EL PAÍS
1.- El Papa como contrapoder: la conversión
ecológica
La encíclica papal dedicada al calentamiento
global ha tenido efectos políticos inmediatos. La repercusión de Francisco
trasciende al universo católico
Lluís
Bassets
Pocas encíclicas
papales suelen tener efectos inmediatos
y de tipo político. Como textos doctrinales que son, en los que el obispo de
Roma se dirige a todos los fieles, las encíclicas influyen en el rumbo
espiritual de la Iglesia y naturalmente en su relación con el mundo. Sobre todo
si se trata de encíclicas de contenido político o social, como fueron la Rerum
Novarum, de León XIII, de 1891, que estableció la doctrina social de la iglesia
ante los movimientos obreros, o la Pacem in Terris de Juan XXIII, de 1963, que
fue la respuesta a la guerra fría.
Como cualquiera
de las grandes encíclicas, la Laudato sii de Bergoglio, dedicada a
una visión ecológica del planeta, sienta doctrina,
pero también busca y tiene efectos políticos inmediatos. A diferencia de otras
cartas papales, no se dirige únicamente a los fieles sino que pretende alcanzar
a la humanidad entera, con independencia de la religión o las creencias. Es
además un llamamiento, en muchos aspectos dramático, a la acción urgente ante
las catástrofes medioambientales que se avecinan y específicamente las que se
derivan del calentamiento global, dirigido sobre todo a los países más ricos y
con mayores responsabilidades contaminantes y a las organizaciones
internacionales pero también a los individuos, cada uno en su nivel, para que
respectivamente actúen con políticas que limiten los desastres y adopten formas
de vida más ecológicas y menos consumistas.
Su repercusión
demuestra el prestigio y la autoridad crecientes del papa Francisco. Solo han
discrepado las voces cada vez más aisladas de quienes niegan la evidencia
científica del cambio climático, como es el caso de Jeb Bush, el candidato republicano a la presidencia de Estados
Unidos, que ya ha declarado que en cuestiones de economía no está obligado a
seguir a los obispos ni al papa. La nueva doctrina ecológica del Vaticano
influirá sin duda en las elecciones presidenciales del país que ahora sostiene
el peso de las negociaciones sobre la reducción de emisiones a la atmósfera.
Barack Obama, en cambio, ha manifestado su sintonía con Bergoglio y le ha
agradecido su encíclica como un apoyo a la conferencia que se celebrará en
diciembre en París para limitar el incremento de la temperatura del planeta.
Obama lo
necesita, no tanto para convencer a sus interlocutores internacionales, sino sobre
todo a sus conciudadanos y al Congreso que les representa y que le ha bloqueado
numerosas iniciativas. La encíclica ha coincidido con una muy oportuna
encuesta del prestigioso Pew Research Center sobre las posiciones de los católicos de Estados
Unidos respecto al calentamiento global, en la que se evidencian las
dificultades que tiene la sociedad estadounidense para aceptar el consenso
científico. Solo atendiendo a la población católica, un 29% de los
estadounidenses no cree que exista, un 53% no cree que sea fruto de la
actividad humana y un 52% no considera que tenga consecuencias graves para el
planeta. Estas cifras se amplían en el conjunto de la población y todavía más
entre los no católicos. Quienes mejor sintonizan con las posiciones de
Bergoglio respecto al medio ambiente, según la encuesta, son los católicos
hispanos que votan demócrata y quienes peor, los blancos evangélicos que se
identifican como republicanos.
Quienes más
pueden darse por aludidos por esta encíclica son las oligarquías de los países
más ricos y sobre todo los productores de gas y petróleo. Bergoglio propugna
drásticas disminuciones en la extracción y uso de combustibles fósiles, carbón,
petróleo y gas, y su sustitución por energías alternativas. Son reiterados en
toda la encíclica los ataques al consumo irresponsable, a la producción de
deshechos innecesarios, al urbanismo que segrega a los ricos en zonas seguras y
ecológicamente limpias y a los estilos de vida arrogantes de los más
favorecidos.
A los creyentes les dice que no se puede amar a Dios
sin amar a la naturaleza y a los más desfavorecidos
Este es un
texto de gran densidad religiosa e intelectual. Hay capítulos perfectamente
acordes con la literatura católica más devota y otros, de lectura más
interesante para los laicos, que pertenecen al género del ensayo político y
económico. Empieza con una evocación del santo inspirador de su papado,
Francisco de Asís, y específicamente del poema y oración que es el Cántico
de las Criaturas y termina con dos plegarias escritas de su mano, la Oración
por nuestra tierra y la Oración cristiana con la creación. Jorge
Bergoglio escogió el nombre de Francisco por el santo de los pobres y ahora se
inspira en su filosofía de la naturaleza para esta encíclica ecologista, en la
que hermana el cuidado del planeta con la atención a los más desfavorecidos, a
los que considera las primeras y más importantes víctimas de las catástrofes
originadas por el cambio climático.
Hay ambición
política en este texto redactado por el humilde cura andariego salido de los
suburbios de Buenos Aires. Ambición eclesial y ambición papal. La voz de
Bergoglio recupera ante la pobreza y la amenaza medio ambiental la intensidad
del clamor de Wojtyla ante la falta de libertades bajo el comunismo. El
Vaticano, eclipsado durante el pontificado de Ratzinger y herido en su
prestigio por los numerosos escándalos de los abusos sexuales, está recuperando
con Bergoglio su capacidad para actuar como contrapoder frente a los poderes de
este mundo, con la ventaja de que aparece ahora despojándose de sus ropajes más
arcaicos e incómodos y adaptándose en sus hábitos y en su vida diaria a la
sencillez evangélica que siempre ha predicado y solo en muy contadas etapas de
su historia practicado.
Los ricos deben
pagar su deuda ecológica con los pobres, el Norte con el Sur. No hay un derecho
absoluto a la propiedad privada. El mercado libre y desregulado no sirve, ni
siquiera para asignar precios a las emisiones de gases contaminantes. La
economía no puede mandar sobre la política. Bergoglio critica incluso los
rescates bancarios y la gestión de la crisis financiera. O propugna la sana
presión, se entiende que los boicots, sobre quienes ejercen los poderes
económicos y políticos. No parece haber dudas sobre la tendencia ideológica de
la encíclica y del Papa que la ha redactado. Atendiendo a las reacciones, en
todo caso, la derecha
no parece tenerlas.
El papa
Francisco no deja rincón por barrer. De izquierdas en economía y ecologista e
incluso animalista respecto a la naturaleza. Pero no se mueve en cuanto al
aborto. Por primera vez en una encíclica se define contra la destrucción de
embriones y la interrupción del embarazo, con el matiz de que no es parte de
una doctrina moral sobre la reproducción sino de su visión franciscana de la
naturaleza, que obliga a proteger a los más débiles, como son los pobres, los
discapacitados y los embriones.
Bergoglio se
dirige a todos, pero a los creyentes les dice que no se puede amar a Dios sin
amar la naturaleza y a los más desfavorecidos. El Papa les conmina a practicar
una espiritualidad ecológica, a convertirse a una vida de sobriedad y bajo
consumo, exactamente en las antípodas del tipo de religiosidad que funciona
como una forma de equilibrio interior o autoayuda, tal como la practican muchos
cristianos renacidos en Estados Unidos o piadosos magnates musulmanes en los
países árabes.
2.- Del latín al román paladino
La primera y más difícil tarea emprendida por
Bergoglio fue la de limpiar el Vaticano. Después, pronto quedó claro que había
tomado partido por la periferia
Pablo
Ordaz
En 2013, el mismo año en que Jorge Mario
Bergoglio se convirtió en Francisco, el actor
italiano Toni Servillo protagonizó dos películas. En La gran belleza
representa a un periodista elegante, decadente y descreído que se mueve como
pez en el agua por una Roma a su imagen y semejanza. En Viva la libertad,
Servillo se desdobla. Interpreta a un político cansado y serio que, cuando se
da a la fuga acosado por las intrigas, el partido lo cambia por su hermano
gemelo, un tipo divertido y sin prejuicios que dice en los mítines verdades
como puños, haciendo renacer en sus perplejos votantes la fe en la política.
Francisco aterrizó una tarde de marzo en la Roma de La gran belleza
—cardenales en Mercedes, obispos aficionados a los juegos de poder— y, ante la
encrucijada que se le abría bajo el balcón de la plaza de San Pedro —hacer de
papa corriente o refundar una Iglesia enferma—, miró a la gente, sonrió y dijo:
“No os olvidéis de rezar por mí”.
Le iba a hacer
falta. Algo dentro de sí había cambiado en los escasos metros que separan la
Capilla Sixtina de la llamada “habitación de las lágrimas”, la sacristía donde,
como marca la tradición, dejó su ropa de cardenal y se vistió con la sotana
blanca de papa. Dicen quienes lo trataron durante sus años de arzobispo de
Buenos Aires y lo siguen frecuentando ahora que Jorge Mario Bergoglio no parece
el mismo, como si —al igual que sucede en la película Viva la libertad—lo
hubiesen cambiado por un hermano gemelo, si acaso con unos kilos de más. “Allí
tenía cara de velorio”, asegura Mariano Fazio, argentino y vicario general del
Opus Dei, “y ahora tiene una sonrisa permanente”. Pero no solo.
Lo que le
resulta más complicado es cambiar una mentalidad hecha para no cambiar
Cuando, en sus
tiempos de arzobispo, Bergoglio no tenía más remedio que venir a Roma, lo hacía
de mala gana, se quedaba los días imprescindibles y apenas se le conocía más
actividad social que la caminata entre su alojamiento en Vía della Scrofa y los
palacios del Vaticano al otro lado del Tíber. Si a eso se une que, durante el
cónclave de 2005 en el que
fue elegido Joseph Ratzinger, Jorge Mario
Bergoglio rechazó voluntariamente su posible candidatura, parece claro que el
ahora papa comulgaba con el dicho de “Roma veduta, fede perduta (Vista Roma,
perdida la fe)”. El Gobierno de la Iglesia le parecía un arrogante velero
destinado al naufragio. Ahora, en cambio, se le ve feliz, y su frenética
actividad —pública y privada—tiene un fin muy claro: reflotar la Iglesia
recuperando el discurso de Jesucristo. Cueste lo que cueste. Contra viento y
marea.
Bergoglio es
consciente de que cambiar la Iglesia de forma radical tiene mucho de riesgo
Lo primero y
más difícil de la tarea es cambiar el Vaticano. No las finanzas siempre
tenebrosas del IOR. Ni los distintos dicasterios para que la oxidada burocracia
se vuelva eficaz —a Juan XXIII le preguntaron: “¿Cuánta gente trabaja en el
Vaticano?”, y “el papa bueno” respondió: “Aproximadamente, la mitad”—. Ni
siquiera está siendo lo más difícil para Bergoglio cambiar las leyes internas
para que la hasta ahora decorativa justicia vaticana —el fingido proceso al
mayordomo de Joseph Ratzinger es el ejemplo más claro— ponga de una vez contra
las cuerdas a los pederastas con sotana. Lo que le está resultando más
complicado al papa argentino es cambiar una mentalidad construida para no
cambiar. Una poderosa red de vanidades de color púrpura —la casta vaticana— que
aprovechó la larga enfermedad de Juan Pablo II y la incapacidad para mandar de Benedicto XVI para
manejar la Iglesia como tecnócratas ajenos a las preocupaciones de la gente.
Solo la
renuncia desesperada de Ratzinger —“las aguas bajaban agitadas y Dios parecía
dormido”, dijo a modo de testamento— hizo posible un cambio que Francisco
inauguró a través del lenguaje. Del latín al román paladino. Su forma de
hablar, sencilla, directa, sus frases que señalan sin rodeos el dolor de los
olvidados y la insolidaridad del poder, inició una revolución que, dos años
después, no deja de crecer. Como Barack Obama subrayó, su liderazgo moral no
solo atañe a los cristianos, empezó a levantarse el día que, sobre un altar
construido con los restos de los naufragios, clamó en Lampedusa contra la
globalización de la indiferencia: “¿Quién de nosotros ha llorado por las
jóvenes madres que llevaban a sus hijos sobre las barcas?”. Desde aquel viaje
iniciático, Bergoglio no se ha apartado de la periferia. Y, durante su visita a
Río de Janeiro, Francisco pronunció unas frases que pueden ayudar a entender la
encíclica sobre ecología —un duro alegato a favor de la tierra y en contra de
quienes la usurpan— y buena parte de su comportamiento heterodoxo.
En el vuelo de
regreso a Roma, un periodista le preguntó si no había sentido miedo al viajar
en un coche tan pequeño, con la ventanilla abierta y sin apenas protección —la
escolta se metió en un callejón sin salida y la gente lo rodeó—. El papa
Francisco respondió: “La seguridad es fiarse de un pueblo. Siempre existe el
peligro de que un loco haga algo, pero la verdadera locura es poner un espacio
blindado entre el obispo y el pueblo. Prefiero el riesgo a esa locura”.
Bergoglio es consciente de que cambiar la Iglesia de forma radical, poner al
Vaticano de parte del pueblo y no del poder, utilizar una encíclica para
denunciar los abusos de los más ricos de la tierra, tiene mucho de riesgo y
algo de locura.
Hay cardenales
que miran a Bergoglio como los jerarcas del viejo partido de la película Viva
la libertad miraban al hermano gemelo de su líder desaparecido: con
desconfianza, llegando a dudar de que estuviera en sus cabales. No saben adónde
quiere llegar ni siquiera si lo conseguirá. Pero ven que allá abajo, en la
plaza de San Pedro y sobre todos los telediarios del planeta, la gente ha
vuelto a escuchar.
3.- Doctrina peronista
Bergoglio es un referente de peso en Argentina.
Recibe tantas visitas de políticos, empresarios y sindicalistas de su país de
origen que dicen que influye desde la distancia
Carlos
E. Cué
No hace falta
ir a las villas miseria de los alrededores de Buenos Aires, donde la imagen del
papa Francisco está por todas partes. La sombra de Bergoglio ocupa todos los
espacios en Argentina. Sobre todo en la política. El Papa era un referente ya antes de ser elegido, cuando se
convirtió como arzobispo de Buenos Aires en un ariete contra los Kirchner. Y
ahora, desde Roma, a pesar de que oficialmente insiste en que no se ocupa de
cuestiones internas, está pendiente y recibe a tantos políticos, sindicalistas
y empresarios de su país que algunos creen que una parte de las decisiones
clave se toman allí, en las citas en el Vaticano. Y eso sin visitar aún
Argentina, algo que sucederá en 2016, cuando ya no esté Kirchner de presidenta.
En todas las
conversaciones en Buenos Aires con políticos y empresarios hay un momento en
que aparece Bergoglio y entre susurros se analizan sus movimientos para
ver a quién benefician o perjudican. Otros incluso lo dicen en público. “Los
kirchneristas quisieron poner a Máximo Kirchner como vicepresidente, pero
seguro que el Papa no los dejó”, aseguró el viernes Lilita Carrió, una de las
más conocidas líderes de la oposición. Carrió supone así que en una cita hace
dos semanas en Roma entre la presidenta y el Papa se orientaron decisiones
clave de política argentina.
Los que más le
conocen, que lo han tratado años como personaje
central de la vida del poder argentino —era capaz de llevarse a un empresario destacado a
recorrer con él en autobús las villas miseria para que se empapara de realidad—
aseguran que Bergoglio es un “peronista puro”, muy influido por las ideas del
general que sin embargo mantuvo un fortísimo enfrentamiento con la Iglesia de
la época.
Los que lo han
tratado mucho destacan de él sobre todo su biografía. Para entender al Papa hay
que ver dónde nació y creció. Siempre fue un chico del barrio de Flores, uno de
los más populares de la capital, donde se concentran ahora todos los problemas
de la megalópolis. Desde la villa 1-11-14, la más dura de todas, que está
enfrente del estadio de su equipo, el San Lorenzo de Almagro, hasta los
talleres textiles clandestinos donde se explota a bolivianos. En uno de ellos
murieron el mes pasado dos niños atrapados en un incendio a pocas manzanas de
donde nació y vivió el Papa. Y él, siempre atento a su Argentina, mandó
rápidamente una carta para lamentar la muerte.
También mandó
otra para mostrar su preocupación por la “mexicanización” de Argentina después
de leer un durísimo informe sobre la villa 1-11-14. Ahora le han llegado los
problemas a su familia: un sobrino suyo fue encañonado en la cabeza el
miércoles a la salida de su casa para robarle. Siempre pendiente de su patria,
el Papa llegó a llamar por teléfono a un conocido periodista, Alfredo Leuco,
que le había criticado por recibir en el Vaticano a Cristina Fernández de
Kirchner en plena campaña electoral. Bergoglio trató de convencerle para que
dejara de criticarlo. Los más cercanos explican que el Papa siempre combatió a los
Kirchner, pero ahora cree que le conviene que Argentina, su casa, esté
tranquila. “Cuídenme a Cristina”, les suele decir a los que lo visitan.
Como buen
peronista, el Papa es pragmático y muy político, dicen sus conocidos, y siempre
mantuvo una estrecha relación con empresarios clave de su país, a los que pedía
financiación para sus proyectos sociales. Pero como hijo de la clase
trabajadora que reivindica sus orígenes, Bergoglio siempre dio la sensación a
los que le rodeaban de sentirse más cómodo en la cárcel de Villa Devoto lavando
los pies a los internos que en las reuniones con los ricos. Algunos incluso
aseguran que Francisco, que es un hombre conservador en muchos aspectos y en
Argentina dio una gran batalla contra el matrimonio homosexual, en temas
económicos se rige por una especie de orgullo de clase que le impide mantener
cercanía con cualquiera que tenga una fortuna familiar de varias generaciones.
Aunque siempre trate de llevarse bien con todo el mundo. En esto también, como
en tantas cosas, el Papa, tal vez el más argentino de los argentinos, se
comporta como el peronista que siempre fue.
4.- Después de Francisco
Hoy, el papa Francisco parece dispuesto a otra
revolución, que, al contrario de la del Concilio de Juan XXIII, es más humana, social
y hasta política
Juan
Arias
La Iglesia ya
no será la misma después de Francisco, Papa jesuita argentino que prefiere ser llamado obispo de Roma y no vivir en un palacio.
Antes que él,
ha habido pontífices de todos los estilos y colores: nobles y plebeyos,
mártires y perseguidores, santos y grandes pecadores. Y algunos más que otros
hicieron esfuerzos por devolver a la Iglesia a sus principios originales.
Dos de ellos
fueron capaces de detener de algún modo el rumbo de la Iglesia apegada a los
poderes temporales para darle un giro copernicano. El primero fue Juan XXIII, hijo de campesinos, elegido después del largo y
atormentado pontificado de Pío XII. El otro es el papa Francisco.
La revolución
de Juan XXIII, quien con el Concilio Vaticano II ayudó a la Iglesia a
reconciliarse con el mundo, fue, sin embargo, fundamentalmente teológica.
Devolvió a la Iglesia algunas de las verdades originales que la burocracia y
sus compromisos temporales habían ofuscado.
Nada fue lo
mismo después de aquel concilio y de aquel Papa que condenó a los “profetas de
desventura” que dominaban la Iglesia a pesar de que los burócratas de la curia
romana y los teólogos conservadores se esforzaron en vaciar de nuevo a la
Iglesia de la revolución conciliar.
Hoy, el papa
Francisco parece dispuesto a otra revolución, que, al contrario de la del
Concilio de Juan XXIII, es más humana, social y hasta política. Para ella, no
hay necesidad de nuevos concilios teológicos. Francisco quiere devolver a la
Iglesia su esencia original, de la que fue despojada para convertirse en una
potencia mimada por el poder. El gran pronunciamiento de Francisco es que con
gestos más que con palabras está reviviendo aquellas vivencias de la Iglesia
antes de que el poder la prostituyera.
De ahí su
preferencia por la periferia pobre del mundo y de la Iglesia, su inclinación
por los que son diferentes, siempre rechazados por la historia, de los
pecadores, de los eslabones más débiles de la cadena, de los que han perdido la
esperanza.
Quiere devolver
a la Iglesia su esencia original, de la que fue despojada para convertirse en
potencia mimada por el poder
Y hace de esa
revolución encarnada, de ese ejercicio del antipoder, la experiencia de su
propia vida. Eso explicaría el simbolismo de haberse despojado hasta
físicamente de todas las insignias papales del poder o la decisión de abandonar
sus habitaciones regias para vivir emblemáticamente en un simple hotel calzando
los zapatos de la gente.
¿Un papa
socialista? ¿Un papa populista? ¿O más bien un falso profeta?
Es fácil
colgarle etiquetas dada su originalidad. Lo innegable es que no se trata de un
papa desprevenido. Como buen jesuita, Francisco es también un intelectual, que
conoce muy bien la historia de la Iglesia. Y como buen argentino sabe ser
peleón con el poder.
Hay un test que
poco a poco se irá desvelando con Francisco. La Iglesia enrocada en el poder
secular de la curia romana, considerada por los cristianos más empeñados como
el anticristo, cada vez le irá dando más la espalda e intentará frenar su
revolución. Al revés, es posible que los que más se habían alejado de la
Iglesia burocrática y mundana del papado, los que habían perdido la esperanza
en una fe que salva más que condena, los que no soportaban una Iglesia
ensamblada con los poderes temporales, acaben siendo los mayores defensores del
primer papa que no quiere ser llamado tal.
La Iglesia
medieval discutía si los ángeles tenían o no sexo. El papa Francisco está
demostrando que, en su fe “encarnada”, el cuerpo es un valor divino llamado a
resucitar venciendo a la muerte. A Francisco no le dan miedo, por esa razón,
los cuerpos. Es un Papa que toca, besa y abraza. Es el primer Papa que dedica
su primera encíclica a hablar no del cielo, sino de la Tierra. Y el primer Papa
dispuesto a castigar con todo el rigor de la ley a los eclesiásticos que han
sido capaces de abusar de la inocencia de los pequeños recordando quizás que
Jesús había pedido para ellos la pena de muerte. “Mejor que les pongan al
cuello una rueda de molino y los arrojen al mar”.
'El sínodo de la
familia quiere escuchar al Espíritu y no ser un parlamento'
El cardenal Baldiserri al presentar
el Instrumentum Laboris indica que el próximo sínodo de la
familia en octubre, concluirá con un documento que será entregado al papa
Francisco
Estado de la
Ciudad del Vaticano, 23 de junio de 2015 (ZENIT.org)
El sínodo de la familia que se realizará del 4 al 25
de octubre, recordó con frecuencia el Santo Padre, "es un espacio en el
cual pueda actuar el Espíritu Santo” y “no es un parlamento”. Lo indicó
este martes el cardenal Lorenzo Baldiserri, secretario general del Sínodo de
los obispos al presentar el Insturmentum Laboris, en la sala de prensa
de la Santa Sede. Y añadió que la XV Asamblea general ordinaria
concluirá con “un documento final, que será entregado en las manos del papa
Francisco”.
Junto con purpurado presentaron el documento el
cardenal Peter Erdó, relator general de la próxima asamblea; el arzobispo Bruno
Forte, secretario especial de la misma, y el director de la Oficina de prensa
de la Santa Sede, el padre Federico Lombardi.
El cardenal italiano recordó que el papa Francisco en
el discurso final de la III Asamblea extraordinaria del sínodo de los obispos
exhortó a “madurar con verdadero discernimiento espiritual las ideas propuestas
y encontrar soluciones concretas” a las dificultades de las familias. Y de la
necesidad de trabajar con el documento final 'Relatio Synodi' que es
fiel a lo discutido en el aula y en los círculos menores.
La Relatio
Synodi --añadió el purpurado-- unida a una serie de 46 preguntas
con el nombre de 'Lineamenta', fue presentado a las conferencias
episcopales, a los sínodos de las Iglesias orientales católicas sui juris, a
los dicasterios de la Curia romana, y a los sujetos pertinentes, con la
invitación a responder hasta el 15 de abril de este año. Y este “período
intersinodal se ha revelado un ulterior y preciosa ocasión” para escuchar “lo
que el Espíritu dice a las Iglesias”.
El cardenal
Baldiserri añadió que esto dio oportunidad para recibir 99 respuestas, más 359
observaciones, estas últimas enviadas por diócesis, parroquias, asociaciones
eclesiales, grupos espontáneos de fieles, movimientos civiles, etc. Además de
universidades, instituciones académicas, centros de investigación y de
numerosos estudiosos.
“En la reunión del
Consejo de Secretaría, presidida por el Santo Padre el 25 y 26 de
mayo de 2015, ha sido examinada la síntesis elaborada por la Secretaría
general, de la cual partió el Instrumentum Laboris que hoy se hace público”,
añadió el purpurado. Este nuevo documento integra así el resultado de la
anterior asamblea contenido en la Relatio Synodi. El secretario general de
la próxima asamblea, señaló a continuación las partes del documento.
El cardenal
Baldiserri recordó también que la próxima asamblea coincide con los 50 años de
la creación del Sínodo de los Obispos por el beato Pablo VI, el 15 de
septiembre de 1965. Y que el próximo Jubileo Extraordinario de la Misericordia,
convocado por el papa Francisco y que inicia el 8 de diciembre del presente
año, es motivo de una posterior reflexión.
Indicó también que
cada semana el Sínodo reflexionará sobre uno de los capítulos del Instrumentum
Laboris, que los círculos de estudio estarán más intercalados para
aprovechar mejor su aporte, y que “se mantendrá firme el principio del orden
temático”.
24.06.15
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