18 de nov. 2020

PAPA NOVEMBRE 3

 



Audiencia general: Catequesis completa, la silenciosa oración de María

“María, mujer de oración”

(18 nov. 2020).- En la audiencia general, el Papa Francisco ha propuesto imitar la figura de la Virgen María como “mujer orante” , destacando que la oración de María es silenciosa”, resaltó.

La audiencia general de hoy, 18 de noviembre de 2020, ha sido emitida desde la biblioteca del Palacio Apostólico vaticano, sin fieles, como medida de prevención frente a la COVID-19. A lo largo de la misma, el Santo Padre ha continuado con el ciclo de catequesis sobre la oración bajo el tema “La Virgen María, mujer de oración” (Lectura: Lc 2, 39-40.51).

audiencia general maría

Al comienzo de la catequesis, el Papa ha señalado que le Virgen rezaba, “cuando el mundo todavía la ignora, cuando es una sencilla joven prometida con un hombre de la casa de David”. Aunque “está ya llena de gracia e inmaculada desde la concepción”, todavía ignoraba su “sorprendente y extraordinaria vocación” y el “mar tempestuoso que tendrá que navegar”

María, abierta a la voluntad de Dios

Francisco se ha referido a que la Virgen no “dirige autónomamente su vida”, pues espera que Dios “tome las riendas de su camino y la guíe donde Él quiera”. Ella “es dócil, y con su disponibilidad predispone los grandes eventos que involucran a Dios en el mundo” y el Catecismo recuerda su “presencia constante y atenta en el designio amoroso del Padre y a lo largo de la vida de Jesús”.

También ha explicado cómo el “he aquí” de María en la Anunciación, “pequeño e inmenso” gesto que  “hace saltar de alegría a toda la creación”, ha estado precedido en la historia de la salvación de otros tantos “he aquí”, de “muchas obediencias confiadas, de muchas disponibilidades a la voluntad de Dios”.

audiencia general maría

Asimismo, ha afirmado que “no hay mejor forma de rezar que ponerse como María en una actitud de apertura, de corazón abierto” al Padre: “Señor, lo que Tú quieres, cuando Tú quieres y como Tú quieres. Es decir, al corazón abierto a la voluntad de Dios”.

Y el Señor “siempre responde”, “¡Cuántos creyentes viven así su oración! Los que son más humildes de corazón, rezan así: con la humildad esencial, digamos así; con humildad sencilla”, no “enfadándose porque los días están llenos de problemas, sino yendo al encuentro de la realidad y sabiendo que en el amor humilde, en el amor ofrecido en cada situación, nos convertimos en instrumentos de la gracia de Dios”.

Se trata, efectivamente, de una “oración sencilla” poniendo “nuestra vida en manos del Señor: que sea Él quien nos guíe”. “Todos podemos rezar así, casi sin palabras”, reitera.

La oración calma la inquietud

“La oración sabe calmar la inquietud”, apunta el Obispo de Roma, pero “nosotros somos inquietos, siempre queremos las cosas antes de pedirlas y las queremos en seguida”. Sostiene que “esta inquietud nos hace daño”, y la oración “sabe transformarla en disponibilidad”: “Cuando estoy quieto, rezo y la oración me abre el corazón y me vuelve disponible a la voluntad de Dios”.

Así es como lo ha hecho la Virgen María, señala el Papa Francisco, “en esos pocos instantes de la Anunciación, ha sabido rechazar el miedo, aun presagiando que su ‘sí’ le daría pruebas muy duras”.

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El Pontífice ha expresado que “si en la oración comprendemos que cada día donado por Dios es una llamada, entonces agrandamos el corazón y acogemos todo”. Esto es, dice, lo importante, “pedir al Señor su presencia en cada paso de nuestro camino”, que “no nos deje solos, que no nos abandone en la tentación, que no nos abandone en los momentos difíciles”.

María acompaña en la oración

El Papa ha mostrado cómo la Virgen “acompaña en oración toda la vida de Jesús, hasta la muerte y la resurrección; y al final continúa, y acompaña los primeros pasos de la Iglesia naciente”. Del mismo modo, “reza con los discípulos que han atravesado el escándalo de la cruz. Reza con Pedro, que ha cedido al miedo y ha llorado por el arrepentimiento”.

Según Francisco, María está ahí con los discípulos, pero no es un sacerdote entre ellos, “es la Madre de Jesús que reza con ellos, en comunidad, como una de la comunidad. Reza con ellos y reza por ellos”.

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La oración de la Virgen “precede el futuro que está por cumplirse”: “Por obra del Espíritu Santo se ha convertido en Madre de Dios (…)” y “rezando con la Iglesia naciente se convierte en Madre de la Iglesia, acompaña a los discípulos en los primeros pasos de la Iglesia en la oración, esperando al Espíritu Santo. En silencio, siempre en silencio. La oración de María es silenciosa”.

El Obispo de Roma recuerda el pasaje de las bodas de Caná y sostiene que “la presencia de María es por sí misma oración” y así “da luz a la Iglesia”. El Catecismo explica que “en la fe de su humilde esclava, el don de Dios encuentra la acogida que esperaba desde el comienzo de los tiempos”.

María, mujer y discípula

El Papa Francisco remarca que en Nuestra Señora, la “natural intuición femenina es exaltada por su singular unión con Dios en la oración”, y por ello se puede percibir en el Evangelio que a veces “desaparece, para después volver a aflorar en los momentos cruciales”.

La de María, subraya es una presencia “silenciosa de madre y de discípula”. Es la primera discípula que “ha aprendido mejor las cosas de Jesús”, “siempre señalando con el dedo a Jesús”, con una “actitud típica de discípulo”.

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María guarda en el corazón

El Santo Padre ha citado, remitiendo al Evangelio de Lucas, que la Virgen “guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón”, tanto en los momentos oscuros como en la alegría, “todo termina en su corazón, para que pase la criba de la oración y sea transfigurado por ella”.

Por último, Francisco ha considerado que sería “bonito si nosotros también podemos parecernos un poco a nuestra Madre”, “con el corazón abierto a la Palabra de Dios, con el corazón silencioso, con el corazón obediente, con el corazón que sabe recibir la Palabra de Dios y la deja crecer con una semilla del bien de la Iglesia”.


18.11.20




Jubileo Pasionista: Mensaje de Papa en el tercer centenario del Instituto

Gratitud, profecía, esperanza

zenit – 19 nov. 2020).- Con motivo de las celebraciones del Jubileo Pasionista, el Papa Francisco ha enviado un mensaje al padre Joachim Rego, superior general de la Congregación de la Pasión de Jesucristo (Pasionistas).

Se trata del tercer centenario (22 de noviembre de 2020 – 1 de enero de 2020) de este Instituto, cuyo tema es “Renovar nuestra misión: gratitud, profecía, esperanza”.

En este jubileo, el Santo Padre se une espiritualmente a “vuestra alegría por el don de la vocación recibida para vivir y proclamar la memoria de la Pasión de Cristo, haciendo del misterio pascual el centro de vuestra vida”.

Nuevos objetivos apostólicos

Para Francisco, el carisma de los Pasionistas “es una irradiación del amor salvífico que brota del misterio trinitario, se revela en el amor al Crucificado (cf. Exhortación Apostólica Vita consecrata 17-19. 23), se derrama sobre una persona elegida por la Providencia y se extiende en una comunidad determinada, para implantarse en la Iglesia en respuesta a necesidades particulares de la historia”.

“Esta importante conmemoración del centenario representa una oportunidad providencial para emprender nuevos objetivos apostólicos, sin ceder a la tentación de ‘dejar las cosas como están’”. (Ap. Evangelii gaudium, 25)”, expresa el mensaje.

Testimonio de la identidad

“La humanidad se encuentra en la espiral de cambios que ponen en tela de juicio no sólo el valor de las corrientes culturales que la han enriquecido hasta ahora, sino incluso la íntima constitución de su ser”, describe el Papa, a la vez que les indica: “Se os pide que identifiquéis nuevos estilos de vida y nuevas formas de lenguaje para proclamar el amor del Crucificado, dando así testimonio del corazón de vuestra identidad”.

A este respecto, el Papa se reconoce conocedor de las reflexiones de la Congregación durante el Capítulo, que “os han llevado al compromiso de renovar vuestra misión, centrándoos en tres caminos: la gratitud, la profecía y la esperanza”.

Compromiso con la humanidad

Igualmente, el Pontífice espera que los miembros del citado Instituto “se sientan ‘marcados a fuego’ por la misión enraizada en la memoria passionis” y recordó que su fundador, San Pablo de la Cruz, “define la Pasión de Jesús como ‘la obra más grande y más bella del amor de Dios’ (Cartas II, 499)”.

“No os canséis de acentuar vuestro compromiso con las necesidades de la humanidad. Que esta preocupación misionera se dirija sobre todo a los crucificados de nuestro tiempo: los pobres, los débiles, los oprimidos y los descartados por las múltiples formas de injusticia”, deseó el Obispo de Roma.

Mensaje del Santo Padre

Al Reverendo Padre Joachim REGO C.P.

Superior General

Congregación de la Pasión de Jesucristo (Pasionistas)

Las celebraciones jubilares del tercer centenario de vuestra congregación me ofrecen la ocasión de unirme espiritualmente a vuestra alegría por el don de la vocación recibida para vivir y proclamar la memoria de la Pasión de Cristo, haciendo del misterio pascual el centro de vuestra vida (cf. Constituciones 64). Este carisma vuestro, como todos los carismas de la vida consagrada, es una irradiación del amor salvífico que brota del misterio trinitario, se revela en el amor al Crucificado (cf. Exhortación Apostólica Vita consecrata 17-19. 23), se derrama sobre una persona elegida por la Providencia y se extiende en una comunidad determinada, para implantarse en la Iglesia en respuesta a necesidades particulares de la historia. Para que el carisma perdure en el tiempo, es necesario hacer que se adapte a las nuevas exigencias, manteniendo viva la fuerza creadora de los comienzos.

Esta importante conmemoración del centenario representa una oportunidad providencial para emprender nuevos objetivos apostólicos, sin ceder a la tentación de “dejar las cosas como está”. (Ap. Evangelii gaudium25). El contacto con la Palabra de Dios en la oración y la lectura de los signos de los tiempos en los acontecimientos cotidianos os hará capaces de percibir el soplo creativo del Espíritu que alienta en el tiempo, señalando las respuestas a las expectativas de la humanidad. No se le escapa a nadie que vivimos hoy en un mundo donde nada es como antes. La humanidad se encuentra en la espiral de cambios que ponen en tela de juicio no sólo el valor de las corrientes culturales que la han enriquecido hasta ahora, sino incluso la íntima constitución de su ser. La naturaleza y el cosmos, sometidos al dolor y a la caducidad por la manipulación humana (cf. Rom 8:20), adquieren preocupantes rasgos degenerativos. A vosotros también se os pide que identifiquéis nuevos estilos de vida y nuevas formas de lenguaje para proclamar el amor del Crucificado, dando así testimonio del corazón de vuestra identidad.

A este respecto, he sabido que vuestras recientes reflexiones durante el Capítulo os han llevado al compromiso de renovar vuestra misión, centrándoos en tres caminos: la gratitud, la profecía y la esperanza. La gratitud es la experiencia que vive el pasado con la actitud del Magnificat y camina hacia el futuro con una actitud eucarística. Vuestra gratitud es el fruto de la memoria passionis. Quien se sumerge en la contemplación y está comprometido en el anuncio del amor que se entrega por nosotros en la Cruz, se convierte en su prolongación en la historia, y su vida se realiza y es feliz. La profecía es pensar y hablar en el Espíritu. Esto es posible para aquellos que viven la oración como el aliento del alma, y pueden captar los gestos del Espíritu en lo profundo de los corazones y en toda la creación. Entonces la palabra anunciada siempre se adapta a las necesidades del presente. Que la memoria passionis os haga profetas del amor del Crucificado en un mundo que está perdiendo el sentido del amor. La esperanza es ver en la semilla que muere la espiga que rinde el treinta, el sesenta, el cien por ciento. Se trata de percibir que en vuestras comunidades religiosas y parroquiales, cada vez más menguadas, continúa la acción generadora del Espíritu, que nos hace estar seguros de la misericordia del Padre que no nos abandona. La esperanza es regocijarse por lo que hay, en lugar de quejarse por lo que falta. En cualquier caso, no os dejéis «robar la alegría de la evangelización» (Exhortación Apostólica, Ap. Evangelii gaudium 83)

Espero que los miembros de vuestro Instituto se sientan “marcados a fuego” (ibíd., 273) por la misión enraizada en la memoria passionis. Vuestro fundador, San Pablo de la Cruz, define la Pasión de Jesús como «la obra más grande y más bella del amor de Dios» (Cartas II, 499). Sentía que dicho amor ardía y quería incendiar el mundo con su actividad misionera personal y la de sus compañeros. Es muy importante recordar que “la misión es una pasión por Jesús, pero, al mismo tiempo, una pasión por su pueblo. Cuando nos detenemos ante Jesús crucificado, reconocemos todo su amor que nos dignifica y nos sostiene, pero allí mismo, si no somos ciegos, empezamos a percibir que esa mirada de Jesús se amplía y se dirige llena de cariño y de ardor hacia todo su pueblo. Así redescubrimos que Él nos quiere tomar como instrumentos para llegar cada vez más cerca de su pueblo amado. Nos toma de en medio del pueblo y nos envía al pueblo, de tal modo que nuestra identidad no se entiende sin esta pertenencia”. (Exhortación Apostólica Evangelii gaudium, 268).

Mientras que como Cabeza nuestro Salvador ha resucitado y ya no muere, en su cuerpo – que místicamente es la Iglesia, pero misteriosamente es también cada ser humano con el que se ha unido de alguna manera en la Encarnación (cf. Constitución Apostólica Gaudium et Spes, 22) – todavía sufre y muere. No os canséis de acentuar vuestro compromiso con las necesidades de la humanidad. Que esta preocupación misionera se dirija sobre todo a los crucificados de nuestro tiempo: los pobres, los débiles, los oprimidos y los descartados por las múltiples formas de injusticia. La realización de esta tarea requerirá por vuestra parte un sincero esfuerzo de renovación interior que proviene de la relación personal con el Crucificado-Resucitado. Sólo quien es crucificado por el amor, como lo fue Jesús en la Cruz, es capaz de socorrer a los crucificados de la historia con palabras y acciones eficaces. No es posible, en efecto, convencer a los demás del amor de Dios sólo a través de un anuncio verbal e informativo. Se necesitan gestos concretos que hagan experimentar ese amor en nuestro mismo amor que se entrega compartiendo las situaciones crucificadas, incluso gastando nuestra vida hasta el final, aunque quede claro que entre el anuncio y su aceptación en la fe corre la acción del Espíritu Santo.

La Madre del Crucificado-Resucitado, figura de la Iglesia, Virgen que escucha, reza, ofrece y genera vida, es la memoria permanente de Jesús, especialmente de su Pasión. Os encomiendo a ella e invocando la intercesión de vuestro fundador, San Pablo de la Cruz, y de los santos y beatos pasionistas, imparto de corazón la Bendición Apostólica a toda la familia pasionista y a todos los que participarán en las diversas celebraciones de vuestro solemne Jubileo.

Roma, San Juan de Letrán, 15 de octubre de 2020

FRANCISCO

19.11.20





Ángelus: Jesús, “pastor lleno de mansedumbre y misericordia”

Palabras antes del Ángelus

(22 nov. 2020).- A las 12 del mediodía de hoy, 22 de noviembre de 2020, el Santo Padre Francisco se asomó a la ventana del estudio del Palacio Apostólico Vaticano para recitar el Ángelus con los fieles y peregrinos reunidos en la plaza de San Pedro.

A continuación, siguen las palabras de Francisco, según la traducción no oficial ofrecida por la Oficina de Prensa de la Santa Sede.

***

Palabras antes del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy celebramos la Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del universo, que cierra el año litúrgico, la gran parábola en la que se despliega el misterio de Cristo. Él es el Alfa y el Omega, el comienzo y el cumplimiento de la historia; y la liturgia de hoy se centra en el “omega”, es decir, en el destino final. El sentido de la historia se comprende teniendo ante nuestros ojos su culminación: el final es también el fin. Y esto es precisamente lo que hace Mateo, en el Evangelio de este domingo (25:31-46), colocando el discurso de Jesús sobre el juicio universal en el epílogo de su vida terrenal: Él, a quien los hombres están a punto de condenar, es en realidad el juez supremo. En su muerte y resurrección, Jesús se mostrará como el Señor de la historia, el Rey del universo, el Juez de todo. Pero la paradoja cristiana es que el Juez no reviste una realeza temible, sino que es un pastor lleno de mansedumbre y misericordia.

En efecto, Jesús, en esta parábola del juicio final, utiliza la imagen del pastor, recordando las profecías de Ezequiel, que hablaba de la intervención de Dios en favor del pueblo, contra los malos pastores de Israel (cf. 34, 1-10). Aquellos habían sido crueles y explotadores, prefiriendo alimentarse ellos mismos en lugar del rebaño; por lo tanto, Dios mismo promete cuidar personalmente de su rebaño, defendiéndolo de las injusticias y los abusos. Esta promesa de Dios para su pueblo se cumplió plenamente en Jesucristo, que dice de sí mismo: “Yo soy el buen pastor” (Jn 10, 11.14).

En la página evangélica de hoy, Jesús se identifica no sólo con el rey pastor, sino también con las ovejas perdidas, es decir, con los hermanos más pequeños y necesitados. Y así indica el criterio del juicio: se efectuará sobre la base del amor concreto dado o negado a estas personas, porque él mismo, el juez, está presente en cada una de ellas. Jesús dice: “En verdad os digo que cuanto hicisteis (o no hicisteis) a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí lo hicisteis (o no lo hicisteis)”. (vv. 40.45). Seremos juzgados por el amor. No por el sentimiento, no: por las obras, por la compasión que se hace cercanía y ayuda solícita.

El Señor, pues, en el fin del mundo, pasará revista a su rebaño, y lo hará no sólo del lado del pastor, sino también del lado de las ovejas, con las que se ha identificado. Y preguntará: “¿Has sido un poco pastor, como yo?” Esta es la pregunta que el Evangelio ya pone en nuestros corazones hoy, como criterio de juicio. “Esa vez que tuve problemas, ¿fuiste capaz de perder algo de tiempo para cuidarme? ¿Conseguiste, con mi gracia, salir un poco de ti mismo para darte cuenta de mí, que estaba necesitado? ¿Se enterneció tu corazón ante mis heridas, ante mi soledad, ante mi desconsuelo?” Así nos pasará revista el Rey del universo que para salvarnos se hizo cordero.

Pidamos a la Virgen María que nos enseñe a reinar en el servir. Nuestra Señora, asunta al Cielo, recibió la corona real de su Hijo, porque lo siguió fielmente en el camino del Amor. Aprendamos de ella a entrar desde ahora en el Reino de Dios, por la puerta del servicio humilde y generoso.

22.11.20


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