2 de nov. 2017

PAPA , NOVEMBRE

Los “ingredientes” del Papa Francisco para vivir felices

La festividad de Todos los Santos o la santidad de todos
(Roma 1 de noviembre de 2017) “La verdadera felicidad no consiste en tener cualquier cosa o de converstire en alguien: la verdadera felicidad es estar con el Señor y de vivir por su amor. ¿Lo creéis?”.
El papa Francisco ha hecho esta pregunta por dos veces antes del Angelus de este 1º de noviembre de 2017, fiesta de Todos los Santos, desde la ventana del despacho del palacio apostólico del Vaticano que da a la Plaza San Pedro.
El Papa ha puesto en evidencia la unión entre la fe, santidad y felicidad. En un tweet ha invitado a no tener miedo de la santidad “para todos”. “Debemos progresar para creer esto”, ha insistido el papa.
Ha tomado la comparación de la vidriera para decir: “Los santos son nuestros hermanos y hermanas que han acogido la luz de Dios en su corazón y que lo han transmitido al mundo cada uno según su propia “tonalidad”. Pero todos han sido transparentes, han luchado para quitar las manchas y las oscuridades del pecado, de manera que han dejado pasar la delicada luz de Dios. Esta es la finalidad de la vida: hacer pasar la luz de Dios y también es la finalidad de nuestra vida”.
Así, el Papa ha comentado el Evangelio de las bienaventuranzas leído en la misa del día: “Los ingredientes para la vida gozosa se llaman las bienaventuranzas: son bienaventurados los sencillos, los humildes que le hacen un lugar a Dios, que saben llorar por los otros y por sus propios errores, se mantienen mansos , luchan por la justicia, son misericordiosos hacía todos, guardan la pureza del corazón, no odian, y cuando sufren, responden al mal con el bien”.
El Papa ha abogado por una santidad en la vida de cada día: “Estas son las bienaventuranzas. No piden gestos deslumbrantes, no son para los superhombres, sino para quien vive las pruebas y las fatigas de cada día”.
Ha evocado también a los “muchos” santos de todos los días, presentes en el mundo hoy: “los santos son así: respiran como todo el mundo el aire contaminado del mal que hay en el mundo, pero en el camino, no pierden nunca de vista el recorrido de Jesús el que indica las bienaventuranzas, que son como el mapa de la vida cristiana. Hoy, es la fiesta de aquellos que han logrado el objetivo indicado en este mapa: no solamente los santos del calendario, sino tantos hermanos y hermanas “de la puerta de al lado”; que hemos podido haber encontrado y conocido”.
El Papa ha invitado espontáneamente a aplaudirles: “Hoy es una fiesta de familia, de tantas personas sencillas, ocultas que, en realidad, ayudan a Dios a hacer avanzar el mundo. Y hay tantos hoy! ¡Hay tantos! Gracias a estos hermanos y hermanas desconocidos que ayudan a Dios a hacer avanzar el mundo, que viven en medio de nosotros: saludemosles todos con un fuerte aplauso!
Después del Angelus, el Papa ha publicado este tweet en su cuenta Pontifex_es: “Queridos amigos, el mundo tiene necesidad de santos y todos nosotros sin excepción, estamos llamados a la santidad. ¡No tengáis miedo!”.


Todos los Santos: “La verdadera felicidad es estar con el Señor”

Discurso del papa Francisco antes del Angelus
Queridos hermanos y hermanas, buenos días y buena fiesta!
La solemnidad de Todos los Santos y “nuestra” fiesta: no porque seamos “buenos” sino porque la santidad de Dios ha tocado nuestra vida.
Los santos no son perfectos modelos, sino personas traspasadas por Dios. Podemos compararlas con las vidrieras de las iglesias, que hacen pasar la luz de diferentes tonalidades de colores. Los santos son nuestros hermanos y hermanas que han acogido la luz de Dios en sus corazones y que la han transmitido al mundo, cada uno según su “tonalidad”. Pero todos han sido transparentes, han luchado para quitar las manchas y las oscuridades del pecado, para así poder hacer pasar la delicada luz de Dios. Esta es la finalidad de la vida: dejar pasar la luz de Dios y es también la finalidad de nuestra vida.
En efecto, hoy, en el Evangelio, Jesús se dirige a los suyos, a todos nosotros, diciéndonos “felices” (Mt 5, 3). Es la palabra con la cual comienza su predicación, que es “evangelio”, buena nueva, porque es el camino de la felicidad. Quien está con Jesús es bienaventurado, es feliz. La felicidad no consiste en tener algo o ser alguien, no, la verdadera felicidad es la de estar con el Señor y de vivir por amor. ¿Creéis esto?.
La verdadera felicidad no consiste en tener algo o de convertirse en alguien, la verdadera felicidad es estar con el Señor y vivir por amor. ¿Creéis esto?. Debemos progresar para creer esto.
Entonces, los ingredientes para una vida feliz se llaman bienaventuranzas: son bienaventurados los sencillos, los humildes que dejan lugar a Dios, que saben llorar por los otros y por sus propios errores, permaneciendo ambles, luchan por la justicia, son misericordiosos con todos, mantienen la pureza de corazón, trabajan siempre por la paz y permanecen alegres, no odian, y, cuando sufren, responden al mal con el bien.
Estas son las bienaventuranzas. No piden gestos llamativos, no son para los superhombres, sino para que vivan las pruebas y las fatigas de cada día. Los santos son así: respiran como todo el mundo el aire contaminado del mal que hay en el mundo, pero en el camino, no pierden, no pierden nunca de vista el recorrido de Jesús indicado por las bienaventuranzas, que son como el mapa de la vida cristiana. Hoy, es la fiesta de aquellos que han logrado el objetivo indicado en este mapa: no solamente los santos del calendario, sino tantos hermanos y hermanas “de la puerta de al lado”, que hemos podido encontrar y conocer. Hoy es una fiesta de familia, de tantas personas sencillas, ocultas que, en realidad, ayudan a Dios a hacer avanzar el mundo. Y hay tantos hoy! Hay tantos! Gracias a tantos hermanos y hermanas desconocidos que ayudan a Dios a hacer avanzar el mundo, que viven en medio de nosotros: saludemos a todos con grandes aplausos!.
Ante todo, me gustaría decir la primera bienaventuranza, es la de los “pobres de corazón” (Mt 5,3). Qué significa esto? Que no viven para el éxito, el poder ni el dinero. Saben que los que acumulan tesoros para sí no se enriquecen delante de Dios (Cf. Lc 12,21): al contrario, creen que el Señor es el tesoro de la vida, el amor al prójimo la única fuente verdadera de ganancia. A veces estamos descontentos por el hecho de que nos falta algo o estamos preocupados sino estamos considerados como nos gustaría. Recordemos que nuestra dicha no está en esto, sino en el Señor y en su amor: solo con él, amando podemos vivir felices.
Por último, querría citar otra bienaventuranza, que no se encuentra en el Evangelio, sino al final de la Biblia, y que habla del término de la vida: “Bienaventurados los muertos que mueren en el Señor” (Ap. 14,13). Mañana, estaremos llamados a acompañar a nuestros difuntos con nuestra oración para que puedan disfrutar del Señor para siempre. Recordemos con gratitud a los que nos son queridos y oremos por ellos.
Que la Madre de Dios, Reina de los Santos y Puerta del Cielo, interceda por nuestro camino de santidad y por aquellos que nos son queridos que nos han precedido y han partido hacia la Patria Celeste.      
 02.11.17



Papa Francisco: “Nunca más la guerra. Nunca más esta `inútil matanza´”

Homilía en la Misa por los fieles difuntos

(2 Nov. 2017).-)La esperanza de reencontrar a Dios, de reencontrarnos todos nosotros como hermanos, esa esperanza no desilusiona. Pablo fue fuerte en esa expresión de la segunda lectura « la esperanza no quedará defraudada».
El Papa ha celebrado la Santa Misa en el cementerio americano de Neptuno, a las 15 horas, en la conmemoración de los fieles difuntos, hoy, 2 de noviembre de 2017, y en especial, por las personas fallecidas en las guerras.
A continuación sigue el texto de la homilía del Papa, publicado en español en Radio Vaticano.
Homilía del Papa Francisco
Todos nosotros estamos hoy reunidos en la esperanza. Cada uno de nosotros, en el propio corazón, puede repetir las palabras de Job que oímos en la primera lectura: « yo sé que mi Redentor vive y que él, el último, se alzará sobre el polvo». La esperanza de reencontrar a Dios, de reencontrarnos todos nosotros como hermanos, esa esperanza no desilusiona. Pablo fue fuerte en esa expresión de la segunda lectura « la esperanza no quedará defraudada».
Pero la esperanza muchas veces nace y echa sus raíces en tantas llagas humanas, en tantos dolores humanos, y en ese momento de dolor, de herida, de sufrimiento, nos hace mirar al cielo y decir: yo creo que mi Redentor está vivo. Pero detente Señor. Y esa es la oración que tal vez sale de todos nosotros cuando miramos este cementerio: “estoy seguro, Señor, que estoy contigo. Estoy seguro”: nosotros decimos esto. “Pero por favor, Señor, detente. No más, nunca más la guerra. Nunca más esta «inútil matanza»”, como dijo Benedicto XV. Mejor esperar sin esta destrucción: jóvenes, miles, miles, miles, y miles… esperanzas rotas, ¡no más Señor! Y esto debemos decirlo hoy, que rezamos por todos los difuntos, pero en este lugar rezamos en modo especial por estos chicos. Hoy, en que el mundo está de nuevo en guerra y se prepara para ir más fuertemente en guerra. No más Señor, no más. Con la guerra se pierde todo.
Me viene a la mente aquella anciana que, mirando las ruinas de Hiroshima con resignación sapiencial, pero con mucho dolor, con esa resignación lamentosa que saben vivir las mujeres, porque es su carisma, decía: “los hombres hacen de todo por declarar y hacer la guerra, y al final, se destruyen a sí mismos”. Ésta es la guerra: la destrucción de nosotros mismos. Seguramente aquella mujer, esa anciana había perdido hijos, y nietos. Sólo tenía la herida en el corazón y las lágrimas. Y si hoy es un día de esperanza, hoy también es un día de lágrimas. Lágrimas como las que sentían y lloraban las mujeres cuando llegaba el correo: “usted señora tiene el honor de que su marido haya sido un héroe de la Patria”; “que sus hijos, sean héroes de la Patria”. Son lágrimas que hoy la humanidad no debe olvidar.
Este orgullo de esta humanidad que no ha aprendido la lección y parece que no quiere aprenderla.
Cuando muchas veces en la historia los hombres piensan con hacer una guerra, están convencidos de traer un mundo nuevo, de hacer una “primavera”. Y termina en un invierno, feo, cruel, con el reino del terror y de la muerte. Hoy rezamos por todos los difuntos, por todos. Pero en modo especial por estos jóvenes, en un momento en el que muchos mueren en las batallas de cada día, en esta guerra a pedazos. Rezamos también por los muertos de hoy, los muertos de guerra, también niños inocentes. Éste es el fruto de la guerra: la muerte. Y que el Señor nos de la gracia de llorar.           
03.11.17


Papa Francisco: Ser “hombres de la vida y no de la muerte”

Misa por los cardenales y obispos fallecidos este año

(3 Nov. 2017).- “La fe que profesamos en la resurrección nos lleva a ser hombres de esperanza y no de desesperación, hombres de la vida y no de la muerte, porque nos consuela la promesa de la vida eterna enraizada en la unión con Cristo resucitado”, ha dicho el Papa Francisco.
A las 11:30 horas de esta mañana, en el Altar de la Cátedra de la Basílica Vaticana, el Santo Padre Francisco ha presidido la Santa Misa en sufragio de los cardenales y obispos fallecidos este año.
«Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo: ¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios?» (42,3). “Son palabras poéticas que expresan de manera conmovedora nuestra espera vigilante y sedienta del amor, de la belleza, de la felicidad y de la sabiduría de Dios”, ha explicado el Papa.
Estas palabras del Salmo –ha aclarado el Santo Padre– se habían quedado grabadas en el alma de nuestros hermanos cardenales y obispos que hoy recordamos. “Damos gracias por su servicio generoso al Evangelio y a la Iglesia” y ha añadido que Dios es fiel y nuestra esperanza en Él no es inútil.
Homilía del Papa Francisco
La celebración de hoy nos pone una vez más frente a la realidad de la muerte, haciendo que también se reavive en nosotros el dolor por la separación de las personas que han estado cerca de nosotros, y nos han ayudado; pero la liturgia alimenta sobre todo nuestra esperanza por ellos y por nosotros mismos.
La primera lectura expresa una firme esperanza en la resurrección de los justos: «Muchos de los que duermen en el polvo de la tierra despertarán: unos para vida eterna, otros para vergüenza e ignominia perpetua» (12,2). Los que duermen en el polvo, es decir, en la tierra, son obviamente los muertos, y el despertar de la muerte no es en sí mismo un retorno a la vida: algunos despertarán para la vida eterna, otros para vergüenza eterna. La muerte hace definitiva la «encrucijada» que ya está ante nosotros aquí, en este mundo: la senda de la vida, es decir, con Dios, o la senda de la muerte, es decir, lejos de Él. Esos «muchos» que resucitarán para la vida eterna son los «muchos» por los que Cristo ha derramado su sangre. Son esa muchedumbre que, gracias a la bondad misericordiosa de Dios, experimenta la realidad de la vida que no acaba, la victoria completa sobre la muerte a través de la resurrección.
En el Evangelio, Jesús fortalece nuestra esperanza, cuando dice: « Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre» (Jn 6,51). Estas palabras remiten al sacrificio de Cristo en la cruz. Él aceptó la muerte para salvar a los hombres que el Padre le había entregado y que estaban muertos en la esclavitud del pecado. Jesús se hizo nuestro hermano y compartió nuestra condición hasta la muerte; con su amor rompió el yugo de la muerte y nos abrió las puertas de la vida. Con su cuerpo y su sangre nos alimenta y nos une a su amor fiel, que lleva en sí la esperanza de la victoria definitiva del bien sobre el mal, sobre el sufrimiento y sobre la muerte. En virtud de este vínculo divino de la caridad de Cristo, sabemos que la comunión con los muertos no es simplemente un deseo, una imaginación, sino que se vuelve real.
La fe que profesamos en la resurrección nos lleva a ser hombres de esperanza y no de desesperación, hombres de la vida y no de la muerte, porque nos consuela la promesa de la vida eterna enraizada en la unión con Cristo resucitado.
Esta esperanza, que la Palabra de Dios reaviva en nosotros, nos ayuda a tener una actitud de confianza frente a la muerte: en efecto, Jesús nos ha mostrado que esta no es la última palabra, sino que el amor misericordioso del Padre nos transfigura y nos hace vivir en comunión eterna con Él. Una característica fundamental del cristiano es el sentido de la espera palpitante del encuentro final con Dios. Lo hemos reafirmado hace poco en el Salmo Responsable: «Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo: ¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios?» (42,3). Son palabras poéticas que expresan de manera conmovedora nuestra espera vigilante y sedienta del amor, de la belleza, de la felicidad y de la sabiduría de Dios.
Estas palabras del Salmo se habían quedado grabadas en el alma de nuestros hermanos cardenales y obispos que hoy recordamos: nos han dejado después de haber servido a la Iglesia y al pueblo que se les confió con la mirada puesta en la eternidad. Por tanto, damos gracias por su servicio generoso al Evangelio y a la Iglesia, al mismo tiempo que nos parece oírles repetir con el Apóstol: «La esperanza no defrauda» (Rm 5,5). Sí, no defrauda. Dios es fiel y nuestra esperanza en Él no es inútil. Invoquemos para ellos la intercesión materna de María Santísima, para que participen en el banquete eterno, que con fe y amor gustaron ya durante su peregrinación terrena.        
04.11.17


Ángelus: Tener “horror al orgullo y a la vanidad”

Palabras del Papa antes de la oración mariana...

( Roma 5 de noviembre de 2017) Tener “horror al orgullo y a la vanidad”. Es la invitación del Papa Francisco en el ángelus del 5 de noviembre, que ha presidido en la plaza San Pedro al mediodía. Ha exhortado también a las personas que mantienen una autoridad a ejercerla con el ejemplo, porque “si se ejerce mal, termina siendo abrumador, no deja crecer a las personas y crea un clima de desconfianza y de hostilidad”
Advirtiendo contra la tentación de la “suficiencia humana”, el Papa ha alabado la virtud de la “modestia”: “Nosotros, discípulos de Jesús, no debemos buscar títulos de honor, de autoridad o de supremacía… Personalmente, sufro viendo a personas que viven psicológicamente corriendo detrás de la vanidad de títulos de honor”.
No debemos de ninguna forma aplastar a los demás, y ha insistido…Si hemos recibido cualidades del Padre celestial, debemos ponerlas al servicio de los hermanos, y no para sacar provecho para nuestra satisfacción y nuestro interés personal. No debemos considerarnos superiores a los otros”.
Esta es nuestra traducción de las palabras que el Papa ha pronunciado para introducir la oración mariana, en presencia de unas 40.000 personas.
Palabras del Papa antes del ángelus
¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
El Evangelio de hoy (cf. Mt 23, 1-12) se desarrolla en los últimos días de la vida de Jesús, en Jerusalén; días cargados de expectativas y de tensiones. Por un lado Jesús dirige severas críticas a los escribas y a los fariseos, y por otro lado deja instrucciones importantes a los cristianos, también a nosotros.
Ha dicho a la gente: “Los escribas y los fariseos enseñan en el púlpito de Moisés. De manera que todo lo que ellos os pueden decir, hacedlo y observadlo”. Esto quiere decir que tienen la autoridad de enseñar lo que es conforme a la Ley de Dios. Sin embargo, inmediatamente después, Jesús añade: “Pero no hagáis como ellos, porque dicen y no hacen” (v. 2-3). Hermanos y hermanas, todos aquellos que tienen una autoridad, tanto civil como eclesiástica, tienen frecuentemente el defecto de exigir cosas, incluso justas, que ellos mismos no ponen en práctica. Ellos llevan una doble vida. Jesús dice: “Atan pesadas cargas, difíciles de llevar y las ponen sobre los hombros de los hombres; pero ellos ni con un dedo quieren moverlas”. (v. 4). Esta actitud es un mal ejercicio de la autoridad, que al contrario debería sacar su primera fuerza del buen ejemplo, para ayudar a los otros a practicar lo que es justo y necesario, y sostenerles en las pruebas que encontramos en el camino del bien. La autoridad es una ayuda, pero si se ejerce mal, se vuelve abrumadora, no deja crecer a las personas y crea un clima de desconfianza y de hostilidad e incluso conduce a la corrupción.
Jesús denuncia abiertamente algunos comportamientos negativos de los escribas y de los fariseos: “Les gustan los lugares de honor en las comidas, en los sitios de honor en las sinagogas y los saludos en las plazas públicas” (vv. 6-7). Es una tentación que corresponde a la suficiencia humana que no siempre es fácil vencer. Es la actitud de vivir siempre por la apariencia.
Después Jesús da instrucciones a sus discípulos: “Para vosotros, no os deis el título de Rabino, porque tenéis un solo maestro para enseñaros, y vosotros sois todos hermanos….[No os hagáis dar el título de maestro, porque vosotros solo tenéis un maestro Cristo. El mayor entre vosotros será vuestro servidor”(vv.8-11)
Nosotros, discípulos de Jesús, no debemos buscar títulos de honor, de autoridad o de supremacía. Os digo que personalmente, sufro viendo personas que psicológicamente van corriendo detrás de la vanidad de los títulos de honor. Nosotros discípulos de Jesús, no debemos hacerlo porque entre nosotros tiene que haber una actitud simple y fraterna. Todos somos hermanos y hermanas y no debemos de ninguna manera aplastar a los otros. No debemos mirarlos [en alto] no, todos somos hermanos. Si hemos recibido cualidades del Padre celestial, debemos ponerlas al servicio de los hermanos, y no sacar provecho para nuestra satisfacción y nuestro interés personal. No nos debemos considerar superiores a los otros; la modestia es esencial para una existencia que quiere estar conforme con la enseñanza de Jesús, que es dulce y humilde de corazón y que ha venido no para ser servido, sino para servir.
Que la Virgen María, “humilde y superior a todas las criaturas” (Dante, Paradis, XXXIII, 2), nos ayude, por su intercesión materna, a horrorizarnos del orgullo y de la vanidad, y a ser dóciles al amor que viene de Dios, para el servicio de nuestros hermanos y para su gozo que también será el nuestro.         
 05.11.17



Santa Marta: “Cada uno de nosotros es un elegido, una elegida de Dios”

Homilía sobre la “elección de Dios”, de la Carta de S. Pablo a los Romanos

( 6 Nov. 2017).- “Cada uno de nosotros es un elegido, una elegida de Dios” –ha dicho el Papa Francisco– “Cuando Dios llama, esa llamada permanece durante toda la vida”.
Homilía de la Misa matutina celebrada esta mañana, 6 de noviembre, en la capilla de la Casa de Santa Marta, inspirada en el tema de la “elección de Dios” presente en la liturgia a través de la Carta de San Pablo a los Romanos.
Cuando Dios da un don, este don es irrevocable: no lo da hoy y lo quita mañana. Cuando Dios llama, esa llamada permanece durante toda la vida”, con esta reflexión comenzó el Papa la homilía.
Cada uno de nosotros es un elegido, una elegida de Dios. Cada uno de nosotros lleva una promesa que el Señor hizo: ‘Camina en mi presencia, sé irreprensible y yo te haré esto’”, así lo ha explicado el Papa. “Y cada uno de nosotros hace alianzas con el Señor. Puede hacerlas, si no quiere hacerlas, es libre”, ha descrito el Papa como “un hecho”.
El Santo Padre también lo plantea como un interrogante: “¿Cómo siento yo la elección? ¿O me siento cristiano de casualidad? ¿Cómo vivo yo la promesa, una promesa de salvación en mi camino, y cómo soy fiel a la alianza? ¿Cómo Él es fiel?”.
El Papa Francisco continuó con la reflexión en torno a San Pablo en cuanto a la elección de Dios, y dijo que el Apóstol usa “cuatro veces” dos palabras: “desobediencia” y “misericordia”. A la vez que añadió que donde está una, estuvo la otra, porque éste es nuestro camino de Salvación:
Esto quiere decir que en el camino de la elección, hacia la promesa y la alianza, se producirán pecados, habrá desobediencia, pero ante esta desobediencia siempre está la misericordia. Es como la dinámica de nuestro caminar hacia la madurez: siempre está la misericordia, porque Él es fiel, Él jamás revoca sus dones. Está relacionado: esto está relacionado con el hecho de que los dones son irrevocables. ¿Por qué? Porque ante nuestras debilidades, ante nuestros pecados, siempre está la misericordia y cuando Pablo llega a esta reflexión, da un paso más – pero no nos da una explicación a nosotros – de adoración”.
Así, el Sumo Pontífice ha exhortado a “pensar hoy en nuestra elección, en las promesas que el Señor nos ha hecho y en cómo vivo yo la alianza con el Señor”. Y “cómo me dejo –permítanme la palabra– ‘misericordiar’ por el Señor” –ha añadido Francisco– ante mis pecados, ante mis desobediencias.
Y al final, “si yo soy capaz, como Pablo, de alabar a Dios por esto que me ha dado a mí, a cada uno de nosotros: alabar y hacer aquel acto de adoración. Pero sin olvidar jamás que los dones y la llamada de Dios son irrevocables”, ha concluido el Papa.     
07.11.17



Santa Marta: “Comprender la gratuidad de la invitación de Dios”

Homilía del Papa Francisco en la misa matutina

(7 Nov. 2017).- El Papa ha explicado que si no se comprende la gratuidad de la invitación de Dios “no se entiende nada”.
La reflexión del Santo Padre en la Misa matutina celebrada hoy, primer martes de noviembre, en Santa Marta ha sido en torno a este concepto, la gratuidad.
Si se pierde la capacidad de sentirse amados, se pierde todo”, dice el Papa Francisco.
El Santo Padre comentó el pasaje del Evangelio de San Lucas propuesto por la liturgia del día, en el que Jesús narra una parábola para responder a uno de los comensales que le había dicho: “¡Bienaventurado el que tomará la comida en el Reino de Dios!”. El Señor aconseja a quien debe invitar a alguien a su casa, que invite a quien no puede devolver la invitación.
Un hombre ofreció una gran cena –relata la parábola– e invitó a muchas personas. Los primeros invitados no quisieron ir porque no tenían interés ni por la cena, ni por la gente, ni por la invitación del Señor: estaban ocupados en sus propios intereses que eran más grandes que esa invitación. Estaba el que había comprado cinco pares de bueyes, el que había comprado un campo, o el que estaba recién casado. En una palabra –subrayó el Papa– se preguntaban qué habrían podido ganar. Estaban “ocupados” como aquel hombre que había construido depósitos para acumular sus bienes, pero que murió aquella noche.
Estaban apegados a sus intereses hasta el punto de que esto los llevaba a una “esclavitud del Espíritu”, es decir a ser “incapaces de comprender la gratuidad de la invitación”. Una actitud ante la cual el Papa Francisco recomendó comprender la gratuidad de Dios: “La iniciativa de Dios siempre es gratuita. Pero para ir a este banquete, ¿cuánto hay que pagar? El boleto de entrada es estar enfermo, es ser pobre, es ser pecador… Así estos te dejan entrar. Este es el boleto de entrada: estar necesitado, tanto en el cuerpo como en el alma.
Pero, para la necesidad de cuidado, de curación, hay que tener necesidad de amor…”.
En este contexto, el Papa ha señalado que existen dos actitudes: por una parte la de Dios, que no hace pagar nada y dice después al siervo que conduzca a los pobres, a los lisiados, a los buenos y a los malos. Se trata de una gratuidad que “no tiene límites”. Dios –subrayó el Santo Padre– “recibe a todos
Por otra parte, está el modo de actuar de los primeros invitados que, en cambio, no comprenden la gratuidad. “Como el hermano mayor del Hijo Pródigo, que no quiere ir al banquete organizado por el padre para su hermano que se había ido, y que no entiende”. Este no entiende la gratuidad de la salvación, piensa que la salvación es fruto del “yo pago y tú me salvas”. Pago con esto, con esto, con esto… No. ¡La salvación es gratuita! Y si tú no entras en esta dinámica de la gratuidad no entiendes nada. La salvación es un don de Dios al que se responde con otro don, el don de mi corazón”.
El Señor no pide nada a cambio” –dice el Papa– “sólo amor y fidelidad, como Él es amor y Él es fiel” evidenciando que “la salvación no se compra, sencillamente se entra en el banquete”. “Bienaventurado quien tomará alimento en el Reino de Dios”: ésta es la salvación.
Pero aquellos que no están dispuestos a entrar en el banquete, porque así “se sienten seguros”, “salvados a su modo, fuera del banquete”. Estos –advierte el Papa– “han perdido el sentido de la gratuidad, el sentido del amor. Han perdido una cosa más grande y más bella aún y esto es muy malo: han perdido la capacidad de sentirse amados”.
El Papa Francisco finalizó la homilía exhortando que pidamos al Señor que “nos salve de perder la capacidad de sentirse amados”.                
 08.11.17




Audiencia general: La Eucaristía significa “acción de gracias”

Nuevo ciclo de catequesis sobre la Eucaristía

(8 Nov. 2017).- La Eucaristía significa “acción de gracias”: acción de gracias a la Trinidad, que nos introduce en su comunión de amor, ha apuntado el Papa.
El Papa Francisco ha comenzado hoy en la Audiencia general un nuevo ciclo de catequesis sobre la Eucaristía, para comprender mejor su importancia y su significado, “y cómo el amor de Dios se refleja en este misterio de fe”, ha indicado.
Con un sol radiante en Roma, a las 9:35 horas ha llegado el Santo Padre a la plaza de San Pedro, donde se ha encontrado con grupos de peregrinos y fieles procedentes de Italia y de otras partes del mundo para participar en la Audiencia general.
El Papa ha explicado que cristianos de todas las épocas “no han dudado en entregar su vida por amor a la Eucaristía”, inspirándose en las palabras de Cristo: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna”.
El testimonio de los mártires –ha dicho el Obispo de Roma– nos cuestiona también a nosotros: “¿Qué importancia le damos al sacrificio de la Misa y a la comunión en la mesa del Señor? ¿Buscamos de verdad esa fuente de `agua viva´, que transforma nuestra vida en un sacrificio espiritual de alabanza y acción de gracias?”
Asimismo, Francisco ha observado que el Concilio Vaticano II alentó la formación litúrgica de los fieles, porque “la Iglesia vive siempre de la Liturgia y se renueva gracias a ella”. Por eso –ha añadido– intentamos conocer mejor este gran don que Dios nos ha dado con la Eucaristía, en la que “Cristo se hace presente para que participemos de su pasión y muerte redentora”.
Terminando su catequesis en español, el Papa ha saludado a los peregrinos de esta lengua, en modo particular a los grupos provenientes de España y América Latinay haciendo una mención especial a la delegación sindical argentina, allí presente.
Pidamos a la Virgen María que interceda por nosotros para que sintamos el deseo de conocer y amar más el misterio de la Eucaristía, sacramento del Cuerpo y la Sangre de su Hijo Jesús”, ha dicho el Santo Padre.
Catequesis del Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas: ¡buenos días!
Comenzamos hoy una serie nueva de catequesis, que se centrará en el “corazón” de la Iglesia, es decir en la eucaristía.Para nosotros, cristianos, es fundamental entender bien el valor y el significado de la santa misa para vivir cada vez más plenamente nuestra relación con Dios.
No podemos olvidar el gran número de cristianos que, en todo el mundo, a lo largo de  dos mil años de historia, han resistido hasta la muerte para defender la eucaristía, ni tampoco a aquellos que, incluso hoy, arriesgan la vida para participar en la misa dominical. En el año 304, durante la persecución de Diocleciano, un grupo de cristianos del norte de África fue sorprendido mientras celebraba la misa en una casa y fue arrestado. El procónsul romano, en el interrogatorio, les preguntó por qué lo habían hecho, sabiendo que estaba absolutamente prohibido. Y ellos contestaron: “Sin el domingo no podemos vivir”, que significaba: Si no podemos celebrar la eucaristía, no podemos vivir, nuestra vida cristiana moriría.
Efectivamente, Jesús dijo a sus discípulos: “Si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros “. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día “(Jn 6,53 a 54).
Aquellos cristianos norteafricanos fueron asesinados porque celebraban la eucaristía. Nos dejaron el testimonio de Mque se puede renunciar a la vida terrena por la eucaristía, porque nos da la vida eterna haciéndonos partícipes de la victoria de Cristo sobre la muerte. Un testimonio que nos interpela y exige una respuesta sobre lo que significa para cada uno de nosotros participar en el sacrificio de la misa y acercarnos a la mesa del Señor. ¿Buscamos ese manantial del que brota “el agua viva ” para la vida eterna?, ¿Qué hace de nuestra vida un sacrificio espiritual de alabanza y de acción de gracias y nos hace un solo cuerpo con Cristo? Este es el sentido más profundo de la santa eucaristía, que significa “acción de gracias”: acción de gracias a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, que nos atrae y nos transforma en su comunión de amor.
En las próximas catequesis me gustaría responder a algunas preguntas importantes sobre la eucaristía y la misa, para volver a descubrir, o a descubrir, cómo a través de este misterio de fe resplandece el amor de Dios.
El Concilio Vaticano II estaba fuertemente animado por el deseo de que los cristianos comprendiesen la grandeza de la fe y la belleza del encuentro con Cristo. Por ese motivo, era necesario ante todo actuar, con la guía del Espíritu Santo, una adecuada renovación de la liturgia ya que la Iglesia vive y se renueva continuamente gracias a ella.
Un tema central que los Padres conciliares subrayaron es la formación litúrgica de los fieles, indispensable para una verdadera renovación. Y este es también el objetivo de este ciclo de catequesis que comenzamos hoy: crecer en el conocimiento del don que Dios nos ha dado en la eucaristía.
La eucaristía es un evento maravilloso en el que Jesucristo, nuestra vida, se hace presente. Participar en la misa “es vivir otra vez la pasión y la muerte redentora del Señor. Es una teofanía: el Señor se presenta en el altar para ser ofrecido al Padre por la salvación del mundo”.(Homilía en la misa, Casa Santa Marta, 10 de febrero de 2014). El Señor está  allí, con nosotros, presente. Son tantas las veces que vamos allí, miramos las cosas, charlamos entre nosotros mientras el sacerdote celebra la eucaristía… ¡y no celebramos cerca de Él! ¡Pero es el Señor! Si hoy viniera aquí el Presidente de la República o alguien muy importante en el mundo, seguro que todos estaríamos cerca de él, que querríamos saludarlo. Pero piensa: Cuando vas a misa ¡el Señor está allí! Y tú estás distraído. ¡Es el Señor! Tenemos que pensarlo. “Padre es que las misas son aburridas…” Pero¡ qué dices! ¿El Señor es aburrido? –“No, no, la misa no, los curas”. –“Ah, que se conviertan los curas, pero el Señor es quien está allí”- ¿Entendido? No os olvidéis. “Participar en la misa es vivir otra vez la pasión y la muerte redentora del Señor”.
Probemos ahora a formular algunas preguntas fáciles. Por ejemplo, ¿Por qué se hace el signo de la cruz y el acto de penitencia al comienzo de la Misa? Y aquí me gustaría hacer otro paréntesis. ¿Habéis visto cómo se persignan los niños? No sabes lo que hacen, si es el signo de la cruz o un dibujo… Hacen así (El Papa hace un gesto confuso). Hay que enseñar a los niños a persignarse bien. Así empieza la misa, así empieza la vida, así empieza la jornada. Quiere decir que hemos sido redimidos con la cruz del Señor. Mirad a los niños y enseñadles a persignarse bien. Y esas lecturas en la misa , ¿Por qué están allí? ¿Por qué los domingos hay tres lecturas y los demás días dos? ¿Por qué están allí? ¿Qué significado tiene la lectura de la misa? ¿Por qué se leen y qué tienen que ver ? O, ¿Por qué en un momento dado el sacerdote que preside la celebración dice: “Levantemos el corazón?” No dice: “¡Levantemos los móviles para sacar una foto! No, está muy mal. Y os digo que me pongo muy triste cuando celebro aquí en la Plaza o en la Basílica y veo tantos móviles levantados, no solamente por los fieles, sino también por algunos sacerdotes y también por obispos. Pero, ¡por favor! La misa no es un espectáculo: es ir a encontrar la pasión y la resurrección del Señor. Por eso el sacerdote dice: “Levantemos el corazón”. ¿Qué significa? Acordaos: Nada de móviles.
Es muy importante volver a los cimientos, redescubrir lo que es esencial, a través de lo que se toca y se ve en la celebración de los sacramentos. La petición del apóstol Santo Tomás (cf. Jn 20,25), de poder ver y tocar las heridas de los clavos en el cuerpo de Jesús, es el deseo de poder, de alguna manera, “tocar” a Dios para creer en El. Lo que Santo Tomás pide al Señor es lo que todos necesitamos: verlo y tocarlo para reconocerlo. Los sacramentos salen al encuentro de esta necesidad humana. Los sacramentos, y la celebración eucarística en particular, son los signos del amor de Dios, las formas privilegiadas de reunirse con él.
Así, a través de estas catequesis que empezamos hoy me gustaría redescubrir junto con vosotros la belleza que se esconde en la celebración eucarística, y que, una vez revelada, da pleno sentido a la vida de cada uno de nosotros. Nuestra Señora nos acompañe en este nuevo tramo del camino. Gracias.                         
09.11.17


Santa Marta: Jesucristo es el “fundamento” de la Iglesia

El Papa exhorta a “edificar, custodiar y purificar” la Iglesia

(9 Nov. 2017).- “¿Cuál es el fundamento de la Iglesia? La respuesta, naturalmente, es Jesucristo”, ha recordado el Papa Francisco.
de la Misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta, hoy, segundo jueves de noviembre, en el día de la dedicación de la Catedral de Roma, “madre de todas las iglesias”, título que representa un “servicio y de amor”, ha dicho el Santo Padre.
Edificar, custodiar y purificar” la Iglesia, son las tres directivas sobre las que el Papa desarrolló su homilía. Ante todo –dijo el Papa– hay que “edificar la Iglesia”.
Jesucristo es la “piedra angular” en este edificio. “Sin Jesucristo no hay Iglesia”. ¿Por qué? –continuó el Santo Padre– “Porque no hay fundamento. Y si se construye una iglesia – pensemos en una iglesia material – sin fundamento, ¿qué sucede? Se derrumba. Se desploma todo. Si no está Jesucristo vivo en la Iglesia, la Iglesia se derrumba”.
Y nosotros “somos piedras vivas”, indicó Su Santidad. “No todas iguales, sino que cada una es diferente, porque ésta es la riqueza de la Iglesia”, y expresó que no podemos pensar en una Iglesia uniforme: “esto no es Iglesia”.
El Papa ha aclarado que “somos todos pecadores: todos”, y ha propuesto: “Si alguno de ustedes no lo es, levante la mano, porque sería una hermosa curiosidad. Todos lo somos. Y por esto debemos purificarnos continuamente”.
También ha indicado que es primordial “purificar a la comunidad”: a la comunidad diocesana, a la comunidad cristiana, a la comunidad universal de la Iglesia. Para hacerla crecer.
El Papa destacó la importancia del Espíritu Santo: “¿Cuántos cristianos, hoy, saben quién es Jesucristo, saben quién es el Padre –porque rezan el Padrenuestro? Cuando tú hablas del Espíritu Santo… “Sí, sí… ah, es la paloma, la paloma”, y terminan allí.
Pero el Espíritu Santo es la “vida de la Iglesia, es tu vida, mi vida…”. Nosotros somos “templo del Espíritu Santo” y debemos custodiar al Espíritu Santo: “Él es la armonía, Él hace la armonía de este edificio”, ha indicado el Papa.                   
 10.11.17


Santa Marta: Astucia cristiana, reflexión y oración por los corruptos

Meditación a partir del Evangelio de San Lucas

(10 Nov. 2017).- El Papa Francisco ha reflexionado sobre la corrupción en la homilía pronunciada esta mañana en la misa matutina de Santa Marta: “Esto sucede también hoy, sobre todo con los que tienen la responsabilidad de administrar los bienes del pueblo, no los propios bienes”.
El Evangelio de San Lucas narra “una historia de corrupción diaria”, a través a través de la figura del administrador que despilfarra los haberes del patrón y que, una vez descubierto, en lugar de buscar un trabajo honesto sigue robando con la complicidad de los demás. “Un verdadero grupo de corrupción”, fue la definición que dio el Papa en su homilía aludiendo a los acontecimientos de nuestro tiempo.
En este contexto, el Papa ha expresado: “¡Son poderosos éstos, eh! Cuando arman los grupos de corrupción son potentes; incluso llegan a tener actitudes mafiosas. Esta es la historia. Pero ésta no es una fábula, no es una historia que debemos buscar en los libros de historia antigua: la encontramos todos los días en los periódicos, todos los días. Esto sucede también hoy, sobre todo con los que tienen la responsabilidad de administrar los bienes del pueblo, no los propios bienes, porque este administrador de los bienes de los demás, no de los propios. Con los propios bienes nadie es corrupto, los defiende”.
La enseñanza que Jesús saca de este Evangelio –ha propuesto el Santo Padre– es precisamente la mayor sagacidad “de los hijos de este mundo” con respecto “a los hijos de la luz”: su mayor corrupción, su astucia llevada adelante “incluso con cortesía”, con “guantes de seda”.
El Papa ha planteado si existe la “astucia cristiana”: “Si estos son más astutos que los cristianos – aunque no diré cristianos porque también tantos corruptos se dicen cristianos – si estos son más astutos que los que son fieles a Jesús, yo me pregunto: ¿Existe una astucia cristiana?
¿Existe una actitud para quienes quieren seguir a Jesús?” ha reflexionado el Papa Francisco. “¿Cuál es la astucia cristiana, una astucia que no sea pecado, pero que sirva para llevarme adelante al servicio del Señor y también de ayuda a los demás? ¿Hay una astucia cristiana?”.
Tres actitudes ha recomendado el Papa Francisco: Ante todo una “sana desconfianza”, es decir, estar atentos a quien “promete mucho” y “habla mucho” como “aquellos que te dicen: ‘Haz la inversión en mi banco, que yo te daré un interés doble’”. La segunda actitud es la reflexión, ante las seducciones del diablo que conoce nuestras debilidades. Y, en fin, está la oración.
Francisco ha propuesto pedir al Señor “que nos dé esta gracia de ser astutos, astutos cristianos, para tener esta astucia cristiana”. Si hay algo que el cristiano no puede permitirse es ser ingenuo. Como cristianos tenemos un tesoro dentro: el tesoro que es el Espíritu Santo. Debemos custodiarlo. Y un ingenuo allí se deja robar el Espíritu. Un cristiano no puede permitirse ser ingenuo. Pidamos esta gracia de la astucia cristiana y de la intuición cristiana, y también es una “buena ocasión para rezar por los corruptos”.                                     
 11.11.17


Ángelus: Prepararse para el encuentro con Dios

Una vida cristiana rica en amor al prójimo”

(12 nov. 2017).- “La condición para estar preparados para el encuentro con el Señor no es solamente la fe, sino una vida cristiana rica en amor al prójimo”, explica el Papa Francisco.
El Papa ha comentado la palabra evangélica de las vírgenes prudentes antes de la oración del ángelus del mediodía, en la plaza San Pedro, este domingo 12 de noviembre de 2017, en presencia de unas 25.000 personas según la gendarmería vaticana.
El Papa ha explicado “la fe inspira la caridad y la caridad guarda la fe”.
Esta es la traducción rápida, de trabajo, de las palabras del Papa Francisco pronunciadas en italiano.
El Papa Francisco explica el Evangelio del domingo
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!.
En este domingo, el evangelio (cf. Mt 25, 1-13) nos indica la condición para entrar en el Reino de los cielos, y lo hace con la parábola de las diez vírgenes: se trata de aquellas doncellas que son encargadas de acoger y acompañar al esposo en la ceremonia de bodas porque en aquel tiempo era costumbre celebrarlas de noche, entonces estas doncellas llevaban lámparas.
La parábola dice que cinco de estas vírgenes son prudentes y cinco son necias: en efecto las prudentes han llevado consigo el aceite para las lámparas, mientras que las necias no lo han llevado. El esposo tarda en llegar y todas se duermen, a media noche, se anuncia la llegada del esposo, entonces las vírgenes necias se dan cuenta que no tienen más aceite para sus lámparas, y se lo piden a las prudentes. Pero estas responden que no se lo pueden dar porque no bastaría para todas.
Mientras las necias van en busca del aceite, llega el esposo. Las prudentes entran con él en la sala del banquete y se cierra la puerta. Las cinco necias llegan demasiado tarde, golpean la puerta pero la respuesta es: “no os conozco” (v. 12), y permanecen fuera.
¿Que nos quiere enseñar Jesús con esta parábola?. Nos recuerda que debemos estar preparados al encuentro con él. Muy a menudo, en el Evangelio, Jesús nos exhorta a velar, y lo hace también al final de esta cita: “Velad, porque no sabéis ni el día ni la hora!” (v. 13).
Con esta parábola nos dice que velar, no significa solamente no dormir, sino estar preparados. En efecto, todas las vírgenes duermen antes que llegue el esposo, pero al despertar, algunas están preparadas y otras no, este es por lo tanto el significado de ser prudentes y sabias: no se trata de esperar al último momento de nuestra vida para colaborar con la gracia de Dios sino hacerlo ya desde ahora.
La lámpara es el símbolo de la fe que ilumina nuestra vida, mientras el aceite es el símbolo de la caridad que alimenta la luz de la fe, la hace fecunda y creíble. La condición para estar preparados al encuentro con el Señor no solamente es la fe, sino una vida cristiana rica en amor al prójimo.
Si nos dejamos guiar por lo que parece más cómodo, por la búsqueda de nuestro interés, nuestra vida será estéril, incapaz de dar vida a los demás, y no hacemos ninguna provisión de aceite para la lámpara de nuestra fe. La fe se extinguirá en el momento de la venida del Señor, o incluso antes.
Si, por el contrario estamos vigilantes, y buscamos hacer el bien, con gestos de amor, de compartir, de servicio al prójimo en dificultad, podemos estar tranquilos mientras esperamos la venida del esposo: el Señor podrá venir en cualquier momento, e incluso el sueño de la muerte no nos asusta porque tenemos la reserva de aceite, acumulada con las obras buenas de cada día. La fe inspira la caridad y la caridad custodia la fe.
Que la Virgen María nos ayude a hacer nuestra fe cada vez más operante a través de la caridad, para que nuestra lámpara pueda resplandecer ya aquí en el camino terrenal y después por siempre en la fiesta de boda, en el Paraíso.
Ave María……
13.11.17





Santa Marta: “¿Cómo es mi coherencia de vida?”

Misa en la capilla de la Casa Santa Marta

(13 Nov. 2017).- “¿Cómo es mi coherencia de vida? ¿Coherencia con el Evangelio, coherencia con el Señor?”, el Papa Francisco propone un examen de conciencia a todos.
El Santo Padre ha celebrado la Eucaristía esta mañana, segundo lunes de noviembre, en la capilla de la Casa de Santa Marta, como tiene por costumbre.
Estén atentos a ustedes mismos” dijo el Papa Francisco esta mañana. “Es una admonición para todos”, especialmente para quienes se dicen cristianos pero viven como paganos. Éste es “el escándalo del pueblo de Dios”.
Los escándalos hieren los corazones y matan las esperanzas y las ilusiones”, dijo el Papa en la homilía de hoy. El Santo Padre se explicó: “Es decir, estén atentos a no escandalizar. El escándalo es malo porque el escándalo hiere, hiere la vulnerabilidad del pueblo de Dios y hiere la debilidad del pueblo de Dios. Y tantas veces estas heridas se llevan durante toda la vida”.
Además –añadió el Papa– el escándalo no sólo hiere, sino que es capaz de matar: matar esperanzas, matar ilusiones, matar familias, matar tantos corazones…”.
El Papa Francisco ha planteado durante su reflexión: “hoy puede ser una buena jornada para hacer un examen de conciencia sobre esto”. Y lo hizo formulando la pregunta: “¿Escandalizo o no, y cómo? De este modo podremos responder al Señor y acercarnos un poco más a Él”.
Coherencia con el Evangelio
Es una propuesta a todos los cristianos: “Cuántos cristianos con su ejemplo alejan a la gente, con su incoherencia, con su propia incoherencia: la incoherencia de los cristianos es una de las armas más fáciles que tiene el diablo para debilitar al pueblo de Dios y para alejar al pueblo de Dios del Señor. Decir una cosa y hacer otra”.
Ésta es “la incoherencia” que provoca el escándalo y que hoy debe inducirnos a preguntarnos –dijo el Obispo de Roma– “¿cómo es mi coherencia de vida? ¿Coherencia con el Evangelio, coherencia con el Señor?”. Y ofreció el ejemplo de los empresarios cristianos que no pagan lo justo y se sirven de la gente para enriquecerse, así como el escándalo de los pastores en la Iglesia que no se ocupan de sus ovejas y se alejan.
Jesús nos dice que no se puede servir a dos Señores: a Dios y al dinero. Y cuando el pastor es uno apegado al dinero, escandaliza”, ha aclarado Francisco.
Y ha propuesto: “Todo pastor debe preguntarse: `¿Cómo es mi amistad con el dinero?´ O el pastor que trata de escalar, la vanidad lo lleva a trepar, en lugar de ser manso y humilde, porque la mansedumbre y la humildad favorecen la cercanía al pueblo. O el pastor que se siente ‘un señor’, y manda a todos, orgulloso; y no el pastor servidor del pueblo de Dios…”.     14.11.17


No amemos de palabra sino con obras” – Jornada Mundial de los Pobres

Mensaje del Papa Francisco

(14 Nov. 2017).- Mensaje del Papa Francisco para la I Jornada Mundial de los Pobres, que se celebrará el próximo 19 de noviembre de 2017, Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario. No amemos de palabra sino con obras
1. «Hijos míos, no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras» (1 Jn 3,18). Estas palabras del apóstol Juan expresan un imperativo que ningún cristiano puede ignorar. La seriedad con la que el «discípulo amado» ha transmitido hasta nuestros días el mandamiento de Jesús se hace más intensa debido al contraste que percibe entre las palabras vacías presentes a menudo en nuestros labios y los hechos concretos con los que tenemos que enfrentarnos. El amor no admite excusas: el que quiere amar como Jesús amó, ha de hacer suyo su ejemplo; especialmente cuando se trata de amar a los pobres. Por otro lado, el modo de amar del Hijo de Dios lo conocemos bien, y Juan lo recuerda con claridad. Se basa en dos pilares: Dios nos amó primero (cf. 1 Jn 4,10.19); y nos amó dando todo, incluso su propia vida (cf. 1 Jn 3,16).
Un amor así no puede quedar sin respuesta. Aunque se dio de manera unilateral, es decir, sin pedir nada a cambio, sin embargo inflama de tal manera el corazón que cualquier persona se siente impulsada a corresponder, a pesar de sus limitaciones y pecados. Y esto es posible en la medida en que acogemos en nuestro corazón la gracia de Dios, su caridad misericordiosa, de tal manera que mueva nuestra voluntad e incluso nuestros afectos a amar a Dios mismo y al prójimo. Así, la misericordia que, por así decirlo, brota del corazón de la Trinidad puede llegar a mover nuestras vidas y generar compasión y obras de misericordia en favor de nuestros hermanos y hermanas que se encuentran necesitados.
2. «Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha» (Sal 34,7). La Iglesia desde siempre ha 
comprendido la importancia de esa invocación. Está muy atestiguada ya desde las primeras páginas de los Hechos de los Apóstoles, donde Pedro pide que se elijan a siete hombres «llenos de espíritu y de sabiduría» (6,3) para que se encarguen de la asistencia a los pobres. Este es sin duda uno de los primeros signos con los que la comunidad cristiana se presentó en la escena del mundo: el servicio a los más pobres. Esto fue posible porque comprendió que la vida de los discípulos de Jesús se tenía que manifestar en una fraternidad y solidaridad que correspondiese a la enseñanza principal del Maestro, que proclamó a los pobres como bienaventurados y herederos del Reino de los cielos (cf. Mt 5,3).
«Vendían posesiones y bienes y los repartían entre todos, según la necesidad de cada uno» (Hch 2,45). Estas palabras muestran claramente la profunda preocupación de los primeros cristianos. El evangelista Lucas, el autor sagrado que más espacio ha dedicado a la misericordia, describe sin retórica la comunión de bienes en la primera comunidad. Con ello desea dirigirse a los creyentes de cualquier generación, y por lo tanto también a nosotros, para sostenernos en el testimonio y animarnos a actuar en favor de los más necesitados. El apóstol Santiago manifiesta esta misma enseñanza en su carta con igual convicción, utilizando palabras fuertes e incisivas: «Queridos hermanos, escuchad: ¿Acaso no ha elegido Dios a los pobres del mundo para hacerlos ricos en la fe y herederos del reino, que prometió a los que le aman? Vosotros, en cambio, habéis afrentado al pobre. Y sin embargo, ¿no son los ricos los que os tratan con despotismo y los que os arrastran a los tribunales? […] ¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Es que esa fe lo podrá salvar? Supongamos que un hermano o una hermana andan sin ropa y faltos del alimento diario, y que uno de vosotros les dice: “Dios os ampare; abrigaos y llenaos el estómago”, y no les dais lo necesario para el cuerpo; ¿de qué sirve? Esto pasa con la fe: si no tiene obras, por sí sola está muerta» (2,5-6.14-17).
3. Ha habido ocasiones, sin embargo, en que los cristianos no han escuchado completamente este llamamiento, dejándose contaminar por la mentalidad mundana. Pero el Espíritu Santo no ha dejado de exhortarlos a fijar la mirada en lo esencial. Ha suscitado, en efecto, hombres y mujeres que de muchas maneras han dado su vida en servicio de los pobres. Cuántas páginas de la historia, en estos dos mil años, han sido escritas por cristianos que con toda sencillez y humildad, y con el generoso ingenio de la caridad, han servido a sus hermanos más pobres.
Entre ellos destaca el ejemplo de Francisco de Asís, al que han seguido muchos santos a lo largo de los siglos. Él no se conformó con abrazary dar limosna a los leprosos, sino que decidió ir a Gubbio para estar con ellos. Él mismo vio en ese encuentro el punto de inflexión de su conversión: «Cuando vivía en el pecado me parecía algo muy amargo ver a los leprosos, y el mismo Señor me condujo entre ellos, y los traté con misericordia. Y alejándome de ellos, lo que me parecía amargo se me convirtió en dulzura del alma y del cuerpo» (Test 1-3; FF 110). Este testimonio muestra el poder transformador de la caridad y el estilo de vida de los cristianos.
No pensemos sólo en los pobres como los destinatarios de una buena obra de voluntariado para hacer una vez a la semana, y menos aún de gestos improvisados de buena voluntad para tranquilizar la conciencia. Estas experiencias, aunque son válidas y útiles para sensibilizarnos acerca de las necesidades de muchos hermanos y de las injusticias que a menudo las provocan, deberían introducirnos a un verdadero encuentro con los pobres y dar lugar a un compartir que se convierta en un estilo de vida. En efecto, la oración, el camino del discipulado y la conversión encuentran en la caridad, que se transforma en compartir, la prueba de su autenticidad evangélica. Y esta forma de vida produce alegría y serenidad espiritual, porque se toca con la mano la carne de Cristo. Si realmente queremos encontrar a Cristo, es necesario que toquemos su cuerpo en el cuerpo llagado de los pobres, como confirmación de la comunión sacramental recibida en la Eucaristía. El Cuerpo de Cristo, partido en la sagrada liturgia, se deja encontrar por la caridad compartida en los rostros y en las personas de los hermanos y hermanas más débiles. Son siempre actuales las palabras del santo Obispo Crisóstomo: «Si queréis honrar el cuerpo de Cristo, no lo despreciéis cuando está desnudo; no honréis al Cristo eucarístico con ornamentos de seda, mientras que fuera del templo descuidáis a ese otro Cristo que sufre por frío y desnudez» (Hom. in Matthaeum, 50,3: PG 58).
Estamos llamados, por lo tanto, a tender la mano a los pobres, a encontrarlos, a mirarlos a los ojos, a abrazarlos, para hacerles sentir el calor del amor que rompe el círculo de soledad. Su mano extendida hacia nosotros es también una llamada a salir de nuestras certezas y comodidades, y a reconocer el valor que tiene la pobreza en sí misma.
4. No olvidemos que para los discípulos de Cristo, la pobreza es ante todo vocación para
seguir a Jesús pobre. Es un caminar detrás de él y con él, un camino que lleva a la felicidad del reino de los cielos (cf. Mt 5,3; Lc 6,20). La pobreza significa un corazón humilde que sabe aceptar la propia condición de criatura limitada y pecadora para superar la tentación de omnipotencia, que nos engaña haciendo que nos creamos inmortales. La pobreza es una actitud del corazón que nos impide considerar el dinero, la carrera, el lujo como objetivo de vida y condición para la felicidad. Es la pobreza, más bien, la que crea las condiciones para que nos hagamos cargo libremente de nuestras responsabilidades personales y sociales, a pesar de nuestras limitaciones, confiando en la cercanía de Dios y sostenidos por su gracia. La pobreza, así entendida, es la medida que permite valorar el uso adecuado de los bienes materiales, y también vivir los vínculos y los afectos de modo generoso y desprendido (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 25-45).
Sigamos, pues, el ejemplo de san Francisco, testigo de la auténtica pobreza. Él, precisamente porque mantuvo los ojos fijos en Cristo, fue capaz de reconocerlo y servirlo en los pobres. Si deseamos ofrecer nuestra aportación efectiva al cambio de la historia, generando un desarrollo real, es necesario que escuchemos el grito de los pobres y nos comprometamos a sacarlos de su situación de marginación. Al mismo tiempo, a los pobres que viven en nuestras ciudades y en nuestras comunidades les recuerdo que no pierdan el sentido de la pobreza evangélica que llevan impresa en su vida.
5. Conocemos la gran dificultad que surge en el mundo contemporáneo para identificar de forma clara la pobreza. Sin embargo, nos desafía todos los días con sus muchas caras marcadas por el dolor, la marginación, la opresión, la violencia, la tortura y el encarcelamiento, la guerra, la privación de la libertad y de la dignidad, por la ignorancia y el analfabetismo, por la emergencia sanitaria y la falta de trabajo, el tráfico de personas y la esclavitud, el exilio y la miseria, y por la migración forzada. La pobreza tiene el rostro de mujeres, hombres y niños explotados por viles intereses, pisoteados por la lógica perversa del poder y el dinero. Qué lista inacabable y cruel nos resulta cuando consideramos la pobreza como fruto de la injusticia social, la miseria moral, la codicia de unos pocos y la indiferencia generalizada.
Hoy en día, desafortunadamente, mientras emerge cada vez más la riqueza descarada que se acumula en las manos de unos pocos privilegiados, con frecuencia acompañada de la ilegalidad y la explotación ofensiva de la dignidad humana, escandaliza la propagación de la pobreza en grandes sectores de la sociedad entera. Ante este escenario, no se puede esta jornada, la mirada fija en quienes tienden sus manos clamando ayuda y pidiendo nuestra solidaridad. Son nuestros hermanos y herman permanecer inactivos, ni tampoco resignados. A la pobreza que inhibe el espíritu de iniciativa de muchos jóvenes, impidiéndoles encontrar un trabajo; a la pobreza que adormece el sentido de responsabilidad e induce a preferir la delegación y la búsqueda de favoritismos; a la pobreza que envenena las fuentes de la participación y reduce los espacios de la profesionalidad, humillando de este modo el mérito de quien trabaja y produce; a todo esto se debe responder con una nueva visión de la vida y de la sociedad.
Todos estos pobres —como solía decir el beato Pablo VI— pertenecen a la Iglesia por «derecho evangélico» (Discurso en la apertura de la segunda sesión del Concilio Ecuménico Vaticano II, 29 septiembre 1963) y obligan a la opción fundamental por ellos. Benditas las manos que se abren para acoger a los pobres y ayudarlos: son manos que traen esperanza. Benditas las manos que vencen las barreras de la cultura, la religión y la nacionalidad derramando el aceite del consuelo en las llagas de la humanidad. Benditas las manos que se abren sin pedir nada a cambio, sin «peros» ni «condiciones»: son manos que hacen descender sobre los hermanos la bendición de Dios.
  1. Al final del Jubileo de la Misericordia quise ofrecer a la Iglesia la Jornada Mundial de los Pobres, para que en todo el mundo las comunidades cristianas se conviertan cada vez más y mejor en signo concreto del amor de Cristo por los últimos y los más necesitados. Quisiera que, a las demás Jornadas mundiales establecidas por mis predecesores, que son ya una tradición en la vida de nuestras comunidades, se añada esta, que aporta un elemento delicadamente evangélico y que completa a todas en su conjunto, es decir, la predilección de Jesús por los pobres.
Invito a toda la Iglesia y a los hombres y mujeres de buena voluntad a mantener, en esta jornada, la mirada fija en quienes tienden sus manos clamando ayuda y pidiendo nuestra solidaridad. Son nuestros hermanos y hermanpermanecer inactivos, ni tampoco resignados. A la pobreza que inhibe el espíritu de iniciativa de muchos jóvenes, impidiéndoles encontrar un trabajo; a la pobreza que adormece el sentido de responsabilidad e induce a preferir la delegación y la búsqueda de favoritismos; a la pobreza que envenena las fuentes de la participación y reduce los espacios de la profesionalidad, humillando de este modo el mérito de quien trabaja y produce; a todo esto se debe responder con una nueva visión de la vida y de la sociedad.
Hombres y mujeres creados y amados por el Padre celestial. Esta Jornada tiene como objetivo, en p as, creados y amados por el Padre celestial. Esta Jornada tiene como objetivo, en primer lugar, estimular a los creyentes para que reaccionen ante la cultura del descarte y del derroche, haciendo suya la cultura del encuentro. Al mismo tiempo, la invitación está dirigida a todos, independientemente de su confesión religiosa, para que se dispongan a compartir con los pobres a través de cualquier acción de solidaridad, como signo concreto de fraternidad. Dios creó el cielo y la tierra para todos; son los hombres, por desgracia, quienes han levantado fronteras, muros y vallas, traicionando el don original destinado a la humanidad sin exclusión alguna.
7. Es mi deseo que las comunidades cristianas, en la semana anterior a la Jornada Mundial de los Pobres, que este año será el 19 de noviembre, Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario, se comprometan a organizar diversos momentos de encuentro y de amistad, de solidaridad y de ayuda concreta. Podrán invitar a los pobres y a los voluntarios a participar juntos en la Eucaristía de ese domingo, de tal modo que se manifieste con más autenticidad la celebración de la Solemnidad de Cristo Rey del universo, el domingo siguiente. De hecho, la realeza de Cristo emerge con todo su significado más genuino en el Gólgota, cuando el Inocente clavado en la cruz, pobre, desnudo y privado de todo, encarna y revela la plenitud del amor de Dios. Su completo abandono al Padre expresa su pobreza total, a la vez que hace evidente el poder de este Amor, que lo resucita a nueva vida el día de Pascua.
En ese domingo, si en nuestro vecindario viven pobres que solicitan protección y ayuda, acerquémonos a ellos: será el momento propicio para encontrar al Dios que buscamos. De acuerdo con la enseñanza de la Escritura (cf. Gn 18, 3-5; Hb 13,2), sentémoslos a nuestra mesa como invitados de honor; podrán ser maestros que nos ayuden a vivir la fe de manera más coherente. Con su confianza y disposición a dejarse ayudar, nos muestran de modo sobrio, y con frecuencia alegre, lo importante que es vivir con lo esencial y abandonarse a la providencia del Padre.


8. El fundamento de las diversas iniciativas concretas que se llevarán a cabo durante esta Jornada será siempre la oración. No hay que olvidar que el Padre nuestro es la oración de los pobres. La petición del pan expresa la confianza en Dios sobre las necesidades básicas de nuestra vida. Todo lo que Jesús nos enseñó con esta oración manifiesta y recoge el grito de quien sufre a causa de la precariedad de la existencia y de la falta de lo necesario. A los discípulos que pedían a Jesús que les enseñara a orar, él les respondió con las palabras de los pobres que recurren al único Padre en el que todos se reconocen como hermanos. El Padre nuestro es una oración que se dice en plural: el pan que se pide es «nuestro», y esto implica comunión, preocupación y responsabilidad común. En esta oración todos reconocemos la necesidad de superar cualquier forma de egoísmo para entrar en la alegría de la mutua aceptación.
9. Pido a los hermanos obispos, a los sacerdotes, a los diáconos —que tienen por vocación la misión de ayudar a los pobres—, a las personas consagradas, a las asociaciones, a los movimientos y al amplio mundo del voluntariado que se comprometan para que con esta Jornada Mundial de los Pobres se establezca una tradición que sea una contribución concreta a la evangelización en el mundo contemporáneo.
Que esta nueva Jornada Mundial se convierta para nuestra conciencia creyente en un fuerte llamamiento, de modo que estemos cada vez más convencidos de que compartir con los pobres nos permite entender el Evangelio en su verdad más profunda. Los pobres no son un problema, sino un recurso al cual acudir para acoger y vivir la esencia del Evangelio.
Vaticano, 13 de junio de 2017
Memoria de San Antonio de Padua
15.11.17






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