Vaticano: “Los 100 pesebres”, en la plaza de San Pedro
Al aire libre como medida anti COVID
( 15 dic. 2020).- Desde el pasado domingo 13 de diciembre de 2020 hasta el próximo 10 de enero de 2021 podrá visitarse la tradicional exposición “Los 100 pesebres del Vaticano” en la plaza de San Pedro, decisión tomada como medida frente a la propagación de la COVID-19.
“En el drama de la pandemia la escena de la Natividad es de consuelo y esperanza”, escribe el Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización en una nota informativa: las complicaciones del coronavirus no deben impedir que la Navidad sea un “momento de alegría” o el nacimiento de Jesucristo como la “esperanza para mirar al futuro con serenidad”.
La Navidad da sentido
El comunicado apunta a que “no tendría sentido mirar hacia otro lado, con indiferencia, como si el momento dramático que vive el mundo entero no existiera”, pues la fe “requiere mirar la realidad y dar sentido a lo que está sucediendo en la historia personal y humana” y “vivir la Navidad como un paréntesis no daría razón del significado que tiene para la fe”.
Asimismo, añade que “todos podrán hacer una pausa para admirar la belleza de tantos pesebres de diferentes partes del mundo, y comprender cuánto amor e imaginación se puso en la realización del belén”.
Dios se hace hombre
El Pontificio Consejo destaca que la “sencillez de la escena descrita” puede ayudar a las personas a profundizar más en el misterio que supone que Dios se hiciera hombre, y que la cercanía hacia sus familias por el sufrimiento de la pandemia recogerá “los rostros” del personal sanitario y capellanes que cada día asisten a los enfermos y “les dan alivio”.
Tampoco olvida a “los hombres y mujeres de ciencia que no dan tregua a sus experimentos para lograr resultados que puedan finalmente revertir la curva de la pandemia y ganarla”.
La familia en el centro
La nota indica cómo la Iglesia ha tenido la intención de “vivir este mismo camino con la liturgia celebrando la Sagrada Eucaristía” durante la noche: Las tradiciones seculares, la representación del pesebre en las iglesias y la Navidad como “fiesta familiar”.
Sin embargo, continúa, muchas familias vivirán las fiestas litúrgicas “con tristeza” por haber perdido a sus seres más cercanos “que la pandemia ha arrancado de manera dramática y a menudo con formas de violencia e inhumanidad sin permitirles siquiera estar cerca de ellos para una despedida final”.
Otras familias, añade, “tendrán sus pensamientos fijos en los miembros de la familia en el hospital que se ven obligados a estar solos en estos días. La preocupación y la ansiedad sobre su destino estarán en el centro de sus pensamientos mientras intentan enviar una señal de amor y afecto”.
Por ello, concluye, “la construcción de un pequeño pesebre en nuestras casas (…) será un signo más para sostener en esta coyuntura la alegría de transmitir una tradición familiar a las generaciones más jóvenes”.
15.12.20
54ª Jornada Mundial de la Paz: Mensaje del Papa
Celebrada el próximo 1 de enero
(17 dic. 2020).- El Mensaje del Papa Francisco para la 54ª Jornada Mundial de la Paz, que se celebrará el 1 de enero de 2021 bajo el tema “La cultura del cuidado como camino de paz”, ha sido publicado hoy, 17 de diciembre de 2020.
MENSAJE DEL SANTO PADRE
FRANCISCO
PARA LA CELEBRACIÓN DE LA
54 JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ
1 DE ENERO DE 2021
La cultura del cuidado como camino de paz
- En el umbral del Año Nuevo, deseo presentar mi más respetuoso saludo a los Jefes de Estado y de Gobierno, a los responsables de las organizaciones internacionales, a los líderes espirituales y a los fieles de diversas religiones, y a los hombres y mujeres de buena voluntad. A todos les hago llegar mis mejores deseos para que la humanidad pueda progresar en este año por el camino de la fraternidad, la justicia y la paz entre las personas, las comunidades, los pueblos y los Estados.
El año 2020 se caracterizó por la gran crisis sanitaria de COVID-19, que se ha convertido en un fenómeno multisectorial y mundial, que agrava las crisis fuertemente interrelacionadas, como la climática, alimentaria, económica y migratoria, y causa grandes sufrimientos y penurias. Pienso en primer lugar en los que han perdido a un familiar o un ser querido, pero también en los que se han quedado sin trabajo. Recuerdo especialmente a los médicos, enfermeros, farmacéuticos, investigadores, voluntarios, capellanes y personal de los hospitales y centros de salud, que se han esforzado y siguen haciéndolo, con gran dedicación y sacrificio, hasta el punto de que algunos de ellos han fallecido procurando estar cerca de los enfermos, aliviar su sufrimiento o salvar sus vidas. Al rendir homenaje a estas personas, renuevo mi llamamiento a los responsables políticos y al sector privado para que adopten las medidas adecuadas a fin de garantizar el acceso a las vacunas contra el COVID-19 y a las tecnologías esenciales necesarias para prestar asistencia a los enfermos y a los más pobres y frágiles[1].
Es doloroso constatar que, lamentablemente, junto a numerosos testimonios de caridad y solidaridad, están cobrando un nuevo impulso diversas formas de nacionalismo, racismo, xenofobia e incluso guerras y conflictos que siembran muerte y destrucción.
Encuentro De Oración Por La Paz © Vatican Media
54ª Jornada Mundial de la Paz: Mensaje del Papa
Celebrada el próximo 1 de enero
(zenit – 17 dic. 2020).- El Mensaje del Papa Francisco para la 54ª Jornada Mundial de la Paz, que se celebrará el 1 de enero de 2021 bajo el tema “La cultura del cuidado como camino de paz”, ha sido publicado hoy, 17 de diciembre de 2020.
En el texto, el Santo Padre señala que el año 2020 se caracterizó “por la gran crisis sanitaria de COVID-19, que se ha convertido en un fenómeno multisectorial y mundial, que agrava las crisis fuertemente interrelacionadas, como la climática, alimentaria, económica y migratoria, y causa grandes sufrimientos y penurias”.
Recordando a las personas que han perdido a seres queridos y el trabajo y rindiendo homenaje a aquellos sectores de la sociedad que se han esforzado por aliviar el sufrimiento de los enfermos, Francisco expone que “es doloroso constatar que, lamentablemente, junto a numerosos testimonios de caridad y solidaridad, están cobrando un nuevo impulso diversas formas de nacionalismo, racismo, xenofobia e incluso guerras y conflictos que siembran muerte y destrucción”.
La cultura del cuidado
Después, explica que ha elegido el tema de este mensaje: “La cultura del cuidado como camino de paz” como una propuesta “para erradicar la cultura de la indiferencia, del rechazo y de la confrontación, que suele prevalecer hoy en día”.
Al principio del texto, el Papa propone varios apartados en los que explica el fundamento de los siguientes enunciados, basándose en las Escrituras: “Dios Creador, origen de la vocación humana al cuidado”, “Dios Creador, origen de la vocación humana al cuidado”, “Dios Creador, modelo del cuidado”, “El cuidado en el ministerio de Jesús” y “La cultura del cuidado en la vida de los seguidores de Jesús”.
Doctrina Social de la Iglesia
Después, Francisco se refiere también a “Los principios de la doctrina social de la Iglesia como fundamento de la cultura del cuidado”.
“La diakonia de los orígenes, enriquecida por la reflexión de los Padres y animada, a lo largo de los siglos, por la caridad activa de tantos testigos elocuentes de la fe, se ha convertido en el corazón palpitante de la doctrina social de la Iglesia, ofreciéndose a todos los hombres de buena voluntad como un rico patrimonio de principios, criterios e indicaciones, del que extraer la ‘gramática’ del cuidado: la promoción de la dignidad de toda persona humana, la solidaridad con los pobres y los indefensos, la preocupación por el bien común y la salvaguardia de la creación”, se lee en el texto.
La brújula para un rumbo común
“En una época dominada por la cultura del descarte, frente al agravamiento de las desigualdades dentro de las naciones y entre ellas, quisiera por tanto invitar a los responsables de las organizaciones internacionales y de los gobiernos, del sector económico y del científico, de la comunicación social y de las instituciones educativas a tomar en mano la ‘brújula’ de los principios anteriormente mencionados, para dar un rumbo común al proceso de globalización, ·un rumbo realmente humano”, apunta el Pontífice citando su encíclica Fratelli Tutti.
Esta “permitiría apreciar el valor y la dignidad de cada persona, actuar juntos y en solidaridad por el bien común, aliviando a los que sufren a causa de la pobreza, la enfermedad, la esclavitud, la discriminación y los conflictos”. A través de esta brújula, anima a todos “a convertirse en profetas y testigos de la cultura del cuidado, para superar tantas desigualdades sociales. Y esto será posible sólo con un fuerte y amplio protagonismo de las mujeres, en la familia y en todos los ámbitos sociales, políticos e institucionales”.
En este apartado, el Obispo de Roma remarca el derroche de recursos existente “para las armas, en particular para las nucleares, recursos que podrían utilizarse para prioridades más importantes a fin de garantizar la seguridad de las personas, como la promoción de la paz y del desarrollo humano integral, la lucha contra la pobreza y la satisfacción de las necesidades de salud”.
En este sentido, insiste, “qué valiente decisión sería ‘constituir con el dinero que se usa en armas y otros gastos militares un Fondo mundial para poder derrotar definitivamente el hambre y ayudar al desarrollo de los países más pobres’”.
Educar a la cultura del cuidado
Para el Papa Francisco, la promoción de la cultura del cuidado “requiere un proceso educativo” y la brújula de los principios sociales “se plantea con esta finalidad, como un instrumento fiable para diferentes contextos relacionados entre sí”.
Al respecto, ofrece algunos ejemplos, indicando que la educación para el cuidado “nace en la familia, núcleo natural y fundamental de la sociedad, donde se aprende a vivir en relación y en respeto mutuo. Sin embargo, es necesario poner a la familia en condiciones de cumplir esta tarea vital e indispensable”.
En colaboración con la familia, se encuentran la escuela y la universidad: “llamados a transmitir un sistema de valores basado en el reconocimiento de la dignidad de cada persona, de cada comunidad lingüística, étnica y religiosa, de cada pueblo y de los derechos fundamentales que derivan de estos”.
Asimismo, las religiones en general, y los líderes religiosos en particular, “pueden desempeñar un papel insustituible en la transmisión a los fieles y a la sociedad de los valores de la solidaridad, el respeto a las diferencias, la acogida y el cuidado de los hermanos y hermanas más frágiles”.
Finalmente, anima de nuevo a todos los “comprometidos al servicio de las poblaciones, en las organizaciones internacionales gubernamentales y no gubernamentales” y a los que “trabajan en el campo de la educación y la investigación” a lograr “el objetivo de una educación ‘más abierta e incluyente, capaz de la escucha paciente, del diálogo constructivo y de la mutua comprensión’”.
No hay paz sin la cultura del cuidado
Francisco sostiene que la cultura del cuidado “es un camino privilegiado para construir la paz”. En este tiempo, “en el que la barca de la humanidad, sacudida por la tempestad de la crisis, avanza con dificultad en busca de un horizonte más tranquilo y sereno, el timón de la dignidad de la persona humana y la ‘brújula’ de los principios sociales fundamentales pueden permitirnos navegar con un rumbo seguro y común”.
Como cristianos, subraya, “fijemos nuestra mirada en la Virgen María, Estrella del Mar y Madre de la Esperanza. Trabajemos todos juntos para avanzar hacia un nuevo horizonte de amor y paz, de fraternidad y solidaridad, de apoyo mutuo y acogida”.
“No cedamos a la tentación de desinteresarnos de los demás, especialmente de los más débiles; no nos acostumbremos a desviar la mirada, sino comprometámonos cada día concretamente para ‘formar una comunidad compuesta de hermanos que se acogen recíprocamente y se preocupan los unos de los otros’”, concluye.
A continuación, sigue el mensaje completo del Papa.
***
MENSAJE DEL SANTO PADRE
FRANCISCO
PARA LA CELEBRACIÓN DE LA
54 JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ
1 DE ENERO DE 2021
La cultura del cuidado como camino de paz
- En el umbral del Año Nuevo, deseo presentar mi más respetuoso saludo a los Jefes de Estado y de Gobierno, a los responsables de las organizaciones internacionales, a los líderes espirituales y a los fieles de diversas religiones, y a los hombres y mujeres de buena voluntad. A todos les hago llegar mis mejores deseos para que la humanidad pueda progresar en este año por el camino de la fraternidad, la justicia y la paz entre las personas, las comunidades, los pueblos y los Estados.
El año 2020 se caracterizó por la gran crisis sanitaria de COVID-19, que se ha convertido en un fenómeno multisectorial y mundial, que agrava las crisis fuertemente interrelacionadas, como la climática, alimentaria, económica y migratoria, y causa grandes sufrimientos y penurias. Pienso en primer lugar en los que han perdido a un familiar o un ser querido, pero también en los que se han quedado sin trabajo. Recuerdo especialmente a los médicos, enfermeros, farmacéuticos, investigadores, voluntarios, capellanes y personal de los hospitales y centros de salud, que se han esforzado y siguen haciéndolo, con gran dedicación y sacrificio, hasta el punto de que algunos de ellos han fallecido procurando estar cerca de los enfermos, aliviar su sufrimiento o salvar sus vidas. Al rendir homenaje a estas personas, renuevo mi llamamiento a los responsables políticos y al sector privado para que adopten las medidas adecuadas a fin de garantizar el acceso a las vacunas contra el COVID-19 y a las tecnologías esenciales necesarias para prestar asistencia a los enfermos y a los más pobres y frágiles[1].
Es doloroso constatar que, lamentablemente, junto a numerosos testimonios de caridad y solidaridad, están cobrando un nuevo impulso diversas formas de nacionalismo, racismo, xenofobia e incluso guerras y conflictos que siembran muerte y destrucción.
Estos y otros eventos, que han marcado el camino de la humanidad en el último año, nos enseñan la importancia de hacernos cargo los unos de los otros y también de la creación, para construir una sociedad basada en relaciones de fraternidad. Por eso he elegido como tema de este mensaje: La cultura del cuidado como camino de paz. Cultura del cuidado para erradicar la cultura de la indiferencia, del rechazo y de la confrontación, que suele prevalecer hoy en día.
- Dios Creador, origen de la vocación humana al cuidado
En muchas tradiciones religiosas, hay narraciones que se refieren al origen del hombre, a su relación con el Creador, con la naturaleza y con sus semejantes. En la Biblia, el Libro del Génesis revela, desde el principio, la importancia del cuidado o de la custodia en el proyecto de Dios por la humanidad, poniendo en evidencia la relación entre el hombre (’adam) y la tierra (’adamah), y entre los hermanos. En el relato bíblico de la creación, Dios confía el jardín “plantado en el Edén” (cf. Gn 2,8) a las manos de Adán con la tarea de “cultivarlo y cuidarlo” (cf. Gn 2,15). Esto significa, por un lado, hacer que la tierra sea productiva y, por otro, protegerla y hacer que mantenga su capacidad para sostener la vida[2]. Los verbos “cultivar” y “cuidar” describen la relación de Adán con su casa-jardín e indican también la confianza que Dios deposita en él al constituirlo señor y guardián de toda la creación.
El nacimiento de Caín y Abel dio origen a una historia de hermanos, cuya relación sería interpretada —negativamente— por Caín en términos de protección o custodia. Caín, después de matar a su hermano Abel, respondió así a la pregunta de Dios: “¿Acaso yo soy guardián de mi hermano?” (Gn 4,9)[3]. Sí, ciertamente. Caín era el “guardián” de su hermano. “En estos relatos tan antiguos, cargados de profundo simbolismo, ya estaba contenida una convicción actual: que todo está relacionado, y que el auténtico cuidado de nuestra propia vida y de nuestras relaciones con la naturaleza es inseparable de la fraternidad, la justicia y la fidelidad a los demás”[4].
- Dios Creador, modelo del cuidado
La Sagrada Escritura presenta a Dios no sólo como Creador, sino también como Aquel que cuida de sus criaturas, especialmente de Adán, de Eva y de sus hijos. El mismo Caín, aunque cayera sobre él el peso de la maldición por el crimen que cometió, recibió como don del Creador una señal de protección para que su vida fuera salvaguardada (cf. Gn 4,15). Este hecho, si bien confirma la dignidad inviolable de la persona, creada a imagen y semejanza de Dios, también manifiesta el plan divino de preservar la armonía de la creación, porque “la paz y la violencia no pueden habitar juntas”[5].
Precisamente el cuidado de la creación está en la base de la institución del Shabbat que, además de regular el culto divino, tenía como objetivo restablecer el orden social y el cuidado de los pobres (cf. Gn 1,1-3; Lv 25,4). La celebración del Jubileo, con ocasión del séptimo año sabático, permitía una tregua a la tierra, a los esclavos y a los endeudados. En ese año de gracia, se protegía a los más débiles, ofreciéndoles una nueva perspectiva de la vida, para que no hubiera personas necesitadas en la comunidad (cf. Dt 15,4).
También es digna de mención la tradición profética, donde la cumbre de la comprensión bíblica de la justicia se manifestaba en la forma en que una comunidad trataba a los más débiles que estaban en ella. Por eso Amós (2,6-8; 8) e Isaías (58), en particular, hacían oír continuamente su voz en favor de la justicia para los pobres, quienes, por su vulnerabilidad y falta de poder, eran escuchados sólo por Dios, que los cuidaba (cf. Sal 34,7; 113,7-8).
- El cuidado en el ministerio de Jesús
La vida y el ministerio de Jesús encarnan el punto culminante de la revelación del amor del Padre por la humanidad (cf. Jn 3,16). En la sinagoga de Nazaret, Jesús se manifestó como Aquel a quien el Señor ungió “para anunciar la buena noticia a los pobres, ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dejar en libertad a los oprimidos” (Lc 4,18). Estas acciones mesiánicas, típicas de los jubileos, constituyen el testimonio más elocuente de la misión que le confió el Padre. En su compasión, Cristo se acercaba a los enfermos del cuerpo y del espíritu y los curaba; perdonaba a los pecadores y les daba una vida nueva. Jesús era el Buen Pastor que cuidaba de las ovejas (cf. Jn 10,11-18; Ez 34,1-31); era el Buen Samaritano que se inclinaba sobre el hombre herido, vendaba sus heridas y se ocupaba de él (cf. Lc 10,30-37).
En la cúspide de su misión, Jesús selló su cuidado hacia nosotros ofreciéndose a sí mismo en la cruz y liberándonos de la esclavitud del pecado y de la muerte. Así, con el don de su viday su sacrificio, nos abrió el camino del amor y dice a cada uno: “Sígueme y haz lo mismo” (cf. Lc 10,37).
- La cultura del cuidado en la vida de los seguidores de Jesús
Las obras de misericordia espirituales y corporales constituyen el núcleo del servicio de caridad de la Iglesia primitiva. Los cristianos de la primera generación compartían lo que tenían para que nadie entre ellos pasara necesidad (cf. Hch 4,34-35) y se esforzaban por hacer de la comunidad un hogar acogedor, abierto a todas las situaciones humanas, listo para hacerse cargo de los más frágiles. Así, se hizo costumbre realizar ofrendas voluntarias para dar de comer a los pobres, enterrar a los muertos y sustentar a los huérfanos, a los ancianos y a las víctimas de desastres, como los náufragos. Y cuando, en períodos posteriores, la generosidad de los cristianos perdió un poco de dinamismo, algunos Padres de la Iglesia insistieron en que la propiedad es querida por Dios para el bien común. Ambrosio sostenía que “la naturaleza ha vertido todas las cosas para el bien común. […] Por lo tanto, la naturaleza ha producido un derecho común para todos, pero la codicia lo ha convertido en un derecho para unos pocos” [6]. Habiendo superado las persecuciones de los primeros siglos, la Iglesia aprovechó la libertad para inspirar a la sociedad y su cultura. “Las necesidades de la época exigían nuevos compromisos al servicio de la caridad cristiana. Las crónicas de la historia reportan innumerables ejemplos de obras de misericordia. De esos esfuerzos concertados han surgido numerosas instituciones para el alivio de todas las necesidades humanas: hospitales, hospicios para los pobres, orfanatos, hogares para niños, refugios para peregrinos, entre otras”[7].
- Los principios de la doctrina social de la Iglesia como fundamento de la cultura del cuidado
La diakonia de los orígenes, enriquecida por la reflexión de los Padres y animada, a lo largo de los siglos, por la caridad activa de tantos testigos elocuentes de la fe, se ha convertido en el corazón palpitante de la doctrina social de la Iglesia, ofreciéndose a todos los hombres de buena voluntad como un rico patrimonio de principios, criterios e indicaciones, del que extraer la “gramática” del cuidado: la promoción de la dignidad de toda persona humana, la solidaridad con los pobres y los indefensos, la preocupación por el bien común y la salvaguardia de la creación.
* El cuidado como promoción de la dignidad y de los derechos de la persona.
El concepto de persona, nacido y madurado en el cristianismo, ayuda a perseguir un desarrollo plenamente humano. Porque persona significa siempre relación, no individualismo, afirma la inclusión y no la exclusión, la dignidad única e inviolable y no la explotación”[8]. Cada persona humana es un fin en sí misma, nunca un simple instrumento que se aprecia sólo por su utilidad, y ha sido creada para convivir en la familia, en la comunidad, en la sociedad, donde todos los miembros tienen la misma dignidad. De esta dignidad derivan los derechos humanos, así como los deberes, que recuerdan, por ejemplo, la responsabilidad de acoger y ayudar a los pobres, a los enfermos, a los marginados, a cada uno de nuestros “prójimos, cercanos o lejanos en el tiempo o en el espacio” [9].
* El cuidado del bien común.
Cada aspecto de la vida social, política y económica encuentra su realización cuando está al servicio del bien común, es decir del “conjunto de aquellas condiciones de la vida social que permiten a los grupos y cada uno de sus miembros conseguir más plena y fácilmente su propia perfección” [10]. Por lo tanto, nuestros planes y esfuerzos siempre deben tener en cuenta sus efectos sobre toda la familia humana, sopesando las consecuencias para el momento presente y para las generaciones futuras. La pandemia de Covid-19 nos muestra cuán cierto y actual es esto, puesto que “nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos”[11], porque “nadie se salva solo” [12] y ningún Estado nacional aislado puede asegurar el bien común de la propia población[13].
* El cuidado mediante la solidaridad.
La solidaridad expresa concretamente el amor por el otro, no como un sentimiento vago, sino como “determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos”[14]. La solidaridad nos ayuda a ver al otro —entendido como persona o, en sentido más amplio, como pueblo o nación— no como una estadística, o un medio para ser explotado y luego desechado cuando ya no es útil, sino como nuestro prójimo, compañero de camino, llamado a participar, como nosotros, en el banquete de la vida al que todos están invitados igualmente por Dios.
* El cuidado y la protección de la creación.
La encíclica Laudato si’ constata plenamente la interconexión de toda la realidad creada y destaca la necesidad de escuchar al mismo tiempo el clamor de los necesitados y el de la creación. De esta escucha atenta y constante puede surgir un cuidado eficaz de la tierra, nuestra casa común, y de los pobres. A este respecto, deseo reafirmar que “no puede ser real un sentimiento de íntima unión con los demás seres de la naturaleza si al mismo tiempo en el corazón no hay ternura, compasión y preocupación por los seres humanos” [15]. “Paz, justicia y conservación de la creación son tres temas absolutamente ligados, que no podrán apartarse para ser tratados individualmente so pena de caer nuevamente en el reduccionismo” [16].
- La brújula para un rumbo común
En una época dominada por la cultura del descarte, frente al agravamiento de las desigualdades dentro de las naciones y entre ellas[17], quisiera por tanto invitar a los responsables de las organizaciones internacionales y de los gobiernos, del sector económico y del científico, de la comunicación social y de las instituciones educativas a tomar en mano la “brújula” de los principios anteriormente mencionados, para dar un rumbo común al proceso de globalización, “un rumbo realmente humano”[18]. Esta permitiría apreciar el valor y la dignidad de cada persona, actuar juntos y en solidaridad por el bien común, aliviando a los que sufren a causa de la pobreza, la enfermedad, la esclavitud, la discriminación y los conflictos. A través de esta brújula, animo a todos a convertirse en profetas y testigos de la cultura del cuidado, para superar tantas desigualdades sociales. Y esto será posible sólo con un fuerte y amplio protagonismo de las mujeres, en la familia y en todos los ámbitos sociales, políticos e institucionales.
La brújula de los principios sociales, necesaria para promover la cultura del cuidado, es también indicativa para las relaciones entre las naciones, que deberían inspirarse en la fraternidad, el respeto mutuo, la solidaridad y el cumplimiento del derecho internacional. A este respecto, debe reafirmarse la protección y la promoción de los derechos humanos fundamentales, que son inalienables, universales e indivisibles[19].
También cabe mencionar el respeto del derecho humanitario, especialmente en este tiempo en que los conflictos y las guerras se suceden sin interrupción. Lamentablemente, muchas regiones y comunidades ya no recuerdan una época en la que vivían en paz y seguridad. Muchas ciudades se han convertido en epicentros de inseguridad: sus habitantes luchan por mantener sus ritmos normales porque son atacados y bombardeados indiscriminadamente por explosivos, artillería y armas ligeras. Los niños no pueden estudiar. Los hombres y las mujeres no pueden trabajar para mantener a sus familias. La hambruna echa raíces donde antes era desconocida. Las personas se ven obligadas a huir, dejando atrás no sólo sus hogares, sino también la historia familiar y las raíces culturales.
Las causas del conflicto son muchas, pero el resultado es siempre el mismo: destrucción y crisis humanitaria. Debemos detenernos y preguntarnos: ¿qué ha llevado a la normalización de los conflictos en el mundo? Y, sobre todo, ¿cómo podemos convertir nuestro corazón y cambiar nuestra mentalidad para buscar verdaderamente la paz en solidaridad y fraternidad?
Cuánto derroche de recursos hay para las armas, en particular para las nucleares[20], recursos que podrían utilizarse para prioridades más importantes a fin de garantizar la seguridad de las personas, como la promoción de la paz y del desarrollo humano integral, la lucha contra la pobreza y la satisfacción de las necesidades de salud. Además, esto se manifiesta a causa de los problemas mundiales como la actual pandemia de Covid-19 y el cambio climático. Qué valiente decisión sería “constituir con el dinero que se usa en armas y otros gastos militares ‘un Fondo mundial’ para poder derrotar definitivamente el hambre y ayudar al desarrollo de los países más pobres”[21].
- Para educar a la cultura del cuidado
La promoción de la cultura del cuidado requiere un proceso educativo y la brújula de los principios sociales se plantea con esta finalidad, como un instrumento fiable para diferentes contextos relacionados entre sí. Me gustaría ofrecer algunos ejemplos al respecto.
— La educación para el cuidado nace en la familia, núcleo natural y fundamental de la sociedad, donde se aprende a vivir en relación y en respeto mutuo. Sin embargo, es necesario poner a la familia en condiciones de cumplir esta tarea vital e indispensable.
— Siempre en colaboración con la familia, otros sujetos encargados de la educación son la escuela y la universidad y, de igual manera, en ciertos aspectos, los agentes de la comunicación social[22]. Dichos sujetos están llamados a transmitir un sistema de valores basado en el reconocimiento de la dignidad de cada persona, de cada comunidad lingüística, étnica y religiosa, de cada pueblo y de los derechos fundamentales que derivan de estos. La educación constituye uno de los pilares más justos y solidarios de la sociedad.
— Las religiones en general, y los líderes religiosos en particular, pueden desempeñar un papel insustituible en la transmisión a los fieles y a la sociedad de los valores de la solidaridad, el respeto a las diferencias, la acogida y el cuidado de los hermanos y hermanas más frágiles. A este respecto, recuerdo las palabras del Papa Pablo VI dirigidas al Parlamento ugandés en 1969: “No temáis a la Iglesia. Ella os honra, os forma ciudadanos honrados y leales, no fomenta rivalidades ni divisiones, trata de promover la sana libertad, la justicia social, la paz; si tiene alguna preferencia es para los pobres, para la educación de los pequeños y del pueblo, para la asistencia a los abandonados y a cuantos sufren”[23].
— A todos los que están comprometidos al servicio de las poblaciones, en las organizaciones internacionales gubernamentales y no gubernamentales, que desempeñan una misión educativa, y a todos los que, de diversas maneras, trabajan en el campo de la educación y la investigación, los animo nuevamente, para que se logre el objetivo de una educación “más abierta e incluyente, capaz de la escucha paciente, del diálogo constructivo y de la mutua comprensión” [24]. Espero que esta invitación, hecha en el contexto del Pacto educativo global, reciba un amplio y renovado apoyo.
- No hay paz sin la cultura del cuidado
La cultura del cuidado, como compromiso común, solidario y participativo para proteger y promover la dignidad y el bien de todos, como una disposición al cuidado, a la atención, a la compasión, a la reconciliación y a la recuperación, al respeto y a la aceptación mutuos, es un camino privilegiado para construir la paz. “En muchos lugares del mundo hacen falta caminos de paz que lleven a cicatrizar las heridas, se necesitan artesanos de paz dispuestos a generar procesos de sanación y de reencuentro con ingenio y audacia” [25].
En este tiempo, en el que la barca de la humanidad, sacudida por la tempestad de la crisis, avanza con dificultad en busca de un horizonte más tranquilo y sereno, el timón de la dignidad de la persona humana y la “brújula” de los principios sociales fundamentales pueden permitirnos navegar con un rumbo seguro y común. Como cristianos, fijemos nuestra mirada en la Virgen María, Estrella del Mar y Madre de la Esperanza. Trabajemos todos juntos para avanzar hacia un nuevo horizonte de amor y paz, de fraternidad y solidaridad, de apoyo mutuo y acogida. No cedamos a la tentación de desinteresarnos de los demás, especialmente de los más débiles; no nos acostumbremos a desviar la mirada[26], sino comprometámonos cada día concretamente para “formar una comunidad compuesta de hermanos que se acogen recíprocamente y se preocupan los unos de los otros”[27].
Vaticano, 8 de diciembre de 2020
Francisco
17.12,20
El Papa al ‘Theologisches Studienjahr’: “Sois testigos” de una “fe vivida”
Saludo del Santo Padre
Saludo del Santo Padre
Queridos amigo, ¡buenos días!
Me alegro de dar la bienvenida a todos vosotros, estudiantes y responsables del Theologisches Studienjahr de la Abadía de la Dormición de la Santísima Virgen María en Jerusalén. Debido a la actual pandemia, este año, por primera vez, el programa de estudio no puede desarrollarse en Tierra Santa, sino que se lleva a cabo en el Pontificio Ateneo San Anselmo de Roma. La divina Providencia nos ha concedido así esta ocasión de encontrarnos en el Vaticano.
Como jóvenes que estudian Teología, sois testigos para vuestros compañeros y para los hombres y mujeres de hoy de la importancia de Dios en la vida y de la plenitud que aporta una fe vivida. Será vuestra tarea entrar en diálogo con un mundo en el que parece haber cada vez menos espacio para la religión. Una tarea que compartimos con todos los creyentes de las diferentes religiones, sabiendo que hacer presente a Dios es un bien para nuestras sociedades. Estamos convencidos de que las religiones ofrecen una valiosa contribución para la construcción de la fraternidad y para la defensa de la justicia en la sociedad. Y por otro lado, creemos que cuando, por varios motivos se quiere expulsar a Dios de la sociedad, se acaba por adorar ídolo y seguida el hombre se pierde. (cf. Enc. Fratelli tutti, 271; 274)
Espero que este Theologisches Studienjahr sea una etapa importante en vuestro camino formativo, espiritual y humano, y que después de este “exilio” tengáis pronto la oportunidad de conocer de cerca la “tierra prometida”, los lugares santos de la Biblia. Cuando dentro de una semana celebremos la Santa Navidad todos seremos peregrinos en espíritu en la gruta de Belén. Que Emmanuel os llene de su alegría y su paz, y os haga verdaderos testigos del Dios-con-nosotros. Que el Señor os bendiga y os guarde a vosotros y a todos vuestros seres queridos. Y por favor no os olvidéis de rezar por mí.
18.12.20
Navidad: Discurso del Papa al Colegio Cardenalicio y la Curia Romana
Reflexión sobre la crisis actual
– 21 dic. 2020)-. Con ocasión del intercambio de saludos por la Navidad, el Papa Francisco ha recibido en audiencia a los miembros del Colegio Cardenalicio y de la Curia Romana hoy, 21 de diciembre de 2020.
La Navidad de la pandemia
El Papa se refirió a que esta es la Navidad de la pandemia, de la crisis sanitaria, socioeconómica e incluso eclesial que ha lacerado cruelmente al mundo entero: “Este flagelo ha sido una prueba importante y, al mismo tiempo, una gran oportunidad para convertirnos y recuperar la autenticidad”.
Asimismo, remitiendo al momento extraordinario de oración por el fin de la pandemia del 27 de marzo, describió el significado de la tempestad que golpea al mundo: “La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades. Nos muestra cómo habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida y a nuestra comunidad…”.
El sustento de una comunidad
Asimismo, recuerda sus palabras al principio de la encíclica: “Anhelo que en esta época que nos toca vivir, reconociendo la dignidad de cada persona humana, podamos hacer renacer entre todos un deseo mundial de hermandad. Entre todos: ‘He ahí un hermoso secreto para soñar y hacer de nuestra vida una hermosa aventura. Nadie puede pelear la vida aisladamente’ […]. Se necesita una comunidad que nos sostenga, que nos ayude y en la que nos ayudemos unos a otros a mirar hacia delante”.
Reflexión sobre la crisis
Para el Obispo de Roma, esta crisis generada por el coronavirus constituye una oportunidad para hacer una breve reflexión sobre el significado de la crisis: “La crisis es un fenómeno que afecta a todo y a todos. Está presente en todas partes y en todos los períodos de la historia, abarca las ideologías, la política, la economía, la tecnología, la ecología, la religión. Es una etapa obligatoria en la historia personal y social”.
Esta, continúa, “se manifiesta como un acontecimiento extraordinario, que siempre causa una sensación de inquietud, ansiedad, desequilibrio e incertidumbre en las decisiones que se deben tomar. Como recuerda la raíz etimológica del verbo krino: la crisis es esa criba que limpia el grano de trigo después de la cosecha”.
En este sentido, el Sucesor de Pedro explica que la Biblia está llena de personas que han sido “tamizadas”, de “personajes en crisis” que, sin embargo, a través de las mismas cumplen la historia de la salvación: Abrahán, Moisés, Elías, Juan el Bautista y Pablo de Tarso.
No obstante, la crisis “más elocuente fue la de Jesús”. Los Evangelios sinópticos enfatizan que Él inauguró su vida pública “a través de la experiencia de la crisis vivida en las tentaciones”. Después, Jesús se enfrentó a una crisis indescriptible en Getsemaní y, finalmente, llegó la crisis extrema en la Cruz: “la solidaridad con los pecadores hasta el punto de sentirse abandonado por el Padre”.
Crisis de la Iglesia
No obstante, prosigue, “Dios sigue haciendo germinar las semillas de su Reino entre nosotros. Aquí en la Curia hay muchos que dan testimonio con su trabajo humilde, discreto, silencioso, leal, profesional y honesto”. Nuestra época “también tiene sus problemas, pero también tiene el testimonio vivo del hecho de que el Señor no ha abandonado a su pueblo, con la única diferencia de que los problemas aparecen inmediatamente en los periódicos, en cambio los signos de esperanza son noticia sólo después de mucho tiempo, y no siempre.”
Quienes no miran la crisis a la luz del Evangelio, se limitan a hacer la autopsia de un cadáver. La crisis nos asusta no sólo porque nos hemos olvidado de evaluarla como nos invita el Evangelio, sino porque nos hemos olvidado de que el Evangelio es el primero que nos pone en crisis”, matizó.
No confundir crisis con conflicto
Por otro lado, el Papa Francisco exhortó “a no confundir la crisis con el conflicto”. La crisis “generalmente tiene un resultado positivo”, mientras que el conflicto “siempre crea un contraste, una rivalidad, un antagonismo aparentemente sin solución”.
La lógica del conflicto “siempre busca ‘culpables’ a quienes estigmatizar y despreciar y ‘justos’ a quienes justificar, para introducir la conciencia —muchas veces mágica— de que esta o aquella situación no nos pertenece”.
Así, la Iglesia, “entendida con las categorías de conflicto —derecha e izquierda, progresista y tradicionalista—, fragmenta, polariza, pervierte y traiciona su verdadera naturaleza”. La Iglesia es “un Cuerpo perpetuamente en crisis, precisamente porque está vivo, pero nunca debe convertirse en un Cuerpo en conflicto, con ganadores y perdedores”.
En contraposición, el Santo Padre indica que “la novedad introducida por la crisis que desea el Espíritu no es nunca una novedad en oposición a lo antiguo, sino una novedad que brota de lo antiguo y que siempre la hace fecunda”.
“De cada crisis emerge siempre una adecuada necesidad de renovación” pero, sostiene el Papa, si realmente queremos una renovación, “debemos tener la valentía de estar dispuestos a todo; debemos dejar de pensar en la reforma de la Iglesia como un remiendo en un vestido viejo, o la simple redacción de una nueva Constitución apostólica”.
No se trata de “remendar un vestido”, porque la Iglesia no es simplemente el “vestido” de Cristo, sino su cuerpo que abarca toda la historia. Nosotros no estamos llamados a cambiar o reformar el Cuerpo de Cristo —‘Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre’ (Hb 13,8)—, sino que estamos llamados a vestir ese mismo Cuerpo con un vestido nuevo, para que se manifieste claramente que la Gracia que se posee no viene de nosotros sino de Dios”.
“Si nos dejamos guiar por el Espíritu Santo, cada día nos acercaremos más a ‘toda la verdad’ (Jn 16,13). Por el contrario, sin la gracia del Espíritu Santo, podemos incluso comenzar a pensar en la Iglesia de modo sinodal, pero, en lugar de hacer referencia a la comunión, se la concibe como una asamblea democrática cualquiera, formada por mayorías y minorías. Sólo la presencia del Espíritu Santo hace la diferencia”, clarificó Francisco.
¿Qué hacer durante la crisis?
En primer lugar, el Pontífice sostiene que es preciso aceptar la crisis “como un tiempo de gracia que se nos ha dado para descubrir la voluntad de Dios para cada uno de nosotros y para toda la Iglesia”. Es necesario “entrar en la lógica aparentemente contradictoria de que ‘cuando soy débil, ¡entonces soy fuerte!’ (2 Co 12,10)”.
También, se debe recordar “la garantía que dio san Pablo a los de corinto: ‘Dios es fiel, y él no permitirá que sean probados por encima de sus fuerzas, sino que junto con la prueba hará que encuentren el modo de sobrellevarla’ (1 Co 10,13)”.
Y es fundamental “no interrumpir el diálogo con Dios, aunque sea agotador. No debemos cansarnos de rezar siempre (cf. Lc 21,36; 1 Ts 5,17)”, pues “no conocemos otra solución a los problemas que estamos experimentando que rezar más y, al mismo tiempo, hacer todo lo que podemos con mayor confianza”.
Discurso del Santo Padre
Queridos hermanos y hermanas:
- La Navidad es el misterio del nacimiento de Jesús de Nazaret que nos recuerda que “los hombres, aunque han de morir, no han nacido para eso sino para comenzar”[1], como observa de modo tan brillante e incisivo Hanna Arendt, la filósofa hebrea que desmonta el pensamiento de su maestro Heidegger, según el cual el hombre nace para ser arrojado a la muerte. Sobre las ruinas de los totalitarismos del siglo veinte, Arendt reconoce esta verdad luminosa: “El milagro que salva al mundo, a la esfera de los asuntos humanos, de su ruina normal y ‘natural’ es en último término el hecho de la natalidad. […] Esta fe y esperanza en el mundo encontró tal vez su más gloriosa y sucinta expresión en las pocas palabras que en los evangelios anuncian la gran alegría: ‘Les ha nacido hoy un Salvador’”[2].
- Ante el Misterio de la Encarnación, junto al Niño acostado en un pesebre (cf. Lc2,16), así como frente al Misterio Pascual, en presencia del hombre crucificado, encontramos el lugar adecuado sólo si somos inermes, humildes, esenciales; sólo después de haber puesto en práctica en el ambiente en el que vivimos —incluyendo la Curia Romana— el programa de vida sugerido por san Pablo: “Desaparezca de ustedes toda amargura, ira, enojo, insulto, injurias y cualquier tipo de maldad. Sean bondadosos unos con otros, sean compasivos y perdónense mutuamente, así como Dios los perdonó en Cristo” (Ef4,31-32); sólo “revestidos de humildad” (cf. 1 P 5,5), imitando a Jesús “manso y humilde de corazón” (Mt 11, 29); sólo después de habernos colocado “en el último puesto” (Lc 14,10) y habernos hecho “siervos de todos” (cf. Mc 10,44). Y a este propósito, san Ignacio en sus Ejercicios llega hasta el punto de pedir que nos imaginemos estar en la escena del nacimiento, “haciéndome yo —escribe— un pobrecito y esclavito indigno, mirándolos, contemplándolos y sirviéndolos en sus necesidades” (114).
Agradezco al cardenal Decano su amable saludo en esta Navidad, que ha manifestado los sentimientos de todos. Gracias, cardenal Re, gracias.
- Esta Navidad es la Navidad de la pandemia, de la crisis sanitaria, de la crisis socioeconómica e incluso eclesial que ha lacerado cruelmente al mundo entero. La crisis ha dejado de ser un lugar común del discurso y del establishment intelectual para transformarse en una realidad compartida por todos. Este flagelo ha sido una prueba importante y, al mismo tiempo, una gran oportunidad para convertirnos y recuperar la autenticidad.
Cuando el pasado 27 de marzo, en la Plaza de San Pedro, ante la plaza vacía pero llena de una pertenencia común que nos une con cada rincón de la tierra, cuando allí quise rezar por todos y con todos; tuve la oportunidad de decir en voz alta el significado posible de la “tempestad” (cf. Mc 4,35-41) que había golpeado al mundo: “La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades. Nos muestra cómo habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida y a nuestra comunidad. La tempestad pone al descubierto todos los intentos de encajonar y olvidar lo que nutrió el alma de nuestros pueblos; todas esas tentativas de anestesiar con aparentes rutinas ‘salvadoras’, incapaces de apelar a nuestras raíces y evocar la memoria de nuestros ancianos, privándonos así de la inmunidad necesaria para hacerle frente a la adversidad. Con la tempestad, se cayó el maquillaje de esos estereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos siempre pretenciosos de querer aparentar; y dejó al descubierto, una vez más, esa (bendita) pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa pertenencia de hermanos”.
- La Providencia quiso que en este tiempo difícil haya podido escribir Fratelli tutti, la Encíclica dedicada al tema de la fraternidad y de la amistad social. Y una gran lección nos llega de los Evangelios de la infancia, donde se narra el nacimiento de Jesús, es la de una nueva complicidad —una nueva complicidad— y unión que se crea entre los protagonistas: María, José, los pastores, los magos y todos aquellos que, de un modo u otro, ofrecieron su fraternidad, su amistad para que el Verbo que se hizo carne fuera acogido en las tinieblas de la historia (cf. Jn1,14). Esto escribí al principio de esta Encíclica: “Anhelo que en esta época que nos toca vivir, reconociendo la dignidad de cada persona humana, podamos hacer renacer entre todos un deseo mundial de hermandad. Entre todos: ‘He ahí un hermoso secreto para soñar y hacer de nuestra vida una hermosa aventura. Nadie puede pelear la vida aisladamente. […] Se necesita una comunidad que nos sostenga, que nos ayude y en la que nos ayudemos unos a otros a mirar hacia delante. ¡Qué importante es soñar juntos! […] Solos se corre el riesgo de tener espejismos, en los que ves lo que no hay; los sueños se construyen juntos’[3]. Soñemos como una única humanidad, como caminantes hechos de
- la misma carne humana, como hijos de esta misma tierra que nos cobija a todos, cada uno con la riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno con su propia voz, todos hermanos” (n. 8)
- La crisis de la pandemia es una buena oportunidad para hacer una breve reflexión sobre el significado de la crisis, que puede ayudar a todos.
- Hermanos y hermanas: esta reflexión sobre la crisis nos pone en guardia ante el peligro de juzgar precipitadamente a la Iglesia por las crisis que causaron los escándalos de ayer y de hoy, como lo hizo el profeta Elías que, al desahogarse con el Señor, le presentó una narración desesperanzadora de la realidad: “¡Me consumo de celo por el Señor, Dios del universo, porque los israelitas han abandonado tu Alianza, han derribado tus altares y han matado a tus profetas por la espada: he quedado yo solo y buscan también quitarme la vida!” (1 R19,14). Y con qué frecuencia incluso nuestros análisis eclesiales parecen historias sin esperanza. Una lectura desesperada de la realidad no se puede llamar realista. La esperanza da a nuestros análisis lo que nuestra mirada miope es tan a menudo incapaz de percibir. Dios responde a Elías que la realidad no es como la percibió: “Regresa por tu camino hacia el desierto de Damasco. […] He dejado en Israel siete mil personas, todas las rodillas que no se doblaron ante Baal y todas las bocas que no lo besaron” (1 R19,15.18). No es verdad que él estuviera solo: está en crisis. Dios sigue haciendo germinar las semillas de su Reino entre nosotros. Aquí en la Curia hay muchos que dan testimonio con su el trabajo humilde, discreto, sin chismorreos, silencioso, leal, profesional y honesto. Son muchos entre ustedes, gracias. Nuestra época también tiene sus problemas, pero también tiene el testimonio vivo del hecho de que el Señor no ha abandonado a su pueblo, con la única diferencia de que los problemas aparecen inmediatamente en los periódicos —esto está al orden del día—, en cambio los signos de esperanza son noticia sólo después de mucho tiempo, y no siempre.
Quienes no miran la crisis a la luz del Evangelio, se limitan a hacer la autopsia de un cadáver: miran la crisis, pero sin la esperanza del Evangelio, sin la luz del Evangelio. La crisis nos asusta no sólo porque nos hemos olvidado de evaluarla como nos invita el Evangelio, sino porque nos hemos olvidado de que el Evangelio es el primero que nos pone en crisis[4]. Es el Evangelio el que nos pone en crisis. Pero si volvemos a encontrar el valor y la humildad de decir en voz alta que el tiempo de crisis es un tiempo del Espíritu, entonces, incluso ante la experiencia de la oscuridad, la debilidad, la fragilidad, las contradicciones, el desconcierto, ya no nos sentiremos agobiados, sino que mantendremos constantemente una confianza íntima de que las cosas van a cambiar, que surge exclusivamente de la experiencia de una Gracia escondida en la oscuridad. “Porque el oro se purifica con el fuego, y los que agradan a Dios, en el horno de la humillación” (Si 2,5).
- Por último, quisiera exhortarlos a no confundir la crisis con el conflicto: son dos realidades diferentes. La crisis generalmente tiene un resultado positivo, mientras que el conflicto siempre crea un contraste, una rivalidad, un antagonismo aparentemente sin solución, entre sujetos divididos en amigos para amar y enemigos contra los que pelear, con la consiguiente victoria de una de las partes.
La lógica del conflicto siempre busca “culpables” a quienes estigmatizar y despreciar y “justos” a quienes justificar, para introducir la conciencia —muchas veces mágica— de que esta o aquella situación no nos pertenece. Esta pérdida del sentido de pertenencia común favorece el crecimiento o la afirmación de ciertas actitudes de carácter elitista y de “grupos cerrados” que promueven lógicas limitadoras y parciales, que empobrecen la universalidad de nuestra misión. “Cuando nos detenemos en la coyuntura conflictiva, perdemos el sentido de la unidad profunda de la realidad” (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 226). La Iglesia, entendida con las categorías de conflicto —derecha e izquierda, progresista y tradicionalista—, fragmenta, polariza, pervierte y traiciona su verdadera naturaleza. La Iglesia es un Cuerpo perpetuamente en crisis, precisamente porque está vivo, pero nunca debe convertirse en un Cuerpo en conflicto, con ganadores y perdedores. En efecto, de esta manera difundirá temor, se hará más rígida, menos sinodal, e impondrá una lógica uniforme y uniformadora, tan alejada de la riqueza y la pluralidad que el Espíritu ha dado a su Iglesia.
La novedad introducida por la crisis que desea el Espíritu no es nunca una novedad en oposición a lo antiguo, sino una novedad que brota de lo antiguo y que siempre la hace fecunda. Jesús usa una expresión que explica este pasaje de un modo sencillo y claro: “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto” (Jn 12,24). El acto de morir de la semilla es un acto ambivalente, porque al mismo tiempo marca el final de algo y el comienzo de otro. Llamamos al mismo momento muerte-descomponerse y nacimiento-germinar porque son la misma realidad. Ante nuestros ojos vemos un final y al mismo tiempo en ese final se manifiesta un comienzo nuevo.
En este sentido, toda la resistencia que ponemos cuando entramos en crisis, a la que nos conduce el Espíritu en el momento de la prueba, nos condena a permanecer solos y estériles, al máximo en conflicto. Al defendernos de la crisis, obstruimos la obra de la Gracia de Dios que quiere manifestarse en nosotros y a través de nosotros. Por lo tanto, si un cierto realismo nos muestra nuestra historia reciente sólo como la suma de intentos fallidos, de escándalos, de caídas, de pecados, de contradicciones, de cortocircuitos en el testimonio, no debemos temer, ni negar la evidencia de todo lo que en nosotros y en nuestras comunidades está afectado por la muerte y necesita conversión. Todo lo que de mal, contradictorio, débil y frágil se manifiesta abiertamente nos recuerda aún más fuertemente la necesidad de morir a una forma de ser, de razonar y de actuar que no refleja el Evangelio. Sólo muriendo a una cierta mentalidad se logrará también dar espacio a la novedad que el Espíritu suscita constantemente en el corazón de la Iglesia. Los Padres de la Iglesia eran conscientes de esto, que llamaron “metanoia”.
- De cada crisis emerge siempre una adecuada necesidad de renovación: es un paso adelante. Pero si realmente queremos una renovación, debemos tener la valentía de estar dispuestos a todo; debemos dejar de pensar en la reforma de la Iglesia como un remiendo en un vestido viejo, o la simple redacción de una nueva Constitución apostólica. La reforma de la Iglesia es algo diferente.
- ¿Qué hacer durante la crisis? En primer lugar, aceptarla como un tiempo de gracia que se nos ha dado para descubrir la voluntad de Dios para cada uno de nosotros y para toda la Iglesia. Es necesario entrar en la lógica aparentemente contradictoria de que “cuando soy débil, ¡entonces soy fuerte!” (2 Co12,10). Se debe recordar la garantía que dio san Pablo a los de Corinto: “Dios es fiel, y él no permitirá que sean probados por encima de sus fuerzas, sino que junto con la prueba hará que encuentren el modo de sobrellevarla” (1 Co10,13).
- Queridos hermanos y hermanas: Conservemos una profunda paz y serenidad, con la plena certeza de que todos nosotros, y yo en primer lugar, somos solamente “servidores a los que nada hay que agradecer” (Lc17,10), de los que el Señor ha tenido misericordia. Por eso sería bueno que dejáramos de vivir en conflicto y volviéramos en cambio a sentirnos en camino, abiertos a la crisis. El camino siempre tiene que ver con verbos de movimiento. La crisis es movimiento, es parte del camino. El conflicto, en cambio, es un camino falso, es un vagar sin objetivo ni finalidad, es quedarse en el laberinto, es sólo una pérdida de energía y una oportunidad para el mal. Y el primer mal al que nos lleva el conflicto, y del que debemos tratar de alejarnos, es propiamente la murmuración. ¡Tengamos cuidado con esto! No es una manía que tengo de hablar contra el chismorreo; es la denuncia de un mal que entra en la Curia; aquí en el Palacio hay tantas puertas y ventanas y entra, y nos acostumbramos a esto. El chismorreo, que nos encierra en la más triste, desagradable y sofocante autorreferencia, y convierte cada crisis en un conflicto. El Evangelio nos dice que los pastores creyeron en el anuncio del ángel y se pusieron en camino hacia Jesús (cf. Lc 2,15-16). Herodes, por el contrario, se cerró ante el relato de los magos y transformó su cerrazón en mentiras y violencia (cf. Mt 2,1-16).
La crisis es un fenómeno que afecta a todo y a todos. Está presente en todas partes y en todos los períodos de la historia, abarca las ideologías, la política, la economía, la tecnología, la ecología, la religión. Es una etapa obligatoria en la historia personal y en la historia social. Se manifiesta como un acontecimiento extraordinario, que siempre causa una sensación de inquietud, ansiedad, desequilibrio e incertidumbre en las decisiones que se deben tomar. Como recuerda la raíz etimológica del verbo krino: la crisis es esa criba que limpia el grano de trigo después de la cosecha.
Incluso la Biblia está llena de personas que han sido “tamizadas”, de “personajes en crisis” que, sin embargo, a través de estas cumplen la historia de la salvación.
La crisis de Abrahán, que abandonó su tierra (cf. Gn 12,1-2) y tuvo que vivir la gran prueba de tener que sacrificar su único hijo a Dios (cf. Gn 22,1-19), se resolvió desde el punto de vista teológico con el nacimiento de un nuevo pueblo. Pero este nacimiento no evitó que Abrahán viviera un drama en el que la confusión y el desconcierto no prevalecieran sólo gracias a la fuerza de su fe.
La crisis de Moisés se manifestó en la desconfianza de sí mismo: “¿Quién soy yo para ir al faraón y sacar a los israelitas de Egipto?” (Ex 3,11); “yo nunca he sido un hombre con facilidad de palabra, […] pues soy torpe de boca y de lengua” (Ex 4,10); “no sé hablar” (Ex 6,12.30). Por eso trató de escapar de la misión que Dios le había confiado: “Señor, envía a otros” (cf. Ex 4,13). Pero a través de esa crisis, Dios hizo a Moisés su siervo, que guio al pueblo fuera de Egipto.
Elías, el profeta tan fuerte que era comparado con el fuego (cf. Sir 48,1), en un momento de gran crisis incluso anheló la muerte, pero luego experimentó la presencia de Dios no en el viento impetuoso, ni en el terremoto, ni en el fuego, sino en “el susurro de una brisa suave” (cf. 1 R 19,11-12). La voz de Dios nunca está en el ruido de la crisis, sino en la voz silenciosa que nos habla dentro de la crisis misma.
A Juan el Bautista le asaltó la duda sobre la identidad mesiánica de Jesús (cf. Mt 11,2-6), porque no se presentaba como el libertador que tal vez esperaba (cf. Mt 3,11-12); sin embargo, fue precisamente el encarcelamiento de Juan el evento que llevó a Jesús a comenzar la predicación del Evangelio de Dios (cf. Mc 1,14).
Y finalmente, la crisis teológica de Pablo de Tarso: sacudido por el deslumbrante encuentro con Cristo en el camino de Damasco (cf. Hch 9,1-19; Ga 1,15-16), se vio obligado a dejar sus seguridades para seguir a Jesús (cf. Flp 3,4-10). San Pablo fue en efecto un hombre que se dejó transformar por la crisis y, por esta razón, fue el artífice de aquella crisis que llevó a la Iglesia fuera del recinto de Israel para llegar a los confines de la tierra.
Podríamos ampliar la lista de personajes bíblicos, y en ella cada uno de nosotros podría encontrar su lugar. Son muchos.
Pero la crisis más elocuente fue la de Jesús. Los Evangelios sinópticos enfatizan que Él inauguró su vida pública a través de la experiencia de la crisis vivida en las tentaciones. Aunque pareciera que el protagonista de esa situación fuera el diablo con sus falsas propuestas, en realidad el verdadero protagonista era el Espíritu Santo. De hecho, Él era quien conducía a Jesús en ese momento decisivo de su vida: “Enseguida, el Espíritu llevó a Jesús al desierto para ser puesto a prueba por el Diablo” (Mt 4,1).
Los evangelistas subrayan que los cuarenta días que Jesús pasó en el desierto estuvieron marcados por la experiencia del hambre y de la debilidad (cf. Mt 4,2; Lc 4,2). Y es precisamente en el trasfondo de esa hambre y debilidad donde el Maligno intentó jugar su mejor carta, aprovechándose de la humanidad cansada de Jesús. Pero, en ese hombre probado por el ayuno, el Tentador experimentó la presencia del Hijo de Dios que supo cómo vencer la tentación a través de la Palabra de Dios, no a través de la suya. Jesús nunca dialogó con el diablo, nunca; y nosotros debemos aprender esto: con el diablo nunca se dialoga. Jesús o lo expulsaba, o lo obligaba a manifestar su nombre. Pero con el diablo nunca se dialoga.
Más tarde, Jesús se enfrentó a una crisis indescriptible en Getsemaní: soledad, miedo, angustia, la traición de Judas y el abandono de los Apóstoles (cf. Mt 26,36-50). Por último, llegó la crisis extrema en la Cruz: la solidaridad con los pecadores hasta el punto de sentirse abandonado por el Padre (cf. Mt 27,46). A pesar de ello, Él, con confianza total, “entregó su espíritu en las manos del Padre” (cf. Lc 23,46). Y su abandono pleno y confiado abrió el camino a la Resurrección (cf. Hb 5,7).
No se trata de “remendar un vestido”, porque la Iglesia no es simplemente el “vestido” de Cristo, sino su cuerpo que abarca toda la historia (cf. 1 Co 12,27). Nosotros no estamos llamados a cambiar o reformar el Cuerpo de Cristo —“Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre” (Hb 13,8)—, sino que estamos llamados a vestir ese mismo Cuerpo con un vestido nuevo, para que se manifieste claramente que la Gracia que se posee no viene de nosotros sino de Dios: porque “llevamos este tesoro en vasijas de barro, para que quede claro que ese poder tan extraordinario proviene de Dios y no de nosotros” (2 Co 4,7). La Iglesia es siempre una vasija de barro, preciosa por lo que contiene y no por lo que a veces muestra de sí misma. Al final, tendré el gusto de darles un libro, regalo del padre Ardura, donde se muestra la vida de una vasija de barro, que ha hecho resplandecer la grandeza de Dios y las reformas de la Iglesia. Este es un momento en el que parece evidente que el barro del que estamos modelados está desportillado, agrietado, roto. Debemos esforzarnos para que nuestra fragilidad no se convierta en un obstáculo para el anuncio del Evangelio, sino en un lugar donde se manifieste el gran amor con el que Dios, rico en misericordia, nos ha amado y nos ama (cf. Ef 2,4). Si quitáramos a Dios, que es rico de misericordia, de nuestras vidas, nuestras vidas serían una mentira, una mentira.
Durante el período de la crisis, Jesús nos advierte sobre algunos intentos para salir de ella que están destinados desde el principio a ser infructuosos, como el que “corta un pedazo de un vestido nuevo para remendar uno viejo”; el resultado es predecible: romperás el nuevo, porque “el remiendo no quedará bien en el vestido nuevo”. Análogamente, “nadie echa vino nuevo en odres viejos. Si hace así, el vino nuevo reventará los odres viejos, el vino se derramará y los odres se echarán a perder. ¡El vino nuevo se echa en odres nuevos!” (Lc 5,36-38).
El comportamiento correcto es el del “maestro de la ley que se ha convertido en discípulo del Reino de los
cielos”, que “se parece al dueño de una casa que saca de su tesoro cosas nuevas y antiguas” (Mt 13,52). El tesoro es la Tradición que, como recordaba Benedicto XVI, “es el río vivo que se remonta a los orígenes, el río vivo en el que los orígenes están siempre presentes. El gran río que nos lleva al puerto de la eternidad” (Catequesis, 26 abril 2006). Me viene a la mente la frase de aquel gran músico alemán: “La tradición es la salvaguarda del futuro y no un museo, guardián de las cenizas”. Las “cosas antiguas” las constituyen la verdad y la gracia que ya poseemos. Las cosas nuevas las forman los diferentes aspectos de la verdad que vamos comprendiendo gradualmente. Aquella frase del siglo V: “Ut annis scilicet consolidetur, dilatetur tempore, sublimetur aetate”. Esta es la tradición, así crece. Ninguna forma histórica de vivir el Evangelio agota su comprensión. Si nos dejamos guiar por el Espíritu Santo, cada día nos acercaremos más a “toda la verdad” (Jn 16,13). Por el contrario, sin la gracia del Espíritu Santo, podemos incluso comenzar a pensar en la Iglesia de modo sinodal, pero, en lugar de hacer referencia a la comunión con la presencia del Espíritu, se la concibe como una asamblea democrática cualquiera, formada por mayorías y minorías. Como un parlamento, por ejemplo; y esta no es sinodalidad. Sólo la presencia del Espíritu Santo hace la diferencia.
Es fundamental no interrumpir el diálogo con Dios, aunque sea agotador. Rezar no es fácil. No debemos cansarnos de rezar siempre (cf. Lc 21,36; 1 Ts 5,17). No conocemos otra solución a los problemas que estamos experimentando que rezar más y, al mismo tiempo, hacer todo lo que podemos con mayor confianza. La oración nos permitirá “esperar contra toda esperanza” (cf. Rm 4,18).
Cada uno de nosotros, cualquiera que sea nuestro puesto en la Iglesia, debe preguntarse si quiere seguir a Jesús con la docilidad de los pastores o con la autoprotección de Herodes, seguirlo en la crisis o defendernos de Él en el conflicto.
Permítanme que les pida expresamente a todos los que, junto conmigo, están al servicio del Evangelio el regalo de Navidad: Su colaboración generosa y apasionada en el anuncio de la Buena Nueva, especialmente a los pobres (cf. Mt 11,5). Recordemos que conoce verdaderamente a Dios quien solamente acoge al pobre que viene de abajo con su miseria, y que en esta misma capacidad es enviado desde arriba; no podemos ver el rostro de Dios, pero podemos experimentarlo en su vuelta hacia nosotros cuando honramos el rostro de nuestro prójimo, del otro que nos compromete con sus necesidades[5]. El rostro de los pobres. Los pobres están en el centro del Evangelio. Me viene a la mente lo que decía aquel santo obispo brasileño: “Cuando me ocupo de los pobres, dicen de mí que soy un santo; pero cuando me cuestiono y pregunto: ‘¿Por qué hay tanta pobreza?’, me dicen ‘comunista’”.
Que no haya nadie que voluntariamente obstaculice la obra que el Señor está realizando en este momento, y pidamos el don de la humildad en el servicio para que Él crezca y nosotros disminuyamos (cf. Jn 3,30).
Felicidades a todos, a cada uno de ustedes, a sus familias y a sus amigos. Y gracias, gracias por vuestro trabajo. Muchas gracias. Y, por favor, recen siempre por mí, para que tenga la valentía de permanecer en crisis. Feliz Navidad. Gracias.
[Bendición]Olvidé decirles que les regalaré dos libros. Uno, la vida de Carlos de Foucauld, un maestro de la crisis, que nos dejó un regalo, un hermoso legado. Este es un regalo que me dio el padre Ardura: gracias. El otro se llama “Olotropía: los verbos de la familiaridad cristiana”. Son para ayudarnos a vivir nuestras vidas. Es un libro que se ha publicado en estos días, realizado por un biblista, discípulo del cardenal Martini; ha trabajado en Milán, pero es de la diócesis de Albenga-Imperia.
[1] H. Arendt, La condición humana, ed. Paidós, Barcelona 2012, 264.
[2] Ibíd.
[3] Discurso en el encuentro ecuménico e interreligioso con los jóvenes, Skopie – Macedonia del Norte (7 mayo 2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (10 mayo 2019), p. 13.
[4] “Muchos discípulos de Jesús que lo habían oído decían: ‘¡Es dura esta enseñanza! ¿Quién puede aceptarla?’. Dándose cuenta de que sus discípulos murmuraban, Jesús les preguntó: ‘¿Esto los escandaliza?’” (Jn 6,60-61). Pero, sólo desde esta crisis puede brotar una profesión de fe: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna’” (Jn 6,68).
21.12.20
Navidad: Palabras del Papa a empleados del Vaticano
“Redescubrir, contemplar, anunciar”
(21 dic. 2020)-. El Papa Francisco se ha encontrado con los empleados de la Santa Sede y de la Gobernación del Estado de la Ciudad del Vaticano, con sus respectivas familias, para la felicitación de Navidad en el Aula Pablo VI, hoy, 21 de diciembre de 2020.
En sus palabras a los presentes, el Santo Padre ha destacado que la pandemia “no sólo ha causado una situación sanitaria crítica, sino también tantas dificultades económicas a muchas familias e instituciones”. La Santa Sede también “se ha visto afectada y está haciendo todo lo posible para hacer frente de la mejor manera posible a esta situación precaria”.
Redescubrir y contemplar
Discurso del Santo Padre
Es para mí un placer encontrarme con vosotros, empleados del Vaticano y con vuestras familias, al acercarnos a las fiestas navideñas. Doy las gracias a vuestro colega, el médico que ha hablado en nombre de todos vosotros: sus palabras nos han hecho bien y nos dan esperanza. Estoy agradecido a cada uno de vosotros por el trabajo que hacéis con empeño al servicio de la Curia Romana y la Ciudad del Vaticano. La pandemia no sólo ha causado una situación sanitaria crítica, sino también tantas dificultades económicas a muchas familias e instituciones. La Santa Sede también se ha visto afectada y está haciendo todo lo posible para hacer frente de la mejor manera posible a esta situación precaria. Se trata de satisfacer las necesidades legítimas de vosotros empleados y las de la Santa Sede: debemos ayudarnos mutuamente, y proseguir nuestro trabajo común, pero siempre. Nuestros colaboradores, vosotros, que trabajáis en la Santa Sede, sois lo más importante: nadie debe quedarse fuera, nadie debe perder el trabajo; los superiores de la Gobernación y también de la Secretaría de Estado, todos, buscan la manera de no disminuir vuestros ingresos y de no disminuir nada, nada en este momento tan malo, para el fruto de vuestro trabajo. Se buscan muchas maneras, pero los principios son los mismos: no dejar el trabajo; no se despide a nadie, nadie debe sufrir la fea repercusión económica de esta pandemia. Pero todos juntos tenemos que trabajar más para ayudarnos a resolver este problema que no es fácil, porque ya sabéis: aquí, tanto en la Gobernación como en la Secretaría de Estado, no está Mandrake… no hay varita mágica, y debemos buscar formas de resolver esto y con buena voluntad, todos juntos, lo resolveremos. Ayudadme a hacerlo y yo os ayudo y todos juntos saldremos adelante como de la misma familia. Gracias.
La Navidad es una fiesta de alegría “porque Jesús ha nacido para nosotros” (cf. Is 9,5) y todos estamos llamados a ir hacia Él. Los pastores nos dan el ejemplo. También nosotros debemos acudir a Jesús: sacudirnos nuestro letargo, nuestro aburrimiento, nuestra apatía, nuestro desinterés y nuestro miedo, sobre todo en esta época de emergencia sanitaria, en la que cuesta redescubrir el entusiasmo de la vida y de la fe. Es cansino: es un tiempo que cansa. Imitando a los pastores, estamos llamados a asumir tres actitudes, tres verbos: redescubrir, contemplar, anunciar. Que cada uno vea en su propia vida cómo puede redescubrir, cómo puede contemplar y cómo puede proclamar.
Es importante redescubrir el nacimiento del Hijo de Dios como el mayor acontecimiento de la historia. Es el evento predicho por los profetas siglos antes de que ocurriera. Es el acontecimiento del que se habla todavía hoy: ¿cuál es el personaje histórico del que se habla como se habla de Jesús? Han pasado veinte siglos y Jesús está más vivo que nunca – y también más perseguido, muchas veces; todavía más manchado por la falta de testimonio de tantos cristianos. Han pasado veinte siglos. Y los que se alejan de Él, con su comportamiento, todavía dan más testimonio de Jesús: sin Él el hombre cae en el mal: en el pecado, el vicio, el egoísmo, la violencia, el odio. El Verbo se ha hecho carne y habita entre nosotros: este es el acontecimiento que debemos redescubrir.
La segunda actitud es la de la contemplación. La primera era redescubrir, la segunda contemplar. Los pastores dicen: “Vayamos, pues, a Belén, y veamos lo que ha sucedido y que el Señor nos ha comunicado” (Lc 2,15): es decir, meditemos, contemplemos, recemos. Y aquí el ejemplo más bello nos lo da la madre de Jesús, María: guardaba en su corazón, meditaba…. ¿Y qué descubrimos al meditar? San Pablo nos dice: “Mas cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador y su amor al hombre, no por las obras de justicia que hubiéramos hecho nosotros, sino, según su propia misericordia, nos salvó por el baño del nuevo nacimiento y de la renovación del Espíritu Santo” (Tit 3, 4-5). Descubrimos que Dios manifiesta su bondad en el Niño Jesús. Manifiesta su misericordia por cada uno de nosotros, y cada uno de nosotros, cada uno sabe: todos necesitamos misericordia en nuestras vidas. Cada uno sabe y puede dar nombre y apellido a las cosas que están en su corazón y que necesitan la misericordia de Dios. En el Niño Jesús Dios se muestra amable, lleno de bondad y mansedumbre. ¿Quién no se siente conmovido por la ternura frente a un niño pequeño? Verdaderamente a un Dios así podemos amarlo con todo nuestro corazón. Dios manifiesta su bondad para salvarnos. ¿Y qué significa ser salvado? Significa entrar en la vida misma de Dios, convertirse en hijos adoptivos de Dios mediante el bautismo. Este es el gran significado de la Navidad: Dios se hace hombre para que nosotros podamos ser hijos de Dios.
La Segunda Persona de la Trinidad, se ha hecho hombre, para convertirse en el hermano mayor, el primogénito de una multitud de hermanos. Y Dios nos salva, pues, mediante el bautismo nos hace entrar a todos como hermanos: contemplar este misterio, contemplar al Niño. Y por eso, la catequesis que nos da el belén es tan bella, porque nos hace ver al Niño tierno que nos anuncia la misericordia de Dios. Contemplar los belenes. Y cuando bendije a los Bambinelli (figurita del Niño Jesús) el otro día, fue un contemplar. El Niño del nacimiento es una figura, pero es una figura que nos hace pensar en esta gran misericordia de Dios que se hizo Niño.
Y frente a esta realidad -la tercera actitud: anunciar. Esta es la actitud que nos ayuda a avanzar. Las tres actitudes que nos ayudan en este momento para avanzar. ¿Qué debemos hacer? Miremos una vez más a los pastores: “Y se volvieron los pastores dando gloria y alabanza a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho” (Lc 2,20). Volvieron a su vida cotidiana. Nosotros también debemos volver a nuestra vida cotidiana: la Navidad pasa. Pero debemos volver a la vida familiar, al trabajo, transformados, debemos volver glorificando y alabando a Dios por todo lo que hemos oído y visto. Debemos llevar la buena noticia al mundo: Jesús es nuestro salvador. Y esto es un deber. ¿Por qué tengo esperanza? Porque el Señor me ha salvado. Recordar lo que contemplamos y salir a anunciarlo Anunciarlo con la palabra, con el testimonio de nuestra vida.
Y, a pesar de todo, las dificultades y los sufrimientos no pueden ofuscar la luz de la Navidad, que inspira una alegría interior que nadie nos puede quitar.
Así que, sigamos adelante, con estas tres actitudes: redescubrir, contemplar y anunciar.
Queridos hermanos y hermanas, os renuevo mi gratitud y os renuevo miaprecio por vuestro trabajo. Muchos de vosotros son un ejemplo para los demás: trabajan para la familia, con espíritu de servicio a la Iglesia y siempre con la alegría de saber que Dios está siempre entre nosotros y es el Dios- con- nosotros. Y no lo olvidéis: la alegría es contagiosa. La alegría es contagiosa, y es buena para toda la comunidad. Al igual que, por ejemplo, la tristeza que viene del chismorreo es fea y te deprime. La alegría es contagiosa y hace crecer. ¡Sed alegres, y sed testigos de la alegría! Y de todo corazón, ¡feliz Navidad a todos!
22.12.20
Líbano: Carta del Papa con motivo de la Navidad
Palabras “de consuelo y aliento”
(24 dic. 2020)-. El Papa Francisco ha escrito una carta al cardenal Béchara Boutros Raï, patriarca de Antioquía de los maronitas y al pueblo del Líbano con motivo de la celebración de la Navidad.
El texto, difundido hoy, 24 de diciembre de 2020 por la Oficina de Prensa de la Santa Sede, ofrece “unas palabras de consuelo y aliento con motivo de la celebración de la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo, Príncipe de la Paz”.
En su carta, el Santo Padre expresa su aflicción “al ver el sufrimiento y la angustia que sofoca la ingeniosidad y la vivacidad innatas de la Tierra de los Cedros (…) es doloroso ver secuestradas todas las esperanzas más queridas de vivir en paz”.
Francisco manifiesta que participa de las alegrías y a las penas que vive el pueblo libanés: “siento en lo más profundo de mi alma la gravedad de vuestras pérdidas, sobre todo cuando pienso en los numerosos jóvenes que se ven privados de toda esperanza de un futuro mejor”. Y explica que la Navidad es “la luz que apacigua los temores e infunde esperanza en todos, con la certeza de que la Providencia nunca abandonará el Líbano y sabrá cómo convertir incluso este luto en bien”.
El cedro del Líbano
El Pontífice recuerda que el Líbano es citado muchas veces en las Sagradas Escrituras utilizando diversas imágenes, “pero la imagen que nos da el salmista sobresale por encima de todas las demás: ‘El justo florecerá como la palmera, crecerá como el cedro del Líbano’” (Salmo 91:13).
“La majestad del cedro en la Biblia es un símbolo de firmeza, estabilidad y protección. El cedro es un símbolo del hombre justo que, arraigado en el Señor, transmite belleza y bienestar e incluso en su vejez se eleva y produce frutos abundantes”, destaca el Obispo de Roma.
A continuación, el Sucesor de Pedro invita al pueblo libanés a tener confianza en el Emmanuel, el Dios con nosotros, que “se convierte en nuestro prójimo, camina a nuestro lado. Tengan confianza en su presencia, en su fidelidad. Como el cedro, sacad de lo más profundo de vuestras raíces de convivencia para volver a ser un pueblo solidario; como el cedro, resistente a toda tormenta, aprovechad las contingencias del momento presente para redescubrir vuestra identidad (…) la identidad de un pueblo que no destruye el sueño de los que han creído en el futuro de un país hermoso y próspero”.
Llamamiento
Por otra parte, en su misiva, el Papa Francisco realiza “un llamamiento a los dirigentes políticos y religiosos”, remitiendo a un pasaje de una carta pastoral del patriarca Elias Hoyek: “Vosotros, jefes del país, jueces de la tierra, diputados del pueblo que viven en nombre del pueblo, (…) estáis obligados, en vuestra capacidad oficial y de acuerdo con vuestras responsabilidades, a buscar el interés público. Su tiempo no está dedicado a sus mejores intereses, y su trabajo no es para usted, sino para el Estado y la nación que representa”.
Finalmente, el Santo Padre declara su afecto por el “querido pueblo libanés, al que pienso visitar lo antes posible” y vuelve a dirigirse a la comunidad internacional: “Ayudemos al Líbano a mantenerse al margen de los conflictos y las tensiones regionales. Ayudémosla a salir de su grave crisis y a recuperarse”.
Amados hijos e hijas, en la oscuridad de la noche levanten su mirada, que la estrella de Belén sea su guía y estímulo para entrar en la lógica de Dios, para no perder el camino y para no perder la esperanza”, se despide Francisco.
24.12.20
Navidad: Mensaje del Papa en la bendición ‘Urbi et Orbi’
Oración por la fraternidad humana
(25 dic. 2020).- A las 12 del mediodía de hoy, Solemnidad de la Natividad del Señor, el Papa Francisco, antes de impartir la bendición Urbi et Orbi, ha pronunciado el tradicional mensaje de Navidad a los fieles de todo el mundo, por primera vez en la historia en el Aula de las Bendiciones.
A continuación las palabras del Santo Padre en el mensaje de Navidad.
***
Mensaje Urbi et Orbi del Pontífice.
Queridos hermanos y hermanas: ¡Feliz Navidad!
Deseo hacer llegar a todos el mensaje que la Iglesia anuncia en esta fiesta, con las palabras del profeta Isaías: “Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado” (Is 9,5).
Ha nacido un niño: el nacimiento es siempre una fuente de esperanza, es la vida que florece, es una promesa de futuro. Y este Niño, Jesús, “ha nacido para nosotros”: un nosotros sin fronteras, sin privilegios ni exclusiones. El Niño que la Virgen María dio a luz en Belén nació para todos: es el “hijo” que Dios ha dado a toda la familia humana.
Gracias a este Niño, todos podemos dirigirnos a Dios llamándolo “Padre”, “Papá”. Jesús es el Unigénito; nadie más conoce al Padre sino Él. Pero Él vino al mundo precisamente para revelarnos el rostro del Padre. Y así, gracias a este Niño, todos podemos llamarnos y ser verdaderamente hermanos: de todos los continentes, de todas las lenguas y culturas, con nuestras identidades y diferencias, sin embargo, todos hermanos y hermanas.
En este momento de la historia, marcado por la crisis ecológica y por los graves desequilibrios económicos y sociales, agravados por la pandemia del coronavirus, necesitamos más que nunca la fraternidad.
Y Dios nos la ofrece dándonos a su Hijo Jesús: no una fraternidad hecha de bellas palabras, de ideales abstractos, de sentimientos vagos… No. Una fraternidad basada en el amor real, capaz de encontrar al otro que es diferente a mí, de compadecerse de su sufrimiento, de acercarse y de cuidarlo, aunque no sea de mi familia, de mi etnia, de mi religión; es diferente a mí pero es mi hermano, es mi hermana. Y esto es válido también para las relaciones entre los pueblos y las naciones: Hermanos todos.
En Navidad celebramos la luz de Cristo que viene al mundo y Él viene para todos, no sólo para algunos. Hoy, en este tiempo de oscuridad y de incertidumbre por la pandemia, aparecen varias luces de esperanza, como el desarrollo de las vacunas.
Pero para que estas luces puedan iluminar y llevar esperanza al mundo entero, deben estar a disposición de todos. No podemos dejar que los nacionalismos cerrados nos impidan vivir como la verdadera familia humana que somos.
No podemos tampoco dejar que el virus del individualismo radical nos venza y nos haga indiferentes al sufrimiento de otros hermanos y hermanas. No puedo ponerme a mí mismo por delante de los demás, colocando las leyes del mercado y de las patentes por encima de las leyes del amor y de la salud de la humanidad.
Pido a todos: a los responsables de los estados, a las empresas, a los organismos internacionales, de promover la cooperación y no la competencia, y de buscar una solución para todos. Vacunas para todos, especialmente para los más vulnerables y necesitados de todas las regiones del planeta. ¡Poner en primer lugar a los más vulnerables y necesitados!
Que el Niño de Belén nos ayude, pues, a ser disponibles, generosos y solidarios, especialmente con las personas más frágiles, los enfermos y todos aquellos que en este momento se encuentran sin trabajo o en graves dificultades por las consecuencias económicas de la pandemia, así como con las mujeres que en estos meses de confinamiento han sufrido violencia doméstica.
Ante un desafío que no conoce fronteras, no se pueden erigir barreras. Estamos todos en la misma barca. Cada persona es mi hermano. En cada persona veo reflejado el rostro de Dios y, en los que sufren, vislumbro al Señor que pide mi ayuda. Lo veo en el enfermo, en el pobre, en el desempleado, en el marginado, en el migrante y en el refugiado: todos hermanos y hermanas.
En el día en que la Palabra de Dios se hace niño, volvamos nuestra mirada a tantos niños que en todo el mundo, especialmente en Siria, Irak y Yemen, están pagando todavía el alto precio de la guerra. Que sus rostros conmuevan las conciencias de las personas de buena voluntad, de modo que se puedan abordar las causas de los conflictos y se trabaje con valentía para construir un futuro de paz.
Que el Niño Jesús cure nuevamente las heridas del amado pueblo de Siria, que desde hace ya un decenio está exhausto por la guerra y sus consecuencias, agravadas aún más por la pandemia. Que lleve consuelo al pueblo iraquí y a todos los que se han comprometido en el camino de la reconciliación, especialmente a los yazidíes, que han sido duramente golpeados en los últimos años de guerra. Que porte paz a Libia y permita que la nueva fase de negociaciones en curso acabe con todas las formas de hostilidad en el país.
Que el Niño de Belén conceda fraternidad a la tierra que lo vio nacer. Que los israelíes y los palestinos puedan recuperar la confianza mutua para buscar una paz justa y duradera a través del diálogo directo, capaz de acabar con la violencia y superar los resentimientos endémicos, para dar testimonio al mundo de la belleza de la fraternidad.
Que la estrella que iluminó la noche de Navidad sirva de guía y aliento al pueblo del Líbano para que, en las dificultades que enfrenta, con el apoyo de la Comunidad internacional no pierda la esperanza. Que el Príncipe de la Paz ayude a los dirigentes del país a dejar de lado los intereses particulares y a comprometerse con seriedad, honestidad y transparencia para que el Líbano siga un camino de reformas y continúe con su vocación de libertad y coexistencia pacífica.
Que el Hijo del Altísimo apoye el compromiso de la comunidad internacional y de los países involucrados de mantener el cese del fuego en el Alto Karabaj, como también en las regiones orientales de Ucrania, y a favorecer el diálogo como única vía que conduce a la paz y a la reconciliación.
Que el Divino Niño alivie el sufrimiento de las poblaciones de Burkina Faso, de Malí y de Níger, laceradas por una grave crisis humanitaria, en cuya base se encuentran extremismos y conflictos armados, pero también la pandemia y otros desastres naturales; que haga cesar la violencia en Etiopía, donde, a causa de los enfrentamientos, muchas personas se ven obligadas a huir; que consuele a los habitantes de la región de Cabo Delgado, en el norte de Mozambique, víctimas de la violencia del terrorismo internacional; y aliente a los responsables de Sudán del Sur, Nigeria y Camerún a que prosigan el camino de fraternidad y diálogo que han emprendido.
Que la Palabra eterna del Padre sea fuente de esperanza para el continente americano, particularmente afectado por el coronavirus, que ha exacerbado los numerosos sufrimientos que lo oprimen, a menudo agravados por las consecuencias de la corrupción y el narcotráfico. Que ayude a superar las recientes tensiones sociales en Chile y a poner fin al sufrimiento del pueblo venezolano.
Que el Rey de los Cielos proteja a los pueblos azotados por los desastres naturales en el sudeste asiático, especialmente en Filipinas y Vietnam, donde numerosas tormentas han causado inundaciones con efectos devastadores para las familias que viven en esas tierras, en términos de pérdida de vidas, daños al medio ambiente y repercusiones para las economías locales.
Y pensando en Asia, no puedo olvidar al pueblo Rohinyá: Que Jesús, nacido pobre entre los pobres, lleve esperanza a su sufrimiento.
Queridos hermanos y hermanas:
“Un niño nos ha nacido” (Is 9,5). ¡Ha venido para salvarnos! Él nos anuncia que el dolor y el mal no tienen la última palabra. Resignarse a la violencia y a la injusticia significaría rechazar la alegría y la esperanza de la Navidad.
En este día de fiesta pienso de modo particular en todos aquellos que no se dejan abrumar por las circunstancias adversas, sino que se esfuerzan por llevar esperanza, consuelo y ayuda, socorriendo a los que sufren y acompañando a los que están solos.
Jesús nació en un establo, pero envuelto en el amor de la Virgen María y san José. Al nacer en la carne, el Hijo de Dios consagró el amor familiar. Mi pensamiento se dirige en este momento a las familias: a las que no pueden reunirse hoy, así como a las que se ven obligadas a quedarse en casa. Que la Navidad sea para todos una oportunidad para redescubrir la familia como cuna de vida y de fe; un lugar de amor que acoge, de diálogo, de perdón, de solidaridad fraterna y de alegría compartida, fuente de paz para toda la humanidad.
A todos, ¡Feliz Navidad!
Misa De Navidad, 24 Dic. 2020 (C) Vatican Media
Misa de Navidad: Homilía del Papa Francisco
En esta noche se cumple la gran profecía de Isaías: “Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado” (Is 9,5).Es verdad: insaciables de poseer, nos lanzamos en tantos pesebres de vanidad, olvidando el pesebre de Belén. Ese pesebre, pobre en todo y rico de amor, nos enseña que el alimento de la vida es dejarse amar por Dios y amar a los demás. Jesús nos da el ejemplo: Él, el Verbo de Dios, es un infante; no habla, pero da la vida. Nosotros, ambiciona, hablamos mucho, pero a menudo somos analfabetos de bondad.
Pero qué significa este para nosotros? Que el Hijo de Dios, el bendito por naturaleza, viene a hacernos hijos bendecidos por gracia. Sí, Dios viene al mundo como hijo para hacernos hijos de Dios. ¡Qué regalo tan maravilloso! Hoy Dios nos asombra y nos dice a cada uno: “Tú eres una maravilla”. Hermana, hermano, no te desanimes. ¿Estás tentado de sentirte fuera de lugar? Dios te dice: “No, ¡tú eres mi hijo!”. ¿Tienes la sensación de no lograrlo, miedo de no estar a la altura, temor de no salir del túnel de la prueba? Dios te dice: “Ten valor, yo estoy contigo”. No te lo dice con palabras, sino haciéndose hijo como tú y por ti, para recordarte cuál es el punto de partida para que empieces de nuevo: reconocerte como hijo de Dios, como hija de Dios. Este es el punto de partido de cualquier renacer. Este es el corazón indestructible de nuestra esperanza, el núcleo candente que sostiene la existencia: más allá de nuestras cualidades y de nuestros defectos, más fuerte que las heridas y los fracasos del pasado, que los miedos y la preocupación por el futuro, se encuentra esta verdad: somos hijos amados. Y el amor de Dios por nosotros no depende y no dependerá nunca de nosotros: es amor gratuito, pura gracia (…) Esta noche, san Pablo nos ha dicho: “Ha aparecido la gracia de Dios” (Tt 2,11). Nada es más valioso.
Un hijo se nos ha dado. El Padre no nos ha dado algo, sino a su mismo Hijo unigénito, que es toda su alegría. Y, sin embargo, si miramos la ingratitud del hombre hacia Dios y la injusticia hacia tantos de nuestros hermanos, surge una duda: ¿Ha hecho bien el Señor en darnos tanto, hace bien en seguir confiando en nosotros? ¿No nos sobrevalora? Sí, nos sobrevalora, y lo hace porque nos ama hasta el extremo. No es capaz de dejarnos de amar. Él es así, tan diferente a nosotros. Siempre nos ama, más de lo que nosotros mismos seríamos capaces de amarnos. Ese es su secreto para entrar en nuestros corazones. Dios sabe que la única manera de salvarnos, de sanarnos interiormente, es amarnos. Sabe que nosotros mejoramos sólo aceptando su amor incansable, que no cambia, sino que nos cambia. Sólo el amor de Jesús transforma la vida, sana las heridas más profundas y nos libeUn hijo se nos ha dado. El Padre no nos ha dado algo, sino a su mismo Hijo unigénito, que es toda su alegría. Y, sin embargo, si miramos la ingratitud del hombre hacia Dios y la injusticia hacia tantos de nuestros hermanos, surge una duda: ¿Ha hecho bien el Señor en darnos tanto, hace bien en seguir confiando en nosotros? ¿No nos sobrevalora? Sí, nos sobrevalora, y lo hace porque nos ama hasta el extremo. No es capaz de dejarnos de amar. Él es así, tan diferente a nosotros. Siempre nos ama, más de lo que nosotros mismos seríamos capaces de amarnos. Ese es su secreto para entrar en nuestros corazones. Dios sabe que la única manera de salvarnos, de sanarnos interiormente, es amarnos. Sabe que nosotros mejoramos sólo aceptando su amor incansable, que no cambia, sino que nos cambia. Sólo el amor de Jesús transforma la vida, sana las heridas más profundas y nos libera de los círculos viciosos de la insatisfacción, de la ira y de la lamentación.
Un hijo se nos ha dado. En el pobre pesebre de un oscuro establo está, en efecto, el Hijo de Dios. Surge otra pregunta: ¿Por qué nació en la noche, sin alojamiento digno, en la pobreza y el rechazo, cuando merecía nacer como el rey más grande en el más hermoso de los palacios? ¿Por qué? Para hacernos entender hasta qué punto ama nuestra condición humana: hasta el punto de tocar con su amor concreto nuestra peor miseria. El Hijo de Dios nació descartado para decirnos que toda persona descartada es un hijo de Dios. Vino al mundo como un niño viene al mundo, débil y frágil, para que podamos acoger nuestras fragilidades con ternura. Y para descubrir algo importante: como en Belén, también con nosotros Dios quiere hacer grandes cosas a través de nuestra pobreza. Puso toda nuestra salvación en el pesebre de un establo y no tiene miedo a nuestra pobreza. ¡Dejemos que su misericordia transforme nuestras miserias!
Esto es lo que significa que un hijo ha nacido para nosotros. Pero queda todavía otro para, el que el ángel indica a los pastores: “Esta será la señal para vosotros: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre” (Lc 2,12). Este signo, el Niño en el pesebre, es también para nosotros, para guiarnos en la vida. En Belén, que significa “Casa del Pan”, Dios está en un pesebre, recordándonos que lo necesitamos para vivir, como el pan para comer. Necesitamos dejarnos atravesar por su amor gratuito, incansable, concreto. Cuántas veces en cambio, hambrientos de entretenimiento, éxito y mundanidad, alimentamos nuestras vidas con comidas que no sacian y dejan un vacío dentro. El Señor, por boca del profeta Isaías, se lamenta de que mientras el buey y el asno conocen su pesebre, nosotros, su pueblo, no lo conocemos a Él, fuente de nuestra vida (cf. Is 1,2-3).
Es verdad: insaciables de poseer, nos lanzamos en tantos pesebres de vanidad, olvidando el pesebre de Belén. Ese pesebre, pobre en todo y rico de amor, nos enseña que el alimento de la vida es dejarse amar por Dios y amar a los demás. Jesús nos da el ejemplo: Él, el Verbo de Dios, es un infante; no habla, pero da la vida. Nosotros, enambio, hablamos mucho, pero a menudo somos analfabetos de bondad.
Un hijo se nos ha dado. Quien tiene un niño pequeño sabe cuánto amor y paciencia se necesitan. Es necesario alimentarlo, atenderlo, limpiarlo, cuidar su fragilidad y sus necesidades, que con frecuencia son difíciles de comprender. Un niño nos hace sentir amados, pero también nos enseña a amar. Dios nació niño para alentarnos a cuidar de los demás. Su llanto tierno nos hace comprender lo inútiles que son nuestros muchos caprichos, tenemos tantos. Su amor indefenso, que nos desarma, nos recuerda que el tiempo que tenemos no es para autocompadecernos, sino para consolar las lágrimas de los que sufren. Dios viene a habitar entre nosotros, pobre y necesitado, para decirnos que sirviendo a los pobres lo amaremos. Desde esta noche, como escribió una poetisa, “la residencia de Dios está junto a mí. La decoración es el amor” (E. DICKINSON, Poems, XVII).
Un hijo se nos ha dado. Eres tú, Jesús, el Hijo que me hace hijo. Tú eres el Hijo que me hace hijo. Me amas como soy, no como yo me sueño. Al abrazarte, Niño del pesebre, abrazo de nuevo mi vida. Acogiéndote, Pan de vida, también yo quiero entregar mi vida. Tú que me salvas, enséñame a servir. Tú que no me dejas solo, ayúdame a consolar a tus hermanos, porque, tú sabes., desde esta noche todos son mis hermanos.
25.12.20
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada