Santa Marta: Oración especial del Papa por las víctimas anónimas de la pandemia
Testimonio y oración, centro del apostolado
(30 abril 2020).- “Recemos hoy por los muertos, los que murieron por la pandemia; y también de manera especial por los muertos – digamos – anónimos: hemos visto las fotografías de las fosas comunes. Muchos…”.
Esta es la petición realizada por el Santo Padre hoy, 30 de abril de 2020, jueves de la tercera semana de Pascua, en la introducción de la Misa en la Casa Santa Marta, transmitida por Vatican News y por la página de Facebook de zenit.
En su homilía, el Papa Francisco meditó en torno al pasaje de hoy de los Hechos de los Apóstoles (Hechos 8:26-40) que relata el encuentro de Felipe con un eunuco etíope, funcionario de Candáce, deseoso de comprender quién era la figura a la que se refería el profeta Isaías. Después de que Felipe le explicara que era Jesús, el etíope se dejó bautizar.
El Padre atrae al conocimiento de Cristo
En esta línea, Francisco señaló que es Dios Padre “quien atrae al conocimiento del Hijo. Sin esto, uno no puede conocer a Jesús. Sí, uno puede estudiar, incluso estudiar la Biblia, incluso saber cómo nació, lo que hizo. Pero conocerlo desde dentro, conocer el misterio de Cristo es solo para aquellos que son atraídos por el Padre”.
Y este razonamiento, advirtió el Papa, se puede aplicar a para nuestro apostolado, para “nuestra misión apostólica como cristianos”.
Testimonio y oración
En este sentido, insistió: “Si quiero ir a una misión, y digo esto si quiero ir a hacer un apostolado, tengo que ir con la voluntad del Padre para atraer a la gente a Jesús, y esto es lo que hace el testimonio”.
El Padre atrae a través del testimonio de la fe y el Pontífice apunta que también es necesario rezar para que el Padre atraiga a la gente a Jesús: “El testimonio y la oración, van juntos. Sin testimonio y oración no se puede hacer predicación apostólica, no se puede hacer anuncio. El testimonio y la oración son necesarios. Este es el centro de nuestro apostolado”.
Ambos elementos son esenciales porque “nuestro testimonio abre las puertas al pueblo y nuestra oración abre las puertas al corazón del Padre para atraer a la gente”.
La misión no es proselitismo
Además, el Obispo de Roma llama a aplicar el mismo esquema a “nuestro trabajo como cristianos”, planteando: “¿Doy testimonio de la vida cristiana, realmente, con mi forma de vida? ¿Rezo para que el Padre pueda atraer a la gente hacia Jesús?”.
Después, aclaró que “ir en misiones no es proselitismo”, es Dios es el que toca los corazones de la gente, las personas “no convertimos a nadie”.
“Pidamos al Señor la gracia de vivir nuestro trabajo con el testimonio y la oración, para que Él, el Padre, pueda atraer a la gente a Jesús”, concluyó el Santo Padre.
A continuación, sigue la transcripción de la homilía completa del Santo Padre ofrecida por Vatican News.
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Homilía del Papa
“Nadie puede venir a mí si el Padre no lo atrae”: Jesús recuerda que incluso los profetas habían predicho esto: “Y todos serán instruidos por Dios”. Es Dios quien atrae al conocimiento del Hijo. Sin esto, uno no puede conocer a Jesús. Sí, uno puede estudiar, incluso estudiar la Biblia, incluso saber cómo nació, lo que hizo. Pero conocerlo desde dentro, conocer el misterio de Cristo es sólo para aquellos que son atraídos por el Padre.
Esto es lo que le pasó a este Ministro de Economía de la Reina de Etiopía. Se puede ver que era un hombre piadoso y que se tomaba el tiempo, en muchos de sus asuntos, para ir a adorar a Dios. Un creyente. Y regresó a casa leyendo al profeta Isaías. El Señor toma a Felipe, lo envía a ese lugar y le dice: “Ve al lado, detente en ese carruaje”, y escucha al ministro leyendo a Isaías. Se acerca a él y le hace una pregunta: “¿Lo entiendes?” – “¡Pero, cómo puedo entenderlo si nadie me guía!”, y hace la pregunta: “¿De quién dice esto el profeta?” “Por favor, sube al carruaje”, y durante el viaje – no sé cuánto tiempo, creo que al menos un par de horas – Felipe explicó: Jesús explicó.
Esa inquietud que este señor tenía en la lectura del profeta Isaías era la del Padre, que lo acercaba a Jesús: lo había preparado, lo había traído de Etiopía a Jerusalén para adorar a Dios y luego, con esta lectura, había preparado su corazón para revelar a Jesús, hasta el punto de que en cuanto vio el agua dijo: “Puedo ser bautizado”. Y él creyó.
Y esto – que nadie puede conocer a Jesús sin que el Padre lo atraiga – es válido para nuestro apostolado, para nuestra misión apostólica como cristianos. También pienso en las misiones. “¿Qué vas a hacer en las misiones?” – “Yo, convirtiendo a la gente” – “Pero detente, ¡no estás convirtiendo a nadie! El Padre atraerá a esos corazones para que reconozcan a Jesús”. Ir a una misión es dar testimonio de tu fe; sin testimonio no harás nada. Ir a la misión… ¡y los misioneros son buenos! – no significa hacer grandes estructuras, cosas… y detenerse así. No: las estructuras deben ser testimonios. Podéis hacer una estructura hospitalaria, educativa, de gran perfección, de gran desarrollo, pero si una estructura está sin testimonio cristiano, vuestra obra no será una obra de testimonio, una obra de verdadera predicación de Jesús: será una sociedad de beneficencia, ¡muy buena, muy bien! – pero nada más.
Si quiero ir a una misión, y digo esto si quiero ir a hacer un apostolado, tengo que ir con la voluntad del Padre para atraer a la gente a Jesús, y esto es lo que hace el testimonio. Jesús mismo se lo dijo a Pedro cuando confesó que Él es el Mesías: “Eres feliz, Simón Pedro, porque el Padre te lo ha revelado”. Es el Padre quien atrae, y también atrae con nuestro testimonio. “Haré muchas obras, aquí, de aquí, desde allá, de educación, esto, lo otro…”, pero sin testimonio son cosas buenas, pero no son la proclamación del Evangelio, no son lugares que den la posibilidad de que el Padre atraiga al conocimiento de Jesús. Trabajar y ser testigo.
“¿Pero cómo puedo hacer que el Padre se moleste en atraer a esa gente?”. Oración. Y esta es la oración para las misiones: rezar para que el Padre atraiga a la gente a Jesús. El testimonio y la oración, van juntos. Sin testimonio y oración no se puede hacer predicación apostólica, no se puede hacer anuncio. Dará un hermoso sermón moral, hará muchas cosas buenas, todas buenas. Pero el Padre no tendrá la posibilidad de atraer a la gente hacia Jesús. Y este es el centro: este es el centro de nuestro apostolado, que el Padre puede atraer a la gente a Jesús. Nuestro testimonio abre las puertas al pueblo y nuestra oración abre las puertas al corazón del Padre para atraer a la gente. Testimonio y oración. Y esto no es sólo para las misiones, sino también para nuestro trabajo como cristianos. ¿Doy testimonio de la vida cristiana, realmente, con mi forma de vida? ¿Rezo para que el Padre pueda atraer a la gente hacia Jesús?
Esta es la gran regla para nuestro apostolado, en todas partes, y de manera especial para las misiones. Ir en misiones no es proselitismo. Un día… una señora -buena, se veía que era de buena voluntad- se me acercó con dos chicos, un niño y una niña, y me dijo: “Este [niño], Padre, era protestante y se convirtió: lo convencí. Y esta [chica] era…” – No sé, animista, no sé qué me dijo, “y la convertí”. Y la señora era buena: buena. Pero se equivocó. Perdí un poco la paciencia y dije: “Pero escucha, no convertiste a nadie: fue Dios quien tocó los corazones de la gente. Y no lo olvides: testimonio, sí; proselitismo, no”.
Pidamos al Señor la gracia de vivir nuestro trabajo con el testimonio y la oración, para que Él, el Padre, pueda atraer a la gente a Jesús.
El Papa concluyó la celebración con la adoración y la bendición eucarística, invitando a la gente a hacer la comunión espiritual. Aquí sigue la oración recitada por el Papa, de San Alfonso María de Ligorio:
“Creo, Jesús mío, que estáis realmente presente en el Santísimo Sacramento del Altar.
Os amo sobre todas las cosas y deseo recibiros en mi alma.
Pero como ahora no puedo recibiros sacramentado, venid a lo menos espiritualmente a mi corazón.
Y como si ya os hubiese recibido, os abrazo y me uno del todo a Ti.
Señor, no permitas que jamás. Me aparte de Ti.
Amén”.
Como es habitual, antes de dejar la Capilla dedicada al Espíritu Santo, se entonó la antífona mariana Regina caeli, cantada en este tiempo pascual:
Regína caeli laetáre, allelúia.
Quia quem merúisti portáre, allelúia.
Resurréxit, sicut dixit, allelúia.
Ora pro nobis Deum, allelúia
01.05.20
Santa Marta: El Papa reza por los médicos
Y por todos los pastores que han dado su vida
(3 mayo 2020).- El Papa Francisco oró especialmente por los pastores y los médicos que sacrificaron sus vidas al servicio de los enfermos, durante la misa de la mañana del 3 de mayo de 2020.
“Tres semanas antes de la Resurrección del Señor, la Iglesia celebra hoy, cuarto domingo de Pascua, el domingo del Buen Pastor, Jesús Buen Pastor”, recordó en la introducción a la celebración transmitida en vivo desde la Biblioteca del Palacio Apostólico.
“Me hace pensar”, dijo el Papa, “en todos los pastores que dan su vida por sus fieles en el mundo, incluso en este momento de pandemia”. Muchos: “más de 100 que han desaparecido en Italia”.
“Y pienso en otros pastores que actúan por el bien de las personas”, agregó: los médicos. Hablamos de los médicos, de lo que hacen, pero tenemos que darnos cuenta de que solo en Italia, 154 médicos murieron por su servicio”
“Que el ejemplo de estos sacerdotes pastores y “pastores médicos” nos ayude a cuidar al santo pueblo fiel de Dios”, invitó al Papa.
Regina Coeli: “El Buen Pastor nos llama porque nos ama”
Palabras del Papa antes de la oración mariana
(3 mayo 2020).- En este 4º Domingo de Pascua, Domingo del Buen Pastor, el Papa desde la biblioteca del Palacio Apostólico del Vaticano antes del rezo del Regina Coeli nos habla de el Buen Pastor que nos llama por nuestro nombre, nos llama porque nos ama.
También nos dice cómo distinguir la voz del maligno de la de Dios: Está la voz de Dios, que amablemente habla a la conciencia, y está la voz tentadora que induce al mal. “La voz de Dios nunca obliga, se propone no impone, nos corrige y consuela con esperanza. Sin embargo la voz del maligno nos distrae del presente y quiere que nos centremos en el temor del futuro o en las tristezas del pasado, no quiere la voz del presente: saca a la superficie la amargura, los recuerdos de los males sufridos, de los que nos hicieron daño y tantos recuerdos feos”.
He aquí las palabras del Papa antes de la oración mariana:
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Palabras del Papa
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El cuarto domingo de Pascua, que celebramos hoy, está dedicado a Jesús el Buen Pastor. El Evangelio dice: “Las ovejas escuchan su voz; él llama a sus ovejas, a cada una por su nombre” (Jn. 10,3). El Señor nos llama por nuestro nombre, nos llama porque nos ama. Pero, dice el Evangelio de nuevo, hay otras voces, que no debemos seguir: las de los extraños, ladrones y malhechores que quieren el mal de las ovejas.
Estas diversas voces resuenan dentro de nosotros. Está la voz de Dios, que amablemente habla a la conciencia, y está la voz tentadora que induce al mal. ¿Cómo reconocer la voz del buen Pastor de la del ladrón, cómo distinguir la inspiración de Dios de la sugestión del Maligno? Se puede aprender a discernir estas dos voces: de hecho, estas dos hablan idiomas diferentes, es decir, tienen formas opuestas de tocar a nuestros corazones, hablan lenguas diferentes, como nosotros sabemos distinguir una lengua de otra, nosotros podemos distinguir la voz de Dios de la del maligno La voz de Dios nunca obliga: Dios se propone, no se impone. En cambio, la voz maligna seduce, agrede, obliga: despierta ilusiones deslumbrantes, emociones alentadoras, pero pasajeras. Al principio nos halaga, nos hace creer que somos todopoderosos, pero luego nos deja vacíos por dentro y nos acusa: “Tu no vales nada”. La voz de Dios, por otra parte, nos corrige, con tanta paciencia, pero siempre nos anima, nos consuela siempre, alimenta la esperanza. La voz de Dios es una voz que tiene un horizonte, en cambio la voz del maligno lleva a un muro a una esquina
Otra diferencia. La voz del enemigo nos distrae del presente y quiere que nos centremos en el temor del futuro o en las tristezas del pasado, no quiere la voz del presente: saca a la superficie la amargura, los recuerdos de los males sufridos, de los que nos hicieron daño y tantos recuerdos feos. En cambio, la voz de Dios habla al presente: “Ahora puedes hacer el bien, ahora puedes ejercitar la creatividad del amor, ahora puedes renunciar a los arrepentimientos y remordimientos que tienen prisionero tu corazón”. Nos anima, nos lleva adelante, pero habla al presente.
De nuevo: las dos voces plantean diferentes preguntas en nosotros. Aquella que viene de Dios será: “Que es bueno para mí?” En su lugar, el tentador insistirá en otra pregunta: “¿Qué cosa me gustaría hacer?” “¿Qué cosa me gustaría?”: la voz malvada siempre gira en torno al yo, a sus impulsos, a sus necesidades, al todo y de inmediato. Es como los engreimientos de los niños, todo ahora. La voz de Dios, por otro lado, nunca promete la alegría a bajo precio: nos invita a ir más allá de nuestro yo para encontrar el verdadero bien, la paz. Recordemos: el mal nunca nos da paz, nos pone en un frenesí primero y deja la amargura después, este es el estilo del mal.
Finalmente, la voz de Dios y la del tentador hablan en diferentes “ambientes”: el enemigo prefiere la oscuridad, la falsedad, las habladurías; el Señor ama la luz del sol, la verdad, la transparencia sincera. El enemigo nos dirá: “¡Enciérrate en ti mismo, porque nadie te entiende, ni te escucha, no confíes!”. El bien, al contrario, nos invita a abrirnos, a ser claros y a confiar en Dios y en los demás. Queridos hermanos y hermanas, en este tiempo tantos pensamientos y preocupaciones nos llevan de vuelta a nosotros mismos. Prestemos atención a las voces que llegan a nuestro corazón. Preguntémonos de dónde vienen. Pidamos la gracia de reconocer y seguir la voz del buen Pastor, que nos hace salir de los recintos del egoísmo y nos conduce a los pastos de la verdadera libertad. Que Nuestra Señora, Madre del Buen Consejo, oriente y acompañe nuestro discernimiento.
Santa Marta: Francisco pide paz en las familias y unidad en la Iglesia
( 4 mayo 2020).- “Oremos hoy por las familias: en este tiempo de cuarentena, la familia, encerrada en casa, intenta hacer muchas cosas nuevas, tanta creatividad con los niños, con todos, para ir adelante. Y también está la otra cosa, que a veces hay violencia doméstica. Oremos por las familias, para que continúen en paz con creatividad y paciencia, en esta cuarentena”.
Esta es la demanda realizada por el Santo Padre hoy, 4 de mayo de 2020, lunes de la cuarta semana de Pascua, en la introducción de la Misa en la Casa Santa Marta, transmitida en directo por Vatican News y por la página de Facebook de zenit.
En su homilía, el Papa Francisco reflexionó sobre el pasaje del Libro de los Hechos de los Apóstoles (11,1-18).
En el mismo, Pedro fue reprochado por sus hermanos por haber comido en una casa de pagano, algo no permitido por la pureza de la ley.
El Espíritu Santo, guía
Francisco indicó que Pedro había actuado de esta manera porque el Espíritu Santo lo había guiado y señaló: “Siempre hay en la Iglesia –en la Iglesia primitiva tanto, porque la cosa no estaba clara– este espíritu de ‘nosotros somos los justos, los otros los pecadores’. Este ‘nosotros y los otros’, ‘nosotros y los otros’, las divisiones”.
Es decir, siempre existe la creencia de considerarse a uno mismo como justo y a los demás como pecadores. Y esta “es una enfermedad de la Iglesia, una enfermedad que surge de las ideologías o partidos religiosos… “una forma de pensar, de sentirse mundano que se convierte en un intérprete de la ley”.
“Hay ideas, posiciones que hacen la división, hasta el punto de que la división es más importante que la unidad”, de manera que se defiende que ‘mi idea es más importante que el Espíritu Santo que nos guía’”, continuó el Papa.
Unidad de la Iglesia
En este sentido, el Pontífice remitió a las palabras de un cardenal emérito que explica que la Iglesia es como un río: “Algunos están más de este lado, otros del otro, pero lo importante es que todos están dentro del río”, y aseguró que “esa es la unidad de la Iglesia. Nadie afuera, todos adentro”.
Después, el Obispo de Roma recordó que, ante el reproche de alternar con los paganos, Jesús dice: “Soy pastor de todos. Soy el pastor de todos” y “tengo otras ovejas que no vienen de este recinto. Tengo que guiarlos también. Escucharán mi voz y se convertirán en un solo rebaño”.
Esta, prosigue, es “la oración por la unidad de todos los hombres, porque todos los hombres y mujeres… todos tenemos un solo Pastor: Jesús”.
“Que el Señor nos libere de esa psicología de la división, del dividir, y nos ayude a ver esto de Jesús, esta gran cosa de Jesús, que en Él todos somos hermanos y Él es el Pastor de todos. Esa palabra, hoy: ‘¡Todos, todos!’, que nos acompañe durante todo el día”, exhortó el Santo Padre finalmente.
A continuación, sigue la transcripción de la homilía completa del Santo Padre ofrecida por Vatican News.
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Homilía del Papa
Cuando Pedro subió a Jerusalén, los fieles le reprocharon. Le reprocharon que había entrado en la casa de los incircuncisos y comido con ellos, con los gentiles: eso era un pecado. La pureza de la ley no lo permitía. Pero Pedro lo había hecho porque el Espíritu lo había llevado allí. Siempre hay en la Iglesia – en la Iglesia primitiva tanto, porque la cosa no estaba clara – este espíritu de “nosotros somos los justos, los otros los pecadores”. Este “nosotros y los otros”, “nosotros y los otros”, las divisiones: “Tenemos precisamente la posición correcta ante Dios”. En cambio hay “los otros”, también se dice: “Son los ‘condenados’”, sí. Y esta es una enfermedad de la Iglesia, una enfermedad que surge de las ideologías o partidos religiosos… Pensar que en la época de Jesús, por lo menos había cuatro partidos religiosos: el partido de los fariseos, el partido de los saduceos, el partido de los zelotes y el partido de los esenios, y cada uno interpretaba “la idea” que tenía de la ley. Y esta idea es una escuela de malhechores cuando es una forma de pensar, de sentirse mundano que se convierte en un intérprete de la ley. También se reprochó a Jesús que entrara en casa de los publicanos –que eran pecadores, según ellos– y que comiera con ellos, con los pecadores, porque la pureza de la ley no lo permitía; y que no se lavara las manos antes del almuerzo… Pero siempre ese reproche que hace la división: esto es lo importante, que quiero subrayar.
Hay ideas, posiciones que hacen la división, hasta el punto de que la división es más importante que la unidad. Mi idea es más importante que el Espíritu Santo que nos guía. Hay un cardenal emérito que vive aquí en el Vaticano, un buen pastor, y dijo a sus fieles: “Pero la Iglesia es como un río, ¿saben? Algunos están más de este lado, otros del otro, pero lo importante es que todos están dentro del río”. Esa es la unidad de la Iglesia. Nadie afuera, todos adentro. Luego, con las peculiaridades: esto no es dividir, no es ideología, es legal. ¿Pero por qué la Iglesia tiene este ancho de río? Es porque el Señor lo quiere así.
El Señor, en el Evangelio, nos dice: “Tengo otras ovejas que no vienen de este redil. Tengo que conducir a ellas también. Escucharán mi voz y se convertirán en un solo rebaño y un solo pastor”. El Señor dice: “Tengo ovejas por todas partes, y soy el pastor de todos”. Este “todos” en Jesús es muy importante. Pensemos en la parábola de la fiesta de la boda, cuando los invitados no querían ir: uno porque había comprado un campo, otro porque se había casado… todos dieron su razón para no ir. Y el Maestro se enfadó y dijo: “Ve a la calle y trae a todos a la fiesta”. Todos ellos. Grandes y pequeños, ricos y pobres, buenos y malos. Todo el mundo. Este “todos” es un poco la visión del Señor que vino por todos y murió por todos. “Pero, ¿también murió por ese miserable que me hizo la vida imposible?” También murió por él. “¿Y por ese bandido?” Murió por él. Por todos. Y también por las personas que no creen en él o son de otras religiones: murió por todos. Eso no significa que tengas que hacer proselitismo: no. Pero murió por todos, justificó a todos.
Aquí en Roma hay una señora, una buena mujer, una profesora, la profesora Mara, que cuando tenía problemas… y había fiestas, decía: “Pero Cristo murió por todos: ¡sigamos!”. Esa capacidad constructiva. Tenemos un Redentor, una unidad: Cristo murió por todos. En cambio la tentación… Pablo también sufrió la tentación: “Soy de Pablo, soy de Apolo, soy de esto, soy de lo otro…”. Y piense en nosotros, hace cincuenta años, después del Concilio: las cosas, las divisiones que sufrió la Iglesia. “Yo soy de este lado, creo que sí, tú así…”. Sí, es legítimo pensar así, pero en la unidad de la Iglesia, bajo el Pastor Jesús.
Dos cosas. El reproche de los apóstoles a Pedro por haber entrado en la casa de los paganos y Jesús que dice: “Soy pastor de todos”. Soy el pastor de todos. Y quien dice: “Tengo otras ovejas que no vienen de este recinto. Tengo que guiarlos también. Escucharán mi voz y se convertirán en un solo rebaño”. Es la oración por la unidad de todos los hombres, porque todos los hombres y mujeres… todos tenemos un solo Pastor: Jesús.
Que el Señor nos libere de esa psicología de la división, del dividir, y nos ayude a ver esto de Jesús, esta gran cosa de Jesús, que en Él todos somos hermanos y Él es el Pastor de todos. Esa palabra, hoy: “¡Todos, todos!”, que nos acompañe durante todo el día.
Comunión espiritual, adoración y bendición Eucarística
Finalmente, el Papa terminó la celebración con la adoración y la bendición Eucarística, invitando a todos a realizar la comunión espiritual con esta oración:
“A tus pies, oh Jesús mío, me postro y te ofrezco el arrepentimiento de mi corazón contrito que se abandona en su nada y en Tu santa presencia. Te adoro en el sacramento de tu amor, deseo recibirte en la pobre morada que mi corazón te ofrece. En espera de la felicidad de la comunión sacramental, quiero tenerte en espíritu. Ven a mí, oh Jesús mío, que yo vaya hacia Ti. Que tu amor pueda inflamar todo mi ser, para la vida y para la muerte. Creo en Ti, espero en Ti, Te amo. Que así sea”.
Antes de salir de la Capilla dedicada al Espíritu Santo, se entonó la antífona mariana que se canta en el tiempo pascual, el Regina Coeli.
Regína caeli laetáre, allelúia.
Quia quem merúisti portáre, allelúia.
Resurréxit, sicut dixit, allelúia.
Ora pro nobis Deum, allelúia.
05.05.20
Audiencia general: Catequesis del Papa sobre la oración
(6 mayo 2020).- Hermosa definición del hombre: “mendigo de Dios”, ha señalado el Papa Francisco en su catequesis, la primera del nuevo ciclo sobre la oración, que ha iniciado el Pontífice este miércoles, 6 de mayo de 2020, en la audiencia general.
“La fe es tener las dos manos levantadas, una voz que clama para implorar el don de la salvación”, ha expresado Francisco, quien ha animado a pensar en la historia de Bartimeo para aprender a hacer oración con “humildad y perseverancia”.
Este hombre entra, pues, en los Evangelios “como una voz que grita a pleno pulmón”. No ve; no sabe si Jesús está cerca o lejos, pero lo siente, lo percibe por la multitud, que en un momento dado aumenta y se avecina… Pero está completamente solo, y a nadie le importa. “¿Y qué hace Bartimeo? Grita”, recuerda el Santo Padre.
Más fuerte que cualquier argumento en contra, “en el corazón de un hombre hay una voz que invoca”, asegura el Papa. Como Bartimeo, “todos tenemos esta voz dentro”.
Una voz que brota espontáneamente, sin que nadie la mande, una voz que se interroga sobre el sentido de nuestro camino aquí abajo, especialmente cuando nos encontramos en la oscuridad: “¡Jesús, ten compasión de mí!”.
A continuación, sigue la catequesis pronunciada hoy por el Papa Francisco en la audiencia general:
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Catequesis del Santo Padre
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy comenzamos un nuevo ciclo de catequesis sobre el tema de la oración. La oración es el aliento de la fe, es su expresión más adecuada. Como un grito que sale del corazón de los que creen y se confían a Dios.
Pensemos en la historia de Bartimeo, un personaje del Evangelio (cf. Mc 10, 46-52 y par.) y, os lo confieso, para mí el más simpático de todos. Era ciego y se sentaba a mendigar al borde del camino en las afueras de su ciudad, Jericó. No es un personaje anónimo, tiene un rostro, un nombre: Bartimeo, es decir, “hijo de Timeo”. Un día escucha que Jesús pasaría por allí. Efectivamente, Jericó era un cruce de caminos de personas, continuamente atravesada por peregrinos y mercaderes. Entonces Bartimeo se pone a la espera: hará todo lo posible para encontrar a Jesús. Mucha gente hacía lo mismo, recordemos a Zaqueo, que se subió a un árbol. Muchos querían ver a Jesús, él también.
Este hombre entra, pues, en los Evangelios como una voz que grita a pleno pulmón. No ve; no sabe si Jesús está cerca o lejos, pero lo siente, lo percibe por la multitud, que en un momento dado aumenta y se avecina… Pero está completamente solo, y a nadie le importa. ¿Y qué hace Bartimeo? Grita. Y sigue gritando. Utiliza la única arma que tiene: su voz. Empieza a gritar: “¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!” (v. 47). Y sigue así, gritando.
Sus gritos repetidos molestan, no resultan educados, y muchos le reprenden, le dicen que se calle. “Pero sé educado, ¡no hagas eso!”. Pero Bartimeo no se calla, al contrario, grita todavía más fuerte: “¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!” (v. 47). (v. 47). Esa testarudez tan hermosa de los que buscan una gracia y llaman, llaman a la puerta del corazón de Dios. Él grita, llama. Esa frase: “Hijo de David”, es muy importante, significa “el Mesías”, confiesa al Mesías- es una profesión de fe que sale de la boca de ese hombre despreciado por todos.
Y Jesús escucha su grito. La oración de Bartimeo toca su corazón, el corazón de Dios, y las puertas de la salvación se abren para él. Jesús lo manda a llamar. Él se levanta de un brinco y los que antes le decían que se callara ahora lo conducen al Maestro. Jesús le habla, le pide que exprese su deseo –esto es importante– y entonces el grito se convierte en una petición: “¡Que vea!”. (cfr.v. 51).
Jesús le dice: “Vete, tu fe te ha salvado” (v. 52). Reconoce a ese hombre pobre, inerme y despreciado todo el poder de su fe, que atrae la misericordia y el poder de Dios. La fe es tener las dos manos levantadas, una voz que clama para implorar el don de la salvación. El Catecismo afirma que “la humildad es la base de la oración” (Catecismo de la Iglesia Católica, 2559). La oración nace de la tierra, del humus –del que deriva “humilde”, “humildad”–; viene de nuestro estado de precariedad, de nuestra constante sed de Dios (cf. ibid., 2560-2561).
La fe, como hemos visto en Bartimeo, es un grito; la no fe es sofocar ese grito. Esa actitud que tenía la gente para que se callara: no era gente de fe, en cambio, él si. Sofocar ese grito es una especie de “ley del silencio”. La fe es una protesta contra una condición dolorosa de la cual no entendemos la razón; la no fe es limitarse a sufrir una situación a la cual nos hemos adaptado. La fe es la esperanza de ser salvado; la no fe es acostumbrarse al mal que nos oprime y seguir así.
Queridos hermanos y hermanas, empezamos esta serie de catequesis con el grito de Bartimeo, porque quizás en una figura como la suya ya está escrito todo. Bartimeo es un hombre perseverante. Alrededor de él había gente que explicaba que implorar era inútil, que era un vocear sin respuesta, que era ruido que molestaba y basta, que por favor dejase de gritar: pero él no se quedó callado. Y al final consiguió lo que quería.
Más fuerte que cualquier argumento en contra, en el corazón de un hombre hay una voz que invoca. Todos tenemos esta voz dentro. Una voz que brota espontáneamente, sin que nadie la mande, una voz que se interroga sobre el sentido de nuestro camino aquí abajo, especialmente cuando nos encontramos en la oscuridad: “¡Jesús, ten compasión de mí! ¡Jesús, ten compasión de mí!”. Hermosa oración, ésta.
Pero ¿estas palabras no están quizás esculpidas en la creación entera?. Todo invoca y suplica para que el misterio de la misericordia encuentre su cumplimiento definitivo. No rezan sólo a los cristianos: comparten el grito de la oración con todos los hombres y las mujeres. Pero el horizonte todavía puede ampliarse: Pablo dice que toda la creación “gime y sufre los dolores del parto” (Rom 8:22). Los artistas se hacen a menudo intérpretes de este grito silencioso de la creación, que pulsa en toda criatura y emerge sobre todo en el corazón del hombre, porque el hombre es un “mendigo de Dios” (cf. CIC, 2559). Hermosa definición del hombre: “mendigo de Dios”. Gracias.
07.05.20
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