Audiencia general: Catequesis completa, “La oración de súplica”
Dios siempre responde
(zenit – 9 dic. 2020).- En la audiencia general, el Papa Francisco ha descrito la oración de petición cristiana como “plenamente humana”, pues incorpora “la alabanza y la súplica”, presentes en el Padrenuestro que Jesús enseña a sus discípulos para ponerlos en “relación de confianza filial” con Dios.
La audiencia general de hoy, 9 de diciembre de 2020, ha sido emitida desde la biblioteca del Palacio Apostólico vaticano, sin fieles, en prevención frente a la COVID-19. A lo largo de la misma, el Santo Padre ha continuado con el ciclo de catequesis sobre la oración, centrándose en el tema “La oración de súplica” (Lectura: Sal. 28, 1-2. 6-7).
Súplica por los dones
Al comienzo de la catequesis, el Papa ha destacado la súplica al Padre tanto por los dones más elevados como “la santificación de su nombre entre los hombres, el advenimiento de su señoría, la realización de su voluntad de bien en relación con el mundo”, como por los más cotidianos, como el “pan de cada día”, que significa “la salud, la casa, el trabajo, las cosas de todos los días” y también “la Eucaristía, necesaria para la vida en Cristo”.
Además de los “dones más sublimes”, recordados por el Catecismo, y de los “más sencillos”, encontrados en el Padrenuestro, el Pontífice se refiere a la petición por “el perdón de los pecados —que es algo cotidiano; siempre necesitamos perdón—, y por tanto la paz en nuestras relaciones”; y finalmente “que nos ayude en las tentaciones y nos libre del mal”.
Soledad y auxilio
Francisco ha definido al ser humano como una “invocación que a veces se convierte en un grito, a menudo contenido”, creyendo no necesitar nada y viviendo “en la autosuficiencia más completa”. Tarde o temprano, apunta, “esta ilusión se desvanece”.
En esta línea, subraya “el tiempo de la melancolía o de la soledad” que todos vivimos en algún momento, y que la Biblia “no se avergüenza de mostrar la condición humana” afectada por la enfermedad, la injusticia, la traición o las amenazas. Frente a la apariencia de que “todo se derrumba”, la única salida es “el grito, la oración ‘Señor, ayúdame’” que “abre destellos de luz en la más densa oscuridad”.
La oración de la creación
Recordando las palabras de san Pablo, el Obispo de Roma ha indicado que toda la creación “lleva inscrito el deseo de Dios” y le reza, pues “gime hasta el presente y sufre dolores de parto”.
Nosotros, añade, “poseemos las primicias del Espíritu (…) gemimos en nuestro interior anhelando el rescate” y en nuestro cuerpo “resuena el gemido multiforme de las creaturas”. Y cita la “expresión poética” de Tertuliano para decir que nosotros “somos los únicos que rezamos conscientemente, que sabemos que nos dirigimos al Padre, y que entramos en diálogo” con Él.
Rezar sin vergüenza
El Sucesor de Pedro expresa la necesidad de orar sin ningún tipo de vergüenza, sin escandalizarse por tener que rezar, sobre todo cuando hay aprieto. Se trata, prosigue, de un “grito del corazón hacia Dios que es Padre”, que debe también realizarse en los tiempos de alegría: agradecerle “por cada cosa que se nos da, y no dar nada por descontado o debido”.
También invita a no reprimir “la súplica que surge espontánea en nosotros. La oración de petición va a la par que la aceptación de nuestro límite y de nuestra creaturidad”. Es posible, sostiene, no creer en Dios, pero es complicado no hacerlo en la oración, que “sencillamente existe”, pues “todos tenemos que lidiar con esta voz interior que quizá puede callar durante mucho tiempo, pero un día se despierta y grita”.
Dios responde siempre
El Papa Francisco clarifica que “no hay orante” que “levante su lamento y no sea escuchado” por Dios, quien responde siempre y “escucha el grito de quien lo invoca”, incluso nuestras “peticiones tartamudeadas, las que quedan en el fondo del corazón, que tenemos también vergüenza de expresar”.
Para el Santo Padre, es cuestión de paciencia, de “soportar la espera”, remarcada en este tiempo de Adviento: “Incluso la muerte tiembla cuando un cristiano reza, porque sabe que todo orante tiene un aliado más fuerte que ella: el Señor Resucitado”.
Aprendamos, a “estar en la espera del Señor”, que nos visita “cada día en la intimidad de nuestro corazón si nosotros estamos a la espera”. Muchas veces, concluye el Pontífice, “no nos damos cuenta de que el Señor está cerca”, y realmente “pasa” y “llama”, pero “si tú tienes los oídos llenos de otros ruidos, no escucharás” su llamada.
09.12.20
Papa Francisco: San Juan Diego, “enviado” de la Virgen
Saludo a fieles de lengua española
(09 dic. 2020).- El Papa Francisco ha hecho presente la conmemoración que hoy se hace a san Juan Diego, a quien “Nuestra Señora de Guadalupe escogió como su enviado”.
La oración cristiana
La catequesis de este miércoles ha sido transmitida desde la biblioteca del Palacio Apostólico, sin público, debido a la pandemia de COVID-19. Francisco ha proseguido con la serie dedicada a la oración, bajo el tema “La oración de súplica”.
En ella, el Papa ha destacado que la “oración cristiana es plenamente humana porque abraza la alabanza y la súplica”, realidad que se encuentra en el Padrenuestro.
San Juan Diego
San Juan Diego Cuauhtlatoatzin fue un mexicano autóctono que pervive vinculado a la advocación de la Virgen de Guadalupe, que se le apareció haciéndole protagonista de una de las grandes escenas, cuajadas de lirismo, que marcan un hito en la historia de las apariciones marianas.
En el entorno de la festividad de la Inmaculada Concepción, entre otros, la Iglesia celebra hoy la existencia de Juan Diego, que vive para siempre vinculado a María, bajo su advocación a Nuestra Señora.
Este santo indígena encarna en sí mismo una de las hermosísimas historias de amor que conmueven poderosamente. Inocencia y dulzura forman una perfecta simbiosis en su vida que instan ciertamente a perseguir la santidad y permiten comprender qué pudo ver en él la Reina del Cielo, excelso modelo de virtudes, para hacerle objeto de su dilección.
10.12.20
Navidad: Audiencia del Papa con donantes del árbol y el pesebre
Delegaciones de Italia y Eslovenia
enit – 11 dic. 2020).- Esta mañana, el Papa Francisco ha recibido en audiencia a las delegaciones procedentes de Castelli en Abruzzo, Italia, y del municipio de Kočevje, región sudoriental de Eslovenia, con motivo de la entrega árbol de Navidad y el pesebre montado en la plaza de San Pedro.
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Saludo del Papa a las delegaciones.
¡Queridos hermanos y hermanas!
Habéis venido para la presentación oficial del árbol de Navidad y el pesebre colocado en la Plaza de San Pedro; os doy la bienvenida cordialmente y os agradezco vuestra presencia. Saludo a la delegación de la República de Eslovenia, encabezada por el ministro de Relaciones Exteriores, acompañada por el cardenal Rodé y el arzobispo de Maribor, e integrada por otros ministros, embajadores y distinguidas personalidades. Eslovenia donó el majestuoso abeto noruego, elegido de los bosques de Kočevje.
Y saludo a la delegación de la diócesis de Teramo-Atri, con el obispo Lorenzo Leuzzi y numerosas autoridades civiles: el monumental pesebre de cerámica viene de vuestra tierra, precisamente de Castelli. Esta tarde se inaugurarán estos dos “iconos” de la Navidad. Más que nunca, son un signo de esperanza para los romanos y para los peregrinos que tendrán la oportunidad de venir a admirarlos.
El árbol y el pesebre ayudan a crear una atmósfera navideña favorable para vivir con fe el misterio del nacimiento del Redentor. En el pesebre, todo habla de la pobreza “buena”, la pobreza evangélica, que nos hace bienaventurados: al contemplar la Sagrada Familia y los diversos personajes, nos atrae su desarmante humildad.
Nuestra Señora y san José vinieron desde Nazaret hasta Belén. No hay lugar para ellos, ni siquiera una pequeña habitación (cf. Lc 2,7); María escucha, observa y guarda todo en su corazón (cf. Lc 2,19.51). José busca un lugar para ella y el niño que está a punto de nacer.
Los pastores son protagonistas en el pesebre, como en el Evangelio. Viven al aire libre. Ellos mantienen la vigilancia. El anuncio de los ángeles es para ellos, y van inmediatamente a buscar al Salvador que ha nacido (cf. Lc 2,8-16).
La fiesta de la Navidad nos recuerda que Jesús es nuestra paz, nuestra alegría, nuestra fuerza, nuestro consuelo. Pero, para acoger estos dones de gracia, necesitamos sentirnos pequeños, pobres y humildes como los personajes del pesebre.
También esta Navidad, en medio del sufrimiento de la pandemia, Jesús, pequeño e indefenso, es el “Signo” que Dios da al mundo (cf. Lc 2,12). Admirable signo, como la carta del pesebre que firmé hace un año en Greccio. Nos hará bien volver a leerlo en estos días.
Queridos amigos, gracias a todos desde el fondo de mi corazón. También a los que no pudieron estar presentes hoy, así como a los que ayudaron con el transporte y el montaje del árbol y la cuna. Que el Señor le recompense por su disponibilidad y generosidad.
Les expreso mis deseos de una celebración navideña llena de esperanza, y les pido que los lleven a sus familias y a todos sus conciudadanos. Le aseguro mis oraciones y le bendigo. Y vosotros también, por favor no olvidéis rezar por mí. ¡Feliz Navidad! Gracias.
Misa en la fiesta de la Virgen de Guadalupe: Homilía del Papa
“Abundancia, bendición y don”
zenit – 12 dic. 2020).- El Papa Francisco ha presidido la Misa con motivo de la fiesta litúrgica de la Virgen María de Guadalupe hoy, 12 de diciembre de 2020, en el Altar de la Cátedra de la Basílica Vaticana.
A lo largo de la misma, el Santo Padre ha destacado que en la liturgia de hoy “se evidencian, principalmente, tres palabras, tres ideas: abundancia, bendición y don”. y como “mirando la imagen de la Virgen de Guadalupe, tenemos de alguna manera también el reflejo de estas tres realidades”.
A continuación, sigue la homilía completa del Papa Francisco.
Homilía del Santo Padre
lmente, tres palabras, tres ideas: abundancia, bendición y don. Y, mirando la imagen de la Virgen de Guadalupe, tenemos de alguna manera también el reflejo de estas tres realidades: la abundancia, la bendición y el don.
La abundancia porque Dios siempre se ofrece en abundancia; siempre da en abundancia. Él no conoce la dosis. Se deja “dosificar” por su paciencia. Somos nosotros los que conocemos, por nuestra naturaleza misma, por nuestros límites, la necesidad de las cómodas cuotas. Pero Él se da en abundancia, totalmente. Y donde está Dios, hay abundancia.
Pensando en el misterio de Navidad, la liturgia de Adviento toma del profeta Isaías mucho de esta idea de la abundancia. Dios se da entero, como es, totalmente. Generosidad puede ser —a mí me gusta pensar que es— un “límite” que tiene Dios, al menos uno: la imposibilidad de darse de otro modo que no sea en abundancia.
La tercera palabra el don. Y esta abundancia, este decir-bien, es un regalo, es un don. Un don que se nos da en el que es “toda gracia”, que es todo Él, que es todo divinidad, en “el bendito”. Un don que se nos da en la que está “llena de gracia”, la “bendita”. El bendito por naturaleza y la bendita por gracia. Son dos referencias que la Escritura las marca. A Ella se le dice “bendita tú entre las mujeres”, “llena de gracia”. Jesús es el “bendito”, el que traerá la bendición.
“Bendita tú eres entre las mujeres, porque nos trajiste al bendito”. “Yo soy la Madre de Dios por quien se vive, el que da vida, el bendito”.
Y que, contemplando la imagen de nuestra madre hoy, le “robemos” a Dios un poco de este estilo que tiene: la generosidad, la abundancia, el bendecir, nunca maldecir, y transformar nuestra vida en un don, un don para todos. Que así sea.
12.12.20
Ángelus: “La espera que vivimos es alegre” porque “el Señor está cerca”
Palabras antes del Ángelus
zenit – 13 dic. 2020).- “La invitación a la alegría es característica del tiempo de Adviento: la espera que vivimos es alegre”, con estas palabras el Papa introduce la oración del Ángelus de este tercer domingo de Adviento.
Y esta dimensión de la alegría emerge especialmente hoy, el tercer domingo, que se abre con la exhortación de San Pablo: “Alegraos siempre en el Señor”. ¿Y cuál es el motivo? Que “el Señor está cerca”, añadió.
Palabras antes del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La invitación a la alegría es característica del tiempo de Adviento: la espera del nacimiento de Jesús, la espera que vivimos es alegre, un poco como cuando esperamos la visita de una persona a la que queremos mucho, por ejemplo, un amigo al que no vemos desde hace tiempo, un pariente… Estamos en una espera alegre. Y esta dimensión de la alegría emerge especialmente hoy, el tercer domingo, que se abre con la exhortación de San Pablo: “Alegraos siempre en el Señor” (Antífona de ingreso; cfr. Fil 4,4.5). “¡Alegraos!” La alegría cristiana. ¿Y cuál es el motivo de esta alegría? Que “el Señor está cerca” (v. 5). Cuanto más cerca de nosotros está el Señor, más estamos en la alegría; cuanto más lejos está, más estamos en la tristeza. Esta es una regla para los cristianos.
Una vez, un filósofo decía más o menos esto: “No comprendo cómo se puede creer hoy, porque aquellos que dicen que creen tienen cara de funeral. No dan testimonio de la alegría de la resurrección de Jesucristo”. Hay muchos cristianos con esa cara, sí, cara de funeral, cara de tristeza… ¡Pero Cristo ha resucitado! ¡Cristo te ama! ¿Y tú no tienes alegría? Pensemos un poco en esto y preguntémonos: ¿Yo estoy alegre porque el Señor está cerca de mí, porque el Señor me ama, porque el Señor me ha redimido?
l Evangelio según Juan nos presenta hoy al personaje bíblico que -exceptuando a la Virgen y a San José- vivió el primero y mayormente la espera del Mesías y la alegría de verlo llegar: hablamos, naturalmente, de Juan el Bautista (cfr Jn 1,6-8.19-28).
El evangelista lo introduce de modo solemne: “Hubo un hombre enviado por Dios […]. Éste vino como testigo, para dar testimonio de la luz” (vv. 6-7). El Bautista es el primer testigo de Jesús, con la palabra y con el don de la vida. Todos los Evangelios concuerdan en mostrar cómo realizó su misión indicando a Jesús como el Cristo, el Enviado de Dios prometido por los profetas. Juan era un líder de su tiempo. Su fama se había difundido en toda Judea y más allá, hasta Galilea. Pero él no cedió ni siquiera por un instante a la tentación de atraer la atención sobre sí mismo: siempre la orientaba hacia Aquel que debía venir. Decía: “Él es el que viene después de mí, a quien yo no soy digno de desatarle la correa de la sandalia” (v. 27). Siempre señalando al Señor. Como la Virgen, que siempre señala al Señor: “Haced lo que Él os diga”. El Señor siempre en el centro. Los santos alrededor, señalando al Señor. ¡Y quien no señala al Señor no es santo!
He aquí la primera condición de la alegría cristiana: descentrarse de uno mismo y poner en el centro a Jesús. Esto no es alienación, porque Jesús es efectivamente el centro, es la luz que da pleno sentido a la vida de cada hombre y cada mujer que vienen a este mundo. Es un dinamismo como el del amor, que me lleva a salir de mí mismo no para perderme, sino para reencontrarme mientras me dono, mientras busco el bien del otro.
Juan el Bautista recorrió un largo camino para llegar a testimoniar a Jesús. El camino de la alegría no es fácil, no es un paseo. Se necesita trabajo para estar siempre en la alegría. Juan dejó todo, desde joven, para poner a Dios en primer lugar, para escuchar con todo su corazón y con todas sus fuerzas la Palabra. Juan se retiró al desierto, despojándose de todo lo superfluo, para ser más libre de seguir el viento del Espíritu Santo. Cierto, algunos rasgos de su personalidad son únicos, irrepetibles, no se pueden proponer a todos. Pero su testimonio es paradigmático para todo aquel que quiera buscar el sentido de su propia vida y encontrar la verdadera alegría. De manera especial, el Bautista es un modelo para cuantos están llamados en la Iglesia a anunciar a Cristo a los demás: pueden hacerlo solo despegándose de sí mismos y de la mundanidad, no atrayendo a las personas hacia sí sino orientándolas hacia Jesús.
La alegría es esto: orientar a Jesús. Y la alegría debe ser la característica de nuestra fe. También en los momentos oscuros, esa alegría interior de saber que el Señor está conmigo, que el Señor está con nosotros, que el Señor ha resucitado. ¡El Señor! ¡El Señor! ¡El Señor! Este es el centro de nuestra vida, este es el centro de nuestra alegría. Pensad bien hoy: ¿Cómo me comporto yo? ¿Soy una persona alegre que sabe transmitir la alegría de ser cristiano, o soy siempre como esas personas tristes que, como he dicho antes, parece que estén en un funeral? Si yo no tengo la alegría de mi fe, no podré dar testimonio y los demás dirán: “Si la fe es así de triste, mejor no tenerla”.
Rezando ahora el Ángelus, vemos todo esto realizado plenamente en la Virgen María: ella esperó en el silencio la Palabra de salvación de Dios; la escuchó, la acogió, la concibió. En ella, Dios se hizo cercano. Por eso la Iglesia llama a María “Causa de nuestra alegría”.
Palabras después del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas:
Os saludo a todos vosotros, romanos y peregrinos. De manera especial, saludo al grupo que ha venido en representación de las familias y de los niños de Roma con ocasión de la bendición de las figuras del Niño Jesús, evento organizado por el Centro Oratorios Romanos. Este año, a causa de la pandemia, sois pocos los que estáis aquí; pero sé que muchos niños y muchachos están reunidos en los oratorios y en sus casas y nos siguen a través de los medios de comunicación. Saludo a todos y cada uno, y bendigo las figuritas de Jesús que se colocarán en el belén, signo de esperanza y alegría.
En silencio, hacemos la bendición de las figuras del Niño Jesús: En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Cuando recéis en casa delante del belén con vuestros familiares, dejad que os atraiga la ternura del Niño Jesús, nacido pobre y frágil en medio de nosotros para darnos su amor.
¡Os deseo a todos un feliz domingo! No os olvidéis de la alegría. El cristiano es alegre en el corazón, incluso en las pruebas; es alegre porque está cerca de Jesús. Él es quien nos da la alegría. No os olvidéis, por favor, de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!
13.12.20
Audiencia general: Catequesis completa, “La oración de intercesión”
“Quien no ama al hermano no reza seriamente”
zenit – 16 dic. 2020).- En la audiencia general, el Papa Francisco ha abordado la oración de intercesión en la que Dios “nos toma, nos bendice y después nos parte y nos da para el hambre de todos”.
La audiencia general de hoy, 16 de diciembre de 2020, ha sido emitida desde la biblioteca del Palacio Apostólico vaticano, sin fieles, en prevención frente a la COVID-19. A lo largo de la misma, el Santo Padre ha continuado con el ciclo de catequesis sobre la oración, centrándose en el tema “La oración de intercesión” (Lectura: Ef. 6, 18-20).
Misión del cristiano
El Papa ha explicado que “quien reza no deja nunca el mundo a sus espaldas”, pues una oración que no abarca “las alegrías y los dolores, las esperanzas y las angustias de la humanidad” se convierte en una acción “decorativa”, “superficial, de teatro” e “intimista”.
Asimismo, indica que la necesidad de “retirarnos en un espacio” dedicado a “nuestra relación con Dios” no significa “evadirse de la realidad”, pues “todo cristiano está llamado a convertirse, en las manos de Dios, en pan partido y compartido. Es decir una oración concreta, que no sea una evasión”.
Puerta abierta
El Pontífice comenta que los hombres y las mujeres “de oración” buscan “escuchar mejor la voz de Dios”, y “en lo secreto de la propia habitación”, abren la “puerta de su corazón” para los que oran sin saber que lo hacen, los que no rezan pero “llevan dentro un grito sofocado” y para los que “se han equivocado y han perdido el camino”.
Del mismo modo, describe el corazón del orante como “compasivo, que reza sin excluir a nadie”, es la “voz de esa gente que sube a Jesús” con intercesiones. Ora por todos, carga “sobre sus hombros dolores y pecados”, es como “una antena de Dios en este mundo. En cada pobre que llama a la puerta, en cada persona que ha perdido el sentido de las cosas, quien reza ve el rostro de Cristo”.
Intercesión
Francisco destaca que la “verdadera oración” es la de rezar “en sintonía con la misericordia de Dios. Misericordia en relación con nuestros pecados, que es misericordioso con nosotros, pero también misericordia con todos aquellos que han pedido rezar por ellos, que [por los cuales] queremos rezar en sintonía con el corazón de Dios”. En el tiempo de la Iglesia, continúa, “la intercesión cristiana participa de la de Cristo”, es la significación de la “comunión de los santos” porque “Cristo delante del Padre es intercesor, reza por nosotros”.
Igualmente, prosigue, “quien no ama al hermano no reza seriamente”, sino que “finge rezar”, ya que la oración “solamente se da en espíritu de amor”, nunca de odio ni indiferencia.
Orar por la humanidad
Para el Obispo de Roma un orante “movido por el Espíritu Santo” reza por cada persona sin emitir juicios ni hacer selecciones, “reza por los pecadores” porque sabe que “no es demasiado diferente” de ellos. También ha recuperado la parábola del fariseo y el publicano para sentenciar que “todos somos hermanos en una comunidad de fragilidad, de sufrimientos y en el ser pecadores”.
El mundo “va adelante gracias a esta cadena de orantes que interceden y que son en su mayoría desconocidos… ¡pero no para Dios! Hay muchos cristianos desconocidos que, en tiempo de persecución, han sabido repetir las palabras de nuestro Señor: ‘Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen’ (Lc 23,34)” .
El Sucesor de Pedro recuerda que el buen pastor sigue “siendo padre también cuando sus hijos se alejan y lo abandonan”, permanece en el servicio también con quien se ensucia las manos, pues “no cierra el corazón delante de quien quizá lo ha hecho sufrir”.
La Iglesia también practica la oración de intercesión, resalta, sobre todo quien goza de responsabilidad como padres, educadores, ministros, superiores.., pues “se trata de mirar con los ojos y el corazón de Dios, con su misma invencible compasión y ternura. Rezar con ternura por los otros”.
Catequesis 19. La oración de intercesión.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Quien reza no deja nunca el mundo a sus espaldas. Si la oración no recoge las alegrías y los dolores, las esperanzas y las angustias de la humanidad, se convierte en una actividad “decorativa”, una actitud superficial, de teatro, una actitud intimista. Todos necesitamos interioridad: retirarnos en un espacio y en un tiempo dedicado a nuestra relación con Dios. Pero esto no quiere decir evadirse de la realidad. En la oración, Dios “nos toma, nos bendice, y después nos parte y nos da”, para el hambre de todos. Todo cristiano está llamado a convertirse, en las manos de Dios, en pan partido y compartido. Es decir una oración concreta, que no sea una evasión.
Así los hombres y las mujeres de oración buscan la soledad y el silencio, no para no ser molestados, sino para escuchar mejor la voz de Dios. A veces se retiran del mundo, en lo secreto de la propia habitación, como recomendaba Jesús (cfr. Mt 6,6), pero, allá donde estén, tienen siempre abierta la puerta de su corazón: una puerta abierta para los que rezan sin saber que rezan; para los que no rezan en absoluto pero llevan dentro un grito sofocado, una invocación escondida; para los que se han equivocado y han perdido el camino… Cualquiera puede llamar a la puerta de un orante y encontrar en él o en ella un corazón compasivo, que reza sin excluir a nadie. La oración es nuestro corazón y nuestra voz, y se hace corazón y voz de tanta gente que no sabe rezar o no reza, o no quiere rezar o no puede rezar: nosotros somos el corazón y la voz de esta gente que sube a Jesús, sube al Padre, como intercesores. En la soledad de quien reza —ya sea la soledad de mucho tiempo o la soledad de media hora— por rezar, se separa de todo y de todos para encontrar todo y a todos en Dios. Así el orante reza por el mundo entero, llevando sobre sus hombros dolores y pecados. Reza por todos y por cada uno: es como si fuera una “antena” de Dios en este mundo. En cada pobre que llama a la puerta, en cada persona que ha perdido el sentido de las cosas, quien reza ve el rostro de Cristo.
El Catecismo escribe: ‘Interceder, pedir en favor de otro es […] lo propio de un corazón conforme a la misericordia de Dios’ (n. 2635). Esto es muy bonito. Cuando rezamos estamos en sintonía con la misericordia de Dios. Misericordia en relación con nuestros pecados, que es misericordioso con nosotros, pero también misericordia con todos aquellos que han pedido rezar por ellos, que [por los cuales] queremos rezar en sintonía con el corazón de Dios. Esta es la verdadera oración. En sintonía con la misericordia de Dios, ese corazón misericordioso. ‘En el tiempo de la Iglesia, la intercesión cristiana participa de la de Cristo: es la expresión de la comunión de los santos’ (ibid.). ¿Qué quiere decir que se participa en la intercesión de Cristo, cuando yo intercedo por alguien o rezo por alguien? Porque Cristo delante del Padre es intercesor, reza por nosotros, y reza haciendo ver al Padre las llagas de sus manos; porque Jesús físicamente, con su cuerpo está delante del Padre. Jesús es nuestro intercesor, y rezar es un poco hacer como Jesús; interceder en Jesús al Padre, por los otros. Esto es muy bonito.
A la oración le importa el hombre. Simplemente el hombre. Quien no ama al hermano no reza seriamente. Se puede decir: en espíritu de odio no se puede rezar; en espíritu de indiferencia no se puede rezar. La oración solamente se da en espíritu de amor. Quien no ama finge rezar, o él cree que reza, pero no reza, porque falta precisamente el espíritu que es el amor. En la Iglesia, quien conoce la tristeza o la alegría del otro va más en profundidad de quien indaga los “sistemas máximos”. Por este motivo hay una experiencia del humano en cada oración, porque las personas, aunque puedan cometer errores, no deben ser nunca rechazadas o descartadas.
Cuando un creyente, movido por el Espíritu Santo, reza por los pecadores, no hace selecciones, no emite juicios de condena: reza por todos. Y reza también por sí mismo. En ese momento sabe que no es demasiado diferente de las personas por las que reza: se siente pecador, entre los pecadores, y reza por todos. La lección de la parábola del fariseo y del publicano es siempre viva y actual (cfr. Lc 18,9-14): nosotros no somos mejores que nadie, todos somos hermanos en una comunidad de fragilidad, de sufrimientos y en el ser pecadores. Por eso una oración que podemos dirigir a Dios es esta: “Señor, no es justo ante ti ningún viviente (cfr. Sal 143,2) —esto lo dice un salmo: ‘Señor, no es justo ante ti ningún viviente’, ninguno de nosotros: todos somos pecadores—, todos somos deudores que tienen una cuenta pendiente; no hay ninguno que sea impecable a tus ojos. ¡Señor ten piedad de nosotros!”. Y con este espíritu la oración es fecunda, porque vamos con humildad delante de Dios a rezar por todos. Sin embargo, el fariseo rezaba de forma soberbia: “Te doy gracias, Señor, porque yo no soy como esos pecadores; yo soy justo, hago siempre…”. Esta no es la oración: esto es mirarse al espejo, a la realidad propia, mirarse al espejo maquillado de la soberbia.
El mundo va adelante gracias a esta cadena de orantes que interceden, y que son en su mayoría desconocidos… ¡pero no para Dios! Hay muchos cristianos desconocidos que, en tiempo de persecución, han sabido repetir las palabras de nuestro Señor: ‘Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen’ (Lc 23,34).
El buen pastor permanece fiel también delante de la constatación del pecado de la propia gente: el buen pastor continúa siendo padre también cuando sus hijos se alejan y lo abandonan. Persevera en el servicio de pastor también en relación con quien lo lleva a ensuciarse las manos; no cierra el corazón delante de quien quizá lo ha hecho sufrir.
La Iglesia, en todos sus miembros, tiene la misión de practicar la oración de intercesión, intercede por los otros. En particular tiene el deber quien está en un rol de responsabilidad: padres, educadores, ministros ordenados, superiores de comunidad… Como Abraham y Moisés, a veces deben “defender” delante de Dios a las personas encomendadas a ellos. En realidad, se trata de mirar con los ojos y el corazón de Dios, con su misma invencible compasión y ternura. Rezar con ternura por los otros.
Hermanos y hermanas, todos somos hojas del mismo árbol: cada desprendimiento nos recuerda la gran piedad que debemos nutrir, en la oración, los unos por los otros. Recemos los unos por los otros: nos hará bien a nosotros y hará bien a todos. ¡Gracias!
16.12.20
Ángelus: Y nosotros, ¿qué “sí” podemos decir?
Palabras antes de la oración mariana
(20 dic. 2020).- “Hágase en mí según tu palabra”. Es la última frase de la Virgen en este último domingo de Adviento, y es la invitación a dar un paso concreto hacia la Navidad. Porque si el nacimiento de Jesús no toca la vida nuestra, la tuya, la mía, la de todos, pasa en vano. Son palabras del Papa en el Ángelus de este último domingo de Adviento.
A continuación, siguen las palabras de Francisco en el Ángelus, según la traducción no oficial ofrecida por la Oficina de Prensa de la Santa Sede.
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Palabras antes del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En este cuarto y último domingo de Adviento, el Evangelio nos propone una vez más la historia de la Anunciación. “Alégrate- dice el ángel a María- concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús” (Lc 1, 28. 31). Parece un anuncio de alegría pura, destinado a hacer feliz a la Virgen: ¿Quién entre las mujeres de esa época no soñaba con convertirse en la madre del Mesías? Pero, junto con la alegría, esas palabras predicen a María una gran prueba. ¿Por qué? Porque en aquel momento estaba “desposada” (v. 27) con José. En una situación como esa, la Ley de Moisés establecía que no debía haber relación ni cohabitación. Por lo tanto, si tenía un hijo, María habría transgredido la Ley, y las penas para las mujeres eran terribles: se preveía la lapidación (cf. Dt 22, 20-21). Ciertamente el mensaje divino habrá colmado el corazón de María de luz y fuerza; sin embargo, se encontró ante una decisión crucial: decir “sí” a Dios, arriesgándolo todo, incluso su vida, o declinar la invitación y seguir con su camino ordinario.
Qué hace? Responde así: “Hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38). Hágase: este es el famoso fiat de María. Pero en la lengua en que está escrito el Evangelio hay más. La expresión verbal indica un fuerte deseo, la firme voluntad de que algo se cumpla. En otras palabras, María no dice: “Si tiene que hacerse, que se haga.., si no puede ser de otra manera…”. No, no expresa una aceptación débil y desganada, sino un deseo fuerte y vivo. No es pasiva, sino activa. No sufre a Dios, se adhiere a Dios. Es una enamorada dispuesta a servir a su Señor en todo e inmediatamente. Podría haber pedido más tiempo para pensarlo, o más explicaciones sobre lo que pasaría; quizás podría haber puesto algunas condiciones… En cambio, no se toma tiempo, no hace esperar a Dios, no aplaza.
¡Cuántas veces nuestra vida está hecha de aplazamientos, incluso nuestra vida espiritual! Sé que me hace bien rezar, pero hoy no tengo tiempo; sé que ayudar a alguien es importante, pero hoy no puedo. Lo haré mañana, es decir, nunca. Hoy, a las puertas de la Navidad, María nos invita a no aplazar, a decir “sí”. Todo “sí” cuesta, pero siempre es menos de lo que le costó a ella ese valiente y decidido “sí”, ese “hágase en mí según tu palabra” que nos trajo la salvación.
Y nosotros, ¿qué “sí” podemos decir? En estos tiempos difíciles, en lugar de quejarnos de lo que la pandemia nos impide hacer, hagamos algo por los que tienen menos: no el enésimo regalo para nosotros y nuestros amigos, sino para una persona necesitada en la que nadie piensa. Y otro consejo: para que Jesús nazca en nosotros, vayamos a confesarnos, porque sólo así nuestro corazón se parecerá al de María: libre del mal, acogedor, dispuesto a acoger a Dios.
“Hágase en mí según tu palabra”. Es la última frase de la Virgen en este último domingo de Adviento, y es la invitación a dar un paso concreto hacia la Navidad. Porque si el nacimiento de Jesús no toca la vida nuestra, la tuya, la mía, la de todos, pasa en vano. En el Ángelus también nosotros diremos ahora: «Hágase en mí según tu palabra»: que la Virgen nos ayude a decirlo con nuestra vida.
20.12.20
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