14 d’abr. 2019

PAPA SETMANA SANTA I PASQUA



Domingo de Ramos: “Para lograr el verdadero triunfo, debemos dejar espacio a Dios”: “Callar, rezar, humillarse”

Homilía del Papa en la plaza de San Pedro


(14 abril 2019).-En su entrada en Jerusalén, Jesús “nos muestra el camino”. Él “destruyó el triunfalismo con su Pasión”. El Pontífice previene con la “mundanidad espiritual”, que ha calificado como “una forma sutil de triunfalismo”, “el mayor peligro, la tentación más pérfida que amenaza a la Iglesia”.
Homilía completa del Papa Francisco
en la celebración del Domingo de Ramos:
Las aclamaciones de la entrada en Jerusalén y la humillación de Jesús. Los gritos de fiesta y el ensañamiento feroz. Este doble misterio acompaña cada año la entrada en la Semana Santa, en los dos momentos característicos de esta celebración: la procesión con las palmas y los ramos de olivo, al principio, y luego la lectura solemne de la narración de la Pasión.
Dejemos que esta acción animada por el Espíritu Santo nos envuelva, para obtener lo que hemos pedido en la oración: acompañar con fe a nuestro Salvador en su camino y tener siempre presente la gran enseñanza de su Pasión como modelo de vida y de victoria contra el espíritu del mal.
Jesús nos muestra cómo hemos de afrontar los momentos difíciles y las tentaciones más insidiosas, cultivando en nuestros corazones una  paz que no es distanciamiento, no es impasividad o creerse un superhombre, sino que es un abandono confiado en el Padre y en su voluntad de salvación, de vida, de misericordia; y, en toda su misión, pasó por la tentación de “hacer su trabajo” decidiendo él el modo y desligándose de la obediencia al Padre. Desde el comienzo, en la lucha de los cuarenta días en el desierto, hasta el final en la Pasión, Jesús rechaza esta tentación mediante la confianza obediente en el Padre.

También hoy, en su entrada en Jerusalén, nos muestra el camino. Porque en ese evento el maligno, el Príncipe de este mundo, tenía una carta por jugar: la carta del triunfalismo, y el Señor respondió permaneciendo fiel a su camino, el camino de la humildad.
El triunfalismo trata de llegar a la meta mediante atajos, compromisos falsos. Busca subirse al carro del ganador. El triunfalismo vive de gestos y palabras que, sin embargo, no han pasado por el crisol de la cruz; se alimenta de la comparación con los demás, juzgándolos siempre como peores, con defectos, fracasados… Una forma sutil de triunfalismo es la mundanidad espiritual, que es el mayor peligro, la tentación más pérfida que amenaza a la Iglesia (De Lubac). Jesús destruyó el triunfalismo con su Pasión.
El Señor realmente compartió y se regocijó con el pueblo, con los jóvenes que gritaban su nombre aclamándolo como Rey y Mesías. Su corazón gozaba viendo el entusiasmo y la fiesta de los pobres de Israel. Hasta el punto que, a los fariseos que le pedían que reprochara a sus discípulos por sus escandalosas aclamaciones, él les respondió: «Os digo que, si estos callan, gritarán las piedras» (Lc 19,40). Humildad no significa negar la realidad, y Jesús es realmente el Mesías, el Rey.
Pero al mismo tiempo, el corazón de Cristo está en otro camino, en el camino santo que solo él y el Padre conocen: el que va de la «condición de Dios» a la «condición de esclavo», el camino de la humillación en la obediencia «hasta la muerte, y una muerte de cruz» (Flp 2,6-8). Él sabe que para lograr el verdadero triunfo debe dejar espacio a Dios; y para dejar espacio a Dios solo hay un modo: el despojarse, el vaciarse de sí mismo. Callar, rezar, humillarse. Con la cruz no se puede negociar, o se abraza o se rechaza.  Y con su humillación, Jesús quiso abrirnos el camino de la fe y precedernos en él.
Tras él, la primera que lo ha recorrido fue su madre, María, la primera discípula. La Virgen y los santos han tenido que sufrir para caminar en la fe y en la voluntad de Dios. Ante los duros y dolorosos acontecimientos de la vida, responder con fe cuesta «una particular fatiga del corazón» (cf. S. JUAN PABLO II, Carta enc. Redemptoris Mater, 17). Es la noche de la fe. Pero solo de esta noche despunta el alba de la resurrección. Al pie de la cruz, María volvió a pensar en las palabras con las que el Ángel le anunció a su Hijo: «Será grande […]; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin» (Lc 1,32-33).
En el Gólgota, María se enfrenta a la negación total de esa promesa: su Hijo agoniza sobre una cruz como un criminal. Así, el triunfalismo, destruido por la humillación de Jesús, fue igualmente destruido en el corazón de la Madre; ambos supieron callar.
Precedidos por María, innumerables santos y santas han seguido a Jesús por el camino de la humildad y la obediencia. Hoy, Jornada Mundial de la Juventud, quiero recordar a tantos santos y santas jóvenes, especialmente a aquellos “de la puerta de al lado”, que solo Dios conoce, y que a veces a él le gusta revelarnos por sorpresa. Queridos jóvenes, no os avergoncéis de mostrar vuestro entusiasmo por Jesús, de gritar que él vive, que es vuestra vida. Pero al mismo tiempo, no tengáis miedo de seguirlo por el camino de la cruz. Y cuando sintáis que os pide que renunciéis a vosotros mismos, que os despojéis de vuestras seguridades, que os confiéis por completo al Padre que está en los cielos, entonces alegraos y regocijaos. Estáis en el camino del Reino de Dios.
Aclamaciones de fiesta y furia feroz; el silencio de Jesús en su Pasión es impresionante. Vence también a la tentación de responder, de ser “mediático”. En los momentos de oscuridad y de gran tribulación hay que callar, tener el valor de callar, siempre que sea un callar manso y no rencoroso. La mansedumbre del silencio hará que parezcamos  aún más débiles, más humillados, y entonces el demonio, animándose, saldrá a la luz. Será necesario resistirlo en silencio, “manteniendo la posición”, pero con la misma actitud que Jesús. Él sabe que la guerra es entre Dios y el Príncipe de este mundo, y que no se trata de poner la mano en la espada, sino de mantener la calma, firmes en la fe. Es la hora de Dios. Y en la hora en que Dios baja a la batalla, hay que dejarlo hacer. Nuestro puesto seguro estará bajo el manto de la Santa Madre de Dios. Y mientras esperamos que el Señor venga y calme la tormenta (cf. Mc 4,37-41), con nuestro silencioso testimonio en oración, nos damos a nosotros mismos y a los demás razón de nuestra esperanza (cf. 1 P 3,15). Esto nos ayudará a vivir en la santa tensión entre la memoria de las promesas, la realidad del ensañamiento presente en la cruz y la esperanza de la resurrección.
14.04.19



Francisco felicita la Pascua a Benedicto XVI en la víspera de su 92 cumpleaños

En el Monasterio Mater Ecclesiae

(15 abril 2019).- Iniciando la Semana Santa, esta tarde, 15
 de abril de 2109, el Papa Francisco se ha dirigido al Monasterio Mater Ecclesiae, para saludar a Benedicto XVI por Pascua, en vísperas de su 92 cumpleaños.
Este encuentro también “ha permitido al Santo Padre expresar con especial afecto” su saludo al Papa emérito, que mañana cumplirá 92 años, detalla la Oficina de Prensa de la Santa Sede.
Nacido el 16 de abril de 1927 en Marktl, Alemania, Joseph Ratzinger fue elegido a la Sede de Pedro, el 19 de abril de 2005. El 11 de febrero de 2013, hizo historia con el anuncio de renuncia a sus funciones, renuncia que se hizo efectiva el 28 de febrero siguiente.
Para su 90º cumpleaños, el 17 de abril de 2017, se celebró una fiesta bávara en su residencia en el Vaticano. Cinco años antes, durante la Misa celebrada el 16 de abril de 2012, el Papa Benedicto XVI enfatizó que estaba “en la última parte” de su vida. “No sé lo que me espera”, confió. Sé, sin embargo, que la luz de Dios está ahí, que Él ha resucitado, que Su luz es más fuerte que todas las tinieblas; que la bondad de Dios es más fuerte que todos los males de este mundo. Y eso me ayuda a avanzar con confianza”.
Mater Ecclesiae
El monasterio, nombrado en honor a María, se encuentra en la Colina Vaticana en el interior de los jardines del Vaticano y cerca de la fuente Aquilone. El edificio fue construido entre 1992 y 1994 en el lugar de un edificio administrativo de la gendarmería de la Ciudad del Vaticano y consta de cuatro pisos, con ambientes en común y doce celdas monásticas, un ala de alrededor de 450 metros cuadrados, una capilla, el coro para las claustrales, la biblioteca, un pequeño jardín y un robusto muro que delimita la zona de clausura. Hay además un huerto en el que se cultivan frutas y verduras.
Mater Ecclesiae fue fundada por san Juan Pablo II a fin de contar con un grupo monástico de monjas dentro de la Ciudad del Vaticano para rezar por el papa y la Iglesia. Esta tarea fue el inicio de la competencia de las monjas de la Orden de las hermanas pobres de Santa Clara. Esta asignación se desplazó, sin embargo, cada cinco años a otra orden religiosa femenina.
16.04.19


Notre-Dame: El Papa desea que la catedral vuelva a “convertirse en la hermosa joya en el corazón de la ciudad”

Mensaje al arzobispo Mons. Michel Aupetit

(16 abril 2019).- El Papa expresa su deseo de que la catedral de Notre-Dame “pueda volver a convertirse, gracias a las obras de reconstrucción y la movilización de todos, en esta hermosa joya en el corazón de la ciudad, signo de la fe de quienes la construyeron, iglesia madre de su diócesis, patrimonio arquitectónico y espiritual de París, Francia y la humanidad”.
Tras el incendio que devastó gran parte de la catedral de Notre-Dame –expresa el Papa al arzobispo de París– me asocio con su tristeza, así como con la de los fieles de su diócesis, los habitantes de París y todos los franceses”.
El Papa Francisco ha dirigido este mensaje, en francés, al arzobispo de París, Mons. Michel Aupetit, después del incendio que devastó la catedral de Notre-Dame, en la noche del 15 al 16 de abril de 2019. En la mañana del martes, 16 de abril de 2019, la Oficina de Prensa de la Santa Sede ha publicado este mensaje, que sigue a los otros dos mensajes recibidos el lunes por la noche, “incredulidad y tristeza”, y el martes por la mañana, el Papa “cerca de Francia”.
En estos Días Santos, indica el Pontífice, “donde recordamos la pasión de Jesús, su muerte y su resurrección, les aseguro mi cercanía espiritual y mi oración”, indica el Pontífice.
Este desastre dañó seriamente un edificio histórico. Además, señala el Santo Padre: “Soy consciente de que también ha afectado un símbolo nacional muy querido en los corazones de los parisinos y franceses en la diversidad de sus convicciones”.
Joya de una memoria colectiva 
La catedral de Notre-Dame es la “joya arquitectónica de una memoria colectiva”, el lugar de reunión de muchos eventos importantes, “el testimonio de la fe y la oración de los católicos en la ciudad”, ha matizado.
Asimismo, Francisco agradece el “coraje” y el “trabajo” de los bomberos que intervinieron para circunscribir el fuego.
Con esta esperanza, les concedo cordialmente la bendición apostólica, así como a los obispos de Francia y a los fieles de su diócesis, y llamo a la bendición de Dios sobre los habitantes de París y de todos los franceses”, concluye el mensaje papal.
Salvada la corona de espinas
En torno a las 18:30 horas, de la tarde del 15 de abril de 2019, comenzó a verse en llamas el techo de madera de la catedral parisina, construido con 1.300 robles franceses en el siglo XIII. Más tarde, se vio como caía la aguja central y el fuego se extendía por la parte superior del centro del tempo, consumiendo finalmente 2 tercios de la parte total del techo.
Según las primeras informaciones aportadas, el incendio estaría ligado a las obras de rehabilitación que se estaban efectuando en el tejado del edificio. Actualmente está abierta la investigación judicial.
Horas más tarde, el obispo Patrick Chauvet, rector de Notre Dame, anunció que la corona de espinas de Cristo y la túnica de San Luis estaban protegidas y los bomberos confirmaron que la estructura de la catedral estaba salvada.
17.04.19





Pascua: la oración al Padre en la prueba”- Catequesis del Papa

La verdadera gloria es la gloria del amor”

(17 abril 2019).- En la audiencia general que ha tenido lugar esta mañana en la Plaza de San Pedro, el Santo Padre ha dedicado la catequesis al Triduo Pascual, abordando el tema “Pascua: la oración al Padre en la prueba” (Evangelio según San Marcos14, 32-36a).
Tras resumir su discurso en diversas lenguas ha saludado en particular a los grupos de fieles presentes procedentes de todo el mundo. La audiencia general ha terminado con el canto del Pater Noster y la bendición apostólica.
Catequesis del Santo Padre
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En estas semanas estamos reflexionando sobre la oración del “Padre Nuestro”. Ahora, en vísperas del Triduo pascual, detengámonos en algunas palabras con las que Jesús, durante la Pasión, rezó al Padre.
La primera invocación tiene lugar después de la Ultima Cena, cuando el Señor “alzando sus ojos al cielo, dijo:” Padre, ha llegado la hora: glorifica a tu Hijo para que tu Hijo te glorifique a Ti …con la gloria que tenía a tu lado antes de que el mundo fuera” (Jn 17: 5.5). Jesús pide  la gloria, una petición que parece paradójica mientras la Pasión está a las puertas. ¿De qué gloria se trata ?. La gloria, en la Biblia, indica la revelación de Dios, es el signo distintivo de su presencia salvadora entre los hombres. Ahora bien, Jesús es Aquel que manifiesta de forma definitiva la  presencia y la salvación de Dios, y lo hace en Pascua: levantado en la cruz, es glorificado (vea Jn 12: 23-33). Allí, Dios finalmente revela su gloria: quita el último velo y nos sorprende como nunca antes. Descubrimos, en efecto, que la gloria de Dios es todo amor: amor puro, loco e impensable, más allá de cualquier límite y medida.
Hermanos y hermanas, hagamos nuestra la oración de Jesús: pidamos al Padre que quite el velo de nuestros ojos para que  en estos días, mirando al Crucificado, aceptemos que Dios es amor. ¡Cuántas veces lo imaginamos patrón y no  padre!, ¡Cuántas veces lo consideramos  juez severo en vez de Salvador misericordioso! Pero Dios en la Pascua anula las distancias, mostrándose en la humildad de un amor que pide el nuestro. Nosotros, pues, le damos gloria cuando vivimos todo lo que hacemos con amor, cuando hacemos todo con el corazón, como para Él (ver Col 3:17). La verdadera gloria es la gloria del amor, porque es la única que da vida al mundo. Por supuesto, esta gloria es lo contrario de la gloria mundana, que llega  cuando se es  admirado, alabado,  aclamado: cuando yo soy el centro de la atención. La gloria de Dios, en cambio, es paradójica: no hay aplausos ni audiencia. En el centro no está el yo, sino el otro: De hecho, en la Pascua vemos que el Padre glorifica al Hijo, mientras que el Hijo glorifica al Padre. Ninguno se glorifica a sí mismo. Hoy nosotros  podemos preguntarnos: “¿Para qué gloria vivo? ¿ La mía o la de Dios? ¿Solo quiero recibir de otros o también dar a otros? ” Después de la Última Cena, Jesús entra en el huerto de Getsemaní y también aquí reza al Padre. Mientras los discípulos no logran estar  despiertos y Judas está llegando con los soldados, Jesús comienza a sentir “miedo y angustia”. Experimenta toda la angustia por lo que le espera: traición, desprecio, sufrimiento, fracaso. Está “triste” y allí, en el abismo, en esa desolación, dirige al Padre la palabra más tierna y dulce: “Abba,  o sea papá (véase Mc 14: 33-36). En la prueba, Jesús nos enseña a abrazar al Padre, porque en la oración a Él está la fuerza para seguir adelante en el dolor. En la fatiga, la oración es alivio, confianza, consuelo. En el abandono de todos, en la desolación interior, Jesús no está solo, está con el Padre. Nosotros,  en cambio, en nuestros Getsemanís a menudo elegimos quedarnos solos en lugar de decir “Padrey confiarnos a Él, como Jesús, confiarnos a su voluntad, que es nuestro verdadero bien. Pero cuando en la prueba nos encerramos en nosotros mismos, excavamos un túnel interior, un doloroso camino introvertido que tiene una sola dirección: cada vez más abajo en nosotros mismos. El mayor problema no es el dolor, sino cómo se trata. La soledad no ofrece salidas;  la oración, sí, porque es relación, es confianza. Jesús lo confía todo  y todo se confía al Padre, llevándole  lo que siente, apoyándose en él en la lucha. Cuando entremos en nuestros Getsemanís, -cada uno tiene sus propios Getsemanís, o los ha tenido, o los tendrá- acordémonos de rezar así: “Padre”.

Por último,  Jesús dirige al Padre una tercera oración por nosotros: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34). Jesús reza por los que han sido malvados con él, por sus asesinos. El Evangelio especifica que reza esta oración en el momento de la crucifixión. Probablemente fue el momento del dolor más agudo cuando le metían los clavos en las muñecas y en los pies. Aquí, en la cumbre del dolor, el amor alcanza su cima: llega el amor, es decir, el don a la enésima potencia, que rompe el círculo del mal.

Rezando estos días el “Padre Nuestro”, pidamos una de estas gracias: vivir nuestros días para la gloria de Dios, es decir, vivir con amor; saber encomendarnos al Padre en las pruebas y decir “papá” y hallar en el encuentro con el Padre el perdón y el coraje de perdonar . Las dos cosas van juntas. El Padre nos perdona, pero nos da el valor  para poder perdonar.
18.04.19 




Misa Crismal: “Al ungir somos reungidos por la fe y el cariño de nuestro pueblo”


(18 abril 2019).- “Ungimos repartiéndonos a nosotros mismos, repartiendo nuestra vocación y nuestro corazón. Al ungir somos reungidos por la fe y el cariño de nuestro pueblo”, ha recordado Francisco a los 6.000 sacerdotes –aproximadamente– que han participado en la Misa Crismal, este Jueves Santo, en la Basílica de San Pedro.
A las 9:30 horas ha comenzado la celebración crismal este Jueves Santo, 18 de abril de 2019, presidida por el Pontífice y concelebrada por los Cardenales, Obispos y Presbíteros (diocesanos y religiosos) presentes en Roma. La liturgia se celebra en este día en todas las iglesias catedrales.
Homilía del Papa Francisco
El Evangelio de Lucas que acabamos de escuchar nos hace revivir la emoción de aquel momento en el que el Señor hace suya la profecía de Isaías, leyéndola solemnemente en medio de su gente. La sinagoga de Nazaret estaba llena de parientes, vecinos, conocidos, amigos… y no tanto. Y todos tenían los ojos fijos en Él. La Iglesia siempre tiene los ojos fijos en Jesucristo, el Ungido a quien el Espíritu envía para ungir al Pueblo de Dios. 
Los evangelios nos presentan a menudo esta imagen del Señor en medio de la multitud, rodeado y apretujado por la gente que le acerca sus enfermos, le ruega que expulse los malos espíritus, escucha sus enseñanzas y camina con Él. «Mis ovejas oyen mi voz. Yo las conozco y ellas me siguen» (Jn 10,27-28). 
El Señor nunca perdió este contacto directo con la gente, siempre mantuvo la gracia de la cercanía, con el pueblo en su conjunto y con cada persona en medio de esas multitudes. Lo vemos en su vida pública, y fue así desde el comienzo: el resplandor del Niño atrajo mansamente a pastores, a reyes y a ancianos soñadores como Simeón y Ana. También fue así en la Cruz; su Corazón atrae a todos hacia sí (cf. Jn 12,32): Verónicas, cireneos, ladrones, centuriones… 

No es despreciativo el término “multitud”. Quizás en el oído de alguno, multitud pueda sonar a masa anónima, indiferenciada… Pero en el 

Evangelio vemos que cuando interactúan con el Señor —que se mete en ellas como un pastor en su rebaño— las multitudes se transforman. En el interior de la gente se despierta el deseo de seguir a Jesús, brota la admiración, se cohesiona el discernimiento
Quisiera reflexionar con ustedes acerca de estas tres gracias que caracterizan la relación entre Jesús y la multitud. 
La gracia del seguimiento 
Dice Lucas que las multitudes «lo buscaban» (Lc 4,42) y «lo seguían» (Lc 14,25), “lo apretujaban”, “lo rodeaban” (cf. Lc 8,42-45) y «se juntaban para escucharlo» (Lc 5,15). El seguimiento de la gente va más allá de todo cálculo, es un seguimiento incondicional, lleno de cariño. Contrasta con la mezquindad de los discípulos cuya actitud con la gente raya en crueldad cuando le sugieren al Señor que los despida, para que se busquen algo para comer. Aquí, creo yo, empezó el clericalismo: en este querer asegurarse la comida y la propia comodidad desentendiéndose de la gente. El Señor cortó en seco esta tentación. «¡Denles ustedes de comer!» (Mc 6,37), fue la respuesta de Jesús; «¡háganse cargo de la gente!». 
La gracia de la admiración 
La segunda gracia que recibe la multitud cuando sigue a Jesús es la de una admiración llena de alegría. La gente se maravillaba con Jesús (cf. Lc 11,14), con sus milagros, pero sobre todo con su misma Persona. A la gente le encantaba saludarlo por el camino, hacerse bendecir y bendecirlo, como aquella mujer que en medio de la multitud le bendijo a su Madre. Y el Señor, por su parte, se admiraba de la fe de la gente, se alegraba y no perdía oportunidad para hacerlo notar.
La gracia del discernimiento 
La tercera gracia que recibe la gente es la del discernimiento. «La multitud se daba cuenta (a dónde se había ido Jesús) y lo seguía» (Lc 9,11). «Se admiraban de su doctrina, porque enseñaba con autoridad» (Mt 7,28-29; cf. Lc 5,26). Cristo, la Palabra de Dios hecha carne, suscita en la gente este carisma del discernimiento; no ciertamente un discernimiento de especialistas en cuestiones disputadas. Cuando los fariseos y los doctores de la ley discutían con Él, lo que discernía la gente era la autoridad de Jesús: la fuerza de su doctrina para entrar en los corazones y el hecho de que los malos espíritus le obedecieran; y que además, por un momento, dejara sin palabras a los que implementaban diálogos tramposos. La gente gozaba con esto.
Ahondemos un poco más en esta visión evangélica de la multitud. Lucas señala cuatro grandes grupos que son destinatarios preferenciales de la unción del Señor: los pobres, los prisioneros de guerra, los ciegos, los oprimidos. Los nombra en general, pero vemos después con alegría que, a lo largo de la vida del Señor, estos ungidos irán adquiriendo rostro y nombre propios. Así como la unción con el aceite se aplica en una parte y su acción benéfica se expande por todo el cuerpo, así el Señor, tomando la profecía de Isaías, nombra diversas “multitudes” a las que el Espíritu lo envía, siguiendo la dinámica de lo que podemos llamar una “preferencialidad inclusiva”: la gracia y el carisma que se da a una persona o a un grupo en particular redunda, como toda acción del Espíritu, en beneficio de todos. 
Los pobres (ptochoi) son los que están doblados, como los mendigos que se inclinan para pedir. Pero también es pobre (ptochè) la viuda, que unge con sus dedos las dos moneditas que eran todo lo que tenía ese día para vivir. La unción de esa viuda para dar limosna pasa desapercibida a los ojos de todos, salvo a los de Jesús, que mira con bondad su pequeñez. Con ella el Señor puede cumplir en plenitud su misión de anunciar el evangelio a los pobres. Paradójicamente, la buena noticia de que existe gente así, la escuchan los discípulos. Ella, la mujer  generosa, ni se enteró de que “había salido en el Evangelio” —es decir, que su gesto sería publicado en el Evangelio—: el alegre anuncio de que sus acciones “pesan” en el Reino y valen más que todas las riquezas del mundo, ella lo vive desde adentro, como tantas santas y santos “de la puerta de al lado”. 

Los ciegos están representados por uno de los rostros más simpáticos del evangelio: el de Bartimeo (cf. Mc 10,46-52), el mendigo ciego que recuperó la vista y, a partir de ahí, solo tuvo ojos para seguir a Jesús por el camino. ¡La unción de la mirada! Nuestra mirada, a la que los ojos de Jesús pueden devolver ese brillo que solo el amor gratuito puede dar, ese brillo que a diario nos lo roban las imágenes interesadas o banales con que nos atiborra el mundo. 
Para nombrar a los oprimidos (tethrausmenous), Lucas usa una expresión que contiene la palabra “trauma”. Ella basta para evocar la Parábola, quizás la preferida de Lucas, la del Buen Samaritano que unge con aceite y venda las heridas (traumataLc 10,34) del hombre que había sido molido a palos y estaba tirado al costado del camino. ¡La unción de la carne herida de Cristo! En esa unción está el remedio para todos los traumas que dejan a personas, a familias y a pueblos enteros fuera de juego, como excluidos y sobrantes, al costado de la historia.
Los cautivos son los prisioneros de guerra (aichmalotos), los que eran llevados a punta de lanza (aichmé). Jesús usará la expresión al referirse a la cautividad y deportación de Jerusalén, su ciudad amada (Lc 21,24). Hoy las ciudades se cautivan no tanto a punta de lanza sino con los medios más sutiles de colonización ideológica. Solo la unción de la propia cultura, amasada con el trabajo y el arte de nuestros mayores, puede liberar a nuestras ciudades de estas nuevas esclavitudes.
Viniendo a nosotros, queridos hermanos sacerdotes, no tenemos que olvidar que nuestros modelos evangélicos son esta “gente”, esta multitud con estos rostros concretos, a los que la unción del Señor realza y vivifica. Ellos son los que completan y vuelven real la unción del Espíritu en nosotros, que hemos sido ungidos para ungir. Hemos sido tomados de en medio de ellos y sin temor nos podemos identificar con esta gente sencilla (…). Ellos son imagen de nuestra alma e imagen de la Iglesia. Cada uno encarna el corazón único de nuestro pueblo. 
Nosotros, sacerdotes, somos el pobre y quisiéramos tener el corazón de la viuda pobre cuando damos limosna y le tocamos la mano al mendigo y lo miramos a los ojos. Nosotros, sacerdotes, somos Bartimeo y cada mañana nos levantamos a rezar rogando: «Señor, que pueda ver» (Lc 18,41). Nosotros, sacerdotes somos, en algún punto de nuestro pecado, el herido molido a palos por los ladrones. Y queremos estar, los primeros, en las manos compasivas del Buen Samaritano, para poder luego compadecer con las nuestras a los demás. 
Les confieso que cuando confirmo y ordeno me gusta esparcir bien el crisma en la frente y en las manos de los ungidos. Al ungir bien uno experimenta que allí se renueva la propia unción. Esto quiero decir: no somos repartidores de aceite en botella (…). Ungimos repartiéndonos a nosotros mismos, repartiendo nuestra vocación y nuestro corazón. Al ungir somos reungidos por la fe y el cariño de nuestro pueblo. Ungimos ensuciándonos las manos al tocar las heridas, los pecados y las angustias de la gente; ungimos perfumándonos las manos al tocar su fe, sus esperanzas, su fidelidad y la generosidad incondicional de su entrega (…).
El que aprende a ungir y a bendecir se sana de la mezquindad, del abuso y de la crueldad.
(…) Que, metiéndonos con Jesús en medio de nuestra gente (…), el Padre renueve en nosotros la efusión de su Espíritu de santidad y haga que nos unamos para implorar su misericordia para el pueblo que nos fue confiado y para el mundo entero. Así la multitud de las gentes, reunidas en Cristo, puedan llegar a ser el único Pueblo fiel de Dios, que tendrá su plenitud en el Reino (cf. Plegaria de ordenación de presbíteros).
19.04.19



Via Crucis en el Coliseo: “Jesús, ayúdanos a ver en tu Cruz todas las cruces del mundo”

Oración del Papa Francisco

(19 abril 2019).- Frente al Coliseo romano, a las 9.15 de la noche, el Santo Padre Francisco ha presidido la oración del Vía Crucis, transmitido en todo el mundo, este Viernes Santo, 19 de abril de 2019, con la participación de 15.000 personas procedentes de todo el mundo.
Los textos de las meditaciones y oraciones propuestas este año para las Estaciones de la Cruz el Viernes Santo en el Coliseo fueron confiadas por el Santo Padre a la hermana Eugenia Bonetti, misionera de la Consolata y presidenta de la Asociación “Slaves no more” (No más esclavos). En el centro de las meditaciones está el sufrimiento de tantas personas que son víctimas de la trata de personas.
Con Cristo y con las mujeres en el camino de la cruz”, es el título que la hermana Bonetti ha asignado a las meditaciones del Via Crucis este año. Las esclavas, las mujeres explotadas sexualmente, los niños víctimas de la trata son los “nuevos esclavos de nuestro mundo actual”, ha asegurado la religiosa.

Oración del Papa
La siguiente es la oración compuesta por el Santo Padre, que recita al final de Via Crucis, y la lista de personas que llevan la cruz a lo largo de las 14 estaciones:
Señor Jesús, ayúdanos a ver en tu Cruz todas las cruces del mundo:
la cruz de las personas hambrientas de pan y de amor;
la cruz de personas solitarias abandonadas incluso por sus propios hijos y parientes;
la cruz de los pueblos sedientos de justicia y paz;
la cruz de las personas que no tienen el consuelo de la fe;
la cruz de los ancianos que se arrastran bajo el peso de los años y la soledad;

la cruz de los migrantes que encuentran las puertas cerradas por miedo y corazones blindados por cálculos políticos;
la cruz de los pequeños, heridos en su inocencia y en su pureza;
la cruz de la humanidad que vaga en la oscuridad de la incertidumbre y en la oscuridad de la cultura momentánea;
la cruz de familias rotas por la traición, por las seducciones del maligno o por la ligereza y el egoísmo asesinos;
la cruz de los consagrados que buscan incansablemente traer tu luz al mundo y se sienten rechazados, burlados y humillados;
la cruz de personas consagradas que, en el camino, han olvidado su primer amor;
la cruz de tus hijos que, creyendo en ti y tratando de vivir según tu palabra, se encuentran marginados y descartados incluso por sus familias y sus compañeros;
la cruz de nuestras debilidades, de nuestras hipocresías, de nuestras traiciones, de nuestros pecados y
de nuestras muchas promesas rotas;
la cruz de tu iglesia que, fiel a tu evangelio, lucha por llevar tu amor incluso entre los se bautizaron ellos mismos;
la cruz de la Iglesia, tu novia, que se siente continuamente atacada desde adentro y desde afuera;
la cruz de nuestra casa común que seriamente se marchita bajo nuestros ojos egoístas y cegado por la codicia y el poder.
Señor Jesús, revive en nosotros la esperanza de la resurrección y tu victoria definitiva contra todo mal y cada muerte. ¡Amén!

Personas que llevarán la cruz
Estación I – Cardenal Angelo De Donatis;
Estación II – Familia: Antonio Lìpari, Laura Amico, Gaia y Claudio (Italia)
Estación III – Sor Venicia Meurer y Sor Lilly Nanat (Hermanas Palotinas – Brasil e India)
Estación IV – U.N.I.T.A.L.S.I. Costantino Fois (discapacitado), Francesco Diella (camilla), Maria Gisella Molina (asistencia hermana) y Carla Capuano (asistencia hermana)
Estación V – Patrizia Mason, Laura Manzato y Laura Ferrario (Italia)

Estación VI – familia Stanizzi (Italia)
Estación VII – Jakub Sniec y Roza Mika (Polonia)
Estación VIII – Francesca Armogida y Giovanni Giuliani (Italia)
Estación IX – Hermana Anelia Gómez da Paiva (Misionera de la Consolata) y Lucia capuzzi (italia)
Estación X – Hermana Josephine Sim (Canossiana), Patricia Ogiefa y su hija Cristina Ogiefa (Nigeria)
Estación XI – Hna. Rita Giaretta y Ezequiel Joy (Casa Rut – Caserta)
Estación XII – Sr. Mihaela Elizabeta Balauca (Ponte Galeria) y Maria Leonor Jardon (Unidad de la calle)
Estación XIII – Padre Francois M. Shamiyeh (Sirio) y el padre Theodorus Beta Herdistyan (frailes de la Tierra Santa)
Estación XIV – Su Eminencia el Rev. Angelo Card. De Donatis
Los jóvenes que portarán las antorchas son los italianos Giovanni Settimio y Gianluca Silva. 
20.04.19





Papa Francisco: “A Jesús no se le conoce en los libros de historia, se le encuentra en la vida”

(20 abril 2019).- “Es esencial volver a un amor vivo con el Señor, de lo contrario se tiene una fe de museo, no la fe de pascua”, ha predicado el Papa Francisco en la homilía de la Vigilia Pascual, en el Basílica de San Pedro. “Jesús no es un personaje del pasado, es una persona que vive hoy; no se le conoce en los libros de historia, se le encuentra en la vida”.
Homilía del Papa Francisco
1. Las mujeres llevan los aromas a la tumba, pero temen que el viaje sea en balde, porque una gran piedra sella la entrada al sepulcro. El camino de aquellas mujeres es también nuestro camino; se asemeja al camino de la salvación que hemos recorrido esta noche. Da la impresión de que todo en él acabe estrellándose contra una piedra: la belleza de la creación contra el drama del pecado; la liberación de la esclavitud contra la infidelidad a la Alianza; las promesas de los profetas contra la triste indiferencia del pueblo. Ocurre lo mismo en la historia de la Iglesia y en la de cada uno de nosotros: parece que el camino que se recorre nunca llega a la meta. De esta manera se puede ir deslizando la idea de que la frustración de la esperanza es la oscura ley de la vida.
Hoy, sin embargo, descubrimos que nuestro camino no es en vano, que no termina delante de una piedra funeraria. Una frase sacude a las mujeres y cambia la historia: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?» (Lc24,5); ¿por qué pensáis que todo es inútil, que nadie puede remover vuestras piedras? ¿Por qué os entregáis a la resignación y al fracaso? La Pascua es la fiesta de la remoción de las piedras. Dios quita las piedras más duras, contra las que se estrellan las esperanzas y las expectativas: la muerte, el pecado, el miedo, la mundanidad. La historia humana no termina ante una piedra sepulcral, porque hoy descubre la «piedra viva» (cf. 1 P2,4): Jesús resucitado. Nosotros, como Iglesia, estamos fundados en Él, e incluso cuando nos desanimamos, cuando sentimos la tentación de juzgarlo todo en base a nuestros fracasos, Él viene para hacerlo todo nuevo, para remover nuestras decepciones. Esta noche cada uno de nosotros está llamado a descubrir en el que está Vivo a aquél que remueve las piedras más pesadas del corazón. Preguntémonos, antes de nada: ¿cuál es la piedra que tengo que remover en mí, cómo se llama?
A menudo la esperanza se ve obstaculizada por la piedra de la desconfianza. Cuando se afianza la idea de que todo va mal y de que, en el peor de los casos, no termina nunca, llegamos a creer con resignación que la muerte es más fuerte que la vida y nos convertimos en personas cínicas y burlonas, portadoras de un nocivo desaliento. Piedra sobre piedra, construimos dentro de nosotros un monumento a la insatisfacción, el sepulcro de la esperanza. Quejándonos de la vida, hacemos que la vida acabe siendo esclava de las quejas y espiritualmente enferma. Se va abriendo paso así una especie de psicología del sepulcro: todo termina allí, sin esperanza de salir con vida. Esta es, sin embargo, la pregunta hiriente de la Pascua: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? El Señor no vive en la resignación. Ha resucitado, no está allí; no lo busquéis donde nunca lo encontraréis: no es Dios de muertos, sino de vivos (cf. Mt22,32). ¡No enterréis la esperanza!
Hay una segunda piedra que a menudo sella el corazón: la piedra del pecado. El pecado seduce, promete cosas fáciles e inmediatas, bienestar y éxito, pero luego deja dentro soledad y muerte. El pecado es buscar la vida entre los muertos, el sentido de la vida en las cosas que pasan. ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? ¿Por qué no te decides a dejar ese pecado que,como una piedra en la entrada del corazón, impide que la luz divina entre? ¿Por qué no pones a Jesús, luz verdadera (cf. Jn1,9), por encima de los destellos brillantes del dinero, de la carrera, del orgullo y del placer? ¿Por qué no le dices a las vanidades mundanas que no vives para ellas, sino para el Señor de la vida?
2. Volvamos a las mujeres que van al sepulcro de Jesús. Ante la piedra removida, se quedan asombradas; viendo a los ángeles, dice el Evangelio, quedaron «despavoridas» y con «las caras mirando al suelo» (Lc24,5). No tienen el valor de levantar la mirada. Cuántas veces nos sucede también a nosotros: preferimos permanecer encogidos en nuestros límites, encerrados en nuestros miedos. Es extraño: ¿por qué lo hacemos? Porque a menudo, en la situación de clausura y de tristeza nosotros somos los protagonistas, porque es más fácil quedarnos solos en las habitaciones oscuras del corazón que abrirnos al Señor. Y sin embargo solo él eleva. Una poetisa escribió: «Ignoramos nuestra verdadera estatura, hasta que nos ponemos en pie» (E. DICKINSON, We neverknow how high we are). El Señor nos llama a alzarnos, a levantarnos de nuevo con su Palabra, amirar hacia arriba y a creer que estamos hechos para el Cielo, no para la tierra; para las alturas de la vida, no para las bajezas de la muerte: ¿por qué buscáis entre los muertos al que vive?
Dios nos pide que miremos la vida como Él la mira, que siempre ve en cada uno de nosotros un núcleo de belleza imborrable. En el pecado, él ve hijos que hay que elevar de nuevo; en la muerte, hermanos para resucitar; en la desolación, corazones para consolar. No tengas miedo, por tanto: el Señor ama tu vida, incluso cuando tienes miedo de mirarla y vivirla. En Pascua te muestra cuánto te ama: hasta el punto de atravesarla toda, de experimentar la angustia, el abandono, la muerte y los infiernos para salir victorioso y decirte: “No estás solo, confía en mí”. Jesús es un especialista en transformar nuestras muertes en vida, nuestros lutos en danzas (cf. Sal30,12); con Él también nosotros podemos cumplir la Pascua, es decir el paso: el paso de la cerrazón a la comunión, de la desolación al consuelo, del miedo a la confianza. No nos quedemos mirando el suelo con miedo, miremos a Jesús resucitado: su mirada nos infunde esperanza, porque nos dice que siempre somos amados y que, a pesar de todos los desastres que podemos hacer, su amor no cambia. Esta es la certeza no negociable de la vida: su amor no cambia. Preguntémonos: en la vida, ¿hacia dónde miro? ¿Contemplo ambientes sepulcrales o busco al que Vive?
3. ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? Las mujeres escuchan la llamada de losángeles, que añaden: «Recordad cómo os habló estando todavía en Galilea» (Lc24,6). Esas mujeres habían olvidado la esperanza porque no recordaban las palabras de Jesús, su llamada acaecida en Galilea. Perdida la memoria viva de Jesús, se quedan mirando el sepulcro. La fe necesita ir de nuevo a Galilea, reavivar el primer amor con Jesús, su llamada: recordarlo, es decir, literalmente volver a Él con el corazón. Es esencial volver a un amor vivo con el Señor, de lo contrario se tiene una fe de museo, no la fe de pascua. Pero Jesús no es un personaje del pasado, es una persona que vive hoy; no se le conoce en los libros de historia, se le encuentra en la vida. Recordemos hoy cuando Jesús nos llamó, cuando venció nuestra oscuridad, nuestra resistencia, nuestros pecados, cómo tocó nuestros corazones con su Palabra.
Las mujeres, recordando a Jesús, abandonan el sepulcro. La Pascua nos enseña que el creyente se detiene por poco tiempo en el cementerio, porque está llamado a caminar al encuentro del que Vive. Preguntémonos: en la vida, ¿hacia dónde camino? A veces nos dirigimos siempre y únicamente hacia nuestros problemas, que nunca faltan, y acudimos al Señor solo para que nos ayude. Pero entonces no es Jesús el que nos orienta sino nuestras necesidades. Y es siempre un buscar entre los muertos al que vive. Cuántas veces también, luego de habernos encontrado con el Señor, volvemos entre los muertos, vagando dentro de nosotros mismos para desenterrar arrepentimientos, remordimientos, heridas e insatisfacciones, sin dejar que el Resucitado nos transforme. Queridos hermanos y hermanas,  démosle al que Vive el lugar central en la vida. Pidamos la gracia de no dejarnos llevar por la corriente, por el mar de los problemas; de no ir a golpearnos con las piedras del pecado y los escollos de la desconfianza y el miedo. Busquémoslo a Él, en todo y por encima de todo. Con Él resurgiremos.
21.04.19




¡Cristo vive! Él es la esperanza y la juventud para cada uno” – Mensaje Pascual del Papa Francisco


Bendición ‘Urbi et Orbi’

(21 abril 2019).- “Vive Cristo, esperanza nuestra, y Él es la más hermosa juventud de este mundo. Todo lo que Él toca se vuelve joven, se hace nuevo, se llena de vida”, son algunas palabras iniciales del Mensaje de Pascua del Papa Francisco, haciendo referencia a la recién publicada Exhortación Apostólica Christus vivit. “¡Él vive y te quiere vivo! Él está en ti, Él está contigo y nunca se va”.
A las 12 horas, desde el balcón central de la Basílica Vaticana, el Santo Padre Francisco ha dirigido su mensaje de Pascua y la bendición ‘Urbi et Orbi’ a todas las personas presentes en la plaza de San Pedro y a cuantos han seguido la celebración a través de la radio, la televisión y las nuevas tecnologías.
Mensaje Pascual del Santo Padre
Queridos hermanos y hermanas, ¡feliz Pascua!
Hoy la Iglesia renueva el anuncio de los primeros discípulos: «Jesús ha resucitado». Y de boca en boca, de corazón a corazón resuena la llamada a la alabanza: «¡Aleluya!… ¡Aleluya!». En esta mañana de Pascua, juventud perenne de la Iglesia y de toda la humanidad, quisiera dirigirme a cada uno de vosotros con las palabras iniciales de la reciente Exhortación apostólica dedicada especialmente a los jóvenes:
«Vive Cristo, esperanza nuestra, y Él es la más hermosa juventud de este mundo. Todo lo que Él toca se vuelve joven, se hace nuevo, se llena de vida. Entonces, las primeras palabras que quiero dirigir a cada uno de los jóvenes cristianos son: ¡Él vive y te quiere vivo! Él está en ti, Él está contigo y nunca se va. Por más que te alejes, allí está el Resucitado, llamándote y esperándote para volver a empezar. Cuando te sientas avejentado por la tristeza, los rencores, los miedos, las dudas o los fracasos, Él estará allí para devolverte la fuerza y la esperanza» (Christus vivit, 1-2).

Queridos hermanos y hermanas, este mensaje se dirige al mismo tiempo a cada persona y al mundo. La resurrección de Cristo es el comienzo de una nueva vida para todos los hombres y mujeres, porque la verdadera renovación comienza siempre desde el corazón, desde la conciencia. Pero la Pascua es también el comienzo de un mundo nuevo, liberado de la esclavitud del pecado y de la muerte: el mundo al fin se abrió al Reino de Dios, Reino de amor, de paz y de fraternidad.
Cristo vive y se queda con nosotros. Muestra la luz de su rostro de Resucitado y no abandona a los que se encuentran en el momento de la prueba, en el dolor y en el luto. Que Él, el Viviente, sea esperanza para el amado pueblo sirio, víctima de un conflicto que continúa y amenaza con hacernos caer en la resignación e incluso en la indiferencia. En cambio, es hora de renovar el compromiso a favor de una solución política que responda a las justas aspiraciones de libertad, de paz y de justicia, aborde la crisis humanitaria y favorezca el regreso seguro de las personas desplazadas, así como de los que se han refugiado en países vecinos, especialmente en el Líbano y en Jordania.
La Pascua nos lleva a dirigir la mirada a Oriente Medio, desgarrado por continuas divisiones y tensiones. Que los cristianos de la región no dejen de dar testimonio con paciente perseverancia del Señor resucitado y de la victoria de la vida sobre la muerte. Una mención especial reservo para la gente de Yemen, sobre todo para los niños, exhaustos por el hambre y la guerra. Que la luz de la Pascua ilumine a todos los gobernantes y a los pueblos de Oriente Medio, empezando por los israelíes y palestinos, y los aliente a aliviar tanto sufrimiento y a buscar un futuro de paz y estabilidad. 
Que las armas dejen de ensangrentar a Libia, donde en las últimas semanas personas indefensas vuelven a morir y muchas familias se ven obligadas a abandonar sus hogares. Insto a las partes implicadas a que elijan el diálogo en lugar de la opresión, evitando que se abran de nuevo las heridas provocadas por una década de conflicto e inestabilidad política.
Que Cristo vivo dé su paz a todo el amado continente africano, lleno todavía de tensiones sociales, conflictos y, a veces, extremismos violentos que dejan inseguridad, destrucción y muerte, especialmente en Burkina Faso, Mali, Níger, Nigeria y Camerún. Pienso también en Sudán, que está atravesando un momento de incertidumbre política y en donde espero que todas las reclamaciones sean escuchadas y todos se esfuercen en hacer que el país consiga la libertad, el desarrollo y el bienestar al que aspira desde hace mucho tiempo.
Que el Señor resucitado sostenga los esfuerzos realizados por las autoridades civiles y religiosas de Sudán del Sur, apoyados por los frutos del retiro espiritual realizado hace unos días aquí, en el Vaticano. Que se abra una nueva página en la historia del país, en la que todos los actores políticos, sociales y religiosos se comprometan activamente por el bien común y la reconciliación de la nación.
Que los habitantes de las regiones orientales de Ucrania, que siguen sufriendo el conflicto todavía en curso, encuentren consuelo en esta Pascua. Que el Señor aliente las iniciativas humanitarias y las que buscan conseguir una paz duradera.
Que la alegría de la Resurrección llene los corazones de todos los que en el continente americano sufren las consecuencias de situaciones políticas y económicas difíciles. Pienso en particular en el pueblo venezolano: en tantas personas carentes de las condiciones mínimas para llevar una vida digna y segura, debido a una crisis que continúa y se agrava. Que el Señor conceda a quienes tienen responsabilidades políticas trabajar para poner fin a las injusticias sociales, a los abusos y a la violencia, y para tomar medidas concretas que permitan sanar las divisiones y dar a la población la ayuda que necesita.
Que el Señor resucitado ilumine los esfuerzos que se   están realizando en Nicaragua para encontrar lo antes posible una solución pacífica y negociada en beneficio de todos los nicaragüenses.
Que, ante los numerosos sufrimientos de nuestro tiempo, el Señor de la vida no nos encuentre fríos e indiferentes. Que haga de nosotros constructores de puentes, no de muros. Que Él, que nos da su paz, haga cesar el fragor de las armas, tanto en las zonas de guerra como en nuestras ciudades, e impulse a los líderes de las naciones a que trabajen para poner fin a la carrera de armamentos y a la propagación preocupante de las armas, especialmente en los países más avanzados económicamente. Que el Resucitado, que ha abierto de par en par las puertas del sepulcro, abra nuestros corazones a las necesidades de los menesterosos, los indefensos, los pobres, los desempleados, los marginados, los que llaman a nuestra puerta en busca de pan, de un refugio o del reconocimiento de su dignidad.
Queridos hermanos y hermanas, ¡Cristo vive! Él es la esperanza y la juventud para cada uno de nosotros y para el mundo entero. Dejémonos renovar por Él. ¡Feliz Pascua!
22.04.19


Papa Francisco: Jesús resucitado “se manifiesta a los que lo invocan y lo aman”

Lunes del Ángel, primero de Pascua

(22 abril 2019).- “Jesús resucitado camina junto a nosotros”, ha anunciado el Papa en el rezo del Regina Coeli esta mañana. “Él se manifiesta a los que lo invocan y lo aman. En primer lugar, en la oración. Pero también en las alegrías sencillas vividas con fe y gratitud”.
El Regina Coeli sustituye el rezo del Angelus durante el tiempo pascual. De este modo, el Papa Francisco ha rezado en este “Lunes del Ángel”, 22 de abril de 2019, la oración mariana Regina Coeli a las 12 horas, desde una de las ventanas del Palacio Apostólico Vaticano, junto a los fieles congregados en la plaza de San Pedro.
Repetimos “Cristo, mi esperanza, ha resucitado”, ha invitado el Santo Padre. “En Él, nosotros también hemos resucitado, pasando de la muerte a la vida, de la esclavitud del pecado a la libertad del amor”. Y ha exhortado a “dejarnos alcanzar”, pues, por el “mensaje consolador de la Pascua y dejémonos envolver por su luz gloriosa, que disipa las tinieblas del miedo y de la tristeza”.
Pidamos a la Virgen María poder tomar a manos llenas la paz y la serenidad, dones del resucitado, para compartirlos con los hermanos, especialmente con quien tiene más necesidad de consuelo y de esperanza”, ha concluido el Pontífice.
Reina del cielo
Regina Coeli es el nombre de una oración mariana y cristológica de la Iglesia católica en honor de la Virgen. Son las palabras latinas con que abre el himno pascual a la Santísima Virgen María que traducidas al español son “Reina del cielo”.
Es una composición litúrgica a manera de felicitación a María por la resurrección de su Hijo Jesucristo. Se reza durante la Pascua hasta el domingo de Pentecostés.
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Palabras del Papa antes del Regina Coeli
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy y a lo largo de toda esta semana se prolonga la alegría pascual de la Resurrección de Jesús, cuyo acontecimiento maravilloso conmemoramos ayer. Durante la vigilia pascual resonaron las palabras que pronunciaron los ángeles junto a la tumba vacía de Cristo, a las mujeres que habían ido al sepulcro, al amanecer del primer día después del sábado, les dijeron: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado”. (Lc 24, 5-6). La Resurrección de Cristo constituye el acontecimiento más sorprendente de la historia humana, que atestigua la victoria del amor de Dios sobre el pecado y sobre la muerte, y da a nuestra esperanza de vida un fundamento tan sólido como la roca, lo que humanamente era impensable ha sucedido. A Jesús de Nazaret (…) Dios lo ha resucitado liberándolo de los dolores de la muerte”. (At 2, 22.24).
En este Lunes “del Ángel”, la liturgia con el Evangelio de Mateo (cfr 28, 8-15) nos remite al sepulcro vacío de Jesús. Nos hará bien ir con el pensamiento al sepulcro vacío de Jesús. Las mujeres, llenas de temor y de alegría, están yendo deprisa a llevar la noticia a los discípulos porque el sepulcro estaba vacío y en ese momento, Jesús se  presenta ante ellas. Ellas “se le acercaron, le abrazaron sus pies y le adoraron” (v. 9). No era una fantasma, lo tocaron. Jesús está vivo. Era Él, con la carne. Jesús expulsa de sus corazones el miedo y las anima aun más a anunciar a los hermanos lo que ha sucedido. Todos los evangelios resaltan el papel de las mujeres. María Magdalena y las demás como primeras testigos de la Resurrección. Los hombres asustados estaban encerrados en el cenáculo. Pedro y Juan advertidos por María Magdalena hacen solo una rápida salida, en la que constatan que la tumba está abierta y vacía, pero fueron las mujeres las primeras que se encuentran con el resucitado y las que llevan el anuncio de que Él está vivo.
Hoy, queridos hermanos y hermanas, también resuenan para nosotros las palabras de Jesús dirigidas a las mujeres. “No tengan miedo, vayan a anunciar…” (v. 10). Después de los ritos del Triduo Pascual, que nos han hecho revivir el misterio de la muerte y de la Resurrección de nuestro Señor, ahora con los ojos de la fe, lo contemplamos resucitado y vivo. También nosotros estamos llamados a encontrarlo personalmente y a convertirnos en sus anunciadores y testigos.
Con la antigua secuencia litúrgica pascual repetimos “Cristo, mi esperanza, ha resucitado”. Y en Él, nosotros también hemos resucitado, pasando de la muerte a la vida, de la esclavitud del pecado a la libertad del amor. Dejémonos alcanzar, pues, por el mensaje consolador de la Pascua y dejémonos envolver por su luz gloriosa, que disipa las tinieblas del miedo y de la tristeza. Jesús resucitado camina junto a nosotros. Él se manifiesta a los que lo invocan y lo aman. En primer lugar, en la oración. Pero también en las alegrías sencillas vividas con fe y gratitud. También podemos sentirlo presente compartiendo momentos de cordialidad, de acogida, de amistad, y de contemplación de la naturaleza. Que este día de fiesta en el que se acostumbra a disfrutar de un poco de ocio y de gratuidad, nos ayude a experimentar la presencia de Jesús.
Pidamos a la Virgen María poder tomar a manos llenas la paz y la serenidad, dones del resucitado, para compartirlos con los hermanos, especialmente con quien tiene más necesidad de consuelo y de esperanza.
Oración del Regina Cæli (español/castellano)
V/. Reina del Cielo, alégrate; aleluya.
R/. Porque el que mereciste llevar en tu seno; aleluya.
V/. Resucitó según dijo; aleluya.
R/. Ruega por nosotros a Dios; aleluya;
V/. Gózate y alégrate, Virgen María; aleluya.
R/. Porque resucitó en verdad el Señor; aleluya.
Oración:
¡Oh, Dios!, que te dignaste alegrar al mundo por la Resurrección de tu Hijo, Nuestro Señor Jesucristo: concédenos, te rogamos, que por la mediación de la Virgen María, su Madre, alcancemos los gozos de la vida eterna. Por el mismo Jesucristo, Nuestro Señor. Amén.
23.04.19

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