como “una forma sutil de triunfalismo”, “el mayor
peligro, la tentación más pérfida que amenaza a la Iglesia”.
Homilía
completa del Papa Francisco
en
la celebración del Domingo de Ramos:
Las
aclamaciones de la entrada en Jerusalén y la humillación de Jesús.
Los gritos de fiesta y el ensañamiento feroz. Este doble misterio
acompaña cada año la entrada en la Semana Santa, en los dos
momentos característicos de esta celebración: la procesión con las
palmas y los ramos de olivo, al principio, y luego la lectura solemne
de la narración de la Pasión.
Dejemos
que esta acción animada por el Espíritu Santo nos envuelva, para
obtener lo que hemos pedido en la oración: acompañar con fe a
nuestro Salvador en su camino y tener siempre presente la gran
enseñanza de su Pasión como modelo de vida y de victoria contra el
espíritu del mal.
Jesús
nos muestra cómo hemos de afrontar los momentos difíciles y las
tentaciones más insidiosas, cultivando en nuestros corazones una paz
que no es distanciamiento, no es impasividad o creerse un
superhombre, sino que es un abandono confiado en el Padre y en su
voluntad de salvación, de vida, de misericordia; y, en toda su
misión, pasó por la tentación de “hacer su trabajo” decidiendo
él el modo y desligándose de la obediencia al Padre. Desde el
comienzo, en la lucha de los cuarenta días en el desierto, hasta el
final en la Pasión, Jesús rechaza esta tentación mediante la
confianza obediente en el Padre.
También
hoy, en su entrada en Jerusalén, nos muestra el camino. Porque en
ese evento el maligno, el Príncipe de este mundo, tenía una carta
por jugar: la carta del triunfalismo, y el Señor respondió
permaneciendo fiel a su camino, el camino de la humildad.
El
triunfalismo trata de llegar a la meta mediante atajos, compromisos
falsos. Busca subirse al carro del ganador. El triunfalismo vive de
gestos y palabras que, sin embargo, no han pasado por el crisol de la
cruz; se alimenta de la comparación con los demás, juzgándolos
siempre como peores, con defectos, fracasados… Una forma sutil de
triunfalismo es la mundanidad espiritual, que es el mayor peligro, la
tentación más pérfida que amenaza a la Iglesia (De Lubac). Jesús
destruyó el triunfalismo con su Pasión.
El
Señor realmente compartió y se regocijó con el pueblo, con los
jóvenes que gritaban su nombre aclamándolo como Rey y Mesías. Su
corazón gozaba viendo el entusiasmo y la fiesta de los pobres de
Israel. Hasta el punto que, a los fariseos que le pedían que
reprochara a sus discípulos por sus escandalosas aclamaciones, él
les respondió: «Os digo que, si estos callan, gritarán las
piedras» (Lc 19,40). Humildad no significa negar la realidad, y
Jesús es realmente el Mesías, el Rey.
Pero
al mismo tiempo, el corazón de Cristo está en otro camino, en el
camino santo que solo él y el Padre conocen: el que va de la
«condición de Dios» a la «condición de esclavo», el camino de
la humillación en la obediencia «hasta la muerte, y una muerte de
cruz» (Flp 2,6-8). Él sabe que para lograr el verdadero triunfo
debe dejar espacio a Dios; y para dejar espacio a Dios solo hay un
modo: el despojarse, el vaciarse de sí mismo. Callar, rezar,
humillarse. Con la cruz no se puede negociar, o se abraza o se rechaza. Y
con su humillación, Jesús quiso abrirnos el camino de la fe
y precedernos en él.
Tras
él, la primera que lo ha recorrido fue su madre, María, la primera
discípula. La Virgen y los santos han tenido que sufrir para caminar
en la fe y en la voluntad de Dios. Ante los duros y dolorosos
acontecimientos de la vida, responder con fe cuesta «una particular
fatiga del corazón» (cf. S. JUAN PABLO II, Carta enc. Redemptoris
Mater, 17). Es la noche de la fe. Pero solo de esta noche despunta el
alba de la resurrección. Al pie de la cruz, María volvió a pensar
en las palabras con las que el Ángel le anunció a su Hijo: «Será
grande […]; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre;
reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá
fin» (Lc 1,32-33).
En
el Gólgota, María se enfrenta a la negación total de esa promesa:
su Hijo agoniza sobre una cruz como un criminal. Así, el
triunfalismo, destruido por la humillación de Jesús, fue igualmente
destruido en el corazón de la Madre; ambos supieron callar.
Precedidos
por María, innumerables santos y santas han seguido a Jesús por el
camino de la humildad y la obediencia. Hoy, Jornada Mundial de la
Juventud, quiero recordar a tantos santos y santas jóvenes,
especialmente a aquellos “de la puerta de al lado”, que solo Dios
conoce, y que a veces a él le gusta revelarnos por sorpresa.
Queridos jóvenes, no os avergoncéis de mostrar vuestro entusiasmo
por Jesús, de gritar que él vive, que es vuestra vida. Pero al
mismo tiempo, no tengáis miedo de seguirlo por el camino de la cruz.
Y cuando sintáis que os pide que renunciéis a vosotros mismos, que
os despojéis de vuestras seguridades, que os confiéis por completo
al Padre que está en los cielos, entonces alegraos y regocijaos.
Estáis en el camino del Reino de Dios.
Aclamaciones
de fiesta y furia feroz; el silencio de Jesús en su Pasión es
impresionante. Vence también a la tentación de responder, de
ser “mediático”. En los momentos de oscuridad y de gran
tribulación hay que callar, tener el valor de callar, siempre que
sea un callar manso y no rencoroso. La mansedumbre del silencio hará
que parezcamos aún
más débiles, más humillados, y entonces el demonio, animándose,
saldrá a la luz. Será necesario resistirlo en silencio,
“manteniendo la posición”, pero con la misma actitud que Jesús.
Él sabe que la guerra es entre Dios y el Príncipe de este mundo, y
que no se trata de poner la mano en la espada, sino de mantener la
calma, firmes en la fe. Es la hora de Dios. Y en la hora en que Dios
baja a la batalla, hay que dejarlo hacer. Nuestro puesto seguro
estará bajo el manto de la Santa Madre de Dios. Y mientras esperamos
que el Señor venga y calme la tormenta (cf. Mc 4,37-41), con nuestro
silencioso testimonio en oración, nos damos a nosotros mismos y a
los demás razón de nuestra esperanza (cf. 1 P 3,15). Esto nos
ayudará a vivir en la santa tensión entre la memoria de las
promesas, la realidad del ensañamiento presente en la cruz y la
esperanza de la resurrección.
14.04.19
Francisco felicita la Pascua a Benedicto XVI en la víspera de su 92 cumpleaños
En
el Monasterio Mater Ecclesiae
(15
abril 2019).- Iniciando la Semana Santa, esta tarde, 15
de abril
de 2109, el Papa Francisco se ha dirigido al Monasterio Mater
Ecclesiae, para saludar a Benedicto XVI por Pascua, en
vísperas de su 92 cumpleaños.
Este
encuentro también “ha permitido al Santo Padre expresar con
especial afecto” su saludo al Papa emérito, que mañana cumplirá
92 años, detalla la Oficina de Prensa de la Santa Sede.
Nacido
el 16 de abril de 1927 en Marktl, Alemania, Joseph Ratzinger fue
elegido a la Sede de Pedro, el 19 de abril de 2005. El 11
de febrero de 2013,
hizo historia con el anuncio de renuncia a sus funciones, renuncia
que se hizo efectiva el 28 de febrero siguiente.
Para
su 90º cumpleaños, el 17 de abril de 2017, se celebró una fiesta
bávara en su residencia en el Vaticano. Cinco años antes,
durante la Misa celebrada el 16 de abril de 2012, el Papa
Benedicto XVI enfatizó que estaba “en la última parte” de su
vida. “No sé lo que me espera”, confió. Sé, sin
embargo, que la luz de Dios está ahí, que Él ha resucitado, que Su
luz es más fuerte que todas las tinieblas; que la bondad de
Dios es más fuerte que todos los males de este mundo. Y eso me
ayuda a avanzar con confianza”.
Mater
Ecclesiae
El
monasterio, nombrado en honor a María, se encuentra en
la Colina Vaticana en el interior de los jardines del
Vaticano y cerca de la fuente Aquilone. El edificio
fue construido entre 1992 y 1994 en el lugar de
un edificio administrativo de la gendarmería de la Ciudad del
Vaticano y consta de cuatro pisos, con ambientes en común y
doce celdas monásticas, un ala de alrededor de 450 metros cuadrados,
una capilla, el coro para las claustrales, la biblioteca, un pequeño
jardín y un robusto muro que delimita la zona de clausura. Hay
además un huerto en el que se cultivan frutas y verduras.
Mater
Ecclesiae fue
fundada por san Juan Pablo II a fin de contar con un grupo monástico
de monjas dentro de la Ciudad del Vaticano para rezar por el papa y
la Iglesia. Esta tarea fue el inicio de la competencia de las monjas
de la Orden de las hermanas pobres de Santa Clara. Esta asignación
se desplazó, sin embargo, cada cinco años a otra orden religiosa
femenina.
16.04.19
Notre-Dame: El Papa desea que la catedral vuelva a “convertirse en la hermosa joya en el corazón de la ciudad”
Mensaje
al arzobispo Mons. Michel Aupetit
(16
abril 2019).- El Papa expresa su deseo de que la catedral de
Notre-Dame “pueda volver a convertirse, gracias a las obras de
reconstrucción y la movilización de todos, en esta hermosa
joya en el corazón de la ciudad, signo de la fe de quienes la
construyeron, iglesia madre de su diócesis, patrimonio
arquitectónico y espiritual de París, Francia y la humanidad”.
“Tras
el incendio que devastó gran parte de la catedral de Notre-Dame
–expresa el Papa al arzobispo de París– me asocio con su
tristeza, así como con la de los fieles de su diócesis, los
habitantes de París y todos los franceses”.
El
Papa Francisco ha dirigido este mensaje, en francés, al arzobispo de
París, Mons. Michel Aupetit, después del incendio
que devastó la catedral de Notre-Dame,
en la noche del 15 al 16 de abril de 2019. En la mañana del
martes, 16 de abril de 2019, la Oficina de Prensa de la
Santa Sede ha publicado este mensaje, que sigue a los otros dos
mensajes recibidos el lunes por la noche, “incredulidad y
tristeza”, y el martes por la mañana, el Papa “cerca de
Francia”.
En
estos Días Santos, indica el Pontífice, “donde recordamos la
pasión de Jesús, su muerte y su resurrección, les aseguro mi
cercanía espiritual y mi oración”, indica el Pontífice.
Este
desastre dañó seriamente un edificio histórico. Además, señala
el Santo Padre: “Soy consciente de que también ha afectado un
símbolo nacional muy querido en los corazones de los parisinos y
franceses en la diversidad de sus convicciones”.
Joya
de una memoria colectiva
La
catedral de Notre-Dame es la “joya arquitectónica de una memoria
colectiva”, el lugar de reunión de muchos eventos importantes, “el
testimonio de la fe y la oración de los católicos en la ciudad”,
ha matizado.
Asimismo,
Francisco agradece el “coraje” y el “trabajo” de los bomberos
que intervinieron para circunscribir el fuego.
“Con
esta esperanza, les concedo cordialmente la bendición apostólica,
así como a los obispos de Francia y a los fieles de su diócesis, y
llamo a la bendición de Dios sobre los habitantes de París y de
todos los franceses”, concluye el mensaje papal.
Salvada
la corona de espinas
En
torno a las 18:30 horas, de la tarde del 15 de abril de 2019, comenzó
a verse en llamas el techo de madera de la catedral parisina,
construido con 1.300 robles franceses en el siglo XIII. Más tarde,
se vio como caía la aguja central y el fuego se extendía por la
parte superior del centro del tempo, consumiendo finalmente 2 tercios
de la parte total del techo.
Según
las primeras informaciones aportadas, el incendio estaría ligado a
las obras de rehabilitación que se estaban efectuando en el tejado
del edificio. Actualmente está abierta la investigación judicial.
Horas
más tarde, el obispo Patrick Chauvet, rector de Notre Dame, anunció
que la corona de espinas de Cristo y la túnica de San Luis estaban
protegidas y los bomberos confirmaron que la estructura de la
catedral estaba salvada.
17.04.19
“Pascua: la oración al Padre en la prueba”- Catequesis del Papa
“La
verdadera gloria es la gloria del amor”
(17
abril 2019).- En la audiencia general que ha tenido lugar esta mañana
en la Plaza de San Pedro, el Santo Padre ha dedicado la catequesis al
Triduo Pascual, abordando el tema “Pascua: la oración al Padre en
la prueba” (Evangelio según San Marcos, 14, 32-36a).
Tras
resumir su discurso en diversas lenguas ha saludado en particular a
los grupos de fieles presentes procedentes de todo el mundo. La
audiencia general ha terminado con el canto del Pater
Noster y la bendición apostólica.
Catequesis
del Santo Padre
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En
estas semanas estamos reflexionando sobre la oración del “Padre
Nuestro”. Ahora, en vísperas del Triduo pascual, detengámonos en
algunas palabras con las que Jesús, durante la Pasión, rezó al
Padre.
La
primera invocación tiene lugar después de la Ultima Cena, cuando el
Señor “alzando sus ojos al cielo, dijo:” Padre, ha llegado la
hora: glorifica a tu Hijo para que tu Hijo te glorifique a Ti …con
la gloria que tenía a tu lado antes de que el mundo fuera” (Jn 17:
5.5). Jesús pide la gloria, una petición que
parece paradójica mientras la Pasión está a las puertas. ¿De qué
gloria se trata ?. La gloria, en la Biblia, indica la revelación de
Dios, es el signo distintivo de su presencia salvadora entre los
hombres. Ahora bien, Jesús es Aquel que manifiesta de forma
definitiva la presencia y la salvación de Dios, y lo hace en
Pascua: levantado en la cruz, es glorificado (vea Jn
12: 23-33). Allí, Dios finalmente revela su gloria: quita el último
velo y nos sorprende como nunca antes. Descubrimos, en efecto, que la
gloria de Dios es todo amor: amor puro, loco e
impensable, más allá de cualquier límite y medida.
Hermanos
y hermanas, hagamos nuestra la oración de Jesús: pidamos al Padre
que quite el velo de nuestros ojos para que en estos días,
mirando al Crucificado, aceptemos que Dios es amor. ¡Cuántas veces
lo imaginamos patrón y no padre!, ¡Cuántas veces lo
consideramos juez severo en vez de Salvador misericordioso!
Pero Dios en la Pascua anula las distancias, mostrándose en la
humildad de un amor que pide el
nuestro. Nosotros, pues, le damos gloria cuando vivimos todo lo que
hacemos con amor, cuando hacemos todo con el corazón, como para Él
(ver Col 3:17). La verdadera gloria es la gloria del amor, porque es
la única que da vida al mundo. Por supuesto, esta gloria es lo
contrario de la gloria mundana, que llega cuando se es
admirado, alabado, aclamado: cuando yo soy
el centro de la atención. La gloria de Dios, en cambio, es
paradójica: no hay aplausos ni audiencia. En el centro no está el
yo, sino el otro: De hecho, en la Pascua vemos que el Padre glorifica
al Hijo, mientras que el Hijo glorifica al Padre. Ninguno se
glorifica a sí mismo. Hoy nosotros podemos preguntarnos:
“¿Para qué gloria vivo? ¿ La mía o la de Dios? ¿Solo quiero
recibir de otros o también dar a otros? ”
Después
de la Última Cena, Jesús entra en el huerto de Getsemaní y también
aquí reza
al Padre. Mientras
los discípulos no logran estar despiertos y Judas está
llegando con los soldados, Jesús comienza a sentir “miedo y
angustia”. Experimenta toda la angustia por lo que le espera:
traición, desprecio, sufrimiento, fracaso. Está “triste” y
allí, en el abismo, en esa desolación, dirige al Padre la palabra
más tierna y dulce: “Abba“,
o sea papá (véase Mc 14: 33-36). En la prueba, Jesús nos
enseña a abrazar al Padre, porque en la oración a Él está la
fuerza para seguir adelante en el dolor. En la fatiga, la oración es
alivio, confianza, consuelo. En el abandono de todos, en la
desolación interior, Jesús no está solo, está con el Padre.
Nosotros, en cambio, en nuestros Getsemanís a menudo elegimos
quedarnos solos en lugar de decir “Padre”
y
confiarnos a Él, como Jesús, confiarnos a su voluntad, que es
nuestro verdadero bien. Pero cuando en la prueba nos encerramos en
nosotros mismos, excavamos un túnel interior, un doloroso camino
introvertido que tiene una sola dirección: cada vez más abajo en
nosotros mismos. El mayor problema no es el dolor, sino cómo se
trata. La soledad no ofrece salidas; la oración, sí, porque
es relación, es confianza. Jesús lo confía todo y todo se
confía al Padre, llevándole lo que siente,
apoyándose en él en la lucha. Cuando entremos en nuestros
Getsemanís, -cada uno tiene sus propios Getsemanís, o los ha
tenido, o los tendrá- acordémonos de rezar así: “Padre”.
Por
último, Jesús dirige al Padre una tercera oración por
nosotros: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”
(Lucas 23:34). Jesús reza por los que han sido malvados con él, por
sus asesinos. El Evangelio especifica que reza esta oración en el
momento de la crucifixión. Probablemente fue el momento del dolor
más agudo cuando le metían los clavos en las muñecas y en los
pies. Aquí, en la cumbre del dolor, el amor alcanza su cima: llega
el amor, es decir, el don a la enésima potencia, que rompe el
círculo del mal.
Rezando
estos días el “Padre Nuestro”, pidamos una de estas gracias:
vivir nuestros días para la gloria de Dios, es decir, vivir con
amor; saber encomendarnos al Padre en las pruebas y decir “papá”
y hallar en el encuentro con el Padre el perdón y el coraje de
perdonar . Las dos cosas van juntas. El Padre nos perdona, pero nos
da el valor para poder perdonar.
18.04.19
Misa Crismal: “Al ungir somos reungidos por la fe y el cariño de nuestro pueblo”
(18
abril 2019).- “Ungimos repartiéndonos a nosotros mismos,
repartiendo nuestra vocación y nuestro corazón. Al ungir somos
reungidos por la fe y el cariño de nuestro pueblo”, ha recordado
Francisco a los 6.000 sacerdotes –aproximadamente– que han
participado en la Misa Crismal, este Jueves Santo, en la Basílica de
San Pedro.
A
las 9:30 horas ha comenzado la celebración crismal este Jueves
Santo, 18 de abril de 2019, presidida por el Pontífice
y concelebrada por los Cardenales, Obispos y Presbíteros
(diocesanos y religiosos) presentes en Roma. La liturgia se celebra
en este día en todas las iglesias catedrales.
Homilía
del Papa Francisco
El
Evangelio de Lucas que acabamos de escuchar nos hace revivir la
emoción de aquel momento en el que el Señor hace suya la profecía
de Isaías, leyéndola solemnemente en medio de su gente. La sinagoga
de Nazaret estaba llena de parientes, vecinos, conocidos, amigos… y
no tanto. Y todos tenían los ojos fijos en Él. La Iglesia siempre
tiene los ojos fijos en Jesucristo, el Ungido a quien el Espíritu
envía para ungir al Pueblo de Dios.
Los
evangelios nos presentan a menudo esta imagen del Señor en medio de
la multitud, rodeado y apretujado por la gente que le acerca sus
enfermos, le ruega que expulse los malos espíritus, escucha sus
enseñanzas y camina con Él. «Mis ovejas oyen mi voz. Yo las
conozco y ellas me siguen» (Jn 10,27-28).
El
Señor nunca perdió este contacto directo con la gente, siempre
mantuvo la gracia de la cercanía, con el pueblo en su conjunto y con
cada persona en medio de esas multitudes. Lo vemos en su vida
pública, y fue así desde el comienzo: el resplandor del Niño
atrajo mansamente a pastores, a reyes y a ancianos soñadores como
Simeón y Ana. También fue así en la Cruz; su Corazón atrae a
todos hacia sí (cf. Jn 12,32): Verónicas,
cireneos, ladrones, centuriones…
No
es despreciativo el término “multitud”. Quizás en el oído de
alguno, multitud pueda sonar a masa anónima, indiferenciada… Pero
en el
Evangelio
vemos que cuando interactúan con el Señor —que se mete en ellas
como un pastor en su rebaño— las multitudes se transforman. En el
interior de la gente se despierta el deseo de seguir a
Jesús, brota la admiración, se cohesiona
el discernimiento.
Quisiera
reflexionar con ustedes acerca de estas tres gracias que caracterizan
la relación entre Jesús y la multitud.
La
gracia del seguimiento
Dice
Lucas que las multitudes «lo buscaban» (Lc 4,42) y «lo
seguían» (Lc 14,25), “lo apretujaban”, “lo rodeaban”
(cf. Lc 8,42-45) y «se juntaban para escucharlo»
(Lc 5,15). El seguimiento de la gente va más allá de
todo cálculo, es un seguimiento incondicional, lleno de cariño.
Contrasta con la mezquindad de los discípulos cuya actitud con
la gente raya en crueldad cuando le sugieren al Señor que los
despida, para que se busquen algo para comer. Aquí, creo yo, empezó
el clericalismo: en este querer asegurarse la comida y la propia
comodidad desentendiéndose de la gente. El Señor cortó en seco
esta tentación. «¡Denles ustedes de comer!» (Mc 6,37),
fue la respuesta de Jesús; «¡háganse cargo de la gente!».
La
gracia de la admiración
La
segunda gracia que recibe la multitud cuando sigue a Jesús es la de
una admiración llena de alegría. La gente se maravillaba con Jesús
(cf. Lc 11,14), con sus milagros, pero sobre todo
con su misma Persona. A la gente le encantaba saludarlo por el
camino, hacerse bendecir y bendecirlo, como aquella mujer que en
medio de la multitud le bendijo a su Madre. Y el Señor, por su
parte, se admiraba de la fe de la gente, se alegraba y no perdía
oportunidad para hacerlo notar.
La
gracia del discernimiento
La
tercera gracia que recibe la gente es la del discernimiento. «La
multitud se daba cuenta (a dónde se había ido Jesús) y lo
seguía» (Lc 9,11). «Se admiraban de su doctrina,
porque enseñaba con autoridad» (Mt 7,28-29;
cf. Lc 5,26). Cristo, la Palabra de Dios hecha
carne, suscita en la gente este carisma del discernimiento; no
ciertamente un discernimiento de especialistas en cuestiones
disputadas. Cuando los fariseos y los doctores de la ley discutían
con Él, lo que discernía la gente era la autoridad de Jesús: la
fuerza de su doctrina para entrar en los corazones y el hecho de que
los malos espíritus le obedecieran; y que además, por un momento,
dejara sin palabras a los que implementaban diálogos tramposos. La
gente gozaba con esto.
Ahondemos
un poco más en esta visión evangélica de la multitud. Lucas señala
cuatro grandes grupos que son destinatarios preferenciales de la
unción del Señor: los pobres, los prisioneros de guerra, los
ciegos, los oprimidos. Los nombra en general, pero vemos después con
alegría que, a lo largo de la vida del Señor, estos ungidos irán
adquiriendo rostro y nombre propios. Así como la unción con el
aceite se aplica en una parte y su acción benéfica se expande
por todo el cuerpo, así el Señor, tomando la profecía de Isaías,
nombra diversas “multitudes” a las que el Espíritu lo envía,
siguiendo la dinámica de lo que podemos llamar una “preferencialidad
inclusiva”: la gracia y el carisma que se da a una persona o a un
grupo en particular redunda, como toda acción del Espíritu, en
beneficio de todos.
Los
pobres (ptochoi) son los que están doblados, como
los mendigos que se inclinan para pedir. Pero también es pobre
(ptochè) la viuda, que unge con sus dedos las dos moneditas
que eran todo lo que tenía ese día para vivir. La unción
de esa viuda para dar limosna pasa desapercibida a los ojos
de todos, salvo a los de Jesús, que mira con bondad su pequeñez.
Con ella el Señor puede cumplir en plenitud su misión de anunciar
el evangelio a los pobres. Paradójicamente, la buena noticia de que
existe gente así, la escuchan los discípulos. Ella, la mujer generosa,
ni se enteró de que “había salido en el Evangelio” —es decir,
que su gesto sería publicado en el Evangelio—: el alegre anuncio
de que sus acciones “pesan” en el Reino y valen más que todas
las riquezas del mundo, ella lo vive desde adentro, como tantas
santas y santos “de la puerta de al lado”.
Los
ciegos están representados por uno de los rostros más
simpáticos del evangelio: el de Bartimeo (cf. Mc 10,46-52),
el mendigo ciego que recuperó la vista y, a partir de ahí, solo
tuvo ojos para seguir a Jesús por el camino. ¡La unción de
la mirada! Nuestra mirada, a la que los ojos de Jesús
pueden devolver ese brillo que solo el amor gratuito puede dar, ese
brillo que a diario nos lo roban las imágenes interesadas o banales
con que nos atiborra el mundo.
Para
nombrar a los oprimidos (tethrausmenous),
Lucas usa una expresión que contiene la palabra “trauma”. Ella
basta para evocar la Parábola, quizás la preferida de Lucas, la del
Buen Samaritano que unge con aceite y venda las heridas
(traumata: Lc 10,34) del hombre que había
sido molido a palos y estaba tirado al costado del camino. ¡La
unción de la carne herida de Cristo! En esa unción está
el remedio para todos los traumas que dejan a personas, a familias y
a pueblos enteros fuera de juego, como excluidos y sobrantes, al
costado de la historia.
Los
cautivos son los prisioneros de guerra (aichmalotos),
los que eran llevados a punta de lanza (aichmé). Jesús usará
la expresión al referirse a la cautividad y deportación de
Jerusalén, su ciudad amada (Lc 21,24). Hoy las ciudades
se cautivan no tanto a punta de lanza sino con los medios más
sutiles de colonización ideológica. Solo la unción de la
propia cultura, amasada con el trabajo y el arte de nuestros
mayores, puede liberar a nuestras ciudades de estas nuevas
esclavitudes.
Viniendo
a nosotros, queridos hermanos sacerdotes, no tenemos que olvidar que
nuestros modelos evangélicos son esta “gente”, esta multitud con
estos rostros concretos, a los que la unción del Señor realza y
vivifica. Ellos son los que completan y vuelven real la unción del
Espíritu en nosotros, que hemos sido ungidos para ungir. Hemos sido
tomados de en medio de ellos y sin temor nos podemos identificar con
esta gente sencilla (…). Ellos son imagen de nuestra alma e imagen
de la Iglesia. Cada uno encarna el corazón único de nuestro
pueblo.
Nosotros,
sacerdotes, somos el pobre y quisiéramos tener el corazón de la
viuda pobre cuando damos limosna y le tocamos la mano al mendigo y lo
miramos a los ojos. Nosotros, sacerdotes, somos Bartimeo y cada
mañana nos levantamos a rezar rogando: «Señor, que pueda ver»
(Lc 18,41). Nosotros, sacerdotes somos, en algún punto
de nuestro pecado, el herido molido a palos por los ladrones. Y
queremos estar, los primeros, en las manos compasivas del Buen
Samaritano, para poder luego compadecer con las nuestras a los
demás.
Les
confieso que cuando confirmo y ordeno me gusta esparcir bien el
crisma en la frente y en las manos de los ungidos. Al ungir bien uno
experimenta que allí se renueva la propia unción. Esto quiero
decir: no somos repartidores de aceite en botella (…). Ungimos
repartiéndonos a nosotros mismos, repartiendo nuestra vocación y
nuestro corazón. Al ungir somos reungidos por la fe y el cariño de
nuestro pueblo. Ungimos ensuciándonos las manos al tocar las
heridas, los pecados y las angustias de la gente; ungimos
perfumándonos las manos al tocar su fe, sus esperanzas, su fidelidad
y la generosidad incondicional de su entrega (…).
El
que aprende a ungir y a bendecir se sana de la mezquindad, del abuso
y de la crueldad.
(…)
Que, metiéndonos con Jesús en medio de nuestra gente (…), el
Padre renueve en nosotros la efusión de su Espíritu de
santidad y haga que nos unamos para implorar su
misericordia para el pueblo que nos fue confiado y para el mundo
entero. Así la multitud de las gentes, reunidas en Cristo,
puedan llegar a ser el único Pueblo fiel de Dios, que tendrá su
plenitud en el Reino (cf. Plegaria de ordenación de presbíteros).
19.04.19
Via Crucis en el Coliseo: “Jesús, ayúdanos a ver en tu Cruz todas las cruces del mundo”
Oración
del Papa Francisco
(19
abril 2019).- Frente al Coliseo romano, a las 9.15 de la noche, el
Santo Padre Francisco ha presidido la oración del Vía Crucis,
transmitido en todo el mundo, este Viernes Santo, 19 de abril de
2019, con la participación de 15.000 personas procedentes de todo el
mundo.
Los
textos de las meditaciones y oraciones propuestas este año para las
Estaciones de la Cruz el Viernes Santo en el Coliseo fueron confiadas
por el Santo Padre a la hermana Eugenia Bonetti, misionera de la
Consolata y presidenta de la Asociación “Slaves no more” (No más
esclavos). En el centro de las meditaciones está el sufrimiento de
tantas personas que son víctimas de la trata de personas.
“Con
Cristo y con las mujeres en el camino de la cruz”, es el título
que la hermana Bonetti ha asignado a las meditaciones del
Via Crucis este año. Las esclavas, las mujeres explotadas
sexualmente, los niños víctimas de la trata son los “nuevos
esclavos de nuestro mundo actual”, ha asegurado la religiosa.
Oración
del Papa
La
siguiente es la oración compuesta por el Santo Padre, que recita al
final de Via Crucis, y la lista de personas que llevan la cruz a lo
largo de las 14 estaciones:
Señor
Jesús, ayúdanos a ver en tu Cruz todas las cruces del mundo:
la
cruz de las personas hambrientas de pan y de amor;
la
cruz de personas solitarias abandonadas incluso por sus propios hijos
y parientes;
la
cruz de los pueblos sedientos de justicia y paz;
la
cruz de las personas que no tienen el consuelo de la fe;
la
cruz de los ancianos que se arrastran bajo el peso de los años y la
soledad;
la
cruz de los migrantes que encuentran las puertas cerradas por miedo y
corazones blindados por cálculos políticos;
la
cruz de los pequeños, heridos en su inocencia y en su pureza;
la
cruz de la humanidad que vaga en la oscuridad de la incertidumbre y
en la oscuridad de la cultura momentánea;
la
cruz de familias rotas por la traición, por las seducciones del
maligno o por la ligereza y el egoísmo asesinos;
la
cruz de los consagrados que buscan incansablemente traer tu luz al
mundo y se sienten rechazados, burlados y humillados;
la
cruz de personas consagradas que, en el camino, han olvidado su
primer amor;
la
cruz de tus hijos que, creyendo en ti y tratando de vivir según tu
palabra, se encuentran marginados y descartados incluso por sus
familias y sus compañeros;
la
cruz de nuestras debilidades, de nuestras hipocresías, de nuestras
traiciones, de nuestros pecados y
de nuestras muchas promesas rotas;
la
cruz de tu iglesia que, fiel a tu evangelio, lucha por llevar tu amor
incluso entre los se bautizaron ellos mismos;de nuestras muchas promesas rotas;
la
cruz de la Iglesia, tu novia, que se siente continuamente atacada
desde adentro y desde afuera;
la
cruz de nuestra casa común que seriamente se marchita bajo nuestros
ojos egoístas y cegado por la codicia y el poder.
Señor
Jesús, revive en nosotros la esperanza de la resurrección y tu
victoria definitiva contra todo mal y cada muerte. ¡Amén!
Personas
que llevarán la cruz
Estación
I – Cardenal Angelo De Donatis;
Estación II – Familia: Antonio Lìpari, Laura Amico, Gaia y Claudio (Italia)
Estación III – Sor Venicia Meurer y Sor Lilly Nanat (Hermanas Palotinas – Brasil e India)
Estación IV – U.N.I.T.A.L.S.I. Costantino Fois (discapacitado), Francesco Diella (camilla), Maria Gisella Molina (asistencia hermana) y Carla Capuano (asistencia hermana)
Estación V – Patrizia Mason, Laura Manzato y Laura Ferrario (Italia)
Estación VI – familia Stanizzi (Italia)
Estación VII – Jakub Sniec y Roza Mika (Polonia)
Estación VIII – Francesca Armogida y Giovanni Giuliani (Italia)
Estación IX – Hermana Anelia Gómez da Paiva (Misionera de la Consolata) y Lucia capuzzi (italia)
Estación X – Hermana Josephine Sim (Canossiana), Patricia Ogiefa y su hija Cristina Ogiefa (Nigeria)
Estación XI – Hna. Rita Giaretta y Ezequiel Joy (Casa Rut – Caserta)
Estación XII – Sr. Mihaela Elizabeta Balauca (Ponte Galeria) y Maria Leonor Jardon (Unidad de la calle)
Estación XIII – Padre Francois M. Shamiyeh (Sirio) y el padre Theodorus Beta Herdistyan (frailes de la Tierra Santa)
Estación XIV – Su Eminencia el Rev. Angelo Card. De Donatis
Estación II – Familia: Antonio Lìpari, Laura Amico, Gaia y Claudio (Italia)
Estación III – Sor Venicia Meurer y Sor Lilly Nanat (Hermanas Palotinas – Brasil e India)
Estación IV – U.N.I.T.A.L.S.I. Costantino Fois (discapacitado), Francesco Diella (camilla), Maria Gisella Molina (asistencia hermana) y Carla Capuano (asistencia hermana)
Estación V – Patrizia Mason, Laura Manzato y Laura Ferrario (Italia)
Estación VI – familia Stanizzi (Italia)
Estación VII – Jakub Sniec y Roza Mika (Polonia)
Estación VIII – Francesca Armogida y Giovanni Giuliani (Italia)
Estación IX – Hermana Anelia Gómez da Paiva (Misionera de la Consolata) y Lucia capuzzi (italia)
Estación X – Hermana Josephine Sim (Canossiana), Patricia Ogiefa y su hija Cristina Ogiefa (Nigeria)
Estación XI – Hna. Rita Giaretta y Ezequiel Joy (Casa Rut – Caserta)
Estación XII – Sr. Mihaela Elizabeta Balauca (Ponte Galeria) y Maria Leonor Jardon (Unidad de la calle)
Estación XIII – Padre Francois M. Shamiyeh (Sirio) y el padre Theodorus Beta Herdistyan (frailes de la Tierra Santa)
Estación XIV – Su Eminencia el Rev. Angelo Card. De Donatis
Los
jóvenes que portarán las antorchas son los italianos Giovanni
Settimio y Gianluca Silva.
20.04.19
Papa Francisco: “A Jesús no se le conoce en los libros de historia, se le encuentra en la vida”
(20
abril 2019).- “Es esencial volver a un amor vivo con el Señor, de
lo contrario se tiene una fe de museo, no la fe de pascua”, ha
predicado el Papa Francisco en la homilía de la Vigilia Pascual, en
el Basílica de San Pedro. “Jesús no es un personaje del pasado,
es una persona que vive hoy; no se le conoce en los libros de
historia, se le encuentra en la vida”.
Homilía
del Papa Francisco
1.
Las mujeres llevan los aromas a la tumba, pero temen que el viaje sea
en balde, porque una gran piedra sella la entrada al sepulcro. El
camino de aquellas mujeres es también nuestro camino; se asemeja al
camino de la salvación que hemos recorrido esta noche. Da la
impresión de que todo en él acabe estrellándose contra una piedra:
la belleza de la creación contra el drama del pecado; la liberación
de la esclavitud contra la infidelidad a la Alianza; las promesas de
los profetas contra la triste indiferencia del pueblo. Ocurre lo
mismo en la historia de la Iglesia y en la de cada uno de nosotros:
parece que el camino que se recorre nunca llega a la meta. De esta
manera se puede ir deslizando la idea de que la frustración de la
esperanza es la oscura ley de la vida.
Hoy,
sin embargo, descubrimos que nuestro camino no es en vano, que no
termina delante de una piedra funeraria. Una frase sacude a las
mujeres y cambia la historia: «¿Por qué buscáis entre los muertos
al que vive?» (Lc24,5);
¿por qué pensáis que todo es inútil, que nadie puede remover
vuestras piedras? ¿Por qué os entregáis a la resignación y al
fracaso? La Pascua es la fiesta de la remoción de las piedras. Dios
quita las piedras más duras, contra las que se estrellan las
esperanzas y las expectativas: la muerte, el pecado, el miedo, la
mundanidad. La historia humana no termina ante una piedra sepulcral,
porque hoy descubre la «piedra viva» (cf. 1
P2,4):
Jesús resucitado. Nosotros, como Iglesia, estamos fundados en Él, e
incluso cuando nos desanimamos, cuando sentimos la tentación de
juzgarlo todo en base a nuestros fracasos, Él viene para hacerlo
todo nuevo, para remover nuestras decepciones. Esta noche cada uno de
nosotros está llamado a descubrir en el que está Vivo a aquél que
remueve las piedras más pesadas del corazón. Preguntémonos, antes
de nada: ¿cuál
es la piedra que tengo que remover en mí, cómo se llama?
A
menudo la esperanza se ve obstaculizada por la
piedra de la desconfianza.
Cuando se afianza la idea de que todo va mal y de que, en el peor de
los casos, no termina nunca, llegamos a creer con resignación
que la muerte es más fuerte que la vida y nos convertimos en
personas cínicas y burlonas, portadoras de un nocivo desaliento.
Piedra sobre piedra, construimos dentro de nosotros un monumento a la
insatisfacción, el
sepulcro de la esperanza.
Quejándonos de la vida, hacemos que la vida acabe siendo esclava de
las quejas y espiritualmente enferma. Se va abriendo paso así una
especie de psicología
del sepulcro:
todo termina allí, sin esperanza de salir con vida. Esta es, sin
embargo, la pregunta hiriente de la Pascua: ¿Por
qué buscáis entre los muertos al que vive? El
Señor no vive en la resignación. Ha resucitado, no está allí; no
lo busquéis donde nunca lo encontraréis: no es Dios de muertos,
sino de vivos (cf. Mt22,32).
¡No enterréis la esperanza!
Hay
una segunda piedra que a menudo sella el corazón: la
piedra del pecado.
El pecado seduce, promete cosas fáciles e inmediatas, bienestar y
éxito, pero luego deja dentro soledad y muerte. El pecado es buscar
la vida entre los muertos, el sentido de la vida en las cosas que
pasan. ¿Por
qué buscáis entre los muertos al que vive? ¿Por
qué no te decides a dejar ese pecado que,como una piedra en la
entrada del corazón, impide que la luz divina entre? ¿Por qué no
pones a Jesús, luz verdadera (cf. Jn1,9),
por encima de los destellos brillantes del dinero, de la carrera, del
orgullo y del placer? ¿Por qué no le dices a las vanidades mundanas
que no vives para ellas, sino para el Señor de la vida?
2.
Volvamos a las mujeres que van al sepulcro de Jesús. Ante la piedra
removida, se quedan asombradas; viendo a los ángeles, dice el
Evangelio, quedaron «despavoridas» y con «las caras mirando al
suelo» (Lc24,5).
No tienen el valor de levantar la mirada. Cuántas veces nos sucede
también a nosotros: preferimos permanecer encogidos en nuestros
límites, encerrados en nuestros miedos. Es extraño: ¿por qué lo
hacemos? Porque a menudo, en la situación de clausura y de tristeza
nosotros somos los protagonistas, porque es más fácil quedarnos
solos en las habitaciones oscuras del corazón que abrirnos al Señor.
Y sin embargo solo él eleva. Una poetisa escribió: «Ignoramos
nuestra verdadera estatura, hasta que nos ponemos en pie» (E.
DICKINSON, We
neverknow how high we are).
El Señor nos llama a alzarnos, a levantarnos de nuevo con su
Palabra, amirar hacia arriba y a creer que estamos hechos para el
Cielo, no para la tierra; para las alturas de la vida, no para las
bajezas de la muerte: ¿por
qué buscáis entre los muertos al que vive?
Dios
nos pide que miremos la vida como Él la mira, que siempre ve en cada
uno de nosotros un núcleo de belleza imborrable. En el pecado, él
ve hijos que hay que elevar de nuevo; en la muerte, hermanos para
resucitar; en la desolación, corazones para consolar. No tengas
miedo, por tanto: el Señor ama tu vida, incluso cuando tienes miedo
de mirarla y vivirla. En Pascua te muestra cuánto te ama: hasta el
punto de atravesarla toda, de experimentar la angustia, el abandono,
la muerte y los infiernos para salir victorioso y decirte: “No
estás solo, confía en mí”. Jesús es un especialista en
transformar nuestras muertes en vida, nuestros lutos en danzas
(cf. Sal30,12);
con Él también nosotros podemos cumplir la Pascua, es decir el
paso: el paso de la cerrazón a la comunión, de la desolación al
consuelo, del miedo a la confianza. No nos quedemos mirando el suelo
con miedo, miremos a Jesús resucitado: su mirada nos infunde
esperanza, porque nos dice que siempre somos amados y que, a pesar de
todos los desastres que podemos hacer, su amor no cambia. Esta es la
certeza no negociable de la vida: su amor no cambia.
Preguntémonos: en
la vida, ¿hacia dónde miro? ¿Contemplo
ambientes sepulcrales o busco al que Vive?
3.
¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? Las
mujeres escuchan la llamada de losángeles, que añaden: «Recordad
cómo os habló estando todavía en Galilea» (Lc24,6).
Esas mujeres habían olvidado la esperanza porque no recordaban las
palabras de Jesús, su llamada acaecida en Galilea. Perdida la
memoria viva de Jesús, se quedan mirando el sepulcro. La fe necesita
ir de nuevo a Galilea, reavivar el primer amor con Jesús, su
llamada: recordarlo,
es decir, literalmente volver
a Él con el corazón.
Es esencial volver a un amor vivo con el Señor, de lo contrario se
tiene una fe de museo, no la fe de pascua. Pero Jesús no es un
personaje del pasado, es una persona que vive hoy; no se le conoce en
los libros de historia, se le encuentra en la vida. Recordemos hoy
cuando Jesús nos llamó, cuando venció nuestra oscuridad, nuestra
resistencia, nuestros pecados, cómo tocó nuestros corazones con su
Palabra.
Las
mujeres, recordando a Jesús, abandonan el sepulcro. La Pascua nos
enseña que el creyente se detiene por poco tiempo en el cementerio,
porque está llamado a caminar al encuentro del que Vive.
Preguntémonos: en
la vida, ¿hacia dónde camino? A
veces nos dirigimos siempre y únicamente hacia nuestros problemas,
que nunca faltan, y acudimos al Señor solo para que nos ayude. Pero
entonces no es Jesús el que nos orienta sino nuestras necesidades. Y
es siempre un buscar entre los muertos al que vive. Cuántas veces
también, luego de habernos encontrado con el Señor, volvemos entre
los muertos, vagando dentro de nosotros mismos para desenterrar
arrepentimientos, remordimientos, heridas e insatisfacciones, sin
dejar que el Resucitado nos transforme. Queridos hermanos y hermanas, démosle
al que Vive el lugar central en la vida. Pidamos la gracia de no
dejarnos llevar por la corriente, por el mar de los problemas; de no
ir a golpearnos con las piedras del pecado y los escollos de la
desconfianza y el miedo. Busquémoslo a Él, en todo y por encima de
todo. Con Él resurgiremos.
21.04.19
“¡Cristo vive! Él es la esperanza y la juventud para cada uno” – Mensaje Pascual del Papa Francisco
Bendición
‘Urbi et Orbi’
(21
abril 2019).- “Vive Cristo, esperanza nuestra, y Él es la más
hermosa juventud de este mundo. Todo lo que Él toca se vuelve joven,
se hace nuevo, se llena de vida”, son algunas palabras iniciales
del Mensaje de Pascua del Papa Francisco, haciendo referencia a la
recién publicada Exhortación
Apostólica Christus
vivit. “¡Él
vive y te quiere vivo! Él está en ti, Él está contigo y nunca se
va”.
A
las 12 horas, desde el balcón central de la Basílica Vaticana, el
Santo Padre Francisco ha dirigido su mensaje de Pascua y la bendición
‘Urbi et Orbi’ a todas las personas presentes en la plaza de San
Pedro y a cuantos han seguido la celebración a través de la radio,
la televisión y las nuevas tecnologías.
Mensaje
Pascual del Santo Padre
Queridos
hermanos y hermanas, ¡feliz Pascua!
Hoy
la Iglesia renueva el anuncio de los primeros discípulos: «Jesús
ha resucitado». Y de boca en boca, de corazón a corazón resuena la
llamada a la alabanza: «¡Aleluya!… ¡Aleluya!». En esta mañana
de Pascua, juventud perenne de la Iglesia y de toda la humanidad,
quisiera dirigirme a cada uno de vosotros con las palabras iniciales
de la reciente Exhortación apostólica dedicada especialmente a los
jóvenes:
«Vive
Cristo, esperanza nuestra, y Él es la más hermosa juventud de este
mundo. Todo lo que Él toca se vuelve joven, se hace nuevo, se llena
de vida. Entonces, las primeras palabras que quiero dirigir a cada
uno de los jóvenes cristianos son: ¡Él vive y te quiere vivo! Él
está en ti, Él está contigo y nunca se va. Por más que te alejes,
allí está el Resucitado, llamándote y esperándote para volver a
empezar. Cuando te sientas avejentado por la tristeza, los rencores,
los miedos, las dudas o los fracasos, Él estará allí para
devolverte la fuerza y la esperanza» (Christus
vivit,
1-2).
Queridos
hermanos y hermanas, este mensaje se dirige al mismo tiempo a cada
persona y al mundo. La resurrección de Cristo es el comienzo
de una nueva vida para todos los hombres y mujeres, porque la
verdadera renovación comienza siempre desde el corazón, desde la
conciencia. Pero la Pascua es también el comienzo de un mundo nuevo,
liberado de la esclavitud del pecado y de la muerte: el mundo al fin
se abrió al Reino de Dios, Reino de amor, de paz y de fraternidad.
Cristo
vive y se queda con nosotros. Muestra la luz de su rostro de
Resucitado y no abandona a los que se encuentran en el momento de la
prueba, en el dolor y en el luto. Que Él, el Viviente, sea esperanza
para el amado pueblo sirio, víctima de un conflicto que continúa y
amenaza con hacernos caer en la resignación e incluso en la
indiferencia. En cambio, es hora de renovar el compromiso a favor de
una solución política que responda a las justas aspiraciones de
libertad, de paz y de justicia, aborde la crisis humanitaria y
favorezca el regreso seguro de las personas desplazadas, así como de
los que se han refugiado en países vecinos, especialmente en el
Líbano y en Jordania.
La
Pascua nos lleva a dirigir la mirada a Oriente Medio, desgarrado por
continuas divisiones y tensiones. Que los cristianos de la región no
dejen de dar testimonio con paciente perseverancia del Señor
resucitado y de la victoria de la vida sobre la muerte. Una mención
especial reservo para la gente de Yemen, sobre todo para los niños,
exhaustos por el hambre y la guerra. Que la luz de la Pascua ilumine
a todos los gobernantes y a los pueblos de Oriente Medio, empezando
por los israelíes y palestinos, y los aliente a aliviar tanto
sufrimiento y a buscar un futuro de paz y estabilidad.
Que
las armas dejen de ensangrentar a Libia, donde en las últimas
semanas personas indefensas vuelven a morir y muchas familias se ven
obligadas a abandonar sus hogares. Insto a las partes implicadas a
que elijan el diálogo en lugar de la opresión, evitando que se
abran de nuevo las heridas provocadas por una década de conflicto e
inestabilidad política.
Que
Cristo vivo dé su paz a todo el amado continente africano, lleno
todavía de tensiones sociales, conflictos y, a veces, extremismos
violentos que dejan inseguridad, destrucción y muerte, especialmente
en Burkina Faso, Mali, Níger, Nigeria y Camerún. Pienso también en
Sudán, que está atravesando un momento de incertidumbre política y
en donde espero que todas las reclamaciones sean escuchadas y todos
se esfuercen en hacer que el país consiga la libertad, el desarrollo
y el bienestar al que aspira desde hace mucho tiempo.
Que
el Señor resucitado sostenga los esfuerzos realizados por las
autoridades civiles y religiosas de Sudán del Sur, apoyados por los
frutos del retiro espiritual realizado hace unos días aquí, en el
Vaticano. Que se abra una nueva página en la historia del país, en
la que todos los actores políticos, sociales y religiosos se
comprometan activamente por el bien común y la reconciliación de la
nación.
Que
los habitantes de las regiones orientales de Ucrania, que siguen
sufriendo el conflicto todavía en curso, encuentren consuelo en esta
Pascua. Que el Señor aliente las iniciativas humanitarias y las que
buscan conseguir una paz duradera.
Que
la alegría de la Resurrección llene los corazones de todos los que
en el continente americano sufren las consecuencias de situaciones
políticas y económicas difíciles. Pienso en particular en el
pueblo venezolano: en tantas personas carentes de las condiciones
mínimas para llevar una vida digna y segura, debido a una crisis que
continúa y se agrava. Que el Señor conceda a quienes tienen
responsabilidades políticas trabajar para poner fin a las
injusticias sociales, a los abusos y a la violencia, y para tomar
medidas concretas que permitan sanar las divisiones y dar a la
población la ayuda que necesita.
Que
el Señor resucitado ilumine los esfuerzos que se están
realizando en Nicaragua para encontrar lo antes posible una solución
pacífica y negociada en beneficio de todos los nicaragüenses.
Que,
ante los numerosos sufrimientos de nuestro tiempo, el Señor de la
vida no nos encuentre fríos e indiferentes. Que haga de nosotros
constructores de puentes, no de muros. Que Él, que nos da su paz,
haga cesar el fragor de las armas, tanto en las zonas de guerra como
en nuestras ciudades, e impulse a los líderes de las naciones a que
trabajen para poner fin a la carrera de armamentos y a la propagación
preocupante de las armas, especialmente en los países más avanzados
económicamente. Que el Resucitado, que ha abierto de par en par las
puertas del sepulcro, abra nuestros corazones a las necesidades de
los menesterosos, los indefensos, los pobres, los desempleados, los
marginados, los que llaman a nuestra puerta en busca de pan, de un
refugio o del reconocimiento de su dignidad.
Queridos
hermanos y hermanas, ¡Cristo vive! Él es la esperanza y la juventud
para cada uno de nosotros y para el mundo entero. Dejémonos renovar
por Él. ¡Feliz Pascua!
22.04.19
Papa Francisco: Jesús resucitado “se manifiesta a los que lo invocan y lo aman”
Lunes
del Ángel, primero de Pascua
(22
abril 2019).- “Jesús resucitado camina junto a nosotros”, ha
anunciado el Papa en el rezo del Regina Coeli esta mañana. “Él se
manifiesta a los que lo invocan y lo aman. En primer lugar, en
la oración. Pero también en las alegrías sencillas vividas con fe
y gratitud”.
El
Regina
Coeli sustituye
el rezo del Angelus
durante
el tiempo pascual. De este modo, el Papa Francisco ha rezado en
este “Lunes del Ángel”, 22 de abril de 2019, la oración
mariana Regina
Coeli a
las 12 horas, desde una de las ventanas del Palacio Apostólico
Vaticano, junto a los fieles congregados en la plaza de San Pedro.
Repetimos
“Cristo, mi esperanza, ha resucitado”, ha invitado el Santo
Padre. “En Él, nosotros también hemos resucitado, pasando de la
muerte a la vida, de la esclavitud del pecado a la libertad del
amor”. Y ha exhortado a “dejarnos alcanzar”, pues, por el
“mensaje consolador de la Pascua y dejémonos envolver por su luz
gloriosa, que disipa las tinieblas del miedo y de la tristeza”.
“Pidamos
a la Virgen María poder tomar a manos llenas la paz y la serenidad,
dones del resucitado, para compartirlos con los hermanos,
especialmente con quien tiene más necesidad de consuelo y de
esperanza”, ha concluido el Pontífice.
Reina
del cielo
Regina
Coeli es el nombre de una oración mariana y cristológica de la
Iglesia católica en honor de la Virgen. Son las palabras latinas con
que abre el himno pascual a la Santísima Virgen María que
traducidas al español son “Reina del cielo”.
Es
una composición litúrgica a manera de felicitación a María por la
resurrección de su Hijo Jesucristo. Se reza durante la Pascua hasta
el domingo de Pentecostés.
***
Palabras
del Papa antes del Regina
Coeli
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy
y a lo largo de toda esta semana se prolonga la alegría pascual de
la Resurrección de Jesús, cuyo acontecimiento maravilloso
conmemoramos ayer. Durante la vigilia pascual resonaron las palabras
que pronunciaron los ángeles junto a la tumba vacía de Cristo, a
las mujeres que habían ido al sepulcro, al amanecer del primer día
después del sábado, les dijeron: “¿Por qué buscáis entre los
muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado”. (Lc 24,
5-6). La Resurrección de Cristo constituye el acontecimiento
más sorprendente de la historia humana, que atestigua la victoria
del amor de Dios sobre el pecado y sobre la muerte, y da a nuestra
esperanza de vida un fundamento tan sólido como la roca, lo que
humanamente era impensable ha sucedido. A Jesús de Nazaret (…)
Dios lo ha resucitado liberándolo de los dolores de la
muerte”. (At 2,
22.24).
En
este Lunes “del Ángel”, la liturgia con el Evangelio de
Mateo (cfr 28, 8-15) nos remite al sepulcro vacío de
Jesús. Nos hará bien ir con el pensamiento al sepulcro vacío de
Jesús. Las mujeres, llenas de temor y de alegría, están yendo
deprisa a llevar la noticia a los discípulos porque el sepulcro
estaba vacío y en ese momento, Jesús se presenta
ante ellas. Ellas “se le acercaron, le abrazaron sus pies y le
adoraron” (v. 9). No era una fantasma, lo tocaron. Jesús está
vivo. Era Él, con la carne. Jesús expulsa de sus corazones el miedo
y las anima aun más a anunciar a los hermanos lo que ha sucedido.
Todos los evangelios resaltan el papel de las mujeres. María
Magdalena y las demás como primeras testigos de la Resurrección. Los
hombres asustados estaban encerrados en el cenáculo. Pedro y Juan
advertidos por María Magdalena hacen solo una rápida salida, en la
que constatan que la tumba está abierta y vacía, pero fueron las
mujeres las primeras que se encuentran con el resucitado y las que
llevan el anuncio de que Él está vivo.
Hoy,
queridos hermanos y hermanas, también resuenan para nosotros las
palabras de Jesús dirigidas a las mujeres. “No tengan miedo, vayan
a anunciar…” (v. 10). Después de los ritos del Triduo Pascual,
que nos han hecho revivir el misterio de la muerte y de la
Resurrección de nuestro Señor, ahora con los ojos de la fe, lo
contemplamos resucitado y vivo. También nosotros estamos
llamados a encontrarlo personalmente y a convertirnos en sus
anunciadores y testigos.
Con
la antigua secuencia litúrgica pascual repetimos “Cristo, mi
esperanza, ha resucitado”. Y en Él, nosotros también hemos
resucitado, pasando de la muerte a la vida, de la esclavitud del
pecado a la libertad del amor. Dejémonos alcanzar, pues, por el
mensaje consolador de la Pascua y dejémonos envolver por su luz
gloriosa, que disipa las tinieblas del miedo y de la tristeza. Jesús
resucitado camina junto a nosotros. Él se manifiesta a los que lo
invocan y lo aman. En primer lugar, en la oración. Pero también
en las alegrías sencillas vividas con fe y gratitud. También
podemos sentirlo presente compartiendo momentos de cordialidad, de
acogida, de amistad, y de contemplación de la naturaleza. Que
este día de fiesta en el que se acostumbra a disfrutar de un poco de
ocio y de gratuidad, nos ayude a experimentar la presencia de Jesús.
Pidamos
a la Virgen María poder tomar a manos llenas la paz y la serenidad,
dones del resucitado, para compartirlos con los hermanos,
especialmente con quien tiene más necesidad de consuelo y de
esperanza.
Oración
del Regina Cæli (español/castellano)
V/.
Reina del Cielo, alégrate; aleluya.
R/.
Porque el que mereciste llevar en tu seno; aleluya.
V/.
Resucitó según dijo; aleluya.
R/.
Ruega por nosotros a Dios; aleluya;
V/.
Gózate y alégrate, Virgen María; aleluya.
R/.
Porque resucitó en verdad el Señor; aleluya.
Oración:
¡Oh,
Dios!, que te dignaste alegrar al mundo por la Resurrección de tu
Hijo, Nuestro Señor Jesucristo: concédenos, te rogamos, que por la
mediación de la Virgen María, su Madre, alcancemos los gozos de la
vida eterna. Por el mismo Jesucristo, Nuestro Señor. Amén.
23.04.19
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