1 de des. 2012

DES DE FORA...








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Los últimos siglos se han caracterizado por incontables descubrimientos: continentes, pueblos originarios, especies de seres vivos, galaxias, estrellas, el mundo subatómico, las energías originarias y últimamente el campo de Higgs, especie de fluido sutil que impregna el universo; las partículas virtuales al tocarlo reciben masa y se estabilizan. Pero todavía no habíamos descubierto la Tierra como planeta, como nuestra Casa Común. Fue necesario que saliésemos de la Tierra para verla desde fuera y entonces descubrirla y constatar la unidad Tierra-humanidad.
Este es el gran legado de los astronautas que tuvieron la posibilidad de contemplar la Tierra desde el espacio exterior por primera vez. Produjeron en nosotros lo que se ha llamado el Overview Effect, es decir, «el efecto de la visión desde arriba». Frank White recogió bellísimos testimonios de los astronautas en su libro Overview Effect (Houghton Mifflin Company, Boston 1987). Al leerlos producen en nosotros un fuerte impacto y un gran sentimiento de reverencia, una verdadera experiencia espiritual. Leamos alguno.
El astronauta James Irwin decía: «La Tierra parece un árbol de navidad colgado del fondo negro del universo; cuanto más nos alejamos de ella, tanto más va disminuyendo su tamaño, hasta quedar reducida a una pequeña bola, la más bella que se pueda imaginar. Ese objeto vivo tan bello y tan cálido parece frágil y delicado; contemplarlo cambia a quien lo hace, pues empieza a apreciar la creación de Dios y a descubrir el amor de Dios». Otro, Eugene Cernan, confesaba: «Yo fui el último hombre que pisó la luna en diciembre de 1972.
Desde la superficie lunar miraba con temor reverencial hacia la Tierra en un trasfondo muy oscuro; lo que yo veía era demasiado bello para ser aprehendido, demasiado ordenado y lleno de intención para ser fruto de un mero accidente cósmico; uno se sentía, interiormente, obligado a alabar a Dios. Dios debe existir por haber creado aquello que yo tenía el privilegio de contemplar; espontáneamente surge la veneración y la acción de gracias; para eso existe el universo».
Con fina intuición observó Joseph P. Allen, otro astronauta: «Se discutió mucho sobre los pros y los contras de los viajes a la luna, no oí a nadie argumentar que deberíamos ir a la luna para ver la Tierra desde allí, desde fuera de la Tierra; después de todo, ésta debe haber sido seguramente la verdadera razón de haber ido a la luna».
Al pasar por esta experiencia singular, el ser humano despierta a la comprensión de que él y la Tierra forman una unidad y que esta unidad pertenece a otra mayor, la solar, y esta a otra todavía mayor, la galáctica; ésta nos remite a todo el universo, el universo entero al Misterio y el Misterio al Creador.
«Desde allá arriba», observaba el astronauta Eugene Cernan, «no son perceptibles las barreras del color de la piel, de la religión y de la política que aquí abajo dividen al mundo». Todo está unificado en un único planeta Tierra. Comentaba el astronauta Salman al-Saud: «el primero y el segundo día, señalábamos hacia nuestro país, el tercero y cuarto hacia nuestro continente, después del quinto día solamente teníamos conciencia de la Tierra como un todo».
Estos testimonios nos convencen de que Tierra y Humanidad forman en realidad un todo indivisible. Exactamente esto fue lo que escribió Isaac Asimov en un artículo en The New York Times del 9 de octubre de 1982 con ocasión de los 25 años del lanzamiento del Sputnik, que fue el primero en dar la vuelta a la Tierra. El título era: “El legado del Sputnik: el globalismo”. Y decía Asimov: «se impone en nuestras mentes reluctantes la visión de que Tierra y Humanidad forman una única entidad». El ruso Anatoly Berezovoy que estuvo 211 días en el espacio afirmó la misma cosa. Efectivamente no podemos colocar en un lado la Tierra y en el otro la humanidad. Formamos un todo orgánico y vivo. Nosotros los humanos somos aquella parte de la Tierra que siente, piensa, ama, cuida y venera.
Contemplando el globo terrestre presente en casi todos los lugares, irrumpe espontáneamente en nosotros la percepción de que a pesar de todas las amenazas de destrucción que montamos contra Gaia, el futuro bueno y benéfico, de alguna forma está garantizado. Tanta belleza y esplendor no pueden ser destruidos. Los cristianos dirán: Esta Tierra está penetrada por el Espíritu y por el Cristo cósmico. Parte de nuestra humanidad ya fue eternizada por Jesús y está en el corazón de la Trinidad. No será sobre las ruinas de la Tierra donde Dios completará su obra. El Resucitado y su Espíritu están empujando la evolución hacia su culminación.
Una moderna leyenda da cuerpo a esta creencia: «Había una vez un militante cristiano de Greenpeace que fue visitado en sueños por Cristo resucitado. Jesús lo convidó a pasear por el jardín. El militante accedió con gran entusiasmo. Después de andar un largo rato, admirando la biodiversidad presente en aquel rincón, preguntó el militante: “Señor, cuando andabas por los caminos de Palestina, dijiste en una ocasión que un día volverías con toda tu pompa y gloria. ¡Se está demorando mucho tu venida! ¿Cuando volverás por fin de verdad, Señor?

Tras unos momentos de silencio que parecían una eternidad, el Señor respondió: “Mi querido hermano, cuando mi presencia en el universo y en la naturaleza sea tan evidente como la luz que ilumina este jardín; cuando mi presencia bajo tu piel y en tu corazón sea tan real como mi presencia aquí ahora, cuando esta presencia mía se haga cuerpo y sangre en ti hasta el punto de que no necesites pensar más en ella, cuando estés tan imbuido de esta verdad que ya no necesites preguntar insistentemente como estás preguntando ahora… entonces, hermano querido, esas serán las señales de que he vuelto con toda mi pompa y toda mi gloria. 








Si no fuera por un corazón abierto, la crisis lo invadiría todo
Posted: 4 diciembre, 2012  

SI NO FUERA POR UN CORAZÓN ABIERTO, LA CRISIS LO INVADIRÍA TODO
ROMÁN DÍAZ AYALA, romandiazayala@gmail.com
HUMANES (MADRID).
ECLESALIA, 04/12/12.- Jesús Villarroel, un gran maestro de la Renovación Carismática Española escribió hace algunos años en su obra “Hágase en mí”: “Tenemos que caminar por caminos de santidad y verdad, de lo contrario, no tenemos nada que trasmitir a este mundo y, si no tenemos nada que trasmitir, nos vamos a ir agotando.”
El mundo actual envuelto en una crisis generalizada de fin de muchas cosas se mueve en una disyuntiva racional. Las ciencias se construyen con la pretensión de su valor como única fuente de la verdad. Toda verdad objetiva está en el conocimiento científico. La filosofía se ha cansado de ser el soporte necesario al pensamiento moderno que ha llevado a la humanidad a su crisis más profunda hasta perder su propia identidad, recoge retazos de pensamientos y se estructura en torno a la “hermenéutica”, la interpretación más fiable de las cosas, como un acercamiento a la realidad . Pero la filosofía es la destilación del pensamiento humano en cada época, abocada a buscar soluciones a los problemas de la existencia, está obligada a dar pistas sobre las dos realidades del ser: Cuál es su naturaleza y cómo se estructura.
Ser cristiano hoy no es un elemento cultural, porque si así lo fuese la crisis quedaría resuelta, la eclesial incluso, abrazando todas las formas de humanismos de las diferentes culturas y tradiciones religiosas que se desarrollaron madurando las civilizaciones históricas desde hace diez mil años en varias regiones del mundo. Estaríamos salvados.
Ser cristiano hoy tampoco puede ser buscando refugio en el pensamiento tradicional fundamentado en una metafísica, de que existen leyes y principios naturales, universales por cuanto son de obligada aceptación para creyentes y no creyentes, los “preambula fidei”, que son una demostración metafísica de la verdad del cristianismo. La Iglesia que se pronuncia de este modo está en la presunción de que habla en nombre de la humanidad. La diferencia con los anteriores cristianos del párrafo superior radica en que la propuesta institucional sigue siendo otra forma distinta de humanismo.
Los humanismos todos son válidos dentro de su horizontalidad como resultado del esfuerzo humano, que nos hacen más auténticos, nos realizan como hombres y mujeres en busca de unos valores éticos superiores. También para el humanismo hay superación de la crisis. Con muchísima razón alguien escribió hace unos días en Eclesalia que estamos sufriendo las consecuencias de una “Contra-cultura” (Mari Paz López Santos, “Valores a la baja, Derechos al hoyo”, ECLESALIA, 15/11/12) un retroceso a situaciones que creíamos ya superadas en el devenir histórico.
Ser cristiano hoy es un hecho experiencial, algo que ha acontecido en todos nosotros, de tal modo que Dios ha entrado “en relación personal” con cada uno de nosotros y mantiene esa relación de amistad. Rompió en un momento dado nuestros esquemas de pensamiento para anidar en nuestro corazón. Algo tan real que no necesita demostración y que en lugar de convertirse en “doctrina”, se trasluce en afectos y en una visión nueva de las personas y las cosas. Para que no parezca mera retórica pongamos un ejemplo claro. No necesitamos para madurar nuestra fe la historicidad de unos documentos que acrediten si Jesús resucitó después de su muerte de Cruz. Sabemos que Jesús está vivo y resucitado y nos alegramos cuando leemos que otros hermanos nuestros fueron testigos, ellos históricos, de la misma experiencia que nosotros dejando constancia por escrito para testimonio nuestro. Vivimos el milagro de la fe en cada una de nuestras manifestaciones.
Consideramos que existen personas relevantes en nuestros círculos eclesiales quienes no están dando las respuestas adecuadas a la crisis. Sostienen que la “caridad” cristiana es un acto de beneficencia según el sentir popular, cuando es el “agape”, cuya naturaleza está en Dios y habita en el cristiano como un reflejo de Su Presencia. Repartir, no es compartir, administrar recursos ajenos, no es dar lo propio, buscar las causas y raíces de la crisis en los desórdenes del corazón humano, como un mal moral es hacernos a todos culpables y responsables con un gran desprecio por la víctimas inocentes. Jesús se colocó en el bando de los pecadores y algunos de nuestra Iglesia se sitúan, en su silencio, con los acusadores.
Nuestra redención está cerca, lo dice el Adviento. “Como lluvia se derrame mi doctrina, caiga como rocío mi palabra, como suave lluvia sobre la hierba verde, como aguacero sobre el césped” (Deuteronomio).
Si no abrimos el corazón, no daremos acogida a Dios, estaremos despreciando al pobre, andaremos por caminos desiertos que no conducen a ninguna parte, hasta agotarnos. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).























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