Jornada del migrante y del refugiado: El Papa bendice los ángeles de Timothy Schmalz
“Recordando
a todos el desafío evangélico de la acogida”
(29
septiembre 2019).- El Papa Francisco ha bendecido a un grupo
escultórico del artista canadiense Timothy Schmalz, titulado
“Ángeles inconscientes”, en la Plaza de San Pedro, el 29 de
septiembre de 2019, al final de la misa para la Jornada Mundial
de los Migrantes y Refugiados ,
según lo solicitado por Papa Benedicto XV en 1914: esta es la 105a
edición de esta jornada.
La
escultura se exhibirá permanentemente en la Plaza de San Pedro, el
Papa ha deseado “recordar a todos el desafío evangélico de la
acogida”.
Antes
de la oración del Ángelus, el Papa Francisco ha deseado “dar la
bienvenida a todos los que han participado en este momento de oración
mediante el cual renovamos la atención de la Iglesia a las
diferentes categorías de personas vulnerables en movimiento”.
El
Papa recordó las circunstancias de esta bendición: “En unión con
los fieles de todas las diócesis del mundo hemos celebrado la
Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado, para reafirmar la
necesidad de que nadie sea excluido de la sociedad, ya sea un
ciudadano residente desde hace mucho tiempo o uno recién llegado”.
El
Papa también explicó que “para subrayar este compromiso” iba a
inaugurar, durante su recorrido por la Plaza de San Pedro en
papamóvil “, la escultura que tiene como tema estas palabras de la
Carta a los Hebreos: “No olvidéis la hospitalidad; algunos,
practicándola, sin saberlo, han acogido a los ángeles” (13,2).
Esta escultura, en bronce y arcilla, representa a un grupo de
migrantes de diversas culturas y diferentes períodos históricos.
Quería esta obra de arte aquí en la Plaza de San Pedro, para que
todo el mundo pueda recordar el desafío evangélico de acoger a la
gente.
Al
escultor le llevó un año de trabajo completar su obra, que estará
permanentemente en la Plaza de san pedro. También es el autor de
“Jesús sin hogar”.
29.09.19
Santa Marta: Cuidar a los niños y los ancianos, símbolo de la “cultura de la esperanza”
Meditación del Papa en la Misa
(30
sept. 2019).- El Papa Francisco ha recordado que el mensaje de Dios
es el de la “cultura de la esperanza”, representada en nuestra
sociedad por “viejos y jóvenes”, que constituyen la certeza de
la supervivencia de “un país, de una patria y de la Iglesia”.
Hoy,
30 de septiembre de 2019, en la homilía de la Misa en la Casa Santa
Marta, se leyó el octavo capítulo del libro del Profeta Zacarías,
a partir del cual el Santo Padre subrayó que el amor de Dios por su
pueblo es grande, es como un fuego que nos hace más humanos,
indica Vatican
News.
Ancianos
y niños
Con
respecto a la primera lectura, Francisco expuso que en ella existen
claros “signos de la presencia del Señor” con su pueblo, una
“presencia que nos hace más humanos” y “maduros”.
Y
estos signos proceden de la abundancia de la vida, de los niños y
ancianos de nuestra sociedad: “El signo de la vida, el signo del
respeto por la vida, del amor por la vida, el signo de hacer crecer
la vida… es el signo de la presencia de Dios en nuestras
comunidades y también el signo de la presencia de Dios que hace
madurar a un pueblo cuando hay ancianos”.
Y
reiteró que la señal de la presencia de Dios se encuentra “cuando
un pueblo se preocupa por los ancianos y los niños, los tiene como
su tesoro”
(…), “es la promesa de un futuro”.
Cultura
del descarte, una ruina
Remitiendo
a la profecía de Joel, que dice “sus ancianos tendrán sueños,
sus jóvenes tendrán visiones”, y en la que se habla del
intercambio recíproco entre las dos generaciones, el Pontífice
reseñó que, contrariamente, en nuestra realidad predomina la
cultura del descarte.
De
acuerdo a la misma fuente, la citada cultura del descarte es
definida por el Obispo de Roma como una “ruina”, que nos lleva a
“devolver al remitente” a los niños o a llevar a los ancianos a
las residencias porque “no producen”, “porque impiden una vida
normal”.
Los
ancianos, raíces para crecer
Y,
para que se comprenda mejor lo que significa descuidar a los ancianos
y a los niños, el Papa contó una historia de su abuela. En ella, el
padre de una familia decidió mandar al abuelo a comer solo en la
cocina porque, por su avanzada edad, dejaba caer la sopa y se
ensuciaba. Un día, el hombre se encontró a su hijo construyendo una
mesa de madera porque pensaba que tarde o temprano tendría el mismo
destino que su abuelo.
Así,
para Francisco, si se desatiende a los niños y a los ancianos,
surgen los efectos negativos de las sociedades modernas: “Cuando
un país envejece y no hay niños, no se ven cochecitos de niños en
las calles, no se ven a las mujeres embarazadas: ‘Un niño, mejor
no…’. Cuando se lee que en ese país hay más pensionistas que
trabajadores. ¡Es trágico! Y cuántos países hoy en día están
empezando a vivir este invierno demográfico. Y cuando se descuidan a
los viejos se pierde – digámoslo sin vergüenza – la
tradición, la tradición que no es un museo de cosas viejas, es la
garantía del futuro, es el jugo de las raíces que hace crecer el
árbol y da flores y frutos. Es una sociedad estéril para ambas
partes y por eso termina mal”.
Y
agregó que, aunque “la juventud se puede comprar”, a través del
de maquillaje, la cirugía plástica y los liftings,
todo ello termina siempre en lo “ridículo”.
“Esta
es mi victoria”
Finalmente,
recordó cómo en sus múltiples viajes por el mundo los padres
levantan a sus hijos para que los bendiga, para mostrar sus propias
“joyas”.
En
concreto, se refirió a la anciana con la que se cruzó en Iasi,
Rumanía, que llevaba a su nieto en brazos y se lo enseñaba como
diciendo “Ésta es mi victoria, este es mi triunfo”.
Dicha
imagen de la abuela con su nieto, “nos dice más que esta
predicación. Por lo tanto, el amor de Dios es siempre sembrar amor y
hacer crecer al pueblo. No a la cultura del descarte. Me dan ganas de
decir, disculpen, a ustedes, los párrocos, cuando por la noche hacen
su examen de conciencia, pregúntense lo siguiente: ¿Cómo me he
comportado hoy con los niños y los ancianos? Nos ayudará”,
concluyó.
01.10.19
Mes Misionero Extraordinario: “¡Ánimo!”, el Señor te pide entrega allí donde estés
Homilía del Santo Padre
(1
oct. 2019).- El Papa Francisco ha animado a hacer misión: “El
Señor te pide que te entregues allí donde estás, así como estás,
con quien está a tu lado; que no vivas pasivamente la vida, sino que
la entregues; que no te compadezcas a ti mismo, sino que te dejes
interpelar por las lágrimas del que sufre”.
Hoy,
a las 18 horas, en la festividad de santa Teresita del Niño Jesús,
patrona de las Misiones, en la basílica de San Pedro, el Santo Padre
ha presidido la oración litúrgica de las Vísperas con ocasión del
inicio del Mes
Misionero Extraordinario bajo
el tema: “Bautizados y enviados: la Iglesia de Cristo en misión en
el mundo”.
La
omisión, contraria a la misión
En
este sentido, el Pontífice indicó que este Mes Misionero
Extraordinario ha de ser “una sacudida que nos impulse a
ser activos
en el bien.
No notarios de la fe y guardianes de la gracia, sino misioneros”.
Así, para ser misioneros, el Obispo de Roma indicó que la clave
está en vivir como testigos, “testimoniando con nuestra vida que
conocemos a Jesús”.
Dios
ama una Iglesia en salida
Asimismo,
Francisco indicó que Dios ama una Iglesia en salida, misionera: “Una
Iglesia que no pierde el tiempo en llorar por las cosas que no
funcionan, por los fieles que ya no tiene, por los valores de antaño
que ya no están. Una Iglesia que no busca oasis protegidos para
estar tranquila; sino que solo desea ser sal de la tierra y fermento
para el mundo”.
Homilía
del Santo Padre
En
la parábola que hemos escuchado, el Señor se presenta como un
hombre que, antes de partir, llama a
sus siervos para encargarles sus bienes (cf. Mt 25,14).
Dios nos ha confiado sus bienes más grandes:
nuestra
vida, la de los demás, a cada uno muchos dones distintos. Y estos
dones, estos talentos, no representan algo para guardar en una caja
fuerte, sino una llamada: el Señor nos llama a hacer fructificar los
talentos con audacia y creatividad. Dios no nos preguntará si hemos
conservado celosamente la vida y la fe, sino si la hemos puesto en
juego, arriesgando, quizá perdiendo el prestigio. Este Mes misionero
extraordinario quiere ser una sacudida que nos impulse a ser activos
en el bien.
No notarios de la fe y guardianes de la gracia, sino misioneros.
¿Pero
cómo se hace para ser misioneros? Viviendo como testigos:
testimoniando con nuestra vida que conocemos a Jesús. Testigo es la
palabra clave, una palabra que tiene la misma raíz de significado
que mártir. Y los mártires son los primeros testigos de la fe: no
con palabras, sino con la vida. Saben que la fe no es propaganda o
proselitismo, es un respetuoso don de vida. Viven transmitiendo paz y
alegría, amando a todos, incluso a los enemigos, por amor a Jesús.
Nosotros, que hemos descubierto que somos hijos del Padre celestial,
¿cómo podemos callar la alegría de ser amados, la certeza de ser
siempre valiosos a los ojos de Dios? Es el anuncio que tanta gente
espera. Y esa es nuestra responsabilidad. Preguntémonos en este mes:
¿cómo es mi testimonio?
Al
final de la parábola el Señor llama «bueno y fiel» al que ha sido
emprendedor; en cambio, «malvado y holgazán» al siervo que ha
estado a la defensiva (cf. vv. 21.23.26). ¿Por qué Dios es tan
severo con el siervo que tuvo miedo? ¿Qué mal ha hecho? Su mal
es no
haber hecho el bien,
ha pecado de omisión (…).
Y este puede ser el pecado de toda una vida, porque la hemos recibido
no para enterrarla, sino para ponerla en juego; no para conservarla,
sino para darla. Quien está con Jesús sabe que se
tiene lo que se da,
se posee lo que se entrega;
y el secreto para poseer la vida es entregarla. Vivir de omisiones es
renegar de nuestra vocación: la omisión es
contraria a la misión.
Pecamos
de omisión, es decir, contra la misión, cuando, en vez de
transmitir la alegría, nos cerramos en un triste victimismo,
pensando que ninguno nos ama y nos comprende. Pecamos contra la
misión cuando cedemos a la resignación: “No puedo, no soy capaz”.
¿Pero cómo? ¿Dios te ha dado unos talentos y tú te crees tan
pobre que no puedes enriquecer a nadie? Pecamos contra la misión
cuando, quejumbrosos, seguimos diciendo que todo va mal, en el mundo
y en la Iglesia. Pecamos contra la misión cuando somos esclavos de
los miedos que inmovilizan y nos dejamos paralizar del “siempre se
ha hecho así”. Y pecamos contra la misión cuando vivimos la vida
como un peso y no como un don; cuando en el centro estamos nosotros
con nuestros problemas, y no nuestros hermanos y hermanas que esperan
ser amados.
«Dios
ama al que da con alegría» (2
Co 9,7).
Ama una Iglesia en salida. Si no está en salida no es Iglesia. Una
Iglesia en salida, misionera, es una Iglesia que no pierde el tiempo
en llorar por las cosas que no funcionan, por los fieles que ya no
tiene, por los valores de antaño que ya no están. Una Iglesia que
no busca oasis protegidos para estar tranquila; sino que sólo desea
ser sal
de la tierra
y fermento para el mundo.
Esta Iglesia sabe que esta es su fuerza, la misma de Jesús: no la
relevancia social o institucional, sino el amor humilde y gratuito.
Hoy
entramos en el octubre misionero acompañados por tres “siervos”
que han dado mucho fruto. Nos muestra el camino santa Teresa del Niño
Jesús, que hizo de la oración el combustible de la acción
misionera en el mundo. Este es también el mes del Rosario: ¿Cuánto
rezamos por la propagación del Evangelio, para convertirnos de la
omisión a la misión? Luego está san Francisco Javier, quizá
después de san Pablo el más grande misionero de la historia.
También él nos remueve: ¿Salimos de nuestros caparazones, somos
capaces de dejar nuestras comodidades por el Evangelio? Y está la
venerable Paulina Jaricot, una trabajadora que sostuvo las misiones
con su labor cotidiana: con el dinero que aportaba de su salario,
estuvo en los inicios de las Obras Misionales Pontificias. Y
nosotros, ¿hacemos que cada día sea un don para superar la fractura
entre el Evangelio y la vida? Por favor, no vivamos una fe “de
sacristía”.
Nos
acompañan una religiosa, un sacerdote y una laica. Nos dicen que
nadie está excluido de la misión de la Iglesia. Sí, en este mes el
Señor te llama también a ti. Te llama a ti, padre y madre de
familia; a ti, joven que sueñas cosas grandes; a ti, que trabajas en
una fábrica, en un negocio, en un banco, en un restaurante; a ti,
que estás sin trabajo; a ti, que estás en la cama de un hospital…
El Señor te pide que te entregues allí donde estás, así como
estás, con quien está a tu lado; que no vivas pasivamente la vida,
sino que la entregues; que no te compadezcas a ti mismo, sino que te
dejes interpelar por las lágrimas del que sufre. Ánimo, el Señor
espera mucho de ti. Espera también que alguien tenga la valentía de
partir, de ir allí donde se necesita más esperanza y
dignidad, ad gentes,
allí donde tanta gente vive todavía sin la alegría del Evangelio
(…). Ve, el Señor no te dejará solo; dando testimonio,
descubrirás que el Espíritu Santo llegó antes de ti para
prepararte el camino. Ánimo, hermanos y hermanas; ánimo, Madre
Iglesia: ¡Vuelve a encontrar tu fecundidad en la alegría de la
misión!
02.10.19La alegría, “signo” del cristiano evangelizador – Catequesis completa
Ciclo de los Hechos de los
Apóstoles
(2
oct. 2019).- “¿Cuál es el signo de que tú, cristiana, cristiano,
eres un evangelizador? La alegría. Incluso en el martirio”, indicó
el Papa Francisco.
Hoy,
2 de octubre de 2019, el Santo Padre, ha continuado con el ciclo de
catequesis sobre los Hechos de los Apóstoles, centrando su reflexión
en el pasaje “Se puso a anunciarle la Buena Nueva de Jesús”
(Hechos 8:35). Felipe y la “carrera” del Evangelio por caminos
nuevos (Hechos de los Apóstoles 8, 5-8).
Este
fragmento se contextualiza en el momento en el que, tras la muerte de
Esteban, la Iglesia sufre una gran persecución en Jerusalén. Los
Apóstoles permanecen en dicha ciudad, mientras muchos cristianos se
ven obligados a dispersarse por Judea y Samaría.
Felipe
y el etíope
En
estos momentos de persecución, en los que la evangelización no
cesa, sino que es impulsada, Francisco resaltó la labor apostólica
del diácono Felipe. Una vez, este discípulo de Jesús se encontró
en el desierto con un alto funcionario etíope, prosélito judío,
que leía el cuarto canto del “siervo del Señor” del profeta
Isaías y admitió que no lograba entenderlo.
“Ese
hombre poderoso reconoce que necesita ser guiado para entender la
Palabra de Dios. Era el gran tesorero, era el ministro de economía,
tenía todo el poder sobre el dinero, pero sabía que sin la
explicación no podía entender, era humilde”, señaló el
Pontífice.
Jesús,
“clave” para entender la Escritura
Para
el Obispo de Roma, este encuentro entre Felipe y el etíope “nos
lleva a reflexionar también sobre el hecho de que no basta con leer
la Escritura, es necesario comprender su significado” y explicó
que “entrar en la Palabra de Dios es estar dispuesto a ir más allá
de los propios límites para encontrar y conformarse a Cristo, que es
la Palabra viva del Padre”.
Así,
Felipe ofrece a su receptor la “clave” de la lectura de la
Escritura: el Jesucristo que él y toda la Iglesia anuncian. El
etíope reconoció entonces a Cristo y pidió el Bautismo, como
muestra de su fe en Jesús.
El
espíritu Santo, protagonista de la evangelización
Catequesis
del Santo Padre
Queridos
hermanos y hermanas:
Después
del martirio de Esteban, la “carrera” de la Palabra de Dios
parece sufrir un paro debido al desatarse de “una gran
persecución contra la Iglesia de Jerusalén” (Hch 8,1). El
resultado es que los Apóstoles permanecen en Jerusalén,
mientras muchos cristianos se dispersan por otros lugares en Judea y
Samaria.
En
el libro de los Hechos, la persecución aparece como el estado de
vida permanente de los discípulos, de acuerdo con lo que había
dicho Jesús: “Si a mí me han perseguido, también os perseguirán
a vosotros”. (Jn 15.20). Pero la persecución, en lugar de apagar
el fuego de la evangelización, lo atiza todavía más.
Hemos
escuchado lo que hizo el diácono Felipe que comienza a evangelizar
las ciudades de Samaria, y son numerosos los signos de liberación y
sanación que acompañan el anuncio de la Palabra. Entonces, el
Espíritu Santo marca una nueva etapa en el camino del Evangelio:
empuja a Felipe a salir al encuentro de un forastero que tiene el
corazón abierto a Dios. Felipe se levanta y parte decidido y, en un
camino desierto y peligroso, se encuentra con un alto funcionario de
la Reina de Etiopía, administrador de sus tesoros. Este hombre, un
eunuco, después de haber ido a Jerusalén para rendir culto, regresa
a su país. Era un prosélito judío de Etiopía. Sentado en una
carroza, lee el rollo del profeta Isaías, en particular el cuarto
canto del “siervo del Señor”.
Felipe
se acerca al carruaje y le pregunta: “¿Entiendes lo que vas
leyendo?” (Hechos 8:30). El etíope le contesta: “¿Cómo lo
puedo entender si nadie me hace de guía?” (Hechos 8:31). Ese
hombre poderoso reconoce que necesita ser guiado para entender la
Palabra de Dios. Era el gran tesorero, era el ministro de economía,
tenía todo el poder sobre el dinero, pero sabía que sin la
explicación no podía entender, era humilde.
Y
este diálogo entre Felipe y el etíope nos lleva a reflexionar
también sobre el hecho de que no basta con leer la Escritura, es
necesario comprender su significado, encontrar el “jugo” que va
más allá de la “corteza”,
ir al Espíritu que anima la letra. Como dijo el Papa Benedicto XVI
al comienzo del Sínodo sobre la Palabra de Dios, “la exégesis, la
verdadera lectura de la Sagrada Escritura, no es sólo un fenómeno
literario, […]. Es el movimiento de mi existencia” (Meditación,
6 de octubre de 2008).
Entrar en la Palabra de Dios es estar dispuesto a ir más allá de
los propios límites para encontrar y conformarse a Cristo, que es la
Palabra viva del Padre.
¿Quién
es, pues, el protagonista de lo que leía el etíope? Felipe
ofrece a su interlocutor la clave de lectura: ese siervo manso y
sufriente, que no devuelve mal por mal y que aunque sea considerado
fracasado y estéril y al final eliminado, libera al pueblo de la
iniquidad y da fruto para Dios, ¡es precisamente ese Cristo que
Felipe y toda la Iglesia anuncian! Que con la Pascua nos ha redimido
a todos. Finalmente el etíope reconoce a Cristo y pide el bautismo y
profesa fe en el Señor Jesús. Esta historia es hermosa, pero ¿quién
empujó a Felipe a ir al desierto a encontrarse con este hombre?
¿Quién empujó a Felipe para que se acercara al carruaje? Es el
Espíritu Santo. El Espíritu Santo es el protagonista de la
evangelización. “Padre, voy a evangelizar” – “Sí, ¿qué
haces?” – Ah, yo anuncio el Evangelio y digo quién es Jesús,
trato de convencer a la gente de que Jesús es Dios. Amigo, eso no es
evangelización, si no hay Espíritu Santo no hay evangelización.
Eso puede ser proselitismo, publicidad…. Pero la evangelización es
dejar que el Espíritu Santo te guíe, que sea Él quien te empuje al
anuncio, al anuncio con el testimonio, incluso con el martirio,
incluso con
las palabras
Después
de haber llevado al etíope al encuentro del Resucitado –el etíope
encuentra a Jesús resucitado porque entiende aquella profecía-
Felipe desaparece; el Espíritu lo toma y lo envía a hacer
otra cosa. He dicho que el protagonista de la evangelización es el
Espíritu Santo y ¿Cuál es el signo de que tú, cristiana,
cristiano, eres un evangelizador? La alegría. Incluso en el
martirio. Y Felipe, lleno de alegría, fue a otro lugar a predicar el
Evangelio
Que
el Espíritu haga de los bautizados hombres y mujeres que anuncian el
Evangelio para atraer a los demás otros no a sí mismos sino a
Cristo, que sepan hacer lugar a la acción de Dios, que sepan volver
a los demás libres y responsables ante el Señor.
Santa Marta: ¿Dejarse tocar por la Palabra de Dios o mirar al techo?
“No
podemos creer en tanta belleza”
(3
oct. 2019).- “¿Dejo que la Palabra de Dios toque mi corazón, o me
quedo ahí parado mirando al techo y pensando en otra cosa?” Este
es el interrogatorio del Papa durante la misa de la mañana del 3 de
octubre de 2019, en la Casa Santa Marta en el Vaticano.
“El
domingo es el día del encuentro del pueblo con el Señor”, subrayó
el Papa en su homilía… el día de mi encuentro con el Señor… es
un día de encuentro. Pero “no entendemos la fiesta dominical sin
la Palabra de Dios”.
Meditando
en la primera lectura (Ne 8,1-4a.5-6.7b-12), en la que la gente
“lloraba de emoción” al leer la Palabra de Dios, el Papa formuló
varias preguntas para un examen de conciencia: “Cuando escuchamos
la Palabra de Dios, ¿qué pasa en mi corazón? ¿Estoy atento a la
Palabra de Dios? ¿Dejo que toque mi corazón, o me quedo ahí parado
mirando al techo pensando en otra cosa y la Palabra entra por un oído
y sale por el otro, sin llegar a mi corazón? ¿O no lo estoy
escuchando? ¿Cómo encuentro al Señor en su Palabra que es la
Biblia?”.
“¿Qué
estoy haciendo para prepararme para que la Palabra llegue a mi
corazón? Y cuando la Palabra llega al corazón, hay lágrimas de
alegría y es una celebración”. En efecto, “la Palabra de Dios
nos hace felices, el encuentro con la Palabra de Dios nos llena de
alegría y esta alegría es mi fuerza, es nuestra fuerza”.
Para
el Papa, “los cristianos están alegres porque han acogido, han
recibido en sus corazones la Palabra de Dios y encuentran
continuamente la Palabra, la buscan. Este es el mensaje de hoy para
todos nosotros… ¿Estoy convencido de que la alegría del Señor es
mi fuerza? La tristeza no es nuestra fuerza”.
El
que encuentra al Señor en su palabra piensa que es un “sueño”,
observó también el Papa: “No podemos creer en tanta belleza”. Y
desear: “Que el Señor nos conceda a todos la gracia de abrir
nuestro corazón para este encuentro con su Palabra y no tener miedo
de la alegría, no tener miedo de celebrar la alegría”.
03.10.19
Ordenación Episcopal en San Pedro: “Velad con amor por todo el rebaño”
Homilía del Santo Padre
(4
oct. 2019).- El Santo Padre pidió a los nuevos ordenados que velen
“con amor por todo el rebaño”: “en el nombre del Padre, de
quien deben dar imagen; en el nombre de Jesucristo, su Hijo, por
quien han sido constituidos maestros, sacerdotes y pastores; y en el
nombre del Espíritu Santo que da vida a la Iglesia y con su poder
sostiene nuestra debilidad”.
El
Papa Francisco presidió hoy, 4 de octubre de 2019, Fiesta litúrgica
de San Francisco de Asís, la celebración Eucarística con el rito
de Ordenación Episcopal, en la Basílica de San Pedro.
Los
ordenandos son tres nuncios apostólicos -dos italianos y un maltés-,
Mons. Paolo Borgia, Mons. Antoine Camilleri y Mons. Paolo Rudelli, y
el subsecretario de la Sección de Migrantes y Refugiados del
Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, Mons.
Michael Czerny.
Mons.
Michael Czerny, por su parte, además de recibir la ordenación
episcopal hoy, será creado cardenal por el Santo Padre mañana, 5 de
octubre, en el Consistorio
de Cardenales,
junto con otros 12 nuevos cardenales.
Una
gran responsabilidad
Según
indica Vatican
News,
siguiendo la homilía ritual, Francisco invitó a meditar sobre la
alta responsabilidad eclesial a la que los obispos están llamados:
“Nuestro Señor Jesucristo enviado por el Padre para redimir a los
hombres envió a su vez a los doce apóstoles al mundo, para que
fueran llenos del poder del Espíritu Santo para proclamar el
Evangelio a todos los pueblos y reunirlos bajo un solo pastor, para
santificarlos y
conducirlos
a la salvación”.
Y
explicó que para perpetuar este ministerio, los Doce reunieron a los
colaboradores y, a través de la imposición de las manos, les transmitieron
el don del Espíritu Santo recibido por Jesús, que les
confirió el sacramento del Orden.
Cristo
se hace presente
Por
medio de esta sucesión ininterrumpida de obispos, dicho ministerio
primario se ha preservado y continúa hasta nuestros días: “En el
obispo rodeado de sus sacerdotes está presente en medio de ustedes
el mismo Señor, sumo sacerdote para siempre”, apuntó.
Así,
de acuerdo al medio vaticano, el Santo Padre confirmó que “es
Cristo, de hecho, quien en el ministerio del obispo continúa
predicando el Evangelio de la salvación, es Cristo quien continúa
santificando a los creyentes a través de los sacramentos de la fe.
Es Cristo quien en la paternidad del obispo hace crecer su cuerpo,
que es la Iglesia, con nuevos miembros. Es Cristo quien, con la
sabiduría y la prudencia del obispo, guía al pueblo de Dios en la
peregrinación terrena hacia la felicidad eterna”.
Ministerio
de servicio
Después,
el Papa se dirigió a los recién ordenados para recordarles que han
sido elegidos “entre los hombres y para los hombres”, han sido
constituidos no para ellos mismos, “sino para las cosas que
conciernen a Dios”.
De
hecho, describió el Obispo de Roma, “Episcopado” es “el nombre
de un servicio, no de un honor” porque al obispo le concierne
más el servicio que la dominación, según el mandato de Jesús:
“Quien sea el más grande entre ustedes que sea como el más
pequeño. Y quien gobierna, que sea como el que sirve”.
Por
otro lado, les animó a propagar la palabra: “Anuncien la verdadera
Palabra, no de los discursos aburridos que nadie entiende. Anuncien
la Palabra de Dios. Recuerden que según Pedro, en los Hechos de los
Apóstoles, las dos principales tareas del obispo son: la oración y
el anuncio de la Palabra. Después todo lo administrativo. Pero estas
dos son las columnas. A través de la oración y la ofrenda de
sacrificio por tu pueblo, saca de la plenitud de la santidad de
Cristo la riqueza multiforme de la gracia divina”.
Las
cercanías
El
Santo Padre se refirió a las tres cercanías del Obispo, siguiendo
el ejemplo del Buen Pastor, que conoce sus ovejas y no duda en dar la
vida por ellas: “Cercanía con el pueblo. Las tres cercanías del
Obispo:la
cercanía con Dios en la oración – este es el primer trabajo –
la cercanía con los presbíteros en el colegio presbiteral, y la
cercanía con el pueblo. No se olviden que han sido tomados y
elegidos de la grey. No se olviden de sus raíces, de quienes les han
transmitido la fe, de quienes les han dado la identidad. No nieguen
al pueblo de Dios”, describió.
Y
también pidió que amasen “con amor de padre y de hermano” a
todos los que se les confían, antes que nada, a los sacerdotes y
diáconos, pero también “a los pobres e indefensos y a todos los
que necesitan acogida y ayuda”.
Asimismo,
subrayó que la cuarta cercanía es la colegialidad, recordando “que
en la Iglesia católica, reunidos en el vínculo de la caridad, están
unidos al Colegio Episcopal – esta sería la cuarta cercanía – y
deben llevar en ustedes la solicitud de todas las Iglesias, ayudando
generosamente a los más necesitados”.
05.10.19
Homilía del Santo Padre
Francisco a los cardenales: Ser conscientes de la “compasión de Dios hacia nosotros” para testimoniarla
Homilía del Papa
(5
oct. 2019).- Para el Santo Padre la conciencia de la “compasión de
Dios hacia nosotros” constituye “un requisito esencial”: “Si
no me siento objeto de la compasión de Dios, no comprendo su amor.
No es una realidad que se pueda explicar. O la siento o no la siento.
Y si no la siento, ¿cómo puedo comunicarla, testimoniarla, darla?
Más bien, no lo podré hacer. Concretamente: ¿Tengo compasión de
ese hermano, de ese obispo, de ese sacerdote? ¿O destruyo siempre
con mi actitud de condena, de indiferencia? ¿De mirar hacia otro
lado, en realidad, para lavarme las manos?”.
Este
sábado, 5 de octubre de 2019, el Papa Francisco ha consagrado a 13
nuevos cardenales en un Consistorio
Ordinario Público,
celebrado en la basílica de San Pedro a las 16 horas.
Actualmente,
la Iglesia católica cuenta con 225 cardenales de los 5 continentes.
De ellos, 128 tienen menos de 80 años y serían electores en el
cónclave. Entre los nuevos cardenales se encuentran 10 electores y 3
no electores.
La
compasión de Jesús
“Nos
lavamos las manos”
Homilía del Santo Padre
En
el centro del episodio evangélico que hemos escuchado (Mc 6,30-37a)
está la «compasión» de Jesús (cf. v. 34). Compasión,
una palabra clave del Evangelio; está escrita en el corazón de
Cristo, está escrita desde siempre en el corazón de Dios.
En
los Evangelios, a menudo vemos a Jesús que siente
compasión por las personas que sufren. Y cuanto más leemos y
contemplamos, mejor entendemos que la compasión del Señor no es una
actitud ocasional y esporádica, sino constante, es más, parece
ser la actitud de su corazón, en el que se
encarnó la misericordia de Dios.
Marcos,
por ejemplo, cuenta que cuando Jesús empezó a recorrer Galilea
predicando y expulsando a los demonios, se le acercó un leproso,
«suplicándole de rodillas: “Si quieres, puedes limpiarme”.
Compadecido, extendió la mano y lo tocó diciendo: “Quiero: queda
limpio”» (1,40-42). En este gesto y en estas palabras está la
misión de Jesús Redentor del hombre: Redentor en la
compasión. Él encarna la voluntad de Dios de purificar al ser
humano enfermo de la lepra del pecado; Él es la “mano extendida de
Dios” que toca nuestra carne enferma y realiza esta obra llenando
el abismo de la separación.
Jesús va
a buscar a las personas descartadas, las que ya no tienen
esperanza. Como ese hombre paralítico durante treinta y ocho años,
postrado cerca de la piscina de Betesda, esperando en vano que
alguien lo ayude a bajar al agua (cf. Jn 5,1-9).
Esta
compasión no ha surgido en un momento concreto de la historia de la
salvación, no, siempre ha estado en Dios, impresa en su
corazón de Padre. Pensemos a la historia de la vocación de Moisés,
por ejemplo, cuando Dios le habla desde la zarza ardiente y le dice:
«He visto la opresión de mi pueblo en Egipto y he oído sus quejas
[…]; conozco sus sufrimientos» (Ex 3,7). Ahí está la
compasión del Padre.
El
amor de Dios por su pueblo está imbuido de compasión, hasta el
punto que, en esta relación de alianza, lo divino es compasivo,
mientras parece que por desgracia lo humano está muy desprovisto de
ella, y le resulta lejana. Dios mismo lo dice: «¿Cómo podría
abandonarte, Efraín, entregarte, Israel? […] Mi corazón está
perturbado, se conmueven mis entrañas. […] Porque yo soy Dios, y
no hombre; santo en medio de vosotros, y no me dejo llevar por la
ira» (Os 11,8-9).
Los
discípulos de Jesús demuestran con frecuencia que no tienen
compasión, como en este caso, ante el problema de dar de comer a
siente
compasión por las personas que sufren. Y cuanto más leemos y
contemplamos, mejor entendemos que la compasión del Señor no es una
actitud ocasional y esporádica, sino constante, es más, parece
ser la actitud de su corazón, en el que se
encarnó la misericordia de Dios.
Marcos,
por ejemplo, cuenta que cuando Jesús empezó a recorrer Galilea
predicando y expulsando a los demonios, se le acercó un leproso,
«suplicándole de rodillas: “Si quieres, puedes limpiarme”.
Compadecido, extendió la mano y lo tocó diciendo: “Quiero: queda
limpio”» (1,40-42). En este gesto y en estas palabras está la
misión de Jesús Redentor del hombre: Redentor en la
compasión. Él encarna la voluntad de Dios de purificar al ser
humano enfermo de la lepra del pecado; Él es la “mano extendida de
Dios” que toca nuestra carne enferma y realiza esta obra llenando
el abismo de la separación.
Jesús va
a buscar a las personas descartadas, las que ya no tienen
esperanza. Como ese hombre paralítico durante treinta y ocho años,
postrado cerca de la piscina de Betesda, esperando en vano que
alguien lo ayude a bajar al agua (cf. Jn 5,1-9).
Esta
compasión no ha surgido en un momento concreto de la historia de la
salvación, no, siempre ha estado en Dios, impresa en su
corazón de Padre. Pensemos a la historia de la vocación de Moisés,
por ejemplo, cuando Dios le habla desde la zarza ardiente y le dice:
«He visto la opresión de mi pueblo en Egipto y he oído sus quejas
[…]; conozco sus sufrimientos» (Ex 3,7). Ahí está la
compasión del Padre.
El
amor de Dios por su pueblo está imbuido de compasión, hasta el
punto que, en esta relación de alianza, lo divino es compasivo,
mientras parece que por desgracia lo humano está muy desprovisto de
ella, y le resulta lejana. Dios mismo lo dice: «¿Cómo podría
abandonarte, Efraín, entregarte, Israel? […] Mi corazón está
perturbado, se conmueven mis entrañas. […] Porque yo soy Dios, y
no hombre; santo en medio de vosotros, y no me dejo llevar por la
ira» (Os 11,8-9).
Los
discípulos de Jesús demuestran con frecuencia que no tienen
compasión, como en este caso, ante el problema de dar de comer a
las
multitudes. Básicamente dicen: “Que se las arreglen…”. Es una
actitud común entre nosotros los humanos, también para las personas
religiosas e incluso dedicadas al culto. Nos lavamos las manos. El
papel que ocupamos no es suficiente para hacernos compasivos, como lo
demuestra el comportamiento del sacerdote y el levita que, al ver a
un hombre moribundo al costado del camino, pasaron de largo dando un
rodeo (cf. Lc 10,31-32). Habrán pensado para sí:
“No me concierne”. Siempre hay un pretexto, alguna justificación
para mirar hacia otro lado. Y cuando una persona de Iglesia se
convierte en funcionario, este es el resultado más amargo. Siempre
hay justificaciones; a veces están codificadas y dan lugar a los
“descartes institucionales”, como en el caso de los leprosos:
“Por supuesto, han de estar fuera, es lo correcto”. Así se
pensaba, y así se piensa. De esta actitud muy, demasiado humana, se
derivan también estructuras de no-compasión.
Llegados
a este punto podemos preguntarnos: ¿Somos conscientes de que hemos
sido los primeros en ser objeto de la compasión de Dios?
Me dirijo en particular a vosotros, hermanos Cardenales y a los que
estáis a punto de serlo: ¿Está viva en vosotros esta conciencia,
de haber sido y de estar siempre precedidos y acompañados por su
misericordia? Esta conciencia era el estado permanente del corazón
inmaculado de la Virgen María, quien alaba a Dios como a “su
salvador” que «ha mirado la humildad de su esclava» (Lc 1,48).
A
mí me ayudó mucho verme reflejado en la página de Ezequiel 16: la
historia del amor de Dios con Jerusalén; en esa conclusión: «Yo
estableceré mi alianza contigo y reconocerás que yo soy el Señor,
para que te acuerdes y te avergüences y no te atrevas nunca más a
abrir la boca por tu oprobio, cuando yo te perdone todo lo que
hiciste» (62-63). O en ese otro oráculo de Oseas: «La llevo al
desierto, le hablo al
corazón. […] Allí responderá como en los días de su juventud,
como el día de su salida de Egipto» (2,16-17). Podemos
preguntarnos: ¿percibo en mí la compasión de Dios?, ¿siento en mí
la seguridad de ser hijo de la compasión?
¿Tenemos
viva en nosotros la conciencia de esta compasión de Dios hacia
nosotros? No es una opción, ni siquiera diría de un “consejo
evangélico”. No. Se trata de un requisito esencial. Si no me
siento objeto de la compasión de Dios, no comprendo su amor. No es
una realidad que se pueda explicar. O la siento o no la siento. Y si
no la siento, ¿cómo puedo comunicarla, testimoniarla, darla? Más
bien, no podré hacerlo. Concretamente: ¿Tengo compasión de ese
hermano, de ese obispo, de ese sacerdote? ¿O destruyo siempre con mi
actitud de condena, de indiferencia, de mirar para otro lado, en
realidad para lavarme las manos?
La
capacidad de ser leal en el propio ministerio depende para
todos nosotros también de esta conciencia viva. También para
vosotros, hermanos Cardenales. La palabra “compasión” me vino al
corazón precisamente en el momento de comenzar a escribiros la carta
del 1 de septiembre. La disponibilidad de un Purpurado a dar su
propia sangre —que está simbolizada por el color rojo de la
vestidura—, es segura cuando se basa en esta conciencia de haber
recibido compasión y en la capacidad de tener compasión. De lo
contrario, no se puede ser leal. Muchos comportamientos desleales de
hombres de Iglesia dependen de la falta de este sentido de la
compasión recibida, y de la costumbre de mirar a otra parte, la
costumbre de la indiferencia.
Pidamos
hoy, por intercesión del apóstol Pedro, la gracia de un corazón
compasivo, para que seamos testigos de Aquel que nos amó y nos ama,
que nos miró con misericordia, que nos eligió, nos consagró y nos
envió a llevar a todos su Evangelio de salvación.
al
corazón. […] Allí responderá como en los días de su juventud,
como el día de su salida de Egipto» (2,16-17). Podemos
preguntarnos: ¿percibo en mí la compasión de Dios?, ¿siento en mí
la seguridad de ser hijo de la compasión?
¿Tenemos
viva en nosotros la conciencia de esta compasión de Dios hacia
nosotros? No es una opción, ni siquiera diría de un “consejo
evangélico”. No. Se trata de un requisito esencial. Si no me
siento objeto de la compasión de Dios, no comprendo su amor. No es
una realidad que se pueda explicar. O la siento o no la siento. Y si
no la siento, ¿cómo puedo comunicarla, testimoniarla, darla? Más
bien, no podré hacerlo. Concretamente: ¿Tengo compasión de ese
hermano, de ese obispo, de ese sacerdote? ¿O destruyo siempre con mi
actitud de condena, de indiferencia, de mirar para otro lado, en
realidad para lavarme las manos?
La
capacidad de ser leal en el propio ministerio depende para
todos nosotros también de esta conciencia viva. También para
vosotros, hermanos Cardenales. La palabra “compasión” me vino al
corazón precisamente en el momento de comenzar a escribiros la carta
del 1 de septiembre. La disponibilidad de un Purpurado a dar su
propia sangre —que está simbolizada por el color rojo de la
vestidura—, es segura cuando se basa en esta conciencia de haber
recibido compasión y en la capacidad de tener compasión. De lo
contrario, no se puede ser leal. Muchos comportamientos desleales de
hombres de Iglesia dependen de la falta de este sentido de la
compasión recibida, y de la costumbre de mirar a otra parte, la
costumbre de la indiferencia.
Pidamos
hoy, por intercesión del apóstol Pedro, la gracia de un corazón
compasivo, para que seamos testigos de Aquel que nos amó y nos ama,
que nos miró con misericordia, que nos eligió, nos consagró y nos
envió a llevar a todos su Evangelio de salvación.
06.10.19
Ángelus: “Nada es imposible para quién tiene fe”
Palabras del Papa antes de la
oración
(6
octubre 2019).- “Nada es imposible para alguien que tiene fe,
porque no depende de su propia fuerza sino de Dios, que puede hacer
cualquier cosa”, dijo el Papa Francisco en el “Ángelus” del
domingo, 6 de octubre de 2019.
Al
presentar la oración mariana en la Plaza de San Pedro, el Papa
invitó a los cristianos a cultivar “una fe que no es orgullosa y
segura de ella”, que “no pretende ser la de un gran creyente”,
sino una fe que “siente una gran necesidad de Dios y, en su
pequeñez, se entrega a él con plena confianza”.
¿Cómo
saber si nuestra fe es sincera? preguntó el Papa. Por “el
servicio”, “la actitud de disponibilidad” frente a Dios. El
hombre de fe, de hecho, “se pone completamente a la voluntad de
Dios, sin cálculos ni pretensiones”.
Meditación
del Papa Francisco
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La
página del Evangelio de hoy (cf. Lc 17,5-10) presenta el tema de la
fe, presentado por la solicitud de los discípulos “¡Aumenta en
nosotros la fe!” (v. 6), esta es una bella oración que nosotros
deberíamos de rezar a menudo en nuestra jornada “¡Señor, aumenta
la fe en mí!” Jesús responde con dos imágenes: la semilla de
mostaza y el sirviente disponible. “Si tuvieras tanta fe como un
grano de mostaza podrías decir a esta morera: “Ve y plántate en
el mar”, y te obedecerá” (v. 6). El árbol de morera es un árbol
robusto, bien arraigado en el suelo y resistente a los vientos.
Jesús, por lo tanto, quiere dejar en claro que la fe, aunque sea
pequeña como la semilla de la mostaza, tiene la fuerza para
desarraigar incluso una morera; y luego transplantarla al mar, lo
cual es algo aún más improbable: pero nada es imposible para los
que tienen fe, porque no confían en sus propias fuerzas sino en
Dios, que lo puede todo, que puede hacer todo.
La
fe comparable a la semilla de mostaza es una fe que no es soberbia ni
segura de sí misma, no se hace la que es una gran creyente y después
comete grandes errores, sino que en su humildad siente una gran
necesidad de Dios y, en su pequeñez, se abandona con plena
confianza a Él. Es la fe la que nos da la capacidad de mirar con
esperanza los altibajos de la vida, que nos ayuda a aceptar incluso
derrotas y sufrimientos, sabiendo que el mal nunca tiene la última
palabra, nunca.
¿Cómo
podemos entender si realmente tenemos fe, es decir, si nuestra fe,
aunque pequeña, como la semilla de mostaza, es genuina, pura,
transparente? Jesús nos lo explica indicando cuál es la medida de
la fe: el servicio. Lo hace con una parábola que a primera vista es
un poco desconcertante, porque presenta la figura de un maestro
prepotente e indiferente. Pero sólo esta manera de hacer el maestro
pone de relieve el verdadero centro de la parábola, que es la
actitud de disponibilidad del siervo. Jesús quiere decir que así es
el hombre de fe en Dios: se entrega por completo a su voluntad, sin
cálculos ni pretensiones.
Esta
actitud hacia Dios se refleja también en el modo en que nos
comportamos en comunidad: sí se refleja en la alegría de estar al
servicio unos de otros, encontrando ya en esto su propia recompensa y
no en el reconocimiento y las ganancias que se pueden obtener de
ello. Esto es lo que Jesús enseña al final de este relato: “Cuando
hayas hecho todo lo que se te ha ordenado, di: “Somos siervos
inútiles. Hicimos lo que teníamos que hacer”. (v. 10).
Servidores
inútiles, es decir, sin pretensiones de agradecimiento, sin
reclamos. “Somos servidores inútiles” es una expresión de
humildad y disponibilidad que hace tanto bien a la Iglesia y recuerda
la actitud correcta para trabajar en ella: el servicio humilde, del
que Jesús nos dio el ejemplo, lavando los pies a los discípulos
(cf. Jn 13,3-17).
Que
la Virgen María, mujer de fe, nos ayude a seguir por este camino.
Nos dirigimos a ella en vísperas de la fiesta de Nuestra Señora del
Rosario, en comunión con los fieles reunidos en Pompeya para la
tradicional Súplica
Palabras
del Papa después del Ángelus
Queridos
hermanos y hermanas!
La
celebración eucarística en la Basílica de San Pedro acaba de
terminar. hemos comenzado la Asamblea Especial del Sínodo de los
Obispos para la Región Panamazónica.
Durante
tres semanas los Padres sinodales, reunidos en torno al Sucesor de
Pedro, reflexionarán sobre la misión de la Iglesia en la Amazonía,
sobre la evangelización y sobre la promoción de una ecología
integral. Les pido que acompañen con la oración este
importante acontecimiento eclesial, para que pueda ser vivido en
comunión fraterna y la docilidad al Espíritu Santo, que siempre
muestra el camino para el testimonio del Evangelio.
Agradezco
a todos ustedes, peregrinos que han venido en gran número de Italia
y de tantas partes del mundo.
Saludo
a los fieles de Heidelberg, Alemania, y de Rozlazino, Polonia; a los
estudiantes de Dillingen, en Alemania también, y los del Instituto
San Alfonso de la Bella Vista, Argentina. Saludo al grupo de Fara
Vicentino y Zugliano, a las familias de la Alta Val Tidone, a los
peregrinos…. de los castillos romanos que han hecho una marcha por
la paz y a los de Camisano Vicentino llegaron a lo largo de la Vía
Francigena por una iniciativa de solidaridad.
Les
deseo a todos un feliz domingo. Y por favor, no se olviden de rezar
por mí. Buen almuerzo y adiós!
06.10.19
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