Misa crismal – el Papa a los sacerdotes: ‘Anuncien la verdad, la misericordia y la alegría
El
Santo Padre la celebra en la basílica de San Pedro en el Vaticano
junto a cardenales, obispos y sacerdotes residentes en Roma
(Ciudad
del Vaticano, 13 Abr. 2017).- El papa Francisco celebró este Jueves
Santola misa crismal en la basílica de San Pedro en el Vaticano,
junto a los cardenales, obispos y sacerdotes residentes en Roma.
Vistiendo
paramentos blancos con unos discretos ribetes color bordó, tiara,
callao y el palio pontificio, el Sucesor de Pedro entró en la
basílica en procesión, inciensó el altar, mientras el coro de la
Capilla pontificia Sixtina entonaba en Kyrie y
el Gloria
de Angelis.
Le
siguieron las lecturas y el Evangelio, en el cual Jesús después
de leer al profeta Isaías afirma “Hoy se cumplió esta escritura
que ustedes han escuchado”, y el Papa realizó su homilía.
“Todo
lo que Jesús anuncia y también nosotros los sacerdotes, es Buena
Noticia. Alegre con la alegría evangélica: de quien ha sido ungido
en sus pecados con el aceite del perdón y ungido en su carisma con
el aceite de la misión, para ungir a los demás”.
Y
señaló tres imágenes: “Un ícono de la Buena Noticia son las
tinajas de piedra de las bodas de Caná”, María es el odre nuevo
de la plenitud contagiosa. El segundo ícono de la Buena Noticia es
la vasija de la Samaritana”, a la que Jesús “la sació más con
la confesión de sus pecados concretos”.
El
tercer ícono de la Buena Noticia, es el Odre inmenso del Corazón
traspasado del Señor: integridad mansa, humilde y pobre, que atrae a
todos hacia sí. “El Espíritu anuncia y enseña ‘toda la verdad’
y no teme hacerla beber a sorbos”. dijo.
Al
concluir su homilía el Papa exhortó a los sacerdotes a que,
“contemplando y bebiendo de estos tres odres nuevos, la Buena
Noticia tenga en nosotros la plenitud contagiosa que transmite con
todo su ser Nuestra Señora, la concreción inclusiva del anuncio de
la Samaritana, y la integridad mansa con que el Espíritu brota y se
derrama, incansablemente, del Corazón traspasado de Jesús nuestro
Señor”.
Después
de la homilía el Papa invitó a los sacerdotes con una primera
interrogación: ¿Quieren renovar las promesas que al momento de la
ordenación han hecho delante de vuestro obispo y al pueblo santo de
Dios?
Concluidas
las preguntas el Papa leyó: “Recen también por mi, para que sea
fiel al servicio apostólico, confiado a mi humilde persona, para que
entre ustedes cada día me vuelva más imagen viva y auténtica del
Cristo sacerdote, buen pastor, maestro y siervo de todos”.
Le
siguió la bendición de los óleos para los enfermos, para los
catecúmenos y del perfumado para la crisma. Después de la
consagración y la comunión, con el canto Ubi
caritas est Vera,
la misa concluyó con el Ave
Regina Coelorum.
Texto completo de la homilía del papa Francisco en la misa crismal del Jueves Santo 2017
«El
Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido para
que dé la Buena noticia a los pobres, me ha enviado llevar a los
pobres el anuncio alegre, a proclamar la libertad a los cautivos y la
vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos» (Lc 4,
18).
El Señor,
Ungido por el Espíritu, lleva la Buena Noticia a los pobres. Todo lo
que Jesús anuncia, y también nosotros, sacerdotes, es Buena
Noticia.
Alegre
con la alegría evangélica: de quien ha sido ungido en sus pecados
con el aceite del perdón y ungido en su carisma con el aceite de la
misión, para ungir a los demás. Y, al igual que Jesús, el
sacerdote hace alegre al anuncio con toda su persona.
Cuando
predica la homilía, –breve en lo posible– lo hace con la alegría
que traspasa el corazón de su gente con la Palabra con la que el
Señor lo traspasó a él en su oración. Como todo discípulo
misionero, el sacerdote hace alegre el anuncio con todo su ser.
Y, por
otra parte, son precisamente los detalles más pequeños –todos lo
hemos experimentado– los que mejor contienen y comunican la
alegría: el detalle del que da un pasito más y hace que la
misericordia se desborde en la tierra de nadie. El detalle del que se
anima a concretar y pone día y hora al encuentro. El detalle del que
deja que le usen su tiempo con mansa disponibilidad…
La Buena
Noticia puede parecer una expresión más, entre otras, para decir
«Evangelio»: como buena nueva o feliz anuncio. Sin embargo,
contiene algo que resume en sí todo lo demás: la alegría del
Evangelio. Resume todo porque es alegre en sí mismo.
La
Buena Noticia es la perla preciosa del Evangelio. No es un objeto, es
una misión. Lo sabe el que experimenta «la dulce y confortadora
alegría de anunciar» (Exhort. ap. Evangelii
gaudium,
10).
La Buena
Noticia nace de la Unción. La primera, la «gran unción sacerdotal»
de Jesús, es la que hizo el Espíritu Santo en el seno de María. En
aquellos días, la feliz noticia de la Anunciación hizo cantar
el Magnificat a la Madre Virgen, llenó de santo silencio
el corazón de José, su esposo, e hizo saltar de gozo a Juan en el
seno de su madre Isabel.
Hoy,
Jesús regresa a Nazaret, y la alegría del Espíritu renueva la
Unción en la pequeña sinagoga del pueblo: el Espíritu se posa y se
derrama sobre él ungiéndolo con óleo de alegría (cf. Sal 45,8).
La Buena Noticia. Una sola Palabra –Evangelio– que en el acto de
ser anunciado se vuelve alegre y misericordiosa verdad.
Que nadie
intente separar estas tres gracias del Evangelio: su Verdad, no
negociable, su Misericordia, incondicional con todos los pecadores y
su Alegría, íntima e inclusiva. Nunca la verdad de la Buena Noticia
podrá ser sólo una verdad abstracta, de esas que no terminan de
encarnarse en la vida de las personas porque se sienten más cómodas
en la letra impresa de los libros.
Nunca la
misericordia de la Buena Noticia podrá ser una falsa conmiseración,
que deja al pecador en su miseria porque no le da la mano para
ponerse en pie y no lo acompaña a dar un paso adelante en su
compromiso.
Nunca
podrá ser triste o neutro el Anuncio, porque es expresión de una
alegría enteramente personal: «La alegría de un Padre que no
quiere que se pierda ninguno de sus pequeñitos» (Exhort.
ap. Evangelii
gaudium,
237). La alegría de Jesús al ver que los pobres son evangelizados y
que los pequeños salen a evangelizar (cf. ibíd., 5).
Las
alegrías del Evangelio –lo digo ahora en plural, porque son muchas
y variadas, según el Espíritu tiene a bien comunicar en cada época,
a cada persona en cada cultura particular– son alegrías
especiales.
Se ponen
en odres nuevos, esos de los que habla el Señor para expresar la
novedad de su mensaje. Les comparto, queridos sacerdotes, queridos
hermanos, tres íconos de odres nuevos en los que la Buena Noticia
cabe bien, no se avinagra y se vierte abundantemente.
Un ícono
de la Buena Noticia es el de las tinajas de piedra de las bodas de
Caná (cf. Jn 2,6). En un detalle, reflejan bien ese Odre
perfecto que es –Ella misma, toda entera. Nuestra Señora, la
Virgen María. Dice el Evangelio que «las llenaron hasta el borde»
(Jn 2,7). Imagino yo que algún sirviente habrá mirado a María para
ver si así ya era suficiente y habrá sido un gesto suyo el que los
llevó a echar un balde más. María es el odre nuevo de la plenitud
contagiosa.
Pero,
queridos, ¡sin la Virgen no podemos ir adelante en nuestro
sacerdocio! «Ella es la esclavita del Padre que se estremece en la
alabanza» (Exhort. ap. Evangelii
gaudium,
286), Nuestra Señora de la prontitud, la que apenas ha concebido en
su seno inmaculado al Verbo de vida, sale a visitar y a servir a su
prima Isabel.
Su
plenitud contagiosa nos permite superar la tentación del miedo: ese
no animarnos a ser llenados hasta el borde, esa pusilanimidad de no
salir a contagiar de gozo a los demás. Nada de eso: «La alegría
del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se
encuentran con Jesús» (Ibíd., 1).
El
segundo ícono de la Buena Noticia es aquella vasija que con su
cucharón de madera, al pleno sol del mediodía, portaba sobre su
cabeza la Samaritana. Refleja bien una cuestión esencial: la de la
concreción. El Señor que es la Fuente de Agua viva no tenía «con
qué» sacar agua para beber unos sorbos. Y la Samaritana sacó agua
de su vasija con el cucharón y sació la sed del Señor. Y la sació
más con la confesión de sus pecados concretos.
Agitando
el odre de esa alma samaritana, desbordante de misericordia, el
Espíritu Santo se derramó en todos los paisanos de aquel pequeño
pueblo, que invitaron al Señor a hospedarse entre ellos.
Un odre
nuevo con esta concreción inclusiva nos lo regaló el Señor en el
alma samaritana que fue Madre Teresa de Calcuta. Él llamó y le
dijo: «Tengo sed», «pequeña mía, ven, llévame a los agujeros de
los pobres. Ven, sé mi luz. No puedo ir solo. No me conocen, por eso
no me quieren. Llévame hasta ellos». Y ella, comenzando por uno
concreto, con su sonrisa y su modo de tocar con las manos las
heridas, llevó la Buena Noticia a todos.
El modo
de tocar con las manos heridas: las caricias sacerdotales a los
enfermos y a los desesperados. El sacerdote es el hombre de la
ternura. Concreto y tierno.
El tercer
ícono de la Buena Noticia es el Odre inmenso del Corazón traspasado
del Señor: integridad mansa. humilde y pobre, que atrae a todos
hacia sí. De él tenemos que aprender que anunciar una gran alegría
a los muy pobres no puede hacerse sino
de modo respetuoso y humilde hasta la humillación.
No puede
ser presuntuosa la evangelización. Concreta, tierna y humilde: así
la evangelización será gaudiosa. No puede ser presuntuosa la
evangelización, no puede ser rígida la integridad de la verdad,
porque la verdad se hizo carne, se hizo ternura, se hizo niño, se
hizo hombres, se hizo pecado en la cruz (cfr 2Cor 5,21).
El
Espíritu anuncia y enseña «toda la verdad» (Jn 16,13) y no teme
hacerla beber a sorbos. El Espíritu nos dice en cada momento lo que
tenemos que decir a nuestros adversarios (cf. Mt 10,19) e ilumina el
pasito adelante que podemos dar en ese momento. Esta mansa integridad
da alegría a los pobres, reanima a los pecadores, hace respirar a
los oprimidos por el demonio.
Queridos
sacerdotes, que contemplando y bebiendo de estos tres odres nuevos,
la Buena Noticia tenga en nosotros la plenitud contagiosa que
transmite con todo su ser nuestra Señora, la concreción inclusiva
del anuncio de la Samaritana, y la integridad mansa con que el
Espíritu brota y se derrama, incansablemente, del Corazón
traspasado de Jesús nuestro Señor.
14.04.17
14.04.17
El Santo Padre en el Coliseo: ‘Avergonzados pero con la esperanza de que el bien vencerá’
Meditaciones
escritas por la biblista francesa Anne-Marie Pelletier
(Roma,
14 Abr. 2017).- El papa Francisco presidió este viernes santo el Vía
Crucis, en el impresionante marco del Coliseo romano, en el que
derramaron su sangre muchos mártires cristianos durante los
primeros siglos. El Santo Padre asistió a la ceremonia abriéndola
con una primera lectura y la concluyó con otra reflexión.
En
ella habló de la vergüenza ante migrantes muertos en los
naufragios, por los discriminados por su religión o su raza, muertos
en las guerras. Vergüenza por las veces que hemos huido, por
nuestras manos perezosas en el dar y ávidas en el recibir. Por
nuestros pies veloces en el camino del mal y paralizados en el del
bien. Por las veces que los consagrados hirieron el cuerpo de la
Iglesia, por haber olvidado el primer momento de la vocación.
Pero
también confiados –dijo– en la bondad de su misericordia, de
las promesas del Señor, que transforman nuestros corazones
endurecidos en capaces de amar. Que transforman la noche en la
aurora de la resurrección.
“Oh
Cristo, te pedimos que nos enseñes –concluyó el sucesor de Pedro–
a no avergonzarnos nunca de tu cruz, a no instrumentalizarla, sino de
honorarla y adorarla porque con esta tú nos has manifestado la
monstruosidad de nuestros pecados, la grandeza de tu amor, la
injusticia de nuestros juicios y la potencia de tu misericordia”.
El
texto
del Via Crucis fue
escrito por la biblista francesa, Anne Marie Pelletier que puso
en evidencia la presencia femenina, el drama de las guerras, de los
migrantes, de las familias laceradas y los niños abusados.
Entre
otros momentos que la autora consideró más significativos figura en
el camino de Jesús hacia el Calvario; la negación de Pedro, el
sufrimiento de Jesús en el cual se reconocen los hombres, mujeres e
incluso niños que sufrieron violencia; el silencio del sábado.
Recuerda también a los monjes trapenses de Tibhirine, en
Argelia, asesinados en 1998. “Lo sabían bien los monjes asesinados
en Tibhirine, los cuales, a la oración
«desármalos»
añadían la petición «desármanos». La autora así señala como
necesario que “Jesús trajera la ternura infinita de Dios hasta el
corazón del pecado del mundo”. “Era necesario que la dulzura de
Dios visitase nuestro infierno, era la única manera de librarnos del
mal”.
La
Cruz de Cristo fue llevada por el cardenal vicario Agostino Vallini,
una familia romana, representantes de la Unitalsi y religiosos y
laicos de diversos países, entre los cuales Egipto, Portugal,
Colombia, Argentina y China.
La
oración del Vía Crucis en el Coliseo fue retomada por el papa Pablo
VI en 1964
15.04.17
15.04.17
Vigilia Pascual: ‘El Señor está vivo, queriendo resucitar a quienes han sepultado la esperanza’
El
Papa preside la Vigilia Pascual en la basílica de San Pedro, con la
ceremonia del ‘lucernario’
(Ciudad
del Vaticano, 15 Abr. 2017).- El papa Francisco celebró en la noche
de este sábado en la basílica de San Pedro, la Vigilia Pascual.
La
ceremonia litúrgica inició con el ‘lucernario’ en el atrio
de la basílica, en donde el Santo Padre a partir del fuego nuevo
encendió el cirio pascual, en el que incidió las letras alfa y
omega.
Llevando
el cirio pascual que simboliza a Cristo ‘luz del mundo’, a
medida que el Sucesor de Pedro entraba en la basílica que se
encontraba en penumbra, la misma se fue iluminando con las
velas, hasta que se encendieron las luces con gran intensidad,
mientas el diácono cantaba por tres veces ‘Lumen
Christi‘
y la asamblea respondía ‘Deo
Gratias‘.
El Santo Padre vestía paramentos blancos con unos discretos bordados
verdes y dorado.
Le
siguió la liturgia de la palabra, con tres lecturas que
comprendieron el libro del Éxodo, seguido por el ‘Gloria
in Excelsis Deo’,
cantado por el Coro pontificio de la Capilla Sixtina, mientras las
campanas repicaban al viento y la basílica se iluminaba aún más.
Después
de la lectura del Evangelio, el Papa en su homilía invitó a
imaginar los pasos de María Magdalena y de las mujeres que no se
convencen de que todo haya terminado de esa manera. Rostros, dijo, en
los que se pueden encontrar el de “tantas madres y abuelas, el
rostro de niños y jóvenes que resisten el peso y el dolor de tanta
injusticia inhumana”. De quienes sienten “el dolor por la
explotación y la trata”. El rostro “de aquellos que sufren el
desprecio por ser inmigrantes, huérfanos de tierra, de casa, de
familia; el rostro de aquellos que su mirada revela soledad y
abandono por tener las manos demasiado arrugadas”.
“Con
el riego –precisó el Pontífice– de convencernos de que esa
es la ley de la vida, anestesiándonos con desahogos que lo único
que logran es apagar la esperanza que Dios puso en nuestras manos.
“De
pronto, estas mujeres recibieron una sacudida”, recordó Francisco.
“Con la Resurrección, Cristo no ha movido solamente la piedra del
sepulcro, sino que quiere también hacer saltar todas las barreras
que nos encierran en nuestros estériles pesimismos”.
“Vayamos
con ellas a anunciar la noticia, vayamos… donde parece que la
muerte ha sido la única solución”, exhortó.
Porque
“el Señor está Vivo. Vivo y queriendo resucitar en tantos rostros
que han sepultado la esperanza, que han sepultado los sueños, que
han sepultado la dignidad”. Y si no somos capaces de dejar que el
Espíritu nos conduzca por este camino, entonces no somos cristianos.
Concluyó el Papa.
La
homilía del Santo Padre:
«En
la madrugada del sábado, al alborear el primer día de la semana,
fueron María la Magdalena y la otra María a ver el sepulcro» (Mt
28,1). Podemos imaginar esos pasos…, el típico paso de quien va al
cementerio, paso cansado de confusión, paso debilitado de quien no
se convence de que todo haya terminado de esa forma… Podemos
imaginar sus rostros pálidos… bañados por las lágrimas y la
pregunta, ¿cómo puede ser que el Amor esté muerto?
A
diferencia de los discípulos, ellas están ahí, como también
acompañaron el último respiro de su Maestro en la cruz y luego a
José de Arimatea a darle sepultura; dos mujeres capaces de no
evadirse, capaces de aguantar, de asumir la vida como se presenta y
de resistir el sabor amargo de las injusticias.
Y allí
están, frente al sepulcro, entre el dolor y la incapacidad de
resignarse, de aceptar que todo siempre tenga que terminar igual. Y
si hacemos un esfuerzo con nuestra imaginación, en el rostro de
estas mujeres podemos encontrar los rostros de tantas madres y
abuelas, el rostro de niños y jóvenes que resisten el peso y el
dolor de tanta injusticia inhumana.
Vemos
reflejados en ellas el rostro de todos aquellos que caminando por la
ciudad sienten el dolor de la miseria, el dolor por la explotación y
la trata. En ellas también vemos el rostro de aquellos que sufren el
desprecio por ser inmigrantes, huérfanos de tierra, de casa, de
familia; el rostro de aquellos que su mirada revela soledad y
abandono por tener las manos demasiado arrugadas.
Ellas son
el rostro de mujeres, madres que lloran por ver cómo la vida de sus
hijos queda sepultada bajo el peso de la corrupción, que quita
derechos y rompe tantos anhelos, bajo el egoísmo cotidiano que
crucifica y sepulta la esperanza de muchos, bajo la burocracia
paralizante y estéril que no permite que las cosas cambien.
Ellas, en
su dolor, son el rostro de todos aquellos que, caminando por la
ciudad, ven crucificada la dignidad. En el rostro de estas mujeres,
están muchos rostros, quizás encontramos tu rostro y el mío.
Como
ellas, podemos sentir el impulso a caminar, a no conformarnos con que
las cosas tengan que terminar así. Es verdad, llevamos dentro una
promesa y la certeza de la fidelidad de Dios. Pero también nuestros
rostros hablan de heridas, hablan de tantas infidelidades, personales
y ajenas, hablan de nuestros intentos y luchas fallidas.
Nuestro
corazón sabe que las cosas pueden ser diferentes pero, casi sin
darnos cuenta, podemos acostumbrarnos a convivir con el sepulcro, a
convivir con la frustración. Más aún, podemos llegar a
convencernos de que esa es la ley de la vida, anestesiándonos con
desahogos que lo único que logran es apagar la esperanza que Dios
puso en nuestras manos.
Así son,
tantas veces, nuestros pasos, así es nuestro andar, como el de estas
mujeres, un andar entre el anhelo de Dios y una triste resignación.
No sólo muere el Maestro, con él muere nuestra esperanza. «De
pronto tembló fuertemente la tierra» (Mt 28,2). De pronto, estas
mujeres recibieron una sacudida, algo y alguien les movió el suelo.
Alguien, una vez más salió, a su encuentro a decirles: «No teman»,
pero esta vez añadiendo: «Ha resucitado como lo había dicho» (Mt
28,6).
Y tal es
el anuncio que generación tras generación esta noche santa nos
regala: No temamos hermanos, ha resucitado como lo había dicho. «La
vida arrancada, destruida, aniquilada en la cruz ha despertado y
vuelve a latir de nuevo» (cfr R. Guardini, El Señor).
El latir
del Resucitado se nos ofrece como don, como regalo, como horizonte.
El latir del Resucitado es lo que se nos ha regalado, y se nos quiere
seguir regalando como fuerza transformadora, como fermento de nueva
humanidad.
Con la
Resurrección, Cristo no ha movido solamente la piedra del sepulcro,
sino que quiere también hacer saltar todas las barreras que nos
encierran en nuestros estériles pesimismos, en nuestros calculados
mundos conceptuales que nos alejan de la vida, en nuestras
obsesionadas búsquedas de seguridad y en desmedidas ambiciones
capaces de jugar con la dignidad ajena.
Cada uno
de nosotros ha entrado en el propio sepulcro, los invito a salir.
Cuando el
Sumo Sacerdote y los líderes religiosos en complicidad con los
romanos habían creído que podían calcularlo todo, cuando habían
creído que la última palabra estaba dicha y que les correspondía a
ellos establecerla, Dios irrumpe para trastocar todos los criterios y
ofrecer así una nueva posibilidad. Dios, una vez más, sale a
nuestro encuentro para establecer y consolidar un nuevo tiempo, el
tiempo de la misericordia.
Esta es
la promesa reservada desde siempre, esta es la sorpresa de Dios para
su pueblo fiel: alégrate porque tu vida esconde un germen de
resurrección, una oferta de vida esperando despertar. Y eso es lo
que esta noche nos invita a anunciar: el latir del Resucitado, Cristo
Vive.
Y eso
cambió el paso de María Magdalena y la otra María, eso es lo que
las hace alejarse rápidamente y correr a dar la noticia (cf. Mt
28,8). Eso es lo que las hace volver sobre sus pasos y sobre sus
miradas. Vuelven a la ciudad a encontrarse con los otros. Así como
ingresamos con ellas al sepulcro, los invito a que vayamos con ellas,
que volvamos a la ciudad, que volvamos sobre nuestros pasos, sobre
nuestras miradas.
Vayamos
con ellas a anunciar la noticia, vayamos… a todos esos lugares
donde parece que el sepulcro ha tenido la última palabra, y donde
parece que la muerte ha sido la única solución. Vayamos a anunciar,
a compartir, a descubrir que es cierto: el Señor está Vivo. Vivo y
queriendo resucitar en tantos rostros que han sepultado la esperanza,
que han sepultado los sueños, que han sepultado la dignidad.
Y
si no somos capaces de dejar que el Espíritu nos conduzca por este
camino, entonces no somos cristianos. Vayamos y dejémonos sorprender
por este amanecer diferente, dejémonos sorprender por la novedad que
sólo Cristo puede dar. Dejemos que su ternura y amor nos muevan el
suelo, dejemos que su latir transforme nuestro débil palpitar. 16.04.17
Mensaje
de Papa Francisco Urbi et Orbi
El
anuncio más hermoso: «Era verdad, ha resucitado el Señor»
(16
abril de 2017). – “Queridos hermanos y hermanas, este año como
cristianos de todas las confesiones, celebramos juntos la Pascua. Así
con una sola voz en cada parte de la tierra resuena el anuncio más
bello: “El Señor en verdad ha resucitado, como lo había
prometido!”. Ha vencido las tinieblas del pecado y de la muerte, y
de la paz a nuestro tiempo”, declara el papa Francisco.
El
papa Francisco ha presidido la misa de Pascua, plaza San Pedro, en
este 16 de abril de 2017, día donde los cristianos de las diferentes
confesiones festejan la resurrección de Cristo el mismo día: los
calendarios juliano y gregoriano coinciden este año.
Después
ha dado, en presencia de unas 60.000 personas, su mensaje de Pascua y
la bendición “Urbi et Orbi” que confiere la indulgencia plenaria
con las condiciones previstas por la Iglesia, especialmente por la
confesión y la comunión.
El
papa ha anunciado la presencia de Cristo resucitado en medio de las
angustias humanas, ha nombrado especialmente a los países en guerra
o en sufrimiento, primeramente al pueblo de Siria “víctima de una
guerra que no cesa en sembrar el horror y la muerte”. Ha denunciado
el ataque que golpeó a los refugiados, el sábado 15 de abril de
2017: “El último ataque innoble a los refugiados que huían ayer:
ha habido numerosos muertos y heridos”.
Que
él de la paz a todo el Oriente Medio, comenzando por Tierra santa,
lo mismo que en Irak y en Yemen” añadió el papa que después
nombró a los pueblos del sur de Sudán, de Sudán, de Somalia y de
la República Democrática del Congo, y de “la hambruna que golpea
a algunas regiones de África”.
El
papa también ha nombrado su continente de origen y a los países de
América latina y Ucrania, y también ha orado para que Cristo
resucitado, “el Buen Pastor” “dé esperanza a todos aquellos
que atraviesan momentos de crisis y de dificultades, especialmente a
los que tienen falta de trabajo sobre todo a los jóvenes”.
Mensaje
Urbi et Orbi
Queridos
hermanos y hermanas, Feliz Pascua.
Hoy,
en todo el mundo, la Iglesia renueva el anuncio lleno de asombro de
los primeros discípulos: Jesús
ha resucitado — Era
verdad, ha resucitado el Señor, como había
dicho (cf. Lc24,34; Mt 28,5-6).
La
antigua fiesta de Pascua, memorial de la liberación de la esclavitud
del pueblo hebreo, alcanza aquí su cumplimiento: con la
resurrección, Jesucristo nos ha liberado de la esclavitud del pecado
y de la muerte y nos ha abierto el camino a la vida eterna.
Todos
nosotros, cuando nos dejamos dominar por el pecado, perdemos el buen
camino y vamos errantes como ovejas perdidas. Pero Dios mismo,
nuestro Pastor, ha venido a buscarnos, y para salvarnos se ha abajado
hasta la humillación de la cruz. Y hoy podemos proclamar: «Ha
resucitado el Buen Pastor que dio la vida por sus ovejas y se dignó
morir por su grey. Aleluya»
(Misal
Romano,
IV Dom. de Pascua, Ant. de la Comunión).
En toda
época de la historia, el Pastor Resucitado no se cansa de buscarnos
a nosotros, sus hermanos perdidos en los desiertos del mundo. Y con
los signos de la Pasión —las heridas de su amor misericordioso—
nos atrae hacia su camino, el camino de la vida. También hoy, él
toma sobre sus hombros a tantos hermanos nuestros oprimidos por
tantas clases de mal.
El Pastor
Resucitado va a buscar a quien está perdido en los laberintos de la
soledad y de la marginación; va a su encuentro mediante hermanos y
hermanas que saben acercarse a esas personas con respeto y ternura y
les hacer sentir su voz, una voz que no se olvida, que los convoca de
nuevo a la amistad con Dios.
Se
hace cargo de cuantos son víctimas de antiguas y nuevas
esclavitudes: trabajos inhumanos, tráficos ilícitos, explotación y
discriminación, graves dependencias. Se hace cargo de los niños y
de los adolescentes que son privados de su serenidad para ser
explotados, y de quien tiene el corazón herido por las violencias
que padece dentro de los muros de su propia casa.
El Pastor
Resucitado se hace compañero de camino de quienes se ven obligados a
dejar la propia tierra a causa de los conflictos armados, de los
ataques terroristas, de las carestías, de los regímenes opresivos.
A estos emigrantes forzosos, les ayuda a que encuentren en todas
partes hermanos, que compartan con ellos el pan y la esperanza en el
camino común.
Que en
los momentos más complejos y dramáticos de los pueblos, el Señor
Resucitado guíe los pasos de quien busca la justicia y la paz; y
done a los representantes
de las Naciones el valor de evitar que se propaguen los conflictos y
de acabar con el tráfico de las armas.
Que en
estos tiempos el Señor sostenga en modo particular los esfuerzos de
cuantos trabajan activamente para llevar alivio y consuelo a la
población civil de Siria, víctima de una guerra que no cesa de
sembrar horror y muerte. Que conceda la paz a todo el Oriente Medio,
especialmente a Tierra Santa, como también a Irak y a Yemen.
Que los
pueblos de Sudán del Sur, de Somalia y de la República Democrática
del Congo, que padecen conflictos sin fin, agravados por la terrible
carestía que está castigando algunas regiones de África, sientan
siempre la cercanía del Buen Pastor.
Que Jesús
Resucitado sostenga los esfuerzos de quienes, especialmente en
América Latina, se comprometen en favor del bien común de las
sociedades, tantas veces marcadas por tensiones políticas y
sociales, que en algunos casos son sofocadas con la violencia. Que se
construyan puentes de diálogo, perseverando en la lucha contra la
plaga de la corrupción y en la búsqueda de válidas soluciones
pacíficas ante las controversias, para el progreso y la
consolidación de las instituciones democráticas, en el pleno
respeto del estado de derecho.
Que el
Buen Pastor ayude a ucraniana, todavía afligida por un sangriento
conflicto, para que vuelva a encontrar la concordia y acompañe las
iniciativas promovidas para aliviar los dramas de quienes sufren las
consecuencias.
Que el
Señor Resucitado, que no cesa de bendecir al continente europeo, dé
esperanza a cuantos atraviesan momentos de dificultad, especialmente
a causa de la gran falta de trabajo sobre todo para los jóvenes.
Queridos
hermanos y hermanas, este año los cristianos de todas las
confesiones celebramos juntos la Pascua. Resuena así a una sola voz
en toda la tierra el anuncio más hermoso: «Era verdad, ha
resucitado el Señor». Él, que ha vencido las tinieblas del pecado
y de la muerte, dé paz a nuestros días. Feliz Pascua... 17.04.17
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