29 de set. 2019

PAPA - TARDOR


Jornada del migrante y del refugiado: El Papa bendice los ángeles de Timothy Schmalz

Recordando a todos el desafío evangélico de la acogida”

(29 septiembre 2019).- El Papa Francisco ha bendecido a un grupo escultórico del artista canadiense Timothy Schmalz, titulado “Ángeles inconscientes”, en la Plaza de San Pedro, el 29 de septiembre de 2019, al final de la misa para la Jornada Mundial de los Migrantes y Refugiados , según lo solicitado por Papa Benedicto XV en 1914: esta es la 105a edición de esta jornada.
La escultura se exhibirá permanentemente en la Plaza de San Pedro, el Papa ha deseado “recordar a todos el desafío evangélico de la acogida”.
Antes de la oración del Ángelus, el Papa Francisco ha deseado “dar la bienvenida a todos los que han participado en este momento de oración mediante el cual renovamos la atención de la Iglesia a las diferentes categorías de personas vulnerables en movimiento”.
El Papa recordó las circunstancias de esta bendición: “En unión con los fieles de todas las diócesis del mundo hemos celebrado la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado, para reafirmar la necesidad de que nadie sea excluido de la sociedad, ya sea un ciudadano residente desde hace mucho tiempo o uno recién llegado”.
El Papa también explicó que “para subrayar este compromiso” iba a inaugurar, durante su recorrido por la Plaza de San Pedro en papamóvil “, la escultura que tiene como tema estas palabras de la Carta a los Hebreos: “No olvidéis la hospitalidad; algunos, practicándola, sin saberlo, han acogido a los ángeles” (13,2). Esta escultura, en bronce y arcilla, representa a un grupo de migrantes de diversas culturas y diferentes períodos históricos. Quería esta obra de arte aquí en la Plaza de San Pedro, para que todo el mundo pueda recordar el desafío evangélico de acoger a la gente.
Al escultor le llevó un año de trabajo completar su obra, que estará permanentemente en la Plaza de san pedro. También es el autor de “Jesús sin hogar”.
29.09.19







Santa Marta: Cuidar a los niños y los ancianos, símbolo de la “cultura de la esperanza”

Meditación del Papa en la Misa


(30 sept. 2019).- El Papa Francisco ha recordado que el mensaje de Dios es el de la “cultura de la esperanza”, representada en nuestra sociedad por “viejos y jóvenes”, que constituyen la certeza de la supervivencia de “un país, de una patria y de la Iglesia”.
Hoy, 30 de septiembre de 2019, en la homilía de la Misa en la Casa Santa Marta, se leyó el octavo capítulo del libro del Profeta Zacarías, a partir del cual el Santo Padre subrayó que el amor de Dios por su pueblo es grande, es como un fuego que nos hace más humanos, indica Vatican News.
Ancianos y niños
Con respecto a la primera lectura, Francisco expuso que en ella existen claros “signos de la presencia del Señor” con su pueblo, una “presencia que nos hace más humanos” y “maduros”.
Y estos signos proceden de la abundancia de la vida, de los niños y ancianos de nuestra sociedad: “El signo de la vida, el signo del respeto por la vida, del amor por la vida, el signo de hacer crecer la vida… es el signo de la presencia de Dios en nuestras comunidades y también el signo de la presencia de Dios que hace madurar a un pueblo cuando hay ancianos”.
Y reiteró que la señal de la presencia de Dios se encuentra “cuando un pueblo se preocupa por los ancianos y los niños, los tiene como su  tesoro” (…), “es la promesa de un futuro”.

Cultura del descarte, una ruina
Remitiendo a la profecía de Joel, que dice “sus ancianos tendrán sueños, sus jóvenes tendrán visiones”, y en la que se habla del intercambio recíproco entre las dos generaciones, el Pontífice reseñó que, contrariamente, en nuestra realidad predomina la cultura del descarte.
De acuerdo a la misma fuente,  la citada cultura del descarte es definida por el Obispo de Roma como una “ruina”, que nos lleva a “devolver al remitente” a los niños o a llevar a los ancianos a las residencias porque “no producen”, “porque impiden una vida normal”.
Los ancianos, raíces para crecer
Y, para que se comprenda mejor lo que significa descuidar a los ancianos y a los niños, el Papa contó una historia de su abuela. En ella, el padre de una familia decidió mandar al abuelo a comer solo en la cocina porque, por su avanzada edad, dejaba caer la sopa y se ensuciaba. Un día, el hombre se encontró a su hijo construyendo una mesa de madera porque pensaba que tarde o temprano tendría el mismo destino que su abuelo.
Así, para Francisco, si se desatiende a los niños y a los ancianos, surgen los efectos negativos de las sociedades modernas: “Cuando un país envejece y no hay niños, no se ven cochecitos de niños en las calles, no se ven a las mujeres embarazadas: ‘Un niño, mejor no…’. Cuando se lee que en ese país hay más pensionistas que trabajadores. ¡Es trágico! Y cuántos países hoy en día están empezando a vivir este invierno demográfico. Y cuando se descuidan a los viejos se pierde – digámoslo sin vergüenza – la tradición, la tradición que no es un museo de cosas viejas, es la garantía del futuro, es el jugo de las raíces que hace crecer el árbol y da flores y frutos. Es una sociedad estéril para ambas partes y por eso termina mal”.
Y agregó que, aunque “la juventud se puede comprar”, a través del de maquillaje, la cirugía plástica y los liftings, todo ello termina siempre en lo “ridículo”.
Esta es mi victoria”
Finalmente, recordó cómo en sus múltiples viajes por el mundo los padres levantan a sus hijos para que los bendiga, para mostrar sus propias “joyas”.
En concreto, se refirió a la anciana con la que se cruzó en Iasi, Rumanía, que llevaba a su nieto en brazos y se lo enseñaba como diciendo “Ésta es mi victoria, este es mi triunfo”.
Dicha imagen de la abuela con su nieto, “nos dice más que esta predicación. Por lo tanto, el amor de Dios es siempre sembrar amor y hacer crecer al pueblo. No a la cultura del descarte. Me dan ganas de decir, disculpen, a ustedes, los párrocos, cuando por la noche hacen su examen de conciencia, pregúntense lo siguiente: ¿Cómo me he comportado hoy con los niños y los ancianos? Nos ayudará”, concluyó.
01.10.19





Mes Misionero Extraordinario: “¡Ánimo!”, el Señor te pide entrega allí donde estés

Homilía del Santo Padre


(1 oct. 2019).- El Papa Francisco ha animado a hacer misión: “El Señor te pide que te entregues allí donde estás, así como estás, con quien está a tu lado; que no vivas pasivamente la vida, sino que la entregues; que no te compadezcas a ti mismo, sino que te dejes interpelar por las lágrimas del que sufre”.
Hoy, a las 18 horas, en la festividad de santa Teresita del Niño Jesús, patrona de las Misiones, en la basílica de San Pedro, el Santo Padre ha presidido la oración litúrgica de las Vísperas con ocasión del inicio del Mes Misionero Extraordinario bajo el tema: “Bautizados y enviados: la Iglesia de Cristo en misión en el mundo”.
La omisión, contraria a la misión
En este sentido, el Pontífice indicó que este Mes Misionero Extraordinario ha de ser “una sacudida que nos impulse a ser activos en el bien. No notarios de la fe y guardianes de la gracia, sino misioneros”. Así, para ser misioneros, el Obispo de Roma indicó que la clave está en vivir como testigos, “testimoniando con nuestra vida que conocemos a Jesús”.
Dios ama una Iglesia en salida
Asimismo, Francisco indicó que Dios ama una Iglesia en salida, misionera: “Una Iglesia que no pierde el tiempo en llorar por las cosas que no funcionan, por los fieles que ya no tiene, por los valores de antaño que ya no están. Una Iglesia que no busca oasis protegidos para estar tranquila; sino que solo desea ser sal de la tierra y fermento para el mundo.


Homilía del Santo Padre
En la parábola que hemos escuchado, el Señor se presenta como un hombre que, antes de partir, llama a sus siervos para encargarles sus bienes (cf. Mt 25,14). Dios nos ha confiado sus bienes más grandes:
nuestra vida, la de los demás, a cada uno muchos dones distintos. Y estos dones, estos talentos, no representan algo para guardar en una caja fuerte, sino una llamada: el Señor nos llama a hacer fructificar los talentos con audacia y creatividad. Dios no nos preguntará si hemos conservado celosamente la vida y la fe, sino si la hemos puesto en juego, arriesgando, quizá perdiendo el prestigio. Este Mes misionero extraordinario quiere ser una sacudida que nos impulse a ser activos en el bien. No notarios de la fe y guardianes de la gracia, sino misioneros.
¿Pero cómo se hace para ser misioneros? Viviendo como testigos: testimoniando con nuestra vida que conocemos a Jesús. Testigo es la palabra clave, una palabra que tiene la misma raíz de significado que mártir. Y los mártires son los primeros testigos de la fe: no con palabras, sino con la vida. Saben que la fe no es propaganda o proselitismo, es un respetuoso don de vida. Viven transmitiendo paz y alegría, amando a todos, incluso a los enemigos, por amor a Jesús. Nosotros, que hemos descubierto que somos hijos del Padre celestial, ¿cómo podemos callar la alegría de ser amados, la certeza de ser siempre valiosos a los ojos de Dios? Es el anuncio que tanta gente espera. Y esa es nuestra responsabilidad. Preguntémonos en este mes: ¿cómo es mi testimonio?
Al final de la parábola el Señor llama «bueno y fiel» al que ha sido emprendedor; en cambio, «malvado y holgazán» al siervo que ha estado a la defensiva (cf. vv. 21.23.26). ¿Por qué Dios es tan severo con el siervo que tuvo miedo? ¿Qué mal ha hecho? Su mal es no haber hecho el bien, ha pecado de omisión (…). Y este puede ser el pecado de toda una vida, porque la hemos recibido no para enterrarla, sino para ponerla en juego; no para conservarla, sino para darla. Quien está con Jesús sabe que se tiene lo que se da, se posee lo que se entrega; y el secreto para poseer la vida es entregarla. Vivir de omisiones es renegar de nuestra vocación: la omisión es contraria a la misión.

Pecamos de omisión, es decir, contra la misión, cuando, en vez de transmitir la alegría, nos cerramos en un triste victimismo, pensando que ninguno nos ama y nos comprende. Pecamos contra la misión cuando cedemos a la resignación: “No puedo, no soy capaz”. ¿Pero cómo? ¿Dios te ha dado unos talentos y tú te crees tan pobre que no puedes enriquecer a nadie? Pecamos contra la misión cuando, quejumbrosos, seguimos diciendo que todo va mal, en el mundo y en la Iglesia. Pecamos contra la misión cuando somos esclavos de los miedos que inmovilizan y nos dejamos paralizar del “siempre se ha hecho así”. Y pecamos contra la misión cuando vivimos la vida como un peso y no como un don; cuando en el centro estamos nosotros con nuestros problemas, y no nuestros hermanos y hermanas que esperan ser amados.
«Dios ama al que da con alegría» (2 Co 9,7). Ama una Iglesia en salida. Si no está en salida no es Iglesia. Una Iglesia en salida, misionera, es una Iglesia que no pierde el tiempo en llorar por las cosas que no funcionan, por los fieles que ya no tiene, por los valores de antaño que ya no están. Una Iglesia que no busca oasis protegidos para estar tranquila; sino que sólo desea ser sal de la tierra y fermento para el mundo. Esta Iglesia sabe que esta es su fuerza, la misma de Jesús: no la relevancia social o institucional, sino el amor humilde y gratuito.
Hoy entramos en el octubre misionero acompañados por tres “siervos” que han dado mucho fruto. Nos muestra el camino santa Teresa del Niño Jesús, que hizo de la oración el combustible de la acción misionera en el mundo. Este es también el mes del Rosario: ¿Cuánto rezamos por la propagación del Evangelio, para convertirnos de la omisión a la misión? Luego está san Francisco Javier, quizá después de san Pablo el más grande misionero de la historia. También él nos remueve: ¿Salimos de nuestros caparazones, somos capaces de dejar nuestras comodidades por el Evangelio? Y está la venerable Paulina Jaricot, una trabajadora que sostuvo las misiones con su labor cotidiana: con el dinero que aportaba de su salario, estuvo en los inicios de las Obras Misionales Pontificias. Y nosotros, ¿hacemos que cada día sea un don para superar la fractura entre el Evangelio y la vida? Por favor, no vivamos una fe “de sacristía”.
Nos acompañan una religiosa, un sacerdote y una laica. Nos dicen que nadie está excluido de la misión de la Iglesia. Sí, en este mes el Señor te llama también a ti. Te llama a ti, padre y madre de familia; a ti, joven que sueñas cosas grandes; a ti, que trabajas en una fábrica, en un negocio, en un banco, en un restaurante; a ti, que estás sin trabajo; a ti, que estás en la cama de un hospital… El Señor te pide que te entregues allí donde estás, así como estás, con quien está a tu lado; que no vivas pasivamente la vida, sino que la entregues; que no te compadezcas a ti mismo, sino que te dejes interpelar por las lágrimas del que sufre. Ánimo, el Señor espera mucho de ti. Espera también que alguien tenga la valentía de partir, de ir allí donde se necesita más esperanza y dignidad, ad gentes, allí donde tanta gente vive todavía sin la alegría del Evangelio (…). Ve, el Señor no te dejará solo; dando testimonio, descubrirás que el Espíritu Santo llegó antes de ti para prepararte el camino. Ánimo, hermanos y hermanas; ánimo, Madre Iglesia: ¡Vuelve a encontrar tu fecundidad en la alegría de la misión!




La alegría, “signo” del cristiano evangelizador – Catequesis completa

Ciclo de los Hechos de los Apóstoles


(2 oct. 2019).- “¿Cuál es el signo de que tú, cristiana, cristiano, eres un evangelizador? La alegría. Incluso en el martirio”, indicó el Papa Francisco.
Hoy, 2 de octubre de 2019, el Santo Padre, ha continuado con el ciclo de catequesis sobre los Hechos de los Apóstoles, centrando su reflexión en el pasaje “Se puso a anunciarle la Buena Nueva de Jesús” (Hechos 8:35). Felipe y la “carrera” del Evangelio por caminos nuevos (Hechos de los Apóstoles 8, 5-8).
Este fragmento se contextualiza en el momento en el que, tras la muerte de Esteban, la Iglesia sufre una gran persecución en Jerusalén. Los Apóstoles permanecen en dicha ciudad, mientras muchos cristianos se ven obligados a dispersarse por Judea y Samaría.
Felipe y el etíope
En estos momentos de persecución, en los que la evangelización no cesa, sino que es impulsada, Francisco resaltó la labor apostólica del diácono Felipe. Una vez, este discípulo de Jesús se encontró en el desierto con un alto funcionario etíope, prosélito judío, que leía el cuarto canto del “siervo del Señor” del profeta Isaías y admitió que no lograba entenderlo.
Ese hombre poderoso reconoce que necesita ser guiado para entender la Palabra de Dios. Era el gran tesorero, era el ministro de economía, tenía todo el poder sobre el dinero, pero sabía que sin la explicación no podía entender, era humilde”, señaló el Pontífice.
Jesús, “clave” para entender la Escritura

Para el Obispo de Roma, este encuentro entre Felipe y el etíope “nos lleva a reflexionar también sobre el hecho de que no basta con leer la Escritura, es necesario comprender su significado” y explicó que “entrar en la Palabra de Dios es estar dispuesto a ir más allá de los propios límites para encontrar y conformarse a Cristo, que es la Palabra viva del Padre”.
Así, Felipe ofrece a su receptor la “clave” de la lectura de la Escritura: el Jesucristo que él y toda la Iglesia anuncian. El etíope reconoció entonces a Cristo y pidió el Bautismo, como muestra de su fe en Jesús.
El espíritu Santo, protagonista de la evangelización
Catequesis del Santo Padre
Queridos hermanos y hermanas:
Después del martirio de Esteban, la “carrera” de la Palabra de Dios parece sufrir  un paro debido al desatarse de “una gran persecución contra la Iglesia de Jerusalén” (Hch 8,1). El resultado es  que los Apóstoles permanecen en Jerusalén, mientras muchos cristianos se dispersan por otros lugares en Judea y Samaria.
En el libro de los Hechos, la persecución aparece como el estado de vida permanente de los discípulos, de acuerdo con lo que había dicho Jesús: “Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros”. (Jn 15.20). Pero la persecución, en lugar de apagar el fuego de la evangelización, lo atiza todavía más.
Hemos escuchado lo que hizo el diácono Felipe que comienza a evangelizar las ciudades de Samaria, y son numerosos los signos de liberación y sanación que acompañan el anuncio de la Palabra. Entonces, el Espíritu Santo marca una nueva etapa en el camino del Evangelio: empuja a Felipe a salir al encuentro de un forastero que tiene el corazón abierto a Dios. Felipe se levanta y parte decidido y, en un camino desierto y peligroso, se encuentra con un alto funcionario de la Reina de Etiopía, administrador de sus tesoros. Este hombre, un eunuco, después de haber ido a Jerusalén para rendir culto, regresa a su país. Era un prosélito judío de Etiopía. Sentado en una carroza, lee el rollo del profeta Isaías, en particular el cuarto canto del “siervo del Señor”.
Felipe se acerca al carruaje y le pregunta: “¿Entiendes lo que vas leyendo?” (Hechos 8:30). El etíope le contesta: “¿Cómo lo puedo entender si nadie me hace de guía?” (Hechos 8:31). Ese hombre poderoso reconoce que necesita ser guiado para entender la Palabra de Dios. Era el gran tesorero, era el ministro de economía, tenía todo el poder sobre el dinero, pero sabía que sin la explicación no podía entender, era humilde.
Y este diálogo entre Felipe y el etíope nos lleva a reflexionar también sobre el hecho de que no basta con leer la Escritura, es necesario comprender su significado, encontrar el “jugo” que va más allá de la corteza”, ir al Espíritu que anima la letra. Como dijo el Papa Benedicto XVI al comienzo del Sínodo sobre la Palabra de Dios, “la exégesis, la verdadera lectura de la Sagrada Escritura, no es sólo un fenómeno literario, […]. Es el movimiento de mi existencia” (Meditación, 6 de octubre de 2008). Entrar en la Palabra de Dios es estar dispuesto a ir más allá de los propios límites para encontrar y conformarse a Cristo, que es la Palabra viva del Padre.
¿Quién es, pues,  el protagonista de lo que leía el etíope? Felipe ofrece a su interlocutor la clave de lectura: ese siervo manso y sufriente, que no devuelve mal por mal y que aunque sea considerado fracasado y estéril y al final eliminado, libera al pueblo de la iniquidad y da fruto para Dios, ¡es precisamente ese Cristo que Felipe y toda la Iglesia anuncian! Que con la Pascua nos ha redimido a todos. Finalmente el etíope reconoce a Cristo y pide el bautismo y profesa fe en el Señor Jesús. Esta historia es hermosa, pero ¿quién empujó a Felipe a ir al desierto a encontrarse con este hombre? ¿Quién empujó a Felipe para que se acercara al carruaje? Es el Espíritu Santo. El Espíritu Santo es el protagonista de la evangelización. “Padre, voy a evangelizar” – “Sí, ¿qué haces?” – Ah, yo anuncio el Evangelio y digo quién es Jesús, trato de convencer a la gente de que Jesús es Dios. Amigo, eso no es evangelización, si no hay Espíritu Santo no hay evangelización. Eso puede ser proselitismo, publicidad…. Pero la evangelización es dejar que el Espíritu Santo te guíe, que sea Él quien te empuje al anuncio, al anuncio con el testimonio, incluso con el martirio, incluso  con las palabras
Después de haber llevado al etíope al encuentro del Resucitado –el etíope encuentra a Jesús resucitado porque entiende aquella profecía-  Felipe desaparece; el Espíritu lo toma y lo envía a hacer otra cosa. He dicho que el protagonista de la evangelización es el Espíritu Santo y ¿Cuál es el signo de que tú, cristiana, cristiano, eres un evangelizador? La alegría. Incluso en el martirio. Y Felipe, lleno de alegría, fue a otro lugar a predicar el Evangelio
Que el Espíritu haga de los bautizados hombres y mujeres que anuncian el Evangelio para atraer a los demás otros no a sí mismos sino a Cristo, que sepan hacer lugar a la acción de Dios, que sepan volver a los demás libres y responsables ante el Señor.
02.10.19






Santa Marta: ¿Dejarse tocar por la Palabra de Dios o mirar al techo?

No podemos creer en tanta belleza”

(3 oct. 2019).- “¿Dejo que la Palabra de Dios toque mi corazón, o me quedo ahí parado mirando al techo y pensando en otra cosa?” Este es el interrogatorio del Papa durante la misa de la mañana del 3 de octubre de 2019, en la Casa Santa Marta en el Vaticano.
El domingo es el día del encuentro del pueblo con el Señor”, subrayó el Papa en su homilía… el día de mi encuentro con el Señor… es un día de encuentro. Pero “no entendemos la fiesta dominical sin la Palabra de Dios”.
Meditando en la primera lectura (Ne 8,1-4a.5-6.7b-12), en la que la gente “lloraba de emoción” al leer la Palabra de Dios, el Papa formuló varias preguntas para un examen de conciencia: “Cuando escuchamos la Palabra de Dios, ¿qué pasa en mi corazón? ¿Estoy atento a la Palabra de Dios? ¿Dejo que toque mi corazón, o me quedo ahí parado mirando al techo pensando en otra cosa y la Palabra entra por un oído y sale por el otro, sin llegar a mi corazón? ¿O no lo estoy escuchando? ¿Cómo encuentro al Señor en su Palabra que es la Biblia?”.
¿Qué estoy haciendo para prepararme para que la Palabra llegue a mi corazón? Y cuando la Palabra llega al corazón, hay lágrimas de alegría y es una celebración”. En efecto, “la Palabra de Dios nos hace felices, el encuentro con la Palabra de Dios nos llena de alegría y esta alegría es mi fuerza, es nuestra fuerza”.
Para el Papa, “los cristianos están alegres porque han acogido, han recibido en sus corazones la Palabra de Dios y encuentran continuamente la Palabra, la buscan. Este es el mensaje de hoy para todos nosotros… ¿Estoy convencido de que la alegría del Señor es mi fuerza? La tristeza no es nuestra fuerza”.
El que encuentra al Señor en su palabra piensa que es un “sueño”, observó también el Papa: “No podemos creer en tanta belleza”. Y desear: “Que el Señor nos conceda a todos la gracia de abrir nuestro corazón para este encuentro con su Palabra y no tener miedo de la alegría, no tener miedo de celebrar la alegría”.
03.10.19





Ordenación Episcopal en San Pedro: “Velad con amor por todo el rebaño”

Homilía del Santo Padre


(4 oct. 2019).- El Santo Padre pidió a los nuevos ordenados que velen “con amor por todo el rebaño”: “en el nombre del Padre, de quien deben dar imagen; en el nombre de Jesucristo, su Hijo, por quien han sido constituidos maestros, sacerdotes y pastores; y en el nombre del Espíritu Santo que da vida a la Iglesia y con su poder sostiene nuestra debilidad”.
El Papa Francisco presidió hoy, 4 de octubre de 2019, Fiesta litúrgica de San Francisco de Asís, la celebración Eucarística con el rito de Ordenación Episcopal, en la Basílica de San Pedro.
Los ordenandos son tres nuncios apostólicos -dos italianos y un maltés-, Mons. Paolo Borgia, Mons. Antoine Camilleri y Mons. Paolo Rudelli, y el subsecretario de la Sección de Migrantes y Refugiados del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, Mons. Michael Czerny.
Mons. Michael Czerny, por su parte, además de recibir la ordenación episcopal hoy, será creado cardenal por el Santo Padre mañana, 5 de octubre, en el Consistorio de Cardenales, junto con otros 12 nuevos cardenales.
Una gran responsabilidad
Según indica Vatican News, siguiendo la homilía ritual, Francisco invitó a meditar sobre la alta responsabilidad eclesial a la que los obispos están llamados: “Nuestro Señor Jesucristo enviado por el Padre para redimir a los hombres envió a su vez a los doce apóstoles al mundo, para que fueran llenos del poder del Espíritu Santo para proclamar el Evangelio a todos los pueblos y reunirlos bajo un solo pastor, para santificarlos y
conducirlos a la salvación”.
Y explicó que para perpetuar este ministerio, los Doce reunieron a los colaboradores y, a través de la imposición de las manos, les  transmitieron el don del Espíritu  Santo recibido por Jesús, que les confirió el sacramento del Orden.

Cristo se hace presente
Por medio de esta sucesión ininterrumpida de obispos, dicho ministerio primario se ha preservado y continúa hasta nuestros días: “En el obispo rodeado de sus sacerdotes está presente en medio de ustedes el mismo Señor, sumo sacerdote para siempre”, apuntó.
Así, de acuerdo al medio vaticano, el Santo Padre confirmó que “es Cristo, de hecho, quien en el ministerio del obispo continúa predicando el Evangelio de la salvación, es Cristo quien continúa santificando a los creyentes a través de los sacramentos de la fe. Es Cristo quien en la paternidad del obispo hace crecer su cuerpo, que es la Iglesia, con nuevos miembros. Es Cristo quien, con la sabiduría y la prudencia del obispo, guía al pueblo de Dios en la peregrinación terrena hacia la felicidad eterna”.
Ministerio de servicio
Después, el Papa se dirigió a los recién ordenados para recordarles que han sido elegidos “entre los hombres y para los hombres”, han sido constituidos no para ellos mismos, “sino para las cosas que conciernen a Dios”.
De hecho, describió el Obispo de Roma, “Episcopado” es “el nombre de un servicio, no de un honor” porque al obispo le concierne más el servicio que la dominación, según el mandato de Jesús: “Quien sea el más grande entre ustedes que sea como el más pequeño. Y quien gobierna, que sea como el que sirve”.
Por otro lado, les animó a propagar la palabra: “Anuncien la verdadera Palabra, no de los discursos aburridos que nadie entiende. Anuncien la Palabra de Dios. Recuerden que según Pedro, en los Hechos de los Apóstoles, las dos principales tareas del obispo son: la oración y el anuncio de la Palabra. Después todo lo administrativo. Pero estas dos son las columnas. A través de la oración y la ofrenda de sacrificio por tu pueblo, saca de la plenitud de la santidad de Cristo la riqueza multiforme de la gracia divina”.
Las cercanías
El Santo Padre se refirió a las tres cercanías del Obispo, siguiendo el ejemplo del Buen Pastor, que conoce sus ovejas y no duda en dar la vida por ellas: “Cercanía con el pueblo. Las tres cercanías del Obispo:la cercanía con Dios en la oración – este es el primer trabajo – la cercanía con los presbíteros en el colegio presbiteral, y la cercanía con el pueblo. No se olviden que han sido tomados y elegidos de la grey. No se olviden de sus raíces, de quienes les han transmitido la fe, de quienes les han dado la identidad. No nieguen al pueblo de Dios”, describió.
Y también pidió que amasen “con amor de padre y de hermano” a todos los que se les confían, antes que nada, a los sacerdotes y diáconos, pero también “a los pobres e indefensos y a todos los que necesitan acogida y ayuda”.
Asimismo, subrayó que la cuarta cercanía es la colegialidad, recordando “que en la Iglesia católica, reunidos en el vínculo de la caridad, están unidos al Colegio Episcopal – esta sería la cuarta cercanía – y deben llevar en ustedes la solicitud de todas las Iglesias, ayudando generosamente a los más necesitados”.
05.10.19





Francisco a los cardenales: Ser conscientes de la “compasión de Dios hacia nosotros” para testimoniarla

Homilía del Papa


(5 oct. 2019).- Para el Santo Padre la conciencia de la “compasión de Dios hacia nosotros” constituye “un requisito esencial”: “Si no me siento objeto de la compasión de Dios, no comprendo su amor. No es una realidad que se pueda explicar. O la siento o no la siento. Y si no la siento, ¿cómo puedo comunicarla, testimoniarla, darla? Más bien, no lo podré hacer. Concretamente: ¿Tengo compasión de ese hermano, de ese obispo, de ese sacerdote? ¿O destruyo siempre con mi actitud de condena, de indiferencia? ¿De mirar hacia otro lado, en realidad, para lavarme las manos?”.
Este sábado, 5 de octubre de 2019, el Papa Francisco ha consagrado a 13 nuevos cardenales en un Consistorio Ordinario Público, celebrado en la basílica de San Pedro a las 16 horas.
Actualmente, la Iglesia católica cuenta con 225 cardenales de los 5 continentes. De ellos, 128 tienen menos de 80 años y serían electores en el cónclave. Entre los nuevos cardenales se encuentran 10 electores y 3 no electores.
La compasión de Jesús


Nos lavamos las manos”



Homilía del Santo Padre
En el centro del episodio evangélico que hemos escuchado (Mc 6,30-37a) está la «compasión» de Jesús (cf. v. 34). Compasión, una palabra clave del Evangelio; está escrita en el corazón de Cristo, está escrita desde siempre en el corazón de Dios.
En los Evangelios, a menudo vemos a Jesús que siente compasión por las personas que sufren. Y cuanto más leemos y contemplamos, mejor entendemos que la compasión del Señor no es una actitud ocasional y esporádica, sino constante, es más, parece ser la actitud de su corazón, en el que se encarnó la misericordia de Dios.

Marcos, por ejemplo, cuenta que cuando Jesús empezó a recorrer Galilea predicando y expulsando a los demonios, se le acercó un leproso, «suplicándole de rodillas: “Si quieres, puedes limpiarme”. Compadecido, extendió la mano y lo tocó diciendo: “Quiero: queda limpio”» (1,40-42). En este gesto y en estas palabras está la misión de Jesús Redentor del hombre: Redentor en la compasión. Él encarna la voluntad de Dios de purificar al ser humano enfermo de la lepra del pecado; Él es la “mano extendida de Dios” que toca nuestra carne enferma y realiza esta obra llenando el abismo de la separación.
Jesús va a buscar a las personas descartadas, las que ya no tienen esperanza. Como ese hombre paralítico durante treinta y ocho años, postrado cerca de la piscina de Betesda, esperando en vano que alguien lo ayude a bajar al agua (cf. Jn 5,1-9).
Esta compasión no ha surgido en un momento concreto de la historia de la salvación, no, siempre ha estado en Dios, impresa en su corazón de Padre. Pensemos a la historia de la vocación de Moisés, por ejemplo, cuando Dios le habla desde la zarza ardiente y le dice: «He visto la opresión de mi pueblo en Egipto y he oído sus quejas […]; conozco sus sufrimientos» (Ex 3,7). Ahí está la compasión del Padre.
El amor de Dios por su pueblo está imbuido de compasión, hasta el punto que, en esta relación de alianza, lo divino es compasivo, mientras parece que por desgracia lo humano está muy desprovisto de ella, y le resulta lejana. Dios mismo lo dice: «¿Cómo podría abandonarte, Efraín, entregarte, Israel? […] Mi corazón está perturbado, se conmueven mis entrañas. […] Porque yo soy Dios, y no hombre; santo en medio de vosotros, y no me dejo llevar por la ira» (Os 11,8-9).
Los discípulos de Jesús demuestran con frecuencia que no tienen compasión, como en este caso, ante el problema de dar de comer a 

siente compasión por las personas que sufren. Y cuanto más leemos y contemplamos, mejor entendemos que la compasión del Señor no es una actitud ocasional y esporádica, sino constante, es más, parece ser la actitud de su corazón, en el que se encarnó la misericordia de Dios.
Marcos, por ejemplo, cuenta que cuando Jesús empezó a recorrer Galilea predicando y expulsando a los demonios, se le acercó un leproso, «suplicándole de rodillas: “Si quieres, puedes limpiarme”. Compadecido, extendió la mano y lo tocó diciendo: “Quiero: queda limpio”» (1,40-42). En este gesto y en estas palabras está la misión de Jesús Redentor del hombre: Redentor en la compasión. Él encarna la voluntad de Dios de purificar al ser humano enfermo de la lepra del pecado; Él es la “mano extendida de Dios” que toca nuestra carne enferma y realiza esta obra llenando el abismo de la separación.
Jesús va a buscar a las personas descartadas, las que ya no tienen esperanza. Como ese hombre paralítico durante treinta y ocho años, postrado cerca de la piscina de Betesda, esperando en vano que alguien lo ayude a bajar al agua (cf. Jn 5,1-9).
Esta compasión no ha surgido en un momento concreto de la historia de la salvación, no, siempre ha estado en Dios, impresa en su corazón de Padre. Pensemos a la historia de la vocación de Moisés, por ejemplo, cuando Dios le habla desde la zarza ardiente y le dice: «He visto la opresión de mi pueblo en Egipto y he oído sus quejas […]; conozco sus sufrimientos» (Ex 3,7). Ahí está la compasión del Padre.
El amor de Dios por su pueblo está imbuido de compasión, hasta el punto que, en esta relación de alianza, lo divino es compasivo, mientras parece que por desgracia lo humano está muy desprovisto de ella, y le resulta lejana. Dios mismo lo dice: «¿Cómo podría abandonarte, Efraín, entregarte, Israel? […] Mi corazón está perturbado, se conmueven mis entrañas. […] Porque yo soy Dios, y no hombre; santo en medio de vosotros, y no me dejo llevar por la ira» (Os 11,8-9).
Los discípulos de Jesús demuestran con frecuencia que no tienen compasión, como en este caso, ante el problema de dar de comer a 
las multitudes. Básicamente dicen: “Que se las arreglen…”. Es una actitud común entre nosotros los humanos, también para las personas religiosas e incluso dedicadas al culto. Nos lavamos las manos. El papel que ocupamos no es suficiente para hacernos compasivos, como lo demuestra el comportamiento del sacerdote y el levita que, al ver a un hombre moribundo al costado del camino, pasaron de largo dando un rodeo (cf. Lc 10,31-32). Habrán pensado para sí: “No me concierne”. Siempre hay un pretexto, alguna justificación para mirar hacia otro lado. Y cuando una persona de Iglesia se convierte en funcionario, este es el resultado más amargo. Siempre hay justificaciones; a veces están codificadas y dan lugar a los “descartes institucionales”, como en el caso de los leprosos: “Por supuesto, han de estar fuera, es lo correcto”. Así se pensaba, y así se piensa. De esta actitud muy, demasiado humana, se derivan también estructuras de no-compasión.
Llegados a este punto podemos preguntarnos: ¿Somos conscientes de que hemos sido los primeros en ser objeto de la compasión de Dios? Me dirijo en particular a vosotros, hermanos Cardenales y a los que estáis a punto de serlo: ¿Está viva en vosotros esta conciencia, de haber sido y de estar siempre precedidos y acompañados por su misericordia? Esta conciencia era el estado permanente del corazón inmaculado de la Virgen María, quien alaba a Dios como a “su salvador” que «ha mirado la humildad de su esclava» (Lc 1,48).
A mí me ayudó mucho verme reflejado en la página de Ezequiel 16: la historia del amor de Dios con Jerusalén; en esa conclusión: «Yo estableceré mi alianza contigo y reconocerás que yo soy el Señor, para que te acuerdes y te avergüences y no te atrevas nunca más a abrir la boca por tu oprobio, cuando yo te perdone todo lo que hiciste» (62-63). O en ese otro oráculo de Oseas: «La llevo al desierto, le hablo  al corazón. […] Allí responderá como en los días de su juventud, como el día de su salida de Egipto» (2,16-17). Podemos preguntarnos: ¿percibo en mí la compasión de Dios?, ¿siento en mí la seguridad de ser hijo de la compasión?

¿Tenemos viva en nosotros la conciencia de esta compasión de Dios hacia nosotros? No es una opción, ni siquiera diría de un “consejo evangélico”. No. Se trata de un requisito esencial. Si no me siento objeto de la compasión de Dios, no comprendo su amor. No es una realidad que se pueda explicar. O la siento o no la siento. Y si no la siento, ¿cómo puedo comunicarla, testimoniarla, darla? Más bien, no podré hacerlo. Concretamente: ¿Tengo compasión de ese hermano, de ese obispo, de ese sacerdote? ¿O destruyo siempre con mi actitud de condena, de indiferencia, de mirar para otro lado, en realidad para lavarme las manos?
La capacidad de ser leal en el propio ministerio depende para todos nosotros también de esta conciencia viva. También para vosotros, hermanos Cardenales. La palabra “compasión” me vino al corazón precisamente en el momento de comenzar a escribiros la carta del 1 de septiembre. La disponibilidad de un Purpurado a dar su propia sangre —que está simbolizada por el color rojo de la vestidura—, es segura cuando se basa en esta conciencia de haber recibido compasión y en la capacidad de tener compasión. De lo contrario, no se puede ser leal. Muchos comportamientos desleales de hombres de Iglesia dependen de la falta de este sentido de la compasión recibida, y de la costumbre de mirar a otra parte, la costumbre de la indiferencia.
Pidamos hoy, por intercesión del apóstol Pedro, la gracia de un corazón compasivo, para que seamos testigos de Aquel que nos amó y nos ama, que nos miró con misericordia, que nos eligió, nos consagró y nos envió a llevar a todos su Evangelio de salvación.



al corazón. […] Allí responderá como en los días de su juventud, como el día de su salida de Egipto» (2,16-17). Podemos preguntarnos: ¿percibo en mí la compasión de Dios?, ¿siento en mí la seguridad de ser hijo de la compasión?
¿Tenemos viva en nosotros la conciencia de esta compasión de Dios hacia nosotros? No es una opción, ni siquiera diría de un “consejo evangélico”. No. Se trata de un requisito esencial. Si no me siento objeto de la compasión de Dios, no comprendo su amor. No es una realidad que se pueda explicar. O la siento o no la siento. Y si no la siento, ¿cómo puedo comunicarla, testimoniarla, darla? Más bien, no podré hacerlo. Concretamente: ¿Tengo compasión de ese hermano, de ese obispo, de ese sacerdote? ¿O destruyo siempre con mi actitud de condena, de indiferencia, de mirar para otro lado, en realidad para lavarme las manos?
La capacidad de ser leal en el propio ministerio depende para todos nosotros también de esta conciencia viva. También para vosotros, hermanos Cardenales. La palabra “compasión” me vino al corazón precisamente en el momento de comenzar a escribiros la carta del 1 de septiembre. La disponibilidad de un Purpurado a dar su propia sangre —que está simbolizada por el color rojo de la vestidura—, es segura cuando se basa en esta conciencia de haber recibido compasión y en la capacidad de tener compasión. De lo contrario, no se puede ser leal. Muchos comportamientos desleales de hombres de Iglesia dependen de la falta de este sentido de la compasión recibida, y de la costumbre de mirar a otra parte, la costumbre de la indiferencia.
Pidamos hoy, por intercesión del apóstol Pedro, la gracia de un corazón compasivo, para que seamos testigos de Aquel que nos amó y nos ama, que nos miró con misericordia, que nos eligió, nos consagró y nos envió a llevar a todos su Evangelio de salvación.
06.10.19



Ángelus: “Nada es imposible para quién tiene    fe”

Palabras del Papa antes de la oración

(6 octubre 2019).- “Nada es imposible para alguien que tiene fe, porque no depende de su propia fuerza sino de Dios, que puede hacer cualquier cosa”, dijo el Papa Francisco en el “Ángelus” del domingo, 6 de octubre de 2019.
Al presentar la oración mariana en la Plaza de San Pedro, el Papa invitó a los cristianos a cultivar “una fe que no es orgullosa y segura de ella”, que “no pretende ser la de un gran creyente”, sino una fe que “siente una gran necesidad de Dios y, en su pequeñez, se entrega a él con plena confianza”.
¿Cómo saber si nuestra fe es sincera? preguntó el Papa. Por “el servicio”, “la actitud de disponibilidad” frente a Dios. El hombre de fe, de hecho, “se pone completamente a la voluntad de Dios, sin cálculos ni pretensiones”.


Meditación del Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La página del Evangelio de hoy (cf. Lc 17,5-10) presenta el tema de la fe, presentado por la solicitud de los discípulos “¡Aumenta en nosotros la fe!” (v. 6), esta es una bella oración que nosotros deberíamos de rezar a menudo en nuestra jornada “¡Señor, aumenta la fe en mí!” Jesús responde con dos imágenes: la semilla de mostaza y el sirviente disponible. “Si tuvieras tanta fe como un grano de mostaza podrías decir a esta morera: “Ve y plántate en el mar”, y te obedecerá” (v. 6). El árbol de morera es un árbol robusto, bien arraigado en el suelo y resistente a los vientos. Jesús, por lo tanto, quiere dejar en claro que la fe, aunque sea pequeña como la semilla de la mostaza, tiene la fuerza para desarraigar incluso una morera; y luego transplantarla al mar, lo cual es algo aún más improbable: pero nada es imposible para los que tienen fe, porque no confían en sus propias fuerzas sino en Dios, que lo puede todo, que puede hacer todo.
La fe comparable a la semilla de mostaza es una fe que no es soberbia ni segura de sí misma, no se hace la que es una gran creyente y después comete grandes errores, sino que en su humildad siente una gran necesidad de Dios y, en su pequeñez, se abandona con plena confianza a Él. Es la fe la que nos da la capacidad de mirar con esperanza los altibajos de la vida, que nos ayuda a aceptar incluso derrotas y sufrimientos, sabiendo que el mal nunca tiene la última palabra, nunca.
¿Cómo podemos entender si realmente tenemos fe, es decir, si nuestra fe, aunque pequeña, como la semilla de mostaza, es genuina, pura, transparente? Jesús nos lo explica indicando cuál es la medida de la fe: el servicio. Lo hace con una parábola que a primera vista es un poco desconcertante, porque presenta la figura de un maestro prepotente e indiferente. Pero sólo esta manera de hacer el maestro pone de relieve el verdadero centro de la parábola, que es la actitud de disponibilidad del siervo. Jesús quiere decir que así es el hombre de fe en Dios: se entrega por completo a su voluntad, sin cálculos ni pretensiones.
Esta actitud hacia Dios se refleja también en el modo en que nos comportamos en comunidad: sí se refleja en la alegría de estar al servicio unos de otros, encontrando ya en esto su propia recompensa y no en el reconocimiento y las ganancias que se pueden obtener de ello. Esto es lo que Jesús enseña al final de este relato: “Cuando hayas hecho todo lo que se te ha ordenado, di: “Somos siervos inútiles. Hicimos lo que teníamos que hacer”. (v. 10).
Servidores inútiles, es decir, sin pretensiones de agradecimiento, sin reclamos. “Somos servidores inútiles” es una expresión de humildad y disponibilidad que hace tanto bien a la Iglesia y recuerda la actitud correcta para trabajar en ella: el servicio humilde, del que Jesús nos dio el ejemplo, lavando los pies a los discípulos (cf. Jn 13,3-17).
Que la Virgen María, mujer de fe, nos ayude a seguir por este camino. Nos dirigimos a ella en vísperas de la fiesta de Nuestra Señora del Rosario, en comunión con los fieles reunidos en Pompeya para la tradicional Súplica

Palabras del Papa después del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas!
La celebración eucarística en la Basílica de San Pedro acaba de terminar. hemos comenzado la Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos para la Región Panamazónica.
Durante tres semanas los Padres sinodales, reunidos en torno al Sucesor de Pedro, reflexionarán sobre la misión de la Iglesia en la Amazonía, sobre la evangelización y sobre la promoción de una ecología integral. Les pido que acompañen con la oración  este importante acontecimiento eclesial, para que pueda ser vivido en comunión fraterna y la docilidad al Espíritu Santo, que siempre muestra el camino para el testimonio del Evangelio.
Agradezco a todos ustedes, peregrinos que han venido en gran número de Italia y de tantas partes del mundo.
Saludo a los fieles de Heidelberg, Alemania, y de Rozlazino, Polonia; a los estudiantes de Dillingen, en Alemania también, y los del Instituto San Alfonso de la Bella Vista, Argentina. Saludo al grupo de Fara Vicentino y Zugliano, a las familias de la Alta Val Tidone, a los peregrinos…. de los castillos romanos que han hecho una marcha por la paz y a los de Camisano Vicentino llegaron a lo largo de la Vía Francigena por  una iniciativa de solidaridad.
Les deseo a todos un feliz domingo. Y por favor, no se olviden de rezar por mí. Buen almuerzo y adiós!
06.10.19







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