Francisco: Salir al “camino” para encontrar a madres y hermanos, regalo de Dios
Homilía
de la primera Misa en Bangkok
(
21 nov. 2019).- El Santo Padre ha animado a seguir “en camino, tras
las huellas de los primeros misioneros, para encontrar, descubrir y
reconocer alegremente todos esos rostros de madres, padres y
hermanos, que el Señor nos quiere regalar y le faltan a nuestro
banquete dominical”.
Hoy,
jueves 21 de noviembre de 2019, memoria litúrgica de la Presentación
de la Santísima Virgen María, en torno a las 18:10, hora local
(12:10 h. en Roma), el Papa Francisco ha presidido la Misa
en el Estadio Nacional de Supachalasai,
en Bangkok.
Mi
madre y mis hermanos
Durante
su homilía, Francisco recordó la respuesta de Jesús a la pregunta
“¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?”: “Todo el
que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo, ese es mi
hermano, mi hermana y mi madre” (Mt 12,50)”.
El
Papa resaltó cómo que el Evangelio está lleno de preguntas que
pretenden invitar a los discípulos “a ponerse en camino, para que
descubran esa verdad capaz de dar y generar vida; y que buscan “abrir
el corazón y el horizonte al encuentro de una novedad mucho más
hermosa de lo que pueden imaginar”.
Salir
a buscar a todos
Así
les ocurrió a los primeros misioneros que llegaron a Tailandia, que
al escuchar estas preguntas del Señor, “impulsados por la fuerza
del Espíritu, y cargados sus bolsos con la esperanza que nace de la
buena noticia del Evangelio se pusieron en camino para encontrar a
los miembros de esa familia suya que todavía no conocían”, indicó
el Pontífice.
Sin
ese encuentro de los misioneros con Jesús “al cristianismo le
hubiese faltado vuestro rostro; le hubiesen faltado los cantos, los
bailes, que configuran la sonrisa thai tan particular de estas
tierras”, expresó. Y apuntó que “el discípulo misionero no es
un mercenario de la fe ni un generador de prosélitos, sino un
mendicante que reconoce que le faltan sus hermanos, hermanas y
madres, con quienes celebrar y festejar el don irrevocable de la
reconciliación que Jesús nos regala a todos”.
Asimismo,
el Obispo de Roma remarcó que “el banquete está preparado, salgan
a buscar a todos los que encuentren por el camino”, describiendo
que este envío del Señor, “es fuente de alegría, gratitud y
felicidad plena”, “el manantial de la acción evangelizadora”.
Discípulos
misioneros
Después,
el Santo Padre se refirió a la celebración de los 350 años de la
creación del Vicariato Apostólico de Siam (1669-2019) en este país.
Un aniversario “que nos ayuda a salir alegremente a compartir la
vida nueva, que viene del Evangelio, con todos los miembros de
nuestra familia que aún no conocemos”.
Homilía
del Santo Padre
«¿Quién
es mi madre y quiénes son mis hermanos?»
(Mt 12,48).
Con
esta pregunta, Jesús desafió a toda aquella multitud que lo
escuchaba a preguntarse por algo que puede parecer tan obvio como
seguro: ¿quiénes son los miembros de nuestra familia, aquellos que
nos pertenecen y a quienes pertenecemos? Dejando que la pregunta
hiciera eco en ellos de forma clara y novedosa responde: «Todo el
que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo, ese es mi
hermano, mi hermana y mi madre» (Mt 12,50).
De esta manera rompe no sólo los determinismos religiosos y legales
de la época, sino también todas las pretensiones excesivas de
quienes podrían creerse con derechos o preferencias sobre Él. El
Evangelio es una invitación y un derecho gratuito para todos
aquellos que quieran escuchar.
Es
sorprendente notar cómo el Evangelio está tejido de preguntas que
buscan inquietar, despertar e invitar a los discípulos a ponerse
en camino,
para que descubran esa verdad capaz
de dar y generar vida;
preguntas que buscan abrir el corazón y el horizonte al encuentro de
una novedad mucho más hermosa de lo que pueden imaginar. Las
preguntas del Maestro siempre quieren renovar nuestra vida y la de
nuestra comunidad con una alegría sin igual (cf. Exhort.
ap. Evangelii
gaudium,
11).
Así
les pasó a los primeros misioneros que se pusieron en camino y
llegaron a estas tierras; escuchando la palabra del Señor, buscando
responder a sus preguntas, pudieron ver que pertenecían a una
familia mucho más grande que aquella que se genera por los lazos de
sangre, de cultura, de región o de pertenencia a un determinado
grupo. Impulsados por la fuerza del Espíritu, y cargados sus bolsos
con la esperanza que nace de la buena noticia del Evangelio, se
pusieron en camino para encontrar a los miembros de esa familia suya
que todavía
no conocían. Salieron a buscar sus rostros. Era necesario abrir el
corazón a una nueva medida, capaz de superar todos los adjetivos que
siempre dividen, para descubrir a tantas madres y hermanos thai que
faltaban en su mesa dominical. No sólo por todo lo que podían
ofrecerles sino también por todo lo que necesitaban de ellos para
crecer en la fe y en la comprensión de las Escrituras (cf. CONC.
VAT. II, Const. dogm. Dei
Verbum,
8).
Sin
ese encuentro, al cristianismo le hubiese faltado vuestro rostro; le
hubiesen faltado los cantos, los bailes, que configuran la sonrisa
thai tan particular de estas tierras. Así vislumbraron mejor el
designio amoroso del Padre, que es mucho más grande que todos
nuestros cálculos y previsiones, y que no puede reducirse a un
puñado de personas o a un determinado contexto cultural. El
discípulo misionero no es un mercenario de la fe ni un generador de
prosélitos, sino un mendicante que reconoce que le faltan sus
hermanos, hermanas y madres, con quienes celebrar y festejar el don
irrevocable de la reconciliación que Jesús nos regala a todos: el
banquete está preparado, salgan a buscar a todos los que encuentren
por el camino (cf. Mt 22,4.9).
Este envío es fuente de alegría, gratitud y felicidad plena, porque
«le permitimos a Dios que nos lleve más allá de nosotros mismos
para alcanzar nuestro ser más verdadero. Allí está el manantial de
la acción evangelizadora» (Exhort. ap. Evangelii
gaudium,
8).
Han
pasado 350 años de la creación del Vicariato Apostólico de Siam
(1669-2019), signo del abrazo familiar producido en estas tierras.
Tan sólo dos misioneros fueron capaces de animarse a sembrar las
semillas que, desde hace tanto tiempo, vienen creciendo y floreciendo
en una variedad de iniciativas apostólicas, que han contribuido a la
vida de la nación. Este aniversario no significa nostalgia del
pasado sino fuego esperanzador para que, en el presente, también
nosotros podamos responder con la misma determinación, fortaleza y
confianza. Es memoria festiva y agradecida que nos ayuda a salir
alegremente a compartir la vida nueva, que viene del Evangelio, con
todos los miembros de nuestra familia que aún no conocemos.
Todos
somos discípulos misioneros cuando nos animamos a ser parte viva
de la familia del Señor y lo hacemos compartiendo como Él lo hizo:
no tuvo miedo de sentarse a la mesa con los pecadores, para
asegurarles que en la mesa del Padre y de la creación había también
un lugar reservado para ellos; tocó a los que se consideraban
impuros y, dejándose tocar por ellos, les ayudó a comprender la
cercanía de Dios, es más, a comprender que ellos eran los
bienaventurados (cf. S. JUAN PABLO II, Exhort. ap. postsin. Ecclesia
in Asia,
11).
Pienso
especialmente en esos niños, niñas y mujeres, expuestos a la
prostitución y a la trata, desfigurados en su dignidad más
auténtica; pienso en esos jóvenes esclavos de la droga y el sin
sentido que termina por nublar su mirada y cauterizar sus sueños;
pienso en los migrantes despojados de su hogar y familias, así como
tantos otros que, como ellos, pueden sentirse olvidados, huérfanos,
abandonados, «sin la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con
Jesucristo, sin una comunidad de fe que los contenga, sin un
horizonte de sentido y de vida» (Exhort. ap. Evangelii
gaudium,
49). Pienso en pescadores explotados, en mendigos ignorados.
Ellos
son parte de nuestra familia, son nuestras madres y nuestros
hermanos, no le privemos a nuestras comunidades de sus rostros, de
sus llagas, de sus sonrisas y de sus vidas; y no le privemos a sus
llagas y a sus heridas de la unción misericordiosa del amor de Dios.
El discípulo misionero sabe que la evangelización no es sumar
membresías ni aparecer poderosos, sino abrir puertas para vivir y
compartir el abrazo misericordioso y sanador de Dios Padre que nos
hace familia.
Querida
comunidad tailandesa: Sigamos en camino, tras las huellas de los
primeros misioneros, para encontrar, descubrir y reconocer
alegremente todos esos rostros de madres, padres y hermanos, que el
Señor nos quiere regalar y le faltan a nuestro banquete dominical.
22.11.19
Tailandia: “No le tengan miedo al futuro ni se dejen achicar”, alienta el Papa a los jóvenes
Homilía
en la catedral de Bangkok
(22
nov. 2019).- El Papa ha alentado a los jóvenes tailandeses a “salir
al encuentro de Cristo, el Señor que viene”. En la Eucaristía
celebrada con ellos en la Catedral católica de Bangkok, les ha
dicho: “No le tengan miedo al futuro ni se dejen achicar; por
el contrario, sepan que ahí el Señor los está esperando para
preparar y celebrar la fiesta de su Reino”.
La
última celebración del Santo Padre en Tailandia ha estado dedicada
a los jóvenes: este viernes, 22 de noviembre, después de
encontrarse con los líderes religiosos del país en la Universidad
de Chulalongkorn
University,
el Papa ha llegado a la Catedral de la Asunción, en Bangkok a las 17
hora local (11 horas en Roma), para celebrar la Misa con los jóvenes.
Al llegar, Francisco se ha subido al papamóvil, en el que ha hecho
un recorrido entre los jóvenes presentes, a quienes ha saludado con
alegría.
La
homilía de Francisco a los jóvenes, segundo papa que visita el
Reino de Tailandia, después de Juan Pablo II, se ha centrado en el
tema que proponer el Evangelio de hoy: “la venida definitiva de
Cristo a nuestras vidas y a nuestro mundo”.
Homilía
del Papa Francisco
El
evangelio que acabamos de escuchar nos invita a ponernos en
movimiento y mirar al futuro para encontrarnos con lo más hermoso
que nos quiere regalar: la venida definitiva de Cristo a nuestras
vidas y a nuestro mundo. ¡Démosle la bienvenida en medio nuestro
con inmensa alegría y amor, como sólo ustedes jóvenes lo pueden
hacer! Antes que nosotros salgamos a buscarlo, sabemos que el Señor
nos busca, viene a nuestro encuentro y nos llama desde la necesidad
de una historia por hacer, por crear e inventar. Vamos hacia adelante
con alegría porque sabemos que allí nos espera.
El
Señor sabe que, por medio de ustedes, jóvenes, entra el futuro en
estas tierras y en el mundo, y con ustedes cuenta para llevar
adelante su misión hoy (cf. Exhort. ap. postsin. Christus
vivit,
174). Así como Dios tenía un plan para el pueblo elegido, también
tiene un plan para cada uno de ustedes. Él es el primero en soñar
con invitarnos a todos a un banquete que tenemos que preparar juntos,
Él y nosotros, como comunidad: el banquete de su Reino en el que
nadie podría quedar afuera.
El
evangelio de hoy nos habla de diez jóvenes invitadas a mirar el
futuro y formar parte de la fiesta del Señor. El problema fue que
algunas de ellas no estaban preparadas para recibirlo; no porque se
hayan quedado dormidas sino porque les faltó el aceite necesario, el
combustible interior para mantener encendido el fuego del amor.
Tenían un gran impulso y motivación, querían participar del
llamado y la convocatoria del Maestro, pero con el tiempo se fueron
apagando, se les fueron agotando las fuerzas y las ganas, y llegaron
tarde. Una parábola de lo que nos puede suceder a todos los
cristianos cuando, llenos de impulsos y de ganas, sentimos el llamado
del Señor a tomar parte en su Reino y a compartir su alegría con
los demás. Es frecuente que, frente a los problemas y obstáculos,
–que muchas veces son tantos, como cada uno de ustedes en su
corazón lo sabe muy bien–; frente al sufrimiento de personas
queridas, o a la impotencia de experimentar situaciones que parecen
imposibles de ser cambiadas, entonces la incredulidad y la amargura
pueden ganar espacio e infiltrarse silenciosamente en nuestros
sueños, haciendo que se enfríe nuestro corazón, se pierda la
alegría y que lleguemos tarde.
Por
eso, me gustaría preguntarles: ¿Quieren mantener vivo el fuego
capaz de iluminarlos en medio de la noche y en medio de las
dificultades?, ¿quieren prepararse para responder al llamado del
Señor?, ¿quieren estar listos para hacer su voluntad? ¿Cómo
procurarse el aceite que los va a mantener en movimiento y los
impulsa a buscar al Señor en cada situación?
Ustedes
son herederos de una hermosa historia de evangelización que les fue
transmitida como un tesoro sagrado. Esta hermosa catedral es testigo
de la fe en Jesucristo que tuvieron sus antepasados: su fidelidad,
profundamente arraigada, los impulsó a hacer buenas obras, a
construir ese otro templo más hermoso todavía, compuesto de piedras
vivas para poder llevar el amor misericordioso de Dios a todas las
personas de su tiempo. Pudieron hacer esto porque estaban convencidos
de lo que el profeta Oseas proclamó en la primera lectura de hoy:
Dios les había hablado con ternura, los había abrazado con firme
amor para siempre (cf. Os 2,16.21).
Queridos
amigos, para que el fuego del Espíritu Santo no se apague, y puedan
mantener viva la mirada y el corazón, es necesario estar bien
arraigados en la fe de nuestros mayores: padres, abuelos y maestros.
No para quedarse presos del pasado, sino para aprender a tener ese
coraje capaz de ayudarnos a responder a las nuevas situaciones
históricas. La de ellos fue una vida que resistió muchas pruebas y
mucho sufrimiento. Pero en el camino, descubrieron que el secreto de
un corazón feliz es la seguridad que encontramos cuando estamos
anclados, enraizados en Jesús: enraizados en la vida de Jesús, en
sus palabras, en su muerte y resurrección.
«A
veces he visto árboles jóvenes, bellos, que elevaban sus ramas al
cielo buscando siempre más, y parecían un canto de esperanza. Más
adelante, después de una tormenta, los encontré caídos, sin vida.
Porque tenían pocas raíces, habían desplegado sus ramas sin
arraigarse bien en la tierra, y así sucumbieron ante los embates de
la naturaleza. Por eso me duele ver que algunos les propongan a los
jóvenes construir un futuro sin raíces, como si el mundo comenzara
ahora. Porque es imposible que alguien crezca si no tiene raíces
fuertes que ayuden a estar bien sostenido y agarrado a la tierra».
Chicas y chicos: «Es muy fácil “volarse” cuando no hay desde
donde agarrarse, de donde sujetarse» (Exhort. ap. postsin.Christus
vivit,
179).
Sin
este firme sentido de arraigo,
podemos quedar desconcertados por las “voces” de este mundo que
compiten por nuestra atención. Muchas de estas voces son atractivas,
propuestas bien maquilladas que al inicio parecen bellas e intensas,
aunque con el tiempo solamente terminan dejando el vacío, el
cansancio, la soledad y la desgana (cf. ibíd.,
277), y van apagando esa chispa de vida que el Señor encendió un
día en cada uno.
Queridos
jóvenes: Ustedes son una nueva generación,
con nuevas esperanzas, nuevos sueños y nuevas preguntas; seguramente
también con algunas dudas, pero, arraigados en Cristo, los invito a
mantener viva la alegría y a no tener miedo de mirar el futuro
con confianza. Arraigados en Cristo, miren con alegría y miren con
confianza. Esta situación nace de saberse buscados, encontrados y
amados infinitamente por el Señor. La amistad cultivada con
Jesucristo es el aceite necesario para iluminar el camino, vuestro
camino, pero también el de todos los que los rodean: amigos,
vecinos, compañeros de estudio y de trabajo, incluso el de aquellos
que están en total desacuerdo con ustedes.
¡Salgamos
al encuentro de Cristo el Señor que viene!
No le tengan miedo al futuro ni se dejen achicar; por el contrario,
sepan que ahí en el futuro el Señor los está esperando para
preparar y celebrar la fiesta de su Reino.
23.11.19
Viaje a Asia: El Papa Francisco se despide de Tailandia
Y parte hacia Japón
(23
nov. 2019).- Hoy, 23 de noviembre de 2019, el Papa Francisco se
ha despedido de Tailandia en el aeropuerto de Bangkok y ha partido
hacia Tokio, Japón.
Francisco
llegó el pasado 20 de noviembre a la capital tailandesa, primera
etapa de su viaje apostólico a Asia, en curso del 19 al 26 de
noviembre y en el que, efectivamente, también visita Japón.
Esta
ha sido la segunda vez que un Pontífice acude al país tailandés,
ya que Juan Pablo II también lo hizo en el año 1984, con motivo del
viaje apostólico a Corea, Papua Nueva Guinea, Islas Salomón y
Tailandia
Despedida
Según
informa la Oficina de Prensa de la Santa Sede, a las 9:15, hora local
(3: 15 h. de Roma), el Obispo de Roma llegó al aeropuerto de Bangkok
para la ceremonia de despedida de Tailandia, que no ha sido
retransmitida.
Allí,
indica la misma fuente, el Papa fue recibido por un miembro del
Consejo de la Corona y, juntos, antes de cruzar la Guardia de Honor,
han saludado a los 11 los obispos, al séquito local y algunas
autoridades tailandesas presentes.
El
Santo El Padre, después de recibir un regalo floral del viceprimer
Ministro de Tailandia, se dirigió a bordo de un A330 de Thai
Airways International a
Tokio, desde donde ha despegado a las 9:54, hora local (3:54 h. de
Roma), a Japón.
Inmediatamente
después de la salida en avión de Bangkok, Francisco envió al rey
de Tailandia, Maha Vajiralongkorn Rama X, un telegrama en el cual
expresó su agradecimiento al monarca y al pueblo de Tailandia “por
su calurosa bienvenida y generosa hospitalidad”.
Visita
a Tailandia
En
estos días de estancia en la capital de Tailandia, el Pontífice
celebró la Eucaristía en el Estadio Nacional de Bangkok y en la
catedral de la Asunción, en esta última ocasión con los jóvenes.
Han
tenido lugar varios encuentros, como es el caso del establecido con
el primer
ministro y
las autoridades
civiles,
con el rey
Rama X,
así como con los consagrados
y consagradas, sacerdotes, seminaristas y catequistas tailandeses,
con los obispos
del país y los asiáticos,
y con el personal médico del Hospital
San Luis.
En
un país mayoritariamente budista y en el que impera la libertad
religiosa y la convivencia armoniosa entre personas de distintos
credos, también ha habido espacio para el ecumenismo y el diálogo
interreligioso, ya que Francisco visitó al patriarca
supremo de los budistas y
se reunió con 18
líderes religiosos.
Salir
al encuentro de Cristo
A
lo largo de esta visita, el Papa ha pronunciado dos homilías y seis
saludos/discursos. Durante sus palabras en la primera Eucaristía,
habló sobre lo que significa ser “discípulos misioneros” e
invitó a salir al “camino” para “encontrar, descubrir y
reconocer alegremente” a las personas a nuestro alrededor, “madres,
padres y hermanos, que el Señor nos quiere regalar”.
En
su segunda y última
homilía,
igualmente, exhortó a los jóvenes a “salir al encuentro de
Cristo, el Señor que viene”, animándoles a no tener miedo al
futuro ni dejarse “achicar”: “sepan que ahí el Señor los está
esperando para preparar y celebrar la fiesta de su Reino”, indicó.
Diálogo
interreligioso y futuro del país
El
Papa Francisco también ha hablado del papel de las religiones como
“promotoras y garantes de fraternidad” y de que es tiempo “de
atreverse a imaginar la lógica del encuentro y del diálogo mutuo
como camino, la colaboración común como conducta y el conocimiento
recíproco como método y criterio”, ofreciendo “un nuevo
paradigma para la resolución de conflictos” conjuntamente.
A
las autoridades tailandesas, por su parte, les recordó que “el
futuro de nuestros pueblos está unido, en gran medida, al modo como
le garanticemos a nuestros niños un futuro en dignidad”.
Regalos
a la Nunciatura Apostólica de Bangkok
El
Santo Padre ha ofrecido una Medalla del Viaje Apostólico como regalo
a la Nunciatura Apostólica de Tailandia, realizada por la artista
Daniela Longo
A
la izquierda de la medalla hay una imagen de María Asunta al Cielo,
patrona de la Iglesia en Tailandia y, a la derecha, la de la Virgen
María con el Niño Jesús, venerada en Japón con el título de
Virgen de Inventione
Christianorum.
En
el centro de las dos figuras se encuentra la cruz y, sobre ella, una
hoja de palma que simboliza el martirio.
Alrededor
del borde de la medalla hay 33 semillas, cada una de las cuales
contiene la inicial del nombre de uno de los mártires: 26 de Japón
y 7 de Tailandia.
En
la parte inferior se encuentra la inscripción del Viaje Apostólico
y la fecha.
Mosaico
del pontificado
El
Pontífice también ha regalado a la Nunciatura un mosaico que
representa el escudo de armas de su pontificado.
En
la parte superior del mismo se encuentra el símbolo de la Compañía
de Jesús, compuesto de un sol radiante y ardiente, en el que se
encuentra el acrónimo IHS y, sobre él, una cruz con tres clavos en
su base.
El
acrónimo IHS puede interpretarse como Iesus
Hominum Salvator (Jesús,
Salvador de la Humanidad), o In
Hoc Signo (Vinces),
de la memoria constantiniana. Posteriormente los jesuitas lo
consideraron como Habemus
Iesum Socium (Tenemos
a Jesús como Compañero) y Societas
Iesu Humilis (Sociedad
Humilde de Jesús).
Además
del símbolo de la Compañía de Jesús, se localizan una estrella,
que simboliza a la Virgen María, y la flor de nardo,
que en la iconografía hispana alude a la castidad de san José.
El
lema que acompaña al escudo de armas del Papa Francisco, Miserando
atque eligendo, constituye
un homenaje a la misericordia divina. Está tomado de las homilías
de san Beda el Venerable, que comentando el episodio evangélico de
la vocación de san Mateo, escribió: “Jesús vio al publicano y,
porque lo amó, lo eligió, y le dijo: Sígueme”.
23.11.19
Misa del Papa en Nagasaki: “Cristo está vivo y actúa en medio nuestro”
Homilía del
Pontífice
(24
nov. 2019).- “Nuestra fe es en el Dios de los Vivientes. Cristo
está vivo y actúa en medio nuestro, conduciéndonos a todos hacia
la plenitud de vida”, así ha exhortado el Papa Francisco a más
35.000 personas que han asistido a la Misa en Nagasaki, Japón.
“Él
está vivo y nos quiere vivos, es nuestra esperanza”, ha asegurado
el Pontífice, en el marco de la visita a Japón, cuyo lema
es Proteger
toda vida. “Lo
imploramos cada día: venga a nosotros tu Reino, Señor”.
A
las 13:20 hora local (5:20 horas en Roma), el Papa ha dejado el
Arzobispado de Nagasaki, donde ha almorzado. Tras saludar a 16
personas empleadas por la Curia, se ha dirigido en coche al Estadio
de Baseball de la misma ciudad para celebrar la Santa Misa. Aquí, se
ha montado en el papamóvil y ha pasado entre los fieles para
saludarlos antes de presidir la Eucaristía, que ha comenzado a
las 14 (6 hora de Roma).
En
este último domingo del año litúrgico, solemnidad de Cristo Rey,
Francisco ha hecho una reflexión en torno a la figura del buen
ladrón: “Unimos nuestras voces a la del malhechor que, crucificado
junto con Jesús, lo reconoció y lo proclamó rey”.
El
Papa ha recordado a los japoneses en Nagasaki: “Estas tierras
experimentaron, como pocas, la capacidad destructora a la que puede
llegar el ser humano”. Por eso, como el buen ladrón, ha dicho,
“queremos vivir ese instante donde poder levantar nuestras voces y
profesar nuestra fe en la defensa y el servicio del Señor, el
Inocente sufriente”.
“Queremos
acompañar su suplicio, sostener su soledad y abandono, y escuchar,
una vez más, que la salvación es la palabra que el Padre nos quiere
ofrecer a todos: ‘Hoy estarás conmigo en el Paraíso'”.
Asimismo,
el Santo Padre no ha dejado de mencionar a san Pablo Miki y sus
compañeros mártires: “Sobre sus huellas queremos caminar, sobre
sus pasos queremos andar para profesar con valentía que el amor
dado, entregado y celebrado por Cristo en la cruz, es capaz de vencer
sobre todo tipo de odio, egoísmo, burla o evasión”.
Homilía
del Papa Francisco
«Jesús,
acuérdate de mí cuando llegues a tu reino»
(Lc 23,42).
En
este último domingo del año litúrgico unimos nuestras voces a la
del malhechor que, crucificado junto con Jesús, lo reconoció y lo
proclamó rey. Allí, en el momento menos triunfal y glorioso, bajo
los gritos de burlas y humillación, el bandido fue capaz de alzar la
voz y realizar su profesión de fe. Son las últimas palabras que
Jesús escucha y, a su vez, son las últimas palabras que Él dirige
antes de entregarse a su Padre: «Yo te aseguro que hoy estarás
conmigo en el Paraíso» (Lc 23,43).
El pasado tortuoso del ladrón parece, por un instante, cobrar un
nuevo sentido: acompañar de cerca el suplicio del Señor; y este
instante no hace más que corroborar la vida del Señor: ofrecer
siempre y en todas partes la salvación. El calvario, lugar de
desconcierto e injusticia, donde la impotencia y la incomprensión se
encuentran acompañadas por el murmullo y cuchicheo indiferente y
justificador de los burlones de turno ante la muerte del inocente, se
transforma, gracias a la actitud del buen ladrón, en una palabra de
esperanza para toda la humanidad. Las burlas y los gritos de ¡sálvate
a ti mismo! frente al inocente sufriente no serán la última
palabra; es más, despertarán la voz de aquellos que se dejen tocar
el corazón y se decidan por la compasión como auténtica forma para
construir la historia.
Hoy
aquí queremos renovar nuestra fe y nuestro compromiso; conocemos
bien la historia de nuestras faltas, pecados y limitaciones, al igual
que el buen ladrón, pero no queremos que eso sea lo que determine o
defina nuestro presente y futuro. Sabemos que no son pocas las veces
que podemos caer en la atmósfera comodona del grito fácil e
indiferente del “sálvate a ti mismo”, y perder la memoria de lo
que significa cargar con el sufrimiento de tantos inocentes. Estas
tierras experimentaron, como pocas, la capacidad destructora a la que
puede llegar el ser humano. Por eso, como el buen ladrón, queremos
vivir ese instante donde poder levantar nuestras voces y profesar
nuestra fe en la defensa y el servicio del Señor, el Inocente
sufriente. Queremos acompañar su suplicio, sostener su soledad y
abandono, y escuchar, una vez más, que la salvación es la palabra
que el Padre nos ha
entregado y celebrado por Cristo en la cruz, es capaz de vencer
sobre todo tipo de odio, egoísmo, burla o evasión; es capaz de
vencer sobre todo pesimismo inoperante o bienestar narcotizante, que
termina por paralizar cualquier buena acción y elección. Nos lo
recordaba el Concilio Vaticano II, lejos están de la verdad quienes
sabiendo que nosotros no tenemos aquí una ciudad permanente, sino
que buscamos la futura, piensan que por ello podemos descuidar
nuestros deberes terrenos, no advirtiendo que, precisamente, por esa
misma fe profesada estamos obligados a realizarlos de una manera tal
que den cuenta y transparenten la nobleza de la vocación con la que
hemos sido llamados (cf. Const. past. Gaudium
et spes,
43).
Nuestra
fe es en el Dios de los Vivientes. Cristo está vivo y actúa en
medio nuestro, conduciéndonos a todos hacia la plenitud de vida. Él
está vivo y nos quiere vivos, es nuestra esperanza (cf. Exhort. ap.
postsin. Christus
vivit,
1). Lo imploramos cada día: venga a nosotros tu Reino, Señor. Y al
hacerlo queremos también que nuestra vida y nuestras acciones se
vuelvan una alabanza. Si nuestra misión como discípulos misioneros
es la de ser testigos y heraldos de lo que vendrá, no podemos
resignarnos ante el mal y los males, sino que nos impulsa a ser
levadura de su Reino dondequiera que estemos: familia, trabajo,
sociedad; ser una pequeña abertura en la que el Espíritu siga
soplando esperanza entre los pueblos. El Reino de los cielos es
nuestra meta común, una meta que no puede ser sólo para el mañana,
sino que la imploramos y la comenzamos a vivir hoy, al lado de la
indiferencia que rodea y silencia tantas veces a nuestros enfermos y
discapacitados, a los ancianos y abandonados, a los refugiados y
trabajadores extranjeros: todos ellos sacramento vivo de Cristo,
nuestro Rey (cf. Mt 25,31-46);
porque «si verdaderamente hemos partido de la contemplación de
Cristo, tenemos que saberlo descubrir sobre todo en el rostro
de aquellos con los que él mismo ha querido identificarse» (S.
Juan Pablo II, Carta ap. Novo
millennio ineunte,
49).
En
el Calvario, muchas voces callaban, tantas otras se burlaban, tan
sólo la del ladrón fue capaz de alzarse y defender al inocente
sufriente; toda una valiente profesión de fe. Está en cada uno de
nosotros la decisión de callar, burlar o profetizar. Queridos
hermanos: Nagasaki lleva en su alma una herida difícil de curar,
signo del sufrimiento inexplicable de tantos inocentes; víctimas
atropelladas por las guerras de ayer pero que siguen sufriendo hoy en
esta tercera guerra mundial a pedazos. Alcemos nuestras voces aquí
en una plegaria común por todos aquellos que hoy están sufriendo en
su carne este pecado que clama al cielo, y para que cada vez sean más
los que, como el buen ladrón, sean capaces de no callar ni burlarse,
sino con su voz profetizar un reino de verdad y justicia, de santidad
y gracia, de amor y de paz1.
25.11.19
Japón: El Papa apuesta por fomentar la “reflexión” y el “discernimiento” entre profesores y estudiantes
Discurso en la Universidad de
Sofía
(
26 nov. 2019).- “Queridos jóvenes, profesores, y todo el personal
de la Sophia
University:
El Señor y su Iglesia cuentan con ustedes para que participen en la
misión de buscar, hallar y expandir la Sabiduría divina y ofrecer
alegría y esperanza a la sociedad actual”, ha dicho el Papa
Francisco en su último acto público en Tokio, antes de ir al
aeropuerto para regresar a Roma.
Este
martes, 26 de noviembre de 2019, el Santo Padre ha
visitado la Universidad de Sofía,
donde ha celebrado la Misa con los jesuitas de Japón a primera hora
de la mañana, ha desayunado en privado con algunos miembros de la
Universidad, y ha compartido un momento con enfermos y ancianos.
Preferencias
Apostólicas: jóvenes y pobres
La
tradición ignaciana, en la que se basa Sophia
(Sabiduría), “debe
impulsar a profesores y estudiantes por igual a crear una atmósfera
que fomente la reflexión y el discernimiento”, ha propuesto
Francisco. “Ningún estudiante de esta universidad debería
graduarse sin haber aprendido cómo elegir, responsable y libremente,
lo que en conciencia sabe que es lo mejor”.
Las
Preferencias Apostólicas Universales que propuso la Compañía de
Jesús, ha aclarado el Pontífice, “dejan claro que el
acompañamiento de los jóvenes es una realidad importante en todo el
mundo, y que todas las instituciones ignacianas deben fomentar ese
acompañamiento”. Por ello, el Papa ha animado a la Universidad “en
su conjunto” a “centrarse en los jóvenes”, no sólo como
“receptores de una educación preparada”, sino “también parte
de esa educación, ofreciendo sus ideas y compartiendo su visión y
esperanzas para el futuro”.
Así,
el Papa ha mencionado otra de las “preferencias apostólicas
universales” de los jesuitas: la de caminar con los pobres y los
marginados de nuestro mundo. En este sentido, ha señalado que “El
estudio universitario de calidad, más que considerarlo el privilegio
de unos pocos, tiene que ir acompañado por la conciencia de saberse
servidores de la justicia y del bien común; servicio a implementarse
en el área que a cada uno le toque desarrollar”.
Casa
común
En
el contexto del cuidado por la casa común, el Santo Padre ha
observado que “en una sociedad tan competitiva y tecnológicamente
orientada, esta universidad debería ser un centro no sólo de
formación intelectual, sino también un lugar donde pueda ir tomando
forma una sociedad mejor y un futuro más lleno de esperanza”.
Así,
ha comentado que en el espíritu de la encíclica Laudato
si’,
añadiría que “el amor por la naturaleza, tan típico de las
culturas asiáticas, aquí debería expresarse en una inquietud
inteligente y previsora por la protección de la tierra, nuestra casa
común”.
Al
final del encuentro, el propio Papa ha pedido bajar del podio a
saludar a los estudiantes de manera personal, que han atendido desde
sus asientos con interés en discurso del Pontífice. Con gran
entusiasmo, los jóvenes alumnos han dado sus manos al Papa y han
tomado fotografías.
***
Discurso
del Santo Padre
Queridos
hermanos y hermanas:
Me
alegra mucho poder estar unos minutos con ustedes al final de mi
visita apostólica, poco antes de dejar Japón y regresar a Roma.
Mi
estadía en este país ha sido breve pero intensa. Agradezco a Dios y
a todo el pueblo nipón por la oportunidad de poder visitar este
país, que dejó una gran huella en la vida de san Francisco Javier,
y donde tantos mártires dieron testimonio de su fe cristiana. A
pesar de que los cristianos son una minoría, su presencia se siente.
Yo mismo he sido testigo de la estima general que se tiene hacia la
Iglesia Católica, y espero que este respeto mutuo pueda aumentar en
el futuro. También he observado que, a pesar de la eficiencia y el
orden que caracterizan a la sociedad japonesa, se percibe que se
desea y se busca algo más: un hondo anhelo por crear una sociedad
cada vez más humana, compasiva y misericordiosa.
El
estudio y la meditación son parte de toda cultura, y vuestra cultura
japonesa está, en este sentido, orgullosa de su herencia antigua y
rica. Japón ha podido integrar el pensamiento y las religiones de
Asia en su conjunto y crear una cultura con identidad definida. La
Escuela Ashikaga, que tanto impresionó a san Francisco Javier, es un
ejemplo de la capacidad de la cultura japonesa para absorber y
transmitir el conocimiento. Los centros de estudio, meditación e
investigación, siguen desempeñando un papel importante en la
cultura actual. Por esta razón, es necesario que conserven su
autonomía y libertad, en aras de un futuro mejor. Puesto que las
universidades siguen siendo el lugar principal en el que se capacitan
los líderes futuros, es necesario que el conocimiento y la cultura
en toda su amplitud inspire todos los aspectos de las instituciones
educativas volviéndose cada vez más inclusivas y generadoras de
oportunidad y promoción social.
Sophia.
Siempre el hombre, para administrar sus recursos de manera
constructiva y eficiente, necesitó de la verdadera Sophia,
de la verdadera Sabiduría. En una sociedad tan competitiva y
tecnológicamente orientada, esta universidad debería ser un centro
no sólo de formación intelectual, sino también un lugar donde
pueda ir tomando forma una sociedad mejor y un futuro más lleno de
esperanza. En el espíritu de la encíclica Laudato
si’,
añadiría que el amor por la naturaleza, tan típico de las culturas
asiáticas, aquí debería expresarse en una inquietud inteligente y
previsora por la protección de la tierra, nuestra casa común.
Inquietud que pueda amalgamarse con la promoción de una nueva
episteme capaz de ampliar y cuestionar todo intento reduccionista de
parte del paradigma tecnocrático (cf. nn. 106-114). No perdamos de
vista que «la auténtica humanidad, que invita a una nueva síntesis,
parece habitar en medio de la civilización tecnológica, casi
imperceptiblemente, como la niebla que se filtra bajo la puerta
cerrada. ¿Será una promesa permanente, a pesar de todo, brotando
como una empecinada resistencia de lo auténtico?» (ibíd.,
112).
La Sophia
University ha
estado siempre marcada por una identidad humanista, cristiana e
internacional. Desde su fundación, la Universidad se ha enriquecido
con la presencia de profesores de varios países, incluso a veces de
países en conflicto entre sí. Sin embargo, todos estaban unidos por
el deseo de dar lo mejor a los jóvenes de Japón. Ese mismo espíritu
perdura también en las muchas formas en las que ustedes brindan
ayuda a quienes más lo necesitan, aquí y en el extranjero. Estoy
seguro de que este aspecto de la identidad de vuestra Universidad se
fortalecerá cada vez más, de modo que los grandes avances
tecnológicos de hoy puedan ponerse al servicio de una educación más
humana, justa y ecológicamente responsable. La tradición ignaciana,
en la que se basa Sophia,
debe impulsar a profesores y estudiantes por igual a crear una
atmósfera que fomente la reflexión y el discernimiento. Ningún
estudiante de esta universidad debería graduarse sin haber aprendido
cómo elegir, responsable y libremente, lo que en conciencia sabe que
es lo mejor. Que en cada situación, incluso en las más complejas,
se interesen por lo que en su conducta es justo y humano, cabal y
responsable, decididos defensores de los vulnerables, y sean
conocidos por esa integridad que tanto se necesita en estos momentos
en que las palabras y las acciones a menudo son falsas o engañosas.
Las
Preferencias Apostólicas Universales que propuso la Compañía de
Jesús dejan claro que el acompañamiento de los jóvenes es una
realidad importante en todo el mundo, y que todas las instituciones
ignacianas deben fomentar ese acompañamiento. Como lo demuestra el
Sínodo sobre los jóvenes y sus documentos, la Iglesia universal
también mira con esperanza e interés a los jóvenes de todo el
mundo. Vuestra Universidad en su conjunto debe centrarse en los
jóvenes, que no sólo han de ser receptores de una educación
preparada, sino también parte de esa educación, ofreciendo sus
ideas y compartiendo su visión y esperanzas para el futuro. Que
vuestra Universidad sea conocida por ese modelo de intercambio y por
el enriquecimiento y vitalidad que esto genera.
La
tradición cristiana y humanista de Sophia está
totalmente en consonancia con otra de las preferencias que mencioné,
la de caminar con los pobres y los marginados de nuestro mundo. La
Universidad, enfocada en su misión, deberá estar abierta siempre a
crear un archipiélago capaz de interconectar lo que social y
culturalmente puede llegar a concebirse como separado. Los marginados
serán creativamente involucrados e incorporados en el currículo
universitario, buscando posibilitar las condiciones para que esto se
traduzca en la promoción de un estilo educativo capaz de achicar
brechas y distancias. El estudio universitario de calidad, más que
considerarlo el privilegio de unos pocos, tiene que ir acompañado
por la conciencia de saberse servidores de la justicia y del bien
común; servicio a implementarse en el área que a cada uno le toque
desarrollar. Una causa que nos compete a todos; el consejo de Pedro a
Pablo sigue siendo cierto hoy: no olvidemos a los pobres
(cf. Ga 2,10).
Queridos
jóvenes, profesores, y todo el personal de la Sophia
University:
Que estas reflexiones y nuestro encuentro de hoy den fruto en sus
vidas y en la vida de esta comunidad académica. El Señor y su
Iglesia cuentan con ustedes para que participen en la misión de
buscar, hallar y expandir la Sabiduría divina y ofrecer alegría y
esperanza a la sociedad actual. Por favor, no se olviden también de
rezar por mí y por todos los que más necesitan de nuestra ayuda.
Ahora,
mientras me dispongo a dejar Japón, les agradezco, y a través de
ustedes a todo el pueblo japonés, por la amable acogida y bienvenida
que me han brindado durante esta visita. Los aseguro que los tendré
presentes en mi corazón y en mi oración.
26.11.19
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