Texto completo del discurso
del Papa a los sacerdotes, religiosos y seminaristas
Santa Cruz de la Sierra. Encuentro en el Coliseo Don
Bosco. Francisco reflexionó sobre las diferentes respuestas frente a
los gritos del necesitado: 'pasar, cállate, ánimo, levántate'
Madrid, 10
de julio de 2015 (ZENIT.org)
El papa Francisco se ha trasladado este jueves por la
tarde a la escuela de los salesianos, llamada el Coliseo Don Bosco,
donde se ha reunido con los sacerdotes, religiosos y seminaristas de Bolivia.
Durante el encuentro, el encargado de la Vida
Religiosa en el país, Mons. Roberto Bordi ha dado la bienvenida
al Pontífice, luego ha habido tres testimonios de una religiosa, un
sacerdote y un seminarista, para culminar con el discurso del Santo Padre.
A
continuación publicamos las palabras del papa Francisco:
"Queridos
hermanos y hermanas, buenas tardes:
Me alegra tener este encuentro con ustedes, para
compartir la alegría que llena el corazón y la vida entera de los discípulos
misioneros de Jesús. Así lo han manifestado las palabras de saludo de Mons.
Roberto Bordi, y los testimonios del Padre Miguel, de la hermana Gabriela, y
del seminarista Damián. Muchas gracias por compartir la propia experiencia
vocacional.
Y en el relato del
Evangelio hemos escuchado también la experiencia de otro Bartimeo, que se unió
al grupo de los seguidores de Jesús. Fue un discípulo de última hora. Era el
último viaje que el Señor hacía de Jericó a Jerusalén, adonde iba a ser
entregado. Ciego y mendigo, Bartimeo estaba al borde del camino, más exclusión
imposible, marginado, y cuando se enteró del paso de Jesús, comenzó a gritar,
se hizo sentir, como esa buena hermanita que con la batería se hacía sentir y decía:
'¡Aquí estoy!' Te felicito, tocas bien.
En torno a Jesús
iban los apóstoles, los discípulos, las mujeres que lo seguían habitualmente,
con quienes recorrió durante su vida los caminos de Palestina para anunciar el
Reino de Dios. Y una gran muchedumbre. Si traducimos esto forzando el
lenguaje, en torno a Jesús iban los obispos, los curas, las monjas, los
seminaristas, los laicos comprometidos, todos los que lo seguían, escuchando a
Jesús, y el pueblo fiel de Dios.
Dos realidades
aparecen con fuerza, se nos imponen. Por un lado, el grito, el grito de un
mendigo, y por otro, las distintas reacciones de los discípulos. Pensemos las
distintas reacciones de los obispos, los curas, las monjas, los seminaristas...
a los gritos que vamos sintiendo o no sintiendo. Parece como que el evangelista
nos quisiera mostrar, cuál es el tipo de eco que encuentra el grito de Bartimeo
en la vida de la gente, y en la vida de los seguidores de Jesús. Cómo
reaccionan frente al dolor de aquél que está al borde del camino, que nadie le
hace caso, no más le dan una limosna, de aquél que está sentado sobre su dolor,
que no entra en ese círculo que está siguiendo al Señor.
Son tres las
respuestas frente a los gritos del ciego, y hoy también estas tres
respuestas tienen actualidad. Podríamos decirlo con las palabras del
propio Evangelio: Pasar, Cállate, Ánimo, levántate.
1. Pasar, pasar
de largo y algunos porque ya no escuchan. Estaban con Jesús, miraban a
Jesús, querían oír a Jesús, no escuchaban. Pasar es el eco de la
indiferencia, de pasar al lado de los problemas y que éstos no nos
toquen. No es mi problema. No los escuchamos, no los reconocemos.
Sordera. Es la tentación de naturalizar el dolor, de acostumbrarse a la
injusticia, y sí, hay gente así: yo estoy acá con Dios, con mi vida consagrada,
elegido por Jesús para el ministerio y sí, es natural que haya enfermos, que
haya pobres, que haya gente que sufre, entonces ya es tan natural que no me
llama la atención un grito, un pedido de auxilio. Acostumbrarse y nos
decimos: es normal, siempre fue así, ‘mientras a mí no me toque’, pero eso
entre paréntesis. Es el eco que nace en un corazón blindado, en un corazón
cerrado, que ha perdido la capacidad de asombro y por lo tanto, la posibilidad
de cambio. ¿Cuántos seguidores de Jesús corremos este peligro de perder nuestra
capacidad de asombro, incluso con el Señor? Ese estupor del primer encuentro
como que se va degradando, y eso le puede pasar a cualquiera, le pasó al primer
Papa: ¿adónde vamos a ir Señor si tú tienes palabras de vida eterna? y después
lo traicionan, lo niega, el estupor se le degradó. Es todo un proceso de
acostumbramiento. Corazón blindado. Se trata de un corazón, que se ha
acostumbrado a pasar sin dejarse tocar; una existencia que, pasando de aquí
para allá, no logra enraizarse en la vida de su pueblo, simplemente porque está
en esa “elite” que sigue al Señor.
Podríamos también
llamarlo, es la espiritualidad del zapping. Pasa y pasa, pasa y pasa,
pero nada queda. Son quienes van atrás de la última novedad, del último best
seller pero no logran tener contacto, no logran relacionarse, no logran
involucrarse incluso con el Señor al que están siguiendo porque la sordera
avanza ¿eh? Ustedes me podrán decir: «Pero esa gente estaba siguiendo al
Maestro, estaba atento a la palabra del Maestro. Lo estaban
escuchando a él». Creo que eso es de lo más desafiante de la espiritualidad
cristiana. Como el evangelista Juan nos recuerda, ¿cómo puede amar a Dios, a
quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve? (1 Jn 4,
20b). Ellos creían que escuchaban al Maestro pero también traducían, y las
palabras del Maestro pasaban por el alambique de su corazón blindado. Dividir
esta unidad, entre escuchar a Dios y escuchar al hermano, es una de
las grandes tentaciones que nos acompañan a lo largo de todo el camino de los
que seguimos a Jesús. Y tenemos que ser conscientes de esto. De la misma forma
que escuchamos a nuestro Padre es como escuchamos al pueblo fiel de Dios. Si no
lo hacemos con los mismos oídos, con la misma capacidad de escuchar, con el
mismo corazón, algo se quebró.
Pasar sin escuchar
el dolor de nuestra gente, sin enraizarnos en sus vidas, en su tierra, es como
escuchar la Palabra de Dios sin dejar que eche raíces en nuestro interior y sea
fecunda. Una planta, una historia sin raíces, es una vida seca.
2. Segunda
palabra: Cállate. Es la segunda actitud frente al grito de
Bartimeo. Cállate, no molestes, no disturbes, que estamos haciendo oración
comunitaria, que estamos en una espiritualidad de profunda elevación, no
molestes, no disturbes. A diferencia de la actitud anterior, esta escucha, esta
reconoce, toma contacto con el grito del otro. Sabe que está y reacciona de una
forma muy simple, reprendiendo. Son los obispos, los curas, los monjes, los
Papas del dedo así. En Argentina decimos de las maestras del dedo así,
'ésta es como la maestra del tiempo de Irigoyen, que estudiaban la disciplina
muy dura'. Y pobre pueblo fiel de Dios, cuántas veces es retado, por el mal
humor o por la situación personal de un seguidor o una seguidora de Jesús. Es
la actitud de quienes frente al pueblo de Dios, están continuamente
reprendiendo, rezongando, mandándolo callar. Dale una caricia, por favor,
escúchalo, decíle que Jesús lo quiere: 'Eso no se puede hacer, señora,
saque al chico de la iglesia que está llorando y yo estoy predicando'. Como si
el llanto de un chico no fuera una sublime predicación.
Es el drama de la
conciencia aislada, de aquellos discípulos y discípulas que piensan que la vida
de Jesús es solo para los que se creen aptos. En el fondo hay un profundo
desprecio al Santo Pueblo Fiel de Dios: 'Este ciego qué tiene que meterse, que
se quede ahí'. Parecería lícito que encuentren espacio solamente los
«autorizados», una «casta de diferentes» que poco a poco se separa, se
diferencia de su pueblo. Han hecho de la identidad una cuestión de
superioridad.
Esa identidad, que
es pertenencia, se hace superior. Ya no son pastores, sino
capataces. '¡Eh! Yo llegué hasta acá, ponéte en tu sitio'. Escuchan pero
no oyen, ven pero no miran. Me permito un anécdota que viví hace como... Año
75, en tu diócesis, en tu arquidiócesis. Yo le había hecho una promesa al
Señor del Milagro de ir todos los años a Salta en peregrinación para El Milagro
si mandaba 40 novicios. Mandó 41. Y bueno, después de una concelebración
--porque ahí es como en todo gran santuario, misa tras misa, confesiones y no
paras-- yo salía hablando con un cura que habitaba conmigo, había venido conmigo,
y se acerca una señora, ya a la salida, con unos santitos, una señora muy
sencilla, no sé, sería de Salta o habrá venido de no sé dónde, que a veces
tardan días en llegar a la capital para la fiesta de El Milagro. 'Padre,
me lo bendice', le dice al cura que me acompañaba. -'Señora, ¿usted
estuvo en misa?' -'Sí, padrecito'. Bueno, ahí la bendición de Dios,
la presencia de Dios bendice todo, todo, las…' -'Sí,
padrecito. Sí, padrecito' -'Y después la bendición final bendice todo'.
-'Sí, padrecito. Sí, padrecito'. En ese momento sale otro cura amigo
de este, pero que no se habían visto. Entonces: '¡Oh! vos acá'. Se da
vuelta y la señora que no sé cómo se llamaba, digamos, la señora
‘sí padrecito’ me mira y me dice: 'Padre, me lo bendice usted'. Los que siempre
le ponen barreras al pueblo de Dios, lo separan. Escuchan, pero no
oyen. Le echan un sermón. Ven pero no miran. La necesidad de
diferenciarse les ha bloqueado el corazón. La necesidad, consiente o
inconsciente, de decirse: 'Yo no soy como él, no soy como ellos', los ha
apartado no solo del grito de su gente, ni de su llanto, sino especialmente de
los motivos de la alegría. Reír con los que ríen, llorar con los que
lloran, he ahí, parte del misterio del corazón sacerdotal y del
corazón consagrado. A veces hay castas que nosotros con esta actitud vamos
haciendo y nos separamos. En Ecuador, me permití decirle a los curas que por
favor, también estaban las monjas, que por favor pidieran todos los
días la gracia de la memoria, de no olvidarse, de no olvidarse de dónde te
sacaron, te sacaron de detrás del rebaño, no te olvides nunca, no te la creo,
no niegues tus raíces, no niegues esa cultura que aprendiste de tu gente porque
ahora tienes una cultura más sofisticada, más importante. Hay sacerdotes que
les da vergüenza hablar su lengua originaria y entonces se olvidan de su
quechua, de su aymara, de su guaraní. 'Porque no, no, ahora, hablo en fino'. La
gracia de no perder la memoria del pueblo fiel y esuna gracia, ¿eh? El
Libro del Deuteronomio, cuántas veces Dios le dice a su Pueblo: 'No te olvides,
no te olvides, no te olvides'. Y Pablo a su discípulo predilecto, que él mismo
consagró obispo, Timoteo, le dice: 'Y acordáte de tu madre y de tu abuela,
¿eh?' O sea...
3. La tercera
palabra: Ánimo, levántate. Y este es el tercer eco. Un eco
que no nace directamente del grito de Bartimeo, sino de la reacción de la gente
que mira cómo Jesús actuó ante el clamor del ciego mendicante. Es decir,
aquellos que no le daban lugar al reclamo de él, no le daban paso o alguno que
lo hacía callar. Claro, cuando ve que Jesús reacciona así, cambia. Levántate,
te llama.
Es un grito que se
transforma en Palabra, en invitación, en cambio, en propuesta de novedad frente
a nuestras formas de reaccionar ante el Santo Pueblo Fiel de Dios.
A diferencia de
los otros, que pasaban, el Evangelio dice que Jesús se detuvo y preguntó qué
pasa, ¿quién toca la batería? Se detiene frente al clamor de una persona. Sale
del anonimato de la muchedumbre para identificarlo y de esa forma se compromete
con él. Se enraíza en su vida. Y lejos de mandarlo callar, le pregunta: Decíme,
¿qué puedo hacer por vos? No necesita diferenciarse, no necesita separarse, no
le echa un sermón, no lo clasifica y le pregunta si está autorizado o no para
hablar. Tan solo le pregunta, lo identifica queriendo ser parte de la vida de
ese hombre, queriendo asumir su misma suerte. Así le restituye paulatinamente
la dignidad que tenía perdida, al borde del camino y ciego. Lo incluye. Y lejos
de verlo desde fuera, se anima a identificarse con los problemas y así
manifestar la fuerza transformadora de la misericordia. No existe una
compasión. Una compasión, no una lástima. No existe una compasión que no se
detenga. Si no te detenés, no padecés con, no tenés la divina compasión. No
existe una compasión que no escuche. No existe una compasión que no se
solidarice con el otro. La compasión no es zapping, no es silenciar el
dolor, por el contrario, es la lógica propia del amor, el padecer con. Es la
lógica que no se centra en el miedo sino en la libertad que nace de amar y pone
el bien del otro por sobre todas las cosas. Es la lógica que nace de no tener
miedo de acercarse al dolor de nuestra gente. Aunque muchas veces no sea más
que para estar a su lado y hacer de ese momento una oportunidad de oración.
Y esta es la
lógica del discipulado, esto es lo que hace el Espíritu Santo con nosotros y en
nosotros. De esto somos testigos. Un día Jesús nos vio al borde del camino,
sentados sobre nuestros dolores, sobre nuestras miserias, sobre nuestras
indiferencias. Cada uno conoce su historia antigua. No acalló nuestros gritos,
por el contrario se detuvo, se acercó y nos preguntó qué podía hacer por
nosotros. Y gracias a tantos testigos, que nos dijeron: «ánimo, levántate»,
paulatinamente fuimos tocando ese amor misericordioso, ese amor transformador,
que nos permitió ver la luz. No somos testigos de una ideología, no somos
testigos de una receta, o de una manera de hacer teología. No somos testigos de
eso. Somos testigos del amor sanador y misericordioso de Jesús. Somos testigos
de su actuar en la vida de nuestras comunidades.
Y esta es la
pedagogía del Maestro, esta es la pedagogía de Dios con su Pueblo. Pasar de la
indiferencia del zapping al «ánimo, levántate, el Maestro te llama» (Mc
10,49). No porque seamos especiales, no porque seamos mejores, no porque
seamos los funcionarios de Dios, sino tan solo porque somos testigos
agradecidos de la misericordia que nos transforma.
Y cuando se vive
así, hay gozo y alegría, y podemos adherirnos al testimonio de la hermana, que
en su vida hizo suyo el consejo de san Agustín: «Canta y camina». Esa alegría
que viene del testigo de la misericordia que transforma. No estamos solos en
este camino. Nos ayudamos con el ejemplo y la oración los unos a los otros.
Tenemos a nuestro alrededor una nube de testigos (cf. Hb 12,1).
Recordemos a la beata Nazaria Ignacia de Santa Teresa de Jesús, que dedicó su
vida al anuncio del Reino de Dios en la atención a los ancianos, con la «olla
del pobre» para quienes no tenían qué comer, abriendo asilos para niños
huérfanos, hospitales para heridos de la guerra, e incluso creando un sindicato
femenino para la promoción de la mujer. Recordemos también a la venerable
Virginia Blanco Tardío, entregada totalmente a la evangelización y al cuidado
de las personas pobres y enfermas. Ellas y tantos otros anónimos, del montón,
de los que seguimos a Jesús, son estímulo para nuestro camino. ¡Esa nube de
testigos! Vayamos adelante con la ayuda de Dios y colaboración de todos. El
Señor se vale de nosotros para que su luz llegue a todos los rincones de la
tierra. Y adelante, canta y camina. Y, mientras cantan y caminan, por favor,
recen por mí, que lo necesito. Gracias".
11.07.15
Texto del discurso escrito por el Papa y entregado en el hospital
pediátrico
8.30. San
Lorenzo. Visita al Hospital General Pediátrico “Niños de Acosta Ñu”. El
Pontífice recuerda que los niños están dentro de los predilectos de Jesús
Madrid, 11
de julio de 2015 (ZENIT.org)
El papa
Francisco ha visitado este sábado de manera privada a los niños, familiares y
personal del Hospital General Pediátrico “Niños de Acosta Ñu”. A
continuación publicamos el discurso, dado a conocer por la Santa Sede, que el
Santo Padre ha preparado para esta ocasión:
"Señor
Director
Queridos niños
Miembros del personal
Amigos todos
Queridos niños
Miembros del personal
Amigos todos
Gracias por el recibimiento tan cálido con el que me
han recibido. Gracias por este tiempo que me permiten estar con ustedes.
Queridos niños,
quiero hacerles una pregunta, a ver si me ayudan. Me han dicho que son muy
inteligentes, por eso me animo. ¿Jesús se enojó alguna vez?, ¿se acuerdan
cuándo?. Sé que es una pregunta difícil, así que los voy a ayudar. Fue cuando
no dejaron que los niños se acercaran a Él. Es la única vez en todo el
evangelio de Marcos que usó esta expresión (10,13-15) Algo parecido a nuestra
expresión: se llenó de bronca. ¿Alguna vez se enojaron? Bueno, de esa misma
manera se puso Jesús, cuando no lo dejaron estar cerca de los niños, cerca de
ustedes. Le vino mucha rabia. Los niños están dentro de los predilectos de
Jesús. No es que no quiera a los grandes, pero se sentía feliz cuando podía
estar con ellos. Disfrutaba mucho de su amistad y compañía. Pero no solo,
quería tenerlos cerca, sino que aún más. Los ponía como ejemplo. Le dijo a los discípulos
que si «no se hacen como niños, no podrán entrar en el Reino de los Cielos» (Mt
18,3)
Los niños estaban
alejados, los grandes no los dejaban acercarse, pero Jesús, los llamó, los
abrazó y los puso en el medio para que todos aprendieramos a ser como ellos.
Hoy nos diría lo mismo a nosotros. Nos mira y dice, aprendan de ellos.
Debemos aprender
de ustedes, de su confianza, alegría, ternura. De su capacidad de lucha, de su
fortaleza. De su incomparable capacidad de aguante. Son unos luchadores. Y
cuanto uno tiene semejantes «guerreros» adelante, se siente orgulloso. ¿Verdad
mamás? ¿Verdad padres y abuelos? Verlos a ustedes, nos da fuerza, nos da ánimo
para tener confianza, para seguir adelante.
Mamás, papás,
abuelos sé que no es nada fácil estar acá. Hay momentos de mucho dolor,
incertidumbre. Hay momentos de una angustia fuerte que oprime el corazón y hay
momentos de gran alegría. Los dos sentimientos conviven, están en nosotros.
Pero no hay mejor remedio que la ternura de ustedes, que su cercanía. Y me
alegra saber que entre ustedes familias, se ayudan, estimulan, «palanquean»
para salir adelante y atravesar este momento.
Cuentan con el
apoyo de los médicos, los enfermeros y de todo el personal de esta casa.
Gracias por esta vocación de servicio, de ayudar no solo a curar sino a
acompañar el dolor de sus hermanos.
No nos olvidemos,
Jesús está cerca de sus hijos. Está bien cerca, en el corazón. No duden en
pedirle, no duden en hablar con Él, en compartir sus preguntas, dolores. Él
esta siempre, pero siempre, y no los dejará caer.
Y de algo estamos
seguros y una vez más lo confirmo. Donde hay un hijo está la madre. Donde está
Jesús está María, la Virgen de Caacupe. Pidamosle a ella, que los proteja con
su manto, que interceda por ustedes y por su familias.
Y no se olviden,
de rezar por mí. Estoy seguro que sus oraciones, llegan al cielo".
12.07.15
Texto
completo del discurso del Papa a la sociedad civil paraguaya
16.30.
Asunción. Encuentro en el estadio León Condou del colegio San José. El Santo
Padre señaló que 'el bien común se busca desde nuestras diferencias'
Ciudad del Vaticano, 12 de julio de 2015
(ZENIT.org)
El
papa Francisco se reunió este sábado por la tarde con una amplia
representación de la sociedad civil paraguaya en un encuentro celebrado en el
estadio León Condou del colegio San José, en Asunción.
Tras
la ceremonia de bienvenida, el Santo Padre escuchó atentamente las preguntas
de algunos representantes locales. Después fue respondiendo a las diferentes
cuestiones.
A continuación publicamos las palabras
del Pontífice:
Queridos amigos, buenas tardes:
Yo
escribí esto en base a las preguntas que me llegaron, que no son todas las
que hicieron ustedes, así que lo que falta lo iré completando en la medida
que voy hablando. De tal manera que, en la medida que yo pueda, logre
dar mi opinión sobre las reflexiones de ustedes.
Y
estoy contento de estar con ustedes, representantes de la sociedad civil,
para compartir esos sueños, ilusiones, en un futuro mejor y problemas.
Agradezco a Mons. Adalberto Martínez Flores, Secretario de la Conferencia
Episcopal del Paraguay, esas palabras de bienvenida que me ha dirigido en
nombre de todos. Y agradezco a las seis personas que han hablado, cada una de
ellas presentando un aspecto de su reflexión.
Verlos
a todos, cada uno proveniente de un sector, de una organización, de esta
sociedad paraguaya, con sus alegrías, preocupaciones, luchas y búsquedas, me
lleva a hacer una acción de gracias a Dios. O sea, parece que Paraguay no
está muerto, gracias a Dios. Porque un pueblo que vive, un pueblo que no mantiene
viva sus preocupaciones, un pueblo que vive en la inercia de la aceptación
pasiva, es un pueblo muerto. Por el contrario, veo en ustedes la savia de una
vida que corre y que quiere germinar. Y eso siempre Dios lo bendice. Dios
siempre está a favor de todo lo que ayude a levantar, mejorar, la vida de sus
hijos. Hay cosas que están mal, sí. Hay situaciones injustas, sí. Pero verlos
y sentirlos me ayuda a renovar la esperanza en el Señor que sigue actuando en
medio de su gente. Ustedes vienen desde distintas miradas, distintas
situaciones y búsquedas, todos juntos forman la cultura paraguaya. Todos son
necesarios en la búsqueda del bien común. «En las condiciones actuales de la
sociedad mundial, donde hay tantas iniquidades y cada vez más las personas son
descartables» (Laudato si’ 158) verlos a ustedes aquí es un regalo. Es
un regalo porque en las personas que han hablado vi la voluntad por el bien
de la patria.
1.
Con relación a la primera pregunta, me gustó escuchar en boca de un joven la
preocupación por hacer que la sociedad sea un ámbito de fraternidad, de
justicia, de paz y dignidad para todos. La juventud es tiempo de grandes
ideales. A mí me viene decir muchas veces que me da tristeza ver un joven
jubilado. Qué importante es que ustedes los jóvenes – y ¡vaya que hay jóvenes
acá en Paraguay!–, que ustedes los jóvenes vayan intuyendo que la verdadera
felicidad pasa por la lucha de un país fraterno. Y es bueno que ustedes los
jóvenes vean que felicidad y placer no son sinónimos. Una cosa es la felicidad
y el gozo… y otra cosa es un placer pasajero. La felicidad construye, es
sólida, edifica. La felicidad exige compromiso y entrega. Son muy valiosos
para andar por la vida como anestesiados. Paraguay tiene abundante población
joven y es una gran riqueza. Por eso, pienso que lo primero que se ha de
hacer es evitar que esa fuerza se apague, que esa luz que hay en sus
corazones desaparezca, y contrarrestar la creciente mentalidad que considera
inútil y absurdo aspirar a cosas que valen la pena: “No, que no te metás, no,
eso no se arregla más”. Esa mentalidad, en cambio, que pretende ir más
adelante es considerada como absurda. A jugársela por algo, a jugársela por
alguien. Esa es la vocación de la juventud y no tengan miedo de dejar todo en
la cancha. Jueguen limpio, jueguen con todo. No tengan miedo de entregar lo
mejor de sí. No busquen el arreglo previo para evitar el cansancio, la lucha.
No coiméen al réferi.
Eso
sí, esta lucha no lo hagan solos. Busquen charlar, aprovechen a escuchar la
vida, las historias, los cuentos de sus mayores y de sus abuelos, que hay
sabiduría allí. Pierdan mucho tiempo en escuchar todo lo bueno que tienen
para enseñarles. Ellos son los custodios de ese patrimonio espiritual de fe y
valores que definen a un pueblo y alumbran el camino. Encuentren también
consuelo en la fuerza de la oración, en Jesús. En su presencia cotidiana y
constante. Él no defrauda. Jesús invita a través de la memoria de su pueblo.
Es el secreto para que su corazón – el de ustedes– se mantenga siempre alegre
en la búsqueda de fraternidad, de justicia, de paz y dignidad para todos.
Esto puede ser un peligro: “Sí, sí, yo quiero fraternidad, justicia, paz,
dignidad”, pero puede convertirse en un nominalismo: ¡pura palabra! ¡No! La
fraternidad, la justicia, la paz y la dignidad son concretas, sino no sirven.
¡Son de todos los días! ¡Se hacen todos los días! Entonces, yo te pregunto a
vos, joven: “¿Cómo esos ideales los amasás, día a día, en lo concreto? Aunque
te equivoques, ¿te corregís y volvés a andar?”. Pero lo concreto.
Yo
les confieso que a veces a mí me da un poquito de alergia, o para no decirlo
así en términos tan finos, un poquito de “moquillo”, el escuchar discursos
grandilocuentes con todas estas palabras y, cuando uno conoce la persona que
habla, dice: “Qué mentiroso que sos”. Por eso, palabras solas no sirven. Si
vos decís una palabra comprometéte con esa palabra, amasá día a día, día a
día. ¡Sacrificáte por eso! ¡Comprometéte!
Me
gustó la poesía de Carlos Miguel Giménez, que Mons. Adalberto ha citado. Creo
que resume muy bien lo que he querido decirles: «[Sueño] un paraíso sin
guerra entre hermanos, rico en hombres sanos de alma y corazón… y un Dios que
bendice su nueva ascensión». Sí, es un sueño. Y hay dos garantías: que el
sueño se despierte y sea realidad de todos los días, y que Dios sea
reconocido como la garantía de la dignidad nuestra como hombres.
2.
La segunda pregunta se refirió al diálogo como medio para forjar un proyecto
de nación que incluya a todos. El diálogo no es fácil. También está el
“diálogo-teatro”, es decir, representemos al diálogo, juguemos al diálogo, y
después hablamos entre nosotros dos, entre nosotros dos, y aquello quedó
borrado. El diálogo es sobre la mesa, claro . Si vos, en el diálogo, no decís
realmente lo que sentís, lo que pensás, y no te comprometés a escuchar al
otro, ir ajustando lo que vas pensando vos y conversando, el diálogo no
sirve, es una pinturita. Ahora, también es verdad que el diálogo no es fácil,
hay que superar muchas las dificultades y, a veces, parece que nosotros nos
empecinamos en hacer las cosas más difíciles todavía. Para que haya diálogo
es necesaria una base fundamental, una identidad. Cierto, por ejemplo, yo
pienso en el diálogo nuestro, el diálogo interreligioso, donde representantes
de las diversas religiones hablamos. Nos reunimos, a veces, para hablar… y
los puntos de vista, pero cada uno habla desde su identidad: “Yo soy budista,
yo soy evangélico, yo soy ortodoxo, yo soy católico”. Cada uno dice, pero su
identidad. No negocia su identidad. O sea, para que haya diálogo es necesaria
esa base fundamental. ¿Y cuál es la identidad en un país? –estamos hablando
del diálogo social acá–. El amor a la patria. La patria primero, después mi
negocio. ¡La patria primero! Esa es la identidad. Entonces, yo, desde esa
identidad, voy a dialogar. Si yo voy a dialogar sin esa identidad el diálogo
no sirve. Además, el diálogo presupone y nos exige buscar esa cultura del
encuentro. Es decir, un encuentro que sabe reconocer que la diversidad no
solo es buena, es necesaria. La uniformidad nos anula, nos hace autómatas. La
riqueza de la vida está en la diversidad. Por lo que el punto de partida no
puede ser: “Voy a dialogar pero aquel está equivocado”. No, no, no podemos
presumir que el otro está equivocado. Yo voy con lo mío y voy a escuchar qué
dice el otro, en qué me enriquece el otro, en qué el otro me hace caer en la
cuenta que yo estoy equivocado, y en qué cosas le puedo dar yo al otro. Es un
ida y vuelta, ida y vuelta, pero con el corazón abierto. Con presunciones de
que el otro está equivocado, mejor irse a casa y no intentar un diálogo, ¿no
es cierto? El diálogo es para el bien común, y el bien común se busca, desde
nuestra diferencias, dándole posibilidad siempre a nuevas alternativas. Es
decir, busca algo nuevo. Siempre, cuando hay verdadero diálogo, se termina
–permítanme la palabra pero la digo noblemente– en un acuerdo nuevo, donde
todos nos pusimos de acuerdo en algo. ¿Hay diferencias? Quedan a un costado,
en la reserva. Pero en ese punto en que nos pusimos de acuerdo o en esos
puntos en que nos pusimos de acuerdo, nos comprometemos y los defendemos. Es
un paso adelante. Esa es la cultura del encuentro. Dialogar no es negociar.
Negociar es procurar sacar la propia tajada. A ver cómo saco la mía. No, no dialogues,
no pierdas tiempo. Si vas con esa intención no pierdas tiempo. Es buscar el
bien común para todos. Discutir juntos, pensar una mejor solución para todos.
Muchas veces esta cultura del encuentro se ve envuelta en el conflicto. Es
decir.. Vimos un ballet precioso recién. Todo estaba coordinado y una
orquesta que era una verdadera sinfonía de acordes. Todo estaba perfecto.
Todo andaba bien. Pero en el diálogo no siempre es así, no todo es un ballet
perfecto o una orquesta coordinada. En el diálogo se da el conflicto. Y es
lógico y esperable. Porque si yo pienso de una manera y vos de otra, y vamos
andando, se va a crear un conflicto. ¡No le tenemos que temer! No tenemos que
ignorar el conflicto. Por el contrario, somos invitados a asumir el conflicto.
Si no asumimos el conflicto – “No, es un dolor de cabeza, que vaya con su
idea a su casa, yo me quedo con la mía”- no podemos dialogar nunca. Esto
significa: «Aceptar sufrir el conflicto, resolverlo y transformarlo en un
eslabón de un nuevo proceso» (Evangelii gaudium 227). Vamos a
dialogar, hay conflicto, lo asumo, lo resuelvo y es un eslabón de un nuevo
proceso. Es un principio que nos tiene que ayudar mucho. «La unidad es
superior al conflicto» (ibíd. 228) El conflicto existe: hay que
asumirlo, hay que procurar resolverlo hasta donde se pueda, pero con miras a
lograr una unidad que no es uniformidad, sino que es unidad en la diversidad.
Una unidad que no rompe las diferencias, sino que las vive en comunión por
medio de la solidaridad y la comprensión. Al tratar de entender las razones
del otro, al tratar de escuchar su experiencia, sus anhelos, podemos ver que
en gran parte son aspiraciones comunes. Y esta es la base del encuentro:
todos somos hermanos, hijos de un mismo Padre, de un Padre celestial, y cada
uno con su cultura, su lengua, sus tradiciones, tiene mucho que aportar a la
comunidad. Ahora, “¿yo estoy dispuesto a recibir eso?”. Si estoy dispuesto a
recibir, y a dialogar con eso, entonces sí me siento a dialogar; si no estoy
dispuesto, mejor no perder el tiempo. Las verdaderas culturas nunca están
cerradas en sí mismas –mueren, si se cierran en sí mismas mueren–, sino que
están llamadas a encontrarse con otras culturas y crear nuevas realidades.
Cuando estudiamos historia encontramos culturas milenarias que ya no están
más. Han muerto. Por muchas razones. Pero una de ellas es haberse cerrado en
sí mismas. Sin este presupuesto esencial, sin esta base de hermandad será muy
difícil arribar al diálogo. Si alguien considera que hay personas, culturas, situaciones
de segunda, tercera o de cuarta... algo, seguro, saldrá mal, porque
simplemente carece de lo mínimo, que es el reconocimiento de la dignidad del
otro. Que no hay persona de primera, de segunda, de tercera, de cuarta: son
de la misma línea.
3.
Y esto me da pie para responder a la inquietud manifestada en la tercera
pregunta: acoger el clamor de los pobres para construir una sociedad más
inclusiva. Es curioso: el egoísta se excluye. Nosotros queremos incluir.
Acuérdense de la parábola del hijo pródigo, ese hijo que le pidió la herencia
al padre, se llevó toda la plata, la malgastó en la buena vida y, al cabo de
un largo tiempo que había perdido todo –porque le dolía el estómago de
hambre–, se acordó de su padre. Y su padre lo esperaba. Es la figura de Dios,
que siempre nos espera. Y, cuando lo ve venir, lo abraza y hace fiesta. En
cambio, el otro hijo, el que había estado en la casa, se enoja y se
autoexcluye: “Yo con esta gente no me junto, yo me porté bien, yo tengo una
gran cultura, estudié en tal o tal universidad, tengo esta familia y esta
alcurnia. Así que con éstos no me mezclo”. No excluir a nadie, pero no
autoexcluirse, porque todos necesitamos de todos. También un aspecto
fundamental para promover a los pobres está en el modo en que los vemos. No
sirve una mirada ideológica, que termina usando a los pobres al servicio de
otros intereses políticos y personales (cf. Evangelii gaudium 199).
Las ideologías terminan mal, no sirven. Las ideologías tienen una relación o
incompleta o enferma o mala con el pueblo. Las ideologías no asumen al
pueblo. Por eso, fíjense en el siglo pasado. ¿En qué terminaron las
ideologías? En dictaduras, siempre, siempre. Piensan por el pueblo, no dejan
pensar al pueblo. O como decía aquel agudo crítico de la ideología, cuando le
dijeron: “Sí, pero esta gente tiene buena voluntad y quiere hacer cosas por
el pueblo”. –“Sí, sí, sí, todo por el pueblo, pero nada con el pueblo”. Estas
son las ideologías. Para buscar efectivamente su bien, lo primero es
tener una verdadera preocupación por su persona –estoy hablando de los
pobres-, valorarlos en su bondad propia. Pero, una valoración real exige
estar dispuestos a aprender de los pobres, aprender de ellos. Los pobres
tienen mucho que enseñarnos en humanidad, en bondad, en sacrificio, en
solidaridad. Los cristianos, además, tenemos además un motivo mayor para amar
y servir a los pobres, porque en ellos tenemos el rostro, vemos el rostro y
la carne de Cristo, que se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza
(cf. 2 Co 8,9). Los pobres son la carne de Cristo. A mí me
gusta preguntarle a alguien, cuando confieso gente –ahora no tengo tantas
oportunidades para confesar como tenía en mi diócesis anterior-, pero me
gusta preguntarle: “¿Y usted ayuda a la gente?” –“Sí, sí, doy limosna”. –“Ah,
y dígame, cuando da limosna, ¿le toca la mano al que da limosna o tira la
moneda y hace así?”. Son actitudes. “Cuando usted da esa limosna, ¿lo mira a
los ojos o mira para otro lado?”. Eso es despreciar al pobre. Son los pobres.
Pensemos bien. Es uno como yo y, si está pasando un mal momento por miles
razones –económicas, políticas, sociales o personales-, yo podría estar en
ese lugar y podría estar deseando que alguien me ayude. Y además de desear
que alguien me ayude, si estoy en ese lugar, tengo el derecho de ser
respetado. Respetar al pobre. No usarlo como objeto para lavar nuestras
culpas. Aprender de los pobres, con lo que dije, con las cosas que tienen,
con los valores que tienen. Y los cristianos tenemos ese motivo, que son la
carne de Jesús.
Ciertamente,
es muy necesario para un país el crecimiento económico y la creación de
riqueza, y que esta llegue a todos los ciudadanos sin que nadie quede
excluido. Y eso es necesario. La creación de esta riqueza debe estar siempre
en función del bien común, de todos, y no de unos pocos. Y en esto hay que
ser muy claros. «La adoración del antiguo becerro de oro (cf. Ex 32,1-35)
ha encontrado una versión nueva y despiadada en el fetichismo del dinero y en
la dictadura de la economía sin rostro» (Evangelii gaudium 55). Las
personas cuya vocación es ayudar al desarrollo económico tienen la tarea de
velar para que éste siempre tenga rostro humano. El desarrollo económico
tiene que tener rostro humano. ¡No, a la economía sin rostro! Y en sus manos
está la posibilidad de ofrecer un trabajo a muchas personas y dar así una
esperanza a tantas familias. Traer el pan a casa, ofrecer a los hijos un
techo, ofrecer salud y educación, son aspectos esenciales de la dignidad
humana, y los empresarios, los políticos, los economistas, deben dejarse
interpelar por ellos. Les pido que no cedan a un modelo económico idolátrico
que necesita sacrificar vidas humanas en el altar del dinero y de la
rentabilidad. En la economía, en la empresa, en la política, lo primero
siempre es la persona y el habitat donde vive.
Con
justa razón, Paraguay es conocido en el mundo por haber sido la tierra donde
comenzaron las Reducciones, una de las experiencias de evangelización y
organización social más interesantes de la historia. En ellas, el Evangelio
fue alma y vida de comunidades donde no había hambre, no había desocupación
ni analfabetismo ni opresión. Esta experiencia histórica nos enseña que una
sociedad más humana también hoy es posible. Ustedes la vivieron en sus raíces
acá. ¡Es posible! Cuando hay amor al hombre, y voluntad de servirlo, es
posible crear las condiciones para que todos tengan acceso a los bienes
necesarios, sin que nadie sea descartado. Buscar en cada caso las soluciones
por el diálogo.
En
la cuarta pregunta, he respondido con esto de una economía toda en función de
la persona y no en función del dinero. La señora, la empresaria, hablaba de
la poca efectividad de ciertos caminos. Y mencionaba uno que yo había
mencionado en la Evangelii gaudium, que es el populismo
irresponsable, ¿no es cierto? Y parece que no dan efecto, ¿no? Y hay tantas
teorías, ¿no? ¿Cómo hacerlo? Creo que con esto que digo de una economía con
rostro humano está la inspiración para responder a esa pregunta.
En
la quinta pregunta creo que la respuesta está dada a lo largo de lo que dije
cuando hablé de las culturas. O sea, hay una cultura ilustrada, que es
cultura y es buena y hay que respetarla, ¿cierto? Hoy, por ejemplo, en una
parte del ballet, se tocó música de una cultura ilustrada y buena. Pero hay
otra cultura, que tiene el mismo valor, que es la cultura de los pueblos, de
los pueblos originarios, de las diversas etnias. Una cultura que me atrevería
a llamarla –pero en el buen sentido– una cultura popular. Los pueblos tienen
su cultura y hacen su cultura. Es importante ese trabajo por la cultura en el
sentido más amplio de la palabra. No es cultura solamente haber estudiado o
poder gozar de un concierto, o leer un libro interesante, sino también es
cultura mil cosas. Hablaban del tejido de Ñandutí. Por ejemplo, eso es
cultura. Y es cultura nacida del pueblo. Por poner un ejemplo, ¿cierto? Y hay
dos cosas que, antes de terminar, quisiera referirme. Y en esto, como hay
políticos aquí presentes, –incluso está el Presidente de la República–, lo
digo fraternalmente, ¿no? Alguien me dijo: “Mire, “fulano de tal” está
secuestrado por el ejército, ¡haga algo!”. Yo no digo si es verdad, si no es
verdad, si es justo, si no es justo, pero uno de los métodos que tenían las
ideologías dictatoriales del siglo pasado, a las que me referí hace un rato,
era apartar a la gente, o con el exilio o con la prisión o, en el caso de los
campos de exterminio, nazis o estalinistas, la apartaban con la muerte, ¿no?
Para que haya una verdadera cultura en un pueblo, una cultura política y del
bien común, rápido juicios claros, juicios nítidos. Y no sirve otro tipo de
estratagema. La justicia nítida, clara. Eso nos va a ayudar a todos. Yo no sé
si acá existe eso o no, lo digo con todo respeto. Me lo dijeron cuando
entraba. Me lo dijeron acá. Y que pidiera por no sé quién. No oí bien el
apellido. Y después está otra cosa que también por honestidad quiero decir:
un método que no da libertad a las personas para asumir responsablemente su
tarea de construcción de la sociedad, y es el chantaje. El chantaje siempre
es corrupción: “Si vos hacés esto, te vamos a hacer esto, con lo cual te
destruimos”. La corrupción es la polilla, es la gangrena de un pueblo. Por
ejemplo, ningún político puede cumplir su rol, su trabajo, si está
chantajeado por actitudes de corrupción: “Dame esto, dame este poder, dame
esto o, si no, yo te voy a hacer esto o aquello”. Eso que se da en todos los
pueblos del mundo, porque eso se da, si un pueblo quiere mantener su dignidad,
tiene que desterrarlo. Estoy hablando de algo universal.
Y
termino. Para mí es una gran alegría ver la cantidad y variedad de
asociaciones que están comprometidas en la construcción de un Paraguay cada
vez mejor y próspero, pero, si no dialogan, no sirve para nada. Si
chantajean, no sirve para nada. Esta multitud de grupos y personas son como
una sinfonía, cada uno con su peculiaridad y su riqueza propia, pero buscando
la armonía final, la armonía, y eso es lo que cuenta. Y no le tengan miedo al
conflicto, pero háblenlo y busquen caminos de solución.
Amen
a su patria, a sus conciudadanos y, sobre todo, amen a los más pobres. Así
serán ante el mundo un testimonio de que otro modelo de desarrollo es
posible. Estoy convencido, por la propia historia de ustedes, de que tienen
la fuerza más grande que existe: su humanidad, su fe, su amor. Ese ser del
pueblo paraguayo que lo distingue tan ricamente entre las naciones del mundo.
Y
pido a la Virgen de Caacupé, nuestra Madre, que los cuide, que los proteja,
que los aliente en sus esfuerzos. Que Dios los bendiga y recen por mí.
Gracias.
Después del canto:
Un
consejo, como despedida, antes de la bendición: Lo peor que les puede pasar a
cada uno de ustedes cuando salgan de aquí es pensar: “Qué bien lo que le dijo
el Papa a fulano, a sultano, a aquél otro”. Si alguno de ustedes acepta
pensar así –porque el pensamiento suele venir, a mí también me viene a
veces–, pero hay que rechazarlo: “¿El Papa a quién le dijo eso?” –“A mí”.
Cada uno, quien sea: “A mí”. Y los invito a rezar a nuestro Padre común,
todos juntos, cada uno en su lengua:
Padre nuestro...
13.07.15
******************
Las 10 mejores frases del Santo Padre en su viaje a América Latina
El Santo
Padre ha visitado Ecuador, Bolivia y Paraguay del 5 al 12 de julio
Ciudad del
Vaticano, 13 de julio de 2015 (ZENIT.org)
1. Doy gracias a Dios por haberme permitido volver a
América Latina (5 de julio 2015. Discurso a su llegada en el
aeropuerto de Ecuador)
2. Ayudemos a nuestros jóvenes a no identificar
un grado universitario como sinónimo de mayor estatus, dinero, prestigio
social. (7 de julio 2015. Discurso con el mundo de la escuela
y de la universidad en la Pontificia Universidad Católica de Ecuador)
3. Pensemos en la sociedad a través de estos
valores sociales que mamamos en casa, en la familia: la gratuidad, la
solidaridad y la subsidiariedad. (7 de julio. Encuentro con la sociedad civil en
Quito)
4. "Jesús nunca se saltea la dignidad de
nadie" (9 de julio de 2015. Misa en la plaza del Cristo
Redentor, Santa Cruz, Bolivia)
5. La compasión no es zapping, no es silenciar
el dolor, por el contrario, es la lógica propia del amor, el padecer con. (9 de
julio de 2015. Encuentro con sacerdotes,
religiosos/as, seminaristas en Santa Cruz, Bolivia).
6. “Pido humildemente perdón, no sólo por las ofensas
de la propia Iglesia sino por los crímenes contra los pueblos originarios
durante la llamada conquista de América”. (9 de julio de 2015. II Encuentro Mundial de Movimientos
Populares, Santa Cruz, Bolivia)
7. Los chicos son simples, son alegres. Eso es lo que
quiere Jesús, que nos hagamos como los chicos. (11 de julio de 2015. Visita al hospital pediátrico
Acosta Ñu, Asunción)
8. 'La corrupción
es la polilla, es la gangrena del pueblo' (11 de julio de 2015. Encuentro con representantes de la
sociedad civil, Asunción)
9. La fe nos
hace prójimos, nos hace próximos a la vida de los demás. (12 de julio de
2015. Visita a la población del Bañado
Norte de Asunción)
10.Hagan lío, pero también ayuden a arreglar
y a organizar el lío que hacen. (12 de julio de 2015. Encuentro con los jóvenes en la
Costanera, Asunción)
14.07.15
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