Los “ingredientes” del Papa Francisco para vivir felices
La
festividad de Todos los Santos o la santidad de todos
(Roma
1 de noviembre de 2017) “La verdadera felicidad no consiste en
tener cualquier cosa o de converstire en alguien: la verdadera
felicidad es estar con el Señor y de vivir por su amor. ¿Lo
creéis?”.
El
papa Francisco ha hecho esta pregunta por dos veces antes del Angelus
de este 1º de noviembre de 2017, fiesta de Todos los Santos, desde
la ventana del despacho del palacio apostólico del Vaticano que da a
la Plaza San Pedro.
El
Papa ha puesto en evidencia la unión entre la fe, santidad y
felicidad. En un tweet ha invitado a no tener miedo de la santidad
“para todos”. “Debemos progresar para creer esto”, ha
insistido el papa.
Ha
tomado la comparación de la vidriera para decir: “Los santos son
nuestros hermanos y hermanas que han acogido la luz de Dios en su
corazón y que lo han transmitido al mundo cada uno según su propia
“tonalidad”. Pero todos han sido transparentes, han luchado para
quitar las manchas y las oscuridades del pecado, de manera que han
dejado pasar la delicada luz de Dios. Esta es la finalidad de la
vida: hacer pasar la luz de Dios y también es la finalidad de
nuestra vida”.
Así,
el Papa ha comentado el Evangelio de las bienaventuranzas leído en
la misa del día: “Los ingredientes para la vida gozosa se llaman
las bienaventuranzas:
son
bienaventurados los sencillos, los humildes que le hacen un lugar a
Dios, que saben llorar por los otros y por sus propios errores, se
mantienen mansos , luchan por la justicia, son misericordiosos hacía
todos, guardan la pureza del corazón, no odian, y cuando sufren,
responden al mal con el bien”.
El
Papa ha abogado por una santidad en la vida de cada día: “Estas
son las bienaventuranzas. No piden gestos deslumbrantes, no son para
los superhombres, sino para quien vive las pruebas y las fatigas de
cada día”.
Ha
evocado también a los “muchos” santos de todos los días,
presentes en el mundo hoy: “los santos son así: respiran como todo
el mundo el aire contaminado del mal que hay en el mundo, pero en el
camino, no pierden nunca de vista el
recorrido de Jesús el
que indica las bienaventuranzas, que son como el mapa
de la vida cristiana.
Hoy, es la fiesta de aquellos que han logrado el objetivo indicado en
este mapa: no solamente los santos del calendario, sino tantos
hermanos y hermanas “de
la puerta de al lado”;
que hemos podido haber encontrado y conocido”.
El
Papa ha invitado espontáneamente a aplaudirles: “Hoy es una
fiesta de familia, de
tantas personas sencillas, ocultas que, en realidad, ayudan a Dios a
hacer avanzar el mundo. Y hay tantos hoy! ¡Hay tantos! Gracias a
estos hermanos y hermanas desconocidos que ayudan a Dios a hacer
avanzar el mundo, que viven en medio de nosotros: saludemosles todos
con un fuerte aplauso!
Después
del Angelus, el Papa ha publicado este tweet en su cuenta
Pontifex_es: “Queridos amigos, el mundo tiene necesidad de santos y
todos nosotros sin excepción, estamos llamados a la santidad. ¡No
tengáis miedo!”.
Todos los Santos: “La verdadera felicidad es estar con el Señor”
Discurso
del papa Francisco antes del Angelus
Queridos
hermanos y hermanas, buenos días y buena fiesta!
La
solemnidad de Todos los Santos y “nuestra” fiesta: no porque
seamos “buenos” sino porque la santidad de Dios ha tocado nuestra
vida.
Los
santos no son perfectos modelos, sino personas traspasadas
por
Dios. Podemos compararlas con las vidrieras de las iglesias, que
hacen pasar la luz de diferentes tonalidades de colores. Los santos
son nuestros hermanos y hermanas que han acogido la luz de Dios en
sus corazones y que la han transmitido al mundo, cada uno según su
“tonalidad”. Pero todos han sido transparentes, han luchado para
quitar las manchas y las oscuridades del pecado, para así poder
hacer pasar la delicada luz de Dios. Esta es la finalidad de la vida:
dejar pasar la luz de Dios y es también la finalidad de nuestra
vida.
En
efecto, hoy, en el Evangelio, Jesús se dirige a los suyos, a todos
nosotros, diciéndonos “felices” (Mt 5, 3). Es la palabra con la
cual comienza su predicación, que es “evangelio”, buena nueva,
porque es el camino de la felicidad. Quien está con Jesús es
bienaventurado, es feliz. La felicidad no consiste en tener algo o
ser alguien, no, la verdadera felicidad es la de estar con el Señor
y de vivir por amor. ¿Creéis esto?.
La
verdadera felicidad no consiste en tener algo o de convertirse en
alguien, la verdadera felicidad es estar con el Señor y vivir
por amor. ¿Creéis esto?. Debemos progresar para creer esto.
Entonces,
los ingredientes para una vida feliz se llaman bienaventuranzas:
son
bienaventurados los sencillos, los humildes que dejan lugar a Dios,
que saben llorar por los otros y por sus propios errores,
permaneciendo ambles, luchan por la justicia, son misericordiosos con
todos, mantienen la pureza de corazón, trabajan siempre por la paz y
permanecen alegres, no odian, y, cuando sufren, responden al mal con
el bien.
Estas
son las bienaventuranzas. No piden gestos llamativos, no son para los
superhombres, sino para que vivan las pruebas y las fatigas de cada
día. Los santos son así: respiran como todo el mundo el aire
contaminado del mal que hay en el mundo, pero en el camino, no
pierden, no pierden nunca de vista el
recorrido de Jesús indicado
por las bienaventuranzas, que son como el mapa
de la vida cristiana. Hoy,
es la fiesta de aquellos que han logrado el objetivo indicado en este
mapa: no solamente los santos del calendario, sino tantos hermanos y
hermanas “de la puerta de al lado”, que hemos podido encontrar y
conocer. Hoy es una
fiesta de familia,
de tantas personas sencillas, ocultas que, en realidad, ayudan a Dios
a hacer avanzar el mundo. Y hay tantos hoy! Hay tantos! Gracias a
tantos hermanos y hermanas desconocidos que ayudan a Dios a hacer
avanzar el mundo, que viven en medio de nosotros: saludemos a todos
con grandes aplausos!.
Ante
todo, me gustaría decir la primera bienaventuranza, es la de los
“pobres de corazón” (Mt 5,3). Qué significa esto? Que no viven
para el éxito, el poder ni el dinero. Saben que los que acumulan
tesoros para sí no se enriquecen delante de Dios (Cf. Lc 12,21): al
contrario, creen que el Señor es el tesoro de la vida, el amor al
prójimo la única fuente verdadera de ganancia. A veces estamos
descontentos por el hecho de que nos falta algo o estamos preocupados
sino estamos considerados como nos gustaría. Recordemos que nuestra
dicha no está en esto, sino en el Señor y en su amor: solo con él,
amando podemos vivir felices.
Por
último, querría citar otra bienaventuranza, que no se encuentra en
el Evangelio, sino al final de la Biblia, y que habla del término de
la vida: “Bienaventurados los muertos que mueren en el Señor”
(Ap. 14,13). Mañana, estaremos llamados a acompañar a nuestros
difuntos con nuestra oración para que puedan disfrutar del Señor
para siempre. Recordemos con gratitud a los que nos son queridos y
oremos por ellos.
Que
la Madre de Dios, Reina de los Santos y Puerta del Cielo, interceda
por nuestro camino de santidad y por aquellos que nos son queridos
que nos han precedido y han partido hacia la Patria Celeste.
02.11.17
02.11.17
Papa Francisco: “Nunca más la guerra. Nunca más esta `inútil matanza´”
Homilía
en la Misa por los fieles difuntos
(2
Nov. 2017).-)La esperanza de reencontrar a Dios, de reencontrarnos
todos nosotros como hermanos, esa esperanza no desilusiona. Pablo fue
fuerte en esa expresión de la segunda lectura « la esperanza no
quedará defraudada».
El
Papa ha celebrado la Santa Misa en el cementerio americano de
Neptuno, a las 15 horas, en la conmemoración de los fieles difuntos,
hoy, 2 de noviembre de 2017, y en especial, por las personas
fallecidas en las guerras.
A
continuación sigue el texto de la homilía del Papa, publicado en
español en Radio Vaticano.
Homilía
del Papa Francisco
Todos
nosotros estamos hoy reunidos en la esperanza. Cada uno de nosotros,
en el propio corazón, puede repetir las palabras de Job que oímos
en la primera lectura: « yo sé que mi Redentor vive y que él, el
último, se alzará sobre el polvo». La esperanza de reencontrar a
Dios, de reencontrarnos todos nosotros como hermanos, esa esperanza
no desilusiona. Pablo fue fuerte en esa expresión de la segunda
lectura « la esperanza no quedará defraudada».
Pero
la esperanza muchas veces nace y echa sus raíces en tantas llagas
humanas, en tantos dolores humanos, y en ese momento de dolor, de
herida, de sufrimiento, nos hace mirar al cielo y decir: yo creo que
mi Redentor está vivo. Pero detente Señor. Y esa es la oración que
tal vez sale de todos nosotros cuando miramos este cementerio: “estoy
seguro, Señor, que estoy contigo. Estoy seguro”: nosotros decimos
esto. “Pero por favor, Señor, detente. No más, nunca más la
guerra. Nunca más esta «inútil matanza»”, como dijo Benedicto
XV. Mejor esperar sin esta destrucción: jóvenes, miles, miles,
miles, y miles… esperanzas rotas, ¡no más Señor! Y esto debemos
decirlo hoy, que rezamos por todos los difuntos, pero en este lugar
rezamos en modo especial por estos chicos. Hoy, en que el mundo está
de nuevo en guerra y se prepara para ir más fuertemente en guerra.
No más Señor, no más. Con la guerra se pierde todo.
Me
viene a la mente aquella anciana que, mirando las ruinas de Hiroshima
con resignación sapiencial, pero con mucho dolor, con esa
resignación lamentosa que saben vivir las mujeres, porque es su
carisma, decía: “los hombres hacen de todo por declarar y hacer la
guerra, y al final, se destruyen a sí mismos”. Ésta es la guerra:
la destrucción de nosotros mismos. Seguramente aquella mujer, esa
anciana había perdido hijos, y nietos. Sólo tenía la herida en el
corazón y las lágrimas. Y si hoy es un día de esperanza, hoy
también es un día de lágrimas. Lágrimas como las que sentían y
lloraban las mujeres cuando llegaba el correo: “usted señora tiene
el honor de que su marido haya sido un héroe de la Patria”; “que
sus hijos, sean héroes de la Patria”. Son lágrimas que hoy la
humanidad no debe olvidar.
Este
orgullo de esta humanidad que no ha aprendido la lección y parece
que no quiere aprenderla.
Cuando
muchas veces en la historia los hombres piensan con hacer una guerra,
están convencidos de traer un mundo nuevo, de hacer una “primavera”.
Y termina en un invierno, feo, cruel, con el reino del terror y de la
muerte. Hoy rezamos por todos los difuntos, por todos. Pero en modo
especial por estos jóvenes, en un momento en el que muchos mueren en
las batallas de cada día, en esta guerra a pedazos. Rezamos también
por los muertos de hoy, los muertos de guerra, también niños
inocentes. Éste es el fruto de la guerra: la muerte. Y que el Señor
nos de la gracia de llorar.
03.11.17
03.11.17
Papa Francisco: Ser “hombres de la vida y no de la muerte”
Misa
por los cardenales y obispos fallecidos este año
(3
Nov. 2017).- “La fe que profesamos en la resurrección nos lleva a
ser hombres de esperanza y no de desesperación, hombres de la vida y
no de la muerte, porque nos consuela la promesa de la vida eterna
enraizada en la unión con Cristo resucitado”, ha dicho el Papa
Francisco.
A
las 11:30 horas de esta mañana, en el Altar de la Cátedra de la
Basílica Vaticana, el Santo Padre Francisco ha presidido la Santa
Misa en sufragio de los cardenales y obispos fallecidos este año.
«Mi
alma tiene sed de Dios, del Dios vivo: ¿cuándo entraré a ver el
rostro de Dios?» (42,3). “Son palabras poéticas que expresan de
manera conmovedora nuestra espera vigilante y sedienta del amor, de
la belleza, de la felicidad y de la sabiduría de Dios”, ha
explicado el Papa.
Estas
palabras del Salmo –ha aclarado el Santo Padre– se habían
quedado grabadas en el alma de nuestros hermanos cardenales y obispos
que hoy recordamos. “Damos gracias por su servicio generoso al
Evangelio y a la Iglesia” y ha añadido que Dios es fiel y nuestra
esperanza en Él no es inútil.
Homilía
del Papa Francisco
La
celebración de hoy nos pone una vez más frente a la realidad de la
muerte, haciendo que también se reavive en nosotros el dolor por la
separación de las personas que han estado cerca de nosotros, y nos
han ayudado; pero la liturgia alimenta sobre todo nuestra esperanza
por ellos y por nosotros mismos.
La
primera lectura expresa una firme esperanza en la resurrección de
los justos: «Muchos de los que duermen en el polvo de la tierra
despertarán: unos para vida eterna, otros para vergüenza e
ignominia perpetua» (12,2). Los que duermen en el polvo, es decir,
en la tierra, son obviamente los muertos, y el despertar de la muerte
no es en sí mismo un retorno a la vida: algunos despertarán para la
vida eterna, otros para vergüenza eterna. La muerte hace definitiva
la «encrucijada» que ya está ante nosotros aquí, en este mundo:
la senda de la vida, es decir, con Dios, o la senda de la muerte, es
decir, lejos de Él. Esos «muchos» que resucitarán para la vida
eterna son los «muchos» por los que Cristo ha derramado su sangre.
Son esa muchedumbre que, gracias a la bondad misericordiosa de Dios,
experimenta la realidad de la vida que no acaba, la victoria completa
sobre la muerte a través de la resurrección.
En
el Evangelio, Jesús fortalece nuestra esperanza, cuando dice: « Yo
soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan
vivirá para siempre» (Jn 6,51). Estas palabras remiten al
sacrificio de Cristo en la cruz. Él aceptó la muerte para salvar a
los hombres que el Padre le había entregado y que estaban muertos en
la esclavitud del pecado. Jesús se hizo nuestro hermano y compartió
nuestra condición hasta la muerte; con su amor rompió el yugo de la
muerte y nos abrió las puertas de la vida. Con su cuerpo y su sangre
nos alimenta y nos une a su amor fiel, que lleva en sí la esperanza
de la victoria definitiva del bien sobre el mal, sobre el sufrimiento
y sobre la muerte. En virtud de este vínculo divino de la caridad de
Cristo, sabemos que la comunión con los muertos no es simplemente un
deseo, una imaginación, sino que se vuelve real.
La
fe que profesamos en la resurrección nos lleva a ser hombres de
esperanza y no de desesperación, hombres de la vida y no de la
muerte, porque nos consuela la promesa de la vida eterna enraizada en
la unión con Cristo resucitado.
Esta
esperanza, que la Palabra de Dios reaviva en nosotros, nos ayuda a
tener una actitud de confianza frente a la muerte: en efecto, Jesús
nos ha mostrado que esta no es la última palabra, sino que el amor
misericordioso del Padre nos transfigura y nos hace vivir en comunión
eterna con Él. Una característica fundamental del cristiano es el
sentido de la espera palpitante del encuentro final con Dios. Lo
hemos reafirmado hace poco en el Salmo Responsable: «Mi alma tiene
sed de Dios, del Dios vivo: ¿cuándo entraré a ver el rostro de
Dios?» (42,3). Son palabras poéticas que expresan de manera
conmovedora nuestra espera vigilante y sedienta del amor, de la
belleza, de la felicidad y de la sabiduría de Dios.
Estas
palabras del Salmo se habían quedado grabadas en el alma de nuestros
hermanos cardenales y obispos que hoy recordamos: nos han dejado
después de haber servido a la Iglesia y al pueblo que se les confió
con la mirada puesta en la eternidad. Por tanto, damos gracias por su
servicio generoso al Evangelio y a la Iglesia, al mismo tiempo que
nos parece oírles repetir con el Apóstol: «La esperanza no
defrauda» (Rm 5,5). Sí, no defrauda. Dios es fiel y nuestra
esperanza en Él no es inútil. Invoquemos para ellos la intercesión
materna de María Santísima, para que participen en el banquete
eterno, que con fe y amor gustaron ya durante su peregrinación
terrena.
04.11.17
04.11.17
Ángelus: Tener “horror al orgullo y a la vanidad”
Palabras
del Papa antes de la oración mariana...
(
Roma 5 de noviembre de 2017) Tener “horror al orgullo y a la
vanidad”. Es la invitación del Papa Francisco en el ángelus del 5
de noviembre, que ha presidido en la plaza San Pedro al mediodía. Ha
exhortado también a las personas que mantienen una autoridad a
ejercerla con el ejemplo, porque “si se ejerce mal, termina siendo
abrumador, no deja crecer a las personas y crea un clima de
desconfianza y de hostilidad”
Advirtiendo
contra la tentación de la “suficiencia humana”, el Papa ha
alabado la virtud de la “modestia”: “Nosotros, discípulos de
Jesús, no debemos buscar títulos de honor, de autoridad o de
supremacía… Personalmente, sufro viendo a personas que viven
psicológicamente corriendo detrás de la vanidad de títulos de
honor”.
“No
debemos de ninguna forma aplastar a los demás, y ha insistido…Si
hemos recibido cualidades del Padre celestial, debemos ponerlas al
servicio de los hermanos, y no para sacar provecho para nuestra
satisfacción y nuestro interés personal. No debemos considerarnos
superiores a los otros”.
Esta
es nuestra traducción de las palabras que el Papa ha pronunciado
para introducir la oración mariana, en presencia de unas 40.000
personas.
Palabras
del Papa antes del ángelus
¡Queridos
hermanos y hermanas, buenos días!
El
Evangelio de hoy (cf. Mt 23, 1-12) se desarrolla en los últimos días
de la vida de Jesús, en Jerusalén; días cargados de expectativas y
de tensiones. Por un lado Jesús dirige severas críticas a los
escribas y a los fariseos, y por otro lado deja instrucciones
importantes a los cristianos, también a nosotros.
Ha
dicho a la gente: “Los escribas y los fariseos enseñan en el
púlpito de Moisés. De manera que todo lo que ellos os pueden decir,
hacedlo y observadlo”. Esto quiere decir que tienen la autoridad de
enseñar lo que es conforme a la Ley de Dios. Sin embargo,
inmediatamente después, Jesús añade: “Pero no hagáis como
ellos, porque dicen y no hacen” (v. 2-3). Hermanos y hermanas,
todos aquellos que tienen una autoridad, tanto civil como
eclesiástica, tienen frecuentemente el defecto de exigir cosas,
incluso justas, que ellos mismos no ponen en práctica. Ellos llevan
una doble vida. Jesús dice: “Atan pesadas cargas, difíciles de
llevar y las ponen sobre los hombros de los hombres; pero ellos ni
con un dedo quieren moverlas”. (v. 4). Esta actitud es un mal
ejercicio de la autoridad, que al contrario debería sacar su primera
fuerza del buen ejemplo, para ayudar a los otros a practicar lo que
es justo y necesario, y sostenerles en las pruebas que encontramos en
el camino del bien. La autoridad es una ayuda, pero si se ejerce mal,
se vuelve abrumadora, no deja crecer a las personas y crea un clima
de desconfianza y de hostilidad e incluso conduce a la corrupción.
Jesús
denuncia abiertamente algunos comportamientos negativos de los
escribas y de los fariseos: “Les gustan los lugares de honor en las
comidas, en los sitios de honor en las sinagogas y los saludos en las
plazas públicas” (vv. 6-7). Es una tentación que corresponde a la
suficiencia humana que no siempre es fácil vencer. Es la actitud de
vivir siempre por la apariencia.
Después
Jesús da instrucciones a sus discípulos: “Para vosotros, no os
deis el título de Rabino, porque tenéis un solo maestro para
enseñaros, y vosotros sois todos hermanos….[No os hagáis dar el
título de maestro, porque vosotros solo tenéis un maestro Cristo.
El mayor entre vosotros será vuestro servidor”(vv.8-11)
Nosotros,
discípulos de Jesús, no debemos buscar títulos de honor, de
autoridad o de supremacía. Os digo que personalmente, sufro viendo
personas que psicológicamente van corriendo detrás de la vanidad de
los títulos de honor. Nosotros discípulos de Jesús, no debemos
hacerlo porque entre nosotros tiene que haber una actitud simple y
fraterna. Todos somos hermanos y hermanas y no debemos de ninguna
manera aplastar a los otros. No debemos mirarlos [en alto] no, todos
somos hermanos. Si hemos recibido cualidades del Padre celestial,
debemos ponerlas al servicio de los hermanos, y no sacar provecho
para nuestra satisfacción y nuestro interés personal. No nos
debemos considerar superiores a los otros; la modestia es esencial
para una existencia que quiere estar conforme con la enseñanza de
Jesús, que es dulce y humilde de corazón y que ha venido no para
ser servido, sino para servir.
Que
la Virgen María, “humilde y superior a todas las criaturas”
(Dante, Paradis, XXXIII, 2), nos ayude, por su intercesión materna,
a horrorizarnos del orgullo y de la vanidad, y a ser dóciles al amor
que viene de Dios, para el servicio de nuestros hermanos y para su
gozo que también será el nuestro.
05.11.17
05.11.17
Santa Marta: “Cada uno de nosotros es un elegido, una elegida de Dios”
Homilía
sobre la “elección de Dios”, de la Carta de S. Pablo a los
Romanos
(
6
Nov. 2017).- “Cada uno de nosotros es un elegido, una elegida de
Dios” –ha dicho el Papa Francisco– “Cuando Dios llama, esa
llamada permanece durante toda la vida”.
Homilía
de la Misa matutina celebrada esta mañana, 6 de noviembre, en la
capilla de la Casa de Santa Marta, inspirada en el tema de la
“elección de Dios” presente en la liturgia a través de la Carta
de San Pablo a los Romanos.
“Cuando
Dios da un don, este don es irrevocable: no lo da hoy y lo quita
mañana. Cuando Dios llama, esa llamada permanece durante toda la
vida”, con esta reflexión comenzó el Papa la homilía.
“Cada
uno de nosotros es un elegido, una elegida de Dios. Cada uno de
nosotros lleva una promesa que el Señor hizo: ‘Camina en mi
presencia, sé irreprensible y yo te haré esto’”, así lo ha
explicado el Papa. “Y cada uno de nosotros hace alianzas con el
Señor. Puede hacerlas, si no quiere hacerlas, es libre”, ha
descrito el Papa como “un hecho”.
El
Santo Padre también lo plantea como un interrogante: “¿Cómo
siento yo la elección? ¿O me siento cristiano de casualidad? ¿Cómo
vivo yo la promesa, una promesa de salvación en mi camino, y cómo
soy fiel a la alianza? ¿Cómo Él es fiel?”.
El
Papa Francisco continuó con la reflexión en torno a San Pablo en
cuanto a la elección de Dios, y dijo que el Apóstol usa “cuatro
veces” dos palabras: “desobediencia” y “misericordia”. A la
vez que añadió que donde está una, estuvo la otra, porque éste es
nuestro camino de Salvación:
“Esto
quiere decir que en el camino de la elección, hacia la promesa y la
alianza, se producirán pecados, habrá desobediencia, pero ante esta
desobediencia siempre está la misericordia. Es como la dinámica de
nuestro caminar hacia la madurez: siempre está la misericordia,
porque Él es fiel, Él jamás revoca sus dones. Está relacionado:
esto está relacionado con el hecho de que los dones son
irrevocables. ¿Por qué? Porque ante nuestras debilidades, ante
nuestros pecados, siempre está la misericordia y cuando Pablo llega
a esta reflexión, da un paso más – pero no nos da una explicación
a nosotros – de adoración”.
Así,
el Sumo Pontífice ha exhortado a “pensar hoy en nuestra elección,
en las promesas que el Señor nos ha hecho y en cómo vivo yo la
alianza con el Señor”. Y “cómo me dejo –permítanme la
palabra– ‘misericordiar’ por el Señor” –ha añadido
Francisco– ante mis pecados, ante mis desobediencias.
Y
al final, “si yo soy capaz, como Pablo, de alabar a Dios por esto
que me ha dado a mí, a cada uno de nosotros: alabar y hacer aquel
acto de adoración. Pero sin olvidar jamás que los dones y la
llamada de Dios son irrevocables”, ha concluido el Papa.
07.11.17
07.11.17
Santa Marta: “Comprender la gratuidad de la invitación de Dios”
Homilía
del Papa Francisco en la misa matutina
(7
Nov. 2017).- El Papa ha explicado que si no se comprende la gratuidad
de la invitación de Dios “no se entiende nada”.
La
reflexión del Santo Padre en la Misa matutina celebrada hoy, primer
martes de noviembre, en Santa Marta ha sido en torno a este concepto,
la gratuidad.
“Si
se pierde la capacidad de sentirse amados, se pierde todo”, dice el
Papa Francisco.
El
Santo Padre comentó el pasaje del Evangelio de San Lucas propuesto
por la liturgia del día, en el que Jesús narra una parábola para
responder a uno de los comensales que le había dicho:
“¡Bienaventurado el que tomará la comida en el Reino de Dios!”.
El Señor aconseja a quien debe invitar a alguien a su casa, que
invite a quien no puede devolver la invitación.
Un
hombre ofreció una gran cena –relata la parábola– e invitó a
muchas personas. Los primeros invitados no quisieron ir porque no
tenían interés ni por la cena, ni por la gente, ni por la
invitación del Señor: estaban ocupados en sus propios intereses que
eran más grandes que esa invitación. Estaba el que había comprado
cinco pares de bueyes, el que había comprado un campo, o el que
estaba recién casado. En una palabra –subrayó el Papa– se
preguntaban qué habrían podido ganar. Estaban “ocupados” como
aquel hombre que había construido depósitos para acumular sus
bienes, pero que murió aquella noche.
Estaban
apegados a sus intereses hasta el punto de que esto los llevaba a una
“esclavitud del Espíritu”, es decir a ser “incapaces de
comprender la gratuidad de la invitación”. Una actitud ante la
cual el Papa Francisco recomendó comprender la gratuidad de Dios:
“La iniciativa de Dios siempre es gratuita. Pero para ir a este
banquete, ¿cuánto hay que pagar? El boleto de entrada es estar
enfermo, es ser pobre, es ser pecador… Así estos te dejan entrar.
Este es el boleto de entrada: estar necesitado, tanto en el cuerpo
como en el alma.
Pero,
para la necesidad de cuidado, de curación, hay que tener necesidad
de amor…”.
En
este contexto, el Papa ha señalado que existen dos actitudes: por
una parte la de Dios, que no hace pagar nada y dice después al
siervo que conduzca a los pobres, a los lisiados, a los buenos y a
los malos. Se trata de una gratuidad que “no tiene límites”.
Dios –subrayó el Santo Padre– “recibe a todos
Por
otra parte, está el modo de actuar de los primeros invitados que, en
cambio, no comprenden la gratuidad. “Como el hermano mayor del Hijo
Pródigo, que no quiere ir al banquete organizado por el padre para
su hermano que se había ido, y que no entiende”. Este no entiende
la gratuidad de la salvación, piensa que la salvación es fruto del
“yo pago y tú me salvas”. Pago con esto, con esto, con esto…
No. ¡La salvación es gratuita! Y si tú no entras en esta dinámica
de la gratuidad no entiendes nada. La salvación es un don de Dios al
que se responde con otro don, el don de mi corazón”.
“El
Señor no pide nada a cambio” –dice el Papa– “sólo amor y
fidelidad, como Él es amor y Él es fiel” evidenciando que “la
salvación no se compra, sencillamente se entra en el banquete”.
“Bienaventurado quien tomará alimento en el Reino de Dios”: ésta
es la salvación.
Pero
aquellos que no están dispuestos a entrar en el banquete, porque así
“se sienten seguros”, “salvados a su modo, fuera del banquete”.
Estos –advierte el Papa– “han perdido el sentido de la
gratuidad, el sentido del amor. Han perdido una cosa más grande y
más bella aún y esto es muy malo: han perdido la capacidad de
sentirse amados”.
El
Papa Francisco finalizó la homilía exhortando que pidamos al Señor
que “nos salve de perder la capacidad de sentirse amados”.
08.11.17
08.11.17
Audiencia general: La Eucaristía significa “acción de gracias”
Nuevo
ciclo de catequesis sobre la Eucaristía
(8
Nov. 2017).- La Eucaristía significa “acción de gracias”:
acción de gracias a la Trinidad, que nos introduce en su comunión
de amor, ha apuntado el Papa.
El
Papa Francisco ha comenzado hoy en la Audiencia general un nuevo
ciclo de catequesis sobre la Eucaristía, para comprender mejor su
importancia y su significado, “y cómo el amor de Dios se refleja
en este misterio de fe”, ha indicado.
Con
un sol radiante en Roma, a las 9:35 horas ha llegado el Santo Padre a
la plaza de San Pedro, donde se ha encontrado con grupos de
peregrinos y fieles procedentes de Italia y de otras partes del mundo
para participar en la Audiencia general.
El
Papa ha explicado que cristianos de todas las épocas “no han
dudado en entregar su vida por amor a la Eucaristía”, inspirándose
en las palabras de Cristo: “El que come mi carne y bebe mi sangre
tiene vida eterna”.
El
testimonio de los mártires –ha dicho el Obispo de Roma– nos
cuestiona también a nosotros: “¿Qué importancia le damos al
sacrificio de la Misa y a la comunión en la mesa del Señor?
¿Buscamos de verdad esa fuente de `agua viva´, que transforma
nuestra vida en un sacrificio espiritual de alabanza y acción de
gracias?”
Asimismo,
Francisco ha observado que el Concilio Vaticano II alentó la
formación litúrgica de los fieles, porque “la Iglesia vive
siempre de la Liturgia y se renueva gracias a ella”. Por eso –ha
añadido– intentamos conocer mejor este gran don que Dios nos ha
dado con la Eucaristía, en la que “Cristo se hace presente para
que participemos de su pasión y muerte redentora”.
Terminando
su catequesis en español, el Papa ha saludado a los peregrinos de
esta lengua, en modo particular a los grupos provenientes de España
y América Latinay haciendo una mención especial a la delegación
sindical argentina, allí presente.
Pidamos
a la Virgen María que interceda por nosotros para que sintamos el
deseo de conocer y amar más el misterio de la Eucaristía,
sacramento del Cuerpo y la Sangre de su Hijo Jesús”, ha dicho el
Santo Padre.
Catequesis
del Papa Francisco
Queridos
hermanos y hermanas: ¡buenos días!
Comenzamos
hoy una serie nueva de catequesis, que se centrará en el “corazón”
de la Iglesia, es decir en la eucaristía.Para nosotros,
cristianos, es fundamental entender bien el valor y el significado de
la santa misa para vivir cada vez más plenamente nuestra
relación con Dios.
No
podemos olvidar el gran número de cristianos que, en todo el mundo,
a lo largo de dos mil años de historia, han resistido hasta la
muerte para defender la eucaristía, ni tampoco a aquellos que,
incluso hoy, arriesgan la vida para participar en la misa dominical.
En el año 304, durante la persecución de Diocleciano, un grupo de
cristianos del norte de África fue sorprendido mientras celebraba la
misa en una casa y fue arrestado. El procónsul romano, en el
interrogatorio, les preguntó por qué lo habían hecho, sabiendo que
estaba absolutamente prohibido. Y ellos contestaron: “Sin el
domingo no podemos vivir”, que significaba: Si no podemos celebrar
la eucaristía, no podemos vivir, nuestra vida cristiana moriría.
Efectivamente,
Jesús dijo a sus discípulos: “Si no coméis la carne del Hijo
del Hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros “.
El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo
resucitaré en el último día “(Jn 6,53 a 54).
Aquellos
cristianos norteafricanos fueron asesinados porque celebraban la
eucaristía. Nos dejaron el testimonio de Mque se puede renunciar a
la vida terrena por la eucaristía, porque nos da la vida eterna
haciéndonos partícipes de la victoria de Cristo sobre la muerte. Un
testimonio que nos interpela y exige una respuesta sobre lo que
significa para cada uno de nosotros participar en el sacrificio de la
misa y acercarnos a la mesa del Señor. ¿Buscamos ese manantial del
que brota “el agua viva ” para la vida eterna?, ¿Qué hace de
nuestra vida un sacrificio espiritual de alabanza y de acción de
gracias y nos hace un solo cuerpo con Cristo? Este es el sentido más
profundo de la santa eucaristía, que significa “acción de
gracias”: acción de gracias a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo,
que nos atrae y nos transforma en su comunión de amor.
En
las próximas catequesis me gustaría responder a algunas preguntas
importantes sobre la eucaristía y la misa, para volver a descubrir,
o a descubrir, cómo a través de este misterio de fe resplandece el
amor de Dios.
El
Concilio Vaticano II estaba fuertemente animado por el deseo de que
los cristianos comprendiesen la grandeza de la fe y la belleza del
encuentro con Cristo. Por ese motivo, era necesario ante todo
actuar, con la guía del Espíritu Santo, una adecuada renovación de
la liturgia ya que la Iglesia vive y se renueva continuamente gracias
a ella.
Un
tema central que los Padres conciliares subrayaron es la formación
litúrgica de los fieles, indispensable para una verdadera
renovación. Y este es también el objetivo de este ciclo de
catequesis que comenzamos hoy: crecer en el conocimiento del don que
Dios nos ha dado en la eucaristía.
La
eucaristía es un evento maravilloso en el que Jesucristo, nuestra
vida, se hace presente. Participar en la misa “es vivir otra vez la
pasión y la muerte redentora del Señor. Es una teofanía: el Señor
se presenta en el altar para ser ofrecido al Padre por la salvación
del mundo”.(Homilía en la misa, Casa Santa Marta, 10 de
febrero de 2014). El Señor está allí, con nosotros,
presente. Son tantas las veces que vamos allí, miramos las cosas,
charlamos entre nosotros mientras el sacerdote celebra la eucaristía…
¡y no celebramos cerca de Él! ¡Pero es el Señor! Si hoy viniera
aquí el Presidente de la República o alguien muy importante en el
mundo, seguro que todos estaríamos cerca de él, que querríamos
saludarlo. Pero piensa: Cuando vas a misa ¡el Señor está allí! Y
tú estás distraído. ¡Es el Señor! Tenemos que pensarlo. “Padre
es que las misas son aburridas…” Pero¡ qué dices! ¿El Señor
es aburrido? –“No, no, la misa no, los curas”. –“Ah, que se
conviertan los curas, pero el Señor es quien está allí”-
¿Entendido? No os olvidéis. “Participar en la misa es vivir otra
vez la pasión y la muerte redentora del Señor”.
Probemos
ahora a formular algunas preguntas fáciles. Por ejemplo, ¿Por qué
se hace el signo de la cruz y el acto de penitencia al comienzo de
la Misa? Y aquí me gustaría hacer otro paréntesis. ¿Habéis visto
cómo se persignan los niños? No sabes lo que hacen, si es el signo
de la cruz o un dibujo… Hacen así (El Papa hace un gesto confuso).
Hay que enseñar a los niños a persignarse bien. Así empieza la
misa, así empieza la vida, así empieza la jornada. Quiere decir que
hemos sido redimidos con la cruz del Señor. Mirad a los niños y
enseñadles a persignarse bien. Y esas lecturas en la misa , ¿Por
qué están allí? ¿Por qué los domingos hay tres lecturas y los
demás días dos? ¿Por qué están allí? ¿Qué significado tiene
la lectura de la misa? ¿Por qué se leen y qué tienen que ver ? O,
¿Por qué en un momento dado el sacerdote que preside la
celebración dice: “Levantemos el corazón?” No dice:
“¡Levantemos los móviles para sacar una foto! No, está muy mal.
Y os digo que me pongo muy triste cuando celebro aquí en la Plaza o
en la Basílica y veo tantos móviles levantados, no solamente por
los fieles, sino también por algunos sacerdotes y también por
obispos. Pero, ¡por favor! La misa no es un espectáculo: es ir a
encontrar la pasión y la resurrección del Señor. Por eso el
sacerdote dice: “Levantemos el corazón”. ¿Qué significa?
Acordaos: Nada de móviles.
Es
muy importante volver a los cimientos, redescubrir lo que es
esencial, a través de lo que se toca y se ve en la celebración de
los sacramentos. La petición del apóstol Santo Tomás (cf. Jn
20,25), de poder ver y tocar las heridas de los clavos en el cuerpo
de Jesús, es el deseo de poder, de alguna manera, “tocar” a Dios
para creer en El. Lo que Santo Tomás pide al Señor es lo que todos
necesitamos: verlo y tocarlo para reconocerlo. Los sacramentos salen
al encuentro de esta necesidad humana. Los sacramentos, y la
celebración eucarística en particular, son los signos del amor de
Dios, las formas privilegiadas de reunirse con él.
Así,
a través de estas catequesis que empezamos hoy me gustaría
redescubrir junto con vosotros la belleza que se esconde en la
celebración eucarística, y que, una vez revelada, da pleno sentido
a la vida de cada uno de nosotros. Nuestra Señora nos acompañe en
este nuevo tramo del camino. Gracias.
09.11.17
09.11.17
Santa Marta: Jesucristo es el “fundamento” de la Iglesia
El
Papa exhorta a “edificar, custodiar y purificar” la Iglesia
(9
Nov. 2017).- “¿Cuál es el fundamento de la Iglesia? La respuesta,
naturalmente, es Jesucristo”, ha recordado el Papa Francisco.
de
la Misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta,
hoy, segundo jueves de noviembre, en el día de la dedicación de la
Catedral de Roma, “madre de todas las iglesias”, título que
representa un “servicio y de amor”, ha dicho el Santo Padre.
“Edificar,
custodiar y purificar” la Iglesia, son las tres directivas sobre
las que el Papa desarrolló su homilía. Ante todo –dijo el Papa–
hay que “edificar la Iglesia”.
Jesucristo
es la “piedra angular” en este edificio. “Sin Jesucristo no hay
Iglesia”. ¿Por qué? –continuó el Santo Padre– “Porque no
hay fundamento. Y si se construye una iglesia – pensemos en una
iglesia material – sin fundamento, ¿qué sucede? Se derrumba. Se
desploma todo. Si no está Jesucristo vivo en la Iglesia, la Iglesia
se derrumba”.
Y
nosotros “somos piedras vivas”, indicó Su Santidad. “No todas
iguales, sino que cada una es diferente, porque ésta es la riqueza
de la Iglesia”, y expresó que no podemos pensar en una Iglesia
uniforme: “esto no es Iglesia”.
El
Papa ha aclarado que “somos todos pecadores: todos”, y ha
propuesto: “Si alguno de ustedes no lo es, levante la mano, porque
sería una hermosa curiosidad. Todos lo somos. Y por esto debemos
purificarnos continuamente”.
También
ha indicado que es primordial “purificar a la comunidad”: a la
comunidad diocesana, a la comunidad cristiana, a la comunidad
universal de la Iglesia. Para hacerla crecer.
El
Papa destacó la importancia del Espíritu Santo: “¿Cuántos
cristianos, hoy, saben quién es Jesucristo, saben quién es el Padre
–porque rezan el Padrenuestro? Cuando tú hablas del Espíritu
Santo… “Sí, sí… ah, es la paloma, la paloma”, y terminan
allí.
Pero
el Espíritu Santo es la “vida de la Iglesia, es tu vida, mi
vida…”. Nosotros somos “templo del Espíritu Santo” y debemos
custodiar al Espíritu Santo: “Él es la armonía, Él hace la
armonía de este edificio”, ha indicado el Papa.
10.11.17
10.11.17
Santa Marta: Astucia cristiana, reflexión y oración por los corruptos
Meditación
a partir del Evangelio de San Lucas
(10
Nov. 2017).- El Papa Francisco ha reflexionado sobre la corrupción
en la homilía pronunciada esta mañana en la misa matutina de Santa
Marta: “Esto sucede también hoy, sobre todo con los que tienen la
responsabilidad de administrar los bienes del pueblo, no los propios
bienes”.
El
Evangelio de San Lucas narra “una historia de corrupción diaria”,
a través a través de la figura del administrador que despilfarra
los haberes del patrón y que, una vez descubierto, en lugar de
buscar un trabajo honesto sigue robando con la complicidad de los
demás. “Un verdadero grupo de corrupción”, fue la definición
que dio el Papa en su homilía aludiendo a los acontecimientos de
nuestro tiempo.
En
este contexto, el Papa ha expresado: “¡Son poderosos éstos, eh!
Cuando arman los grupos de corrupción son potentes; incluso llegan a
tener actitudes mafiosas. Esta es la historia. Pero ésta no es una
fábula, no es una historia que debemos buscar en los libros de
historia antigua: la encontramos todos los días en los periódicos,
todos los días. Esto sucede también hoy, sobre todo con los que
tienen la responsabilidad de administrar los bienes del pueblo, no
los propios bienes, porque este administrador de los bienes de los
demás, no de los propios. Con los propios bienes nadie es corrupto,
los defiende”.
La
enseñanza que Jesús saca de este Evangelio –ha propuesto el Santo
Padre– es precisamente la mayor sagacidad “de los hijos de este
mundo” con respecto “a los hijos de la luz”: su mayor
corrupción, su astucia llevada adelante “incluso con cortesía”,
con “guantes de seda”.
El
Papa ha planteado si existe la “astucia cristiana”: “Si estos
son más astutos que los cristianos – aunque no diré cristianos
porque también tantos corruptos se dicen cristianos – si estos son
más astutos que los que son fieles a Jesús, yo me pregunto: ¿Existe
una astucia cristiana?
“¿Existe
una actitud para quienes quieren seguir a Jesús?” ha reflexionado
el Papa Francisco. “¿Cuál es la astucia cristiana, una astucia
que no sea pecado, pero que sirva para llevarme adelante al servicio
del Señor y también de ayuda a los demás? ¿Hay una astucia
cristiana?”.
Tres
actitudes ha recomendado el Papa Francisco: Ante todo una “sana
desconfianza”, es decir, estar atentos a quien “promete mucho”
y “habla mucho” como “aquellos que te dicen: ‘Haz la
inversión en mi banco, que yo te daré un interés doble’”. La
segunda actitud es la reflexión, ante las seducciones del diablo que
conoce nuestras debilidades. Y, en fin, está la oración.
Francisco
ha propuesto pedir al Señor “que nos dé esta gracia de ser
astutos, astutos cristianos, para tener esta astucia cristiana”. Si
hay algo que el cristiano no puede permitirse es ser ingenuo. Como
cristianos tenemos un tesoro dentro: el tesoro que es el Espíritu
Santo. Debemos custodiarlo. Y un ingenuo allí se deja robar el
Espíritu. Un cristiano no puede permitirse ser ingenuo. Pidamos esta
gracia de la astucia cristiana y de la intuición cristiana, y
también es una “buena ocasión para rezar por los corruptos”.
11.11.17
11.11.17
Ángelus: Prepararse para el encuentro con Dios
“Una
vida cristiana rica en amor al prójimo”
(12
nov. 2017).- “La condición para estar preparados para el encuentro
con el Señor no es solamente la fe, sino una vida cristiana rica en
amor al prójimo”, explica el Papa Francisco.
El
Papa ha comentado la palabra evangélica de las vírgenes prudentes
antes de la oración del ángelus del mediodía, en la plaza San
Pedro, este domingo 12 de noviembre de 2017, en presencia de unas
25.000 personas según la gendarmería vaticana.
El
Papa ha explicado “la fe inspira la caridad y la caridad guarda la
fe”.
Esta
es la traducción rápida, de trabajo, de las palabras del Papa
Francisco pronunciadas en italiano.
El
Papa Francisco explica el Evangelio del domingo
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!.
En
este domingo, el evangelio (cf. Mt 25, 1-13) nos indica la condición
para entrar en el Reino de los cielos, y lo hace con la parábola de
las diez vírgenes: se trata de aquellas doncellas que son encargadas
de acoger y acompañar al esposo en la ceremonia de bodas porque en
aquel tiempo era costumbre celebrarlas de noche, entonces estas
doncellas llevaban lámparas.
La
parábola dice que cinco de estas vírgenes son prudentes y cinco son
necias: en efecto las prudentes han llevado consigo el aceite para
las lámparas, mientras que las necias no lo han llevado. El esposo
tarda en llegar y todas se duermen, a media noche, se anuncia la
llegada del esposo, entonces las vírgenes necias se dan cuenta que
no tienen más aceite para sus lámparas, y se lo piden a las
prudentes. Pero estas responden que no se lo pueden dar porque no
bastaría para todas.
Mientras
las necias van en busca del aceite, llega el esposo. Las prudentes
entran con él en la sala del banquete y se cierra la puerta. Las
cinco necias llegan demasiado tarde, golpean la puerta pero la
respuesta es: “no os conozco” (v. 12), y permanecen fuera.
¿Que
nos quiere enseñar Jesús con esta parábola?. Nos recuerda que
debemos estar preparados al encuentro con él. Muy a menudo, en el
Evangelio, Jesús nos exhorta a velar, y lo hace también al final de
esta cita: “Velad, porque no sabéis ni el día ni la hora!” (v.
13).
Con
esta parábola nos dice que velar, no significa solamente no dormir,
sino estar preparados. En efecto, todas las vírgenes duermen antes
que llegue el esposo, pero al despertar, algunas están preparadas y
otras no, este es por lo tanto el significado de ser prudentes y
sabias: no se trata de esperar al último momento de nuestra vida
para colaborar con la gracia de Dios sino hacerlo ya desde ahora.
La
lámpara es el símbolo de la fe que ilumina nuestra vida, mientras
el aceite es el símbolo de la caridad que alimenta la luz de la fe,
la hace fecunda y creíble. La condición para estar preparados al
encuentro con el Señor no solamente es la fe, sino una vida
cristiana rica en amor al prójimo.
Si
nos dejamos guiar por lo que parece más cómodo, por la búsqueda de
nuestro interés, nuestra vida será estéril, incapaz de dar vida a
los demás, y no hacemos ninguna provisión de aceite para la lámpara
de nuestra fe. La fe se extinguirá en el momento de la venida del
Señor, o incluso antes.
Si,
por el contrario estamos vigilantes, y buscamos hacer el bien, con
gestos de amor, de compartir, de servicio al prójimo en dificultad,
podemos estar tranquilos mientras esperamos la venida del esposo: el
Señor podrá venir en cualquier momento, e incluso el sueño de la
muerte no nos asusta porque tenemos la reserva de aceite, acumulada
con las obras buenas de cada día. La fe inspira la caridad y la
caridad custodia la fe.
Que
la Virgen María nos ayude a hacer nuestra fe cada vez más operante
a través de la caridad, para que nuestra lámpara pueda resplandecer
ya aquí en el camino terrenal y después por siempre en la fiesta de
boda, en el Paraíso.
Ave
María……
13.11.17
13.11.17
Santa Marta: “¿Cómo es mi coherencia de vida?”
Misa
en la capilla de la Casa Santa Marta
(13
Nov. 2017).- “¿Cómo es mi coherencia de vida? ¿Coherencia con el
Evangelio, coherencia con el Señor?”, el Papa Francisco propone un
examen de conciencia a todos.
El
Santo Padre ha celebrado la Eucaristía esta mañana, segundo lunes
de noviembre, en la capilla de la Casa de Santa Marta, como tiene por
costumbre.
“Estén
atentos a ustedes mismos” dijo el Papa Francisco esta mañana. “Es
una admonición para todos”, especialmente para quienes se dicen
cristianos pero viven como paganos. Éste es “el escándalo del
pueblo de Dios”.
“Los
escándalos hieren los corazones y matan las esperanzas y las
ilusiones”, dijo el Papa en la homilía de hoy. El Santo Padre se
explicó: “Es decir, estén atentos a no escandalizar. El escándalo
es malo porque el escándalo hiere, hiere la vulnerabilidad del
pueblo de Dios y hiere la debilidad del pueblo de Dios. Y tantas
veces estas heridas se llevan durante toda la vida”.
Además
–añadió el Papa– el escándalo no sólo hiere, sino que es
capaz de matar: matar esperanzas, matar ilusiones, matar familias,
matar tantos corazones…”.
El
Papa Francisco ha planteado durante su reflexión: “hoy puede ser
una buena jornada para hacer un examen de conciencia sobre esto”. Y
lo hizo formulando la pregunta: “¿Escandalizo o no, y cómo? De
este modo podremos responder al Señor y acercarnos un poco más a
Él”.
Coherencia
con el Evangelio
Es
una propuesta a todos los cristianos: “Cuántos cristianos con su
ejemplo alejan a la gente, con su incoherencia, con su propia
incoherencia: la incoherencia de los cristianos es una de las armas
más fáciles que tiene el diablo para debilitar al pueblo de Dios y
para alejar al pueblo de Dios del Señor. Decir una cosa y hacer
otra”.
Ésta
es “la incoherencia” que provoca el escándalo y que hoy debe
inducirnos a preguntarnos –dijo el Obispo de Roma– “¿cómo es
mi coherencia de vida? ¿Coherencia con el Evangelio, coherencia con
el Señor?”. Y ofreció el ejemplo de los empresarios cristianos
que no pagan lo justo y se sirven de la gente para enriquecerse, así
como el escándalo de los pastores en la Iglesia que no se ocupan de
sus ovejas y se alejan.
“Jesús
nos dice que no se puede servir a dos Señores: a Dios y al dinero. Y
cuando el pastor es uno apegado al dinero, escandaliza”, ha
aclarado Francisco.
Y
ha propuesto: “Todo pastor debe preguntarse: `¿Cómo es mi amistad
con el dinero?´ O el pastor que trata de escalar, la vanidad lo
lleva a trepar, en lugar de ser manso y humilde, porque la
mansedumbre y la humildad favorecen la cercanía al pueblo. O el
pastor que se siente ‘un señor’, y manda a todos, orgulloso; y
no el pastor servidor del pueblo de Dios…”. 14.11.17
“No amemos de palabra sino con obras” – Jornada Mundial de los Pobres
Mensaje
del Papa Francisco
(14
Nov. 2017).- Mensaje del Papa Francisco para la I Jornada Mundial de
los Pobres, que se celebrará el próximo 19 de noviembre de 2017,
Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario.
No
amemos de palabra sino con obras
1.
«Hijos míos, no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con
obras» (1 Jn 3,18). Estas palabras del
apóstol Juan expresan un imperativo que ningún cristiano puede
ignorar. La seriedad con la que el «discípulo amado» ha
transmitido hasta nuestros días el mandamiento de Jesús se hace más
intensa debido al contraste que percibe entre las palabras
vacías presentes a menudo en nuestros labios y los hechos
concretos con los que tenemos que enfrentarnos. El amor no
admite excusas: el que quiere amar como Jesús amó, ha de hacer suyo
su ejemplo; especialmente cuando se trata de amar a los pobres. Por
otro lado, el modo de amar del Hijo de Dios lo conocemos bien, y Juan
lo recuerda con claridad. Se basa en dos pilares: Dios nos amó
primero (cf. 1 Jn 4,10.19); y nos amó dando todo,
incluso su propia vida (cf. 1 Jn 3,16).
Un
amor así no puede quedar sin respuesta. Aunque se dio de manera
unilateral, es decir, sin pedir nada a cambio, sin embargo inflama de
tal manera el corazón que cualquier persona se siente impulsada a
corresponder, a pesar de sus limitaciones y pecados. Y esto es
posible en la medida en que acogemos en nuestro corazón la gracia de
Dios, su caridad misericordiosa, de tal manera que mueva nuestra
voluntad e incluso nuestros afectos a amar a Dios mismo y al prójimo.
Así, la misericordia que, por así decirlo, brota del corazón de la
Trinidad puede llegar a mover nuestras vidas y generar compasión y
obras de misericordia en favor de nuestros hermanos y hermanas que se
encuentran necesitados.
2.
«Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha» (Sal 34,7).
La Iglesia desde siempre ha
comprendido
la importancia de esa invocación. Está muy atestiguada ya desde las
primeras páginas de los Hechos de los Apóstoles, donde Pedro pide
que se elijan a siete hombres «llenos de espíritu y de sabiduría»
(6,3) para que se encarguen de la asistencia a los pobres. Este es
sin duda uno de los primeros signos con los que la comunidad
cristiana se presentó en la escena del mundo: el servicio a los más
pobres. Esto fue posible porque comprendió que la vida de los
discípulos de Jesús se tenía que manifestar en una fraternidad y
solidaridad que correspondiese a la enseñanza principal del Maestro,
que proclamó a los pobres como bienaventurados y herederos del
Reino de los cielos (cf. Mt 5,3).
«Vendían
posesiones y bienes y los repartían entre todos, según la necesidad
de cada uno» (Hch 2,45). Estas palabras muestran
claramente la profunda preocupación de los primeros cristianos. El
evangelista Lucas, el autor sagrado que más espacio ha dedicado a la
misericordia, describe sin retórica la comunión de bienes en la
primera comunidad. Con ello desea dirigirse a los creyentes de
cualquier generación, y por lo tanto también a nosotros, para
sostenernos en el testimonio y animarnos a actuar en favor de los más
necesitados. El apóstol Santiago manifiesta esta misma enseñanza en
su carta con igual convicción, utilizando palabras fuertes e
incisivas: «Queridos hermanos, escuchad: ¿Acaso no ha elegido Dios
a los pobres del mundo para hacerlos ricos en la fe y herederos del
reino, que prometió a los que le aman? Vosotros, en cambio, habéis
afrentado al pobre. Y sin embargo, ¿no son los ricos los que os
tratan con despotismo y los que os arrastran a los tribunales? […]
¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no
tiene obras? ¿Es que esa fe lo podrá salvar? Supongamos que un
hermano o una hermana andan sin ropa y faltos del alimento
diario, y que uno de vosotros les dice: “Dios os ampare; abrigaos y
llenaos el estómago”, y no les dais lo necesario para el cuerpo;
¿de qué sirve? Esto pasa con la fe: si no tiene obras, por sí sola
está muerta» (2,5-6.14-17).
3.
Ha habido ocasiones, sin embargo, en que los cristianos no han
escuchado completamente este llamamiento, dejándose contaminar por
la mentalidad mundana. Pero el Espíritu Santo no ha dejado de
exhortarlos a fijar la mirada en lo esencial. Ha suscitado, en
efecto, hombres y mujeres que de muchas maneras han dado su vida en
servicio de los pobres. Cuántas páginas de la historia, en estos
dos mil años, han sido escritas por cristianos que con toda
sencillez y humildad, y con el generoso ingenio de la caridad, han
servido a sus hermanos más pobres.
Entre
ellos destaca el ejemplo de Francisco de Asís, al que han seguido
muchos santos a lo largo de los siglos. Él no se conformó
con abrazary dar limosna a los leprosos,
sino que decidió ir a Gubbio para estar con ellos.
Él mismo vio en ese encuentro el punto de inflexión de su
conversión: «Cuando vivía en el pecado me parecía algo muy amargo
ver a los leprosos, y el mismo Señor me condujo entre ellos, y los
traté con misericordia. Y alejándome de ellos, lo que me parecía
amargo se me convirtió en dulzura del alma y del cuerpo»
(Test 1-3; FF 110). Este testimonio
muestra el poder transformador de la caridad y el estilo de vida de
los cristianos.
No
pensemos sólo en los pobres como los destinatarios de una buena obra
de voluntariado para hacer una vez a la semana, y menos aún de
gestos improvisados de buena voluntad para tranquilizar la
conciencia. Estas experiencias, aunque son válidas y útiles para
sensibilizarnos acerca de las necesidades de muchos hermanos y de las
injusticias que a menudo las provocan, deberían introducirnos a un
verdadero encuentro con los pobres y dar lugar a
un compartir que se convierta en un estilo de vida.
En efecto, la oración, el camino del discipulado y la conversión
encuentran en la caridad, que se transforma en compartir, la prueba
de su autenticidad evangélica. Y esta forma de vida produce alegría
y serenidad espiritual, porque se toca con la mano la carne
de Cristo. Si realmente queremos encontrar a Cristo, es necesario
que toquemos su cuerpo en el cuerpo llagado de los pobres, como
confirmación de la comunión sacramental recibida en la Eucaristía.
El Cuerpo de Cristo, partido en la sagrada liturgia, se deja
encontrar por la caridad compartida en los rostros y en las personas
de los hermanos y hermanas más débiles. Son siempre actuales las
palabras del santo Obispo Crisóstomo: «Si queréis honrar el cuerpo
de Cristo, no lo despreciéis cuando está desnudo; no honréis al
Cristo eucarístico con ornamentos de seda, mientras que fuera del
templo descuidáis a ese otro Cristo que sufre por frío y desnudez»
(Hom. in Matthaeum, 50,3: PG 58).
Estamos
llamados, por lo tanto, a tender la mano a los pobres, a
encontrarlos, a mirarlos a los ojos, a abrazarlos, para hacerles
sentir el calor del amor que rompe el círculo de soledad. Su mano
extendida hacia nosotros es también una llamada a salir de nuestras
certezas y comodidades, y a reconocer el valor que tiene la pobreza
en sí misma.
4.
No olvidemos que para los discípulos de Cristo, la pobreza es ante
todo vocación para
seguir
a Jesús pobre. Es un caminar detrás de él y con él, un camino
que lleva a la felicidad del reino de los cielos
(cf. Mt 5,3; Lc 6,20). La pobreza
significa un corazón humilde que sabe aceptar la propia condición
de criatura limitada y pecadora para superar la tentación de
omnipotencia, que nos engaña haciendo que nos creamos inmortales. La
pobreza es una actitud del corazón que nos impide considerar el
dinero, la carrera, el lujo como objetivo de vida y condición para
la felicidad. Es la pobreza, más bien, la que crea las condiciones
para que nos hagamos cargo libremente de nuestras responsabilidades
personales y sociales, a pesar de nuestras limitaciones, confiando en
la cercanía de Dios y sostenidos por su gracia. La pobreza, así
entendida, es la medida que permite valorar el uso adecuado de los
bienes materiales, y también vivir los vínculos y los afectos de
modo generoso y desprendido (cf. Catecismo de la Iglesia
Católica, nn. 25-45).
Sigamos,
pues, el ejemplo de san Francisco, testigo de la auténtica pobreza.
Él, precisamente porque mantuvo los ojos fijos en Cristo, fue capaz
de reconocerlo y servirlo en los pobres. Si deseamos ofrecer nuestra
aportación efectiva al cambio de la historia, generando un
desarrollo real, es necesario que escuchemos el grito de los pobres y
nos comprometamos a sacarlos de su situación de marginación. Al
mismo tiempo, a los pobres que viven en nuestras ciudades y en
nuestras comunidades les recuerdo que no pierdan el sentido de la
pobreza evangélica que llevan impresa en su vida.
5.
Conocemos la gran dificultad que surge en el mundo contemporáneo
para identificar de forma clara la pobreza. Sin embargo, nos desafía
todos los días con sus muchas caras marcadas por el dolor, la
marginación, la opresión, la violencia, la tortura y el
encarcelamiento, la guerra, la privación de la libertad y de la
dignidad, por la ignorancia y el analfabetismo, por la emergencia
sanitaria y la falta de trabajo, el tráfico de personas y la
esclavitud, el exilio y la miseria, y por la migración forzada. La
pobreza tiene el rostro de mujeres, hombres y niños explotados por
viles intereses, pisoteados por la lógica perversa del poder y el
dinero. Qué lista inacabable y cruel nos resulta cuando consideramos
la pobreza como fruto de la injusticia social, la miseria moral, la
codicia de unos pocos y la indiferencia generalizada.
Hoy
en día, desafortunadamente, mientras emerge cada vez más la riqueza
descarada que se acumula en las manos de unos pocos privilegiados,
con frecuencia acompañada de la ilegalidad y la explotación
ofensiva de la dignidad humana, escandaliza la propagación de la
pobreza en grandes sectores de la sociedad entera. Ante este
escenario, no se puede esta jornada, la mirada fija en quienes
tienden sus manos clamando ayuda y pidiendo nuestra solidaridad. Son
nuestros hermanos y herman permanecer inactivos, ni tampoco
resignados. A la pobreza que inhibe el espíritu de iniciativa de
muchos jóvenes, impidiéndoles encontrar un trabajo; a la pobreza
que adormece el sentido de responsabilidad e induce a preferir la
delegación y la búsqueda de favoritismos; a la pobreza que envenena
las fuentes de la participación y reduce los espacios de la
profesionalidad, humillando de este modo el mérito de quien trabaja
y produce; a todo esto se debe responder con una nueva visión de la
vida y de la sociedad.
Todos
estos pobres —como solía decir el beato Pablo VI— pertenecen a
la Iglesia por «derecho evangélico» (Discurso en la apertura de
la segunda sesión del Concilio Ecuménico Vaticano II, 29
septiembre 1963) y obligan a la opción fundamental por ellos.
Benditas las manos que se abren para acoger a los pobres y ayudarlos:
son manos que traen esperanza. Benditas las manos que vencen las
barreras de la cultura, la religión y la nacionalidad derramando el
aceite del consuelo en las llagas de la humanidad. Benditas las manos
que se abren sin pedir nada a cambio, sin «peros» ni «condiciones»:
son manos que hacen descender sobre los hermanos la bendición de
Dios.
- Al final del Jubileo de la Misericordia quise ofrecer a la Iglesia la Jornada Mundial de los Pobres, para que en todo el mundo las comunidades cristianas se conviertan cada vez más y mejor en signo concreto del amor de Cristo por los últimos y los más necesitados. Quisiera que, a las demás Jornadas mundiales establecidas por mis predecesores, que son ya una tradición en la vida de nuestras comunidades, se añada esta, que aporta un elemento delicadamente evangélico y que completa a todas en su conjunto, es decir, la predilección de Jesús por los pobres.
Invito
a toda la Iglesia y a los hombres y mujeres de buena voluntad a
mantener, en esta jornada, la mirada fija en quienes tienden sus
manos clamando ayuda y pidiendo nuestra solidaridad. Son nuestros
hermanos y hermanpermanecer inactivos, ni tampoco resignados. A la
pobreza que inhibe el espíritu de iniciativa de muchos jóvenes,
impidiéndoles encontrar un trabajo; a la pobreza que adormece el
sentido de responsabilidad e induce a preferir la delegación y la
búsqueda de favoritismos; a la pobreza que envenena las fuentes de
la participación y reduce los espacios de la profesionalidad,
humillando de este modo el mérito de quien trabaja y produce; a todo
esto se debe responder con una nueva visión de la vida y de la
sociedad.
Hombres
y mujeres creados y amados por el Padre celestial.
Esta Jornada tiene como objetivo, en p as, creados y
amados por el Padre celestial. Esta Jornada tiene
como objetivo, en primer lugar, estimular a los creyentes para que
reaccionen ante la cultura del descarte y del derroche, haciendo suya
la cultura del encuentro. Al mismo tiempo, la invitación está
dirigida a todos, independientemente de su confesión religiosa, para
que se dispongan a compartir con los pobres a través de cualquier
acción de solidaridad, como signo concreto de fraternidad. Dios creó
el cielo y la tierra para todos; son los hombres, por desgracia,
quienes han levantado fronteras, muros y vallas, traicionando el don
original destinado a la humanidad sin exclusión alguna.
7.
Es mi deseo que las comunidades cristianas, en la semana anterior a
la Jornada Mundial de los Pobres, que este año será el
19 de noviembre, Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario, se comprometan
a organizar diversos momentos de encuentro y de amistad, de
solidaridad y de ayuda concreta. Podrán invitar a los pobres y a los
voluntarios a participar juntos en la Eucaristía de ese domingo, de
tal modo que se manifieste con más autenticidad la celebración de
la Solemnidad de Cristo Rey del universo, el domingo siguiente. De
hecho, la realeza de Cristo emerge con todo su significado más
genuino en el Gólgota, cuando el Inocente clavado en la cruz, pobre,
desnudo y privado de todo, encarna y revela la plenitud del amor de
Dios. Su completo abandono al Padre expresa su pobreza total, a la
vez que hace evidente el poder de este Amor, que lo resucita a nueva
vida el día de Pascua.
En
ese domingo, si en nuestro vecindario viven pobres que solicitan
protección y ayuda, acerquémonos a ellos: será el momento propicio
para encontrar al Dios que buscamos. De acuerdo con la enseñanza de
la Escritura (cf. Gn 18, 3-5; Hb 13,2),
sentémoslos a nuestra mesa como invitados de honor; podrán ser
maestros que nos ayuden a vivir la fe de manera más coherente. Con
su confianza y disposición a dejarse ayudar, nos muestran de modo
sobrio, y con frecuencia alegre, lo importante que es vivir con lo
esencial y abandonarse a la providencia del Padre.
8.
El fundamento de las diversas iniciativas concretas que se llevarán
a cabo durante esta Jornada será siempre
la oración. No hay que olvidar que el Padre
nuestro es la oración de los pobres. La petición del pan
expresa la confianza en Dios sobre las necesidades básicas de
nuestra vida. Todo lo que Jesús nos enseñó con esta oración
manifiesta y recoge el grito de quien sufre a causa de la precariedad
de la existencia y de la falta de lo necesario. A los discípulos que
pedían a Jesús que les enseñara a orar, él les respondió con las
palabras de los pobres que recurren al único Padre en el que todos
se reconocen como hermanos. El Padre nuestro es una
oración que se dice en plural: el pan que se pide es «nuestro», y
esto implica comunión, preocupación y responsabilidad común. En
esta oración todos reconocemos la necesidad de superar cualquier
forma de egoísmo para entrar en la alegría de la mutua aceptación.
9.
Pido a los hermanos obispos, a los sacerdotes, a los diáconos —que
tienen por vocación la misión de ayudar a los pobres—, a las
personas consagradas, a las asociaciones, a los movimientos y al
amplio mundo del voluntariado que se comprometan para que con
esta Jornada Mundial de los Pobres se establezca una
tradición que sea una contribución concreta a la evangelización en
el mundo contemporáneo.
Que
esta nueva Jornada Mundial se convierta para nuestra
conciencia creyente en un fuerte llamamiento, de modo que estemos
cada vez más convencidos de que compartir con los pobres nos permite
entender el Evangelio en su verdad más profunda. Los pobres no son
un problema, sino un recurso al cual acudir para acoger y vivir la
esencia del Evangelio.
Vaticano,
13 de junio de 2017
Memoria de San Antonio de Padua
Memoria de San Antonio de Padua
15.11.17
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