Santa Marta: Francisco pide por los médicos y llama a volver a Dios Padre
Cómo confesarse si no hay sacerdote
(20 marzo 2020).- “Ayer recibí un mensaje de un sacerdote de Bérgamo pidiendo rezar por los médicos de Bérgamo, Treviglio, Brescia, Cremona, que están al límite de su trabajo; están dando su propia vida para ayudar a los enfermos, para salvar la vida de los demás. Y también oremos por las autoridades; para ellos no es fácil manejar este momento y muchas veces sufren las incomprensiones”.
Esta es la petición realizada por el Santo Padre hoy, 20 de marzo de 2020, en la Misa en Santa Marta, transmitida en directo dado que en muchos países no se celebra la Misa públicamente ante la emergencia sanitaria por el coronavirus.
Y añadió: “Ya sean médicos, personal de hospitales, voluntarios de la salud o las autoridades, en este momento son pilares que nos ayudan a ir adelante y nos defienden en esta crisis. Oremos por ellos”.
Después, en su homilía, el Papa Francisco reflexionó en torno a la primera lectura que presenta la liturgia este viernes de la III Semana de Cuaresma. En ella, el Papa Francisco recordó que el profeta Oseas (Oseas 14, 2-10) nos exhorta a hablar con Dios como un Padre bueno que ama y perdona siempre.
Volver con el Padre
Así, remitiendo a una antigua canción de Carlo Buti muy escuchada por las familias de Argentina, “Vuelve con tu papá”, Francisco se refirió a la parábola del hijo pródigo, en la que Dios se muestra como “papá”, no como juez.
“Vuelve con tu papá, vuelve con tu padre. Él te espera. Es la ternura de Dios la que nos habla, especialmente durante la Cuaresma. Es el tiempo de entrar en nosotros mismos y recordar al Padre o volver a tu padre”, remarcó el Papa.
A los que no acuden a Él por “vergüenza”, insiste: “¿Qué dice el Señor? ‘Vuelve, yo te curaré de tu infidelidad, te amaré profundamente, porque mi ira se ha alejado. Seré como el rocío; tú florecerás como un lirio y echarás raíces como un árbol del Líbano’. Vuelve con tu padre que te está esperando. El Dios de la ternura nos curará; nos curará de muchas, muchas heridas de la vida y de muchas cosas feas que hemos hecho. ¡Cada uno tiene lo suyo!”.
Confesión
Además, recordando lo que indica el Catecismo, el Pontífice explicó cómo se puede confesar cuando no es posible recurrir a un sacerdote: “Es muy claro: si no encuentras un sacerdote para confesarte, habla con Dios, que es tu padre, y dile la verdad: ‘Señor, he hecho esto, esto, esto… Perdóname’, y pídele perdón de todo corazón, con el Acto de Dolor y prométele: ‘Me confesaré después, pero perdóname ahora’. E inmediatamente volverás a la gracia de Dios”.
También hoy, el Obispo de Roma terminó la celebración de la Eucaristía con la adoración y la bendición Eucarística, invitándonos a hacer la Comunión espiritual..
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Homilía del Santo Padre
Cuando leo o escucho este pasaje del profeta Oseas que hemos escuchado en la primera lectura [que dice]: “Vuelve Israel, al Señor, tu Dios, vuelve”, cuando lo escucho, recuerdo una canción que cantaba Carlo Buti hace 75 años y que se escuchaba con tanto placer en las familias italianas de Buenos Aires: “Vuelve con tu papá”. La canción de cuna todavía te cantará. Vuelve: pero es tu padre quien te dice que vuelvas. Dios es tu papá, no es el juez, es tu papá: “Ven a casa, escucha, ven”. Y ese recuerdo – yo era un niño pequeño – me lleva inmediatamente al padre del capítulo 15 de Lucas, ese padre que dice: “Vio a su hijo venir desde lejos”, ese hijo que se había ido con todo el dinero y lo malgastó. Pero, si lo vio de lejos, fue porque lo estaba esperando. Subía a la terraza – ¡Cuántas veces al día! – durante días y días, meses, años tal vez, esperando a su hijo. Lo vio de lejos. Vuelve con tu papá, vuelve con tu padre. Él te espera. Es la ternura de Dios la que nos habla, especialmente durante la Cuaresma. Es el tiempo de entrar en nosotros mismos y recordar al Padre o volver a tu padre.
“No, Padre, me avergüenzo de volver porque… Ya sabe Padre, he hecho cosas feas, he hecho muchas cosas feas…”. ¿Qué dice el Señor? “Vuelve, yo te curaré de tu infidelidad, te amaré profundamente, porque mi ira se ha alejado. Seré como el rocío; tú florecerás como un lirio y echarás raíces como un árbol del Líbano”. Vuelve con tu padre que te está esperando. El Dios de la ternura nos curará; nos curará de muchas, muchas heridas de la vida y de muchas cosas feas que hemos hecho. ¡Cada uno tiene lo suyo!
Pero pensar esto: volver a Dios es volver al abrazo, al abrazo de nuestro padre. Y pensar en esa otra promesa que hace Isaías: “Si tus pecados son tan feos como la escarlata, te haré blanco como la nieve”. Él es capaz de transformarnos, Él es capaz de cambiar nuestros corazones, pero quiere que demos el primer paso: volver. No es ir a Dios, no: es volver a casa.
Y la Cuaresma siempre se centra en esta conversión del corazón que, en el hábito cristiano, toma forma en el sacramento de la Confesión. Es el momento para – no sé si para “ajustar las cuentas”, no me gusta eso – dejar que Dios nos blanquee, que Dios nos purifique, que Dios nos abrace.
Sé que muchos de ustedes, por Pascua, van a confesarse para encontrarse con Dios. Pero muchos me dirán hoy: “Pero Padre, ¿dónde puedo encontrar un sacerdote, un confesor, por qué no puedo salir de casa? Y yo quiero hacer las paces con el Señor, quiero que me abrace, quiero que mi padre me abrace… ¿Qué puedo hacer si no encuentro sacerdotes?”. Haz lo que dice el Catecismo. Es muy claro: si no encuentras un sacerdote para confesarte, habla con Dios, que es tu padre, y dile la verdad: “Señor, he hecho esto, esto, esto… Perdóname”, y pídele perdón de todo corazón, con el Acto de Dolor y prométele: “Me confesaré después, pero perdóname ahora”. E inmediatamente volverás a la gracia de Dios. Tú mismo puedes acercarte, como nos enseña el Catecismo, al perdón de Dios sin tener un sacerdote a la mano. Piensa en ello: ¡es el momento! Y este es el momento adecuado, el momento oportuno. Un acto de dolor bien hecho, y así nuestra alma se volverá blanca como la nieve.
Sería bueno que hoy en nuestros oídos resonara este “vuelve”, “vuelve a tu papá, vuelve a tu padre”. Te espera y hará fiesta.
Indulgencia plenaria para los enfermos de Coronavirus, agentes sanitarios, cuidadores y fieles
( 20 marzo 2020).- El Santo Padre concede la Indulgencia plenaria a los fieles enfermos de Coronavirus, a los agentes sanitarios, los familiares y todos aquellos que exponiéndose al riesgo de contagio, cuidan de los enfermos.
La Santa Sede ha hecho público este viernes, 20 de marzo de 2020, el decreto de la Penitenciaría Apostólica relativo a la concesión de indulgencias especiales a los fieles en la actual situación de pandemia, firmado el 19 de marzo por el cardenal Mauro Piacenza, penitenciario mayor, y por Krzysztof Nykiel, regente.
Las personas que gozarán de la Indulgencia plenaria serán los enfermos sujetos a cuarentena por orden de la autoridad sanitaria en los hospitales o en sus propias casas “si, con espíritu desprendido de cualquier pecado, se unen espiritualmente a través de los medios de comunicación a la celebración de la Santa Misa, al rezo del Santo Rosario, a la práctica piadosa del Vía Crucis u otras formas de devoción, o si al menos rezan el Credo, el Padrenuestro y una piadosa invocación a la Santísima Virgen María, ofreciendo esta prueba con espíritu de fe en Dios y de caridad hacia los hermanos”.
Siempre, “con la voluntad de cumplir las condiciones habituales (confesión sacramental, comunión eucarística y oración según las intenciones del Santo Padre), apenas les sea posible”, indica el decreto.
Agentes sanitarios y cuidadores
Igualmente, podrán ganar la Indulgencia plenaria los agentes sanitarios, los familiares y todos aquellos que, “siguiendo el ejemplo del Buen Samaritano, exponiéndose al riesgo de contagio”, cuidan de los enfermos de Coronavirus, en las mismas condiciones.
La Penitenciaría Apostólica concede también la Indulgencia Plenaria, en las mismas condiciones, con ocasión de la actual epidemia mundial, a “aquellos fieles que ofrezcan la visita al Santísimo Sacramento, o la Adoración Eucarística, o la lectura de la Sagrada Escritura durante al menos media hora, o el rezo del Santo Rosario, o el ejercicio piadoso del Vía Crucis, o el rezo de la corona de la Divina Misericordia, para implorar a Dios Todopoderoso el fin de la epidemia, el alivio de los afligidos y la salvación eterna de los que el Señor ha llamado a sí”.
A continuación, sigue el decreto completo:
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PENITENCIARÍA APOSTÓLICA
DECRETO
Se concede el don de Indulgencias especiales a los fieles que sufren la enfermedad de Covid-19, comúnmente conocida como Coronavirus, así como a los trabajadores de la salud, a los familiares y a todos aquellos que, en cualquier calidad, los cuidan.
“Con la alegría de la esperanza; constantes en la tribulación; perseverantes en la oración”(Rom 12:12). Las palabras escritas por San Pablo a la Iglesia de Roma resuenan a lo largo de toda la historia de la Iglesia y orientan el juicio de los fieles ante cada sufrimiento, enfermedad y calamidad.
El momento actual que atraviesa la humanidad entera, amenazada por una enfermedad invisible e insidiosa, que desde hace tiempo ha entrado con prepotencia a formar parte de la vida de todos, está jalonado día tras día por angustiosos temores, nuevas incertidumbres y, sobre todo, por un sufrimiento físico y moral generalizado.
La Iglesia, siguiendo el ejemplo de su Divino Maestro, siempre se ha preocupado de cuidar a los enfermos. Como indicaba San Juan Pablo II, el valor del sufrimiento humano es doble: » Sobrenatural y a la vez humano. Es sobrenatural, porque se arraiga en el misterio divino de la redención del mundo, y es también profundamente humano, porque en él el hombre se encuentra a sí mismo, su propia humanidad, su propia dignidad y su propia misión.» (Carta Apostólica Salvifici Doloris, 31).
También el Papa Francisco, en estos últimos días, ha manifestado su cercanía paternal y ha renovado su invitación a rezar incesantemente por los enfermos de Coronavirus.
Para que todos los que sufren a causa del Covid-19, precisamente en el misterio de este padecer, puedan redescubrir «el mismo sufrimiento redentor de Cristo» (ibíd., 30), esta Penitenciaría Apostólica, ex auctoritate Summi Pontificis, confiando en la palabra de Cristo Señor y considerando con espíritu de fe la epidemia actualmente en curso, para vivirla con espíritu de conversión personal, concede el don de las Indulgencias de acuerdo con la siguiente disposición.
Se concede la Indulgencia plenaria a los fieles enfermos de Coronavirus, sujetos a cuarentena por orden de la autoridad sanitaria en los hospitales o en sus propias casas si, con espíritu desprendido de cualquier pecado, se unen espiritualmente a través de los medios de comunicación a la celebración de la Santa Misa, al rezo del Santo Rosario, a la práctica piadosa del Vía Crucis u otras formas de devoción, o si al menos rezan el Credo, el Padrenuestro y una piadosa invocación a la Santísima Virgen María, ofreciendo esta prueba con espíritu de fe en Dios y de caridad hacia los hermanos, con la voluntad de cumplir las condiciones habituales (confesión sacramental, comunión eucarística y oración según las intenciones del Santo Padre), apenas les sea posible.
Los agentes sanitarios, los familiares y todos aquellos que, siguiendo el ejemplo del Buen Samaritano, exponiéndose al riesgo de contagio, cuidan de los enfermos de Coronavirus según las palabras del divino Redentor: «Nadie tiene mayor amor que éste: dar la vida por sus amigos» (Jn 15,13), obtendrán el mismo don de la Indulgencia Plenaria en las mismas condiciones.
Esta Penitenciaría Apostólica, además, concede de buen grado, en las mismas condiciones, la Indulgencia Plenaria con ocasión de la actual epidemia mundial, también a aquellos fieles que ofrezcan la visita al Santísimo Sacramento, o la Adoración Eucarística, o la lectura de la Sagrada Escritura durante al menos media hora, o el rezo del Santo Rosario, o el ejercicio piadoso del Vía Crucis, o el rezo de la corona de la Divina Misericordia, para implorar a Dios Todopoderoso el fin de la epidemia, el alivio de los afligidos y la salvación eterna de los que el Señor ha llamado a sí.
La Iglesia reza por los que estén imposibilitado de recibir el sacramento de la Unción de los enfermos y el Viático, encomendando a todos y cada uno de ellos a la Divina Misericordia en virtud de la comunión de los santos y concede a los fieles la Indulgencia plenaria en punto de muerte siempre que estén debidamente dispuestos y hayan rezado durante su vida algunas oraciones (en este caso la Iglesia suple a las tres condiciones habituales requeridas). Para obtener esta indulgencia se recomienda el uso del crucifijo o de la cruz (cf. Enchiridion indulgentiarum, n.12).
Que la Santísima Virgen María, Madre de Dios y de la Iglesia, Salud de los Enfermos y Auxilio de los Cristianos, Abogada nuestra, socorra a la humanidad doliente, ahuyentando de nosotros el mal de esta pandemia y obteniendo todo bien necesario para nuestra salvación y santificación.
El presente decreto es válido independientemente de cualquier disposición en contrario.
Dado en Roma, desde la sede de la Penitenciaría Apostólica, el 19 de marzo de 2020.
Mauro. Card. Piacenza
Penitenciario Mayor
Penitenciario Mayor
Krzysztof Nykiel
Regente
Palabras del Papa antes del Ángelus
(22 marzo 2020).- A las 12 del mediodía de este domingo, 22 de marzo de 2020, el Papa Francisco ha dirigido el rezo del Ángelus desde la Biblioteca del Palacio Apostólico Vaticano.
Estas son las palabras del Papa al introducir la oración mariana:
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Palabras del Papa antes del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En el centro de la liturgia de este cuarto domingo de Cuaresma está el tema de la luz. El Evangelio (cf. Jn 9,1-41) relata el episodio del ciego de nacimiento, al que Jesús da la vista.
Este signo milagroso es la confirmación de la afirmación de Jesús que dice de sí mismo: “Yo soy la luz del mundo” (v. 5), la luz que ilumina nuestra oscuridad. Él opera la iluminación en dos niveles: uno física y otro espiritual: el ciego primero recibe la vista de los ojos y luego es llevado a la fe en el “Hijo del Hombre” (v. 35), es decir, en Jesús.
Hoy sería bueno que todos tomen el Evangelio de San Juan, capítulo nueve, y que lean este pasaje: es tan hermoso, y nos hará bien leerlo más de una vez. Los prodigios que Jesús realiza no son gestos espectaculares, sino que están destinados a conducir a la fe a través de un camino de transformación interior.
Los fariseos y los doctores de la ley se obstinan en no admitir el milagro, y dirigen al hombre sanado preguntas insidiosas. Pero Él los desconcierta con la fuerza de la realidad: “Una cosa sí sé: estaba ciego y ahora veo” (v. 25). Entre la desconfianza y la hostilidad de los que le rodean y le interrogan con incredulidad, hace un itinerario que lo lleva gradualmente a descubrir la identidad de aquel que le abrió los ojos y a confesar su fe en Él. Al principio lo considera un profeta (cf. v. 17); luego lo reconoce como alguien que viene de Dios (cf. v. 33); finalmente lo acoge como el Mesías y se postra ante Él (cf. vv. 36-38).
Comprendió que al darle la vista, Jesús “manifestó las obras de
Dios” (cf. v. 3).
¡Que
nosotros también podamos tener esta experiencia! Con la luz de la
fe, el ciego descubre su nueva identidad. Ahora es una “nueva
criatura”, capaz de ver su vida y el mundo que le rodea, bajo una
nueva luz… porque ha entrado en comunión con Cristo, ha entrado en
otra dimensión. Ya no es un mendigo marginado por la comunidad; ya
no es esclavo de la ceguera y del prejuicio. Su camino de iluminación
es una metáfora del camino de la liberación del pecado al que
estamos llamados. El pecado es como un velo oscuro que cubre nuestro
rostro y nos impide vernos claramente a nosotros mismos y al
mundo; el perdón del Señor nos quita este manto de sombra y
oscuridad y nos da nueva luz.
La
Cuaresma que estamos viviendo que sea un tiempo oportuno y precioso
para acercarnos al Señor, pidiendo su misericordia, en las
diferentes formas que la Madre Iglesia nos propone. El ciego curado,
que ahora ve con los ojos del cuerpo y con los del alma, es imagen de
cada bautizado, que inmerso en la gracia ha sido arrancado de las
tinieblas y colocado en luz de la fe. Pero no basta con recibir la
luz, hay que convertirse en luz. Cada uno de nosotros está llamado a
acoger la luz divina para manifestarla con toda nuestra vida.
Los
primeros cristianos, teólogos de los primeros siglos, decían que la
comunidad de los cristianos, es decir, la Iglesia, es el “misterio
de la luna”, porque daba luz pero no era luz propia, era la luz que
recibía de Cristo. Nosotros también debemos ser “misterio de la
luna”: dar la luz recibida del sol, que es Cristo, el Señor. San
Pablo nos lo recuerda hoy:
“Compórtense,
pues, como hijos de la luz; el fruto de la luz consiste en todo bien,
justicia y… verdad” (Ef 5:8-9).
La semilla de la nueva vida puesta en nosotros en el Bautismo es como
la chispa de un fuego, que nos purifica en primer lugar, quemando el
mal en nuestros corazones, y nos permite brillar e iluminar con la
luz de Jesús.
Que
María Santísima nos ayude a imitar al ciego del Evangelio, para que
seamos inundados con la luz de Cristo y emprender con él el camino
de la salvación.
27 de marzo a las 18 h. adoración con el Papa y la bendición Urbi et Orbi
“Hagamos
sentir nuestra cercanía con las personas que están solas”
22
marzo 2020).- El Papa Francisco invita a los cristianos a unirse a
él, por video, el 27 de marzo de 2020 a las 18 h: Presidirá un
tiempo de oración que concluirá con la bendición de Urbi et Orbi
(a la ciudad y al mundo). Un gesto excepcional en tiempos de
pandemia, ya que esta bendición particular, que confiere indulgencia
plenaria, se da tradicionalmente en Navidad y Pascua, así como en la
elección de un nuevo Papa.
Este
tiempo de oración, transmitido en vivo, tendrá lugar en la
esplanada de la Basílica de San Pedro “vacía”, anunció el Papa
durante la oración del Ángelus este 22 de marzo, filmado desde la
biblioteca del Palacio Apostólico. No se espera ningún
participante en el acto, ya que Italia y muchos otros países han
declarado la contención para luchar contra el Coronavirus Covid-19.
“Invito
a todos a participar espiritualmente a través de los medios de
comunicación, continuó el Papa. Escucharemos la Palabra de
Dios, elevaremos nuestra súplica, adoraremos al Santísimo
Sacramento, con el que daré al final la bendición Urbi et Orbi”.
A
esto se agregará “la posibilidad de recibir la indulgencia
plenaria”.
“Queremos
responder a la pandemia del virus con la universalidad de la oración,
de la compasión, de la ternura, dijo. Mantengámonos
unidos. Hagamos sentir nuestra cercanía a las personas solas y
a los más probados”.
Ordinariamente,
la bendición Urbi et Orbi confiere la indulgencia plenaria en las
condiciones habituales establecidas por la Iglesia (confesión,
comunión y oración por las intenciones del Papa). En la
situación actual, especifica el director de la Oficina de Prensa de
la Santa Sede, Matteo Bruni, todos los que se unan espiritualmente en
este momento de oración por los medios recibirán la indulgencia
plenaria de acuerdo con las condiciones publicadas por la
Penitenciaría Apostólica el día anterior
En
un decreto, dispone que la indulgencia plenaria se otorgara “a los
fieles afectados por el Coronavirus” en cuarentena en los
hospitales o en sus hogares, así como a los cuidadores, familiares y
aquellos que ayudan a los enfermos exponiéndose a riesgo de
contaminación Y del mismo modo “a los fieles que ofrecen la
visita al Santísimo Sacramento, o la adoración eucarística o la
lectura de la Biblia durante al menos media hora, o el rezo del
rosario, o el Viacrucis, o el rezo del Rosario de la Divina
Misericordia, para implorarle a Dios Todopoderoso el fin de la
epidemia, el alivio para los afectados por ella y la salvación
eterna de aquellos a quienes el Señor le ha llamado”.
Las
condiciones de la indulgencia son la unión espiritual en la misa, el
rosario, las Estaciones del Viacrucis u otras devociones gracias a
los medios
de comunicación, o al menos la oración del Credo, del Padre Nuestro
y una invocación a la Virgen María, “al ofrecer esta prueba en un
espíritu de fe en Dios y de caridad hacia los hermanos, con la
voluntad de lograr las condiciones habituales lo antes posible”.
Santa Marta: Miedo a dejar pasar a Jesús sin reconocerlo
Jesús saca
«los verdaderos sentimientos del corazón»
(
22 marzo 2020).- Al igual que San Agustín, debemos temer dejar pasar
a Jesús sin reconocerlo, advirtió en esencia el Papa Francisco
celebrando la Misa dominical en la capilla de la Casa de Santa Marta,
en el Vaticano, el 22 de marzo de 2020.
“Hoy,
alentó en su homilía, les aconsejo a todos que tomen el Evangelio,
de Juan en el capítulo 9 y lo lean, en casa, en silencio. En
presencia de Jesús, salen los verdaderos sentimientos del corazón,
las verdaderas actitudes”, aseguró.
En
estos días, escuchamos las noticias de muchos difuntos: hombres,
mujeres que mueren solos, sin poder despedirse de sus seres queridos.
Pensamos en ellos y rezamos por ellos. Pero también por las
familias, que no pueden acompañar a sus seres queridos en su muerte.
Nuestra oración especial es para los difuntos y sus familias.
Homilía
del Papa Francisco
Este
pasaje del Evangelio de Juan (cf. 9,1-41) habla por sí mismo. Es un
anuncio de Jesucristo y también una catequesis. Me gustaría
mencionar una cosa. San Agustín tiene una frase que siempre me llama
la atención: “Temo a Cristo cuando pasa”. “Timeo
Dominum transeuntem”.
“Temo que Cristo pase” — “¿Pero por qué temes al Señor?”
— “Temo que no me daré cuenta de que es el Cristo y dejaré que
pase de largo”. Una cosa está clara: en presencia de Jesús los
verdaderos sentimientos del corazón, las verdaderas actitudes
florecen: salen. Es una gracia, y por eso Agustín tenía miedo de
dejarlo pasar sin darse cuenta de que estaba pasando.
Aquí
está claro: pasa, cura a un ciego y estalla el escándalo. Y
entonces sale lo mejor y lo por de la gente. El ciego… asombra la
sabiduría del ciego, cómo responde. Estaba acostumbrado a moverse
con las manos, tenía olfato para el peligro, tenía olfato para las
cosas peligrosas que podían hacerle resbalar. Y se mueve como un
ciego. Con un argumento claro y preciso, y luego también usa la
ironía y se da ese lujo.
Los
doctores de la ley conocían todas las leyes: todas, todas. Pero eran
inamovibles. No entendieron que Dios estaba pasando. Eran rígidos,
apegados a sus hábitos: el mismo Jesús lo dice., en el Evangelio:
apegados a los hábitos. Y si para preservar estos hábitos tenían
que hacer una injusticia, no era un problema porque los hábitos
decían que esto no era justicia; y esa rigidez los llevaba a hacer
injusticias. Ese sentimiento de cerrazón surge ante Cristo.
Sólo
esto: les aconsejo a todos que tomen el Evangelio de hoy, capítulo 9
del Evangelio de Juan, y lo lean, en casa, con tranquilidad. Una, dos
veces, para entender bien lo que sucede cuando Jesús pasa: que los
sentimientos salen. Para entender bien lo que nos dice Agustín: Temo
que el Señor pase, que no me dé cuenta y no lo reconozca.
Y no me convierta. No lo olvides: lee hoy una, dos, tres veces, todo
el tiempo que quieras, el capítulo 9 de Juan.
*
* *
Oración
para recibir la comunión espiritual
Creo,
Jesús mío, que estás realmente presente en el Santísimo
Sacramento del altar. Te amo sobre todas las cosas y deseo recibirte
en mi alma. Ya que no puedo recibirte sacramentalmente ahora, ven al
menos espiritualmente a mi corazón. Y como si te hubiese recibido,
me abrazo y me uno todo a ti. No permitas que jamás me aparte de ti.
22.03.20
Santa Marta: Hoy el Papa pide orar por los que tienen problemas económicos
(23 marzo 2020).- “Oremos hoy por las personas que empiezan a tener problemas económicos a causa de la pandemia, porque no pueden trabajar y todo esto recae en la familia. Oremos por la gente que tiene este problema”.
Esta es la petición realizada por el Santo Padre hoy, 23 de marzo de 2020, en la Misa en Santa Marta, transmitida en directo por tercera semana consecutiva debido a que en muchos países no se celebra la Misa públicamente ante la emergencia sanitaria por la pandemia del Covid-19.
La súplica de Francisco se produjo después de recitar la Antífona de entrada que dice: “Yo confío en el Señor. Que tu misericordia sea mi gozo y mi alegría porque te has fijado en mi aflicción” (Cfr. Sal 30, 7-8).
Fe, perseverancia y valentía
En su homilía, el Papa reflexionó en torno al Evangelio de san Juan (4, 43-54) sobre la curación del hijo del funcionario del rey. A partir del mismo, señaló que existen tres condiciones necesarias para hacer una verdadera oración: fe, perseverancia y valentía.
Así, en primer lugar, resaltó que “la primera condición para la verdadera oración es la fe”: “Rezar con fe, tanto cuando rezamos fuera, como cuando venimos aquí y el Señor está allí”. Y cuestionó “pero ¿tengo fe o es un hábito? Tengamos cuidado en la oración: no caigamos en el hábito sin la conciencia de que el Señor está ahí, que estoy hablando con el Señor y que Él es capaz de resolver el problema”.
Después, el Pontífice remarcó que “la fe y la perseverancia van juntas, porque si tienes fe estás seguro de que el Señor te dará lo que pidas. Y si el Señor te hace esperar, golpea, golpea, al final el Señor da la gracia”. Dios, continúa, no actúa así “para hacerse al interesante o para decir ‘mejor que espere’: no. Lo hace por nuestro propio bien, para que tomemos las cosas en serio. Tomar en serio la oración, no como los papagayos: bla, bla, bla, bla, bla y nada más…”.
“Y la tercera cosa que Dios quiere en la oración es la valentía. ¿Alguien puede pensar: se necesita valor para rezar y estar ante el Señor? Se necesita. El coraje de estar ahí pidiendo y yendo adelante, casi – casi, no quiero decir herejía – pero casi como amenazando al Señor”, describió.
El Señor no decepciona
“En estos días en que es necesario rezar, rezar más, pensemos si rezamos de esta manera: con fe en que el Señor puede intervenir, con perseverancia y con coraje. El Señor no decepciona: No decepciona. Nos hace esperar, se toma su tiempo, pero no nos decepciona. Fe, perseverancia y coraje”, concluyó el Obispo de Roma.
Finalmente, el Papa Francisco terminó la celebración con la adoración y la bendición eucarística, invitándonos a hacer la comunión espiritual.
A continuación, sigue la transcripción de la homilía del Papa realizada por Vatican News.
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Homilía del Santo Padre
Este padre pide salud para su hijo. El Señor reprocha un poco a todos, pero también a él: “Si no ven signos y prodigios, ustedes no creen”. El funcionario, en lugar de callar y estar en silencio, se adelanta y le dice: “Señor, baja, antes de que mi hijo muera”. Y Jesús le respondió: “Ve, tu hijo vive”.
Existen tres cosas que se necesitan para hacer una verdadera oración. La primera es la fe: si no tienen fe… Y muchas veces, la oración es solo oral, de la boca… pero no viene de la fe del corazón, o de una fe débil… Pensemos en otro padre, el del hijo demonizado, cuando Jesús respondió: “Todo es posible para el que cree”; el padre, como dice claramente: “Yo creo, pero aumenta mi fe”. La fe en la oración. Rezar con fe, tanto cuando rezamos fuera, como cuando venimos aquí y el Señor está allí: pero ¿tengo fe o es un hábito? Tengamos cuidado en la oración: no caigamos en el hábito sin la conciencia de que el Señor está ahí, que estoy hablando con el Señor y que Él es capaz de resolver el problema. La primera condición para la verdadera oración es la fe.
La segunda condición que el mismo Jesús nos enseña es la perseverancia. Algunos piden pero la gracia no llega: no tienen esta perseverancia, porque en el fondo no la necesitan, o no tienen fe. Y el mismo Jesús nos enseña la parábola de ese señor que va donde el vecino a pedir pan a medianoche: la perseverancia para llamar a la puerta… O la viuda, con el juez injusto: e insiste e insiste e insiste: es la perseverancia. La fe y la perseverancia van juntas, porque si tienes fe estás seguro de que el Señor te dará lo que pidas. Y si el Señor te hace esperar, golpea, golpea, al final el Señor da la gracia. Pero no lo hace, el Señor, para hacerse al interesante o para decir «mejor que espere»: no. Lo hace por nuestro propio bien, para que tomemos las cosas en serio. Tomar en serio la oración, no como los papagayos: bla, bla, bla, bla, bla y nada más… El mismo Jesús nos reprocha: “No sean como los gentiles que creen en la eficacia de la oración y en las palabras, muchas palabras”. No. Es la perseverancia allí. Es la fe.
Y la tercera cosa que Dios quiere en la oración es la valentía. ¿Alguien puede pensar: se necesita valor para rezar y estar ante el Señor? Se necesita. El coraje de estar ahí pidiendo y yendo adelante, casi – casi, no quiero decir herejía – pero casi como amenazando al Señor. El coraje de Moisés ante Dios cuando Dios quiso destruir al pueblo y hacerlo jefe de otro pueblo. Dice: “No. Yo con el pueblo”. Coraje. El coraje de Abraham, cuando negocia la salvación de Sodoma: “¿Y si fueran 30, y si fueran 25, y si fueran 20?”: ahí, valentía. Esta virtud de la valentía, requiere mucho. No sólo por las acciones apostólicas, sino también por la oración.
Fe, perseverancia y valentía. En estos días en que es necesario rezar, rezar más, pensemos si rezamos de esta manera: con fe en que el Señor puede intervenir, con perseverancia y con coraje. El Señor no decepciona: No decepciona. Nos hace esperar, se toma su tiempo, pero no nos decepciona. Fe, perseverancia y coraje.
A continuación la oración recitada por el Papa:
“A tus pies me Postro, ¡oh Jesús mío!, y te ofrezco el arrepentimiento de mi corazón contrito, que se hunde en la nada, ante Tu santa Presencia. Te adoro en el Sacramento de Tu amor, la inefable Eucaristía, y deseo recibirte en la pobre morada que te ofrece mi alma. Esperando la dicha de la Comunión sacramental, quiero poseerte en espíritu. Ven a mí, puesto que yo vengo a Ti, ¡oh mi Jesús!, y que Tu amor inflame todo mi ser en la vida y en la muerte. Creo en Ti, espero en Ti, Te amo. Así sea”.
24.03.20
Video especial del Papa: “Oremos por el fin de la pandemia”
Red Mundial de Oración del Papa
(24 marzo 2020).- En una edición especial de ‘El Video del Papa’, el Santo Padre pide rezar por los enfermos y los que sufren, al tiempo que agradece a quienes, todos unidos y sin importar su tradición religiosa o convicciones, oran por los afectados.
La Red Mundial de Oración del Papa ha lanzado esta edición especial de ‘El Video del Papa’ el 24 de marzo de 2020, además de la Intención de Oración para marzo dedicada a los católicos chinos.
Las imágenes del video muestran al Papa Francisco rezando ante María Santísima, a quien dirigió una oración especial ante la emergencia de la pandemia, el pasado 11 de marzo, a través de un video mensaje: “Bajo tu protección buscamos refugio, Santa Madre de Dios. No desprecies las súplicas de los que estamos sometidos a pruebas y líbranos de todo peligro, oh gloriosa y bendita Virgen”.
Gestos del Papa
Esta no es la primera vez que el Papa reza por el fin de la pandemia. El pasado domingo, 15 de marzo, encomendó a afectados por el virus a la Virgen, ante el ícono de la Salus Populi Romani, imagen muy venerada en Roma, y después, se dirigió en peregrinación hacia la iglesia de San Marcello al Corso, donde se halla el crucifijo que en 1522 fue llevado en procesión para acabar con la peste en Roma, pidió por el fin de la pandemia.
Asimismo, el día de san José se unió a los obispos italianos para rezar el Rosario al patrono de la Iglesia Universal, y dirigió un video mensaje a todas las personas que oraron unidos.
El Santo Padre celebra cada mañana la Misa en la capilla de su residencia, la Casa Santa Marta, a las 7 horas. De manera extraordinaria, desde el 17 de marzo, al terminar la Eucaristía, Francisco bendice y expone al Santísimo Sacramento, para adorarlo durante un rato de silencio y oración.
Desde el 11 de marzo, además, se reza el Ángelus en la basílica de San Pedro, por iniciativa del cardenal Angelo Comastri, vicario general de Su Santidad para la Ciudad del Vaticano, “para invocar la intercesión de María en este difícil momento” de epidemia del coronavirus.
Bendición Urbi et Orbi
Además, el Santo Padre ha convocado a todos los fieles a rezar unidos a él la oración del Padre Nuestro, el próximo miércoles 25 de marzo, día de la Anunciación a la Virgen, y exhorta a “todos los Jefes de las Iglesias y a los líderes de todas las comunidades cristianas, junto con todos los cristianos de las distintas confesiones, a invocar al Altísimo y Dios Omnipotente” y “a rezar el Padre Nuestro al mediodía”.
El viernes 27 de marzo, en cambio, el Pontífice ha anunciado que será un tiempo de oración y adoración del Santísimo Sacramento, al final del cual dará “la bendición Urbi et Orbi” con la “posibilidad de recibir la indulgencia plenaria”.
25.03.20
Padre Nuestro, “en este momento queremos pedir misericordia para la humanidad”
(25 marzo 2020).- Este mediodía, en el día de la Anunciación del Señor, el Papa Francisco ha dirigido el rezo del Padre Nuestro, al que se han unido espiritualmente cristianos de todas las Iglesias y Comunidades, de todas las edades, lenguas y naciones.
Así, se han sumado a la iniciativa convocada por Francisco, entre otros, los líderes cristianos Su Santidad Bartolomé I, patriarca ecuménico de Constantinopla, y Justin Welby, primado de la Iglesia Anglicana y arzobispo de Canterbury.
“Como hijos confiados nos dirigimos al Padre”, ha pronunciado este miércoles, 25 de marzo, día de la Anunciación del Señor. “En este momento queremos pedir misericordia para la humanidad, que ha sido duramente golpeada por la pandemia del coronavirus”.
Francisco ha continuado: “Rezamos por los enfermos y sus familias; por los trabajadores de la salud y los que los ayudan; por las autoridades, los organismos encargados de hacer cumplir la ley y los voluntarios; por los ministros de nuestras comunidades”.
Encarnación del Verbo
Del mismo modo, ha recordado que “muchos de nosotros celebramos la Encarnación del Verbo en el vientre de la Virgen María”, cuando en su humilde y total “Aquí estoy” se reflejó el “Aquí estoy” del Hijo de Dios. “Nosotros también confiamos en las manos de Dios y rezamos con un corazón y un alma”, ha asegurado.
A continuación, el Papa ha rezado el “Padre Nuestro” en latín:
Padre Nuestro
Padre nuestro que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu Reino;
hágase tu voluntad
en la tierra como en el cielo.
Danos hoy
nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.
Amén.
26.03.20
27 de marzo: Francisco bendecirá al mundo en una oración extraordinaria por la pandemia
A las 18 horas en Roma
( 26 marzo 2020).- De manera extraordinaria, mañana el Papa Francisco presidirá un momento de oración extraordinario para pedir el fin de la pandemia. Tendrá lugar en el “sagrato” (atrio frente a la entrada) de la Basílica de San Pedro, con la plaza vacía, como anunció el pasado domingo, 22 de marzo de 2020, al término de la oración del Ángelus.
No se espera ningún participante presencial en el acto, ya que Italia y muchos otros países han declarado la contención para luchar contra el coronavirus, sin embargo, el Pontífice ha invitado a todos a participar espiritualmente, a través de los medios de comunicación, para escuchar la Palabra de Dios, elevar una súplica en este momento de prueba y adorar al Santísimo Sacramento.
Al término de la celebración, el Santo Padre impartirá la bendición “Urbi et Orbi” a la que se adjuntará la posibilidad de recibir una indulgencia plenaria. Este momento extraordinario de oración para aliviar la pandemia durará aproximadamente una hora.
En la puerta central de la Basílica Vaticana se colocará la imagen de la Virgen Salus Populi Romani y el crucifijo de San Marcello, advocaciones ante las que el Santo Padre rezó en persona el pasado domingo, 15 de marzo de 2020. Después de escuchar las lecturas de la Biblia, el Papa pronunciará una meditación.
El Santísimo Sacramento será expuesto en el altar del atrio de la Basílica Vaticana. Después de la súplica, seguirá el rito de la Bendición Eucarística Urbi et Orbi. El Cardenal Angelo Comastri, Arcipreste de la Basílica de San Pedro, pronunciará la fórmula para la proclamación de la indulgencia.
27.03.20
El Papa abraza a la humanidad con la bendición de Dios: Es “tiempo de elegir”
Oración especial por el fin de la pandemia
(27 marzo 2020).- “Abrazar al Señor para abrazar la esperanza”: Esta es la invitación que nos hace el Papa Francisco para combatir el miedo en esta crisis causada por la pandemia del coronavirus. “Esta es la fuerza de la fe, que libera del miedo y da esperanza”.
En una tarde lluviosa, con la tenue luz del atardecer en Roma, el Papa Francisco ha llegado a las 18 horas, acompañado únicamente por Mons. Guido Marini, Maestro de Ceremonias Litúrgicas Pontificales, para presidir la oración extraordinaria por el fin de la pandemia del coronavirus que ha contagiado ya a más de 536.280 personas en todo el mundo.
“No es el momento de tu juicio, sino de nuestro juicio”, ha señalado el Papa, invocando al Padre. “El tiempo para elegir entre lo que cuenta verdaderamente y lo que pasa, para separar lo que es necesario de lo que no lo es. Es el tiempo de restablecer el rumbo de la vida hacia Ti, Señor, y hacia los demás”.
“¿Por qué tenéis miedo?”
“¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?” ha citado el Papa de la Biblia haciendo suyas las palabras en un momento sin precedentes. “Abrazar su Cruz es animarse a abrazar todas las contrariedades del tiempo presente, abandonando por un instante nuestro afán de omnipotencia y posesión para darle espacio a la creatividad que sólo el Espíritu es capaz de suscitar”.
“La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluasseguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades”, ha advertido Francisco, “nos muestra cómo habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida y a nuestra comunidad”.
El Papa exhorta a todo el mundo, teniendo en cuenta que el virus ha afectado a 188 países a abrazar la Cruz de Cristo, en la que “hemos sido salvados para hospedar la esperanza y dejar que sea ella quien fortalezca y sostenga todas las medidas y caminos posibles que nos ayuden a cuidarnos y a cuidar”.
Adoración al Santísimo
Al concluir sus palabras, el Sucesor de Pedro se ha dirigido a pie, acompañado de Mons. Marini, hacia la entrada central de la Basílica Vaticana, donde se hallaban las imágenes de la Virgen Salus Populi Romani(Salvación del Pueblo Romano), normalmente ubicada en la Basílica de Santa María Mayor, y el Crucifijo milagroso, de la iglesia San Marcello al Corso, muy venerado en Roma tras la liberación de la “Gran Plaga” de 1552.
Después, el Santo Padre ha entrado en el corredor que hay a la entrada de la Basílica, donde ha tenido lugar la Exposición y Adoración al Santísimo, para finalmente bendecir Urbi et Orbi, con la posibilidad de recibir la Indulgencia plenaria, al mundo entero con la custodia del Santísimo Sacramento.
“Señor, bendice al mundo”
“Desde esta columnata que abraza a Roma y al mundo, descienda sobre vosotros, como un abrazo consolador, la bendición de Dios”, ha pronunciado el Papa al final de su reflexión. “Señor, bendice al mundo,da salud a los cuerpos y consuela los corazones”.
Normalmente la bendición Urbi et Orbi, sobre la ciudad de Roma y sobre el mundo, se reserva para Navidad y Pascua, y para la elección de un nuevo Papa. Para recibir la indulgencia plenaria, presupone, entre otras cosas, la comunión eucarística y la confesión, la mayoría de las cuales actualmente sólo son posibles de manera “espiritual”.
A continuación, sigue la meditación completa, pronunciada por el Papa este viernes, 27 de marzo de 2020, en la plaza de San Pedro.
***
Meditación del Papa Francisco
“Al atardecer” (Mc 4,35). Así comienza el Evangelio que hemos escuchado. Desde hace algunas semanas parece que todo se ha oscurecido. Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades; se fueron adueñando de nuestras vidas llenando todo de un silencio que ensordece y un vacío desolador queparaliza todo a su paso: se palpita en el aire, se siente en los gestos, lo dicen las miradas. Nos encontramos asustados y perdidos. Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada yfuriosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente. En esta barca, estamos todos. Como esos discípulos, que hablan con una única voz y conangustia dicen: “perecemos” (cf. v. 38), también nosotros descubrimos que no podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino sólo juntos.
Es fácil identificarnos con esta historia, lo difícil es entender la actitud de Jesús. Mientras los discípulos, lógicamente, estaban alarmados y desesperados, Él permanecía en popa, en la parte de la barca queprimero se hunde. Y, ¿qué hace? A pesar del ajetreo y el bullicio, dormía tranquilo, confiado en el Padre —es la única vez en el Evangelio que Jesús aparece durmiendo—. Después de que lo despertaran y que calmara el viento y las aguas, se dirigió a los discípulos con un tono de reproche: “¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?” (v. 40).
Tratemos de entenderlo. ¿En qué consiste la falta de fe de los discípulos que se contrapone a la confianza de Jesús? Ellos no habían dejado de creer en Él; de hecho, lo invocaron. Pero veamos cómo lo invocan: “Maestro, ¿no te importa que perezcamos?” (v. 38). No te importa: pensaron que Jesús se desinteresaba de ellos, que no les prestaba atención. Entre nosotros, en nuestras familias, lo que más duele es cuando escuchamos decir: “¿Es que no te importo?”. Es una frase que lastima y desata tormentas en el corazón.También habrá sacudido a Jesús, porque a Él le importamos más que a nadie. De hecho, una vez invocado, salva a sus discípulos desconfiados.
La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluasseguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades. Nos muestra cómo habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestravida y a nuestra comunidad. La tempestad pone al descubierto todos los intentos de encajonar y olvidar lo que nutrió el alma de nuestros pueblos; todas esas tentativas de anestesiar con aparentes rutinas “salvadoras”, incapaces de apelar a nuestras raíces y evocar la memoria de nuestros ancianos, privándonos así de la inmunidad necesaria para hacerle frente a la adversidad.
Con la tempestad, se cayó el maquillaje de esos estereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos siempre pretenciosos de querer aparentar; y dejó al descubierto, una vez más, esa (bendita) pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa pertenencia de hermanos.
“¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?”. Señor, esta tarde tu Palabra nos interpela se dirige a todos. En nuestro mundo, que Tú amas más que nosotros, hemos avanzado rápidamente, sintiéndonos fuertes y capaces de todo. Codiciosos de ganancias, nos hemos dejado absorber por lo material y trastornar por laprisa. No nos hemos detenido ante tus llamadas, no nos hemos despertado ante guerras e injusticias del mundo, no hemos escuchado el grito de los pobres y de nuestro planeta gravemente enfermo. Hemoscontinuado imperturbables, pensando en mantenernos siempre sanos en un mundo enfermo. Ahora, mientras estamos en mares agitados, te suplicamos: “Despierta, Señor”.
“¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?”. Señor, nos diriges una llamada, una llamada a la fe. Que no es tanto creer que Tú existes, sino ir hacia ti y confiar en ti. En esta Cuaresma resuena tu llamada urgente: “Convertíos”, “volved a mí de todo corazón” (Jl 2,12). Nos llamas a tomar este tiempo de prueba como un momento de elección. No es el momento de tu juicio, sino de nuestro juicio: el tiempo para elegir entre lo que cuenta verdaderamente y lo que pasa, para separar lo que es necesario de lo que no lo es. Es el tiempo de restablecer el rumbo de la vida hacia ti, Señor, y hacia los demás.
Y podemos mirar a tantos compañeros de viaje que son ejemplares, pues, ante el miedo, han reaccionado dando la propia vida. Es la fuerza operante del Espíritu derramada y plasmada en valientes y generosas entregas. Es la vida del Espíritu capaz de rescatar, valorar y mostrar cómo nuestras vidas están tejidas ysostenidas por personas comunes —corrientemente olvidadas— que no aparecen en portadas de diarios y de revistas, ni en las grandes pasarelas del último show pero, sin lugar a dudas, están escribiendo hoy los acontecimientos decisivos de nuestra historia: médicos, enfermeros y enfermeras, encargados de reponer los productos en los supermercados, limpiadoras, cuidadoras, transportistas, fuerzas de seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas y tantos pero tantos otros que comprendieron que nadie se salva solo.
Frente al sufrimiento, donde se mide el verdadero desarrollo de nuestros pueblos, descubrimos y experimentamos la oración sacerdotal de Jesús: “Que todos sean uno” (Jn 17,21). Cuánta gente cada día demuestra paciencia e infunde esperanza, cuidándose de no sembrar pánico sino corresponsabilidad. Cuántos padres, madres, abuelos y abuelas, docentes muestran a nuestros niños, con gestos pequeños y cotidianos, cómo enfrentar y transitar una crisis readaptando rutinas, levantando miradas e impulsando la oración. Cuántas personas rezan, ofrecen e interceden por el bien de todos. La oración y el serviciosilencioso son nuestras armas vencedoras.
“¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?”. El comienzo de la fe es saber que necesitamos la salvación.No somos autosuficientes; solos nos hundimos. Necesitamos al Señor como los antiguos marineros lasestrellas. Invitemos a Jesús a la barca de nuestra vida. Entreguémosle nuestros temores, para que los venza.Al igual que los discípulos, experimentaremos que, con Él a bordo, no se naufraga. Porque esta es la fuerza de Dios: convertir en algo bueno todo lo que nos sucede, incluso lo malo. Él trae serenidad en nuestras tormentas, porque con Dios la vida nunca muere.
El Señor nos interpela y, en medio de nuestra tormenta, nos invita a despertar y a activar esa solidaridad y esperanza capaz de dar solidez, contención y sentido a estas horas donde todo parece naufragar. El Señor se despierta para despertar y avivar nuestra fe pascual. Tenemos un ancla: en su Cruz hemos sido salvados. Tenemos un timón: en su Cruz hemos sido rescatados. Tenemos una esperanza: en su Cruz hemos sido sanados y abrazados para que nadie ni nada nos separe de su amor redentor. En medio delaislamiento donde estamos sufriendo la falta de los afectos y de los encuentros, experimentando la carencia de tantas cosas, escuchemos una vez más el anuncio que nos salva: ha resucitado y vive a nuestro lado. El Señor nos interpela desde su Cruz a reencontrar la vida que nos espera, a mirar a aquellos que nos reclaman, a potenciar, reconocer e incentivar la gracia que nos habita. No apaguemos la llama humeante (cf. Is 42,3), que nunca enferma, y dejemos que reavive la esperanza.
Abrazar su Cruz es animarse a abrazar todas las contrariedades del tiempo presente, abandonando por un instante nuestro afán de omnipotencia y posesión para darle espacio a la creatividad que sólo el Espíritu es capaz de suscitar. Es animarse a motivar espacios donde todos puedan sentirse convocados y permitirnuevas formas de hospitalidad, de fraternidad y de solidaridad. En su Cruz hemos sido salvados para hospedar la esperanza y dejar que sea ella quien fortalezca y sostenga todas las medidas y caminos posibles que nos ayuden a cuidarnos y a cuidar. Abrazar al Señor para abrazar la esperanza. Esta es la fuerza de la fe, que libera del miedo y da esperanza.
“¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?”. Queridos hermanos y hermanas: Desde este lugar, que narra la fe pétrea de Pedro, esta tarde me gustaría confiarlos a todos al Señor, a través de la intercesión de la Virgen, salud de su pueblo, estrella del mar tempestuoso. Desde esta columnata que abraza a Roma y al mundo, descienda sobre vosotros, como un abrazo consolador, la bendición de Dios. Señor, bendice almundo, da salud a los cuerpos y consuela los corazones. Nos pides que no sintamos temor. Pero nuestra fees débil y tenemos miedo. Mas tú, Señor, no nos abandones a merced de la tormenta. Repites de nuevo: “No tengáis miedo” (Mt 28,5). Y nosotros, junto con Pedro, “descargamos en ti todo nuestro agobio, porque Tú nos cuidas” (cf. 1 P 5,7).
28.03.20
¿Qué es la bendición ‘Urbi et orbi’? Francisco la imparte hoy extraordinariamente
( 27 marzo 2020).- De manera extraordinaria, hoy, 27 de marzo de 2020, el Papa Francisco presidirá un momento de oración extraordinario para pedir el fin de la pandemia que culminará con la impartición de la bendición Urbi et Orbi a la que se adjuntará la posibilidad de recibir la Indulgencia plenaria.
Tendrá lugar en el sagrato (atrio frente a la entrada) de la Basílica de San Pedro, con la plaza vacía, como anunció el Santo Padre el pasado domingo, 22 de marzo de 2020, al término de la oración del Ángelus.
La bendición Urbi et orbi era la fórmula habitual con la que empezaban las proclamas del Imperio Romano.
En la actualidad es la bendición más solemne que imparte el Papa, propia del ministerio petrino, porque –recuerda el liturgista padre Arturo Elberti– se refiere a la ciudad de Roma, como obispo de la diócesis, y al mundo, como Sumo Pontífice.
Cuándo se imparte
Urbi et orbi, contiene las palabras que en latín significan “a la ciudad (Roma) y al mundo”. Se imparte durante el año siempre en dos fechas: el Domingo de Pascua y el día de Navidad, 25 de diciembre, y también es impartida por el Pontífice el día de su elección, en el momento en que se presenta ante Roma y el mundo como nuevo sucesor de san Pedro.
Excepcionalmente, frente a este momento de emergencia sanitaria a nivel mundial por motivo del coronavirus, Francisco decidió concederla.
Remisión de las penas debidas
“La indulgencia es la remisión ante Dios de la pena temporal por los pecados, ya perdonados en cuanto a la culpa, que los fieles, debidamente dispuestos y bajo ciertas condiciones, adquieren por la intervención de la Iglesia, la cual, como ministro de la redención, dispensa y aplica con autoridad el tesoro de la satisfacción de Cristo y de los santos”, dice el Catecismo de la Iglesia Católica.
Dado que la Indulgencia plenaria remite completamente esa pena debida, el fallecido sin haber caído nuevamente en pecado no ha de pasar por el Purgatorio y accede directamente al cielo.
Según la misma fuente, los efectos de la bendición Urbi et orbi se cumplen para toda aquella persona que la reciba con fe y devoción, incluso si la recibe a través de los medios de comunicación de masas (televisión, radio, internet, etc.).
Situación especial actual
Efectivamente, tal y como remarca Mons. Felipe Arizmendi, obispo emérito de San Cristóbal de las Casa, México, “si seguimos, por radio o televisión, esa oración con el Papa, podemos obtener dicha indulgencia, siempre y cuando estemos en gracia de Dios, rechazando de corazón el pecado”.
De ordinario, se requiere la confesión sacramental, “pero como ahora no se puede, se hace el compromiso de confesarse tan pronto sea posible”, aclara.
Esta oración “equivale a una visita ante el Santísimo, ahora que no se puede hacer de otra forma. Si alguien no se puede sintonizar a esta hora, hágalo espiritualmente cuando pueda, y Dios ve su corazón. O si ve después el video, ya no en vivo, únase a esta intención y Dios le escucha. Lo importante es orar”, describe el prelado.
Visita y Adoración por internet
La Penitenciaría Apostólica, por disposición del Papa, concede también la Indulgencia plenaria a “aquellos fieles que ofrezcan la visita al Santísimo Sacramento, o la Adoración Eucarística, o la lectura de la Sagrada Escritura durante al menos media hora, o el rezo del Santo Rosario, o el ejercicio piadoso del Vía Crucis, o el rezo de la corona de la Divina Misericordia, para implorar a Dios Todopoderoso el fin de la epidemia, el alivio de los afligidos y la salvación eterna de los que el Señor ha llamado a sí”.
En este sentido, Mons. Arizmendi indica que, en las actuales circunstancias, la visita al Santísimo y la Adoración Eucarística se pueden hacer por internet: “Así las pueden hacer tantos los enfermos, como médicos y enfermeras, personas que cuidan a los infectados y fieles en general. No hay restricción para obtener esa gracia, ese recurso espiritual. Lo demás, se puede hacer perfectamente en casa. La única condición para obtener la indulgencia es estar en gracia de Dios, como se dijo antes”, concluye.
28.03.20
Santa Marta: “Llora con tu gente que está sufriendo en este momento”
“Que sea el domingo de las lágrimas”
( 29 marzo 2020).- Pienso en tanta gente “que llora: gente aislada, gente en cuarentena, los ancianos solos, personas hospitalizadas y personas en terapia, padres que ven que, como no reciben la paga, no podrán dar de comer a sus hijos, mucha gente llora”.
Esta es la introducción del Papa al comienzo de la Eucaristía de este domingo 29 de marzo de 2020 celebrada en la capilla de la casa Santa Marta y transmitida en directo.
Así nosotros también, desde nuestro corazón, los acompañamos. Y no nos hará mal llorar un poco con el llanto del Señor por todo su pueblo.
A continuación la homilía:
***
Homilía del Santo Padre
Jesús tenía amigos. Amaba a todos, pero tenía amigos con los cuales tenía una relación especial, como se hace con los amigos, de más amor, de más confianza… Y muchas, muchas veces se quedaba en casa de estos hermanos: Lázaro, Marta, María… Y Jesús sintió dolor por la enfermedad y la muerte de su amigo. Llegó a la tumba y, se conmovió profundamente y muy turbado, preguntó: “¿Dónde lo habéis puesto?” (Jn 11,34). Y Jesús estalló en lágrimas. Jesús, Dios, pero hombre, lloró. En otra ocasión en el Evangelio se dice que Jesús lloró: cuando lloró por Jerusalén (Lc 19,41-42). ¡Y con cuanta ternura llora Jesús! Llora desde el corazón, llora con amor, llora con los suyos que lloran. El llanto de Jesús. Tal vez, lloró otras veces en la vida —no lo sabemos— ciertamente en el Huerto de los Olivos. Pero Jesús llora por amor, siempre.
Se conmueve profundamente y muy turbado lloró. Cuántas veces hemos escuchado en el Evangelio esta emoción de Jesús, con esa frase que se repite: “Viendo, tuvo compasión” (cf. Mt 9,36; Mt 14,14). Jesús no puede mirar a la gente y no sentir compasión. Sus ojos miran con el corazón; Jesús ve con sus ojos, pero ve con su corazón y es capaz de llorar.
Hoy, ante un mundo que sufre tanto, ante tanta gente que sufre las consecuencias de esta pandemia, me pregunto: ¿soy capaz de llorar, como seguramente lo habría hecho Jesús y lo hace ahora? ¿Mi corazón se parece al de Jesús? Y si es demasiado duro, si bien soy capaz de hablar, de hacer el bien, de ayudar, pero mi corazón no entra, no soy capaz de llorar, debo pedir esta gracia al Señor: Señor, que yo llore contigo, que llore con tu pueblo que en este momento sufre. Muchos lloran hoy. Y nosotros, desde este altar, desde este sacrificio de Jesús, de Jesús que no se avergonzó de llorar, pedimos la gracia de llorar. Que hoy sea para todos nosotros como el domingo del llanto.
Oración para la Comunión espiritual
Creo, Jesús mío, que estás realmente presente en el Santísimo Sacramento del altar. Te amo sobre todas las cosas y deseo recibirte en mi alma. Ya que no puedo recibirte sacramentalmente ahora, ven al menos espiritualmente a mi corazón. Y como si te hubiese recibido, me abrazo y me uno todo a ti. No permitas que jamás me aparte de ti.
Ángelus: “Dejen que la Palabra de Dios devuelva la vida donde hay muerte”
Palabras del Papa antes del Ángelus
(29 marzo 2020).- A las 12 del mediodía de hoy, quinto domingo de Cuaresma, el Papa Francisco dirige el rezo del Ángelus desde la Biblioteca del Palacio Apostólico Vaticano.
Estas son las palabras del Papa al introducir la oración mariana:
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Palabras del Papa antes del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de este quinto domingo de Cuaresma es el Evangelio de la resurrección de Lázaro… (cf. Jn 11, 1-45). Lázaro era el hermano de Marta y María; eran muy amigos de Jesús. Cuando Él llega a Betania, Lázaro llevaba ya cuatro días muerto; Marta corre a encontrarse con el Maestro y le dice: “¡Si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto!” (v. 21). Jesús le responde: “Tu hermano resucitará” (v. 23); y añade: “Yo soy la resurrección y la vida; el que crea en mí, aunque muera, vivirá”. Jesús se hace ver como el Señor de la vida, Él es capaz de dar la vida y también la muerte (v. 25). Luego María y otras personas llegan, todos llorando, y Jesús – dice el Evangelio – “se conmovió profundamente y […] estalló en lágrimas” (vv. 33.35). Con este trastorno en el corazón, va a la tumba, agradece al Padre que siempre lo escucha, hace que la tumba se abra y grita con fuerza: “¡Lázaro, sal!” (v. 43). Y Lázaro salió con “los pies y las manos atados con vendas, y el rostro envuelto en un sudario” (v. 44).
Aquí tocamos con nuestras manos que Dios es vida y da vida, pero asume el drama de la muerte. Jesús podría haber evitado la muerte de su amigo Lázaro, pero quería hacer suyo nuestro dolor por la muerte de nuestros seres queridos, y sobre todo ha querido mostrar el dominio de Dios sobre la muerte. En este pasaje del Evangelio vemos que la fe del hombre y la omnipotencia del amor de Dios se buscan y finalmente …se encuentran. Es como un doble camino, la fe del hombre y la omnipotencia del amor de Dios que al final se encuentran. Lo vemos en el grito de Marta y María y todos nosotros con ellas: “¡Si hubieras estado aquí!…”. Y la respuesta de Dios no es un discurso, la respuesta de Dios al problema de la muerte, es Jesús: “Yo soy la resurrección y la vida… ¡Tengan fe! En medio del llanto sigan teniendo fe, aunque la muerte parece haber ganado. Quiten la piedra de su corazón!, dejen que la la Palabra de Dios devuelva la vida donde hay muerte”.
Aún hoy Jesús nos repite: “Quiten la piedra”. Dios no nos creó para la tumba, nos creó… para la vida, hermosa, buena, alegre. Pero “la muerte ha entrado en el mundo por la envidia del diablo” (Sap 2:24), dice el Libro de la Sabiduría, y Jesucristo ha venido a liberarnos de sus ataduras.
Por lo tanto, estamos llamados a quitar las piedras de todo lo que huele a muerte: por ejemplo la hipocresía con la que vivimos la fe, es muerte; la crítica destructiva a los demás, es muerte; la ofensa, la calumnia, es muerte; la marginación de los pobres, es muerte. El Señor nos pide que saquemos estas piedras de nuestros corazones, y la vida entonces florecerá a nuestro alrededor. Cristo vive, y quien lo acoge y se adhiere a Él entra en contacto con la vida. Sin Cristo, o fuera de Cristo, no sólo no hay vida sino que se vuelve a caer en el la muerte.
La resurrección de Lázaro es también un signo de la regeneración que tiene lugar en el creyente. a través del Bautismo, con la plena inserción en el Misterio Pascual de Cristo. Por la acción y la fuerza del Espíritu Santo, el cristiano es una persona que camina en la vida como una nueva criatura: una criatura para la vida y que va hacia la vida.
Que la Virgen María nos ayude a ser compasivos como su Hijo Jesús, que hizo suyo nuestro dolor. Que cada uno de nosotros esté cerca de los que están en la prueba, convirtiéndose para ellos en un reflejo del amor y la ternura de Dios, que libera de la muerte hace vencer la vida.
30.03.20
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