22 de set. 2020

PAPA SETEMBRE (5)



Audiencia del Papa con el Centro Austriaco de Autismo Sonnenschein

Audiencia Con El Centro Austriaco De Autismo Sonnenschein (C) Vatican Media

El Papa al Centro de Autismo ‘Sonnenschein’: Decir gracias a Dios, “hermosa oración”

Palabras del Santo Padre

Discurso del Santo Padre

Queridos niños, queridos padres,

Sus Excelencias, señoras y señores:

Os doy la bienvenida aquí al Vaticano. Estoy contento de ver vuestras caras, y leo en vuestros ojos que vosotros también estáis contentos de pasar un rato conmigo.

Vuestra casa se llama Sonnenschein, es decir, “el esplendor del sol”. Puedo imaginarme por qué los responsables eligieron este nombre. Porque vuestra casa parece un magnífico prado de flores al sol, y las flores de esta casa sois precisamente vosotros. Dios creó el mundo con una gran variedad de flores de todos los colores. Cada flor tiene su propia belleza, que es única. Cada uno de nosotros es también hermoso a los ojos de Dios, y Él nos ama. Esto nos hace sentir la necesidad de decirle a Dios: ¡gracias! ¡Gracias por el regalo de la vida, gracias por todas las criaturas! ¡Gracias por mamá y papá! ¡Gracias por nuestras familias! ¡Y gracias también por nuestros amigos del Centro Sonnenschein!

Este decir “gracias” a Dios es una hermosa oración. A Dios le gusta esta forma de rezar. Después podéis añadir también una petición. Por ejemplo: Buen Jesús, ¿podrías ayudar a mamá y papá en sus trabajos? ¿Podrías consolar un poco a la abuela que está enferma? ¿Podría encargarte de los niños de todo el mundo que no tienen qué comer? O también: Jesús, por favor ayuda al Papa a guiar bien a la Iglesia. Si lo pedís con fe, el Señor seguramente os escucha.

Finalmente, expreso mi gratitud a vuestros padres, a las personas que os acompañan, a la señora presidenta de la Región y a todos los presentes. Gracias por esta bella iniciativa y por vuestro compromiso con los pequeños que os han sido confiados. ¡Todo lo que hicistéis a uno solo de estos pequeños, lo habéis hecho a Jesús!

Os recuerdo en mi oración. Que Jesús os bendiga siempre y que Nuestra Señora os proteja.

Und bitte vergesst nicht, für mich zu beten. Diese Arbeit ist nicht einfach. Betet für mich bitte. Dankeschön! (Y por favor no olvidéis rezar por mí. Este trabajo no es fácil. Por favor, rezad por mí. Gracias)

22.09.20





Catequesis del Papa

El Papa Anima A Un Gruppo De Fieles En La Audiencia (C) Vatican Media

Catequesis del Papa: Construir un futuro con la contribución de todos

Ciclo sobre COVID-19 “Curar al mundo”

(zenit – 23 sept. 2020).- El Papa invita a trabajar juntos para salir de la crisis, aplicando los principios de solidaridad y de subsidiariedad, en su octava catequesis sobre la pandemia de COVID-19 “Curar al mundo” a la luz del Evangelio, las virtudes teologales y los principios de la Doctrina Social de la Iglesia.

La audiencia general ha tenido este miércoles, 23 de septiembre de 2020, en el patio de San Dámaso, lugar en el que el Papa Francisco retomó las catequesis para encontrarse con algunos fieles, separados socialmente con la distancia requerida y usando mascarillas.

Catequesis del Santo Padre

Queridos hermanos y hermanas, ¡parece que el tiempo no es muy bueno, pero os digo buenos días igualmente!

Para salir mejores de una crisis como la actual, que es una crisis sanitaria y al mismo tiempo una crisis social, política y económica, cada uno de nosotros está llamado a asumir su parte de responsabilidad, es decir compartir la responsabilidad. Tenemos que responder no solo como individuos, sino también a partir de nuestro grupo de pertenencia, del rol que tenemos en la sociedad, de nuestros principios y, si somos creyentes, de la fe en Dios. Pero a menudo muchas personas no pueden participar en la reconstrucción del bien común porque son marginadas, son excluidas o ignoradas; ciertos grupos sociales no logran contribuir porque están ahogados económica o políticamente. En algunas sociedades, muchas personas no son libres de expresar la propia fe y los propios valores, las propias ideas: si las expresan van a la cárcel. En otros lugares, especialmente en el mundo occidental, muchos auto-reprimen las propias convicciones éticas o religiosas. Pero así no se puede salir de la crisis, o en cualquier caso no se puede salir mejores. Saldremos peores.

Para que todos podamos participar en el cuidado y la regeneración de nuestros pueblos, es justo que cada uno tenga los recursos adecuados para hacerlo (cfr. Compendio de la doctrina social de la Iglesia [CDSC], 186). Después de la gran depresión económica de 1929, el Papa Pío XI explicó lo importante que era para una verdadera reconstrucción el principio de subsidiariedad (cfr. Enc. Quadragesimo anno, 79-80). Tal principio tiene un doble dinamismo: de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba. Quizá no entendamos qué significa esto, pero es un principio social que nos hace más unidos. Trataré de explicarlo.

Por un lado, y sobre todo en tiempos de cambio, cuando los individuos, las familias, las pequeñas asociaciones o las comunidades locales no son capaces de alcanzar los objetivos primarios, entonces es justo que intervengan los niveles más altos del cuerpo social, como el Estado, para proveer los recursos necesarios e ir adelante. Por ejemplo, debido al confinamiento por el coronavirus, muchas personas, familias y actividades económicas se han encontrado y todavía se encuentran en grave dificultad, por eso las instituciones públicas tratan de ayudar con apropiadas intervenciones sociales, económicas, sanitarias: esta es su función, lo que deben hacer.

Pero por otro lado, los vértices de la sociedad deben respetar y promover los niveles intermedios o menores. De hecho, la contribución de los individuos, de las familias, de las asociaciones, de las empresas, de todos los cuerpos intermedios y también de las Iglesias es decisiva. Estos, con los propios recursos culturales, religiosos, económicos o de participación cívica, revitalizan y refuerzan el cuerpo social (cfr. CDSC, 185). Es decir, hay una colaboración de arriba hacia abajo, del Estado central al pueblo y de abajo hacia arriba: de las formaciones del pueblo hacia arriba. Y esto es precisamente el ejercicio del principio de subsidiariedad.

Cada uno debe tener la posibilidad de asumir la propia responsabilidad en los procesos de sanación de la sociedad de la que forma parte. Cuando se activa algún proyecto que se refiere directa o indirectamente a determinados grupos sociales, estos no pueden ser dejados fuera de la participación. Por ejemplo: “¿Qué haces tú? —Yo voy a trabajar por los pobres. —Qué bonito, y ¿qué haces? —Yo enseño a los pobres, yo digo a los pobres lo que deben hacer”. —No, esto no funciona, el primer paso es dejar que los pobres te digan cómo viven, qué necesitan: ¡Hay que dejar hablar a todos! Es así que funciona el principio de subsidiariedad. No podemos dejar fuera de la participación a esta gente; su sabiduría, la sabiduría de los grupos más humildes no puede dejarse de lado (cfr. Exhort. ap. postsin. Querida Amazonia [QA], 32; Enc. Laudato si’, 63). Lamentablemente, esta injusticia se verifica a menudo allí donde se concentran grandes intereses económicos o geopolíticos, como por ejemplo ciertas actividades extractivas en algunas zonas del planeta (cfr. QA9.14). Las voces de los pueblos indígenas, sus culturas y visiones del mundo no se toman en consideración. Hoy, esta falta de respeto del principio de subsidiariedad se ha difundido como un  virus. Pensemos en las grandes medidas de ayudas 

financieras realizadas por los Estados. Se escucha más a las grandes compañías financieras que a la gente o aquellos que mueven la economía real. Se escucha más a las compañías multinacionales que a los movimientos sociales. Queriendo decir esto con el lenguaje de la gente común: se escucha más a los poderosos que a los débiles y este no es el camino, no es el camino humano, no es el camino que nos ha enseñado Jesús, no es realizar el principio de subsidiariedad. Así no permitimos a las personas que sean “protagonistas del propio rescate”[1]. En el subconsciente colectivo de algunos políticos o de algunos sindicalistas está este lema: todo por el pueblo, nada con el pueblo. De arriba hacia abajo pero sin escuchar la sabiduría del pueblo, sin implementar esta sabiduría en el resolver los problemas, en este caso para salir de la crisis. O pensemos también en la forma de curar el virus: se escucha más a las grandes compañías farmacéuticas que a los trabajadores sanitarios, comprometidos en primera línea en los hospitales o en los campos de refugiados. Este no es un buen camino. Todos tienen que ser escuchados, los que están arriba y los que están abajo, todos.
Para salir mejores de una crisis, el principio de subsidiariedad debe ser implementado, respetando la autonomía y la capacidad de iniciativa de todos, especialmente de los últimos. Todas las partes de un cuerpo son necesarias y, como dice San Pablo, esas partes que podrían parecer más débiles y menos importantes, en realidad son las más necesarias (cfr. 1 Cor 12, 22). A la luz de esta imagen, podemos decir que el principio de subsidiariedad permite a cada uno asumir el propio rol para el cuidado y el destino de la sociedad. Aplicarlo, aplicar el principio de subsidiariedad da esperanza, da esperanza en un futuro más sano y justo; y este futuro lo construimos juntos, aspirando a las cosas más grandes, ampliando nuestros horizontes[2]. O juntos o no funciona. O trabajamos juntos para salir de la crisis, a todos los niveles de la sociedad, o no saldremos nunca. Salir de la crisis no significa dar una pincelada de barniz a las situaciones actuales para que parezcan un poco más justas. Salir de la crisis significa cambiar, y el verdadero cambio lo hacen todos, todas las personas que forman el pueblo. Todos los profesionales, todos. Y todos juntos, todos en comunidad. Si no lo hacen todos el resultado será negativo.
En una catequesis precedente hemos visto cómo la solidaridad es el camino para salir de la crisis: nos une y nos permite encontrar propuestas sólidas para un mundo más sano. Pero este camino de solidaridad necesita la subsidiariedad. Alguno podrá decirme: “¡Pero padre hoy está hablando con palabras difíciles!”, pero por esto trato de explicar qué significa. Solidarios, porque vamos en el camino de la subsidiariedad. De hecho, no hay verdadera solidaridad sin participación social, sin la contribución de los cuerpos intermedios: de las familias, de las asociaciones, de las cooperativas, de las pequeñas empresas, de las expresiones de  la sociedad civil. Todos deben contribuir, todos. Tal participación ayuda a prevenir y corregir ciertos aspectos negativos de la globalización y de la acción de los Estados, como sucede también en el cuidado de la gente afectada por la pandemia. Estas contribuciones “desde abajo” deben ser incentivadas. Pero qué bonito es ver el trabajo de los voluntarios en la crisis. Los voluntarios que vienen de todas las partes sociales, voluntarios que vienen de las familias acomodadas y que vienen de las familias más pobres. Pero todos, todos juntos para salir. Esta es solidaridad y esto es el principio de subsidiariedad.
Durante el confinamiento nació de forma espontánea el gesto del aplauso para los médicos y los enfermeros y las enfermeras como signo de aliento y de esperanza. Muchos han arriesgado la vida y muchos han dado la vida. Extendemos este aplauso a cada miembro del cuerpo social, a todos, a cada uno, por su valiosa contribución, por pequeña que sea. “¿Pero qué podrá hacer ese de allí? —Escúchale, dale espacio para trabajar, consúltale”. Aplaudimos a los “descartados”, los que esta cultura califica de “descartados”, esta cultura del descarte, es decir aplaudimos a los ancianos, a los niños, las personas con discapacidad, aplaudimos a los trabajadores, todos aquellos que se ponen  al servicio. Todos colaboran para salir de la crisis. ¡Pero no nos detengamos solo en el aplauso! La esperanza es audaz, así que animémonos a soñar en grande. Hermanos y hermanas, ¡aprendamos a soñar en grande! No tengamos miedo de soñar en grande, buscando los ideales de justicia y de amor social que nacen de la esperanza. No intentemos reconstruir el pasado, el pasado es pasado, nos esperan cosas nuevas. El Señor ha prometido: “Yo haré nuevas todas las cosas”. Animémonos a soñar en grande buscando estos ideales, no tratemos de  reconstruir el pasado, especialmente el que era injusto y ya estaba enfermo. Construyamos  un futuro donde la dimensión local y la global se enriquecen mutuamente —cada uno puede dar su parte, cada uno debe dar su parte, su cultura, su filosofía, su forma de pensar—, donde la belleza y la riqueza de los grupos menores, también de los grupos descartados, pueda florecer porque también allí hay belleza, y donde quien tiene más se comprometa a servir y dar más a quien tiene menos.
[1] Mensaje para la 106 Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado 2020 (13 de mayo de 2020).

[2] Cfr. Discurso a los jóvenes del Centro Cultural Padre Félix Varela, La Habana – Cuba, 20 de septiembre de 2015.
23.09.20


nuevas formas de pobreza

Audiencia Del Papa Con El Círculo De San Pedro, 25 Sept. 2020 (C) Vatican Media

Círculo de San Pedro: Llamado del Papa a identificar nuevas formas de pobreza

En una ciudad que se transforma

(25 sept. 2020).- “Identificar con urgencia las nuevas formas de pobreza” y “vivir la misericordia con “imaginación” son los mandatos que el Papa Francisco ha encomendado a los miembros del Círculo de San Pedro.

El Santo Padre ha recibido esta mañana, 25 de septiembre de 2020, en audiencia a las personas que entregan esta institución caritativa ligada a la figura del Papa.

Os doy las gracias porque sois una expresión concreta de la caridad del Papa que se preocupa por la pobreza de Roma. De los pobres y de las pobrezas”, les ha dicho Francisco.

Al mismo tiempo, les ha agradecido por el Óbolo de San Pedro que los miembros del Círculo recogen todos los años en las iglesias de la ciudad de Roma y que hoy han ofrecido al Santo Padre, para destinar a las obras de caridad escogidas por él.

Fidelidad incondicional a la Iglesia y al Romano Pontífice son el signo distintivo de la antigua Asociación que resume su carisma en el lema “Oración – Acción – Sacrificio”. Dado que el año pasado, en audiencia con ellos, el Papa Francisco les habló de la oración, hoy se ha centrado en la segunda premisa del Círculo: la acción.

Mirar las heridas humanas

En el contexto de la pandemia, el Pontífice les ha llamado a identificar con urgencia “en la ciudad que se está transformando rápidamente, las nuevas formas de pobreza”, argumentando que “está en nosotros verlas con los ojos del corazón”. Para el Santo Padre, “hay que saber mirar las heridas humanas con el corazón para ‘preocuparse de todo corazón’ por la vida del otro”.

Y después de ver las heridas de la ciudad, el Papa les invita a vivir la misericordia con “imaginación”. Así, les ha felicitado por el trabajo realizado en esta época de pandemia, que “es mucho” y ha recordado un “pequeño gran gesto” que el grupo de jóvenes del Círculo tuvo con los miembros mayores: una ronda de llamadas telefónicas para ver si todo iba bien y hacerles compañía. “Esta es la imaginación de la misericordia”, les ha dicho.

Discurso del Santo Padre

Queridos miembros del Círculo de San Pietro, ¡bienvenidos!

Agradezco al nuevo presidente de la Asociación, el marqués Niccolò Sacchetti, las amables palabras que me ha dirigido, y le deseo todo lo mejor para esta nueva tarea.

Vuestro lema es: «Oración – Acción – Sacrificio». Estas palabras representan los tres principios cardinales en los que se basa la vida de la Asociación. En nuestro encuentro del año pasado centré mi reflexión en el primero: la oración (cf. Discurso a los miembros del Círculo de San Pietro, 19 de febrero de 2019). Este año, en cambio, me gustaría centrarme en la acción.

La pandemia, con la necesidad de un distanciamiento interpersonal, os ha llamado a repensar las modalidades concretas de las obras de caridad que habitualmente realizáis en favor de los pobres de Roma. A las necesidades de las personas a las que servís habitualmente se ha añadido la necesidad de responder a las necesidades urgentes de tantas familias, que se han encontrado de la noche a la mañana en apuros económicos. Y no hay que asustarse: habrá cada vez más porque las repercusiones de la pandemia serán terribles.

A una situación excepcional no se puede dar una respuesta habitual, sino que se requiere una respuesta nueva y diferente. Para ello es necesario tener un corazón que sepa «ver» las heridas de la sociedad y manos creativas en la caridad activa. Un corazón que vea y unas manos que hagan. Estos dos elementos son importantes para que una acción caritativa siempre sea fecunda.

En primer lugar, es urgente identificar, en la ciudad que se está transformando rápidamente, las nuevas formas de pobreza. La pobreza, habitualmente, es pudorosa, tiene pudor: hace falta ir a descubrir donde está…Las nuevas formas de pobreza, vosotros bien lo sabéis, son tantas: pobreza material, pobreza humana, pobreza social. Está en nosotros verlas con los ojos del corazón. Hay que saber mirar las heridas humanas con el corazón para «preocuparse de todo corazón» por la vida del otro. As,í  ya no es sólo un extraño necesitado de ayuda, sino, antes que nada, un hermano, un hermano que pide amor. Y sólo cuando nos preocupamos de todo corazón por alguien podemos responder a esta expectativa. Es la experiencia de la misericordia: miseri-cor-dare, misericordia, dar misericordia a los míseros, dar el corazón a los míseros.

Nuestro mundo, como observó San Juan Pablo II hace cuarenta años, «parece no dejar espacio a la misericordia» (Enc. Dives in Misericordia, 2). Cada uno de nosotros está llamado a cambiar el curso. Y es posible si nos dejamos tocar en primera persona por el poder de la misericordia de Dios. Un lugar privilegiado para experimentarlo es el sacramento de la Reconciliación. Cuando presentamos nuestras miserias al Señor, nos envuelve la misericordia del Padre. Y es esta misericordia la que estamos llamados a vivir y a dar. Siempre Dios, nosotros y los demás.

Después de ver las heridas de la ciudad en la que vivimos, la misericordia nos invita a tener «imaginación» en nuestras manos. Y lo que habéis hecho en esta época de pandemia es mucho: una vez aceptado el reto de responder a una situación concreta, habéis sabido adaptar vuestro servicio a las nuevas necesidades impuestas por el virus. También me gusta recordar un pequeño gran gesto que el grupo de jóvenes del Círculo tuvo con los miembros mayores: una ronda de llamadas telefónicas para ver si todo iba bien y hacerles compañía. Esta es la imaginación de la misericordia.

Os animo a continuar con empeño y alegría vuestras obras de caridad, siempre atentos y dispuestos a responder con valentía a las necesidades de los pobres. No os canséis de pedir esta gracia al Espíritu Santo en la oración personal y comunitaria.

Os doy las gracias porque sois una expresión concreta de la caridad del Papa que se preocupa por la pobreza de Roma. De los pobres y de las pobrezas. Y os agradezco el Óbolo de San Pedro que recogéis todos los años en las iglesias de la ciudad y que hoy me ofrecéis.

Os encomiendo, así como a los miembros de vuestras familias y a todas las personas que atendéis diariamente, a María, Salus Populi Romani, y a la intercesión de los santos patrones de Roma, Pedro y Pablo. Y os pido que sigáis rezando por mí. Gracias.

26.09.20



Papa Francisco En Lesbos, 2016 © Vatican Media

Mensaje del Papa para la 106ª Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado

Dedicado a los desplazados internos

La Oficina de Prensa de la Santa Sede ha difundido hoy el mensaje del Santo Padre para la 106ª Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado, que se celebrará el 27 de septiembre de 2020.

Mensaje del Santo Padre

A principios de año, en mi discurso a los miembros del Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, señalé entre los retos del mundo contemporáneo el drama de los desplazados internos: “Las fricciones y las emergencias humanitarias, agravadas por las perturbaciones del clima, aumentan el número de desplazados y repercuten sobre personas que ya viven en un estado de pobreza extrema. Muchos países golpeados por estas situaciones carecen de estructuras adecuadas que permitan hacer frente a las necesidades de los desplazados” (9 enero 2020).

La Sección Migrantes y Refugiados del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral ha publicado las “Orientaciones Pastorales sobre Desplazados Internos” (Ciudad del Vaticano, 5 mayo 2020) un documento que desea inspirar y animar las acciones pastorales de la Iglesia en este ámbito concreto.

Por ello, decidí dedicar este Mensaje al drama de los desplazados internos, un drama a menudo invisible, que la crisis mundial causada por la pandemia del COVID-19 ha agravado. De hecho, esta crisis, debido a su intensidad, gravedad y extensión geográfica, ha empañado muchas otras emergencias humanitarias que afligen a millones de personas, relegando iniciativas y ayudas internacionales, esenciales y urgentes para salvar vidas, a un segundo plano en las agendas políticas nacionales. Pero “este no es tiempo del olvido. Que la crisis que estamos afrontando no nos haga dejar de lado a tantas otras situaciones de emergencia que llevan consigo el sufrimiento de muchas personas” (Mensaje Urbi et Orbi, 12 abril 2020).

A la luz de los trágicos acontecimientos que han caracterizado el año 2020, extiendo este Mensaje, dedicado a los desplazados internos, a todos los que han experimentado y siguen aún hoy viviendo situaciones de precariedad, de abandono, de marginación y de rechazo a causa del COVID-19.

Quisiera comenzar refiriéndome a la escena que inspiró al papa Pío XII en la redacción de la Constitución Apostólica Exsul Familia (1 agosto 1952). En la huida a Egipto, el niño Jesús experimentó, junto con sus padres, la trágica condición de desplazado y refugiado, “marcada por el miedo, la incertidumbre, las incomodidades (cf. Mt 2,13-15.19-23). Lamentablemente, en nuestros días, millones de familias pueden reconocerse en esta triste realidad. Casi cada día la televisión y los periódicos dan noticias de refugiados que huyen del hambre, de la guerra, de otros peligros graves, en busca de seguridad y de una vida digna para sí mismos y para sus familias” (Ángelus, 29 diciembre 2013). Jesús está presente en cada uno de ellos, obligado —como en tiempos de Herodes— a huir para salvarse. Estamos llamados a reconocer en sus rostros el rostro de Cristo, hambriento, sediento, desnudo, enfermo, forastero y encarcelado, que nos interpela (cf. Mt 25,31-46). Si lo reconocemos, seremos nosotros quienes le agradeceremos el haberlo conocido, amado y servido.

Los desplazados internos nos ofrecen esta oportunidad de encuentro con el Señor, “incluso si a nuestros ojos les cuesta trabajo reconocerlo: con la ropa rota, con los pies sucios, con el rostro deformado, con el cuerpo llagado, incapaz de hablar nuestra lengua” (Homilía, 15 febrero 2019). Se trata de un reto pastoral al que estamos llamados a responder con los cuatro verbos que señalé en el Mensaje para esta misma Jornada en 2018: acoger, proteger, promover e integrar. A estos cuatro, quisiera añadir ahora otras seis parejas de verbos, que se corresponden a acciones muy concretas, vinculadas entre sí en una relación de causa-efecto.

Es necesario conocer para comprender. El conocimiento es un paso necesario hacia la comprensión del otro. Lo enseña Jesús mismo en el episodio de los discípulos de Emaús: “Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo” (Lc 24,15-16).Cuando hablamos de migrantes y desplazados, nos limitamos con demasiada frecuencia a números. ¡Pero no son números, sino personas! Si las encontramos, podremos conocerlas. Y si conocemos sus historias, lograremos comprender. Podremos comprender, por ejemplo, que la precariedad que hemos experimentado con sufrimiento, a causa de la pandemia, es un elemento constante en la vida de los desplazados.

Hay que hacerse prójimo para servir. Parece algo obvio, pero a menudo no lo es. “Pero un samaritano que iba de viaje llegó adonde estaba él y, al verlo, se compadeció, y acercándose, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó” (Lc 10,33-34). Los miedos y los prejuicios —tantos prejuicios—, nos hacen mantener las distancias con otras personas y a menudo nos impiden “acercarnos como prójimos” y servirles con amor. Acercarse al prójimo significa, a menudo, estar dispuestos a correr riesgos, como nos han enseñado tantos médicos y personal sanitario en los últimos meses. Este estar cerca para servir, va más allá del estricto sentido del deber. El ejemplo más grande nos lo dejó Jesús cuando lavó los pies de sus discípulos: se quitó el manto, se arrodilló y se ensució las manos (cf. Jn 13,1-15).

Para reconciliarse se requiere escuchar. Nos lo enseña Dios mismo, que quiso escuchar el gemido de la humanidad con oídos humanos, enviando a su Hijo al mundo: “Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él […] tenga vida eterna” (Jn 3,16-17). El amor, el que reconcilia y salva, empieza por una escucha activa. En el mundo de hoy se multiplican los mensajes, pero se está perdiendo la capacidad de escuchar. Sólo a través de una escucha humilde y atenta podremos llegar a reconciliarnos de verdad. Durante el 2020, el silencio se apoderó por semanas enteras de nuestras calles. Un silencio dramático e inquietante, que, sin embargo, nos dio la oportunidad de escuchar el grito de los más vulnerables, de los desplazados y de nuestro planeta gravemente enfermo. Y, gracias a esta escucha, tenemos la oportunidad de reconciliarnos con el prójimo, con tantos descartados, con nosotros mismos y con Dios, que nunca se cansa de ofrecernos su misericordia. 

Para crecer hay que compartir. Para la primera comunidad cristiana, la acción de compartir era uno de sus pilares fundamentales: “El grupo de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma: nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía, pues lo poseían todo en común” (Hch 4,32). Dios no quiso que los recursos de nuestro planeta beneficiaran únicamente a unos pocos. ¡No, el Señor no quiso esto! Tenemos que aprender a compartir para crecer juntos, sin dejar fuera a nadie. La pandemia nos ha recordado que todos estamos en el mismo barco. Darnos cuenta que tenemos las mismas preocupaciones y temores comunes, nos ha demostrado, una vez más, que nadie se salva solo. Para crecer realmente, debemos crecer juntos, compartiendo lo que tenemos, como ese muchacho que le ofreció a Jesús cinco panes de cebada y dos peces… ¡Y fueron suficientes para cinco mil personas! (cf. Jn 6,1-15).

Se necesita involucrar para promover. Así hizo Jesús con la mujer samaritana (cf. Jn 4,1-30). El Señor se acercó, la escuchó, habló a su corazón, para después guiarla hacia la verdad y transformarla en anunciadora de la buena nueva: “Venid a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho; ¿será este el Mesías?” (v. 29). A veces, el impulso de servir a los demás nos impide ver sus riquezas. Si queremos realmente promover a las personas a quienes ofrecemos asistencia, tenemos que involucrarlas y hacerlas protagonistas de su propio rescate. La pandemia nos ha recordado cuán esencial es la corresponsabilidad y que sólo con la colaboración de todos —incluso de las categorías a menudo subestimadas— es posible encarar la crisis. Debemos “motivar espacios donde todos puedan sentirse convocados y permitir nuevas formas de hospitalidad, de fraternidad y de solidaridad” (Meditación en la Plaza de San Pedro, 27 marzo 2020).

Es indispensable colaborar para construir. Esto es lo que el apóstol san Pablo recomienda a la comunidad de Corinto: “Os ruego, hermanos, en nombre de nuestro Señor Jesucristo, a que digáis todos lo mismo y que no haya divisiones entre vosotros. Estad bien unidos con un mismo pensar y un mismo Sentir” (1 Co 1,10). La construcción del Reino de Dios es un compromiso común de todos los cristianos y por eso se requiere que aprendamos a colaborar, sin dejarnos tentar por los celos, las discordias y las divisiones. Y en el actual contexto, es necesario reiterar que: “Este no es el tiempo del egoísmo, porque el desafío que enfrentamos nos une a todos y no hace acepción de personas” (Mensaje Urbi et Orbi, 12 abril 2020). Para preservar la casa común y hacer todo lo posible para que se parezca, cada vez más, al plan original de Dios, debemos comprometernos a garantizar la cooperación nternacional, la solidaridad global y el compromiso local, sin dejar fuera a nadie.

Quisiera concluir con una oración sugerida por el ejemplo de san José, de manera especial cuando se vio obligado a huir a Egipto para salvar al Niño.

Padre, Tú encomendaste a san José lo más valioso que tenías: el Niño Jesús y su madre, para protegerlos de los peligros y de las amenazas de los malvados.

Concédenos, también a nosotros, experimentar su protección y su ayuda. Él, que padeció el sufrimiento de quien huye a causa del odio de los poderosos, haz que pueda consolar y proteger a todos los hermanos y hermanas que, empujados por las guerras, la pobreza y las necesidades, abandonan su hogar y su tierra, para ponerse en camino, como refugiados, hacia lugares más seguros.

Ayúdalos, por su intercesión, a tener la fuerza para seguir adelante, el consuelo en la tristeza, el valor en la prueba.

Da a quienes los acogen un poco de la ternura de este padre justo y sabio, que amó a Jesús como un verdadero hijo y sostuvo a María a lo largo del camino.

Él, que se ganaba el pan con el trabajo de sus manos, pueda proveer de lo necesario a quienes la vida les ha quitado todo, y darles la dignidad de un trabajo y la serenidad de un hogar.

Te lo pedimos por Jesucristo, tu Hijo, que san José salvó al huir a Egipto, y por intercesión de la Virgen María, a quien amó como esposo fiel según tu voluntad. Amén.

Roma, San Juan de Letrán, 13 de mayo de 2020, Memoria de la Bienaventurada Virgen María de Fátima.

FRANCISCO



Ángelus 30 agosto 2020 (C) Vatican Media

Ángelus 30 Agosto 2020 (C) Vatican Media

Ángelus: Jesús espera ansiosamente nuestro “sí”

Palabras del Papa antes de la oración mariana

Palabras antes del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas, en mi tierra se dice: “Al mal tiempo buena cara”. Con esta “buena cara” os digo: ¡buenos días!

Con su predicación sobre el Reino de Dios, Jesús se opone a una religiosidad que no involucra la vida humana, que no interpela la conciencia y su responsabilidad frente al bien y al mal. Lo demuestra también con la parábola de los dos hijos, que es propuesta en el Evangelio de Mateo (cfr. 21, 28-32). A la invitación del padre de ir a trabajar a la viña, el primer hijo responde impulsivamente “no, no voy”, pero después se arrepiente y va; sin embargo el segundo hijo, que enseguida responde “sí, sí papá”, en realidad no lo hace, no va. La obediencia no consiste en decir “sí” o “no”, sino siempre en actuar, en cultivar la viña, en realizar el Reino de Dios, en hacer el bien. Con este sencillo ejemplo, Jesús quiere superar una religión entendida solo como práctica exterior y rutinaria, que no incide en la vida y en las actitudes de las personas, una religiosidad superficial, solamente “ritual”, en el mal sentido de la palabra.

Los exponentes de esta religiosidad “de fachada”, que Jesús desaprueba, eran en aquella época «los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo» (Mt 21, 23), los cuales, según la admonición del Señor, en el Reino de Dios serán superados por los publicanos y las rameras (cfr. v. 31). Jesús les dice: “Los publicanos, es decir los pecadores, y las rameras llegan antes que vosotros al Reino de Dios”. Esta afirmación no debe inducir a pensar que hacen bien los que no siguen los mandamientos de Dios, los que no siguen la moral, y dicen: “Al fin y al cabo, ¡los que van a la Iglesia son peor que nosotros!”. No, esta no es la enseñanza de Jesús. Jesús no señala a los publicanos y las prostitutas como modelos de vida, sino como “privilegiados de la Gracia”. Y quisiera subrayar esta palabra “gracia”, la gracia, porque la conversión siempre es una gracia. Una gracia que Dios ofrece a todo aquel que se abre y se convierte a Él. De hecho, estas personas, escuchando su predicación, se arrepintieron y cambiaron de vida. Pensemos en Mateo, por ejemplo, San Mateo, que era un publicano, un traidor a su patria.

En el Evangelio de hoy, quien queda mejor es el primer hermano, no porque ha dicho «no» a su padre, sino porque después el “no” se ha convertido en un “sí”, se ha arrepentido. Dios es paciente con cada uno de nosotros: no se cansa, no desiste después de nuestro “no”; nos deja libres también de alejarnos de Él y de equivocarnos. ¡Pensar en la paciencia de Dios es maravilloso! Cómo el Señor nos espera siempre; siempre junto a nosotros para ayudarnos; pero respeta nuestra libertad. Y espera ansiosamente nuestro “sí”, para acogernos nuevamente entre sus brazos paternos y colmarnos de su misericordia sin límites. La fe en Dios pide renovar cada día la elección del bien respecto al mal, la elección de la verdad respecto a la mentira, la elección del amor del prójimo respecto al egoísmo. Quien se convierte a esta elección, después de haber experimentado el pecado, encontrará los primeros lugares en el Reino de los cielos, donde hay más alegría por un solo pecador que se convierte que por noventa y nueve justos (cfr. Lc 15, 7).

Pero la conversión, cambiar el corazón, es un proceso, un proceso que nos purifica de las incrustaciones morales. Y a veces es un proceso doloroso, porque no existe el camino de la santidad sin alguna renuncia y sin el combate espiritual. Combatir por el bien, combatir para no caer en la tentación, hacer por nuestra parte lo que podemos, para llegar a vivir en la paz y en la alegría de las Bienaventuranzas. El Evangelio de hoy cuestiona la forma de vivir la vida cristiana, que no está hecha de sueños y bonitas aspiraciones, sino de compromisos concretos, para abrirnos siempre a la voluntad de Dios y al amor hacia los hermanos. Pero esto, también el compromiso concreto más pequeño, no se puede hacer sin la gracia. La conversión es una gracia que debemos pedir siempre: “Señor dame la gracia de mejorar. Dame la gracia de ser un buen cristiano”.

Que María Santísima nos ayude a ser dóciles en la acción del Espíritu Santo. Él es quien derrite la dureza de los corazones y los dispone al arrepentimiento, para obtener la vida y la salvación prometidas por Jesús.

Palabras del Papa después del Ángelus

¡Queridos hermanos y hermanas!

Llegan noticias preocupantes de enfrentamientos en la zona del Cáucaso. Rezo por la paz en el Cáucaso y pido a las partes en conflicto cumplir gestos concretos de buena voluntad y de hermandad, que puedan  llevar a resolver los problemas no con el uso de la fuerza y de las armas, sino por medio del diálogo y de la negociación. Rezamos juntos, en silencio, por la paz en el Cáucaso.

Ayer, en Nápoles, fue proclamada beata María Luisa del Santísimo Sacramento, en el siglo María Velotti, fundadora de la Congregación de las Hermanas Franciscanas Adoradoras de la Santa Cruz. Damos gracias a Dios por esta nueva beata, ejemplo de contemplación del misterio del Calvario e incansable en el ejercicio de la caridad.

Hoy la Iglesia celebra la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado. Saludo a los refugiados y a los migrantes presentes en la plaza en torno al monumento titulado: “Ángeles sin saberlo” (cfr. Hb 13, 2), que bendije hace un año. Este año he querido dedicar mi mensaje a los desplazados internos, los cuales están obligados a huir, como les sucedió también a Jesús y a su familia.  «Como Jesús obligados a huir», así los desplazados, los migrantes. A ellos, de forma particular, y a quien les asiste va nuestro recuerdo y nuestra oración.

Hoy se celebra también la Jornada Mundial del Turismo. La pandemia ha golpeado durante este sector, tan importante para tantos países. Dirijo mi aliento a quienes trabajan en el turismo, en particular a las pequeñas empresas familiares y a los jóvenes. Deseo que todos puedan pronto recuperarse de las dificultades actuales.

Y saludo ahora a todos vosotros, queridos fieles romanos y peregrinos de distintas partes de Italia y del mundo. ¡Hay muchas banderas diferentes! Un pensamiento especial a las mujeres y a todas las personas comprometidas en la lucha contra los tumores de seno. ¡El Señor sostenga vuestro compromiso! Y saludo a los peregrinos de Siena que han venido a pie hasta Roma.

Y a todos os deseo un buen domingo, un domingo en paz. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!

27.09.20



Seguridad Pública Vaticano: Papa


Seguridad Pública ‘Vaticano’: El Papa anima a trabajar con “viva fe cristiana”

Palabras del Santo Padre

zenit – 28 sept. 2020).- En la mañana de hoy, el Papa Francisco ha recibido en audiencia a los dirigentes y agentes de la Inspección de Seguridad Pública “Vaticano”, con motivo del 75º aniversario de su institución.

Seguridad Pública Vaticano: Papa

“Espero que vuestro trabajo, cumplido no pocas veces con sacrificio y riesgo, esté animado por una viva fe cristiana: es el tesoro espiritual más precioso que vuestras familias os han confiado y que estáis llamados a transmitir a vuestros hijos”, les dijo.

75 años de historia

En su discurso dio gracias a Dios por los setenta y cinco años de historia de la Inspección de Seguridad Pública y “por el trabajo de tantos hombres y mujeres de la Policía Estatal Italiana” y aludió a “la estela del profundo vínculo que existe entre la Santa Sede e Italia, han llevado a cabo, con competencia y pasión”, una misión que tiene su origen en los Pactos Lateranenses de 1929.

Discurso del Santo Padre

¡Queridos hermanos y hermanas!

Seguridad Pública Vaticano: Papa

Me alegra encontrarme con la gran familia de la Inspección de Seguridad Pública “Vaticano”, que conmemora el 75º aniversario de su institución. Os saludo a todos con afecto: dirigentes, funcionarios, agentes, con vuestros familiares. Dirijo un pensamiento deferente a la señora ministra del Interior, a quien agradezco sus palabras, así como al Jefe de Policía. Y también quiero daros las gracias a vosotros, porque ha sido lindo para mí entrar en la sala con la nostalgia del otoño de Buenos Aires (se refiere a una pieza música tocada por la banda de la Policía). Gracias.

Al conmemorar la fundación de esta Inspección es natural dar gracias al Señor por los setenta y cinco años de historia y por el trabajo de tantos hombres y mujeres de la Policía Estatal Italiana. En la estela del profundo vínculo que existe entre la Santa Sede e Italia, han llevado a cabo, con competencia y pasión, una misión que tiene su origen en los Pactos Lateranenses de 1929. En efecto, esos acuerdos, al sancionar el nacimiento del Estado de la Ciudad del Vaticano, preveían un régimen peculiar para la plaza de San Pedro, con libre acceso para los peregrinos y turistas y bajo la supervisión de las autoridades italianas.

Mirando hacia atrás, se puede ver cómo el origen de la Inspección de Seguridad Pública “Vaticano” se sitúa en un contexto de precariedad y emergencia nacional, cuando las fuerzas políticas y sociales estaban comprometidas en el restablecimiento de la democracia. En marzo de 1945 se concretó el proyecto de dar autonomía y configuración jurídica a este servicio de policía. El Ministerio del Interior, dirigido por el propio presidente del Consejo de Ministros, Ivanoe Bonomi, instituyó la Oficina Especial de Seguridad Pública “San Pedro”.

De esta manera, el servicio que las fuerzas policiales llevaban a cabo desde hacía tiempo en la plaza de San Pedro y en las zonas limítrofes del Vaticano se fortaleció y se hizo más efectivo. La ocupación de Roma por las tropas alemanas en 1943 había creado no pocas dificultades y preocupaciones: se había planteado el problema del respeto por parte de los soldados alemanes de la neutralidad y la soberanía de la Ciudad del Vaticano, así como de la persona del Papa. Durante nueve meses, la frontera entre el Estado Italiano y la Ciudad del Vaticano, trazada en el suelo de la plaza de San Pedro, había sido un lugar de tensión y miedo. Los fieles no podían acceder fácilmente a la basílica para rezar, de ahí que muchos desistieran.

Finalmente, el 4 de junio de 1944 Roma fue liberada, pero la guerra dejó profundas heridas en las conciencias, escombros en las calles, pobreza y sufrimiento en las familias. El fruto de la guerra es este. Los romanos, y los peregrinos que podían llegar a la capital, acudían cada vez más numerosos a San Pedro, también para expresar su gratitud al Papa Pío XII, proclamado “defensor Civitatis». La nueva Oficina de la Policía del Estado en el Vaticano pudo así responder adecuadamente a las nuevas necesidades y prestar un importante servicio tanto a Italia como a la Santa Sede.

Desde el día de la institución de esa Oficina, que poco a poco fue tomando otros nombres hasta el actual, se desplegó un camino bajo el signo de la fructífera colaboración entre Italia y la Santa Sede, y entre la Inspección y los organismos vaticanos responsables del orden público y la seguridad del Papa. Aunque hayan cambiado los escenarios nacionales e internacionales y los requisitos de seguridad, no ha cambiado el espíritu con el que los hombres y mujeres de la Inspección han llevado a cabo su apreciada tarea.

Queridos funcionarios y agentes, muchas gracias por vuestro valioso servicio, caracterizado por la diligencia, el profesionalismo y el espíritu de sacrificio. Admiro, sobre todo, vuestra paciencia para tratar con gente de diferentes orígenes y culturas y, -me atrevo a decir-, para tratar con los sacerdotes. Mi gratitud también se extiende a vuestro compromiso de acompañarme cuando me desplazo por Roma y cuando visito diócesis o comunidades en Italia. Una tarea difícil, que requiere discreción y equilibrio, para que los itinerarios del Papa no pierdan su carácter específico de encuentro con el Pueblo de Dios. Por todo esto, una vez más os estoy agradecido.

Que la Inspección de Seguridad Pública “Vaticano” continúe operando de acuerdo a su luminosa historia, sabiendo sacar nuevos y abundantes frutos de ella. Estoy seguro de que trabajar en este lugar sea para vosotros un recordatorio constante de los más altos valores: los valores humanos y espirituales que requieren ser acogidos y atestiguados cada día. Espero que vuestro trabajo, cumplido no pocas veces con sacrificio y riesgo, esté animado por una viva fe cristiana: es el tesoro espiritual más precioso que vuestras familias os han confiado y que estáis llamados a transmitir a vuestros hijos.

Que el Señor os recompense como solo Él sabe hacer. Que vuestro patrón san Miguel Arcángel os proteja y que la Virgen Santa vele por vosotros y vuestras familias. Y que también os acompañe mi bendición. Y por favor no os olvidéis de rezar por mí. Gracias.

28.09.20




Papa Francisco: Tema para la 55ª Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales

Audiencia General, 10 De Junio 2020 (C) Vatican Media

Papa Francisco: Tema para la 55ª Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales

“Ven y lo verás”

( 29 sept. 2020).- “’Ven y lo verás’ (Jn 1:46) Comunicar encontrando a las personas como y donde están”, es el tema que el Papa Francisco ha elegido para la 55ª Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, que se celebra en mayo de 2021.

Así ha informado hoy, 29 de septiembre de 2020, la Oficina de Prensa de la Santa Sede en un comunicado.

Cita del Evangelio

“Ven y lo verás”, palabras pronunciadas por el apóstol Felipe, “son centrales en el Evangelio: el anuncio cristiano antes que de palabras, está hecho de miradas, testimonios, experiencias, encuentros, cercanía. En una palabra, de vida”, indica la nota.

Esta cita del Evangelio de Juan (1:43-46) ha sido elegida por el Santo Padre como tema del mensaje de la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales a la que le acompaña el subtítulo “Comunicar encontrando a las personas como y donde están”.

Dicho pasaje del evangélico dice: “Al día siguiente, Jesús quiso partir para Galilea. Se encuentra con Felipe y le dice: ‘Sígueme’. Felipe era de Bestsaida, de la ciudad de Andrés y Pedro. Felipe se encuentra con Natanael y le dice: ‘Ese del que escribió Moisés en la Ley, y también los profetas, lo hemos encontrado: Jesús el hijo de José, el de Nazaret’. Le respondió Natanael: ‘¿De Nazaret puede haber cosa buena?’. Le dice Felipe: ‘Ven y lo verás’”.

Comunicación para lograr cercanía

En el momento histórico actual, “en un tiempo que nos obliga a la distancia social a causa de la pandemia, la comunicación puede hacer posible la cercanía necesaria para reconocer lo esencial y comprender verdaderamente el significado de las cosas”, indica el comunicado.

“No conocemos la verdad si no la experimentamos, si no encontramos a las personas, si no participamos en sus alegrías y en sus penas. El viejo dicho ‘Dios te encuentra donde estás’ puede ser “una guía para los que trabajan en los medios de información o en la comunicación en la Iglesia”, continúa el texto.

En la llamada de los primeros discípulos, en la que Jesús sale a su encuentro y los invita a seguirle, “vemos también la invitación a utilizar todos los medios de comunicación, en todas sus formas, para llegar a las personas como son y donde viven”, concluye.

29.09.20




Audiencia general: Catequesis completa futuro

Audiencia General, 30 Septiembre 2020 (C) Vatican Media

Audiencia general: Catequesis completa, “preparar el futuro con Jesús”

Final del ciclo sobre COVID-19

– 30 sept. 2020).- Esta mañana, en la audiencia general, el Papa Francisco ha pronunciado la novena y última catequesis del ciclo sobre COVID-19 “Sanar el mundo”, titulada “Preparar el futuro junto con Jesús que salva y sana”.

Hoy, 30 de septiembre de 2020, la audiencia general de los miércoles se ha celebrado públicamente en el patio de San Dámaso.

Dignidad, solidaridad y subsidariedad

Francisco se refirió al camino recorrido durante las catequesis de estos meses sobre cómo sanar el mundo actual, que sufre “por un malestar que la pandemia ha evidenciado y acentuado”. Y recordó que la dignidad, la solidaridad y la subsidiariedad son “vías indispensables para promover la dignidad humana y el bien común”.

Como discípulos de Jesús, propone “seguir sus pasos optando por los pobres, repensando el uso de los bienes y cuidando la casa común”, anclados en los principios de la doctrina social de la Iglesia, guiados por la fe, la esperanza y la caridad.

Catequesis – “Curar el mundo”: 9. Preparar el futuro junto con Jesús que salva y sana

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En las semanas pasadas, hemos reflexionado juntos, a la luz del Evangelio, sobre cómo sanar al mundo que sufre por un malestar que la pandemia ha evidenciado y acentuado. El malestar estaba: la pandemia lo ha evidenciado más, lo ha acentuado. Hemos recorrido los caminos de la dignidad, de la solidaridad y de la subsidiariedad, caminos indispensables para promover la dignidad humana y el bien común. Y como discípulos de Jesús, nos hemos propuesto seguir sus pasos optando por los pobres, repensando el uso de los bienes y cuidando la casa común. En medio de la pandemia que nos aflige, nos hemos anclado en los principios de la doctrina social de la Iglesia, dejándonos guiar por la fe, la esperanza y la caridad. Aquí hemos encontrado una ayuda sólida para ser trabajadores de transformaciones que sueñan en grande, no se detienen en las mezquindades que dividen y hieren, sino que animan a generar un mundo nuevo y mejor.

Quisiera que este camino no termine con estas catequesis mías, sino que se pueda continuar caminando juntos, teniendo “fijos los ojos en Jesús” (Hb 12, 2), como hemos escuchado al principio; la mirada en Jesús que salva y sana al mundo. Como nos muestra el Evangelio, Jesús ha sanado a enfermos de todo tipo (cfr. Mt 9, 35), ha dado la vista a los ciegos, la palabra a los mudos, el oído a los sordos. Y cuando sanaba las enfermedades y las dolencias físicas, sanaba también el espíritu perdonando los pecados, porque Jesús siempre perdona, así como los “dolores sociales” incluyendo a los marginados (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, 1421). Jesús, que renueva y reconcilia a cada criatura (cfr. 2 Cor 5, 17; Col 1, 19-20), nos regala los dones necesarios para amar y sanar como Él sabía hacerlo (cfr. Lc 10, 1-9; Jn 15, 9-17), para cuidar de todos sin distinción de raza, lengua o nación.

Para que esto suceda realmente, necesitamos contemplar y apreciar la belleza de cada ser humano y de cada criatura. Hemos sido concebidos en el corazón de Dios (cfr. Ef 1, 3-5). “Cada uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno de nosotros es querido, cada uno de nosotros es amado, cada uno es necesario[1]. Además, cada criatura tiene algo que decirnos de Dios creador (cfr. Enc. Laudato si’69239). Reconocer tal verdad y dar las gracias por los vínculos íntimos de nuestra comunión universal con todas las personas y con todas las criaturas, activa “un cuidado generoso y lleno de ternura” (ibid., 220). Y nos ayuda también a reconocer a Cristo presente en nuestros hermanos y hermanas pobres y sufrientes, a encontrarles y escuchar su clamor y el clamor de la tierra que se hace eco (cfr. ibid., 49).

Interiormente movilizados por estos gritos que nos reclaman otra ruta (cfr. ibid., 53), reclaman cambiar, podremos contribuir a la nueva sanación de las relaciones con nuestros dones y nuestras capacidades (cfr. ibid., 19). Podremos regenerar la sociedad y no volver a la llamada “normalidad”, que es una normalidad enferma, en realidad enferma antes de la pandemia: ¡la pandemia lo ha evidenciado! “Ahora volvemos a la normalidad”: no, esto no va porque esta normalidad estaba enferma de injusticias, desigualdades y degrado ambiental. La normalidad a la cual estamos llamados es la del Reino de Dios, donde “los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncian a los pobres la Buena Nueva” (Mt 11, 5). Y nadie se hace pasar por tonto mirando a otro lado. Esto es lo que debemos hacer, para cambiar. En la normalidad del Reino de Dios el pan llega a todos y sobra, la organización social se basa en el contribuir, compartir y distribuir, no en el poseer, excluir y acumular (cfr. Mt 14, 13-21). El gesto que hace ir adelante a una sociedad, una familia, un barrio, una ciudad, todos, es el de darse, dar, que no es dar una limosna, sino que es un darse que viene del corazón. Un gesto que aleja el egoísmo y el ansia de poseer. Pero la forma cristiana de hacer esto no es una forma mecánica: es una forma humana. Nosotros no podremos salir nunca de la crisis que se ha evidenciado por la pandemia, mecánicamente, con nuevos instrumentos —que son importantísimos, nos hacen ir adelante y de los cuales no hay que tener miedo—, sino sabiendo que los medios más sofisticados podrán hacer muchas cosas, pero una cosa no la podrán hacer: la ternura. Y la ternura es la señal propia de la presencia de Jesús. Ese acercarse al prójimo para caminar, para sanar, para ayudar, para sacrificarse por el otro.

Así es importante esa normalidad del Reino de Dios: que el pan llegue a todos, que la organización social se base en el contribuir, compartir y distribuir, con ternura, no en el poseer, excluir y acumular. ¡Porque al final de la vida no llevaremos nada a la otra vida!

Un pequeño virus sigue causando heridas profundas y desenmascara nuestras vulnerabilidades físicas, sociales y espirituales. Ha expuesto la gran desigualdad que reina en el mundo: desigualdad de oportunidades, de bienes, de acceso a la sanidad, a la tecnología, a la educación: millones de niños no pueden ir al colegio, y así sucesivamente la lista. Estas injusticias no son naturales ni inevitables. Son obras del hombre, provienen de un modelo de crecimiento desprendido de los valores más profundos.  El derroche de la comida que sobra: con ese derroche se puede dar de comer a todos. Y esto ha hecho perder la esperanza en muchos y ha aumentado la incertidumbre y la angustia. Por esto, para salir de la pandemia, tenemos que encontrar la cura no solamente para el coronavirus —¡que es importante! —, sino también para los grandes virus humanos y socioeconómicos. No hay que esconderlos, haciendo una capa de pintura para que no se vean. Y ciertamente no podemos esperar que el modelo económico que está en la base de un desarrollo injusto e insostenible resuelva nuestros problemas. No lo ha hecho y no lo hará, porque no puede hacerlo, incluso si ciertos falsos profetas siguen prometiendo “el efecto cascada” que no llega nunca[2]. Habéis escuchado vosotros, el teorema del vaso: lo importante es que el vaso se llene y así después cae sobre los pobres y sobre los otros, y reciben riquezas. Pero esto es un fenómeno: el vaso empieza a llenarse y cuando está casi lleno crece, crece y crece y no sucede nunca la cascada. Es necesario estar atentos.

Tenemos que ponernos a trabajar con urgencia para generar buenas políticas, diseñar sistemas de organización social en la que se premie la participación, el cuidado y la generosidad, en vez de la indiferencia, la explotación y los intereses particulares. Tenemos que ir adelante con la ternura. Una sociedad solidaria y justa es una sociedad más sana. Una sociedad participativa —donde a los “últimos” se les tiene en consideración igual que a los “primeros”— refuerza la comunión. Una sociedad donde se respeta la diversidad es mucho más resistente a cualquier tipo de virus.

Ponemos este camino de sanación bajo la protección de la Virgen María, Virgen de la Salud. Ella, que llevó en el vientre a Jesús, nos ayude a ser confiados. Animados por el Espíritu Santo, podremos trabajar juntos por el Reino de Dios que Cristo ha inaugurado en este mundo, viniendo entre nosotros. Es un Reino de luz en medio de la oscuridad, de justicia en medio de tantos ultrajes, de alegría en medio de tantos dolores, de sanación y de salvación en medio de las enfermedades y la muerte, de ternura en medio del odio. Dios nos conceda “viralizar” el amor y globalizar la esperanza a la luz de la fe.

[1] Benedicto XVI, Homilía por el inicio del ministerio petrino (24 de abril de 2005); cfr. Enc. Laudato si’, 65.

[2] “Trickle-down effect” en inglés, “ derrame” en español (cfr. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 54).

30.09.20


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