Ángelus 1 Nov. 2020 (C) Vatican Media
Ángelus: Las Bienaventuranzas son el camino de la santidad
Palabras antes del Ángelus
( 1 nov. 2020).- A las 12 del mediodía de hoy, 1 de noviembre de 2020, el Santo Padre Francisco se asoma a la ventana del estudio del Palacio Apostólico Vaticano para recitar el Ángelus con los fieles y peregrinos reunidos en la plaza de San Pedro.
Palabras antes del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En esta solemne fiesta de Todos los Santos, la Iglesia nos invita a reflexionar sobre la gran esperanza, la gran esperanza que se funda en la Resurrección de Cristo: Cristo ha resucitado y también nosotros estaremos con Él. Los santos y los beatos son los testigos más autorizados de la esperanza cristiana, porque la han vivido plenamente en su existencia, entre alegrías y sufrimientos, poniendo en práctica las Bienaventuranzas que Jesús predicó y que hoy resuenan en la liturgia (cf. Mt 5,1-12a). Las Bienaventuranzas evangélicas son, en efecto, el camino de la santidad. Me refiero ahora a dos Bienaventuranzas, la segunda y la tercera.
La segunda es esta: “Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados” (v. 4). Parecen palabras contradictorias, porque el llanto no es un signo de alegría y felicidad. Motivos de llanto y de sufrimiento son la muerte, la enfermedad, las adversidades morales, el pecado y los errores: simplemente la vida cotidiana, frágil, débil y marcada por las dificultades. Una vida a veces herida y probada por la ingratitud y la incomprensión. Jesús proclama bienaventurados a los que lloran por estas situaciones y, a pesar de todo, confían en el Señor y se ponen a su sombra. No son indiferentes ni tampoco endurecen sus corazones en el dolor, sino que esperan con paciencia en el consuelo de Dios. Y ese consuelo lo experimentan ya en esta vida.
En la tercera Bienaventuranza Jesús afirma: “Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra” (v. 5). Hermanos y hermanas ¡la mansedumbre! La mansedumbre es característica de Jesús, que dice de sí mismo: “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón” (Mt 11, 29). Mansos son aquellos que tienen dominio de sí, que dejan sitio al otro, que lo escuchan y lo respetan en su forma de vivir, en sus necesidades y en sus demandas. No pretenden someterlo ni menospreciarlo, no quieren sobresalir y dominarlo todo, ni imponer sus ideas e intereses en detrimento de los demás. Estas personas, que la mentalidad mundana no aprecia, son en cambio preciosas a los ojos de Dios, que les da en herencia la tierra prometida, es decir, la vida eterna. También esta bienaventuranza comienza aquí abajo y se cumplirá en el Cielo, en Cristo. La mansedumbre. En este momento de la vida, también mundial, donde hay tanta agresividad…Y también en la vida cotidiana, lo primero que sale de nosotros es la agresión, la defensa. Necesitamos mansedumbre para avanzar en el camino de la santidad. Escuchar, respetar, no agredir: mansedumbre.
Queridos hermanos y hermanas, elegir la pureza, la mansedumbre y la misericordia; elegir confiarse al Señor en la pobreza de espíritu y en la aflicción; esforzarse por la justicia y la paz, todo esto significa ir a contracorriente de la mentalidad de este mundo, de la cultura de la posesión, de la diversión sin sentido, de la arrogancia hacia los más débiles. Los santos y los beatos han seguido este camino evangélico. La solemnidad de hoy, que celebra a Todos los Santos, nos recuerda la vocación personal y universal a la santidad, y nos propone los modelos seguros de este camino, que cada uno recorre de manera única, de manera irrepetible. Basta pensar en la inagotable variedad de dones e historias concretas que se dan entre los santos y las santas: no son iguales, cada uno tiene su personalidad y ha desarrollado su vida en la santidad según su propia personalidad y cada uno de nosotros puede hacerlo, ir por ese camino. Mansedumbre, mansedumbre por favor e iremos a la santidad.
Esta inmensa familia de fieles discípulos de Cristo tiene una madre, la Virgen María. Nosotros la veneramos con el título de Reina de todos los Santos, pero es sobre todo la Madre, que enseña a cada uno a acoger y seguir a su Hijo. Que nos ayude a alimentar el deseo de santidad recorriendo el camino de las Bienaventuranzas.
Ángelus, 20 Septiembre 2020 (C) Vatican Media
Ángelus: Entablar negociaciones en la situación de Nagorno-Karabaj
Palabras después del Ángelus
Ayer en Hartford en los Estados Unidos de América, fue proclamado beato Michael McGivney, sacerdote diocesano y fundador de los Caballeros de Colón. Comprometido con la evangelización, se prodigó para atender las demandas de los necesitados, promoviendo la ayuda mutua. Que su ejemplo nos impulse a todos a testimoniar cada vez más el evangelio de la caridad. Un aplauso para el nuevo beato.
En este día de fiesta no olvidemos lo que está sucediendo en Nagorno-Karabaj donde a los enfrentamientos armados se suceden frágiles treguas, con un aumento trágico de las víctimas, destrucción de viviendas, infraestructuras y lugares de culto, involucración cada vez más grande de la población civil. ¡Es trágico!
Quisiera reiterar mi sincero llamamiento a los dirigentes de las partes en conflicto a “intervenir lo antes posible para parar el derramamiento de sangre inocente” (Enc. Fratelli tutti, 192). Que no piensen en resolver la controversia que les enfrenta con la violencia sino esforzándose en entablar negociaciones sinceras con la ayuda de la comunidad internacional. Por mi parte, estoy cerca de todos los que sufren e invito a pedir la intercesión de los santos para que haya una paz estable en la región.
También rezamos por las poblaciones del área del Mar Egeo, que hace dos días fueron sacudidas por un fuerte terremoto.
Saludo a todos vosotros, romanos y peregrinos de varios países, en particular saludo a los participantes en la Carrera de los Santos promovida por la Fundación “Don Bosco en todo el mundo”, que este año también compiten a distancia e individualmente. Aunque se lleve a cabo en pequeños grupos para respetar la distancia impuesta por la pandemia, este evento deportivo da una dimensión de fiesta popular a la celebración religiosa de Todos los Santos. Gracias por vuestra iniciativa y vuestra presencia.
Mañana por la tarde celebraré la misa en sufragio de los difuntos en el Cementerio Teutónico, lugar de sepultura de la Ciudad del Vaticano. Me uno así espiritualmente a los que en estos días en observancia de las normas sanitarias, que es importante, van a rezar a las tumbas de sus seres queridos en todas partes del mundo.
Os deseo a todos una buena fiesta en la compañía espiritual de los santos. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. Buen almuerzo y hasta pronto.
01.11.20
Misa por los Fieles Difuntos: Homilía del Papa Francisco
La esperanza, regalo de Dios y ancla
(2 nov. 2020).- Con motivo de la conmemoración de los Fieles Difuntos, el Papa Francisco ha celebrado la Misa a las 16 horas de forma estrictamente privada, sin la presencia de los fieles, en la iglesia del Camposanto Teutónico del Vaticano hoy, 2 de noviembre de 2020.
Al principio de la Eucaristía, el rector del colegio teutónico, monseñor Hans-Peter Fischer, dirigió su saludo al Santo Padre y subrayó que los participantes estaban en comunión con todos los que los han precedido y que allí “duermen el sueño de la paz”: los santos de “la puerta de al lado”, que nos recuerdan cada día que “’bebiendo’ el tiempo de la vida, aún vivimos”, indica Vatican News.
La homilía improvisada de Francisco estuvo dedicada a la esperanza: “Sé que mi Redentor está vivo y lo veré”, repitió varias veces. La esperanza, es un “regalo de Dios y ancla” a la que debemos sujetarnos en los momentos más oscuros de nuestra vida.
El abatimiento de Job
El Papa reflexionó sobre el pasaje de la primera lectura de la liturgia de hoy, tomado del Libro del Profeta Job, que narra el término de su existencia a causa de la enfermedad. “Con la piel deshecha casi al punto de morir, casi sin carne”, Job “tiene una certeza y la dice”: “Yo sé que mi Redentor vive y que, al fin, se levantará sobre el polvo”.
Cuando Job se encuentra “más abatido”, está presente el abrazo “de luz y calor” que lo reconforta: “Veré al Redentor, con estos ojos lo veré”. “Mis ojos lo verán, y no otro”. “Esa certeza, en el momento finito, casi terminado de la vida, es la esperanza cristiana”, describió.
La esperanza cristiana
Para el Pontífice la esperanza es, efectivamente, un regalo de Dios que “debemos pedir”: “Señor, dame la esperanza”.
El Sucesor de Pedro se refierió a todas las cuestiones que llevan a las personas a la desesperación hasta creer que “todo será una derrota final, que después de la muerte no habrá nada”. Es entonces, donde “vuelve la voz de Job:” “Sé que mi Redentor está vivo y que, en el final, se levantará sobre el polvo y lo veré, yo mismo, con estos ojos”.
Por otra parte, recordó que la esperanza, como dijo Pablo, “no defrauda”, sino que “nos atrae y da un sentido a nuestra vida”.
La esperanza como ancla
“Yo no veo el más allá. Pero la esperanza es el don de Dios que nos atrae hacia la vida, hacia la alegría eterna. La esperanza es un ancla que tenemos del otro lado: nosotros, aferrándonos a la cuerda, nos sujetamos. ‘Sé que mi Redentor está vivo y lo ver’: repetir esto en los momentos de alegría y en los malos momentos, en los momentos “de muerte”, por decirlo así”, apuntó el Papa Francisco.
Dado que “nunca podremos tener la esperanza con nuestras propias fuerzas”, “debemos pedirla”: “La esperanza es un don gratuito que nunca merecemos: es dada, es donada. Es gracia”, puntualizó el Santo Padre.
Sé que mi Redentor vive…”
“El Señor nos recibe allí, donde está el ancla. La vida en la esperanza es vivir así: aferrándose, con la cuerda en la mano, fuerte, sabiendo que el ancla está ahí. Y esta ancla no decepciona: no defrauda”, prosiguió el Papa.
Al final de su homilía, se dirigió a tantos hermanos y hermanas que se han ido, pero también a quienes aún estamos en este mudo: “Hoy en el pensamiento de tantos hermanos y hermanas que se han ido, nos hará bien mirar los cementerios y mirar hacia arriba y repetir, como hizo Job: ‘Sé que mi Redentor vive y lo veré, yo mismo; mis ojos lo contemplarán, y no otro’”.
Esta “es la fuerza que nos da la esperanza, este don gratuito que es la virtud de la esperanza. “Que el Señor nos lo dé a todos”, pidió.
Tras la celebración eucarística, el Pontífice, junto al rector del Colegio Teutónico, recorrió el Campo Santo Teutónico, se detuvo en oración frente a la imagen de la Piedad y bendijo el lugar. Después, bajo a las grutas vaticanas para rendir homenaje a los Pontífices fallecidos.
02.11.20
Papa Francisco © Vatican Media
Papa Francisco: “La misericordia”, el mejor testimonio de los cristianos
Entrevista de la revista serbia ‘Politika’
– 3 nov. 2020).- El Papa Francisco ha afirmado en una entrevista que “lo mejor que podemos testimoniar con nuestra vida es que los cristianos somos hombres y mujeres encontrados y perdonados por Jesucristo, la misericordia del Padre. Y es Él quién nos impulsa siempre a ir más allá para que a nadie le falte la caricia de este anuncio”.
Con motivo del centenario de la presencia de la Nunciatura Apostólica en Serbia, el Santo Padre ha dirigido unas palabras en exclusiva al diario de Belgrado Politika, el periódico más influyente del país y más antiguo de todos los Balcanes, señalando que “la injusticia nunca puede resolverse con prácticas injustas”.
Para Francisco, “los cristianos no podemos mirar para el lado y hacernos los distraídos de lo que pasa a nuestro alrededor, es más, estamos llamados a hacernos prójimos de todos y de todas las situaciones en nombre de esa solidaridad que nace de la compasión del Señor”.
Salir de la crisis
Con respecto a la situación actual de pandemia de COVID-19, insiste nuevamente en que de una crisis “no se sale igual; podemos salir mejores o peores, pero nunca iguales”. Las crisis pueden “amplificar las injusticias existentes a las que nos habíamos acostumbrado” o “potenciar las mejores prácticas y reacciones entre nosotros”.
Durante este tiempo de coronavirus el Papa distingue dos actitudes: la de los “auténticos ‘héroes urbanos’ armados con la solidaridad y la entrega silenciosa”; y la de los “especuladores” que sacan “rédito de la desgracia ajena” o de aquellos que “pensaban sólo en sí mismos, protestaban y se lamentaban de determinadas medidas restrictivas” para enfrentar la pandemia.
Del mismo modo, apunta cómo la emergencia sanitaria “puso en crisis nuestros modelos de organización y desarrollo, puso al descubierto muchas inequidades, graves silencios y omisiones sociales y sanitarias con muchos hermanos nuestros sometidos a procesos de exclusión y degradación”.
Nueva normalidad como misión
Las transformaciones “siempre tienen un costo y debemos preguntarnos quiénes lo están pagando”. Como Iglesia “estamos llamados a convocar a otros actores y estimular procesos que nos ayuden a liberar la mirada cautiva de un mundo que se organizó en torno al poder, la riqueza y la codicia”.
El Pontífice convoca entonces a crear una “(nueva) normalidad” vivida como “misión”: “Aprender a asumir y abrirnos al dolor y a la vulnerabilidad del prójimo humanizará nuestras comunidades y nos regalará una (nueva) normalidad donde la dignidad de las personas no sea una declaración de principios sino una convicción que se traduce en prácticas y estilos de vida bien concretos”.
Pérdida de identidad
Al ser cuestionado sobre la pérdida de identidad cristiana, cultural y personal de la sociedad actual, el Pontífice explica que son varias las generaciones “que crecieron en un mundo en cenizas de promesas incumplidas, de violencias de distintos tipos y del crecimiento exponencial y hasta obsceno de beneficios para algunos y de grandes privaciones para muchos“.
Prueba de ello es la dificultad que tienen para encontrar trabajo los jóvenes: “Sin trabajo les privamos a ellos y a la sociedad toda de la capacidad transformadora y de la oportunidad de sentirse activos protagonistas de un futuro que nos involucra y necesita a todos”. Una cultura “se vuelve estéril cuando no logra abrir espacios para que las generaciones más jóvenes se desarrollen por medio de la acción y del trabajo”, remarca.
Así, “sutilmente” se instala “un manto de orfandad social, comunitaria y espiritual: jóvenes y adultos sin referencias, sin hogar, sin comunidad”, un terreno “fecundo para el crecimiento de los populismos e integrismos”.
Volver a las raíces
En este sentido, el Obispo de Roma vuelve a tratar la importancia de “volver a las raíces, al rico patrimonio histórico, cultural y espiritual que cada tierra supo gestar”, pues ahí se encuentra “un antídoto natural y cultural a los nacionalismos y a todos los procesos de fragmentación y enfrentamiento”.
“Porque las raíces no son anclas que nos atan a otras épocas, sino que son un punto de arraigo que nos permite desarrollarnos y responder a los nuevos desafíos”, agrega.
A lo largo de la entrevista, el Papa Francisco habla también sobre cómo “caemos con rapidez en la tentación de creer que el odio y la violencia son una manera rápida y eficaz para la resolución de conflictos”, pero, finalmente “lo único que terminan por generar es un espiral de mayor violencia”.
Para él, “los conflictos no se resuelven en el olvido, en la ignorancia o en el borrón y cuenta nueva, sino en el diálogo que implica el reconocimiento del otro y la aceptación gozosa que estamos invitados a ampliar la mirada para reconocer un bien mayor que nos beneficiará a todos”.
Dialogar para amar
A continuación, expone que “el diálogo es uno de los instrumentos más privilegiadas que poseemos no solo contra la COVID, sino contra todos los demás conflictos a encarar. En este sentido las religiones tenemos una misión ineludible a desarrollar”, dijo remitiendo al Documento por la Fratenidad.
“Hay esperanza porque en muchos rincones de nuestras ciudades y pueblos se respira la sana virtud de la amistad y la buena práctica de la vecindad; condición básica para romper todo tipo de repliegue ideológico de una cultura o religión”.
Lampedusa, llegar a las periferias
Refiriéndose al motivo de elección de sus viajes a otros países, Francisco ha indicado que intenta “priorizar aquellos lugares donde todavía no habían recibido la visita de un Papa, inclusive en aquellas regiones en las que la presencia de la Iglesia Católica era casi nula”.
También relata cómo que su primer viaje apostólico fuera a la isla de Lampedusa en 2013: “Al leer una carta de un párroco que cuenta la historia de los supervivientes del Mediterráneo que se acercaron en situaciones dramáticas”, describe, “sentí la presencia del Señor que me mostró el camino”. Se trataba de ir allí “para unirme al grito de estos hermanos”.
Lampedusa “será un signo de lo que el Señor me invitaba a mirar y priorizar”, continúa el Pontífice: “ir a la periferia para ver mejor, para comprender mejor no solo el Evangelio sino también nuestra propia humanidad”. De este modo, en sus viajes, privilegió las regiones donde la presencia de la Iglesia estaba menos presente: “¿esos hermanos nuestros por ser pocos tienen menos derechos que el resto?”, respondió a los objetores.
Por ello, desde el comienzo de su pontificado, a menudo ha puesto de relieve a los “exiliados ocultos” que, por tener discapacidades son “tratados como cuerpos extraños en la sociedad”, a los ancianos que son considerados una “carga” porque no son “útiles”, a los migrantes que son “estigmatizados” y empleados como “chivos expiatorios” para justificar políticas discriminatorias, así como las personas que viven en las prisiones.
03.11.20
Audiencia General, 4 Nov. 2020 © Vatican Media
Audiencia general: Catequesis completa, “Jesús, maestro de oración”
“Abandonarse en las manos del Padre”
– 4 nov. 2020).- En la audiencia general, el Papa Francisco propuso el ejemplo de Jesús como “maestro de oración” e indicó que la oración del Hijo de Dios, finalmente, “es abandonarse en las manos del Padre”, como lo hizo en el huerto de los olivos.
La audiencia general de hoy, 4 de noviembre de 2020, ha sido emitida desde la biblioteca del Palacio Apostólico vaticano, sin fieles, como medida de prevención frente a la COVID-19. A lo largo de la misma, el Santo Padre ha continuado con el ciclo de catequesis sobre la oración reflexionando, efectivamente, sobre el tema “Jesús, maestro de oración” (Lectura Mc 1,32.34-38).
Antes de comenzar, Francisco se ha referido ante las cámaras al hecho de tener que transmitir la audiencia de nuevo desde la biblioteca “para defendernos de la COVID” y ha advertido la necesidad de “estar muy atentos a las indicaciones de las autoridades”, tanto políticas como sanitarias, “para defendernos de esta pandemia”.
Jesús recurre “a la fuerza de la oración”
El Papa ha recordado cómo Jesús “recurre constantemente a la fuerza de la oración”. “Los Evangelios nos lo muestran cuando se retira a lugares apartados para rezar”, tratándose de “observaciones sobrias y discretas, que dejan solo imaginar esos diálogos orantes”.
“Estos testimonian claramente que, también en los momentos de mayor dedicación a los pobres y a los enfermos, Jesús no descuidaba nunca su diálogo íntimo con el Padre”, sentía la “necesidad de reposar en la comunión trinitaria, de volver con el Padre y el Espíritu”.
Primacía
Asimismo, el Obispo de Roma subrayó que, como señala el Catecismo, “Con su oración, Jesús nos enseña a orar” (n. 2607). De su ejemplo, por tanto, pueden extraerse algunas características de la oración cristiana.
En esta línea, reconoció que, ante todo, la oración presenta “una primacía”: es “el primer deseo del día”, “restituye un alma a lo que de otra manera se quedaría sin aliento”: “Un día vivido sin oración corre el riesgo de transformarse en una experiencia molesta, o aburrida: todo lo que nos sucede podría convertirse para nosotros en un destino mal soportado y ciego”, apuntó.
Escucha y encuentro con Dios
La oración, continuó, consiste sobre todo en la “escucha y encuentro con Dios”, de modo que los problemas de todos los días “no se convierten en obstáculos, sino en llamamientos de Dios mismo a escuchar y encontrar a quien está de frente”.
Así, orar “tiene el poder de transformar en bien lo que en la vida de otro modo sería una condena”, de “abrir un horizonte grande a la mente y de agrandar el corazón”.
Arte para practicar la insistencia
La segunda característica, prosiguió el Papa Francisco, muestra cómo la oración “es un arte para practicar con insistencia”. “Todos somos capaces de oraciones episódicas, que nacen de la emoción de un momento”, pero Jesús nos educa en otro tipo de oración “que conoce una disciplina, un ejercicio y se asume dentro de una regla de vida”
Soledad
Otra característica de la oración de Jesús es la soledad. El Santo Padre sostiene que “toda persona necesita de un espacio para sí misma” en el que pueda “cultivar la propia vida interior, donde las acciones encuentran un sentido”, pues “sin vida interior nos convertimos en superficiales, inquietos, ansiosos”, somos “hombres y mujeres siempre en fuga”.
Además, el Sucesor de Pedro explicó que la oración de Jesús “es el lugar donde se percibe que todo viene de Dios y a Él vuelve” y que rezar “nos ayuda a encontrar la dimensión adecuada, en la relación con Dios, nuestro Padre, y con toda la creación”.
Abandono en Dios
La oración de Cristo es, finalmente, “abandonarse en las manos del Padre, como Jesús en el huerto de los olivos, en esa angustia: ‘Padre si es posible…, pero que se haga tu voluntad’”.
Para el Obispo de Roma “es bonito”, “cuando nosotros estamos inquietos, un poco preocupados, y el Espíritu Santo nos transforma desde dentro y nos lleva a este abandono en las manos del Padre”.
Catequesis – 13. Jesús, maestro de oración
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Lamentablemente hemos tenido que volver a esta audiencia en la Biblioteca y esto para defendernos de los contagios del COVID. Esto nos enseña también que tenemos que estar muy atentos a las indicaciones de las autoridades, tanto de las autoridades políticas como de las autoridades sanitarias, para defendernos de esta pandemia.
Ofrecemos al Señor esta distancia entre nosotros por el bien de todos y pensemos, pensemos mucho en los enfermos, en aquellos que entran en los hospitales ya como descartados, pensemos en los médicos, en los enfermeros, las enfermeras, los voluntarios, en tanta gente que trabaja con los enfermos en este momento: ellos arriesgan la vida pero lo hacen por amor al prójimo, como una vocación. Rezamos por ellos.
Durante su vida pública, Jesús recurre constantemente a la fuerza de la oración. Los Evangelios nos lo muestran cuando se retira a lugares apartados a rezar. Se trata de observaciones sobrias y discretas, que dejan solo imaginar esos diálogos orantes. Estos testimonian claramente que, también en los momentos de mayor dedicación a los pobres y a los enfermos, Jesús no descuidaba nunca su diálogo íntimo con el Padre. Cuanto más inmerso estaba en las necesidades de la gente, más sentía la necesidad de reposar en la Comunión trinitaria, de volver con el Padre y el Espíritu.
Catequesis – 13. Jesús, maestro de oración
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Lamentablemente hemos tenido que volver a esta audiencia en la Biblioteca y esto para defendernos de los contagios del COVID. Esto nos enseña también que tenemos que estar muy atentos a las indicaciones de las autoridades, tanto de las autoridades políticas como de las autoridades sanitarias, para defendernos de esta pandemia.
Ofrecemos al Señor esta distancia entre nosotros por el bien de todos y pensemos, pensemos mucho en los enfermos, en aquellos que entran en los hospitales ya como descartados, pensemos en los médicos, en los enfermeros, las enfermeras, los voluntarios, en tanta gente que trabaja con los enfermos en este momento: ellos arriesgan la vida pero lo hacen por amor al prójimo, como una vocación. Rezamos por ellos.
Durante su vida pública, Jesús recurre constantemente a la fuerza de la oración. Los Evangelios nos lo muestran cuando se retira a lugares apartados a rezar. Se trata de observaciones sobrias y discretas, que dejan solo imaginar esos diálogos orantes. Estos testimonian claramente que, también en los momentos de mayor dedicación a los pobres y a los enfermos, Jesús no descuidaba nunca su diálogo íntimo con el Padre. Cuanto más inmerso estaba en las necesidades de la gente, más sentía la necesidad de reposar en la Comunión trinitaria, de volver con el Padre y el Espíritu.
La oración es el timón que guía la ruta de Jesús. Las etapas de su misión no son dictadas por los éxitos, ni el consenso, ni esa frase seductora “todos te buscan”. La vía menos cómoda es la que traza el camino de Jesús, pero que obedece a la inspiración del Padre, que Jesús escucha y acoge en su oración solitaria.
Ante todo posee una primacía: es el primer deseo del día, algo que se practica al alba, antes de que el mundo se despierte. Restituye un alma a lo que de otra manera se quedaría sin aliento. Un día vivido sin oración corre el riesgo de transformarse en una experiencia molesta, o aburrida: todo lo que nos sucede podría convertirse para nosotros en un destino mal soportado y ciego. Jesús sin embargo educa en la obediencia a la realidad y por tanto a la escucha.
La oración es sobre todo escucha y encuentro con Dios. Los problemas de todos los días, entonces, no se convierten en obstáculos, sino en llamamientos de Dios mismo a escuchar y encontrar a quien está de frente. Las pruebas de la vida cambian así en ocasiones para crecer en la fe y en la caridad. El camino cotidiano, incluidas las fatigas, adquiere la perspectiva de una “vocación”. La oración tiene el poder de transformar en bien lo que en la vida de otro modo sería una condena; la oración tiene el poder de abrir un horizonte grande a la mente y de agrandar el corazón.
En segundo lugar, la oración es un arte para practicar con insistencia. Jesús mismo nos dice: llamad, llamad, llamad. Todos somos capaces de oraciones episódicas, que nacen de la emoción de un momento; pero Jesús nos educa en otro tipo de oración: la que conoce una disciplina, un ejercicio y se asume dentro de una regla de vida. Una oración perseverante produce una transformación progresiva, hace fuertes en los períodos de tribulación, dona la gracia de ser sostenidos por Aquel que nos ama y nos protege siempre.
Otra característica de la oración de Jesús es la soledad. Quien reza no se evade del mundo, sino que prefiere los lugares desiertos. Allí, en el silencio, pueden emerger muchas voces que escondemos en la intimidad: los deseos más reprimidos, las verdades que persistimos en sofocar, etc. Y sobre todo, en el silencio habla Dios.
Finalmente, la oración de Jesús es el lugar donde se percibe que todo viene de Dios y Él vuelve. A veces nosotros los seres humanos nos creemos dueños de todo, o al contrario perdemos toda estima por nosotros mismos, vamos de un lado para otro. La oración nos ayuda a encontrar la dimensión adecuada, en la relación con Dios, nuestro Padre, y con toda la creación.
Y la oración de Jesús finalmente es abandonarse en las manos del Padre, como Jesús en el huerto de los olivos, en esa angustia: “Padre si es posible…, pero que se haga tu voluntad”. El abandono en las manos del Padre. Es bonito cuando nosotros estamos inquietos, un poco preocupados y el Espíritu Santo nos transforma desde dentro y nos lleva a este abandono en las manos del Padre: “Padre, que se haga tu voluntad”.
Queridos hermanos y hermanas, redescubramos, en el Evangelio, Jesucristo como maestro de oración, y sigamos su ejemplo. Os aseguro que encontraremos la alegría y la paz.
05.11.20
Misa por cardenales y obispos difuntos: Homilía del Papa Francisco
“Yo soy la resurrección y la vida”
(5 nov. 2020).- En la homilía de la Santa Misa en sufragio de los cardenales y obispos difuntos durante este año, el Papa Francisco ha indicado que la oración por los fallecidos, “extiende sus beneficios también a nosotros, peregrinos aquí en la tierra”, “nos educa para una auténtica visión de la vida” y “nos revela el sentido de las tribulaciones que debemos atravesar para entrar en el Reino de Dios”.
Hoy, 5 de noviembre de 2020, el Santo Padre ha presidido la Eucaristía en la basílica de San Pedro, y ha dirigido la homilía desde el Altar de la Cátedra.
169 pastores difuntos
En total han sido 169 pastores de la Iglesia difuntos, de los que 6 son cardenales y 163 obispos o arzobispos. Algunos de estos últimos, 30, formaban parte de jurisdicciones eclesiásticas españolas y latinoamericanas: dos de España, cinco de México, cinco de Argentina, cuatro de Perú, dos de Nicaragua, dos de Chile, dos de Colombia, uno de Paraguay, uno de Venezuela, uno de Panamá, uno de Uruguay, uno de El Salvador, uno de Ecuador, uno de Bolivia y uno de Guatemala.
También estaban incluidos en el sufragio otros dieciséis de jurisidicciones en Estados Unidos y diecisiete en Brasil.
Jesús y la muerte de Lázaro
El Papa ha comenzado la homilía resaltando la “solemne autorrevelación” de Jesús en el Evangelio proclamado: “Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerte, vivirá; y el que está vivo y cree en mí no morirá para siempre”.
La “gran luz” de las palabras recordadas por el Evangelio “prevalece sobre la oscuridad del profundo duelo causado por la muerte de Lázaro”, Marta las acoge y con “firme profesión de fe declara: ‘Sí Señor, yo creo que tú eres el Cristo’”.
Jesús es la resurrección
Francisco ha explicado que hoy “es a nosotros a quienes el Señor nos repite: Yo soy la resurrección y la vida”, y nos llama a “renovar el gran salto de fe, entrando ya desde ahora en la luz de la resurrección”.
“Cuando se produce este salto, nuestra forma de pensar y ver las cosas cambia”, indicó, “la mirada de la fe, trascendiendo lo visible, ve en cierto modo lo invisible”. Es por esto que, sigue, “cada evento se evalúa entonces a la luz de otra dimensión, la de la eternidad”.
Oración por los difuntos
Recordando a los cardenales y obispos difuntos de este año, el Papa Francisco ha pedido al Señor ayuda para “considerar su parábola existencial de la manera correcta” y que “disuelva esa melancolía negativa que a veces nos penetra, como si todo terminara en la muerte”.
Se trata de un “sentimiento alejado de la fe, que se añade al miedo humano de tener que morir, y del que nadie puede decir que es completamente inmune”. Es por esto, enfatiza, que “incluso el creyente debe convertirse continuamente”.
Homilía del Santo Padre
En el pasaje evangélico que se ha proclamado (cf. Jn 11,17-27) Jesús pronuncia una solemne autorrevelación: “Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí no morirá para siempre” (vv. 25-26). La gran luz de estas palabras prevalece sobre la oscuridad del profundo duelo causado por la muerte de Lázaro. Marta las acoge y con una firme profesión de fe declara: “Sí, Señor: yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo” (v. 27).
Las palabras de Jesús traen la esperanza de Marta del futuro lejano al presente: la resurrección ya está cerca de ella, presente en la persona de Cristo. La revelación de Jesús hoy nos interpela a todos. Estamos llamados a creer en la resurrección no como una especie de espejismo en el horizonte, sino como algo que está presente y nos involucra misteriosamente ya desde ahora. Y, sin embargo, esta misma fe en la resurrección no ignora ni enmascara el desconcierto que humanamente experimentamos ante la muerte.
El mismo Señor Jesús, al ver a las hermanas de Lázaro y a los que estaban llorando con ellas, no sólo no ocultó su sentimiento, sino que —añade el evangelista Juan— incluso “se echó a llorar” (Jn 11,35). Excepto en el pecado, es totalmente solidario con nosotros: experimentó también el drama del luto, la amargura de las lágrimas derramadas por el fallecimiento de un ser querido. Pero esto no disminuye la luz de la verdad que emana de su revelación, de la que la resurrección de Lázaro fue un gran signo.
Hoy, por lo tanto, es a nosotros a quienes el Señor nos repite: “Yo soy la resurrección y la vida” (v. 25). Y nos llama a renovar el gran salto de fe, entrando ya desde ahora en la luz de la resurrección: “El que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?” (v. 26). Cuando se produce este salto, nuestra forma de pensar y ver las cosas cambia. La mirada de la fe, trascendiendo lo visible, ve en cierto modo lo invisible (cf. Hb 11,27). Cada evento se evalúa entonces a la luz de otra dimensión, la de la eternidad.
Esto es lo que emerge en el pasaje del Libro de la Sabiduría. La muerte prematura de un justo se considera desde una perspectiva diferente a la común: “Agradó a Dios y Dios lo amó, vivía entre pecadores y Dios se lo llevó… para que la maldad no pervirtiera su inteligencia, ni la perfidia sedujera su alma” (4,10-11). Desde la perspectiva de la fe, esa muerte no se presenta como una desgracia, sino como un acto providencial del Señor, cuyos pensamientos no coinciden con los nuestros.
Por ejemplo, el propio autor sagrado señala que, según la perspectiva de Dios, “una vejez venerable no son los muchos días, ni se mide por el número de años, pues las canas del hombre son la prudencia y la edad avanzada, una vida intachable” (4,8-9). Los amorosos designios de Dios para sus elegidos escapan completamente a aquellos que tienen la realidad mundana como único horizonte.
Por lo tanto, sobre estos —como hemos oído— se dice: “La gente ve la muerte del sabio, pero no comprende los designios divinos sobre él, ni por qué lo pone a salvo el Señor” (4,17). Al rezar por los cardenales y obispos que han fallecido durante este último año, pedimos al Señor que nos ayude a considerar su parábola existencial de la manera correcta. Le pedimos que disuelva esa melancolía negativa que a veces nos penetra, como si todo terminara con la muerte.
Es un sentimiento alejado de la fe, que se añade al miedo humano de tener que morir, y del que nadie puede decir que es completamente inmune. Por esta razón, ante el enigma de la muerte, incluso el creyente debe convertirse continuamente.
Cada día estamos llamados a ir más allá de la imagen que instintivamente tenemos de la muerte como aniquilación total de una persona; a trascender lo evidente, los pensamientos sistemáticos y obvios, las opiniones comunes, a encomendarnos enteramente al Señor que declara: “Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí no morirá para siempre” (Jn 11,25-26).
Estas palabras, acogidas con fe, hacen que la oración por nuestros hermanos fallecidos sea verdaderamente cristiana. También nos permiten tener una visión más real de su existencia: comprender el sentido y el valor del bien que han hecho, de su fortaleza, de su compromiso y de su amor desinteresados; comprender lo que significa vivir aspirando no a una patria terrena, sino a una mejor, es decir, la patria celestial (cf. Hb 11,16).
La oración en sufragio por los difuntos, elevada en la confianza de que viven con Dios, extiende así sus beneficios también a nosotros, peregrinos aquí en la tierra. Nos educa para una auténtica visión de la vida; nos revela el sentido de las tribulaciones que debemos atravesar para entrar en el Reino de Dios; nos abre a la verdadera libertad, disponiéndonos a la búsqueda continua de los bienes eternos. Haciendo nuestras las palabras del Apóstol, nosotros también nos sentimos “llenos de confianza […].
Por lo cual, en destierro o en patria, nos esforzamos en agradarlo” (2 Co 5,8-9). La vida de un siervo del Evangelio gira en torno al deseo de lograr todo aquello que agrada al Señor. Este es el criterio de cada elección que hace, de cada paso que da. Recordemos, pues, con gratitud el testimonio de los cardenales y obispos difuntos que vivieron en la fidelidad a la voluntad divina; recemos por ellos, tratando de seguir su ejemplo.
Que el Señor derrame siempre sobre nosotros su Espíritu de sabiduría, de manera especial en este tiempo de prueba. Particularmente en los momentos en que el camino se hace más difícil, no nos abandona, permanece con nosotros, fiel a su promesa: “Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos” (Mt 28,20).
06.11.20
Atentado en Niza: El Papa recibirá a las familias de las víctimas
Cuando la situación sanitaria lo permita
zenit – 6 nov. 2020).- El Papa Francisco recibirá a las familias de las tres víctimas del atentado perpetrado en la basílica de Notre-Dame en Niza, anunció el presidente de la asociación Amitié France Italie, Paolo Celi, el 5 de noviembre de 2020, una semana después de la tragedia.
Nadine Devillers, de 60 años, Simone Barreto Silva, de 44 años, que acudieron a rezar a la iglesia, y el sacristán Vincent Loquès, de 54 años, fueron asesinados durante un ataque islamista el 29 de octubre.
En una declaración tomada por la agencia SIR de la Conferencia Episcopal Italiana, Paolo Celi declaró que el Pontífice se reunirá con sus familiares “tan pronto como la situación sanitaria lo permita”. “Gracias de todo corazón al Papa Francisco por su cercanía y afecto”, concluyó asegurando al Santo Padre sus oraciones.
“Un inmenso agradecimiento al Papa Francisco que ha aceptado recibir pronto a las familias de Nadine, Vincent y Simone”, dijo el alcalde de Niza, Christian Estrosi, en Twitter.
Pocas horas después del atentado, el director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede emitió un comunicado en el que deploraba este “momento de dolor en un momento de confusión”. “El terrorismo y la violencia nunca pueden ser aceptados”, escribió el portavoz del Vaticano.
Francisco, dijo Matteo Bruni, “está informado de la situación. Reza por las víctimas y sus seres queridos, para que cese la violencia, para que volvamos a considerarnos como hermanos y no como enemigos”.
Denunciando un ataque “que sembró la muerte en un lugar de oración y consuelo”, el Obispo de Roma también rezó para que “el querido pueblo francés pueda reaccionar unido”, respondiendo al mal “con el bien”.
Poco después, en un telegrama dirigido al obispo local monseñor André Marceau, el Papa Francisco se asoció “al sufrimiento de las familias afligidas” y pidió a Dios “que las consuele”. “Condenando enérgicamente tan violentos actos de terror”, el Santo Padre llamó al pueblo francés “a la unidad”.
07.11.20
Ángelus: Estar preparados para el encuentro con Jesús
Palabras antes del Ángelus
( 8 nov. 2020).- A las 12 del mediodía de hoy, 8 de noviembre de 2020, el Santo Padre Francisco se asoma a la ventana del estudio del Palacio Apostólico Vaticano para recitar el Ángelus con los fieles y peregrinos eunidos en la plaza de San Pedro.
Palabras antes del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El pasaje evangélico de este domingo (Mt 25,1-13) nos invita a continuar la reflexión sobre la vida eterna que iniciamos con motivo de la Fiesta de Todos los Santos y la Conmemoración de los fieles difuntos. Jesús narra la parábola de las diez vírgenes invitadas a una fiesta de bodas, símbolo del Reino de los cielos.
En tiempos de Jesús existía la costumbre de que las bodas se celebraran de noche; por lo tanto, el cortejo de los invitados debía llevar lámparas encendidas. Algunas damas de honor son necias: toman las lámparas, pero no llevan consigo el aceite; las prudentes, en cambio, junto con las lámparas también llevan el aceite. El novio tarda, tarda en llegar y todas se adormentan. Cuando una voz advierte que el novio está llegando, las necias, en ese momento, se dan cuenta de que no tienen aceite para sus lámparas; se lo piden a las prudentes, que responden que no pueden darlo, porque no sería suficiente para todas. Mientras las necias van a comprar aceite, llega el novio. Las muchachas prudentes entran con él en el salón del banquete y se cierra la puerta. Las otras llegan demasiado tarde y son rechazadas.
Está claro que con esta parábola Jesús quiere decirnos que debemos estar preparados para el encuentro con Él. No solo para el encuentro final, sino también para los pequeños y grandes encuentros de cada día en vista de ese encuentro, para el cual no basta la lámpara de la fe, también se necesita el aceite de la caridad y de las buenas obras. La fe que verdaderamente nos une a Jesús es la que, como dice el apóstol Pablo, «actúa por la caridad» (Ga 5, 6). Ser sabios y prudentes significa no esperar hasta el último momento para corresponder a la gracia de Dios, sino hacerlo activamente de inmediato, empezar ahora. “Yo … sí, luego me convertiré” — “¡Conviértete hoy! ¡Cambia tu vida hoy!” — “Sí, sí: mañana”. Y lo mismo dice mañana, y así nunca llegará. ¡Hoy! Si queremos estar preparados para el último encuentro con el Señor, debemos cooperar con él a partir de ahora y realizar buenas acciones inspiradas en su amor.
Sabemos que, lamentablemente, sucede que nos olvidamos de la meta de nuestra vida, es decir, la cita definitiva con Dios, perdiendo así el sentido de la espera y absolutizando el presente. Cuando uno absolutiza el presente, solo mira el presente, pierde el sentido de la espera, que es tan hermoso y tan necesario, y también nos saca de las contradicciones del momento. Esta actitud —cuando se pierde el sentido de la espera— excluye cualquier perspectiva del más allá: hacemos todo como si nunca tuviéramos que partir para la otra vida. Y entonces sólo nos preocupa poseer, destacar, tener una buena colocación… Y cada vez más. Si nos dejamos guiar por lo que nos parece más atractivo, por lo que me gusta, por la búsqueda de nuestros intereses, nuestra vida se vuelve estéril; no acumulamos ninguna reserva de aceite para nuestra lámpara, y se apagará antes del encuentro con el Señor. Debemos vivir el hoy, pero el hoy que va hacia el mañana, hacia ese encuentro, el hoy lleno de esperanza. Si, por el contrario, estamos atentos y hacemos el bien correspondiendo a la gracia de Dios, podemos esperar serenamente la llegada del novio. El Señor también puede venir mientras dormimos: esto no nos preocupa, porque tenemos la reserva de aceite acumulada con las buenas obras de cada día, acumulada con esa espera del Señor, que venga lo antes posible y que venga para llevarme con Él.
nvoquemos la intercesión de María Santísima, para que nos ayude a vivir, como hizo ella, una fe activa: esta es la lámpara luminosa con la que podemos atravesar la noche más allá de la muerte y alcanzar la gran fiesta de la vida.
Ángelus: Oración por las víctimas del huracán Eta
Palabras después del Ángelus
¡Queridos hermanos y hermanas!
Ayer, en Barcelona, fue proclamado beato Joan Roig y Diggle, laico y mártir, asesinado a los diecinueve años durante la Guerra Civil española. Fue testigo de Jesús en el lugar de trabajo y se mantuvo fiel a Él hasta el don supremo de su vida. Que su ejemplo suscite en todos, especialmente en los jóvenes, el deseo de vivir plenamente la vocación cristiana. ¡Un aplauso a este beato, joven, tan valiente!
Veo allí una bandera, que me hace pensar en los pueblos de Centroamérica, golpeados en los últimos días por un violento huracán, que ha causado muchas víctimas y daños considerables, agravados también por la ya difícil situación de la pandemia. Que el Señor acoja a los muertos, consuele a sus familias y sostenga a los más probados, así como a todos los que están haciendo todo lo posible por ayudarlos.
Sigo con preocupación las noticias provenientes de Etiopía. Mientras exhorto a rechazar la tentación del enfrentamiento armado, invito a todos a la oración y al respeto fraterno, al diálogo y a la solución pacífica de las discordias.
Hoy, en Túnez, comienzan las reuniones del “Foro de Diálogo Político Libio”, que involucrará a todas las partes. Dada la importancia del evento, espero sinceramente que en este momento tan delicado se encuentre una solución al largo sufrimiento del pueblo libio y que se respete y se aplique el reciente acuerdo de alto el fuego permanente. Recemos por los delegados del Foro, por la paz y la estabilidad en Libia.
Se celebra hoy en Italia el Día de Acción de Gracias, sobre el tema “Agua, bendición de la tierra”. El agua es vital para la agricultura, ¡también es vital para la vida! Me acerco con mi oración y cariño al mundo rural, especialmente a los pequeños agricultores. Su trabajo es más importante que nunca en esta época de crisis. Me uno a los obispos italianos, que exhortan a salvaguardar el agua como un bien común, cuyo uso debe respetar su destino universal.
Y ahora dirijo mi saludo a vosotros, romanos y peregrinos de varios países: familias, grupos parroquiales, asociaciones y fieles. Os deseo a todos un feliz domingo. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. Buen almuerzo y hasta pronto.
08.11.20
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