Iglesia nuestra, ¿Quo vadis?
Posted: 19 noviembre, 2012
IGLESIA NUESTRA, ¿QUO VADIS?
LUIS CARLOS SAIZ FERNÁNDEZ, Comunidad en Búsqueda, luiskar@gmail.com
MADRID.
LUIS CARLOS SAIZ FERNÁNDEZ, Comunidad en Búsqueda, luiskar@gmail.com
MADRID.
“Que
tu Iglesia, Señor, sea un recinto de verdad y de amor, de libertad, de justicia
y de paz, para que todos encuentren en ella un motivo para seguir esperando.” (Plegaria eucarística V/b).
ECLESALIA,
19/11/12.- Siempre que he rememorado mi historia de fe he terminado dando
gracias a Dios por el privilegio de sentirme “hijo del Concilio” (del Vaticano
II, se entiende). Al nacer en 1972, quiero pensar que en mi infancia y juventud
fue algo natural el encontrar laicos, sacerdotes y religiosos empapados hasta
el tuétano de su espíritu. La fe que se me transmitía iba indisolublemente
unida a la alegría, el buen humor y ¿por qué no? incluso la travesura sana, a
la sencillez y cercanía de los testigos, al aprecio sincero de tantas
posibilidades bellas que tiene nuestro mundo, a la solidaridad vivida como
consecuencia directa del ser hermanos, a la experiencia litúrgica honda y creativa…
y tantos etcéteras como queráis. Sabéis a lo que me estoy refiriendo. Aquella
evangelización prendió en mí porque acompañó con respeto mi maduración
personal, me ofreció un horizonte de sentido donde otras instancias se quedaban
cortas y, en definitiva, se recogía y vivía lo mejor del ser humano tomando
como referencia la vida y obra de Jesús de Nazaret. No hizo falta mucho más,
así de ¿sencillo?
Han
pasado cerca de 40 primaveras desde aquella experiencia primigenia que hasta
hoy ha seguido alimentando, con caras diversas pero estilo siempre reconocible,
mi apuesta por el Dios de Jesús. A mi lado se encuentran mis dos pequeños, de
dos y cuatro años. Y cuando pienso en el entorno eclesial que paulatinamente va
imponiéndose en nuestra sociedad, el tinte de fondo que previsiblemente mis
chiquillos perciban en el futuro, no puedo sino constatar que nuestra Iglesia,
nuestra querida Iglesia, ha virado el timón, ha modificado el plan estratégico,
está dejando de confiar en la forma de presentarse al mundo que a mí me
cautivó. Cierto será admitir que a mí me ganó, pero no a muchos de mis
coetáneos. Somos pocos, sí, y cada día seremos menos durante algún tiempo.
Sospecho que justamente esta patente “falta de eficacia” puede estar en la raíz
del cambio de planteamiento. Son tiempos duros que parecen exigir repliegue,
alta cohesión de grupo, coraje para vivir la fe en un mundo de lobos. La
consigna sería: Si el mundo nos desprecia, dobleguemos al mundo con la fuerza
de Cristo. Ese será nuestro martirio. Y así va transcurriendo el tiempo, con
batallas parciales ganadas pero la sensación de que la guerra, si es que
podemos denominarla así, se juega en otro lado. Mientras ante lo externo
nuestra reacción habitual peca de defensiva, reticente por defecto, la descalificación
mutua no resulta desgraciadamente una excepción entre las distintas
sensibilidades de Iglesia. Aspiramos a mediar en la sociedad, a ser testimonio
vivo de lo más santo que reside en el ser humano y, sin embargo, ¿no estamos en
ocasiones demasiado lejos de encarnar para el increyente ese “mirad cómo se
aman” tan fructífero en el pasado? Haciéndonos eco de la inquietud de Lohfink
con la vista puesta en una actitud autocrítica constructiva, podemos
preguntarnos ¿en qué medida nos acercamos a la Iglesia que Jesús soñó
dejar como herencia al mundo? Cada cual puede (y debe) emitir su diagnóstico
particular, para bien de la
Iglesia y, por encima de todo, de las personas que nos miran.
Puedo equivocarme, pero existe la posibilidad de que hoy Jesús pasara a nuestro
lado y, al modo de aquel relato bien conocido con Pedro como protagonista nos
expresara con una cierta tristeza: Iglesia mía, ¿adónde te diriges? ¿cuáles son
tus verdaderas prioridades? ¿recuerdas mi invitación a ser “sal” y “luz”?
Iglesia mía, ¿quo vadis?
A
debatir estas cosas y disfrutar de la convivencia comunitaria dedicamos un
grupito de creyentes todo un fin de semana del ya lejano mes de Junio en
Mangirón, un pueblecito de la sierra madrileña. Tuvimos la suerte de contar con
dos personas cualificadas para aportar su punto de vista con distintas
perspectivas, que era de lo que se trataba. Los planteamientos de Raquel
Mallavibarrena, laica y portavoz de Somos Iglesia y Redes Cristianas, se
confrontaron con los de Ángel Cordovilla, sacerdote diocesano experto en
teología dogmática y profesor en Comillas. Raquel reivindicó una Iglesia de
iguales y de adultos, donde se abolieran los estamentos clerical/laical dando
relevancia a los ministerios y carismas, donde se considerara al cristiano como
último responsable de sí en aquellas esferas que le competen, donde se
habilitaran más cauces a la expresión democrática y se abandonara el
anacronismo del Estado Vaticano. Abogó también por una Iglesia que sea
consecuente con lo que predica y que encarne los Derechos Humanos, que conceda
un margen amplio a la investigación teológica y que anteponga la misericordia a
la reprobación. Una Iglesia comprometida desde su raíz con la pobreza, sin
apego a los poderes de este mundo. Por último subrayó la idea de Juan Martín
Velasco de que el futuro de la
Iglesia está en la comunidad, comunidades minoritarias pero
significativas y creativas. Una llamada a “no apagar el Espíritu”. Por su
parte, Ángel abordó su exposición desde otro ángulo, comenzando por reconocer
que su discurso nace de su propia historia personal, parcial y limitada, pero
lógicamente ligada a su ser sacerdote. Para él la Iglesia es una mezcla de
Misterio y realidad histórica que no debe perder mucho tiempo en mirarse a sí
misma. Es preciso ser fieles al origen y a la misión, la palabra clave sería
“fidelidad”. Vivimos en un cambio de época donde todo está en cuestión, la
crisis no es tanto de Iglesia como de Dios y de fe. Reconoce que el catolicismo
vive aún en una estructura medieval que en un tiempo forjó una cultura, un
espacio, un tiempo, pero que actualmente puede no ser idónea (por ejemplo, la
parroquia se acomoda mejor a una sociedad agraria, ya minoritaria). La Iglesia está volcada a una
Nueva Evangelización que trata no sólo de evangelizar a las personas o las
estructuras, sino a los ambientes o escenarios: la cultura, la educación, la
inmigración… Ángel considera que la reforma de la Iglesia ya se está
produciendo, es permanente, aunque siempre se nos quede corta. Hay que reformar
todo lo que impida la fidelidad a su naturaleza y dificulte su misión. Se
debería trabajar paralelamente la reforma estructural y la conversión personal
de sus miembros. Y nunca olvidar que “somos iglesia” por gracia.
Como
veis, dos enfoques con acentos dispares que luego, en el tiempo de diálogo, se
fueron aquilatando y contrastando. Obviamente no hubo consenso en todo lo que
se discutió, que por limitaciones horarias tampoco fue en exceso extenso. Lo
que para unos era materia reformable para otros era nuclear. Donde para unos el
Pueblo de Dios representaba el último fundamento de la Iglesia, para otros la Sucesión Apostólica
determinaba la garantía de una Iglesia verdaderamente conectada con su
inspirador. Se apuntó como gran reto el hacer bueno el calificativo de católico
= universal y el convencimiento general de que primero deberemos entender hacia
dónde se dirige la sociedad para luego discernir el hacia dónde de la Iglesia.
En
cualquier caso lo verdaderamente importante comenzó al término del diálogo.
Doble banquete, para ser más exactos. Primero, el de la Eucaristía. Cada
cual con su carisma y ministerio, nos dirigimos a alabar, compartir, dar
gracias y, en definitiva, rememorar lo que nos vincula por encima de todo. Y
segundo, no por ello menos importante, el de las ensaladas, el hornazo
salmantino, la cervecita bien fría y la charla de todo un poco. Allí nos dimos
cuenta de que, aunque podíamos seguir sin estar de acuerdo en algunos puntos de
eclesiología, prevalecía sin rastro de duda la calidad humana de la gente y el saberse
tocados por un mismo Dios. Dios que, en esencia, nos quiere y punto. Quisiera
creer que en aquellas dos mesas con abundancia de viandas materiales y
espirituales, aún permanece el rescoldo de lo que en mi juventud me ganó para
Cristo y mañana ofreceré “con temor y temblor” a mis propios hijos. Y luego,
que sea lo que Dios quiera… (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la
difusión de sus artículos, indicando su procedencia).
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